El
Motu Proprio “Summorum Pontificum”
y
la pacificación de la Iglesia
P. Gabriel Díaz Patri
Cuando, habiendo cumplido ya 70 años,
Joseph Ratzinger decidió publicar sus memorias, pensaba probablemente que la
parte más interesante de su vida había ya pasado. No imaginaba el entonces
cardenal que -por el contrario- ésta estaba aún por comenzar.
En el capítulo XII de estas memorias
tituladas "Mi vida"… confiesa, hablando de la época de la reforma
litúrgica: "yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo
porque jamás había ocurrido una cosa semejante en la historia de la liturgia…
La imposición de la prohibición de este Misal que se había desarrollado a lo
largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentarios de la Iglesia antigua
comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo
podían ser trágicas".
Ya en 1976, siendo aún simple sacerdote,
había escrito respondiendo a un ilustre colega -importante catedrático de
Derecho Romano que le había pedido su parecer- : "según mi opinión, se
debería obtener la autorización, para todos los sacerdotes, de poder utilizar
también en el futuro, el antiguo Misal; para cuyo uso debería permitirse
"la más vasta libertad". En este mismo sentido se pronunció otras
veces en los años subsiguientes.
La idea que lo ha conducido a sostener esta posición es que un Rito que fue
camino seguro de santidad durante siglos no puede convertirse repentinamente en
una amenaza, si la fe que en él se expresa sigue siendo considerada válida.
Y
esto es así porque la legitimidad de la liturgia de la Iglesia reside en la
continuidad de su tradición. No se trata aquí de una cuestión de mero apego
afectivo o de "sensibilidad" ; es así en razón de la unidad,
identidad y comunión de la Iglesia… más allá del tiempo. Podríamos aplicar aquí
la bella expresión de Martin Mosebach, el escritor alemán del momento: "La
tradición es la inclusión de los muertos en la vida presente" o, en
palabras de Chesterton: "la tradición es la democracia de los muertos” es
decir, una forma de “democracia” en la cual también los muertos pueden
participar.
Es en esta
misma perspectiva que el Motu Proprio Summorum Pontificum nos muestra que la liturgia de la Iglesia debe tener una continuidad
intrínseca, pues lo que antes Ella creía que era la Misa no puede no creerlo
ahora. Por eso, para ser legítimos ambos Misales, deben ser ambos
"expresiones validas de la misma fe católica" y de ningún modo
podrían presentarse como reflejo de visiones opuestas -y menos aún
inconciliables- acerca de la acción litúrgica. Quien confíe en la rectitud
doctrinal y el valor litúrgico del Misal utilizado ordinariamente, no debería
temer su coexistencia con el uso recibido a través de los siglos, al contrario,
debería confiar en que esta coexistencia pondrá de relieve una identidad
doctrinal. Es precisamente esta defensa de la continuidad la que nos permite
comprender que el Papa insista en que la duplicidad de Misales se debe explicar
como “dos expresiones de la Lex orandi” que no pueden sino corresponder a una
única “Lex Credendi”, dentro del marco disciplinar del rito romano ; procurando
así evitar que se produzca el fenómeno inaudito de la existencia de dos “ritos”
de la Misa fundados en principios distintos.
Pero la legitimidad de un rito
litúrgico no sólo está dada por su identificación con los principios que
rigieron la liturgia en el pasado sino también con los que rigen los demás
ritos que existen actualmente (de los cuales algunos son, por otra parte,
utilizados también por otras denominaciones cristianas de larga tradición). Es
necesario, por lo tanto, que en la liturgia de la Iglesia haya además de una
unidad "diacrónica", una unidad "sincrónica". De ahí un
nuevo argumento para afirmar la permanente validez del Rito Romano tradicional
y la necesidad de que la forma celebrada ordinariamente no difiera
esencialmente de él: si la actual liturgia no pudiera identificarse
substancialmente con las otras formas litúrgicas de la Iglesia tal como son
celebradas en las demás tradiciones legítimas -pasadas o contemporáneas-
perdería asimismo la legitimidad de su fundamento. Visto desde esta perspectiva
y haciendo un análisis mas fino podríamos decir que el Motu Proprio es paradójicamente
más una defensa del nuevo rito que del antiguo.
Una tercera dinmensión, el futuro, entra también en juego.
Para ser breves me limito a recordar el dicho de la tribu Massai: “Nosotros no
heredamos la Tierra de nuestros padres, sino que la pedimos prestada a nuestros
hijos”.
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Se insiste en que el motivo
que llevó al Papa a publicar este Motu Proprio fue la existencia del conflicto
-que lleva ya décadas- con los grupos llamados "tradicionalistas".
Éste es sin duda un elemento que tiene gran importancia y que fue ocasión de la
publicación del documento; pero si analizamos detenidamente el pensamiento de
Joseph Ratzinger la justificación más profunda del Motu Proprio no se halla en
el factor "político" sino en el teológico: aunque no existiera ningún
"tradicionalista" habría, con todo, una situación anómala que
requeriría un restablecimiento del orden.
Siempre
ha habido y siempre habrá personas que se adaptan difícilmente a los cambios,
sobre todo en estos tiempos de mutaciones aceleradas. Lo paradójico de la
situación actual es que muchas veces quienes muestran inquietud ante lo que
consideran una amenaza para la "reforma litúrgica" hacen ahora de
"conservadores": aferrándose estrechamente al "statu quo" y
manifestando su dificultad de adaptarse a la novedad de este redescubrimiento
propuesto por el Papa reproducen las actitudes que se solían asociar habitualmente
a los "tradicionalistas". Por otra parte, hasta ahora las personas
que adherían a la llamada "Misa en latín" eran identificadas como la
gente del "contra", pero está ocurriendo que los que -siguiendo el
llamado de Benedicto XVI- se acercan a la liturgia heredada de nuestros mayores,
son, cada vez con mayor frecuencia, gentes del "por" y los del
"contra" son los que no quieren ni oír hablar de todo esto
aferrándose a su "tradición" de cuarenta años.
Mas
aún, con creciente frecuencia, quienes actualmente acogen con entusiasmo las
"innovadoras" enseñanzas y disposiciones del Papa -disposiciones que
expresan una renovada valoración de la tradición litúrgica- no sólo no obedecen
a aquella mentalidad negativa, sino que, por el contrario, manifiestan la
alegría del descubrimiento de algo nuevo: el redescubrimiento de la herencia,
el reencontrase con sus raíces, en resumen: el tomar conciencia de pertenecer a
una familia. Obviamente no a lo que se entiende en nuestra sociedad actual por
"familia": mera asociación de individuos que comparten un período
determinado de sus vidas con sólo el débil vínculo de un pacto fácilmente
revocable, sin un pasado que los una y con un futuro impredecible; sino a una
verdadera y profunda comunión de vida, con antepasados comunes, con una memoria
común que los enorgullece: una familia que está formada no sólo por hermanos
sino que tiene también padres y ancestros.
En resumen: El Papa Benedicto XVI con la
promulgación del Motu Proprio Summorum Pontificum ha
buscado, esto es claro, la pacificación de la Iglesia. Pero no se trata en el
fondo únicamente de la paz con grupos más o menos rebeldes, ni la pacificación
entre corrientes opuestas que crean tensión en el seno de la institución, sino
la pacificación de la Iglesia consigo misma, con su memoria común, para que
redescubra su identidad litúrgica en la riqueza de la continuidad.