TERCER CAPÍTULO

 

La tradición alejandrina: Orígenes[1]

 

 

1. Introducción

 

Continuamos la presentación y el comentario de algunos textos patrísticos relativos a la formación sacerdotal. Ahora me refiero a la llamada “tradición alejandrina”.

Alejandría - ya lo hemos dicho - parece acoger dos instancias complementarias con respecto de la tradición antioqueña, es decir la alegoría en exégesis y la valorización de la divinidad del Verbo en cristología. En general, Alejandría está bien lejos del llamado “materialismo” asiático, del que se hablaba en el segundo capítulo: esto parece evidente también en ámbito eclesiológico y, en particular, en la concepción del ministerio ordenado.[2]

Para ilustrar las orientaciones alejandrinas sobre el tema de la formación sacerdotal, sólo me limito a uno ejemplo, sin embargo máximamente representativo: me refiero a Orígenes, sobre todo a sus Homilías sobre el Levítico, pronunciadas a Cesarea de Palestina entre el 239 y el 242. Estamos ya a pocos años de la grave crisis que - a causa de la ordenación sacerdotal, a él otorgada a alrededor del 231 por los obispos de Cesarea y de Jerusalén a escondidas del obispo de Alejandría - opuso Orígenes a su ordinario Demetrio. La crisis quedó abierta, y causó precisamente el traslado de Orígenes a Cesarea.

 

Heredero de la tradición alejandrina en Occidente - sobre todo en ámbito exegético - es Ambrosio, obispo de Milán (+ 397)[3]. Pero de Ambrosio y de Agustín, su “discípulo”, hemos ya hablado en el primer capítulo. De todos modos, para completar el discurso, envío nuevamente a la ponencia del padre Janssens, a su tiempo citado, sobre la verecundia (o sobre el “digno comportamiento”) de los clérigos en el tratado ambrosiano De officiis [ministrorum].[4]

2. Orígenes (+ 254)[5]

 

Es necesario reconocer ante todo que Orígenes, como buen alejandrino, está más interesado a contemplar la Iglesia en su aspecto espiritual, como místico Cuerpo de Cristo, que a su aspecto visible.

Así Orígenes es más atento a la llamada “jerarquía de la santidad,” en relación a un camino incesante de perfección propuesto a cada cristiano, que a la “jerarquía visible”.

Por consiguiente, el Alejandrino se refiere más a menudo al sacerdocio común de los fieles y a sus características, que al sacerdocio jerárquico.[6]

De todos modos, siguiendo el discurso de Orígenes sobre uno y otro argumento, no será difícil extraer algunas indicaciones sobre el itinerario de formación de los presbíteros.

 

 

2.1. El sacerdocio de los fieles y las condiciones para su ejercicio

 

Una larga serie de textos de Orígenes quiere ilustrar las condiciones solicitadas para el ejercicio del sacerdocio común.

En la novena Homilía sobre el Levítico Orígenes - refiriéndose a la prohibición hecha a Aarón, después de la muerte de sus dos hijos, de entrar en el sancta sanctorum “en cualquier tiempo” (Levítico 16,2) - amonesta: “De eso se demuestra que si uno entra a cualquier ahora en el santuario, sin la debida preparación, sin vestir indumentos pontificales, sin haber preparado las ofertas prescriptas y haberse propiciado Dios, morirá […]. Este discurso concierne a todos nosotros: se refiere a todos, lo que aquí dice la ley. Dice en efecto que tenemos que saber cómo acceder al altar de Dios. ¿O no sabes que también a ti, es decir a toda la Iglesia de Dios y al pueblo de los creyentes, ha sido otorgado el sacerdocio? Escucha como Pedro habla de los fieles: “Estirpe electa”, dice, “real, sacerdotal, nación santa, pueblo que Dios ha adquirido”. Pues tú tienes el sacerdocio porque eres “estirpe sacerdotal,” y por lo tanto tienes que ofrecerle a Dios el sacrificio de la alabanza, sacrificio de oraciones, sacrificio de misericordia, sacrificio de pureza, sacrificio de justicia, sacrificio de santidad. Pero para que tú puedas ofrecer dignamente estas cosas, necesitas indumentos puros y distintos de los indumentos comunes a los otros hombres, y necesitas el fuego divino - no un extraño a Dios sino aquel que desde Dios es dado a los hombres - del cual el Hijo de Dios dice: “he venido para enviar el fuego sobre la tierra”.[7]

Todavía en la cuarta Homilía, inspirándose en la legislación levítica según la cual el fuego para el holocausto debía arder perennemente sobre el altar (Levítico 6,8-13) Orígenes apostrofa así a sus fieles: “Escucha: siempre tiene que arder el fuego sobre el altar. Y tú, si quieres ser sacerdote de Dios - como está escrito: ‘Todos ustedes serán sacerdotes del Señor, y a ti es dicho: ‘Estirpe electa, sacerdocio real, pueblo que Dios ha adquirido’ - si quieres ejercer el sacerdocio de tu alma, no dejes nunca que se aleja el fuego de tu altar”.[8]

Como se ve, el alejandrino alude a las condiciones interiores que hacen al fiel más  o menos digno de ejercer su sacerdocio. Así en efecto continúa la misma Homilía: “Eso significa aquello que el Señor manda en los evangelios, que ‘sean ceñidos con un cinturón’ y vuestros candiles encendidos”. Entonces que siempre esté encendido para ti el fuego de la fe y el candil de la ciencia”.[9]

En fin, de una parte  el costado “ceñido con un cinturón”[10] y los “indumentos sacerdotales”,es decir la pureza y la honestidad de la vida, por el otro lado el “candil siempre encendido”, es decir la fe y la ciencia de las escrituras, se configuran precisamente como las condiciones indispensables para el ejercicio del sacerdocio común.

A mayor razón lo son, evidentemente, por el ejercicio del sacerdocio ministerial: podríamos decir más bien que en el pensamiento de Orígenes ellas constituyen las “piedras miliares”de la formación presbiteral. Pero sobre este discurso volveremos en las conclusiones.

 

 

2.2. Sacerdocio de los fieles y acogida de la Palabra

 

Más que sobre los costados “ceñidos con un cinturón” Orígenes insiste principalmente sobre el “candil encendido”, es decir sobre la acogida y el estudio de la Palabra de Dios.

“Jericó se derrumba bajo las trompas de los sacerdotes”, empieza el alejandrino en la séptima Homilía sobre Josué; y comenta, más adelante: “Tú tienes en ti Josué [= Jesús] como guía gracias a la fe. Si eres sacerdote, constrúyete “trompas metálicas” (tubae dúctiles); o mejor, ya que eres sacerdote - en efecto eres “estirpe real”, y de ti es dicho que eres “sacerdocio santo” - constrúyete “trompas metálicas” desde las Sagradas Escrituras, de aquí extrae (duc) los verdaderos significados, de aquí tus discursos; justamente por ello, en efecto, ellos se llaman tubae ductiles. En ellas canta, es decir canta con salmos, himnos y cantos espirituales, canta con los símbolos de los profetas, con los misterios de la ley, con la doctrina de los apóstoles”.[11]

En la tercera Homilía sobre el Génesis, el “pueblo electo que Dios ha adquirido” debe acoger en sus orejas la digna circuncisión de la Palabra de Dios: “Ustedes, pueblo de Dios”, afirma Orígenes, “pueblo elegido en posesión para narrar las virtudes del Señor”, acoge la digna circuncisión del Verbo de Dios en vuestras orejas y sobre vuestros labios y en el corazón y sobre el prepucio de vuestra carne, y en general en todos vuestros miembros”.[12]

“Tú, pueblo de Dios”, todavía Orígenes añade en otro contexto, “eres convocado a escuchar la Palabra de Dios, y no como plebs, sino como rex. A ti en efecto es dicho: “Estirpe real y sacerdote, pueblo que Dios ha elegido”.[13]

La acogida de las Escrituras es decisiva para una plena participación a la “estirpe sacerdotal”. Interpretando alegóricamente Ezequiel 17, Orígenes ilustra a sus fieles dos posibilidades, entre ellas contrapuestas: la alianza con Nabucodonosor – marcada por la maldición y el exilio - característica de quien rechaza la Palabra; o bien la alianza con Dios, cuya credencial distintiva es precisamente la acogida de las Escrituras. A esta alianza sigue la bendición y la promesa: así “todos nosotros, que hemos acogido la Palabra de Dios, somos regium semen”, Orígenes declara en la duodécima Homilía sobre Ezequiel. “En efecto somos llamados “estirpe electa y sacerdocio real, nación santa, pueblo que Dios ha adquirido”.[14]

 

 

2.3. Sacerdocio de los fieles y “jerarquía de la santidad”

 

Estas condiciones - de íntegra conducta de vida, pero sobre todo de acogida y de estudio de la Palabra - establecen una real “jerarquía de la santidad”[15] en el común sacerdocio de los cristianos.

Por ejemplo, Orígenes piensa claramente en una “jerarquía de méritos espirituales”, más que en una “jerarquía visible”, cuando, concluyendo en la cuarta Homilía sobre los Números la explicación sobre el censo y los oficios litúrgicos de los levitas (Números 4) afirma: “Puesto que  es este el modo con  el cual Dios dispensa sus misterios y regula el servicio de los objetos sagrados, debemos mostrarnos tales, que seamos hechos dignos del rango sacerdotal […]. Nosotros somos en efecto “nación santa, sacerdocio real, pueblo de adopción,” porque, respondiendo con los méritos de nuestra vida a la gracia recibida, somos considerados dignos del sagrado ministerio”.[16]

En la Homilía sucesiva, la quinta sobre los Números, aventurándose en una audaz interpretación del texto (Números 4,7-9) él lee de modo alegórico los varios elementos que constituyen la “Carpa del Encuentro”.Se puede captar todavía alguna alusión a la “jerarquía de la santidad” cuando el homilético afirma que “están en esta carpa”, es decir en la Iglesia del Dios viviente”, personajes más elevados en mérito y superiores en la gracia”. En todo caso, todos los fieles en su conjunto constituyen el “resto”, es decir el pueblo de los santos que los ángeles llevan sobre sus manos para que su pie no tropiece en la piedra, y puedan entrar en el lugar de la promesa. A pesar de las severas precauciones levíticas, a cada uno de ellos es lícito contemplar sin sacrilegio algunos aspectos del misterio de Dios, porque todos juntos son llamados “estirpe y sacerdocio real, nación santa, pueblo que Dios ha adquirido”.[17]

Siempre en las Homilías sobre los Números se lee la célebre interpretación de Orígenes del pozo de Beer, “del cual el Señor dijo a Moisés: “Reúne al pueblo, y yo le daré el agua”. Entonces Israel cantó este canto: “¡brota oh pozo: cántenlo! Pozo que los príncipes han cavado, que los reyes del pueblo han perforado con el cetro, con sus bastones” (Números 21,16-18). Orígenes ve en este pozo al propio Jesucristo, la fuente de la Palabra, y en la referencia a los príncipes y a los reyes del pueblo los distintos grados de profundidad en la lectura y en la interpretación de las Escrituras. Si luego es necesario distinguir entre príncipes y rey, Orígenes propone ver en los príncipes a los profetas, en los reyes los apóstoles. “En cuanto al hecho que los apóstoles puedan ser llamados  rey”, explica el alejandrino, “esto se puede fácilmente extraer de aquello que está dicho de todos los creyentes: “Ustedes son estirpe real, sumo sacerdocio, nación santa”.[18]

Permanece confirmado en todo caso que para Orígenes la jerarquía más verdadera es la que se basa en los distintos niveles de acogida de las Escrituras, mientras que queda implícito - al menos en la última Homilía citada - que la referencia a la Palabra de Dios es indispensable para el ejercicio del “real sacerdocio” común a todos los fieles.

 

 

2.4. La “jerarquía ministerial”

 

En sus homilías Orígenes se refiere explícitamente a los obispos, a los presbíteros y a los diáconos. A su parecer, tal “jerarquía visible” tiene que representar a los ojos de los fieles la “jerarquía invisible” de la santidad. En otras palabras, en la doctrina de Orígenes ordenación ministerial y santidad deben proceder de igual paso.

“Los sacerdotes”, escribe en la sexta Homilía sobre el Levítico, “tienen que mirarse en los preceptos de la ley divina como en un espejo, y extraer de éste examen el grado de su mérito: si se encuentran revestidos de los indumentos pontificales […] si a ellos les resulta que están al nivel [de su vocación] en la ciencia, en los actos, en la doctrina; entonces pueden creer de haber conseguido no sólo el sumo sacerdocio de nombre, sino también por su mérito efectivo. De otra manera se consideren como en un rango inferior, aunque hayan recibido de nombre el primer rango”.[19]

Como se ve, una estima muy alta por el sacerdocio ordenado hace a Orígenes muy exigente, casi radical, con respecto a los sagrados ministros. Por ello pone en guardia a cualquiera del precipitarse “a aquellas dignidades, que vienen de Dios, y a las presidencias y a los ministerios de la Iglesia”.[20] Y en la segunda Homilía sobre los Números pregunta con dolor: “¿Tú crees que quienes tienen el título de sacerdote, que se glorían de pertenecer al orden sacerdotal, caminan según su orden, y hacen todo lo que conviene a su orden? Al mismo modo, ¿crees tú que los diáconos caminan según el orden de su ministerio? ¿Y de dónde surge entonces que se siente con frecuencia a la gente quejarse, y decir: “Mira a este obispo, a este cura, a este diácono...?” ¿No se dice, quizás porque se ve al sacerdote o el ministro de Dios faltar a los deberes de su orden?”.[21]

Así en sus homilías él no titubea a reprochar abiertamente los defectos más llamativos de los sacerdotes de su tiempo. Emerge para nosotros un eficaz retrato “en negativo” sobre los peligros que hay que evitar en la formación de los presbíteros.

 

Un punto débil de los sacerdotes es, según Orígenes, la sed de dinero y ganancias temporales; en fin - nosotros diríamos - la tentación del aburguesamiento y del horizontalismo exasperado. Él lamenta que los sacerdotes se dejen absorber por las preocupaciones profanas, y no pidan otra cosa que transcurrir la vida presente “pensando en los asuntos del mundo, en las ganancias temporales y en la buen comida”.[22] Y añade, en otro contexto: “Entre nosotros eclesiásticos se encontrará quien hace de todo para satisfacer su estómago, para ser honrado y para recibir a su ventaja las ofertas destinadas a la Iglesia. Aquí están aquellos que no hablan de otra cosa que del estómago y que sacan de allí todas sus palabras....”[23]

 

Orígenes también reprocha a los sacerdotes la arrogancia y la soberbia. “A veces”, observa en la segunda Homilía sobre el libro de los Jueces, “se encuentran entre nosotros - que estamos puestos como ejemplo de humildad y situados alrededor del altar del Señor como espejo para quienes nos miran - se encuentran algunos hombres de los cuales se exhala el vicio de la arrogancia. Así un olor repugnante de orgullo se expande desde el altar del Señor”.[24] Y continúa en otro lugar: “¡Cuántos sacerdotes ordenados se han olvidado de la humildad! ¡Cómo si hubieran sido ordenados justamente para dejar de ser humildes! [...] Te han establecido como jefe: no te exaltes, sino que seas entre los tuyos como uno de ellos. Es necesario que tú seas humilde, es necesario que tú seas humillado; es necesario huir de la soberbia, cumbre de todos los males”.[25]

 

Otros pecados de los sacerdotes son, según Orígenes, el desprecio - o al menos una menor consideración - de los humildes y de los pobres, y en las relaciones con los fieles una especie de “alternancia” entre una excesiva severidad y una no menos excesiva indulgencia.

 

 

3. Conclusiones provisorias

 

Si recogemos las indicaciones que Orígenes proporciona sobre el sacerdocio común y sobre el jerárquico, podemos extraer el siguiente itinerario de formación presbiteral.

La “credencialpara acceder a este itinerario es el “candil encendido,” es decir la escucha de la Palabra. Otra condición indispensable son los costados “ceñidos con un cinturón” y los “indumentos sacerdotales” o sea una vida íntegra y pura: al respecto, los ministros ordenados tendrán que evitar sobre todo las tentaciones del aburguesamiento, de la soberbia, de la menor consideración de los pobres, de la severidad excesiva y del laxismo. Aquello que es solicitado a los sacerdotes es pues la radical obediencia al Señor y a su Palabra, el desapego del espíritu del mundo, la plena fraternidad con el pueblo. La cumbre del camino de perfección - es decir el punto de llegada del itinerario de formación sacerdotal, visto que “jerarquía de la santidad” y “jerarquía ministerial” tienen que identificarse - es para Orígenes el martirio.

En la novena Homilía sobre el Levítico - aludiendo al “fuego para el holocausto”, es decir a la fe y a la ciencia de las Escrituras, que nunca debe apagarse sobre el altar de quien ejerce el sacerdocio -[26] el Alejandrino añade: “Pero cada uno de nosotros tiene en sí” no solamente el fuego; “también tiene el holocausto, y de su holocausto enciende el altar, para que siempre arda. Yo, si renuncio a todo lo que poseo y tomo mi cruz y sigo a Cristo, ofrezco mi holocausto sobre el altar de Dios; y si entregara mi cuerpo para que arda, teniendo la caridad, y  conseguiré la gloria del martirio, ofrezco mi holocausto sobre el altar de Dios”.[27]

Son expresiones que revelan toda la nostalgia de Orígenes por el bautismo de sangre. En la séptima Homilía sobre los Jueces - que remonta quizás a los años de Felipe el Árabe (244-249) cuando parecía ya esfumada la eventualidad de un testimonio cruento - él exclama: “Si Dios me permitiera ser lavado en mi propia sangre, así de recibir el segundo bautismo habiendo aceptado la muerte por Cristo, me alejaría seguro de este mundo [...] Pero son dichosos quienes merecen estas cosas”.[28]

 

Concluyo con una observación global sobre el itinerario de Orígenes de formación sacerdotal.

No se puede escapar de la impresión que en este, como en otros ámbitos, la posición de Orígenes sea muy exigente, o hasta radical.

En todo caso su reflexión sobre el sacerdocio (como también la de otros maestros alejandrinos: se vea al respeto Clemente Alejandrino),[29] incluso relacionando firmemente la “jerarquía ministerial” con la “jerarquía de la perfección”, no presenta nunca al sacerdote como una especie de ángel: lo pone más bien en un camino muy concreto de ascesis cotidiana, en lucha con el pecado y con el mal.

Sólo para dar un ejemplo, la progresiva separación del mundo que tiene que caracterizar la formación del sacerdote, no se traduce para nada en la búsqueda afanosa de un lugar separado del mundo, porque, Orígenes escribe en la duodécima Homilía sobre el Levítico, “no es en un lugar que es necesario buscar el santuario, sino en los actos y en la vida y en las costumbres. Si ellos están según Dios, si se conforman a los mandamientos de Dios, importa poco que tú estés en casa o “en la plaza”; que digo “¿en la plaza?” Poco importa hasta que te encuentres en el teatro: si estás sirviendo al Verbo de Dios tú estás en el santuario, no tengas ninguna duda”.[30]

 

En fin la tradición alejandrina enriquece de concreto - por una vía quizás inesperada - la imagen del pastor delineada por Ignacio de Antioquia y por Juan Crisóstomo.

 

 



[1] Bibliografía de base: ver arriba, nota 39.

 

[2] Naturalmente se trata de acentuaciones, no de enseñanzas unilaterales y exclusivas, como demuestra por ejemplo el hecho que Orígenes, maestro de la alegoría y  de la interpretación espiritual de la Biblia, es estudioso como los demás pero atento a la letra del texto sagrado. Para una profundización de las cuestiones envío nuevamente a E. DAL COVOLO (cur.), Storia della teologia..., pp. 181-203 («Esegesi biblica e teologia tra Alessandria e Antiochia») y p. 520, nota 11. Se vea además H. CROUZEL, La Scuola di Alessandria e le sue vicissitudini, en ISTITUTO PATRISTICO AUGUSTINIANUM (cur.), Storia della teologia, 1. Età pa­tristica, Casale Monferrato 1993, pp. 179-223; J.J. FERNáNDEZ SANGRADOR, Los orígenes de la comunidad cristiana de Alejandría (= Plenitudo Temporis, 1), Salamanca 1994.

 

 

 

[3] Cf. M. SIMONETTI, Lettera e/o allegoria. Un contributo alla storia dell'esegesi patristica (= Studia Ephemeridis «Augu­stinianum», 23), Roma 1985, pp. 271-280.

 

 

 

[4] Ver arriba, notas 12-13 y contexto.

 

 

 

[5] Para una introducción a Orígenes, luego el volumen de H. CROUZEL, Origene (= Cultura cristiana antica) (ed. francés, París 1985), Roma 1986, ver M. MARITANO, en G. BOSIO - E. DAL COVOLO - M. MARITANO, Introduzione ai Padri della Chiesa. Secoli II e III (= Strumenti della Corona Patrum, 2), Turín 19953, pp. 290-395 (con bibliografía). Sobre la ordenación sacerdotal de Orígenes ver últimamente M. SZRAM, Il problema dell'ordinazione sacerdotale di Origene [en idioma polaco], «Vox Patrum» 10 (1990), pp. 659-670.

 

 

[6] Además de los trabajos de J. Lécuyer y de A. Vilela (citados más adelante, nota 76), sobre el sacerdocio en Orígenes Cf. sobre todo – después H.U. von BALTHASAR, Parole et mystère chez Origène, París 1957, pp. 86-94 (ver la trad. ital. en ID., Origene: il mondo, Cri­sto e la Chiesa [= Teologia. Fonti, 2], Milano 1972, pp. 60-65), a la cual Vilela frecuentemente se refiere - Th. SCHÄFER, Das Priester-Bild im Leben und Werk des Origenes, Frankfurt 1977 y las síntesis de H. CROUZEL, Origene, pp. 299-301, y de L. PADOVESE, I sacerdoti dei primi secoli..., pp. 52-66. Ver en fin A. QUACQUARELLI, I fondamenti della teologia comuni­taria in Origene: il sacerdozio dei fedeli, en S. FELICI (cur.), Sacerdozio battesimale e formazione teologica nella catechesi e nella testimonianza di vita dei Padri (= Biblioteca di Scienze Religiose, 99), Roma 1992, pp. 51-59; Th. HERMANS, Origène. Théologie sacrificielle du sacerdoce des chrétiens (= Théologie historique, 102), París 1996.

 

 

[7] ORIGENE, Omelia sul Levitico 9,1, ed.  M. BORRET, SC 287, París 1981, pp. 72-74.

 

 

[8] Ibidem 4,6, ed. M. BORRET, SC 286, París 1981, p. 180.

 

[9] Ibidem.

 

[10] Para comprender la interpretación origeniana de los «costados ceñidos con un cinturón» es útil citar un pasaje del primer tratado Sobre la Pascua descubierto en Tura en el 1941, allí donde  el Alejandrino explica el significado de los «costados ceñidos con un cinturón» para la cena pascual (Éxodo 12,11). «Nos es ordenado», comenta Orígenes, «ser puros de encuentros corpóreos, esto significando el cíngulo  del costado. [La Biblia] nos enseña a poner una atadura alrededor del lugar seminal, y nos ordena frenar los impulsos sexuales cuando formamos parte de las carnes de Cristo» (Cf. O. GUÉRAUD-P. NAUTIN, Origène. Sur la Pâque. Traité inédit publié d'après un papyrus de Toura [= Christianisme antique, 2], París 1979, p. 74. La traducción es de G. SGHERRI, Origene. Sulla Pasqua. Il papiro di Tura [= Letture cristiane del primo millennio, 6], Milán 1989, p. 107, también una mención para el comentario. Cf. por último E. DAL COVOLO, Origene: sulla Pasqua, «Ricerche Teologiche» 2 (1991), pp. 207-221).

 

 

 

[11] ORIGENE, Omelia su Giosuè 7,2, ed. A. JAUBERT, SC 71, París 1960, p. 200.

[12] ID., Omelia sulla Genesi 3,5, ed. L. DOUTRELEAU, SC 7 bis, París 1976, p. 130. El pasaje evoca por algunos aspectos la doctrina de Orígenes de los sentidos espirituales, sobre los cuales ver K. RAHNER, I «sensi spirituali» secondo Origene, en ID., Teologia dell'esperienza dello Spirito (= Nuovi Saggi, 6), Roma 1978, pp. 133-163. Más en general sobre la exégesis de Orígenes ver últimamente T. HEIT­HER, Origenes als Exeget. Ein Forschungsüberblick, en G. SCHÖLLGEN - C. SCHOLTEN (curr.),Stimuli. Esegese und ihre Hermeneutik in Antike und Christentum. Festschrift für Ernst Dassmann, Münster Westfalen 1996, pp. 141-153.

 

 

[13] ORIGENE,  Omelia sui Giudici 6,3, ed. P. MESSIÉ-L. NEYRAND-M. BORRET, SC 389, París 1993, p. 158. Por otra parte, según Orígenes es sacerdote cualquiera que posee la ciencia de la ley divina, «et, ut breviter explicem, qui legem et secundum spiritum et secundum litteram novit»: ID., Omelia sul Levitico 6,3, ed. M. BORRET, SC 286, p. 280.

 

 

[14] ID., Omelia su Ezechiele 12,3, ed. M. BORRET, SC 352, París 1989, p. 386.

 

[15] J. LÉCUYER, Sacerdoce des fidèles et sacerdoce ministériel chez Origène, «Vetera Christianorum» 7 (1970), p. 259; A. VI­LELA, La condition collégiale des prêtres au III siècle (= Théologie historique, 14), París 1971, pp. 79-83.

 

 

[16] ORIGENE, Omelia sui Numeri 4,3, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 30, Leipzig 1921, p. 24; Cf. A. MÉHAT, SC 29, París 1951, p. 108: «Origène songe plus à la hiérarchie des mérites qu'à la hiérarchie visible».

 

 

[17] ORIGENE, Omelia sui Numeri 5,3, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 30, pp. 28s

 

[18] Ibidem 12,2,  p. 99.

[19] ID., Omelia sul Levitico 6,6,  ed. M. BORRET, SC 286, pp. 290-292.

[20] ID., Omelia su Isaia 6,1, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 33, Leipzig 1925, p. 269

 

[21] ID., Omelia sui Numeri 2,1, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 30, p. 10.

 

[22] ID., Omelia su Ezechiele 3,7, ed. M. BORRET, SC 352, Paris 1989, p. 140.

 

[23] ID., Omelia su Isaia 7,3,  ed. W.A. BAEHRENS, GCS 33, p. 283.

 

[24] ID., Omelia sul libro dei Giudici 2,2, ed. W.A. BAEHRENS, GCS 30, p. 481.

 

[25] ID., Omelia su Ezechiele 9,2, ed. M. BORRET, SC 352, pp. 304-306.

 

[26] Ver arriba, nota 68 y contexto.

 

[27] ID., Omelia sul Levitico 9,9, ed. M. BORRET, SC 287, p. 116.

 

[28] ID., Omelia sui Giudici 7,2, ed. P. MESSIÉ-L. NEYRAND-M. BORRET, SC 389, pp. 180-182. Sobre la martirología de Orígenes ver E. DAL COVOLO, Appunti di escatologia origeniana con particolare riferimento alla morte e al martirio, «Sale­sianum» 51 (1989), pp. 769-784; ID., Morte e martirio in Origene, «Filosofia e Teologia» 4 (1990), pp. 287-294; ID., Note sul­la dottrina origeniana della morte, en R.J. DALY (cur.), Origeniana Quinta (= Bibliotheca Ephemeridum Theologicarum Lo­vaniensium, 105), Leuven 1992, pp. 430-437; T. BAUMEISTER, La teologia del martirio nella Chiesa antica (= Traditio Christiana, 7), Turín 1995, pp. 138-151 (ver también la bibliografía, pp. XXIX-XXXIX). Ver en  fin la nota 2, pp. 180-181, de la citada edición de P. MESSIÉ-L. NEYRAND-M. BORRET, SC 389.

 

 

[29] «Los grados de la Iglesia de aquí abajo, obispos, presbíteros, diáconos, creo, son un reflejo de la jerarquía angélica y de aquella econo­mía que, como dicen las Escrituras, espera a aquellos que siguen las huellas de los apóstoles han vivido en perfecta justicia según el evangelio»: CLEMENTE AL., Stromati 6,13,107,2, ed. O. STÄHLIN-L. FRÜCHTEL-U. TREU, GCS 524, Berlín 1985, p. 485.

 

 

[30] ORIGENE, Omelia sul Levitico 12,4, ed. M. BORRET, SC 287, p. 182.