Jesús
dijo: “No he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo” (Jo. 12, 47).
Queridos Presbíteros:
La actual cultura occidental dominante, cada vez más
difundida en el mundo a través de los medios globalizados y la movilidad humana
– también en los países de otras culturas – presenta nuevos desafíos altamente
comprometedores en el campo de la evangelización. Se trata de una cultura
profundamente acentuada por un relativismo, que rechaza toda afirmación sobre
cualquier verdad absoluta y trascendente y, por eso, destroza también los
fundamentos de la moral y se cierra a cualquier religión. De esa manera se
pierde la pasión por la verdad, que se reduce a una “pasión inútil”. Por otra
parte, Jesús se presenta como la Verdad, el Logos universal, la Razón que
ilumina y explica todo cuanto existe. Posteriormente, el subjetivismo
individualista, que pone al centro de todo el propio yo, acompaña al
relativismo. Finalmente se llega al nihilismo, según el cual nada existe que
valga la pena para entregar la propia vida y, en consecuencia, la misma vida no
tiene en sí un verdadero sentido. Sin embargo, es necesario reconocer que la
actual cultura dominante, posmoderna, conlleva un grande y verdadero progreso
científico y tecnológico, que llena de estupor al ser humano, sobre todo, a los
jóvenes. Pero el uso de este progreso no tiene siempre, como motivo principal,
el bien del hombre y de todos los hombres. Le falta un humanismo integral, que
sería el que podría darle su verdadero sentido y finalidad. Podríamos hablar
todavía de otros aspectos de esta cultura: consumismo, libertinaje, cultura del
espectáculo y del cuerpo. Es patente que todo eso produce un laicismo que no
quiere la religión y hace todo lo que puede para debilitarla o, al menos, la
deja sólo en el ámbito privado de las personas.
Producto de esta cultura es la descristianización, tal
vez demasiado visible, en la mayoría de los países cristianos y, especialmente,
en aquellos de Occidente. Ha bajado el número de vocaciones sacerdotales.
Disminuido también el número de los presbíteros, sea por falta de vocaciones o
por el influjo cultural en el que viven. Todo esto podría conducir a la
tentación de un pesimismo descorazonador, que condena al mundo actual y que nos
induciría a retirarnos en la trincheras de la resistencia.
Sin embargo Jesús afirma: “No he venido a juzgar al
mundo, sino a salvarlo” (Jo. 12, 47). No podemos perder el ánimo ni tener miedo
a la sociedad actual o simplemente condenarla. ¡Hay que salvarla! Cada cultura
humana – también la actual – puede ser evangelizada. En cada cultura existen
las “semina Verbi”, como horizontes de apertura al Evangelio. Con toda
seguridad también existen en nuestra actual cultura. Sin duda, también los así
llamados “post-cristianos” podrían sentirse tocados y podrían reabrirse si
fueran acompañados hacia un verdadero encuentro personal y comunitario con la
persona de Jesucristo. En tal encuentro, cada persona humana de buena voluntad
puede allegarse a El. El ama a todos y llama a la puerta de todos porque quiere
salvar a todos sin excepción. El es la Vida, la Verdad y la Vida. Es el único
mediador entre Dios y los hombres.
Queridísimos Presbíteros, nosotros, pastores, hoy somos
llamados, con gran urgencia, a realizar la misión, sea “ad gentes”, sea en las regiones
de países cristianos en los que tantísimos bautizados se han alejado al no
participar en nuestras comunidades o, quizás, han perdido la fe. No podemos
tener miedo o quedarnos inmóviles dentro de nuestra casa. El Señor ha dicho a
sus discípulos: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? (Mat. 8, 26). “Que
no se turbe vuestro corazón. Tened fe en Dios y tened fe en mi” (Jo. 14, 1).
“No se enciende una luz para ponerla debajo del celemín sino sobre el candelero
para que alumbre a todos los que están en la casa” (Mt. 5,15) “Id a todo el
mundo y predicar el Evangelio a toda creatura” (Mt. 16, 15). “Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).
No esparciremos la semilla de la Palabra de Dios sólo
desde la ventana de nuestra casa parroquial, sino que iremos al campo abierto
de nuestra sociedad, comenzando por los más pobres, llegando a todos los
niveles e instituciones de la sociedad. Iremos a visitar a las familias, a
todas la personas, iniciando sobre todo por los bautizados alejados. Nuestro
pueblo quiere sentir la proximidad de su Iglesia. Lo haremos yendo hacia la
sociedad actual, con gozo y entusiasmo, seguros de la presencia del Señor en
medio de nosotros y convencidos de que será El quien llamará a las puertas de
los corazones de aquellos a quienes hablaremos de El.
Cardenal
Cláudio Hummes
Arzobispo
Emérito di San Pablo
Prefecto
de la Congregación para el Clero