BAUTISMO DEL SEÑOR

 

El misterio del bautismo de Cristo en el río Jordán, por  obra de San Juan el Precursor, aunque si propone a nuestra contemplación a un Jesús ya  adulto, está íntimamente relacionado con las solemnidades, apenas celebradas, de la Natividad y de la Epifanía y en cierto modo, encierra y propone un significado.

 

En la Natividad contemplamos el nacimiento humano del Verbo encarnado en vientre de la Virgen. Los Padres de la Iglesia del siglo IV han aprofundizado la comprención de la fe del misterio de la Natividad a la luz de la Divinidad de Jesús. Ellos, por lo tanto, han hablado de la encarnación del Verbo como una obra ya de la «cristificación» de la humanidad que Él asumía de su Madre.

En terminos más sencillos: Jesús es el Cristo désde el primer instante de su concepción en el grembro purísimo de María, porque Él mísmo, con su potencia divina, ha consagrado, ha ungído, ha crusificado aquélla naturaleza humana, que hacía suya encarnándose.

 

En el misterio de la Epifanía, hemos meditado, después, sobre la manifestación de Cristo a todas las naciones, representadas por los Magos, los sabios llegados del Oriente para adorar al Niño.

 

Hoy, en el misterio del Bautismo en el Jordán, éstas dos verdades se reencuéntran y se representan. El Bautismo de Jesús es de hécho manifestación difinitiva de Él a Israel, como Mesias o Cristo, y a todo el mundo como Hijo del Padre.  Aquí encontrámos entonces, sobre todo la dimensión de la Epifanía, de la manifestación. La voz del Padre del alto manifiésta que Jesús de Nazareth es su eterno Hijo  y la venída del Espiritu Santo bajo la forma de paloma muestra la naturaleza trinitaria del Dios cristiano. El verdadero y único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se manifiésta en Jesús, con Él, atravéz de Él y en Él.

Pero en el Bautismo en el Jordán, regresa también el grande tema natalício de la cristificación, de la unción en Espíritu que hace de Jesús de Nazareth el ungído por excelencia, el Cristo, el Mesias o enviádo del Padre para la salvación del pueblo.  El Espiritu que desciende sobre Jesús manifiésta y sella en modo incontrovertible la cristificación de la humanidad de Jesús, que el Verbo había ya cumplido désde el primer instante de la concepción milagrosa en María. Jesús ha sido siempre el Cristo de Dios, désde el inicio, así como désde el inicio siempre ha sido Dios. Pero, ha tenído una verdadera humanidad, la cual es perfecta en todo aspecto, pero también – como cita el Evangelio – crece constantemente en su perfección, sea natural que sobrenatural:   «Jesús iba creciendo en sabiduría, en edad  y en gracia, delante de Dios y de los hombres» (Lc 2,52). En Israel a treinta años se alcanzaba la mayoría de edad  y se podían también convertir en maestros. Jesús llega a la edad de la plenitúd y el Espiritu, desciende y permanenciéndo sobre de Él, consagra definitivamente la plenitud de ser Cristo.

El mismo Espiritu, que desciende sobre las aguas del Jordán, aleteaba sobre las aguas de la primera creación (cf. Gen. 1,2). Por lo tanto el Bautismo en el Jordán manifiesta todavía otra verdad: en Jesús ha iniciado la nueva creación. Él es el  segundo Hombre (1Cor. 15,47) o el último Adan (1Cor.15,45), que viene a reparar la culpa del primer Adan. El hace esto como el Cordero de Dios  que lleva en sí mismo nuestros pecados: «A partir de la cruz y de la resurrección se hace claro para los cristianos que cosa había sucedido: Jesús se había cargado sobre su espalda el peso de la culpa de la humanidad entera; la llevó en sí en el Jordan. Dá inicio a su actividad tomando el puesto de los pecadores» (J.Ratzinger, Jesús de Nazareth, Milano 2007, p. 38).