"Rogad, pues,
al Dueño de la mies que mande obreros"
"Rogad,
pues, al Dueño de la mies que mande obreros". Eso significa: la mies existe, pero Dios quiere servirse de
los hombres, para que la lleven a los graneros. Dios necesita hombres. Necesita
personas que digan: "Sí, estoy
dispuesto a ser tu obrero en esta mies, estoy dispuesto a ayudar para que esta
mies que ya está madurando en el corazón de los hombres pueda entrar realmente
en los graneros de la eternidad y se transforme en perenne comunión divina de
alegría y amor".
"Rogad,
pues, al Dueño de la mies" quiere decir también: no podemos "producir" vocaciones; deben venir de Dios.
No podemos reclutar personas, como sucede tal vez en otras profesiones, por
medio de una propaganda bien pensada, por decirlo así, mediante estrategias
adecuadas. La llamada, que parte del corazón de Dios, siempre debe encontrar la
senda que lleva al corazón del hombre.
Con todo,
precisamente para que llegue al corazón de los hombres, también hace falta
nuestra colaboración. Ciertamente, pedir eso al Dueño de la mies significa ante
todo orar por ello, sacudir su corazón, diciéndole: "Hazlo, por favor. Despierta a los hombres. Enciende en
ellos el entusiasmo y la alegría por el Evangelio. Haz que comprendan que este
es el tesoro más valioso que cualquier otro, y que quien lo descubre debe
transmitirlo".
Nosotros
sacudimos el corazón de Dios. Pero no sólo se ora a Dios mediante las palabras
de la oración; también es preciso que las palabras se transformen en acción, a
fin de que de nuestro corazón brote luego la chispa de la alegría en Dios, de
la alegría por el Evangelio, y suscite en otros corazones la disponibilidad a
dar su "sí". Como personas de oración, llenas de su luz, llegamos a
los demás e, implicándolos en nuestra oración, los hacemos entrar en el radio
de la presencia de Dios, el cual hará después su parte.
En este
sentido queremos seguir orando siempre al Dueño de la mies, sacudir su corazón
y, juntamente con Dios, tocar mediante nuestra oración también el corazón de
los hombres, para que él, según su voluntad, suscite en ellos el
"sí", la disponibilidad; la constancia, a través de todas las
confusiones del tiempo, a través del calor de la jornada y también a través de
la oscuridad de la noche, de perseverar fielmente en el servicio, precisamente
sacando sin cesar de él la conciencia de que este esfuerzo, aunque sea costoso,
es hermoso, es útil, porque lleva a lo esencial, es decir, a lograr que los
hombres reciban lo que esperan: la luz
de Dios y el amor de Dios.
BENEDICTO XVI
Encuentro con los Sacerdotes y
Diáconos – Freising 14 de
Septiembre de 2006