HOMILÍA EN LA SANTA MISA DEL 13 DE SEPTIEMBRE DE 2008 EN
EL SEMINARIO DE FORMACI ÓN DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS
PUEBLOS PARA LOS OBISPOS DE LOS TERRITORIOS DEPENDIENTES CON MENOS DE TRES AÑOS
QUE ORDENACIÓN
Querido Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos Sr. Cardenal Ivan Dias.
Queridos Cofrades Obispos, Sacerdotes, Hermanos y Hermanas,
En estos días de vuestro seminario, seáis ante todo oyentes dóciles de la Palabra de Dios para llegar a ser al mismo tempo practicantes coherentes de la Palabra, como nos solicita Jesús en el texto evangélico que recién leímos. Esta docilidad del corazón en la escucha del Señor, es un don del Espíritu Santo. Un don que es necesario pedirlo con perseverancia y fervor en la oración.
Acoger con docilidad la Palabra, significa acoger al mismo Señor Jesús. Él es la Palabra viviente. Es importante dejarse invadir e iluminar por Él. Dice el Evangelio de Juan en su prólogo que Jesús es “la luz verdadera que ilumina a cada hombre” (Jn 1,9). Por ello, nuestro amado Papa Benedictus XVI ama decir justamente que Jesús es el Logos, la Razón, que da sentido a todas las cosas creadas, que ilumina y explica el sentido último y pleno de toda la creación, de nuestro ser y de nuestra historia. Dios es el Logos, la Razón fundamental de la creación. Sin esta Razón, todo sería sin explicación y sin fundamento suficiente. Lo que es estupendo, sin embargo, es el hecho que esta Razón, que da sentido a todo, esta Verdad última y fundadora de todo y de cada cosa, se revela como amor. El origen de todo y la explicación de todo es el amor. El Logos, del que habla el prólogo de Juan se manifiesta como amor sin reserva, hasta hacerse hombre por amor. Dice el prólogo: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y nosotros hemos vistos su gloria […]. De su plenitud todos nosotros hemos recibido gracia por gracia” (Jn 1,14 y 16). Juan, en su Primera Carta afirma: “Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y éste amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó por primero y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros tenemos que amarnos los unos a los otros” (1 Jn 4,8-11). Así es, la Verdad, el Logos. Dios es amor y nosotros hemos sido amados por él desde el principio. Fuimos creados por él por un acto Suyo de amor, nos ha creado a su imagen y hemos sido redimidos por él por un acto supremo de amor, es decir, el Padre ha amado el mundo al punto de dar a su Hijo, quien, a su vez, nos ha amado al punto de morir en cruz y resucitar de los muertos para nuestra salvación. Por ello, también nosotros tenemos que amarnos los unos a los otros. He aquí, la Palabra del Evangelio que acabamos de leer. Jesús añade: “Yo les diré a quién se parece aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las práctica: se parece a un hombre que, queriendo construyendo una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca” (Lc 6,47-48).
Poner en práctica la Palabra de Cristo es ir por el camino que conduce al verdadero cumplimiento de nuestro ser. Jesús es el Logos de nuestro ser. Desarrollar nuestro ser segundo este Logos es conducir nuestro ser a su verdadera perfección, al desarrollo de todo su contenido ontológico. Eso quiere decir que amar a Dios con todo nuestro corazón y amar a los hermanos, como Jesús nos ha amado, es la ley de nuestro ser. El Logos es amor, entonces el amor es el camino justo.
En la vida terrenal cotidiana, la Eucaristía constituye la celebración más significativa y eficaz de este amor que es el Logos, la Verdad, la Palabra de Dios. En la Eucaristía nos encontraremos en el centro profundo y totalmente envolvente del amor, que es Dios. Dios nos convoca a su mesa, porque nos ama. En la mesa eucarística, Él nos colma de su amor. Jesús es el verdadero contenido de este amor. Él es el don que Dios nos ofrece en su mesa, es decir, Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación, hecho comida y bebida, para que podamos entrar en comunión verdadera, real, sacramental con Él. Vale recordar lo que Jesús dice en el Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa, y comeré con él y él conmigo” (Ap 3,20). En la Eucaristía, esta cena ocurrirá, de veras. La comunión se realizará. Seremos partícipes en el misterio de Su amor. Sentiremos una profunda felicidad y paz, que sólo Él puede darnos. Jesús dijo: “Permanezcan en mí como yo en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 4-5). ¿Cómo expresar este misterio de comunión, que realmente se realiza en la Eucaristía? Ninguna expresión humana será capaz de decirlo en toda su plenitud.
El contenido de la comunión eucarística, no obstante, es muy concreto y comprometedor. Se trata del memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo. Entrar en comunión con este misterio, significa que nuestra vida tendrá que ser conforme a su contenido. En primer lugar, en la Eucaristía se hace presente el fruto de aquel amor con el cual Dios Padre nos ha amado: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3,16). ¿Quién estaría dispuesto a dar su hijo? Dios lo ha dado por nosotros, porque nos ama y no quiere perdernos. La Eucaristía es siempre de nuevo este “dar a su Hijo unigénito” a nosotros, en un acto de amor gratuito y sin reservas, de Dios Padre. Pero el mismo amor también se manifiesta en el Hijo, que da su vida en la cruz por nosotros. ¿Quién estaría dispuesto a dar su vida? Jesús la dio por amor, para salvarnos. Esto quiere decir que la comunión eucarística nos indica la necesaria disponibilidad a estar dispuestos a dar la vida por Dios y por nuestros hermanos.
La Eucaristía es la mesa de Dios en este mundo. Allí Él distribuye su Pan a sus hijos. Así como Él distribuye su Pan a nosotros, de modo similar también nosotros tenemos que distribuir nuestro pan a nuestros hermanos, ante que nada a los pobres, a los hambrientos, a los excluidos y a los marginados. Eso nos reconduce a la multiplicación de los panes, en el Evangelio, cuando Jesús sintió compasión por la gente cansada y hambrienta y la nutrió con la multiplicación de los panes, pero al mismo tiempo reprendió a sus discípulos, diciendo: “denles de comer ustedes mismos” (Mt 14, 16). He aquí, siempre de nuevo la ley del amor, un amor concreto y eficaz.
Celebramos, ahora, la Eucaristía, recordando estas palabras de Jesús. Él es la Palabra, el Logos, que es amor, que nos ha amado hasta el final. Nosotros hemos sido creados a imagen de este Logos, que es amor. Así, la ley, el camino, que nos conducirá al desarrollo verdadero de nuestro ser será el camino del amor, que tiene su momento fuerte cada vez que celebramos la Eucaristía. Así construiremos nuestra casa sobre la roca. Amén.
Cardenal Cláudio Hummes
Arzobispo Emérito de São Paulo
Prefecto de la Congregación para el Clero