Beato Ciriaco-Elías de la Sagrada Familia Chavara
(1805 – 1871)
El 2 de enero de 1871, víspera de su muerte, el
padre Ciriaco Elías de la Sagrada Familia decía lo siguiente a los miembros del
Instituto monástico que dirigía: «¿Por qué estáis afligidos? Todo hombre, quien
quiera que sea, debe partir un día u otro. Para mí, ha llegado la hora... Desde
que mis piadosos padres me enseñaron a invocar con frecuencia los santos
nombres de Jesús, María y José, su patrocinio me ha protegido sin cesar, y
siento que, por la gracia de Dios, nunca he perdido la gracia santificante que
recibí en el bautismo... No os aflijáis ni os turbéis a causa de mi partida.
Someteos plenamente y de todo corazón a la sagrada voluntad de Dios. Porque
Dios es extremadamente e infinitamente misericordioso... Que reine aquí y entre
todos vosotros una perfecta caridad... Si actuáis de ese modo, procuraréis
gloria a Dios y salvación a las almas, y nuestra Congregación seguirá siendo
próspera».
Los cristianos de
Santo Tomás
Beatificado el 8 de febrero de
1986 por el Papa Juan Pablo II, el monje que hablaba en esos términos había
nacido el 8 de febrero de 1805, en el pueblo de Kainagary, en Kerala (estado
del sur de la India). Sus padres, Ciriaco y María Chavara, notables de la
región, tienen ya un varón y cuatro hijas. Según la costumbre, el pequeño, que
recibe el nombre de Ciriaco, como el del padre, es consagrado a la Santísima
Virgen el 8 de septiembre siguiente, festividad de la natividad de María, en el
santuario de Nuestra Señora de Vechour. Más tarde, escribirá: «Mi madre me
enseñó algunas oraciones que me hacía rezar, arrodillado a su lado, en las
primeras horas de la noche». Ciriaco recibe, por tanto, una herencia cristiana
muy antigua, pues en la India el cristianismo se remonta a la época de los
apóstoles. Según cuenta una tradición, el apóstol Santo Tomás llegó a Kerala,
situada en la costa oeste del sur de la India, hacia el año 52, evangelizando
la región hasta su martirio, que aconteció el 3 de julio del año 72 en
Mylapore, en la costa este. Su sepulcro se conserva en Madras, ciudad de la
costa oriental. Las comunidades que fundó son aún florecientes, y sus miembros
reciben el nombre de «cristianos de Santo Tomás».
Hasta el siglo XVI, la liturgia
de aquellos cristianos se celebraba según el rito siromalabar, rito oriental
procedente de Antioquía de Siria (situada actualmente en Turquía). La sede de
Antioquía es, junto con la de Alejandría, una de las dos sedes orientales de
origen apostólico que vieron reconocida su autoridad patriarcal a partir del
Concilio de Nicea (325). Así pues, el rito siromalabar es muy antiguo, y se
celebra en lengua siriaca. Difiere del rito latino en la forma de los
ornamentos litúrgicos, en el calendario festivo y de los ayunos, en las
ceremonias sacramentales, etc. Tras su llegada a la India en el siglo XVI, los
portugueses introdujeron la liturgia romana (llamada latina) y, desde entonces,
ambos ritos, el latino y el siromalabar, coexisten.
Desde su tierna infancia, Ciriaco
Chavara da muestras de ser muy piadoso y extraordinariamente inteligente. Entre
los 5 y los 11 años se educa en la escuela de su pueblo, y su gran aspiración
es ayudar a Misa (en rito siromalabar). Cuando Ciriaco cumple once años, al
comprobar en él ciertos signos de vocación sacerdotal, el padre Tomás Palackal
se lo lleva al seminario de Pallipuram, del que es director; en 1817, el joven
recibe la tonsura clerical. Poco tiempo después fallecen sus padres y su
hermano. Sus tíos pretenden que abandone la vía del sacerdocio, para que se
ocupe de los intereses de su familia, en especial de la hija pequeña que ha
dejado su hermano; pero, después de atender a la educación de su sobrina,
Ciriaco continúa sus estudios en el seminario. Uno de sus compañeros escribirá
lo siguiente acerca de él: «En el seminario, Ciriaco Chavara llevó una vida
ejemplar de amor a Dios, de dulzura, de humildad, de obediencia y de amor
fraterno; todos sus camaradas le admiraban y le apreciaban». Algún tiempo
después, el joven seminarista se traslada, junto con dos compañeros, al
seminario central de Verapoly, donde estudia latín y portugués, siendo ordenado
presbítero a los 24 años, el 29 de noviembre de 1829, por el vicario apostólico
del lugar, monseñor Stabilini.
Monjes misioneros
Por aquella época, el padre Palackal
y su amigo el padre Perukkara, ilustres sacerdotes conocidos por su talento y
santidad, proyectan retirarse en la soledad para vivir como los eremitas de
antaño. Monseñor Stabilini se toma en serio aquel deseo y les sugiere que
funden un instituto religioso indígena. Ciriaco, fascinado también por el mismo
ideal, se une a ellos tras la aprobación del obispo. El 11 de mayo de 1831, se
pone la primera piedra del convento de Mannanam, dedicado a San José. Otros
sacerdotes y seminaristas ingresan también en la incipiente comunidad, la cual
funda un seminario anejo al convento. Aquel seminario atenderá durante medio
siglo las necesidades de los siromalabares de Kerala, necesidades apremiantes
por cuanto anteriormente la formación demasiado rudimentaria de los presbíteros
acarreaba una notable falta de instrucción a los fieles.
En 1844, el padre Ciriaco recibe
el encargo del vicario apostólico de Verapoly de examinar a todo el clero de su
rito en lo referente a admisiones a las ordenaciones y a su potestad de
confesar y de predicar. Aquel mismo año, en su anhelo por publicar obras
católicas en malayalam (lengua de la región), manda fabricar una prensa de
imprenta de madera, en la actualidad fuera de uso pero piadosamente conservada,
gracias a la cual se publicaron numerosas obras religiosas, así como una
revista mensual titulada La flor del Carmelo y un periódico: El
Deepika. En 1846, tras la muerte de los dos primeros fundadores de aquella
comunidad monástica, el padre Chavara es elegido superior. Además de dedicar
una gran parte de su vida a la contemplación, los padres del Instituto de
Mannanam predican, según los deseos del vicario apostólico, retiros y misiones
parroquiales. Con el fin de realizar dicho apostolado, el propio padre Ciriaco
recorre casi todas las iglesias de Kerala. De ese modo, asociando vida
apostólica y observaciones monásticas, la nueva comunidad se constituye en
centro vivo de edificación del pueblo cristiano.
Algo radicalmente
diferente
La importancia de la vida
monástica para el cristianismo fue subrayada hace algunos años por el
presidente de la conferencia episcopal de la India, monseñor Powathil,
arzobispo siromalabar de Changannacheri, en Kerala: La generación «postmoderna»
busca la experiencia de Dios en las religiones orientales y exige una auténtica
espiritualidad. En el transcurso del primer milenio, la vida religiosa iba
destinada a dar una intensa experiencia de Dios y un testimonio al mundo. Era
una práctica que mantenía la dimensión contemplativa y escatológica de la vida
cristiana en el centro de la vida, y el monje era un modelo privilegiado de
santidad. Debemos restablecer el monaquismo en el corazón de la Iglesia de hoy,
tanto al este como al oeste. El mundo «postmoderno» sólo puede ser atraído por
algo que resulte radicalmente diferente de sus modelos de consumo
individualistas y superficiales. Lo único que puede darle la verdadera
autenticidad y la comunión que busca desesperadamente es el monaquismo
cristiano (cf. La Iglesia en peligro en el mundo, nº 87, 1995).
«Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del
mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a
Dios y las cosas del espíritu, escuelas de fe... para la edificación de la vida
eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de aquella celestial» (Juan
Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 25 de marzo de 1996,
6).
Gracias a una vida espiritual
intensa, el Instituto que dirige el padre Ciriaco Elías se desarrolla hasta el
punto de erigirse en congregación el 8 de diciembre de 1855, primer aniversario
de la promulgación del dogma de la Inmaculada Concepción: la «Congregación de
los Siervos de María Inmaculada del Monte Carmelo», más conocida con el
apelativo de «Carmelitas descalzos de la orden tercera». En la actualidad
cuenta con más de 1.500 miembros, y en vida del padre Chavara, además del
convento de Mannanam, se fundaron otras siete casas de la nueva congregación.
Un obispo de su
mismo rito
Pero se aproxima una prueba. En
mayo de 1861, llega a Kerala el obispo Tomás Rocos, enviado por el patriarca
caldeo de Bagdad para informarse de la situación de la Iglesia católica
siromalabar en esa región. En efecto, hasta finales del siglo XVI, los
«cristianos de Santo Tomás» habían sido gobernados por los prelados caldeos de
Mesopotamia. Pero a partir de entonces, bajo la influencia de los portugueses,
les habían sucedido prelados latinos. En 1858, surge un conflicto entre el
nuevo vicario apostólico de rito latino de Kerala, monseñor Baccinelli, y
algunos sacerdotes siromalabares. En medio de su descontento, estos últimos
recurren al patriarca caldeo José VI Audo, que solicita permiso de Roma para
nombrar un obispo para los siromalabares. La respuesta es negativa, pero, a
pesar de ello, el patriarca consagra a monseñor Rocos, dirigiéndose luego a
Roma con la esperanza de salirse con la suya.
A su llegada a Kerala, monseñor
Rocos se esmera en persuadir a los católicos de la legitimidad de su misión,
diciendo que la Santa Sede ha encargado al patriarca caldeo que lo consagrara
obispo en beneficio de sus cristianos. Aquellas falaces pretensiones hacen
vacilar a los fieles y son la causa de grandes divisiones; en poco tiempo, la
mayoría de los parroquianos siromalabares se separan de su legítimo pastor de
rito latino, el vicario apostólico de Verapoly, y se alinean bajo la autoridad
del obispo intruso. En realidad, tanto los fieles como los sacerdotes se
sienten contentos de acoger a un obispo de su mismo rito, pues era algo que
estaban deseando desde hacía mucho tiempo, por lo que secundan lo mejor que
pueden las intenciones y los procedimientos de monseñor Rocos. De un total de
154 parroquias siromalabares, 86 se ponen totalmente de parte del obispo Rocos,
y 30 parcialmente; solamente 38 permanecen fieles a la autoridad legítima.
Los religiosos del padre Chavara,
sin embargo, no se adhieren a aquel principio de cisma. Monseñor Rocos intenta
entonces ganarse al padre Ciriaco y le propone la consagración episcopal, pero
el humilde monje le responde que él quiere salvar el alma y no ser comprado
para convertirse en obispo. Por su parte, el vicario apostólico de Verapoly se
apoya en el padre Ciriaco y le nombra vicario general para los siromalabares,
con poderes extraordinarios a fin de poner remedio a aquella situación.
Pretenderá incluso que Roma le nombre obispo, pero será un deseo que no verá
cumplido. El padre Chavara envía entonces una súplica al Papa para preguntarle
qué línea deben seguir los siromalabares. La respuesta, fechada el 5 de
septiembre de 1861, indica claramente que el obispo Rocos había llegado a
Karala a pesar de la prohibición de la Sede Apostólica. Además, unos días más
tarde, el patriarca José VI Audo escribe a su vez desde Roma a monseñor Rocos
pidiéndole que regrese a Mesopotamia.
El padre Chavara y los demás
sacerdotes de su congregación se ponen entonces manos a la obra, yendo de
parroquia en parroquia para desbaratar las pretensiones de Rocos y conducir
nuevamente a los fieles a la obediencia hacia el verdadero pastor, el vicario
apostólico de Verapoly. Luego, haciendo uso de su talento y de su tacto, el
padre Ciriaco convence al obispo intruso para que abandone la región y consigue
que el vicario apostólico le proporcione el dinero necesario para pagarle el
viaje de vuelta. De ese modo, al cabo de un año todas las parroquias
disidentes, arrancadas de aquel desastroso cisma, han retornado bajo la
jurisdicción de su legítimo obispo. Monseñor Rocos, que había sido excomulgado
por el vicario apostólico, acabará sometiéndose y obteniendo el perdón. Y el
Papa Pío IX testimoniará su enorme satisfacción al padre Ciriaco Chavara, por
haberle ahorrado a la Iglesia el grave perjuicio que habría supuesto un cisma.
Al tratarse de un «rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con
los miembros de la Iglesia a él sometidos» (Catecismo de la Iglesia Católica,
2089), parece ser que el cisma es, en efecto, según Santo Tomás de Aquino, el
mayor de los pecados contra el prójimo (Suma teológica, 2-2, 39, 2 ad
3).
Fidelidad absoluta
Si el padre Chavara supo llevar a
buen término aquella tarea de reconciliación, así como las demás obras que
emprendió, fue ciertamente por su prudencia, por sus excepcionales cualidades y
por la eficacia de su elocuencia, pero por encima de todo por su vida de
santidad. Todos los que le conocieron quedaron impresionados de su profunda
humildad, de su extraordinaria caridad y de su filial obediencia a su obispo,
pues era absolutamente fiel a la Iglesia Católica y al Papa. Con lágrimas en
los ojos, deploraba las pruebas y las persecuciones que debían soportar la
Iglesia y el Santo Padre, y ardía también en deseos de hacer resplandecer por
todas partes la luz del Evangelio, para asentar la Iglesia deseada por
Jesucristo.
«Nuestra misión más sagrada,
decía el Papa Juan Pablo II a los cristianos de Kerala, es construir la única
Iglesia deseada por Jesucristo en su oración sacerdotal: Que todos sean uno
(Jn 17, 21). En su significado más profundo, la unidad de la Iglesia es un don
del Padre a través de Jesucristo, manantial y centro de la comunión eclesial.
Es Jesucristo quien nos hace partícipes de su Espíritu, y el Espíritu vivifica
al cuerpo entero, lo unifica y lo impulsa. Esa unidad interna se explica
maravillosamente mediante las palabras del Apóstol: un solo Cuerpo y un solo
Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre
todos, por todos y en todos (Ef 4, 4-6). ¡Qué espléndidas e inspiradas
palabras!
Estas palabras proclaman, en
realidad, la misión de la Iglesia en cada época y en cada generación. Es un
deber sagrado de la Iglesia conservar esa unidad, que no es otra cosa que la
plenitud de la fidelidad a su Señor. Por eso debe esforzarse en restaurar esa unidad,
allí donde haya sido debilitada o empañada. Esa unidad fundamental no excluye
en absoluto la legítima diversidad. Vosotros sois testigos vivos de la
diversidad de las tradiciones litúrgicas y espirituales y de la disciplina
eclesiástica que constituyen el modelo de la presencia de la Iglesia en
Kerala...
Hermanos y hermanas, nos hallamos
incluidos en esta plegaria de Jesús: Que todos sean uno. Pero Jesús no
se detiene ahí y precisa la condición de esa unidad fundamental. En su
plegaria, nos dice: Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos
también sean consagrados en la verdad (Jn 17, 19). La unidad se basa en la
verdad, en la verdad de la palabra que Él nos ha revelado, en la verdad de cada
palabra del Padre...
Nuestra unidad es el manantial de
nuestro gozo y de nuestra paz. Por otra parte, la división y las discrepancias,
y especialmente el odio, se oponen por completo a la unidad; son malos y están
relacionados con el demonio. En la misma plegaria, Jesús pidió al Padre que
preservara a sus discípulos del Maligno (cf. Jn 17, 15). Así pues, la oración
sacerdotal, que exalta la belleza de la unidad, se convierte al mismo tiempo en
llamada ardiente para que todo lo que se opone a la unidad pueda ser superado.
De ese modo, se convierte en una oración de reconciliación» (Homilía del 7 de
febrero de 1986).
El padre Ciriaco trabaja con
todas sus fuerzas en el apostolado de la misericordia y de la reconciliación
por la salvación eterna de las almas. En una obra titulada Testamento de un
padre, compone una especie de canto que exalta el amor fraterno. «Los días
en que no hemos ayudado a nadie no merecen considerarse entre los días útiles
de nuestra vida». Cuando azotan las enfermedades contagiosas, muchos de los
sacerdotes guardan las distancias, pero el padre Ciriaco está siempre dispuesto
a visitar a los enfermos, a reconfortarlos y a administrarles los sacramentos.
Funda también una casa para acoger a los indigentes y cuidar de ellos, pero
practica sobre todo la caridad con aquellos que no hacen más que proferir
insultos e ingratitud hacia él, no guardándoles ningún rencor, sino
queriéndoles con un amor muy especial y considerándoles como bienhechores.
Una apariencia
angelical
En 1866, respondiendo a un deseo
de su vicario apostólico, el padre Chavara funda un convento de monjas
carmelitas de rito siromalabar, origen de la «Congregación de la Madre del
Carmelo», que cuenta actualmente con más de 4.500 religiosas. Hombre de acción
y apóstol incansable, el padre Ciriaco es ante todo un hombre de oración y
lleno del Espíritu Santo; el alimento de su vida es la oración, y sus obras
impresas o manuscritas dan testimonio de su unión con Dios. Durante los
momentos de meditación en comunidad, está tan absorto en la conversación con
Dios que se olvida de la hora que es. Además del rezo diario del Rosario, exige
de su comunidad que honre las sagradas llagas de Nuestro Señor, los dolores de
María y los gozos y las pruebas de San José.
La mayor parte de su tiempo libre
lo pasa ante el Santísimo Sacramento, y cuando se encuentra sumido en intensa
contemplación ante el sagrario, su rostro se transfigura y cobra una apariencia
angelical. En las casas de su Instituto, manda que se exponga el Santísimo
Sacramento durante la octava del Corpus. En Kerala instituye la práctica de las
Cuarenta horas, en recuerdo de las aproximadamente cuarenta horas transcurridas
entre la muerte de Jesús en la Cruz y su Resurrección; esta práctica consiste
en la exposición del Santísimo Sacramento durante cuarenta horas consecutivas.
Además, unas predicaciones especiales y un conjunto de ejercicios piadosos
predisponen a los fieles a adorar con mayor fervor a su divino Maestro en el
Sacramento de su amor, así como a reparar las injurias cometidas contra Él.
Esta práctica, instituida en 1534 por un religioso capuchino como reacción a
los ataques protestantes contra la Eucaristía, tiene lugar normalmente durante
los tres días anteriores a la Cuaresma, días de carnaval en que las gentes del
mundo se entregan a menudo a diversiones culpables.
Gracias al padre Chavara, la
práctica de las Cuarenta horas se extiende a las iglesias importantes y a todas
las comunidades religiosas de la región. La enorme devoción del padre Ciriaco
Elías hacia el Santísimo Sacramento hará que le llamen «el apóstol de la
Eucaristía». Pero, en su celo por el culto divino, trabaja también en la
revisión de los libros litúrgicos, con el fin de conseguir cierta uniformidad
en las diversas iglesias de rito siromalabar. Llega a escribir de su propia
mano, y con gran precisión, el texto completo de un oficio del breviario
simplificado, de recitación fácil, destinado a los sacerdotes, y encarga su
edición, así como las rúbricas de la Misa mayor y de las vísperas solemnes. De
ese modo contribuye a revalorizar el rito siromalabar, pero con el beneplácito
de Roma, pues, como escribirá Pío XII, «la reglamentación de la sagrada
liturgia depende por completo de la apreciación de la Sede Apostólica y de su
voluntad». Efectivamente, «ya que la sagrada liturgia es realizada en el más alto
grado por los presbíteros en nombre de la Iglesia, su ordenamiento, su
reglamentación y su forma no pueden dejar de depender de la autoridad de la
Iglesia» (Encíclica Mediator Dei, 20 de noviembre de 1947).
Unidad y armonía
A partir de 1869, el estado general
del padre Ciriaco, que padece dolores reumáticos, se deteriora de manera
alarmante. El 2 de enero de 1871, percatándose de su próximo final, recibe los
últimos sacramentos. Los miembros de su comunidad, reunidos junto a él, le
piden una última bendición, que él les concede pronunciando cada palabra de
forma tranquila y clara; a continuación, queda recogido en oración. El 3 de
enero, hacia las 7.30 horas, entrega su alma a Dios.
Con motivo de la beatificación
del padre Ciriaco Elías Chavara, el Papa Juan Pablo II decía: «No había ninguna
causa apostólica más preciada por el corazón de este hombre de fe que la unidad
y la armonía en el seno de la Iglesia. Era como si tuviera siempre presente en
el pensamiento la oración de Jesús en la noche anterior a su sacrificio en la
Cruz: Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos
también sean uno en nosotros (Jn 17, 21). La Iglesia recuerda hoy
solemnemente, con amor y gratitud, todos sus esfuerzos por resistir a las
amenazas de desunión y por animar al clero y a los fieles a mantener la unidad
con la Sede de San Pedro y la Iglesia universal. Al igual que ocurriera en
todas sus demás empresas, su éxito en este tema se debió sin duda alguna a la
intensa caridad y a la oración que caracterizaron su vida cotidiana, a su
íntima comunión con Jesucristo y a su amor por la Iglesia como cuerpo visible
de Jesucristo en la tierra» (8 de febrero de 1986).
Beato Ciriaco Elías de la Sagrada
Familia, recuérdanos que la Iglesia Católica es un cuerpo, el cuerpo de Jesús
visible en la tierra, que hay que mantener en la unidad, aquí donde nos
encontramos y en todos los sitios donde podamos llegar. Y te pedimos que
conduzcas a la unidad perfecta del Cielo a todos nuestro seres queridos, vivos
y difuntos.
Dom Antoine Marie osb
http://www.clairval.com/lettres/es/2000/11/08/3081100.htm