FAMILIA CRISTIANA

Viernes, 22 de mayo de 2009, a las 11 a.m.

 

Entrevista a

 

S.E. Mons. Mauro Piacenza

Arzobispo Titular de Vittoriana

Secretario de la Congregación para el Clero

 

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¿Por qué Benedicto XVI ha querido proclamar un Año Sacerdotal?

 

R. Como es natural, el Santo Padre tiene un particular aprecio por la vida, la espiritualidad, la santificación y la misión de los Sacerdotes. La misma Plenaria de la Congregación para el Clero, en la Audiencia durante la que ha sido proclamado el Año Sacerdotal, tenía como título: “La identidad misionaria del presbítero en la Iglesia, como dimensión intrínseca del ejercicio de los Tria munera”. En nuestro tiempo resulta urgente y necesario reafirmar con fidelidad – delante de los Sacerdotes o delante del Pueblo santo de Dios – la belleza, la importancia y la indispensabilidad del ministerio sacerdotal en la Iglesia para la salvación del mundo.

Un Año dedicado para profundizar y para redescubrir qué es el Sacerdocio católico, ampliando los espacios de oración para y con los Sacerdotes, puede hacer un bien a toda la misión de la Iglesia, que se da cuenta cómo se manifiesta, precisamente en el ministerio ordenado, una de sus “notas” esenciales, que siempre proclamamos en el credo dominical, la Apostolicidad.

 

Nuestra Revista se ocupa y va dirigida a las Familias cristianas, ¿qué relación deben tener las familias con los Sacerdotes? ¿Cómo deben amarlos y estar cerca de ellos?

R. El Sacerdote es “escogido entre los hombres y constituido para aquellas cosas que miran a Dios” (cfr. Hebr. 5,1), por eso él mismo proviene de una familia, con la experiencia de la filiación y de la comunión típica dentro de la realidad familiar.

Cada Sacerdote tiene un gran aprecio por la familia, en la que el hombre responde a la vocación – universal y natural – a vivir en comunión y a colaborar al dono de la vida física. Pero al mismo tiempo él está llamado a una vocación más sublime porque es sobrenatural; está llamado a la castidad perfecta por el Reino de los cielos para dar testimonio, en manera más eficaz, de la fe en Cristo Señor y en su victoria.

Las familias están llamadas a reconocer y a respetar la paternidad que el Señor, por medio de la Iglesia, entrega a los Sacerdotes, que son “padres” de aquella gran “familia de familias”, que es la parroquia. Con el respeto, la discreción, la solícita disponibilidad, con la docilidad y el cumplimiento de las diversas tareas y en la justa pero nunca excesiva familiaridad, las familias pueden acompañar al Sacerdote, sostenerlo con la oración y hacerle sentir aquello que es, padre en la fe.

 

¿Qué deben hacer las familias para suscitar vocaciones sacerdotales? ¿Y las escuelas?

 

R. Es Dios quien suscita las vocaciones. Las familias, como primer ambiente educativo, pueden favorecer cómo acogerlas o – Dios no lo permita – pueden poner las premisas para un posible rechazo de la divina llamada. Ciertamente, la obra educativa de la familia en el campo de la fe es fundamental e insustituible: En la familia se aprende aquella “familiaridad” con Dios y “con las cosas de Dios”, típica de los católicos que creen en la Encarnación del Verbo; en familia se aprenden las primeras oraciones y el ejercicio de hacer el bien, a cumplir los Mandamientos en el respeto y en saber acoger a todos; se aprende el sentido del sagrado y de las afectos sacros, el sentido del domingo y del descanso semanal. Una familia cristiana es un verdadero cenáculo de oración y es precisamente en este clima que los candidatos al sacerdocio pueden escuchar más atentamente la voz del Señor.

La escuela debería educar, al menos, a la percepción del sentido de Dios, en una concepción capaz de ser verdaderamente laica, sin prejuicios, sino abierta e inteligente, acogiendo aquello que ya es un dato antropológico universalmente aceptado, esto es que el sentido religioso es universal y que es propio de todos los hombres y, por eso, de toda la sociedad. Las escuelas católicas, a las que los padres deberían poder acceder sin excesivas dificultades, deben ser lugares de real vida cristiana, de testimonio gozoso y fiel hacia el Señor, en la alegría y en la caridad, en la seriedad y en la razonable propuesta educativa y de fe a favor de las jóvenes mentes, que se abren al conocimiento de la realidad y que tienen derecho a encontrar testigos creyentes y, consecuentemente, creíbles.

 

Para el hombre de hoy, ¿cuál es la “imagen” de Sacerdote que propone el Papa en la celebración de este Año Sacerdotal?

 

R. La imagen de siempre. Aquella que la Iglesia y la genuina doctrina ha propuesto constantemente y que encuentra una espléndida síntesis en la figura evangélica del “Buen Pastor”. Ciertamente, en el momento actual, con notables diferencias entre el Occidente secularizado y relativista y otras partes del mundo en las que el sentido del Sacro es todavía muy fuerte, se vive inmerso en algunas tentaciones, que inevitablemente pugnan contra el ministerio sacerdotal y que, con la ayuda de este Año, será necesario corregir. Por ejemplo, pienso en la tentación del activismo en no pocos Sacerdotes, quienes aunque si parecen héroes de la total entrega, sin embargo en muchas ocasiones arriesgan la propia vocación y la eficacia del apostolado, a no ser que se mantengan establemente en aquel vital contacto con Cristo que se nutre de silencio y de oración y, sobre todo, de Adoración Eucarística. El Santo Padre ha recordado a los Sacerdotes que “nadie se anuncia a sí mismo, sino que dentro de sí y a través de la propia humanidad, cada Sacerdote debe ser muy seguro de anunciar a Otro, a Dios mismo, al mundo. En definitiva, Dios es la única riqueza que los hombres desean encontrar en un Sacerdote” (Benedicto XVI, Alocución, 16-03-2009).

 

¿Qué es la paternidad sacerdotal?

 

R. Es la misma paternidad de Dios presente y operante en el mundo mediante el rostro glorioso de Cristo y de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. Esta es una “compañía” de hombres y mujeres que han obrado un cambio mediante el encuentro con el Señor, llamados a la santificación bautismal y moral, y a quienes el mismo Señor distribuye tareas diferentes dentro del único cuerpo eclesial. A los Sacerdotes les ha sido entregado – sacramentalmente e institucionalmente – la tarea de la paternidad, ejercitado mediante los Tria munera, esto es, el encargo de enseñar la fe católica, de santificar mediante la celebración de los Sacramentos – particularmente la Santa Misa y la Reconciliación penitencial – y de gobernar, esto es, de guiar como padres y pastores la grey de Dios a los “pastos de vida eterna”.

En un tiempo en el que se redescubre la “necesidad de padres”, de educadores, de guías capaces de indicar, con razón y amor y consecuentemente con autoridad, el camino he aquí que se abre una nueva grande chance para los Sacerdotes. La paternidad sacerdotal se muestra también mediante la paternidad espiritual de tantos confesores, quienes, sin ruido y con fidelidad, guían la conciencia de cada uno hacia la auténtica voluntad de Dios.       

 

¿En nuestra sociedad occidental existe una relación entre la crisis de vocaciones y la crisis de la paternidad?

 

R. Hoy como siempre, el Sacerdote está llamado a ser testigo del Absoluto. En el momento actual, la verdadera contradicción non es aquella de buscar superficiales originalidades como pudo suceder en épocas pasadas, suscitando en los hechos un “breve y corto” interés. Los Sacerdotes podrán ser verdaderos “signos de contradicción” en la medida en que llegarán a ser santos. Mirando a San Juan María Vianney, San Juan Bosco, San Maximiliano María Kolbe, San Pedro de Pietralcina…, todos han sido Sacerdotes, todos diferentes por su personalidad humana y su historia personal y, sin embargo, todos extraordinariamente unidos por el amor y el testimonio a Cristo Señor y por haber sido “signos de contradicción” en manera diversa y profética. No es posible serlo si, por el contrario, se silencia a Cristo, si se horizontaliza el ministerio, si se piensa que la Salvación es sólo inmanente.

Una sociedad, que, sobre todo con la “revolución del 1968”, ha querido eliminar “los padres” no ha llegado a ser más libre ni más adulta, sino simplemente “huérfana”. Será un largo camino, pero ya se ha comenzado la recuperación del valor insustituible de la paternidad porque es natural y, con esto, la conciencia de la necesidad de la paternidad religiosa y sacramental del Sacerdote.

 

¿La maternidad espiritual “lanzada” el pasado año por vuestra Congregación, tiene por objeto también las madres cristianas o sólo las consagradas?

 

R. El tema de la maternidad espiritual es muy importante porque señala el primado absoluto de la oración y de la Comunión de los Santos en la vida de la Iglesia. La Iglesia no es principalmente una “organización”. Ella vive en el corazón de los fieles, en la silenciosa oración de tantas personas que sufren, en la laboriosidad fecunda de muchos cristianos, que en cada estrado de la sociedad contribuyen a la edificación del Reino de Dios en el mundo.

Ciertamente la maternidad espiritual es para todas las mujeres, que quieren ofrecer su propia oración y sus sacrificios para la santificación de los Sacerdotes, con una atención concreta a las diversas vocaciones. A una madre, que ya lo es por naturaleza, está bien que cumpla con aquello que es hasta el fondo, que eduque sus propios hijos, viva con su esposo e tenga el propio baricentro afectivo y espiritual en Dios y en la propia familia.

Con verdad, un alma consagrada tendrá más tiempo para dedicarse a la oración y a la contemplación y podrá manifestar la propia “maternidad espiritual” hacia un Sacerdote, ofreciéndose por la santificación del consagrado por medio del ministerio.

 

¿Qué frutos podrá ofrecer a la Iglesia el Año Sacerdotal?

 

R. Aquellos que Dios querrá. Ciertamente el Año Sacerdotal representa una importante ocasión para mirar ahora y siempre y con gran estupor la obra del Señor, que “en la noche en que fue traicionado” (1 Cor. 11,23) ha querido instituir el Sacerdocio ministerial, uniéndolo inseparablemente a la Eucaristía, culmen y fuente de vida para toda la Iglesia.

Será un Año en el que se tratará de descubrir la belleza e la importancia del Sacerdocio y de cada uno de los ordenados, sensibilizando para eso a todo el Pueblo santo de Dios: A los consagrados y las consagradas, a las familias cristianas, a quienes sufren y, sobre todo, a los jóvenes tan sensibles a los nobles ideales, vividos con gran entrega y constante fidelidad. El Santo Padre recordaba, en el discurso a los Miembros de la Congregación para el Clero en la reciente Asamblea Plenaria (16-03-2009) “también aparece urgente la recuperación de la convicción que impulsa a los Sacerdotes a estar presentes, identificables y reconocibles tanto por el juicio de la fe como por las virtudes personales, e incluso por el vestido, en los ámbitos de la cultura y de la caridad, desde siempre en el corazón de la misión de la Iglesia”. El Año Sacerdotal quiere sostener e implorar al Espíritu también estos frutos de presencia visible.