MATERNIDAD ESPIRITUAL DE LA VENERABLE Mª INÉS TERESA ARIAS RESPECTO A LOS SACERDOTES

 

Datos biográficos:

 

La Venerable M. Mª Inés-Teresa Arias, nació en Ixtlán del Río (México, 1904). Ingresó en la vida religiosa claustral en 1929 (California y luego México, donde ella fue Consejera, Secretaria y Maestra de novicias). La fundación del convento de Cuernavaca fue en 1945, con decreto aprobatorio de la Santa Sede y en vistas a la misión evangelizadora. La comunidad se transformó, por Decreto Pontificio (1951), en "Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento".

 

Ha dejado una familia misionera de religiosas, sacerdotes y laicos esparcidos en todos los continentes. Además del testimonio de su dedicación generosa al servicio de la Iglesia y de sus viajes misioneros (debido a las fundaciones), ha dejado un abundante legado manuscrito, de gran riqueza espiritual y misionera: Cartas, Consejos y Reflexiones, Estudios y Meditaciones, Ejercicios Espirituales.

 

Su vocación a la oración, su amor por las almas y por la cruz, se fundieron en ella en una adhesión plena, y en un abandono total a la voluntad de Dios. «Jesús mío, que todos  te conozcan y te amen, es la única recompensa que pido». «Si no es por la salvación de las almas no vale la pena vivir». La Eucaristía y María fueron el centro de su vida. Ante el tabernáculo y en intimidad filial con María, la Madre Inés depositaba sus pruebas y sufrimientos al servicio de los intereses de Jesús: «Tú cuidarás de mis intereses y yo de los tuyos».

 

Otros frutos también preciosos de su incansable empeño misionero fueron la fundación de los «Vanguardias Clarisas» (“Vanclaristas” o misioneros laicos) y del Instituto masculino «Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal». Después de su muerte nacieron los Vanclaristas Consagrados y el Grupo Sacerdotal «Madre Inés» quienes viven la misma espiritualidad.

 

Su camino de santidad lo centraba en la constante búsqueda de la unión con  Cristo y en la entrega a la salvación de las almas, que se caracterizaba por el rasgo propio de una serena alegría, de bondad, equilibrio espiritual y espíritu de oración. Cultivó una ardiente devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a la bienaventurada Virgen María.

 

Fue una «incansable misionera sin fronteras», depositaria de un fecundo carisma misionero que le fue dado por Dios para la obra que le pedía actuar y sostenido de su espíritu eucarístico, misionero, sacerdotal y mariano. Su espiritualidad es una riqueza no sólo de su familia misionera, sino patrimonio para la Iglesia Universal. El 22 de julio de 1981 se durmió en el Señor. El Papa Benecito XVI ha aprobado sus virtudes heroicas el 3 de abril de 2009.

 

Madre de las almas:

 

M. Inés fue e invitó a ser "madre de las almas".  Era una  "obsesión" que dio sentido a su vida y le ayudó a superar las grandes pruebas que el Señor le deparó. La vida que las misioneras reciben de Cristo es "la gran ciencia del amor, para que ellas, a su vez, puedan transmi­tirla a todas las almas confiadas a sus maternales cuidados" (Estudios, Adveniat Regnum tuum, p.294).  Era su honda convicción y decisión: "Ah Jesús, siempre he sentido entrañas maternales... para salvarte muchas almas, ya que tienes la dignación de hacernos cooperadores tuyos en la grande obra de la Redención" (Ejercicios  1933, p.323).

 

En La Lira, que era el libro básico de formación, el tema del celo de las almas y de ser "madre de las almas", aparece en casi cada página: "Nunca olvida la Misionera Clarisa su título de MADRE DE LAS ALMAS. Y, si es madre, tiene necesariamente que pasar por los terribles martirios del corazón maternal; tiene que "darse", que "abnegarse", que "entregarse", pero con ese total y absoluto entregamiento con que se da la madre, sin medir la magnitud de su sacrificio, deseosa de procurar a su hijo todo lo que le sea más agradable, todo lo que pueda procurarle algún consuelo" (Lira, 1ª parte, cap.X).

 

La formación que las superioras deben dar a sus súbditas, se basa en esta realidad de formar "madres de almas": "Más que Superiora es Madre; Madre de las almas que la Divina Providencia ha puesto bajo su cuidado... Madre de esas almas generosas que, fieles al llamado de Jesucristo, han abandonado padre, madre, hermanos, heredades, para seguir a Jesús sólo, a Jesús Crucificado, para ser con El esposas de SANGRE" (Lira, 1ª parte, cap.XIX). En esa maternidad o fecundidad apostólica, M. Inés ve la razón de ser de la vocación misionera, en relación con la extensión del Reino: "¡Qué maternidad tan gloriosa! ¡Dar almas a Dios y sustentarlas con el sacrificio! Si no es para comprar almas para Dios, no vale la pena el vivir. La vida no merece el nombre de vida, si no se emplea toda ella en conquistar vasallos para el Rey inmortal de los siglos" (Lira, 2ª parte, cap.IV). El aspecto maternal de la misión se concreta en la persona del misionero: "es como madre amorosa y solícita que vigila, cuida y ama en todo momento al hijito de su corazón" (Lira, 2ª parte, cap.IX).

 

Maternidad espiritual respecto a los sacerdotes: orar y ofrecerse al Señor para su santificación

 

Ya desde los inicios de su vida consagrada, M. Inés orientaba su vida como oblación para la ayuda espiritual a los sacerdotes. Su vida consagrada tiene esta derivación sacerdotal, a modo de “apostolado oculto” que fecunda el “apostolado visible” de los sacerdotes: “Y ya que otro apostolado, como el de la predicación, la misión, etc.etc., no me es dado ejercer, quiero aplicarme con más empeño que hasta aquí lo he hecho, a este apostolado oculto, que bien desempeñado, es el que fecundiza el apostolado visible del sacerdote" (Ejercicios 1933, p.336).

 

Esta oración y oblación por los sacerdotes tiene una faceta muy mariana, intuyendo que la misión sacerdotal es de profunda relación con María: “Me ha encantado en estos ejercicios, el que se nos hable mucho de nues­tra Madre dulcísima. En esto conozco cuando un sacerdote es enamorado de Ma­ría ya que de la abundancia del corazón habla la boca. Yo no concibo un sa­cerdote que no sea enamorado de María, y cuando no lo son les tengo lástima. Creo que no podrán enfervorizar a las almas con fervor duradero. Oh! el sacerdote, más que ningún otro cristiano necesita de esta tierna Madre, porque como ella, tiene que tener corazón materno para que no lo oprima y lo ago­bie el conocimiento de tanta miseria como él palpa, para que sepa llevar las almas a Jesús" (Ejercicios 1936, p.361s).

 

Se ofrece como víctima al amor misericordioso, en armonía con el voto de hacer amar a María. Este voto va unido a su oblación victimal y tiene las connotaciones de esclavitud mariana, confianza filial en el Corazón materno de María Medianera, anhelo de salvación de las almas y santificación de los sacerdotes, etc. Lo explicita también con estas palabra: "Pero el ideal que está sobre todos mis ideales es el amor de María. Hacer amar a esta Madre de la gracia, de todos los corazones. Buscarle un nidito en el corazón de la niñez, de la juventud, de la clase obrera, de los hogares, de los sacerdotes de todas las comunidades y que ahí reine con su ternura de Madre... Jesús mío yo quiero ser misionera de María, quiero extender para que puedas tu reinar, su dulce reinado de amor hasta los últimos confines del mundo... Será este mi ideal principal; para convertirlo en realidad rogaré mucho, procuraré mortificarme, santificarme. Hablaré de mi Madre dulcísima a todas las almas que pueda" (Ejercicios, 1936, p.350).

 

M. Inés une, pues, el tema de la salvación de las almas con la santificación de los sacerdotes. Se propone conseguir, con la ayuda de María, "grandes gracias de santificación para el sacerdocio", por medio de "una vida toda de abnegación y de sacrificio" (Ejercicios 1940, p.368). "Todo lo que sufro quiero que sea por las almas; por la santificación de los sacerdotes" (Experiencias, p.31). En sus oraciones se acuerda frecuentemente de la santificación de los sacerdotes. Así lo expresa en una contemplación ante el misterio de Belén (cfr. Ejercicios 1941, p.399).

 

Como Santa Teresa de Lisieux:

 

Es conocida la intención espiritual de Santa Teresita, de orar y santificarse por los sacerdotes. M. Inés quedó también marcada por esta línea teresiana de orar y sacrificarse por los sacerdotes. En los Ejercicios de 1940, M. Inés recuerda sus primeros años de consagración, cuando se guiaba por "el solo deseo de agradar a nuestro Señor y de comprarle almas, y muy especialmente, a ejemplo de mi santita predilecta, Teresita del Niño Jesús, almas sacerdotales" (Ejercicios 1940, p.366). Añade a continuación: "Por el amor infinito, por el amor misericordioso, según la expresión de la santita de Lisieux, negociando los frutos que a mi parecer daba, por las almas, pero sobre todo por las almas sacerdotales" (ibídem).

 

La oración por la santificación de los sacerdotes va unida a los deseos del Corazón de Jesús (cfr. Ejercicios, 1940, p.368-369). E invita a sus Misioneras a seguir esta orientación: "Mediten, aparte de las sagradas escrituras, de manera especial los escritos de santa Teresita... se sacrificó siempre... por la santificación de los sacerdotes, por la conversión de los pecadores, por la salvación de muchos no cristianos" (Cartas Locales IV p.5229-5230, Roma, 1º de diciembre de 1970).

 

Expresa, de modo parecido a Santa Teresa de Lisieux, lo que ella hubiera hecho si hubiera sido sacerdote: predicar la santidad. "Si yo fuera sacerdote, sería apóstol de la voluntad de Dios; si yo supiera escribir, escribiría mucho, mucho, sobre esta santísima voluntad. Mas, aunque no sea sacerdote, trabajaré, a la medida de mis fuerzas y en mi círculo de acción, y con el deseo, por que esta adorable voluntad de Dios sea amada de todos, sea acatada desde el primer momento que hace su aparición en nosotros, y colmada de bendiciones. Ah, sí, ¿verdad que en esto está toda la santidad?" (Dirección Espiritual, p.171).

 

En sus oraciones se acuerda frecuentemente de la santificación de los sacerdotes. Así lo expresa en una contemplación ante el misterio de Belén: "Llevaré ahí a los sacerdotes y a los niños; los primeros necesitan inmensamente del divino Emanuel para ser otros cristos, y los segundos para no manchar su pureza, para no perder su inocencia" (Ejercicios 1941, p.399).

 

La oración por la santificación de los sacerdotes va unida a los deseos del Corazón de Jesús: "Sta. Teresita, al morir, deja tras sí la estela luminosa de su vida, de su inmolación, de su ascetismo de pequeñez, y lega al mundo entero, su caminito de infancia espiritual, siendo para el sacerdote, la estrella, la pequeña estrellita que ilumina su sendero y lo conduce a los brazos del amor misericordioso, para que, desde ahí, desde esa cátedra dulcísima, derrame sobre las almas los tesoros de ese amor. No recibe su alma (de Santa Teresita) ninguna revelación, N. Señor no se le aparece jamás, no le dice palabras consoladoras y tiernas que embelesen su alma; pero, en medio de las obscuridades de la fe, su alma rebosa de amor por la salvación de las almas, por la santificación del sacerdocio. Antes de su muerte nada revela al mundo los tesoros de amor y de gracias encerrados en esa grande alma, que había escogido para sí, el ascetismo de pequeñez, que se había apasionado por el abandono, por el olvido (Ejercicios, 1940, p.368-369).

 

Los propósitos finales de los Ejercicios van en este misma dirección: "Todo para gloria de N. Señor y de su Madre Santísima, bien de mi alma, conversión de pecadores e infieles, preservación de la infancia y juventud, y santificación de los sacerdotes" (Ejercicios 1943, p.445).

 

Respeto, amor y oración por los sacerdotes:

 

El celo apostólico lo concretaba M. Inés frecuentemente en orar y sacrificarse por la santificación y apostolado de los sacerdotes. Además del ejemplo de Teresa de Lisieux, M. Inés aporta también el testimonio de San Francisco de Asís: "En el siglo XIII, nuestro padre san Francisco, había abierto a las multitudes este sendero, que conducía a un respeto profundo por el sacerdote, considerando en él, no al hombre carnal, sino al hombre divinizado, por cuya mediación bajaba a nuestros altares, el prisionero del amor. Y si había en ellos pecado, no lo quería saber, solo veneraba y amaba en ellos ese alter Christus. Había concebido del sacerdote tan elevada idea, que su profundísima humildad le impidió ordenarse sacerdote, por creerse indigno de tener en sus manos el sacrosanto Cuerpo de Jesús. ¡El, que era un serafín encarnado! él, cuyo amor lo hizo en todo semejante a su divino Modelo, hasta en los sagrados estigmas!" (Ejercicios 1940, p.369).

 

En este tema, se inspiraba también en los escritos de Luísa Margarita Claret de la Touche, como deseo del Corazón de Jesús sobre la santificación de sus sacerdotes: "Fue esto para mi alma toda una revelación, todo un camino, todo un raudal de luz y de amor que invadió esta alma mía, sintiéndose fuertemente inclinada a seguir este atractivo" (Ejercicios 1940, p.365; cfr. p.368).

 

M. Inés llega a concretar sus propósitos de santificación y apostolado con estas palabras: "Trabajaré, como mi intención primera y particularísima, pasándolo todo por manos de María, y uniéndolo a los méritos de N. Señor, por la santificación del sacerdocio, y como semilla sacerdotal en crecimiento, por los seminaristas, y como semilla sacerdotal en germen, por alcanzar de Dios, vocaciones sacerdotales y religiosas" (Ejercicios 1940, p.370).

 

Según M. Inés, todas las almas consagradas debe orar por los sacerdotes (cfr. Consejos, p.1382, al hablar de la Pontificia Unión Misional). La oración y sacrificio por la santificación de los sacerdotes forma ya parte de los objetivos de la Congregación: "Tenemos que pedir por ellos, porque uno de los fines de la Congregación es pedir por la santificación de los sacerdotes" (Consejos, p.1367; cfr. Doc. de fundación, p.70).

 

Esta preocupación por la santificación y por el fecundo apostolado de los sacerdotes, M. Inés la vive en sintonía con la oración sacerdotal de Jesús en la última cena: "¡Ah dulcísimo Padre Celestial! hago mía aquella plegaria divina que salió de labios de tu unigénito Hijo, cuando, llena su alma santísima de ternura por los hombres sus hermanos, y sobre todo por aquellos que, constituidos como él sacerdotes del altísimo pasarían por el mundo derramando tus dones" (Estudios, "Al Eterno Padre", 1945, p.299-300).

 

Desde los comienzos de la formación, en la familia inesiana, se aprende a orar por la santificación de los sacerdotes. Así se puede ver en la Lira: "Lleva también al Corazón de Jesús todos los Sacerdotes y seminaristas, para que se caldeen sus corazones en el fuego del amor divino, y puedan a su vez, calentar, transformar las almas" (Lira, 1ª parte, cap. X). Por esto, el objetivo de la evangelización es hacer que haya sacerdotes nativos en las comunidades evangelizadas: "Constituye su dicha mayor en cooperar con la gracia, para que una multitud de infieles cristianizados ya, lleguen a la cumbre inefable del Sacerdocio. Podrá entonces decir con verdad que son sus hijos" (Lira, 2ª parte, cap. IX).

 

En una carta a su sobrino Luís (21 de junio de 1943), que había hecho la primera comunión tres meses antes, resume lo que ella piensa del sacerdote: "Un santo Sacerdote no piensa más que en las almas; no quiere más que almas; solo trabaja por ellas; por salvarlas se impone toda suerte de sa­crificios y va en su busca, como el Buen Pastor por la oveja extraviada; y, cuando la divisa, entre zarzas y matorrales, no teme a las espinas, hasta sacarla de ahí; luego la coloca sobre sus hombros y la lleva al re­dil, lleno de gozo. Y sabes por qué el Sacerdote ama tanto a las almas? Pues porque han costado toda la Sangre de Jesús, todos sus espantosos sufrimientos".

 

En una carta a un seminarista futuro misionero (7 de julio de 1980) escribe: “Mientras ruego a nuestro Señor y a la Santísima Virgen que siempre te guíen y ayuden para que vayas caminando por el camino que él te ha trazado, o sea el servirse de ti para llevar su mensaje hasta los más apartados rincones de la tierra en donde él te permita vivir y así convertir los corazones para Cristo y que amen mucho a nuestro Padre Dios… Da gracias por este don tan grande de tu vocación al sacerdocio y a la práctica de los consejos evangélicos, yo por ti y contigo ya las estoy dando, suplicando al mismo tiempo al Señor que continúe y fortalezca en tu alma la obra que ha comenzado" (Doc. de Fundación, pp.347-349, año 1979).

 

La oración que se reza en la Congregación es muy expresiva y llena de contenido, reflejando las intenciones de M. Inés al respecto: "Oh Jesús anonadado en la Eucaristía para ser el horno de caridad de la Iglesia católica y la fuerza de las almas, te ofrecemos nuestras oraciones, acciones y sufrimientos en favor de los sacerdotes, y a fin de que se extienda cada día más el reino de su Sacratísimo Corazón. Vuelve a nosotros por medio de los sacerdotes y dígnate seguir derramando sobre ellos las olas vivificantes de tu amor infinito. Jesús Salvador del mundo, santifica a tus sacerdotes y seminaristas".

 

Mons. Juan Esquerda Bifet