Diciembre de 2009
Queridos
Presbíteros:
La
oración ocupa necesariamente un sitio central en la vida del Presbítero. No es
difícil entenderlo, porque la oración cultiva la intimidad del discípulo con su
Maestro, Jesucristo. Todos sabemos que cuando ella falta la fe se debilita y el
ministerio pierde contenido y sentido. La consecuencia existencial para el
Presbítero será aquella de tener menos alegría y menos felicidad en el ministerio
de cada día. Es como si, en el camino del seguimiento a Cristo, el Presbítero,
que camina junto a otros, comenzase a retardarse siempre más y de esta manera
se alejase del Maestro, hasta perderlo de vista en el horizonte. Desde este
momento, se encuentra perdido y vacilante.
San
Juan Crisóstomo, comentando en una homilía la Primera Carta de San Pablo a
Timoteo, advierte sabiamente: “El diablo interfiere contra el pastor […] Esto
es, si matando las ovejas el rebaño disminuye, eliminando al pastor, él
destruirá al rebaño entero”. El comentario hace pensar en muchas de las
situaciones actuales. El Crisóstomo advierte que la disminución de los pastores
hace y hará disminuir siempre más el número de los fieles de la comunidad. Sin
pastores, nuestras comunidades quedarán destruidas.
Pero
quisiera hablar aquí de la necesidad de la oración para que, como dice el
Crisóstomo, los Padres venzan al diablo y no sean cada vez menos.
Verdaderamente sin el alimento esencial de la oración, el Presbítero enferma,
el discípulo no encuentra la fuerza para seguir al Maestro y, de esta manera,
muere por desnutrición. Consecuentemente su rebaño se pierde y, a su vez,
muere.
Cada
Presbítero, pues, tiene una referencia esencial a la comunidad eclesial. Él es
un discípulo muy especial de Jesús, quien lo ha llamado y, por el sacramento
del Orden, lo ha configurado a sí, como Cabeza y Pastor de la Iglesia. Cristo
es el único Pastor, pero ha querido hacer partícipe de su ministerio a los Doce
y a sus Sucesores, por medio de los cuales también los Presbíteros, aunque in
grado inferior, participan de este sacramento, de tal manera que también ellos
llegan a participar en modo propio al ministerio de Cristo, Cabeza y Pastor.
Esto comporta una unión esencial del Presbítero a la comunidad eclesial. El no
puede hacer menos de esta responsabilidad, dado que la comunidad sin pastor
muere. Como Moisés, el Presbítero debe quedarse con los brazos alzados hacia el
cielo en oración para que el pueblo no perezca.
Por
esto, el Presbítero debe permanecer fiel a Cristo y fiel a la comunidad; tiene
necesidad de ser hombre de oración, un hombre que vive en la intimidad con el
Señor. Además, tiene la necesidad de encontrar apoyo en la oración de la
Iglesia y de cada cristiano. Las ovejas deben rezar por su pastor. Pero cuando
el mismo Pastor se da cuenta de que su vida de oración resulta débil es
entonces el momento de dirigirse al Espíritu Santo y pedir con el ánimo de un
pobre. El Espíritu volverá a encender la pasión y el encanto hacia el Señor,
que se encuentra siempre allí y que quiere cenar con él.
En
este Año Sacerdotal queremos orar con perseverancia y con tanto amor por los
Sacerdotes y con los Sacerdotes. A tal efecto, la Congregación para el Clero,
cada primer jueves de mes, a las cuatro de la tarde, durante el Año Sacerdotal,
celebra una Hora eucarística-mariana en la Basílica de Santa María la Mayor, en
Roma, con los Sacerdotes y por los Sacerdotes. Con gran alegría, muchas
personas acuden a rezar con nosotros.
Queridísimos
Sacerdotes, la Navidad del Señor está a la puerta. Quisiera daros mis más y
mejores augurios de Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo 2010. Junto al pesebre,
el Niño Jesús non invita a renovar hacia El aquella intimidad de amigo y de
discípulo para enviarnos de nuevo como sus evangelizadores.
Cardenal Cláudio Hummes
Arzobispo Emérito de San Pablo
Prefecto de la Congregación para el Clero