EL SACERDOTE
CONFESOR Y DIRECTOR ESPIRITUAL
MINISTRO DE LA MISERICORDIA DIVINA
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06.698.85003 - Fax 06.698.84716
ISBN 978-88-209-8552-3
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«Es
preciso volver al confesionario, como lugar en el cual celebrar el sacramento
de la Reconciliación, pero también como lugar en el que “habitar” más a menudo,
para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse
amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la Misericordia
divina, junto a la presencia real en la Eucaristía»[1].
Con
estas palabras, el Santo Padre Benedicto XVI se dirigía durante el reciente Año
sacerdotal a los confesores, indicando a todos y cada uno la importancia y la
consiguiente urgencia apostólica de redescubrir el Sacramento de la
Reconciliación, tanto en calidad de penitentes, como en calidad de ministros.
Junto
a la Celebración eucarística diaria, la disponibilidad a la escucha de las
confesiones sacramentales, a la acogida de los penitentes y, cuando sea
requerido, al acompañamiento espiritual, son la medida real de la caridad
pastoral del sacerdote y, con ella, testimonian que se asume con gozo y certeza
la propia identidad, redefinida por el Sacramento del Orden y que nunca se
puede limitar a mera función.
El
sacerdote es ministro, es decir, siervo y a la vez administrador prudente de la
divina Misericordia. A él queda confiada la gravísima responsabilidad de “perdonar
o retener los pecados” (cfr. Jn
20, 23); a través de él, los fieles pueden vivir, en el presente de la Iglesia,
por la fuerza del Espíritu, que es el Señor y da la vida, la gozosa experiencia
del hijo pródigo, el cual, cuando regresa a la casa del padre por vil interés y
como esclavo, es acogido y reconstituido en su dignidad filial.
Donde
hay un confesor disponible, antes o después llega un penitente; y donde
persevera, incluso de manera obstinada, la disponibilidad del confesor,
¡llegarán muchos penitentes!
Redescubrir
el Sacramento de la Reconciliación, como penitentes y como ministros, es la
medida de la auténtica fe en la acción salvífica de Dios, que se manifiesta con
más eficacia en el poder de la gracia que en las estrategias humanas
organizadoras de iniciativas, incluidas las pastorales, que a veces olvidan lo
esencial.
Acogiendo
con intensa motivación la llamada del Santo Padre y traduciendo su intención
profunda, queremos ofrecer con este material, fruto maduro del Año sacerdotal,
un instrumento útil para la formación permanente del Clero y una ayuda para
redescubrir el valor imprescindible de la celebración del Sacramento de la
Reconciliación y de la dirección espiritual.
La
nueva evangelización y la renovación permanente de la Iglesia, semper reformanda, obtienen dinámica linfa vital de la santificación
real de cada miembro; santificación que precede, postula y es condición de toda
eficacia apostólica y de la invocada reforma del Clero.
En
la generosa celebración del Sacramento de la divina Misericordia, cada
sacerdote está llamado a hacer experiencia constante de la unicidad y de la
indispensabilidad del Ministerio que se le ha encomendado; esta experiencia
contribuirá a evitar esas “fluctuaciones de identidad”, que no pocas veces
caracterizan la existencia de algunos presbíteros, favoreciendo el estupor
agradecido que, necesariamente, colma el corazón de quien, sin mérito propio,
ha sido llamado por Dios, en la Iglesia, a partir el Pan eucarístico y a dar el
Perdón a los hombres.
Con
estos deseos encomendamos la difusión y los frutos del presente material a la
Santísima Virgen María, Refugio de los pecadores y Madre de la divina Gracia.
Vaticano,
9 de marzo de 2011
Miércoles de Ceniza
Arzobispo
tit. de Alba marítima
Secretario
1.
«En todo tiempo y en todo pueblo es grato a Dios quien le teme y practica la
justicia (cfr. Hch
10,35). Sin embargo, fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres,
no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un
pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» [2]. En el camino hacia la santidad, a la que el Señor
nos llama (cfr. Mt
5,48;
Ef 1,4), Dios ha querido que nos
ayudáramos mutuamente, haciéndonos mediadores en Cristo para acercar a los
hermanos a su eterno amor. En este horizonte de caridad se insertan la
celebración del sacramento de la penitencia y la práctica de la dirección
espiritual, objetos de este documento.
A
este propósito, llaman nuestra atención algunas palabras de Benedicto XVI: «En
nuestro tiempo una de las prioridades pastorales es sin duda formar rectamente
la conciencia de los creyentes»; y añadía el Papa: «A la formación de las
conciencias contribuye también la “dirección espiritual”. Hoy más que nunca se
necesitan “maestros de espíritu” sabios y santos: un importante servicio
eclesial, para el que sin duda hace falta una vitalidad interior que debe
implorarse como don del Espíritu Santo mediante una oración intensa y
prolongada y una preparación específica que es necesario adquirir con esmero.
Además, todo sacerdote está llamado a administrar la misericordia divina en el sacramento
de la Penitencia, mediante el cual perdona los pecados en nombre de Cristo y
ayuda al penitente a recorrer el camino exigente de la santidad con conciencia
recta e informada. Para poder desempeñar ese ministerio indispensable, todo
presbítero debe alimentar su propia vida espiritual y cuidar la actualización
teológica y pastoral permanente» [3]. En esta línea se presenta este material de ayuda a
los sacerdotes en cuanto ministros de la misericordia divina.
El
año dedicado a recordar la figura del santo Cura de Ars, en el 150 aniversario
de su muerte (1859-2009) ha dejado una huella imborrable sobre todo en la vida y ministerio de los
sacerdotes: «el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para
que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo» [4].
Esta
renovación interior de los sacerdotes debe comprender toda su vida y todos los
campos de su ministerio, plasmando profundamente sus criterios, motivaciones y
actitudes concretas. La actual situación exige el testimonio y requiere que la
identidad sacerdotal se viva en la alegría y en la esperanza.
2.
El ministerio del sacramento de la reconciliación, fuertemente vinculado al
consejo o dirección espiritual, tiende a recuperar, tanto en el ministro como
en los fieles, el “itinerario” espiritual apostólico, como retorno pascual al
corazón del Padre y como fidelidad a su proyecto de amor a «todo el hombre y a
todos los hombres»[5]. Se trata de emprender de nuevo, dentro de sí y en
el servicio a los demás, el camino de relación interpersonal con Dios y con los
hermanos, en cuanto camino de contemplación, perfección, comunión y misión.
Alentar
la práctica del sacramento de la penitencia en toda su vitalidad, y también el
servicio del consejo o dirección espiritual, significa vivir más auténticamente
la “alegría en la esperanza” (cfr. Rm 12,12) y, a través de ella, favorecer la estima y
el respeto de la vida humana integral, la recuperación de la familia, la
orientación de los jóvenes, el nacer de las vocaciones, el valor del sacerdocio
vivido y de la comunión eclesial y universal.
3.
El ministerio del sacramento de la reconciliación con relación a la dirección
espiritual, es urgencia de amor: «Porque el amor de Cristo nos apremia al
pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por
todos, para que ya no vivan para sí mismos los que viven, sino para aquel que
murió y resucitó por ellos» (2Cor
5,14-15). Esto presupone una particular entrega para que verdaderamente los
seguidores de Cristo «no vivan ya para sí mismos» (ibid.), sino que se realicen en la caridad y en la verdad.
Todo
el trabajo pastoral del apóstol Pablo, con sus dificultades comparadas con los “dolores
de parto”, se puede resumir en la urgencia de “formar a Cristo” (cfr. Gal 4,19) en cada uno de los fieles. Su objetivo era «hacer
a todos los hombres perfectos en Cristo» (Col 1,28), sin limitaciones y sin confines.
4.
El ministerio de la reconciliación y el servicio del consejo o dirección
espiritual se insertan en el contexto de la llamada universal a la santidad
como plenitud de la vida cristiana y «perfección de la caridad»[6]. La caridad pastoral en la verdad de la identidad
sacerdotal debe conducir al sacerdote a proyectar todos sus ministerios hacia
la perspectiva de la santidad, que es armonización de pastoral profética,
litúrgica y diaconal [7].
Es
parte integrante del ministerio sacerdotal estar disponibles a orientar a todos
los bautizados hacia la perfección de la caridad.
5.
El sacerdote ministro, en cuanto servidor del misterio pascual que él anuncia,
celebra y comunica, está llamado a ser confesor y guía espiritual, como
instrumento de Cristo, partiendo también de la propia experiencia. Él es
ministro del sacramento de la reconciliación y servidor de la dirección
espiritual y es, al mismo tiempo, beneficiario de estos dos instrumentos de
santificación para su personal renovación espiritual y apostólica.
6.
El presente “Material de ayuda” pretende ofrecer algunos ejemplos sencillos,
factibles y generadores de esperanza, que hacen referencia a numerosos
documentos eclesiales (citados en los diversos puntos) para una eventual
consulta. No se trata de una casuística, sino de un servicio actualizado de
esperanza y de aliento.
7.
Al inicio del tercer milenio, Juan Pablo II escribía: «Deseo pedir, además, una
renovada valentía pastoral [...]
para proponer de manera convincente y eficaz la práctica del sacramento de la reconciliación»[8]. El mismo Papa afirmaba sucesivamente que era su
preocupación «reforzar solícitamente el sacramento de la reconciliación,
incluso como exigencia de auténtica caridad y verdadera justicia pastoral»
recordando que «todo fiel, con las debidas disposiciones interiores, tiene
derecho a recibir personalmente la gracia sacramental»[9].
8.
La Iglesia no sólo anuncia la conversión y el perdón, sino que al mismo tiempo
es signo portador de reconciliación con Dios y con los hermanos. La celebración
del sacramento de la reconciliación se inserta en el contexto de toda la vida
eclesial, sobre todo con relación al misterio pascual celebrado en la
eucaristía y hace referencia al bautismo vivido y a la confirmación, y a las
exigencias del mandamiento del amor. Es siempre una celebración gozosa del amor
de Dios que se da a sí mismo, destruyendo nuestro pecado cuando lo reconocemos
humildemente.
9.
La misión eclesial es un proceso armónico de anuncio, celebración y
comunicación del perdón, en particular cuando se celebra el sacramento de la
reconciliación, que es fruto y don de la Pascua del Señor resucitado, presente
en su Iglesia: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23).
La
alegría del perdón se convierte en actitud de gratitud y generosidad en el
camino de la santificación y de la misión. Quien ha experimentado el perdón,
desea que otros puedan llegar a este encuentro con Cristo Buen Pastor. Por
tanto, los ministros de este sacramento, pues ellos mismos experimentan la
belleza de este encuentro sacramental, se hacen más disponibles a ofrecer dicho
servicio humilde, arduo, paciente y gozoso.
10.
La práctica concreta, alegre, confiada y comprometida del sacramento de la
reconciliación, manifiesta el nivel en el que un creyente y una comunidad son
evangelizados. «La práctica de la Confesión sacramental, en el contexto de la
comunión de los santos que ayuda de diversas maneras a acercar los hombres a
Cristo, es un acto de fe en el misterio de la redención y de su realización en
la Iglesia»[10].
En
el sacramento de la penitencia, fruto de la sangre redentora del Señor, experimentamos
que Cristo «fue entregado por nuestros pecados, y resucitado para nuestra
justificación» (Rm
4,25). Por tanto, San Pablo podía afirmar que «Dios nos reconcilió consigo por
Cristo y nos confió el misterio de la reconciliación» (2Cor 5,18).
11.
La reconciliación con Dios es inseparable de la reconciliación con los hermanos
(cfr.
Mt 5,24-25). Esta reconciliación no
es posible sin purificar, de alguna manera, el propio corazón. Pero toda
reconciliación proviene de Dios, porque es Él quien «perdona todas las culpas» (Sal 103,3). Cuando se recibe el perdón de Dios, el
corazón humano aprende mejor a perdonar y a reconciliarse con los hermanos.
12.
Cristo impulsa hacia un amor cada vez más fiel y, por tanto, hacia un cambio
más profundo (cfr. Ap
2,16), para que la vida cristiana tenga los mismos sentimientos que Él tuvo
(cfr.
Fil
2,5). La celebración, y si fuera menester también comunitaria, del sacramento
de la penitencia con la confesión personal de los pecados, es una gran ayuda
para vivir la realidad eclesial de la comunión de los santos.
13.
Se tiende a la “reconciliación” plena según el “Padre nuestro”, las
bienaventuranzas y el mandamiento del amor. Es un camino de purificación de los
pecados y también un itinerario hacia la identificación con Cristo.
Este
camino penitencial es hoy y siempre de suma importancia, como fundamento para
construir una sociedad que viva la comunión. «La sabiduría de la Iglesia ha
invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado original, incluso en la
interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad:
ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a
graves errores en el campo de la educación, de la política, de la acción social
y de las costumbres»[11].
14.
En todas las épocas de la historia eclesial se encuentran figuras sacerdotales
que son modelos de confesores o de directores espirituales. La exhortación
apostólica
Reconciliatio et Paenitentia (1984) recuerda a San Juan Nepomuceno, San Juan María Vianney, San
Giuseppe Cafasso y San Leopoldo di Castelnuovo. Benedicto XVI, en un discurso
en la Penitenciaría Apostólica[12], añade a San Pío da Pietralcina
Recordando
estas figuras sacerdotales, Juan Pablo II añade: «Pero yo deseo rendir homenaje
también a la innumerable multitud de confesores santos y casi siempre anónimos,
a los que se debe la salvación de tantas almas ayudadas por ellos en su
conversión, en la lucha contra el pecado y las tentaciones, en el progreso
espiritual y, en definitiva, en la santificación. No dudo en decir que incluso
los grandes Santos canonizados han salido generalmente de aquellos
confesionarios; y con los Santos, el patrimonio espiritual de la Iglesia y el mismo
florecimiento de una civilización impregnada de espíritu cristiano. Honor,
pues, a este silencioso ejército de hermanos nuestros que han servido bien y
sirven cada día a la causa de la reconciliación mediante el ministerio de la
Penitencia sacramental»[13].
15.
En muchas Iglesias particulares, sobre todo en las basílicas menores, en las
catedrales, en los santuarios y en algunas parroquias más céntricas de las
grandes ciudades, se observa actualmente una respuesta muy positiva por parte
de los fieles al esfuerzo de los pastores de ofrecer un servicio asiduo del
sacramento del perdón. Si «con el sacramento de la penitencia (los ministros)
reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia»[14], esta misma celebración penitencial puede dar lugar
al servicio de la dirección o consejo espiritual.
16.
Los “munera” sacerdotales están fuertemente vinculados entre sí,
en beneficio de la vida espiritual de los fieles. «Los presbíteros son, en la
Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza
y Pastor; proclaman con autoridad su palabra; renuevan sus gestos de perdón y
de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el bautismo, la penitencia
y la eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso
del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de
Cristo en el Espíritu»[15].
17.
Por esto, la misma exhortación apostólica Pastores dabo vobis invita a los ministros a hacer uso de esta práctica,
como garantía de su vida espiritual: «Quiero dedicar unas palabras al
Sacramento de la Penitencia, cuyos ministros son los sacerdotes, pero deben ser
también sus beneficiarios, haciéndose testigos de la misericordia de Dios por
los pecadores». Y repite cuanto escrito en la Exhortación Reconciliatio et paenitentia: «La vida espiritual y pastoral del sacerdote, como
la de sus hermanos laicos y religiosos, depende, para su calidad y fervor, de
la asidua y consciente práctica personal del Sacramento de la penitencia [...].
En un sacerdote que no se confiesa o se confiesa mal, su ser como sacerdote y
su ministerio se resentirán muy pronto, y se dará cuenta también la Comunidad
de la que es pastor»[16]. Pero cuando soy agradecido porque Dios me perdona
siempre, como escribía Benedicto XVI, «dejándome perdonar, aprendo también a
perdonar a los otros»[17].
18.
La fecundidad apostólica proviene de la misericordia de Dios. Por esto, los
planes pastorales son escasamente eficaces si se subestima la práctica
sacramental de la penitencia: «Se ha de poner sumo interés en la pastoral de
este sacramento de la Iglesia, fuente de reconciliación, de paz y alegría para
todos nosotros, necesitados de la misericordia del Señor y de la curación de
las heridas del pecado [...] El Obispo ha de recordar a todos los que por
oficio tienen cura de almas el deber de brindar a los fieles la oportunidad de
acudir a la confesión individual. Y se cuidará de verificar que se den a los
fieles las máximas facilidades para poder confesarse. Considerada a la luz de
la Tradición y del Magisterio de la Iglesia la íntima unión entre el sacramento
de la reconciliación y la participación en la eucaristía, es cada vez más
necesario formar la conciencia de los fieles para que participen digna y
fructuosamente en el banquete eucarístico en estado de gracia»[18].
19.
El ejemplo del Santo Cura de Ars es muy actual. La situación histórica de aquel
momento no era fácil, a causa de las guerras, de la persecución, de las ideas
materialistas y secularizadoras. Cuando llegó a la parroquia era muy escasa la
frecuencia del sacramento de la penitencia. En los últimos años de su vida, la
frecuencia llegó a ser masiva, incluso de fieles provenientes de otras
diócesis. Para el Santo Cura, el ministerio de la reconciliación fue «un largo
martirio» que «produjo frutos muy abundantes y vigorosos». Ante la condición de
pecado, decía «no se sabe qué hacer, no se puede hacer nada sino llorar y
rezar». Pero él «vivía sólo para los pobres pecadores con la esperanza de
verlos convertirse y llorar»[19]. La confesión frecuente, aun sin pecado grave, es
un medio recomendado constantemente por la Iglesia con el fin de progresar en
la vida cristiana[20].
20.
Juan Pablo II en la Carta del Jueves Santo de 1986 a los sacerdotes, para
conmemorar el segundo centenario del nacimiento del Santo Cura, reconocía que «es
sin duda alguna su incansable entrega al sacramento de la penitencia lo que ha puesto de manifiesto el
carisma principal del Cura de Ars y le ha dado justamente su fama. Es bueno que
ese ejemplo nos impulse hoy a restituir al ministerio de la reconciliación toda
la importancia que le corresponde». El hecho mismo de que un gran número de
personas «por diversas razones parecen abstenerse totalmente de la confesión,
hace urgente una pastoral del sacramento de la reconciliación, que ayude a los
cristianos a redescubrir las exigencias de una verdadera relación con Dios, el
sentido del pecado que nos cierra a Dios y a los hermanos, la necesidad de
convertirse y de recibir, en la Iglesia, el perdón como un don gratuito del
Señor, y también las condiciones que ayuden a celebrar mejor el sacramento,
superando así los prejuicios, los falsos temores y las rutinas. Una situación
de este tipo requiere al mismo tiempo que estemos muy disponibles para este
ministerio del perdón, dispuestos a dedicarle el tiempo y la atención
necesarios, y, diría también, a darle la prioridad sobre otras actividades. De
esta manera, los mismos fieles serán la recompensa al esfuerzo que, como el
Cura de Ars, les dedicamos»[21]
21.
El ministerio de la reconciliación, ejercido con gran disponibilidad,
contribuirá a profundizar el significado del amor de Dios, recuperando
precisamente el sentido del pecado y de las imperfecciones como obstáculos al
verdadero amor. Cuando se pierde el sentido del pecado, se rompe el equilibrio
interior en el corazón y se da origen a contradicciones y conflictos en la
sociedad humana. Sólo la paz de un corazón unificado puede borrar guerras y
tensiones. «Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados
con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón
humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del
hombre»[22].
22.
Este servicio de reconciliación, ejercido con autenticidad, invitará a vivir en
sintonía con los sentimientos del Corazón de Cristo. Es una “prioridad”
pastoral, en cuanto es vivir la caridad del Buen Pastor, vivir «su amor al
Padre en el Espíritu Santo, su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida»[23]. Para retornar a Dios Amor, es necesario invitar a
reconocer el propio pecado, sabiendo que «Dios está por encima de nuestra
conciencia»
(1Jn
3,20). De aquí se deriva la alegría pascual de la conversión, que ha suscitado
santos y misioneros en todas las épocas.
23.
Esta actualidad del sacramento de la reconciliación se presenta también en la
realidad de la Iglesia peregrina, que siendo «santa y necesitada de
purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la
renovación»[24]. Por esto la Iglesia mira a María, que «precede con
su luz al peregrinante pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de
consuelo, hasta que llegue el día del Señor»[25].
24.
El sacramento del perdón es un signo eficaz de la presencia, de la palabra y de
la acción salvífica de Cristo redentor. En él, el mismo Señor prolonga sus
palabras de perdón en las palabras de su ministro mientras, al mismo tiempo,
transforma y eleva la actitud del penitente que se reconoce pecador y pide
perdón con el propósito de expiación y corrección. En él se actualiza la
sorpresa del hijo pródigo en el encuentro con el Padre que perdona y hace
fiesta por el regreso del hijo amado (cfr. Lc 15,22).
25.
La celebración del sacramento es esencialmente litúrgica, festiva y gozosa, en
cuanto se dirige, bajo la guía del Espíritu Santo, al reencuentro con el Padre
y con el Buen Pastor. Jesús quiso describir este perdón con los colores de la
fiesta y de la alegría (Lc 15,5-7.9-10.2232). Se hace, así, más comprensible y
más deseable la celebración frecuente y periódica del sacramento de la
reconciliación. A Cristo se le encuentra voluntariamente en este sacramento
cuando se ha aprendido a encontrarlo habitualmente en la eucaristía, en la
palabra viva, en la
comunidad, en cada hermano y también en la pobreza del propio corazón[26].
26.
En este sacramento se celebra la llamada a la conversión como retorno al Padre
(cfr.
Lc
15,18). Se llama sacramento de la “penitencia” pues «consagra un camino
personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de satisfacción»[27]. Se llama también sacramento de la “confesión” «ya que la acusación, la confesión de los pecados
al sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido
profundo es también una “confesión”, reconocimiento y alabanza de la santidad
de Dios y de su misericordia con el hombre pecador»[28]. Y se llama sacramento del “perdón”, «porque, a
través de la absolución sacramental del sacerdote, Dios otorga al penitente “el
perdón y la paz”», y de la “reconciliación”, porque «comunica al pecador el
amor de Dios que reconcilia»[29].
27.
La celebración sacramental de la “conversión” está vinculada a un esfuerzo para
responder al amor de Dios. Por esto, la llamada a la conversión es «un
componente esencial del anuncio del Reino»[30]. Así el cristiano se inserta en el «movimiento del “corazón
contrito” (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cfr. Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de
Dios que nos ha amado primero (cfr. 1Jn 4,10)»[31].
28.
Se trata de un itinerario hacia la santidad requerida y hecha posible por el
bautismo, la confirmación, la eucaristía y la Palabra de Dios. Así se actúa la
realidad ministerial de gracia que San Pablo describía con estas palabras: «En
nombre de Cristo somos, pues, embajadores, como si Dios exhortara por medio de
nosotros. Os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2Cor 5,20). La invitación del Apóstol tenía como
motivación especial el hecho de que Dios trató a Cristo como «pecado por nosotros, para que viniésemos a ser
justicia de Dios en él» (2Cor
5,21). De esta forma, «libres del pecado, fructificáis para la santidad» (Rm 6,22).
29.
Es posible entrar en esta dinámica de experiencia del perdón misericordioso de
Dios desde la infancia y antes de la primera comunión, también por parte de
almas inocentes movidas por una actitud de confianza y alegría filial[32]. Es necesario preparar dichas almas a esta
finalidad con una adecuada catequesis sobre el sacramento de la penitencia
antes de recibir la primera comunión.
30.
Cuando se entra en esta dinámica evangélica del perdón, es fácil comprender la
importancia de confesar los pecados leves y las imperfecciones, como decisión
de “progresar en la vida del Espíritu” y con el deseo de transformar la propia
vida en expresión de la misericordia divina hacia los demás[33]. De esta forma, se entra en sintonía con los
sentimientos de Cristo «que, el Único, expió nuestros pecados” (cfr. Rm 3,25; 1Jn 2,1-2)»[34].
31.
Cuando el sacerdote es consciente de esta realidad de gracia, no puede no
alentar a los fieles a acercarse al sacramento de la penitencia. Entonces «el
sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, del
Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo
acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo
juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el
signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador»[35]. «El buen Pastor busca la oveja descarriada. Y
encontrada, la pone sobre los mismos hombros que llevaron el madero de la cruz,
y la lleva de nuevo a la vida de la eternidad»[36].
32.
El respeto del “secreto sacramental” indica que la celebración penitencial es
una realidad de gracia, cuyo itinerario está ya “marcado” en el Corazón de
Jesús, en una profunda amistad con él. De esta forma, el misterio y la dignidad del hombre se
esclarecen, una vez más, a la luz del misterio de Cristo[37].
Los
efectos de la gracia del sacramento de la penitencia consisten en la
reconciliación con Dios (recuperando la paz y la amistad con Él), en la
reconciliación con la Iglesia (reintegrándose en la comunión de los santos), en
la reconciliación consigo mismo (unificando el propio corazón). Como
consecuencia, el penitente «se reconcilia con los hermanos, agredidos y
lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia, se reconcilia
con toda la creación»[38].
33.
La dignidad del penitente emerge en la celebración sacramental, en la que él
manifiesta la propia autenticidad (conversión) y el propio sentimiento. En
efecto, «él se inserta, con sus actos, en la celebración del sacramento, que se
cumple también con las palabras de la absolución, pronunciadas por el ministro
en el nombre de Cristo»[39]. Por esto se puede afirmar que «el fiel, mientras
realiza en su vida la experiencia de la misericordia de Dios y la proclama,
celebra con el sacerdote la liturgia de la Iglesia, que continuamente se
convierte y se renueva»[40].
34.
La celebración del sacramento actualiza una historia de gracia que proviene del
Señor. «A lo largo de la historia y en la praxis constante de la Iglesia, el “ministerio
de la reconciliación” (2Cor
5,18), concedido mediante los sacramentos del bautismo y de la penitencia, se
ha visto siempre como una tarea pastoral muy relevante, realizada por
obediencia al mandato de Jesús como parte esencial del ministerio sacerdotal»[41].
35.
Es un camino “sacramental”, en cuanto signo eficaz de gracia, que forma parte
de la sacramentalidad de la Iglesia. Es también el camino trazado por el “Padre nuestro”, en el que
pedimos perdón mientras ofrecemos nuestro perdón. De esta experiencia de
reconciliación nace en el corazón del creyente un anhelo de paz para toda la
humanidad: «El anhelo del cristiano es que toda la familia humana pueda invocar
a Dios como “¡Padre nuestro!”»[42].
36.
La actitud de reconciliación y penitencia o “conversión”, desde los inicios de
la Iglesia, se expresa de formas diversas y en momentos diversos: celebración
eucarística, tiempos litúrgicos particulares (como la Cuaresma), el examen de
conciencia, la oración filial, la limosna, el sacrificio, etc. Pero el momento
privilegiado es la celebración del sacramento de la penitencia o reconciliación
donde se da, por parte del penitente, la contrición, la confesión y la
satisfacción y, por parte del ministro, la absolución con la invitación a
abrirse más al amor.
37.
La confesión clara, sencilla e íntegra de los propios pecados recupera la
comunión con Dios y con los hermanos, sobre todo en la comunidad eclesial. La “conversión”
como regreso a los proyectos del Padre, implica el arrepentimiento sincero y,
por tanto, la acusación y la disposición a expiar o reparar la propia conducta.
Así se vuelve a orientar la propia existencia hacia el camino del amor a Dios y
al prójimo.
38.
El
penitente,
ante Cristo resucitado presente en el sacramento (y también en el ministro),
confiesa el propio pecado, expresa el propio arrepentimiento y se compromete a
expiar y a corregirse. La gracia del sacramento de la reconciliación es gracia
de perdón que llega hasta la raíz del pecado cometido después del bautismo y
sana las imperfecciones y las desviaciones, dando al creyente la fuerza de “convertirse”
o de abrirse más a la perfección del amor.
39.
Los gestos exteriores con los que se puede expresar esta actitud interior
penitencial son múltiples: oración, limosna, sacrificio, santificación de los
tiempos litúrgicos, etc. Pero «la conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento
en la Eucaristía»[43]. En la celebración del sacramento de la penitencia
se experimenta el camino del regreso descrito por Jesús con la parábola del
hijo pródigo: «Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor
de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan
llena de simplicidad y de belleza»[44].
40.
Esta gracia de Dios, que ha tenido la iniciativa de amarnos, hace que el
penitente pueda cumplir estos gestos. El examen de conciencia se realiza a la
luz del amor de Dios y de su Palabra. Reconociendo el propio pecado, el pecador
asume su responsabilidad y, movido por la gracia, manifiesta el propio dolor y
el propio aborrecimiento del pecado, sobre todo ante Dios que nos ama y juzga
con misericordia nuestras acciones. El reconocimiento y la acusación integral
de los pecados al sacerdote, con sencillez y claridad, forma parte, pues, de la
acción del Espíritu de amor, que va más allá del dolor de contrición (por amor)
o de atrición (por temor a la justicia divina).
41.
La celebración del sacramento de la reconciliación es un acto litúrgico que,
según el Rito de la penitencia, se desarrolla partiendo de un saludo y de una
bendición, a los que sigue la lectura o recitación de la Palabra de Dios, la
invitación al arrepentimiento, la confesión, consejos y exhortaciones, la
imposición y aceptación de la penitencia, la absolución de los pecados, la
acción de gracias y la bendición de despedida[45]. El lugar visible y decoroso del confesionario, «provisto
de una rejilla fija entre el penitente y el confesor, que puedan utilizar
libremente los fieles que así lo deseen»[46] constituye una ayuda para ambos.
42.
La forma ordinaria de celebrar la confesión, es decir, la confesión individual,
también cuando está precedida por una preparación comunitaria, es una excelente
oportunidad para invitar a la santidad y, por consiguiente, a una eventual
dirección espiritual (con el mismo confesor o con otra persona). «Gracias
también a su índole individual, la primera forma de celebración permite asociar
el sacramento de la penitencia a
algo distinto, pero conciliable con ello: me refiero a la dirección espiritual.
Es pues cierto que la decisión y el empeño personal están claramente
significados y promovidos en esta primera forma»[47]. «Cuando sea posible, es conveniente también que,
en momentos particulares del año, o cuando se presente la oportunidad, la
confesión individual de varios penitentes tenga lugar dentro de celebraciones
penitenciales, como prevé el ritual, respetando las diversas tradiciones
litúrgicas y dando una mayor amplitud a la celebración de la Palabra con
lecturas apropiadas»[48].
43.
Aunque «en casos de necesidad grave se puede recurrir a la celebración
comunitaria de la reconciliación con confesión general y absolución general»,
según las normas del Derecho, “los fieles, para que sea válida la absolución,
deben hacer el propósito de confesar individualmente los propios pecados
graves, en el tiempo debido”»[49]. Juzgar si se presentan las condiciones requeridas
conforme a la norma del Derecho, «corresponde al Obispo diocesano, el cual,
teniendo en cuenta los criterios acordados con los demás miembros de la
Conferencia Episcopal, puede determinar los casos en los que se verifica esa
necesidad»[50].
Por
esto, «la confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el
único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia,
a no ser que una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión
[...]. La confesión personal es la forma más
significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia»[51].
44.
En los cánones del Código de Derecho Canónico se encuentra orientaciones prácticas sobre la confesión individual y
la celebración comunitaria[52], y sobre el lugar y modo de disponer el
confesionario[53]. Respecto a los ministros, se refieren normas
garantizadas por la tradición eclesial y por la experiencia, como la facultad
de confesar ordinariamente y la facultad de absolver en algunos casos
especiales[54]. Es necesario atenerse, en todo, a los criterios de
la Iglesia sobre la doctrina moral[55]. Es necesario comportarse siempre como servidores
justos y misericordiosos, y así proveer al «honor divino y a la salvación de
las almas»[56].
45.
Estas normas ayudan también a actuar con la prudencia debida «atendiendo a la
condición y edad del penitente»[57], tanto para pedir como para ofrecer orientaciones
prácticas e indicar una «satisfacción oportuna»[58]. Exactamente en dicho contexto del misterio de la
gracia divina y del corazón humano se encuadra mejor el “secreto” sacramental[59].
Otras
normas ofrecen algunos elementos para ayudar a los penitentes a confesar con
claridad, por ejemplo con referencia al número y especie de los pecados graves[60], indicando los tiempos más oportunos, los medios
concretos (cuáles pueden ser, en qué ocasión, los intérpretes) y sobre todo la
libertad de confesarse con los ministros aprobados y que ellos pueden elegir[61].
46.
En el
Rito de la Penitencia se encuentran orientaciones doctrinales y normas prácticas
semejantes: preparación del sacerdote, acogida, celebración con todos sus
detalles. Estas orientaciones ayudarán al penitente a plasmar la propia vida a
la gracia recibida. Por esto la celebración comunitaria, con absolución
individual, constituye una gran ayuda a la confesión individual, que permanece
siempre la forma ordinaria de la celebración del sacramento de la penitencia.
47.
También la Carta Apostólica Motu Proprio Misericordia Dei, sobre algunos aspectos de la celebración del
sacramento de la penitencia, del Papa Juan Pablo II, ofrece muchas normas
prácticas sobre los posibles modos de realizar la celebración sacramental y
sobre cada uno de sus gestos.
48.
En todas estas posibilidades de celebración, lo más importante es ayudar al
penitente en su proceso de configuración con Cristo. A veces un consejo
sencillo y sabio ilumina para toda la vida o impulsa a tomar en serio el
proceso de contemplación y perfección, bajo la guía de un buen director
espiritual. El director espiritual es un instrumento en las manos de Dios, para
ayudar a descubrir lo que Dios quiere de cada uno en el momento presente: su
ciencia no es meramente humana. La homilía de una celebración comunitaria o el
consejo privado en una confesión individual pueden ser determinantes para toda
la vida.
49.
En todo momento es necesario tener en cuenta el proceso seguido por el
penitente. A veces se le ayudará a adoptar una actitud de conversión radical
que conduzca a recuperar o reavivar la elección fundamental de la fe; otras
veces se tratará de una ayuda en el proceso normal de santificación que es
siempre, armónicamente, de purificación, iluminación y unión.
50.
La confesión frecuente, cuando hay sólo pecados leves o imperfecciones, es como
una consecuencia de la fidelidad al bautismo y a la confirmación, y expresa un
auténtico deseo de perfección y de regreso al designio del Padre, para que
Cristo viva verdaderamente en nosotros para una vida de mayor fidelidad al
Espíritu Santo. Por esto «teniendo en cuenta la llamada de todos los fieles a la santidad, se
les recomienda confesar también los pecados veniales»[62].
51.
En primer lugar son esenciales la oración y la penitencia por las almas. Así
será posible una auténtica disponibilidad y acogida paterna.
52.
Quienes tienen la cura de almas deben «proveer que se oiga en confesión a los
fieles que les están confiados y que lo pidan razonablemente; y a que se les dé
la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas
determinadas que les resulten asequibles»[63]. Hoy se hace así en muchos lugares, con resultados
muy positivos, no sólo en algunos santuarios, sino también en muchas parroquias
e Iglesias.
53.
Esta disponibilidad ministerial tiende a prolongarse suscitando deseos de
perfección cristiana. La ayuda por parte del ministro, antes o durante la
confesión, tiende al verdadero conocimiento de sí, a la luz de la fe, en vista
de adoptar una actitud de contrición y propósitos de conversión permanente e
íntima, y de reparación o corrección y cambio de vida, para superar la
insuficiente respuesta al amor de Dios.
54.
El texto final de la celebración del sacramento, después de la absolución
propiamente dicha y la despedida, contiene una gran riqueza espiritual y pastoral,
y convendría recitarlo, ya que orienta el corazón hacia la pasión de Cristo,
los méritos de la Bienaventurada Virgen María y de los Santos, y hacia la
cooperación por medio de las buenas obras subsiguientes.
55.
Así, pues, el ministro, por el hecho de actuar en nombre de Cristo Buen pastor,
tiene la urgencia de conocer y discernir las enfermedades espirituales y de
estar cerca del penitente, de ser fiel a la enseñanza del Magisterio sobre la
moral y la perfección cristiana, de vivir una auténtica vida de oración, de
adoptar una actitud prudente en la escucha y en las preguntas, de estar
disponible a quien pide el sacramento, de seguir las mociones del Espíritu
Santo. Es siempre una función paterna y fraterna a imitación del Buen Pastor, y es una prioridad
pastoral. Cristo, presente en la celebración sacramental, espera también en el
corazón de cada penitente y pide al ministro oración, estudio, invocación del
Espíritu, acogida paterna.
56.
Esta perspectiva de caridad pastoral evidencia que «la falta de disponibilidad
para acoger a las ovejas descarriadas, e incluso para ir en su búsqueda y poder
devolverlas al redil, sería un signo doloroso de falta de sentido pastoral en
quien, por la Ordenación sacerdotal, tiene que llevar en sí la imagen del Buen
Pastor. [...] En particular, se recomienda la presencia visible
de los confesores [...]
y la especial disponibilidad para atender a las necesidades de los fieles,
durante la celebración de la Santa Misa»[64]. Si se trata de una «concelebración, se exhorta vivamente
que algunos sacerdotes se abstengan de concelebrar para estar disponibles a los
fieles que quieren acceder al sacramento de la penitencia»[65].
57.
La descripción que el Santo Cura de Ars hace del ministerio, acentúa la nota de
acogida y disponibilidad. Este es el comentario de Benedicto XVI: «Todos los
sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros aquellas
palabras que él ponía en boca de Cristo: “Encargaré a mis ministros que
anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi
misericordia es infinita”. Los sacerdotes podemos aprender del Santo Cura de
Ars no sólo confianza infinita en el sacramento de la Penitencia que nos
impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino
también el método del “diálogo de salvación” que en él se debe entablar. El
Cura de Ars se comportaba de manera diferente con cada penitente»[66]. En dicho contexto se comprende la explicación que
dio a un hermano sacerdote: «Le diré cuál es mi receta: pongo a los pecadores
una penitencia pequeña y el resto lo cumplo yo»[67].
58.
Se puede aprender del Santo Cura de Ars el modo de diferenciar los penitentes
para poderlos orientar mejor, en base a su disponibilidad. Aunque ofrecía los
más fervientes modelos de santidad, a todos exhortaba a sumergirse en el «torrente
de la divina misericordia» ofreciendo motivo de esperanza para la corrección: «El
buen Dios lo sabe todo. Antes de que os confeséis, ya sabe que pecaréis todavía
y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que lo impulsa a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de
perdonarnos!»[68]
Este
esfuerzo de caridad pastoral «era para él, sin duda, la mayor de las prácticas
ascéticas, un “martirio”». Por esto «el Señor le concedía reconciliar a grandes
pecadores arrepentidos, y también guiar a la perfección a las almas que lo
deseaban»[69].
59.
El confesor es pastor, padre, maestro, educador, juez espiritual y también
médico que discierne y ofrece la cura. «El sacerdote hace las veces de juez y
de médico, y ha sido constituido por Dios ministro de justicia y a la vez de
misericordia divina, para que provea al honor de Dios y a la salud de las almas»[70].
60.
María es Madre de misericordia porque es Madre de Cristo Sacerdote, revelador
de la misericordia. Es la que «como nadie, ha experimentado la misericordia
[...], es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina» y,
por esto, puede «llegar a todos los que aceptan más fácilmente el amor
misericordioso de una madre»[71]. La espiritualidad mariana del sacerdote hará
entrever, en su modo de actuar, el Corazón materno de María como reflejo de la
misericordia divina.
61.
Es necesario reconocer las dificultades actuales para ejercer el ministerio de
la penitencia, debidas a cierta pérdida del sentido del pecado, a cierta
indiferencia hacia este sacramento, a no ver la utilidad de confesarse sino hay pecado grave, y
también al cansancio del ministro atareado en tantas actividades. Pero la
confesión es siempre un renacimiento espiritual que transforma al penitente en
nueva criatura y lo une cada vez más a la amistad con Cristo. Por esto es
fuente de alegría para quien es servidor del Buen Pastor.
62.
Cuando el sacerdote ejerce este ministerio vive de nuevo, de forma particular,
su condición de ser instrumento de un maravilloso acontecimiento de gracia. A
la luz de la fe, puede experimentar el cumplirse del amor misericordioso de
Dios. Los gestos y las palabras del ministro son un medio para que se realice
un verdadero milagro de la gracia. Aunque existen otros instrumentos eclesiales
para comunicar la misericordia de Dios, por no hablar de la eucaristía, máxima
prueba de amor, «en el sacramento de la penitencia el hombre es alcanzado de
forma visible por la misericordia de Dios»[72]. Es un medio privilegiado para alentar no sólo a
recibir el perdón, sino también para seguir con generosidad el camino de la
identificación con Cristo. El camino del discipulado evangélico, por parte de
los fieles y del mismo ministro, tiene necesidad de esta ayuda para mantenerse
a un nivel de generosidad.
63.
Esta perspectiva de aliento exige al ministro una mayor atención a su
formación: «Por tanto, es necesario que, además de una buena sensibilidad
espiritual y pastoral, tenga una seria preparación teológica, moral y
pedagógica, que lo capacite para comprender la situación real de la persona.
Además, le conviene conocer los ambientes sociales, culturales y profesionales
de quienes acuden al confesionario, para poder darles consejos adecuados y
orientaciones espirituales y prácticas... Además de la sabiduría humana y la preparación teológica, es preciso
añadir una profunda vena de espiritualidad, alimentada por el contacto orante con
Cristo, Maestro y Redentor»[73]. Para este fin es de gran utilidad la formación permanente, por ejemplo las jornadas de
formación del clero, con cursos específicos, como los ofrecidos por la
Penitenciaría Apostólica.
64.
Desde los primeros siglos de la Iglesia hasta nuestros días, se ha practicado
el consejo espiritual, llamado también dirección, guía y acompañamiento
espiritual. Se trata de una praxis milenaria que ha dado frutos de santidad y
de disponibilidad evangelizadora.
El
Magisterio, los Santos Padres, los autores de escritos espirituales y las
normas de vida eclesial hablan de la necesidad de este consejo o dirección,
sobre todo en el itinerario formativo y en algunas circunstancias de la vida
cristiana. Hay momentos en la vida que necesitan de un discernimiento especial
y de acompañamiento fraterno. Es la lógica de la vida cristiana. «Es necesario
redescubrir la gran tradición del acompañamiento espiritual individual, que ha
dado siempre tantos y tan preciosos frutos en la vida de la Iglesia»[74].
65.
Nuestro Señor estaba siempre cerca de sus discípulos. La dirección o
acompañamiento y consejo espiritual ha existido durante los siglos, al inicio,
sobre todo por parte de monasterios (monjes de Oriente y de Occidente) y en lo
sucesivo también por parte de las diversas escuelas de espiritualidad, a partir
del Medioevo. Desde los siglos XVI-XVII se ha hecho más frecuente su aplicación
a la vida cristiana, como se puede comprobar en los escritos de Santa Teresa de
Jesús, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, San Juan de Ávila, San
Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio, Pedro de Bérulle, etc. Aunque
haya prevalecido la dirección espiritual impartida por monjes y por sacerdotes
ministros, siempre ha habido fieles (religiosos y laicos) — por ejemplo Santa
Catalina — que han prestado dicho servicio. La legislación eclesiástica ha
recogido toda esta experiencia y la ha aplicado sobre todo en la formación
inicial a la vida sacerdotal y consagrada. Hay también fieles laicos bien
formados — hombres y mujeres — que realizan este servicio de consejo en el camino
de la santidad.
66.
La dirección espiritual es una ayuda en el camino de la santificación para
todos los fieles de cualquier estado de vida. Actualmente, mientras se observa
una búsqueda de orientación espiritual por parte de los fieles, al mismo tiempo
se advierte la necesidad de una mayor preparación por parte de los ministros,
con el fin de poder prestar con diligencia este servicio de consejo,
discernimiento y acompañamiento. Donde existe dicha práctica, existe renovación
personal y comunitaria, vocaciones, espíritu apostólico, alegría de la
esperanza.
67.
En el período de preparación al sacerdocio, se presenta siempre muy necesario y
urgente el estudio de la teología espiritual y la experiencia de esta misma
vida. En realidad, el consejo y el acompañamiento espiritual es parte
integrante del ministerio de la predicación y de la reconciliación. El
sacerdote, en efecto, está llamado a guiar en el camino de la identificación
con Cristo, que incluye el camino de la contemplación. La ayuda de dirección
espiritual, como discernimiento del Espíritu, es parte del ministerio: «Examinando
si los espíritus son de Dios, [los presbíteros] descubran con sentido de fe,
reconozcan con gozo y fomenten con diligencia los multiformes carismas de los
laicos, tanto los humildes como los más altos»[75].
68.
La formación inicial al sacerdocio, desde los primeros momentos de vida en el
Seminario, comprende precisamente esta ayuda: «Los alumnos se han de preparar
por una formación religiosa peculiar, sobre todo por una dirección espiritual
conveniente, para seguir a Cristo Redentor con generosidad de alma y pureza de
corazón»[76].
69.
No se trata sólo de una consultación sobre temas doctrinales, sino más bien de
la vida de relación, intimidad y configuración con Cristo, que es siempre de
participación en la vida trinitaria: «La formación espiritual ha de estar
estrechamente unida a la doctrinal y pastoral y, con la colaboración sobre todo
del director espiritual, debe darse de tal forma que los alumnos aprendan a
vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el
Espíritu Santo»[77].
70.
Los “munera” sacerdotales se describen teniendo en cuenta su relación con la vida
espiritual de los fieles: «Vosotros sois los ministros de la Eucaristía, los
dispensadores de la misericordia divina en el sacramento de la penitencia, los
consoladores de las almas, los guías de todos los fieles en las tempestuosas
dificultades de la vida»[78].
En
el acompañamiento o dirección espiritual, se ha dado siempre gran importancia
al discernimiento del Espíritu, teniendo presente el fin de la santificación,
de la misión apostólica y de la vida de comunión eclesial. La lógica del
espíritu Santo impulsa a vivir en la verdad y en el bien según el ejemplo de
Cristo. Es necesario pedir su luz y su fuerza para discernir y ser fieles a sus
directrices.
71.
Se puede afirmar que esta atención a la vida espiritual de los fieles,
guiándolos en el camino de la contemplación y de la santidad, también como
ayuda en el discernimiento vocacional, es una prioridad pastoral: «En esta
perspectiva, la atención a las vocaciones al sacerdocio se debe concretar
también en una propuesta decidida y convincente de dirección espiritual [...].
Por su parte, los sacerdotes sean los primeros en dedicar tiempo y energías a
esta labor de educación y de ayuda espiritual personal. No se arrepentirán
jamás de haber descuidado o relegado a segundo plano otras muchas actividades
también buenas y útiles, si esto lo exigía la fidelidad a su ministerio de
colaboradores del Espíritu en la orientación y guía de los llamados»[79].
72.
La atención a los jóvenes, en particular con el fin de discernir la propia
vocación específica en la vocación cristiana general, comprende esta atención
de consejo y acompañamiento espiritual: «Como decía el Cardenal Montini, futuro
Pablo VI, “la dirección espiritual tiene una función hermosísima y, podría
decirse indispensable, para la educación moral y espiritual de la juventud, que
quiera interpretar y seguir con absoluta lealtad la vocación, sea cual fuese,
de la propia vida; conserva siempre una importancia beneficiosa en todas las
edades de la vida, cuando, junto a la luz y a la caridad de un consejo piadoso
y prudente, se busca la revisión de la propia rectitud y el aliento para el cumplimiento generoso
de los propios deberes. Es medio pedagógico muy delicado, pero de grandísimo
valor; es arte pedagógico y psicológico de grave responsabilidad en quien la
ejerce; es ejercicio espiritual de humildad y de confianza en quien la recibe”»[80].
73.
La dirección espiritual está habitualmente en relación con el sacramento de la
reconciliación, al menos en el sentido de una consecuencia posible, cuando los
fieles piden ser guiados en el camino de la santidad, incluido el itinerario
específico de su personal vocación: «De manera paralela al Sacramento de la
Reconciliación, el presbítero no dejará de ejercer el ministerio de la dirección espiritual. El descubrimiento y la difusión de esta práctica,
también en momentos distintos de la administración de la Penitencia, es un
beneficio grande para la Iglesia en el tiempo presente. La actitud generosa y
activa de los presbíteros al practicarla constituye también una ocasión
importante para individualizar y sostener la vocación al sacerdocio y a las
distintas formas de vida consagrada»[81].
74.
Los mismos ministros tienen necesidad de la práctica de la dirección
espiritual, que está siempre vinculada a la intimidad con Cristo: «Al fin de
cumplir con fidelidad su ministerio, gusten de corazón del cotidiano coloquio
con Cristo Señor en la visita y culto personal de la Santísima Eucaristía,
practiquen de buen grado
el retiro espiritual y estimen altamente la dirección espiritual»[82].
75.
La realidad ministerial exige que el ministro reciba personalmente la dirección
espiritual buscándola y siguiéndola con fidelidad, para guiar mejor a los
otros: «Para contribuir al mejoramiento de su propia vida espiritual, es
necesario que los presbíteros practiquen ellos mismos la dirección espiritual.
Al poner la formación de sus almas en las manos de un hermano sabio, madurarán — desde los primeros pasos de su ministerio — la conciencia de la importancia de no caminar solos por el camino de
la vida espiritual y del empeño pastoral. Para el uso de este eficaz medio de
formación tan experimentado
en la Iglesia, los presbíteros tendrán plena libertad en la elección de la persona
a la que confiarán la dirección de la propia vida espiritual»[83].
76.
Para las cuestiones personales y comunitarias es necesario hacer uso del
consejo de los hermanos, sobre todo de aquellos que deben ejercerlo para la
misión que se les ha confiado, según la gracia de estado, recordando que el
primer “consejero” o “director” es siempre el Espíritu Santo, al que es
necesario acudir con una oración constante, humilde y confiada.
77.
La vida cristiana es “camino”, es “vivir del Espíritu” (cfr. Gal 5,25), como sintonía, relación, imitación y
configuración con Cristo, para participar de su filiación divina. Por esto «todos
los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios» (Rm 8,14). El consejo o dirección espiritual ayuda a
distinguir «el espíritu de la verdad y el espíritu del error» (1Jn 4,6) y a «revestirse del hombre nuevo, creado según
Dios en la justicia y en la santidad de la verdad» (Ef 4,24). La dirección espiritual es sobre todo una
ayuda para el discernimiento en el camino de santidad o perfección.
El
fundamento de esta práctica del “acompañamiento” o “dirección” espiritual está
en la realidad de ser Iglesia comunión, Cuerpo Místico de Cristo, familia de
hermanos que se ayudan según los carismas recibidos. La Iglesia es un conjunto
de “mediaciones” que corresponden a los diversos ministerios, vocaciones y
carismas. Todos tienen necesidad de los demás, también y especialmente en el
campo del consejo espiritual. Se trata de buscar y aceptar un consejo que viene
del Espíritu Santo por medio de los hermanos.
En
el bautismo y en la confirmación, todos hemos recibido los dones del Espíritu,
entre los cuales es relevante el don de “consejo”. La experiencia eclesial
demuestra que algunas personas poseen este don de consejo en un alto grado o
que, al menos, están llamadas a servir a los otros aportando el carisma
recibido. La dirección o consejo espiritual se ejerce, a veces, basándose en un
encargo confiado por la autoridad eclesial o por la comunidad eclesial en la
que se vive.
78.
El
objetivo
de la dirección espiritual consiste principalmente en ayudar a discernir los
signos de la voluntad de Dios. Normalmente se habla de discernir luces y
mociones del Espíritu Santo. Hay momentos en los que dicha consultación es muy
urgente. Es necesario tener en cuenta el “carisma” peculiar de la vocación
personal o de la comunidad en la que vive quien pide o recibe el consejo.
79.
Cuando se trata de discernir los signos de la voluntad de Dios, con la ayuda
del consejo fraterno, se incluye eventualmente la consultación sobre temas de
moral o de práctica de las virtudes, y también el comunicar confidencialmente
la situación que se quiere aclarar. Si falta el deseo verdadero de santidad, se
pierde el objetivo principal de la dirección espiritual. Este objetivo es
inherente al proceso de fe, esperanza y caridad (como configuración con los
criterios, valores y actitudes de Cristo) que se ha de orientar según los
signos de la voluntad de Dios en armonía con los carismas recibidos. El fiel
que recibe el consejo debe asumir la propia responsabilidad e iniciativa.
80.
La consultación moral, el exponer confiadamente los propios problemas, el poner
en práctica los medios de santificación, se han de colocar en el contexto de la
búsqueda de la voluntad de Dios. Sin el deseo sincero de santidad, que equivale
a practicar las bienaventuranzas y el mandamiento del amor, no existe tampoco
el objetivo específico de la dirección espiritual en la vida cristiana.
81.
Durante el proceso de la dirección espiritual es necesario entrar en la
conciencia de sí mismo a la luz del Evangelio y, por tanto, apoyarse en la
confianza en Dios. Es precisamente un itinerario de relación personal con
Cristo, en el que se aprende y practica con Él la humildad, la confianza y el
don de sí, según el nuevo mandamiento del amor.
Se
ayuda a formar la conciencia instruyendo la mente, iluminando la memoria,
fortificando la voluntad, orientando la afectividad y alentando una entrega
generosa a la santificación.
82.
El proceso de la dirección espiritual sigue algunas etapas que no están rígidamente ordenadas, pero que se
desarrollan como círculos concéntricos: guiar al conocimiento de sí, en la
confianza del Dios Amor, en la decisión del don total de sí, en la armonía de
purificación, iluminación y unión. Es una dinámica de vida en sintonía con la
vida trinitaria participada (cfr. Jn 14,23; Ef 2,18) por medio de la configuración con Cristo
(criterios, valores, actitudes que manifiestan la fe, la esperanza y la
caridad) y bajo la acción del Espíritu Santo, aceptado con fidelidad y
generosidad.
Todo
esto se desarrolla en una serie de campos (relación con Dios, trabajo,
relaciones sociales, en unidad de vida) en los que se busca la voluntad de Dios
por medio del consejo y del acompañamiento: camino de oración-contemplación,
discernimiento y fidelidad a la vocación, donación en el itinerario de
santidad, vivir armónicamente la “comunión” fraterna eclesial, disponibilidad
al apostolado. El acompañamiento y el consejo llegan también a los medios
concretos. En todo este proceso es necesario tener presente que el verdadero
director es el Espíritu Santo, mientras el fiel conserva toda la propia
responsabilidad e iniciativa.
83.
En el
camino de la oración (personal, comunitaria, litúrgica) será necesario enseñar a rezar,
cuidando en particular la actitud filial del “Padre nuestro” que es de
humildad, confianza y amor. Los escritos de los santos y de los autores
espirituales serán de ayuda al orientar en este camino para “abrir el corazón y
alegrarse por su presencia” (Santo Cura de Ars), en un cruce de miradas, “yo lo
miro y él me mira” (el campesino de Ars, siguiendo las enseñanzas del Santo
Cura). Así se acepta la presencia donada de Jesús y se aprende a hacer de la
propia presencia un “estar con quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa de
Jesús). Es el silencio de adoración, de admiración y de donación, como “una
mirada sencilla del corazón” Santa Teresa de Lisieux), y el hablar como Jesús
en Getsemaní.
84.
Partiendo de la llamada de Jesús («vosotros, pues, sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre celestial» Mt 5,48), el sacerdote invita a todos los fieles a
emprender el «camino de la plenitud de la vida propia de los hijos de Dios»[84], para llegar al «conocimiento vivido de Cristo»[85]. Las exigencias de la vida cristiana (laica,
religiosa, sacerdotal) no se comprenden sin esta vida “espiritual” o sea la “vida” en el Espíritu Santo, que conduce a «anunciar a los pobres la buena nueva» (Lc 4,18).
85.
En el
camino
de la propia vocación eclesial, se cuidan sobre todo las motivaciones y la
recta intención, la libertad de elección, la formación a la idoneidad o las
cualidades.
Los
expertos en teología espiritual describen al director espiritual como el que
instruye en casos y aplicaciones concretas, da los motivos para donarse con
generosidad y ayuda proponiendo medios de santificación adecuados a cada
persona y situación, según las diversas vocaciones. Las dificultades se
afrontan en la perspectiva del auténtico seguimiento de Cristo.
86.
Puede existir una dirección habitual o un acompañamiento temporal “ad casum”.
Además puede ser más intensa inicialmente. Es frecuente que algunos creyentes,
en el camino de la vocación, se sientan invitados a pedir la dirección
espiritual, gracias a la predicación, a lecturas, a retiros y encuentros de
oración, o a la confesión. Una lectura atenta de los documentos del Magisterio
puede suscitar también la exigencia de buscar un guía para vivir más coherentemente
la vida cristiana. Esta donación en la vida espiritual conduce a un mayor
compromiso en la vida social: «La disponibilidad para con Dios provoca la
disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como tarea solidaria
y gozosa»[86].
87.
Partiendo de estas líneas fundamentales sobre la dirección espiritual y
teniendo en cuenta la realidad de hoy, en el cruce de gracia y situaciones
sociológicas y culturales, se obtienen algunas orientaciones prácticas, siempre
abiertas a nuevas gracias y a nuevas circunstancias.
La
aplicación del consejo espiritual (dirección, acompañamiento) ha de tener en
cuenta la vocación eclesial específica, el carisma particular o las gracias especiales.
Dado que la persona es “una”, es necesario conocer sus circunstancias concretas de vida: familia, trabajo,
etc. Si se trata de una vocación y de un carisma específico, es oportuno
prestar atención a los diversos momentos del camino[87].
En
todo momento es necesario prestar especial atención a casos y situaciones
particulares, como el cambio de estado eclesial, los deseos de mayor
perfección, la tendencia a los escrúpulos, los fenómenos extraordinarios.
88.
Es oportuno iniciar el camino de la dirección espiritual, con una relectura de
la vida. Es de gran ayuda tener algunos propósitos o un proyecto de vida que
incluya la relación con Dios (oración litúrgica y personal), la relación
fraterna, la familia, el trabajo, las amistades, las virtudes concretas, los
deberes personales, el apostolado, los instrumentos de espiritualidad. En el
proyecto pueden reflejarse las aspiraciones, las dificultades, el deseo de
donarse más a Dios. Es muy útil precisar los medios que se quieren utilizar en
el camino de la oración, de la santidad (virtud), de los deberes del propio
estado, de la mortificación o de las «pequeñas dificultades cotidianas»[88].
89.
Hay
un momento inicial
en el que se tiende a hacer brotar actitudes de piedad y de perseverancia en
las virtudes de oración y adhesión a la voluntad de Dios, alguna práctica de
apostolado, formación del carácter (memoria, inteligencia, afectividad,
voluntad), purificación, formación a la apertura y a una actitud de
autenticidad sin dobleces. Se afrontan, pues, los casos de aridez,
inconstancia, entusiasmo superficial o pasajero, etc. Es el momento justo para «extirpar...
y plantar»
(Jer
1,10), para conocer y orientar rectamente la pasión dominante.
90.
Un segundo momento se llama tiempo de progreso, en el que se tiende al recogimiento o vida
interior, a una mayor humildad y mortificación, a la profundización de las
virtudes, a mejorar la oración.
Así
se llega a un momento de mayor perfección en el que la oración es más contemplativa, se trata de extirpar las
preferencias, distinguiendo un aspecto “activo” y uno “pasivo” (o sea secundar
fielmente la acción de la gracia que es siempre sorprendente), aprendiendo a
pasar la noche del espíritu (noche de la fe). La profundización en la humildad
se trasforma en gestos de caridad.
91.
Cada una de las virtudes necesita de una atención específica. Las luces, las
inspiraciones o mociones del Espíritu Santo se reciben en este camino, que es
de continuo discernimiento para una mayor fidelidad y generosidad. Los casos
concretos de gracias especiales o de debilidades espirituales o psíquicas se
afrontan con el debido estudio, comprendida la colaboración de otras personas
más expertas, siempre con gran respeto.
Es
útil seguir un proyecto de vida que se puede subdividir sencillamente en un conjunto
de principios, objetivos y medios. O sea, se indica dónde se quiere ir, dónde
se encuentra, dónde se debe ir, qué obstáculos se pueden encontrar y qué
instrumentos se deben utilizar.
92.
Influye directamente en la vida espiritual
el «sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de la vida cristiana»[89] para construir la unidad de vida, necesaria a los
presbíteros[90] y a los fieles[91]. Entre los medios concretos de vida espiritual,
además de las fuentes principales (eucaristía, Palabra, oración...), son
relevantes por su aspecto práctico la Lectio divina o meditación según métodos diversos, la práctica
asidua del sacramento de la reconciliación, la lectura espiritual, el examen de
conciencia (particular y general), los retiros espirituales. La lectura
espiritual de santos y autores de espiritualidad es guía en el camino del
conocimiento de sí, de la confianza filial y de la entrega generosa.
93.
Es normal que el camino cristiano presente algunas crisis de crecimiento y de
maduración, que pueden verificarse en grado diverso. La “noche obscura” de la
fe se puede presentar en varios momentos, pero especialmente cuando la persona
se acerca más a Dios, hasta experimentar una especie de “silencio” o “ausencia”
de Dios que, en realidad es un hablar y una presencia más profunda de Dios
mismo. El acompañamiento espiritual es más necesario que nuca en aquel momento,
con la condición de que se sigan las indicaciones que nos han dejado los
grandes santos y maestros del espíritu.
En
el apostolado hay momentos de aridez, de derrotas, de malentendidos, de
calumnias y también de persecución, la cual puede venir, por error, de personas
buenas (la “persecución de los buenos”). El consejo espiritual debe ayudar a
vivir el misterio fecundo de la cruz como un don peculiar de Cristo Amigo.
94.
En la vida cristiana se presentan situaciones particulares. A veces se trata de
luces y mociones del Espíritu y deseos de mayor entrega o apostolado. Pero hay
también momentos de ilusiones engañosas que pueden provenir del amor propio o
de la fantasía. Pueden existir también desánimos, desconfianza, mediocridad o
negligencia y también tibieza, ansia excesiva de hacerse apreciar, falsa
humildad, etc.
95.
Cuando se verifican casos o fenómenos extraordinarios es necesario referirse a
los autores espirituales y a los místicos de la historia eclesial. Es necesario
tener presente que estos fenómenos, que pueden ser fruto de la naturaleza, o
también en el caso que provengan de una gracia, pueden expresarse de forma
imperfecta por motivos psicológicos, culturales, de formación, de ambiente
social. Los criterios que la Iglesia ha seguido para constatar su autenticidad
se basan en contenidos doctrinales (a la luz de la Sagrada Escritura, de la
Tradición y del Magisterio), la honestidad de las personas (sobre todo la
sinceridad, la humildad, la caridad, además de la salud mental) y los frutos
permanentes de santidad.
96.
Existen también enfermedades o debilidades psíquicas vinculadas a la vida
espiritual. A veces son de carácter más espiritual, como la tibieza (aceptación
habitual del pecado venial o de las imperfecciones, sin interés en corregirlas)
y la mediocridad (superficialidad, fatiga para el trabajo sin un sostén en la
vida interior). Estas debilidades pueden estar relacionadas también con el
temperamento: ansia de perfeccionismo, falso temor de Dios, escrúpulos sin
fundamento, rigorismo, laxismo, etc.
97.
Las debilidades o enfermedades de tipo neurótico, más vinculadas a la vida
espiritual, necesitan de la atención de expertos (en espiritualidad y psicología).
Habitualmente se manifiestan con una excesiva riqueza de atención o una
profunda insatisfacción de sí (“hysterein”) que trata de atraer el interés y la
compasión de todos, produciendo con frecuencia un clima de agitación eufórica
en el que puede quedar
involucrado el mismo director espiritual (creyendo proteger una víctima o una
persona privilegiada). Estas manifestaciones no tienen nada que ver con la
verdadera contemplación y mística cristiana, la cual, admitiendo la propia
debilidad, no trata de cautivar la atención de los otros, pero se expresa en la
humildad, en la confianza, en el olvido de sí para servir a los otros según la
voluntad de Dios.
98.
Con la ayuda del acompañamiento o consejo espiritual, a la luz de esta fe
vivida, es más fácil discernir la acción del Espíritu Santo en la vida de cada uno, que conduce siempre a la
oración, a la humildad, al sacrificio, a la vida ordinaria de Nazaret, al
servicio, a la esperanza, siguiendo el modelo de la vida de Jesús, siempre
guiada por el Espíritu Santo: al «desierto» (Lc 4,1), a los «pobres» (Lc 4,18), a la «alegría» pascual en el Espíritu (Lc 10,21).
99.
La acción del espíritu maligno está acompañada de soberbia, autosuficiencia, tristeza,
desánimo, envidia, confusión, odio, falsedad, desprecio de los demás,
preferencias egoístas. Sobre todo cuando se añade el temperamento, la cultura y
las cualidades naturales, es muy difícil, sin el consejo y acompañamiento
espiritual, poner luz en ciertos ambientes: estos campos necesitados de
discernimiento son sobre todo los del camino de la vocación (en las
circunstancias de la vida de cada día), de la contemplación, de la perfección,
de la vida fraterna, de la misión. Pero se dan situaciones personales y
comunitarias que exigen un discernimiento particular, como el cambio de estado
de vida, las nuevas luces o misiones, los cambios estructurales, algunas
debilidades, los fenómenos extraordinarios, etc.
100.
Ya que el Espíritu «sopla donde quiere» (Jn 3,8), no se pueden dar normas o reglas rígidas
sobre el discernimiento; pero los santos y los autores espirituales remiten a
ciertas constantes o signos de la acción del Espíritu de amor, que actúa por
encima de toda lógica.
No
se puede discernir bien una situación espiritual sin la paz en el corazón, que
se manifiesta, como don del Espíritu Santo, cuando no se busca el propio
interés o el prevalecer sobre los demás, sino el modo mejor de servir a Dios y
a los hermanos. El consejo espiritual (en el contexto del discernimiento)
actúa, pues, con la garantía de la libertad interior, no condicionada por
preferencias personales ni por las modas del momento.
Para
realizar bien el discernimiento es necesario: oración, humildad, desapego de
las preferencias, escucha, estudio de la vida y doctrina de los santos,
conocimiento de los criterios de la Iglesia, examen atento de las propias
inclinaciones interiores, disponibilidad a cambiar, libertad de corazón. De
esta forma se educa a una sana conciencia, o sea a la «caridad, que procede de
un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera» (1Tm 1,5).
101.
En general se pide que el director tenga un gran espíritu de acogida y de
escucha, con sentido de responsabilidad y disponibilidad, con un tono de
paternidad y de fraternidad, y de respetuosa amistad, siempre como servicio
humilde de quien ofrece un consejo, evitando el autoritarismo, el personalismo
y el paternalismo, además de la dependencia afectiva, la prisa y la pérdida de
tiempo en cuestiones secundarias, con la debida discreción y prudencia,
sabiendo pedir consejo oportunamente a otros con las debidas cautelas, etc.
Estas cualidades se integran con el don del consejo. No debe faltar una nota de
sano “humor” que, si auténtico, es siempre respetuoso y contribuye a reducir a
sus justas dimensiones muchos problemas artificiales y a vivir más serenamente.
102.
Para poder ejercer el don del consejo, se requiere el conocimiento o ciencia
(teórica y práctica) de la vida espiritual, su experiencia, el sentido de
responsabilidad y la prudencia. La armonía entre estas cualidades fundamentales
se expresa como cercanía, escucha, optimismo, esperanza, testimonio,
coherencia, en infundir deseos de santidad, firmeza, claridad, verdad, comprensión,
amplitud o pluralidad de perspectivas, adaptación, perseverancia en el proceso
o camino.
Generalmente
el director o consejero espiritual (elegido, propuesto, indicado) es uno sólo,
con el fin de asegurar la continuidad. En la vida de algunos santos se puede
observar una gran libertad en consultar a otros y en cambiar de director cuando
se constata que es mejor para la vida espiritual. El eventual cambio de
director ha de ser siempre posible y libre, cuando existen motivos válidos para
un mayor crecimiento espiritual.
103.
El director debe conocer bien a la persona que ayuda, para buscar junto con
ella los signos de la voluntad de Dios en el camino de santidad y en los
momentos especiales de gracia. La diagnosis se centrará en la manera de ser, las
cualidades y los defectos, el desarrollo de la vida espiritual personal, etc.
La formación impartida corresponde al momento de gracia. El director no hace el
camino, sino que lo sigue, asistiendo a la persona en su realidad concreta.
Quien guía las almas es el Espíritu Santo y el director debe favorecer su
acción.
Mantiene
constantemente un respeto profundo por la conciencia de los fieles, creando una
relación adecuada para que se dé una apertura espontánea y actuando siempre con
respeto y delicadeza. El ejercicio del poder de jurisdicción en la Iglesia debe
respetar siempre la reserva y el silencio del director espiritual.
104.
La autoridad del director no se funda en la potestad de jurisdicción, pero es
la propia del consejo y de la orientación. No permite el paternalismo, aunque a
dicha autoridad se debe responder con una fidelidad de base, típica de la
docilidad filial. La actitud de humildad y confianza del director lo conducirá
a rezar y a no desanimarse cuando no logra ver los frutos.
105.
En las instituciones de formación sacerdotal y de vida consagrada, como en
algunas iniciativas apostólicas, precisamente para garantizar la formación
adecuada, se indican, habitualmente, algunos consejeros (directores, maestros)
dejando amplio margen a la elección del director personal, en particular cuando
se trata de un problema de conciencia y de confesión.
106.
Por parte de quien es objeto de dirección espiritual debe existir apertura,
sinceridad, autenticidad y coherencia, utilización de los medios de
santificación (liturgia, sacramentos, oración, sacrificio, examen.). La
periodicidad de los coloquios depende de los momentos y de las situaciones,
pues no existe una regla fija. Los momentos iniciales de la formación exigen
una periodicidad más frecuente y asidua. Es mejor que la consultación se haga
espontáneamente sin esperar a ser llamados.
107.
La libertad en la elección del director no disminuye la actitud de respeto. Se
acepta la ayuda con espíritu de fe. Se debe expresar con sobriedad, oralmente o leyendo algo que se escribió
antes, dando cuenta de la propia conciencia y de la situación en la que se
encuentra respecto al proyecto de vida trazado en vista de la dirección. Se
pide consejo sobre las virtudes, los defectos, la vocación, la oración, la vida
de familia, la vida fraterna, los propios deberes (especialmente en el
trabajo), el apostolado. La actitud de fondo es la de quien pregunta cómo
agradar a Dios y ser más fiel a su voluntad.
108.
La autenticidad de la vida espiritual se evidencia en la armonía entre los
consejos buscados y recibidos y la vida práctica coherente. El examen personal
es muy útil para la conciencia de sí, como la participación en retiros
espirituales relacionados con la dirección espiritual.
109.
El cristiano debe actuar siempre con total libertad y responsabilidad. La
función del director espiritual es ayudar a la persona a elegir y a decidir
libre y responsablemente ante Dios lo que debe hacer, con madurez cristiana. La
persona dirigida debe asumir libre y responsablemente el consejo espiritual, y
si se equivoca no ha de descargar la responsabilidad en el director espiritual.
110.
El ministerio del sacerdote está vinculado a la dirección espiritual, pero
también él tiene necesidad de aprender a recibir esta dirección para saberla
impartir mejor a los otros cuando se la piden.
Cuando
es el sacerdote quien recibe la dirección espiritual, es necesario tener en
cuenta el hecho de que su espiritualidad específica tiene como elemento central
la «unidad de vida», basada en la caridad pastoral[92]. Esta «unidad de vida», según el Concilio, la
realizan los presbíteros con sencillez, en su realidad concreta, «si, en el
cumplimiento siguen el ejemplo de Cristo, cuya comida era hacer la voluntad de
Aquel que lo envió para que llevara a cabo su obra»[93]. Son dones y carismas vividos en estrecha relación
de dependencia del propio obispo y en comunión con el presbiterio de la Iglesia
particular.
111.
Un
proyecto personal de vida espiritual de sacerdote, además de la celebración cotidiana del Sacrificio
eucarístico y de la recitación cotidiana del Oficio Divino, se puede delinear
así: dedicar cada día cierto tiempo a la meditación de la Palabra, a la lectura
espiritual, reservar cotidianamente un momento de visita o adoración
eucarística, mantener periódicamente un encuentro fraterno con otros sacerdotes
para ayudarse recíprocamente (reunirse para rezar, compartir, colaborar,
preparar la homilía, etc.), poner en práctica y sostener las orientaciones del
Obispo sobre el Presbiterio (proyecto de vida o directorio, formación
permanente, pastoral sacerdotal.), recitar cotidianamente una oración mariana,
que puede ser el santo Rosario, para la fidelidad a estos compromisos, hacer cada día el examen de conciencia general y particular[94].
112.
En este ministerio o servicio de dirección espiritual, como en el ministerio de
la reconciliación sacramental, el sacerdote representa a Cristo Buen Pastor,
guía, maestro, hermano, padre, médico. Es un servicio íntimamente unido al
ministerio de la predicación, de la dirección de la comunidad y del testimonio
de vida.
113.
La acción ministerial está estrechamente unida al acompañamiento espiritual. «Por
lo cual, atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, el procurar
personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido
en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la
caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó. De poco
servirán las ceremonias, por hermosas que sean, o las asociaciones, aunque
florecientes, si no se ordenan a formar a los hombres para que consigan la
madurez cristiana. En su consecución les ayudarán los presbíteros para poder
averiguar qué hay que hacer o cuál es la voluntad de Dios en los mismos
acontecimientos grandes o pequeños. Enséñese también a los cristianos a no
vivir sólo para sí, sino que, según las exigencias de la nueva ley de la
caridad, ponga cada uno al servicio del otro el don que recibió y cumplan así
todos cristianamente su deber en la comunidad humana»[95].
114.
Quien aprecia verdaderamente la dirección espiritual, no sólo la recomienda en
el propio ministerio, sino que la practica personalmente.
Si
no se pierde de vista el objetivo principal de la dirección (discernimiento de
la voluntad de Dios en todos los aspectos del camino de santidad y apostolado), se puede encontrar el
modo de ofrecerla y recibirla habitualmente.
115.
La invitación a practicar la dirección espiritual ha de ser un capítulo
importante y permanente de cualquier plan pastoral, que debe ser siempre y al
mismo tiempo pastoral de la santificación y de la misión. Se puede formar a los
fieles en este camino con la predicación, la catequesis, la confesión, la vida
litúrgico-sacramental especialmente en la eucaristía, los grupos bíblicos y de
oración, el mismo testimonio del ministro que pide también consejo a su debido
tiempo y en las circunstancias oportunas. De algunos de estos servicios o
ministerios es lógico pasar al encuentro personal, a la invitación a la lectura
espiritual, a los retiros espirituales, también éstos personalizados.
116.
La dirección espiritual como ministerio está vinculada con frecuencia a la
confesión, donde el sacerdote actúa en nombre de Cristo y se muestra como
padre, amigo, médico y guía espiritual. Es servidor del perdón y orienta el
camino de la contemplación y de la perfección, con respeto y fidelidad al
magisterio y a la tradición espiritual de la Iglesia.
117.
Las personas consagradas, según sus diversas modalidades, siguen una vida de
radicalismo evangélico y “apostólico”, añadiendo «una especial consagración»[96], «mediante la profesión de los consejos evangélicos»[97]. En la vida consagrada es necesario tener en cuenta
el carisma específico (“carisma fundacional”) y la consagración especial (por
la profesión), como también las diversas modalidades de vida contemplativa,
evangélica, comunitaria y misionera, con las correspondientes Constituciones,
Reglas, etc.
118.
El recorrido hacia la vida consagrada sigue las etapas que prevén una
preparación tanto para lo inmediato como a largo plazo, profundizando la
autenticidad de la vocación con el soporte de convicciones o motivaciones
evangélicas (que disipen las dudas sobre la identidad), de libres decisiones,
siempre para llegar a la verdadera idoneidad (conjunto de cualidades).
119.
Existen problemas concretos que se pueden considerar sólo de “crecimiento” y de
“maduración” si la persona consagrada presta una atención asidua a la dirección
espiritual: problemas que pueden ser de soledad física o moral, de fracasos
(aparentes o reales), de inmadurez afectiva, de amistades sinceras, de libertad
interior en la fidelidad a la obediencia, de serena asunción del celibato como
signo de Cristo Esposo ante la Iglesia Esposa, etc.
120.
La dirección espiritual de las personas consagradas presenta aspectos peculiares, además de los ya
indicados más arriba. El seguimiento evangélico, la vida fraterna y la misión
reciben impulso de un carisma particular, dentro de una historia de gracia, con
la profesión o compromiso especial de ser «visibilidad en medio del mundo» de Cristo
casto, pobre y obediente[98] y «memoria viviente del modo de existir y de actuar
de Jesús»[99].
Esta
dirección de la persona, que sigue una forma de vida consagrada, presupone un
camino peculiar de contemplación, perfección, comunión, (vida fraterna) y
misión, que forma parte de la sacramenta- lidad de la Iglesia misterio,
comunión y misión. Es necesario ayudar a recibir y a vivir el don así como es,
pues se trata de «seguir más de cerca a Cristo, [...] persiguiendo la
perfección de la caridad en el servicio del Reino»[100], tendiendo a un amor de totalidad, personal y
nupcial, que hace posible «encontrarse “más profundamente” presente, en el
corazón de Cristo, con sus contemporáneos»[101].
121.
Los sacerdotes que están invitados a prestar este servicio de acompañamiento
espiritual saben que «todos los religiosos, hombres y mujeres, por ser la
porción selecta en la casa del Señor, merecen un cuidado especial para su
progreso espiritual en bien de toda la Iglesia»[102].
122.
La llamada universal a la santidad en cualquier vocación cristiana no concede
concesiones pues es siempre llamada a la máxima perfección: «Amad [...] sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,44.48). La dirección espiritual con relación al
cristiano llamado a la santidad en cuanto laico, presupone esta vocación
cristiana a la perfección, pero con la particularidad de ser fermento
evangélico en el mundo y de actuar bajo la propia responsabilidad y en comunión
con la Iglesia, tratando las cosas temporales y ordenándolas según Dios[103].
El
director espiritual debe ayudar en la relación personal con Dios (concretizar
la participación en la eucaristía y la oración, el examen de conciencia, la
unidad de vida), a formar la conciencia, ayudar a santificar la familia, el
trabajo, las relaciones sociales, la actuación en la vida pública. «Trabajar así es oración. Estudiar así es
oración. Investigar así es oración. No salimos nunca de lo mismo: todo es
oración, todo puede y debe llevarnos a Dios, alimentar ese trato continuo con Él,
de la mañana a la noche. Todo trabajo honrado puede ser oración; y todo
trabajo, que es oración, es apostolado. De este modo el alma se enrecia en una
unidad de vida sencilla y fuerte»[104].
Como
recordaba Benedicto XVI, todos los bautizados son responsables del anuncio del
Evangelio: «Los laicos están llamados a ejercer su tarea profética, que se
deriva directamente del bautismo, y a testimoniar el Evangelio en la vida
cotidiana dondequiera que se encuentren»[105].
La
dirección o consejo espiritual con relación a los laicos no indica en ellos
carencia o inmadurez, sino más bien una ayuda fraterna (por parte del
consejero) a actuar espiritual y apostólicamente según la propia iniciativa y
responsabilidad estando presentes, como auténticos discípulos de Cristo, en las
realidades humanas del trabajo, de la familia, de la sociedad política y económica,
etc., para santificarlas desde dentro y aportando la propia responsabilidad e
iniciativa.
123.
La dirección espiritual de los laicos tiende, pues, al camino de santidad y
misión sin límites, dado que son no sólo partícipes del oficio sacerdotal, profético
y real de Cristo como cualquier bautizado[106], sino que viven esta realidad con una gracia
especial de presencia en el mundo, que les concede una «función específica y
absolutamente necesaria en la misión de la Iglesia»[107].
Ellos
están «llamados a contribuir a la santificación del mundo como desde dentro, a
modo de fermento, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu»[108] y cooperando a «dilatar el Reino de Dios y a
informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu cristiano»[109], o sea a «iluminar y ordenar todas las cosas
temporales […] conforme a Cristo»[110]. El acompañamiento espiritual tenderá, así, a
hacerlos partícipes «de la misma misión salvífica de la Iglesia»[111], para hacerla «presente y actuante en el seno de
las realidades temporales»[112].
124.
La ayuda del consejo espiritual es necesaria tanto en la vida interior como en
las diversas circunstancias cotidianas: sociales, familiares y profesionales,
sobre todo en los momentos de vida familiar y socio-política en los que es
necesario presentar y testimoniar los criterios fundamentales de la vida
cristiana. También en la vida más atareada de cualquier apóstol, si existe el
deseo sincero de santidad, es posible encontrar el consejo espiritual.
125.
El cristiano está orientado hacia un camino de configuración con Cristo. Se
puede hablar de diversos niveles o dimensiones de la formación: humana,
espiritual, intelectual, profesional, pastoral. Son aspectos que se integran y
se armonizan recíprocamente, en la comunión eclesial y en vistas a la misión.
Se trata siempre de la persona como miembro de una comunidad humana y eclesial.
126.
Se ha de apreciar debidamente la dimensión o nivel humano, personal o comunitario, dado que la persona humana
tiene necesidad de ser valorada rectamente, de saberse amada y capaz de amar en
la verdad del don. Esto presupone un camino de libertad, que se construye a la luz de la comunión con Dios Amor, donde cada
persona es relación de don. La persona se construye, pues, en sus criterios
objetivos, escala auténtica de valores, motivaciones ordenadas al amor,
actitudes de relación y de servicio.
El
consejo espiritual se inspira en el misterio de Cristo, a la luz del cual se descifra
el misterio del hombre[113]. La persona es educada a dar y a darse. Por esto
aprende a escuchar, a estar con los demás, a comprender, a acompañar, a
dialogar, a cooperar, a entablar amistades sinceras.
Estas
virtudes humanas en el cristiano se cultivan a la luz de la fe, esperanza y
caridad. Para pensar, valorar y amar como Cristo. Los textos conciliares y del
Magisterio postconciliar invitan a esta formación “humana” que se concretiza en
sensibilidad hacia la justicia y la paz, armonía en la diferencia, capacidad de
iniciativa, admiración y apertura a los nuevos valores, constancia, fortaleza,
disponibilidad para nuevas empresas, fraternidad, sinceridad, acogida, escucha,
colaboración, cuidado de las relaciones humanas y de las buenas amistades[114].
127.
El camino de la vida espiritual, precisamente porque es camino de búsqueda y
experiencia vivida de la verdad, del bien y de la belleza, está entretejido de
armonía entre inteligencia, afectividad, voluntad, memoria, significados. La
formación se expresa, pues «en una madurez humana, en tomar prudentes
decisiones y en la rectitud en el modo de juzgar sobre los acontecimientos y
los hombres»[115].
Es
un camino que armoniza el cumplimiento del deber, el amor contemplativo, el
estudio y la acción externa, como proceso necesario para la “unidad de vida”
del apóstol.
El
consejo espiritual ayuda a conocer y a superar la propia fragilidad en el campo
de las decisiones, de los recuerdos, de los sentimientos y de los
condicionamientos sociológicos, culturales y psicológicos.
128.
En la dirección espiritual se encuentra una ayuda para programar mejor el
tiempo de la oración, de la vida familiar, comunitaria, del compromiso de los
hijos, del trabajo y del descanso, valorando el silencio interior, y también el
exterior, y descubriendo el significado positivo de las dificultades y del
sufrimiento.
El
acompañamiento en este nivel humano-cristiano puede responder a tres preguntas:
¿quién soy yo? (identidad), ¿con quién estoy? (relaciones), ¿con qué fin?
(misión). Bajo la acción de la gracia divina, los criterios, los deseos, las
motivaciones, los valores y las actitudes se transforman en fe, esperanza y
caridad con las consiguientes virtudes morales, o sea en una vida en Cristo. El
ser humano-cristiano se educa para lograr realizarse amando en la verdad del
donarse a Dios y a los hermanos.
En
todo este proceso es necesario tener en cuenta la relación entre gracia y
naturaleza (como para la relación entre fe y razón) distinguiendo y
armonizando, pues «la Gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona»[116]. Este es un tema de extrema importancia en el
momento de concretizar algunas orientaciones y algunos medios que respeten la
diferencia entre psicología y cultura, como también la diversidad de los
carismas que se insertan en las distintas circunstancias humanas y, sobre todo,
los contenidos de la fe.
129.
Es necesario encontrar una unidad entre naturaleza y gracia, prevaleciendo esta
última, como participación en la vida nueva o vida divina. «Uno de los aspectos
del actual espíritu tecnicista se puede apreciar en la propensión a considerar
los problemas y los fenómenos que tienen que ver con la vida interior sólo
desde un punto de vista psicológico, e incluso meramente neurológico. De esta
manera, la interioridad del hombre se vacía y el ser conscientes de la
consistencia ontológica del alma humana, con las profundidades que los Santos
han sabido sondear, se pierde progresivamente. El problema del desarrollo está
estrechamente relacionado con el concepto que tengamos del alma del hombre, ya que nuestro yo se ve reducido muchas veces a la
psique, y la salud del alma se confunde con el bienestar emotivo. Estas
reducciones tienen su origen en una profunda incomprensión de lo que es la vida
espiritual y llevan a ignorar que el desarrollo del hombre y de los pueblos
depende también de las soluciones que se dan a los problemas de carácter
espiritual»[117].
130.
El conocimiento de los temperamentos y de los caracteres ayudará a moderar y a
orientar: por ejemplo, si se toma una tipología “clásica” de los Padres como la
de Hipócrates, se hará de forma que las aspiraciones a grandes cosas no caigan
en el orgullo y en la autosuficiencia (temperamento colérico), que la
afabilidad no caiga en vanidad y superficialidad (temperamento sanguíneo), que
la tendencia a la vida interior y a la soledad no corran el riesgo de caer en
la pasividad y en el desaliento (temperamento melancólico), que la
perseverancia y la ecuanimidad no corran el riesgo de ser negligencia
(temperamento flemático).
En
este nivel o dimensión humana entra el tema de la “ayuda psicológica”: este
acompañamiento «puede ser ayudado en determinados casos y con precisas
condiciones, pero no sustituido por formas de análisis o de ayuda psicológica»[118]. A este respecto, se pueden consultar los
documentos de la Iglesia que presentan tanto la oportunidad, como las
condiciones con las que estos instrumentos humanos se pueden usar rectamente[119].
131.
Como es lógico, en la dirección espiritual se privilegia el nivel o dimensión espiritual, porque el consejo se dirige principalmente a mejorar la fidelidad a la
propia vocación, la relación con Dios (oración, contemplación), la santidad o
perfección, la fraternidad o comunión eclesial, la disponibilidad para el
apostolado.
Por
esto, el programa de vida espiritual se debe orientar basándose en un proyecto
(líneas de vida espiritual), en algunos objetivos proporcionados al nivel de
madurez espiritual logrado por la persona acompañada, y en los relativos medios
correspondientes.
132.
La dimensión humano-cristiana y espiritual debe alimentarse con el estudio y la
lectura. Se podría hablar de dimensión intelectual o doctrinal de la dirección espiritual. La formación
intelectual (necesaria para la vida espiritual) se debe continuar y se debe
ampliar en la vida, inspirándose en los santos, en los autores espirituales y en los
escritos clásicos de espiritualidad.
La
dirección espiritual, en esta dimensión intelectual o doctrinal, orienta hacia
el misterio de Cristo anunciado, celebrado y vivido: «hacia el misterio de
Cristo, que afecta a toda la historia de la humanidad, influye constantemente
en la Iglesia y actúa sobre todo por obra del ministerio sacerdotal»[120]. La orientación cristológica de la vida espiritual
constituye la base más idónea para un buen resultado en la predicación y en la
guía de los fieles en el camino de la contemplación, de la caridad y del
apostolado.
La
dirección espiritual, con esta dimensión doctrinal, favorece el gusto del
estudio individual y compartido, y de la lectura asidua (individual y
compartida) de los grandes clásicos de la espiritualidad de todos los tiempos,
de Oriente y de Occidente.
133.
En el consejo y acompañamiento espirituales entra necesariamente el campo del
compromiso apostólico. Se examinen, pues, las motivaciones, las preferencias,
las realidades concretas, de forma que la persona acompañada esté más
disponible al apostolado. La fidelidad al espíritu Santo infunde «una serena
audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la
esperanza que los anima»[121]. Sólo con esta libertad espiritual, el apóstol
sabrá afrontar las dificultades personales y ambientales de toda época.
La
dirección espiritual, en esta dimensión apostólica o pastoral, comprende el
modo de dar testimonio, de anunciar a Cristo, de celebrar la liturgia, de
servir en los diversos campos de la caridad.
Si
al camino de la perfección y de la generosidad evangélica le falta la dirección
espiritual, será difícil que los planes pastorales incluyan la orientación
principal de la misma pastoral, que es la de guiar a las personas y las
comunidades a la santidad o a la identificación con Cristo (cfr. Col 1,28; Gal 4,19).
134.
El camino de la dirección espiritual es de ayuda para que la formación
teológica y pastoral sea relacional. En cualquier argumento doctrinal y
práctico se trata de vivir el encuentro personal con Cristo (cfr. Mc 3,13-14; Jn 1,39) y el seguimiento evangélico (cfr. Mt 4,19-22; Mc 10,21-31.38), en comunión con los hermanos (cfr. Lc 10,1; Jn 17,21-23), para compartir y continuar su misión
(cfr.
Jn 20,21). El servicio de la
dirección espiritual contribuye a una formación personal para construir la
Iglesia comunión[122].
135.
Los “munera” sacerdotales, cuando se ejercen con el espíritu de
Cristo, dejan en el corazón la huella de la «alegría pascual»[123] y de la “alegría en la esperanza” (cfr. Rm 12,12). Lo recordaba Juan Pablo II al conmemorar el
segundo centenario del nacimiento del Santo Cura de Ars: «Estad siempre seguros,
queridos hermanos sacerdotes, de que el ministerio de la misericordia es uno de
los más hermosos y consoladores. Os permitirá iluminar las conciencias,
perdonarlas y vivificarlas en nombre del Señor Jesús, siendo para ellas médicos
y consejeros espirituales; es la insustituible manifestación y verificación del
sacerdocio ministerial»[124].
136.
En el ministerio de ser “médico y consejero espiritual”, no se trata sólo de
perdonar los pecados, sino también de orientar la vida cristiana para
corresponder generosamente al proyecto de Dios Amor. La generosidad con la que
el sacerdote ministro responde a este proyecto, facilita el florecimiento
efectivo de las gracias que el Espíritu Santo da a su Iglesia en cada época. Lo
afirma el Concilio Vaticano II recordando que «para conseguir sus fines
pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del Evangelio por
el mundo entero, así como de diálogo con el mundo actual, exhorta
vehementemente a todos los sacerdotes a que, empleando todos los medios recomendados
por la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para
convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el pueblo
de Dios»[125].
Los munera profeticos, litúrgicos y diaconales, ejercidos con
este espíritu, harán que los contenidos de las cuatro Constituciones del
Concilio Vaticano II se apliquen a una Iglesia que, siendo “sacramento”, o sea
signo transparente de Cristo (Lumen Gentium), es
la Iglesia de la Palabra (Dei Verbum), del Misterio Pascual (Sacrosanctum Concilium), insertada en el mundo y solidaria con él (Gaudium et Spes); es misterio de comunión para la misión.
Todo
esto comporta, como siempre ha sucedido en la actuación de los Concilios, el
compromiso de los bautizados en el camino de la santidad y del apostolado.
137. La pastoral de la santidad, que se anuncia en la
predicación y se realiza de forma particular con el sacramento de la reconciliación y con la dirección
espiritual,
siempre en relación con la eucaristía, se actúa principalmente con el ministerio
sacerdotal. Se requieren ministros que vivan gozosamente este servicio que
producirá ciertamente grandes frutos y disipará dudas y desánimos.
138.
Es necesario difundir “anima” o “espiritualidad” en los valores actuales del
progreso y de la técnica, como afirma el Papa Benedicto XVI «El desarrollo debe abarcar,
además de un progreso material,
uno espiritual,
porque el hombre es “uno en cuerpo y alma”, nacido del amor creador de Dios y
destinado a vivir eternamente [...] No hay desarrollo pleno ni un
bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas, consideradas en su totalidad de alma y cuerpo»[126].
La
dirección o acompañamiento espiritual de los bautizados es un itinerario
entusiasmante, que impulsa al mismo confesor o director espiritual a vivir
alegremente su camino de donación al Señor. «Para ello se necesitan unos ojos
nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese “algo más”
que la técnica no puede ofrecer. Por este camino se podrá conseguir aquel
desarrollo humano e integral, cuyo criterio orientador se halla en la fuerza
impulsora de la caridad en la verdad»[127].
Los
sacerdotes experimentan, pues, que «no están nunca solos en la ejecución de su
trabajo»[128], pues saben que quien los manda, los acompaña y los
atiende es Cristo resucitado, que camina con ellos en el «designio de salvación
de Dios [. ] y que sólo poco a poco se lleva a efecto, [...] para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que se cumpla la
medida de su tiempo»[129].
139.
La perenne reforma de la vida de la Iglesia tiene necesidad del tono inequívoco
de la esperanza. El crecimiento de las vocaciones sacerdotales, de vida
consagrada y del compromiso eclesial de los laicos en el camino de la santidad y del apostolado,
exige la renovación, el incremento del ministerio de la reconciliación y de la
dirección espiritual, ejercidos con motivado entusiasmo y don generoso de sí.
Ésta es la “nueva primavera” presagiada por Juan Pablo II: «Nunca como hoy la
Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el
testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo
amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en
frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes
Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos
de nuestro tiempo»[130].
140.
Las nuevas situaciones y las nuevas gracias son un presagio de un nuevo fervor
apostólico: «Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia
debe reunirse en el Cenáculo con “María, la Madre de Jesús” (Hch 1,14), para implorar el Espíritu y obtener fuerza y
valor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los
Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu»[131]. El ministerio de la reconciliación y el servicio
de la dirección espiritual constituirán una ayuda determinante en este proceso
constante de apertura y de fidelidad de toda la Iglesia y, en particular, del
sacerdocio ministerial a la acción actual del Espíritu Santo.
Vaticano,
9 de marzo de 2011
Miércoles de Ceniza
Mauro Card. Piacenza
Prefecto
X Celso Morga Iruzubieta
Arzobispo tit. de Alba marittima
Absolución
de los pecados: 36-47.
Acogida
(ver misericordia): 51-57; 109-113.
Actualidad
de la dirección espiritual: 64-76.
Actualidad
del sacramento de la penitencia: 7-23; 61-63.
Alegría:
7-8; 21-23.
Amor
de Dios (ver caridad, misericordia, perdón): 51-57.
Amor
fraterno (ver caridad).
Apóstol:
133-140.
Apostolado:
133-140.
Apóstoles:
9-11; 110-120.
Asociación
(ver comunidad eclesial): 117-121.
Bautismo:
25-27; 32-35.
Buen
Pastor: 28-31; 51-60; 111-116.
Camino
de oración: 81-83.
Camino
de perfección (ver santidad): 28-31; 81-83; 87-97.
Caracteres:
125-134.
Caridad:
64-65.
Caridad
pastoral: 44-47; 51-56.
Casos
especiales de dirección espiritual: 87-97.
Catecismo
de la Iglesia Católica (ver documentos de la Iglesia): 25-31; 39-43.
Celebración
litúrgica del sacramento de la penitencia: 41-43.
Celebración
personal y comunitaria: 41-43.
Celo
apostólico (ver apostolado, disponibilidad ministerial).
Código
de Derecho Canónico: 44-47; 58-59 (penitencia); 87-97 (dirección espiritual).
Comunidad
eclesial (ver Iglesia, vida comunitaria): 14-18; 25-27; 36-42; 51-57; 74-76;
78-80.
Comunión
de los Santos: 9-11.
Comunión
eclesial (ver Iglesia, comunidad, normas, vida comunitaria): 70-73; 125-134.
Concilio
Vaticano II (passim, en las
citaciones de los documentos): Conclusión (síntesis de las Constituciones).
Confesión
con relación a la dirección espiritual: 41-42; 74-76.
Confesión
de los pecados: 25-27.
Confesionario:
41-47.
Configuración
con Cristo (ver imitación, santidad, seguimiento evangélico): 48-50.
Consejo
espiritual (ver dirección espiritual): 70-73.
Consejos
evangélicos: 117-121.
Conciencia
(ver examen de conciencia): 14-18 (formación); 81-83.
Contemplación
(ver oración): 81-83.
Contrición,
dolor de los pecados: 36-43.
Conversión:
12-13; 21-27.
Corazón
de Cristo: 22; 32; 61-63.
Cristo
Buen Pastor: 28-31; 51-57; 110-116.
Cristo
Sacerdote y Víctima: 61-63.
Cruz
(ver misterio pascual): 87-97; 117-121.
Cualidades
del director espiritual: 101-105.
Cualidades
del discípulo espiritual: 106-109.
Cuaresma
(ver penitencia): 36-40.
Cura
de Ars: 1-6; 19-20; 28-35; 51-59; 74-76.
Dificultades
actuales: 61-63.
Dios
Amor (ver amor de Dios, misericordia): 21-23.
Dirección
Espiritual:
Itinerario histórico (64-65); actualidad e importancia (64-76); naturaleza y
fundamento teológico (77); objetivo (78-80); terminología: dirección
espiritual, consejo espiritual, acompañamiento espiritual (77); acción del
Espíritu Santo, discernimiento personal y comunitario del Espíritu, oración al
Espíritu Santo (66-73; 78-80; 98100); buscar la voluntad de Dios (78-80;
98-100); itinerario de oración y perfección (81-83; 87-97; 125-134); llamada
universal a la santidad- perfección de la caridad (81-83); el director:
cualidades (84-86); el discípulo: cualidades, docilidad, situaciones, libertad
de elección (74-76; 110-116); sacerdote discípulo (74-76; 110-116), ministerio
del sacerdote (70-73; 110-116), medio de santidad para el sacerdote (74-76);
dirigir espiritualmente según las vocaciones (84-86): sacerdotes (110121), vida
consagrada (117-121), laicos (122-124); libertad de elección; niveles y
dimensiones: humana, espiritual, intelectual, apostólica (125-134); formación
para poder realizar y recibir la dirección espiritual (66-69); en los proyectos
de pastoral (74-76); testimonio y enseñanza del Santo Cura de Ars (74-76),
documentos de la Iglesia (125134). Ver otros aspectos en las voces del presente
vocabulario.
Dirección
espiritual con relación a la confesión: 41-43; 70-76.
Dirección
espiritual por parte del sacerdote ministro: 74-76.
Director
espiritual, cualidades: 84-86.
Discernimiento
del Espíritu: 66-69; 78-80; 98-100.
Discernimiento
vocacional: 70-73.
Discípulo,
discipulado: 106-109.
Disponibilidad
ministerial: 48-57.
Doctrina
social, progreso, desarrollo: 70-73; 135-140.
Documentos
de la Iglesia: Ver notas bibliográficas, especialmente al final de la primera
parte (61-63) y de la segunda (125-134).
Dolor
de los pecados (ver contrición).
Ejercicios
Espirituales: 117-121.
Equilibrio
entre gracia y naturaleza humana (ver gracia): 64-65; 125-134.
Espíritu
del mal: 78-80; 98-100.
Espíritu
Santo (ver discernimiento): 36-40; 78-83; 98-100.
Espiritualidad:
125-134.
Espiritualidad
de la vida consagrada: 117-121.
Espiritualidad
del laicado: 122-124.
Espiritualidad
del sacerdote ministro: 110-121.
Estados
de vida: 84-86; 110-124.
Estudio
(ver formación intelectual): 66-69.
Etapas
de la vida espiritual: 81-83; 87-97.
Eucaristía:
14-18.
Evangelización
(ver apostolado, misionero).
Examen
de conciencia: 36-40; 87-97.
Examen
particular: 106-109.
Expiación
36-40.
Familia
(ver matrimonio): 32-35. Ver nota bibliográfica al final de la primera parte.
Fe:
9-11; 25-40.
Fenómenos
extraordinarios: 87-97.
Fidelidad
a Cristo y a la Iglesia: 61-63.
Figuras
sacerdotales, confesores: 14-15.
Formación
de los fieles: 14-18; 58-59.
Formación
de los ministros: 14-18; 58-59.
Formación
espiritual: 66-69; 125-134.
Formación
humana: 125-134.
Formación
inicial: 66-69.
Formación
intelectual: 125-134.
Formación
para la dirección espiritual: 66-69.
Formación
permanente: 66-69.
Gloria
de Dios (ver santidad, voluntad de Dios).
Gracia:
32-35; 61-63; 64-65; 87-97; 125-134.
Historia
de la dirección espiritual: 64-65.
Historia
de la salvación (ver liturgia, misterio pascual, salvación).
Iglesia
(ver comunión eclesial, comunidades eclesiales): 7-11; 14-18.
Itinerario
de santidad, de vida espiritual: 28-31; 48-50; 87-97.
Justicia:
74-76.
Justificación
(ver gracia).
Juventud:
74-76.
Kerygma:
9-11.
Laicos:
122-124.
Libertad
de elección: 44-47; 74-76.
Liturgia:
41-43.
Llamada
a la santidad: 28-31; 48-50; 87-97; 110-116; 122-124.
Magisterio
eclesiástico (ver documentos de la Iglesia).
Mansedumbre:
61-63.
María:
Introducción; 1-6; 21-23; 60.
Matrimonio:
32-35 (ver nota bibliográfica al final de la primera parte).
Ministerio
y dirección espiritual: 70-73; 110-116.
Ministerio,
ministros de la reconciliación (penitencia): 24-63.
Misericordia
de Dios y de la Iglesia: 21-23; 58-60.
Misión
(ver apostolado): 125-134.
Misión
de Cristo prolongada en la Iglesia: 9-11.
Misterio
pascual (celebración pascual, camino de resurrección): 9-11; 21-23.
Moral
(ver virtud): 61-63; 125-134.
Moral
matrimonial (ver familia, matrimonio).
Normas
disciplinares del sacramento: 44-47.
Noviciados
(ver formación inicial).
Oración:
81-83.
Padre
(ver amor de Dios, Dios Amor, misericordia, “Padre nuestro”): 25-27.
Padre
nuestro: 32-35.
Pastoral:
7-8; 14-18.
Pastoral
vocacional: 66-69.
Pastores
(ver Buen Pastor, caridad pastoral): 14-18.
Paz
(ver reconciliación): 14-18.
Pecado,
sentido del pecado: 25-31; 35-40.
Penitencia:
25-27; 41-43.
Penitenciaría:
(ver nota bibliográfica al final de la primera parte).
Penitente:
36-40.
Perdón:
25-27.
Perfección
cristiana (ver caridad, santidad).
Presbiterio:
110-116.
Primera
comunión y confesión: 28-31.
Propósitos:
41-43; 51-57; 87-97.
Proyecto
de vida sacerdotal: 117-121.
Prudencia:
44-47.
Psicología:
87-97; 125-134.
Radicalidad,
radicalismo (ver seguimiento evangélico).
Reconciliación:
12-18.
Redención
(ver cruz, misterio pascual, sangre): 9-11; 64-65.
Renovación
pastoral: 7-8.
Reserva
(secreto): 32-35.
Resurrección
(ver misterio pascual).
Ritual
de la Penitencia: 41-47.
Sacerdocio
ministerial: 110-121.
Sacerdote
como penitente y como discípulo espiritual: 14-18; 74-76; 110-116.
Sacerdote
diocesano: 110-121.
Sacerdote
y vida consagrada: 117-121.
Sacramento
de la penitencia:
Institución (9-11); naturaleza y fundamentos teológicos (24); misión de Cristo
prolongada en la Iglesia (7-8); misterio de gracia (14-18); importancia actual
y necesidad (7-23); celebración pascual (25-27); frutos de santidad (25-35);
ministro: confesor, actitudes, cualidades, acogida, invitación a la santidad,
deberes, padre, maestro, juez, médico, pastor (36-40); celebración: liturgia, actos
del penitente y ministerio del confesor (41-43); celebración personal y
comunitaria (41-47); penitente: tipos, situaciones, cualidades (32-40; 44-47);
confesión de los pecados y contrición, dolor de los pecados (36-40); expiación
y propósitos (24; 36-40); terminología del sacramento: confesión, penitencia,
reconciliación (25-27); el sacerdote como penitente (14-18); dificultades
actuales (36-40); libertad en la elección del confesor (44-47); orientaciones
pastorales (58-59); ministerio de misericordia (21-23; 58-60); fidelidad a las
normas disciplinares como expresión de la caridad pastoral (44-47); acogida
paterna (51-57); testimonio y enseñanza del Santo Cura de Ars (19-20; 51-59);
invitación urgente a la disponibilidad ministerial (48-57); documentos de la
Iglesia (61-63); formación permanente del confesor y de los penitentes (58-59).
Ver otros aspectos en las voces del presente vocabulario.
Sacramento
de la penitencia con relación a la dirección espiritual: 41-43; 70-76.
Sacrificio:
36-40.
Salvación,
diálogo de salvación (ver gracia): 110-116.
Sangre
de Cristo: 9-11; 110-116.
Santidad:
28-31; 48-50; 87-97.
Santos
Confesores: 14.
Santos
y dirección espiritual: 64-65.
Seguimiento
evangélico: 110-124.
Seminario,
seminaristas (ver formación inicial): 66-69; 87-97; 125-134.
Servicio
(ver disponibilidad ministerial).
Signos
de los tiempos: 98-100.
Situaciones
actuales: 7-23; 64-76.
Sufrimiento:
125-134.
Temperamentos:
125-134.
Tentaciones
(y espíritu del mal): 98-100.
Teología
de la perfección (de la espiritualidad): 66-69.
Terminología
sobre el sacramento de la penitencia: 25-27.
Terminología
sobre la dirección espiritual: 64-65; 77.
Testimonio
de los pastores: 14-18.
Trinidad,
vida trinitaria: 12-13; 51-57.
Unidad
de la Iglesia (ver reconciliación).
Unidad
de vida: 110-121; 125-134.
Vaticano
II (ver documentos de la Iglesia, citas de los documentos).
Vida
Apostólica: 117-121.
Vida
comunitaria (ver comunidad eclesial): 74-76; 78-80; 87-97; 101-105; 117-121;
125-134.
Vida
consagrada: 117-121.
Vida
espiritual (ver espiritualidad): 70-73; 81-83; 87-97.
Vida
sacerdotal (ver sacerdocio ministerial).
Virtudes:
110-134.
Virtudes
humanas: 125-134.
Vocación:
70-73; 84-86.
Voluntad
de Dios: 78-80; 98-100.
Apéndice I
1. «Por ellos me santifico a mí
mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad»
(Jn 17,19)
¿Me
propongo seriamente la santidad en mi sacerdocio? ¿Estoy convencido de que la
fecundidad de mi ministerio sacerdotal viene de Dios y que, con la gracia del
Espíritu Santo, debo identificarme con Cristo y dar mi vida por la salvación
del mundo?
2. «Éste es mi cuerpo»
(Mt 26,26)
¿El
santo sacrificio de la Misa es el centro de mi vida interior? ¿Me preparo bien,
celebro devotamente y después, me recojo en acción de gracias? ¿Constituye la
Misa el punto de referencia habitual de mi jornada para alabar a Dios, darle
gracias por sus beneficios, recurrir a su benevolencia y reparar mis pecados y
los de todos los hombres?
3. «El celo por tu casa me devora»
(Jn 2,17)
¿Celebro
la Misa según los ritos y las normas establecidas, con auténtica motivación,
con los libros litúrgicos aprobados? ¿Estoy atento a las sagradas especies
conservadas en el tabernáculo, renovándolas periódicamente? ¿Conservo con
cuidado los vasos sagrados? ¿Llevo con dignidad todos las vestidos sagrados
prescritos por la Iglesia, teniendo presente que actúo in persona Christi Capitis?
4. «Permaneced en mi amor»
(Jn 15,9)
¿Me
produce alegría permanecer ante Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento,
en mi meditación y silenciosa adoración? ¿Soy fiel a la visita cotidiana al
Santísimo Sacramento? ¿Mi tesoro está en el Tabernáculo?
5. «Explícanos la parábola»
(Mt 13,36)
¿Realizo
todos los días mi meditación con atención, tratando de superar cualquier tipo
distracción que me separe de Dios, buscando la luz del Señor que sirvo? ¿Medito
asiduamente la Sagrada Escritura? ¿Rezo con atención mis oraciones habituales?
6. Es preciso «orar
siempre sin desfallecer»
(Lc 18,1)
¿Celebro
cotidianamente la Liturgia de las Horas integralmente, digna, atenta y
devotamente? ¿Soy fiel a mi compromiso con Cristo en esta dimensión importante
de mi ministerio, rezando en nombre de toda la Iglesia?
7. «Ven y sígueme»
(Mt 19,21)
¿Es,
nuestro Señor Jesucristo, el verdadero amor de mi vida? ¿Observo con alegría el
compromiso de mi amor hacia Dios en la continencia del celibato? ¿Me he
detenido conscientemente en pensamientos, deseos o actos impuros; he mantenido
conversaciones inconvenientes? ¿Me he puesto en la ocasión próxima de pecar
contra la castidad? ¿He custodiado mi mirada? ¿He sido prudente al tratar con
las diversas categorías de personas? ¿Representa mi vida, para los fieles, un
testimonio del hecho de que la pureza es algo posible, fecundo y alegre?
8. «¿Quién eres Tú?»
(Jn 1,20)
En
mi conducta habitual, ¿encuentro elementos de debilidad, de pereza, de
flojedad? ¿Son conformes mis conversaciones al sentido humano y sobrenatural
que un sacerdote debe tener? ¿Estoy atento a actuar de tal manera que en mi
vida no se introduzcan particulares superficiales o frívolos? ¿Soy coherente en
todas mis acciones con mi condición de sacerdote?
9. «El Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza» (Mt 8,20)
¿Amo
la pobreza cristiana? ¿Pongo mi corazón en Dios y estoy desapegado,
interiormente, de todo lo demás? ¿Estoy dispuesto a renunciar, para servir
mejor a Dios, a mis comodidades actuales, a mis proyectos personales, a mis
legítimos afectos? ¿Poseo cosas superfluas, realizo gastos no necesarios o me
dejo conquistar por el ansia del consumismo? ¿Hago lo posible para vivir los
momentos de descanso y de vacaciones en la presencia de Dios, recordando que
soy siempre y en todo lugar sacerdote, también en aquellos momentos?
10. «Has ocultado estas cosas a sabios
e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños»
(Mt 11,25)
¿Hay
en mi vida pecados de soberbia: dificultades interiores, susceptibilidad,
irritación, resistencia a perdonar, tendencia al desánimo, etc.? ¿Pido a Dios
la virtud de la humildad?
11. «Al instante salió sangre y agua»
(Jn 19,34)
¿Tengo
la convicción de que, al actuar “en la persona de Cristo” estoy directamente
comprometido con el mismo cuerpo de Cristo, la Iglesia? ¿Puedo afirmar
sinceramente que amo a la Iglesia y que sirvo con alegría su crecimiento, sus
causas, cada uno de sus miembros, toda la humanidad?
12. «Tú eres Pedro»
(Mt 16,18)
Nihil sine Episcopo –nada sin el Obispo– decía San Ignacio de Antioquía: ¿están estas palabras en la base de mi
ministerio sacerdotal? ¿He recibido dócilmente órdenes, consejos o correcciones
de mi Ordinario? ¿Rezo especialmente por el Santo Padre, en plena unión con sus
enseñanzas e intenciones?
13. «Que os améis los unos a los otros»
(Jn 13,34)
¿He
vivido con diligencia la caridad al tratar con mis hermanos sacerdotes o, al
contrario, me he desinteresado de ellos por egoísmo, apatía o indiferencia? ¿He
criticado a mis hermanos en el sacerdocio? ¿He estado al lado de los que sufren
por enfermedad física o dolor moral? ¿Vivo la fraternidad con el fin de que
nadie esté solo? ¿Trato a todos mis hermanos sacerdotes y también a los fieles
laicos con la misma caridad y paciencia de Cristo?
14. «Yo soy el camino, la verdad y la
vida» (Jn 14,6)
¿Conozco
en profundidad las enseñanzas de la Iglesia? ¿Las asimilo y las transmito
fielmente? ¿Soy consciente del hecho de que enseñar lo que no corresponde al
Magisterio, tanto solemne como ordinario, constituye un grave abuso, que causa
daño a las almas?
15. «Vete, y en adelante, no peques
más» (Jn 8,11)
El
anuncio de la Palabra de Dios ¿conduce a los fieles a los sacramentos? ¿Me
confieso con regularidad y con frecuencia, conforme a mi estado y a las cosas
santas que trato? ¿Celebro con generosidad el Sacramento de la Reconciliación?
¿Estoy ampliamente disponible a la dirección espiritual de los fieles dedicándoles un tiempo específico?
¿Preparo con cuidado la predicación y la catequesis? ¿Predico con celo y con
amor de Dios?
16. «Llamó a los que él quiso y
vinieron junto a él» (Mc 3,13)
¿Estoy
atento a descubrir los gérmenes de vocación al sacerdocio y a la vida
consagrada? ¿Me preocupo de difundir entre todos los fieles una mayor
conciencia de la llamada universal a la santidad? ¿Pido a los fieles rezar por
las vocaciones y por la santificación del clero?
17. «El Hijo del hombre no ha venido a
ser servido, sino a servir»
(Mt 20,28)
¿He
tratado de donarme a los otros en la vida cotidiana, sirviendo evangélicamente?
¿Manifiesto la caridad del Señor también a través de las obras? ¿Veo en la Cruz
la presencia de Jesucristo y el triunfo del amor? ¿Imprimo a mi cotidianidad el
espíritu de servicio? ¿Considero también el ejercicio de la autoridad vinculada
al oficio una forma imprescindible de servicio?
18. «Tengo sed» Jn
19,28)
¿He
rezado y me he sacrificado verdaderamente y con generosidad por las almas que
Dios me ha confiado? ¿Cumplo con mis deberes pastorales? ¿Tengo también
solicitud de las almas de los fieles difuntos?
19. «¡Ahí tienes a tu hijo! ¡Ahí
tienes a tu madre!» (Jn 19,26-27)
¿Recurro
lleno de esperanza a la Santa Virgen, Madre de los sacerdotes, para amar y
hacer amar más a su Hijo Jesús? ¿Cultivo la piedad mariana? Reservo un espacio
en cada jornada al Santo Rosario? ¿Recurro a su materna intercesión en la lucha
contra el demonio, la concupiscencia y la mundanidad?
20. «Padre, en tus manos pongo mi
espíritu» (Lc 23,44)
¿Soy
solícito en asistir y administrar los sacramentos a los moribundos? ¿Considero
en mi meditación personal, en la catequesis y en la ordinaria predicación la
doctrina de la Iglesia sobre los Novísimos? ¿Pido la gracia de la perseverancia
final e invito a los fieles a hacer lo mismo? ¿Ofrezco frecuentemente y con
devoción los sufragios por las almas de los difuntos?
Apéndice II
Oración del sacerdote antes de escuchar
las confesiones
Dame,
Señor, la sabiduría que me asista cuando me encuentro en el confesionario, para
que sepa juzgar a tu pueblo con justicia y a tus pobres con juicio. Haz que
utilice las llaves del Reino de los cielos para que no abra a nadie que merece
que esté cerrado y no cierre a quien merece que esté abierto. Haz que mi
intención sea pura, mi celo sincero, mi caridad paciente y mi trabajo fecundo.
Que
sea dócil pero no débil, que mi seriedad no sea severa, que no desprecie al
pobre ni alague al rico. Haz que sea amable al confortar a los pecadores,
prudente al interrogarlos y experto al instruirlos. Te pido me concedas la
gracia de ser capaz de alejarlos del mal, diligente en confirmarlos en el bien;
que les ayude a ser mejores con la madurez de mis respuestas y con la rectitud
de mis consejos; que ilumine lo que es oscuro, siendo sagaz en los temas
complejos y victorioso en los difíciles; que no me detenga en coloquios
inútiles ni me deje contagiar por lo que está corrompido; que, salvando a los
demás, no me pierda a mí mismo. Amén.
Oratio sacerdotis antequam confessiones
excipiat
Da mihi, Dómine, sédium tuárum assistrícem sapiéntiam, ut sciam iudicáre pópulum tuum in iustítia, et páuperes tuos in iudício. Fac me ita tractáre claves regni caelórum, ut nulli apériam, cui claudéndum sit, nulli claudam, cui aperiéndum. Sit inténtio mea pura, zelus meus sincérus, cáritas mea pátiens, labor meus fructuósus.
Sit in me lénitas non remíssa, aspéritas non sevéra;
páuperem ne despíciam, díviti ne adúler. Fac me ad alliciéndos peccatóres suávem, ad
interrogándos prudéntem, ad instruéndos perítum.
Tríbue,
quaeso, ad retrahéndos a malo sollértiam, ad confirmandos in bono sedulitátem,
ad promovéndos ad melióra indústriam: in respónsis maturitátem, in consíliis
rectitúdinem, in obscúris lumen, in impléxis sagacitátem, in árduis victóriam:
inutílibus collóquiis ne detínear, pravis ne contáminer; álios salvem, me ipsum
non perdam. Amen.
Oración del sacerdote después de haber
escuchado confesiones
Señor,
Jesucristo, dulce amante y santificador de las almas, te ruego, con la infusión
del Espíritu Santo, que purifiques mi corazón de todo sentimiento o pensamiento viciado y que suplas, con
tu infinita piedad y misericordia, todo lo que en mi ministerio sea causa de
pecado, por mi ignorancia o negligencia. Confío a tus amabilísimas heridas
todas las almas que has conducido a la penitencia y santificado con tu
preciosísima Sangre, para que tú las custodies todas en el temor a ti y las
conserves con tu amor, las sostengas cada día con mayores virtudes y las
conduzcas a la vida eterna. Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu
Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Señor,
Jesucristo, Hijo del Dios viviente, recibe este mi ministerio como ofrenda por
aquel amor dignísimo con el que escuchaste a Santa María Magdalena y a todos
los pecadores que a ti han recurrido, y cualquier cosa haya hecho de forma
negligente o con menor dignidad en la celebración de este Sacramento, súplela y
satisfácela dignamente. Confío a tu dulcísimo Corazón a todos y a cada uno de
los que he confesado y te ruego que los custodies y los preserves de cualquier
recaída y que los conduzcas, después de las miserias de esta vida, a las
alegrías eternas. Amén.
ORATIO sacerdotis
postquam confessiones exceperit
Dómine
Iesu Christe, dulcis amátor et sanctificátor animárum, purífica, óbsecro, per
infusiónem Sancti Spíritus cor meum ab omni affectióne et cogitatióne vitiósa,
et quidquid a me in meo múnere sive per neglegéntiam, sive per ignorántiam
peccátum est, tua infiníta pietáte et misericórdia supplére dignéris. Comméndo
in tuis amabilíssimis vul- néribus omnes ánimas, quas ad paeniténtiam traxísti,
et tuo pretiosíssimo Sánguine sanctificásti, ut eas a peccátis ómnibus
custódias et in tuo timóre et amóre consérves, in virtútibus in dies magis
promóveas, atque ad vitam perdúcas stérnam: Qui cum Patre et Spíritu Sancto
vivis et regnas in sécula saeculórum. Amen.
Dómine Iesu Christe, Fili Dei vivi, súscipe hoc obséquii mei ministérium in amóre illo superdigníssimo, quo beátam Maríam Magdalénam omnésque ad te confugiéntes peccatóres absolvísti, et quidquid in sacraménti huius administratione neglegénter minúsque digne perféci, tu per te supplére et satisfácere dignéris. Omnes et síngulos, qui mihi modo conféssi sunt, comméndo dulcíssimo Cordi tuo rogans, ut eósdem custódias et a recidíva praesérves atque post huius vite misériam mecum ad gáudia perdúcas aetérna. Amen.
INTRODUCCIÓN: HACIA LA SANTIDAD
I. EL MINISTERIO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN EN LA
PERSPECTIVA DE LA SANTIDAD CRISTIANA
1. Importancia actual, momento de gracia
La misión de Cristo operante en la Iglesia
Abrirse al amor y a la reconciliación
El testimonio y la dedicación de los pastores
El ejemplo del Santo Cura de Ars
Naturaleza del sacramento de la penitencia
Celebración pascual, camino de conversión
3. Algunas orientaciones prácticas
El ministerio de suscitar las disposiciones del penitente
Las normas prácticas establecidas por la Iglesia como expresión de la
caridad pastoral
Orientar en el camino de santidad en sintonía con la acción del Espíritu
Santo
Disponibilidad ministerial y acogida paterna
Nuevas situaciones, nuevas gracias, nuevo fervor de los ministros
II. EL MINISTERIO DE LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL
1. Importancia actual, momento de gracia
Formación sacerdotal para este acompañamiento
Dirección espiritual y ministerio sacerdotal
La dirección espiritual que reciben los ministros ordenados
Naturaleza y fundamento teológico
En todas las vocaciones eclesiales
Itinerario o camino concreto de vida espiritual
El discernimiento del Espíritu Santo en la dirección espiritual
Cualidades de quien es objeto de dirección espiritual
Dirección espiritual del sacerdote
La dirección espiritual en la vida consagrada
Armonía entre los diversos niveles formativos en el camino de la
dirección espiritual
CONCLUSIÓN: «QUE CRISTO SEA FORMADO EN VOSOTROS» (Gal 4,19)
APÉNDICE I - EXAMEN DE CONCIENCIA PARA LOS SACERDOTES
[1] Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el XXI Curso sobre el Fuero interno organizado por la Penitenciaría apostólica, 11 de marzo de 2010.
[2] Concilio
Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática
Lumen gentium, 9.
[3] Benedicto XVI, Mensaje
al Em. Card. James Francis Stafford, Penitenciario Mayor, y a los participantes
en la XX edición del curso de la Penitenciaría Apostólica sobre el fuero
interno, 12 de marzo de 2009.
[4] Benedicto XVI, Carta de
proclamación del Año Sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del “dies
natalis” de San Juan Maria Vianney, 16 de junio de 2009.
[5] Pablo VI, Carta encíclica
Populorum progressio (26 de marzo de 1967), 42:
AAS 59 (1967), 278.
[6] Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática
Lumen gentium, 40.
[7] Cfr. Juan Pablo II, Carta apostólica
Novo millenio ineunte (6 de enero de 2001), 30: AAS 93
(2001), 287.
[8] Juan
Pablo II, Carta apostólica
Novo millenio ineunte, 37:
l.c., 292.
[9] Juan Pablo II, Carta apostólica Motu
Proprio Misericordia Dei,
sobre algunos aspectos de la celebración del sacramento de la penitencia (7 de
abril de 2002): AAS 94
(2002), 453.
[10] Juan
Pablo II, Bula Aperite Portas Redemptori (6 de enero de 1983), 6: AAS 75 (1983), 96.
[11] Benedicto XVI, Carta encíclica
Caritas in veritate, 34; la Encíclica cita el
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 407.
[12] Benedicto XVI, Discurso a los
Penitenciarios de las cuatro Basílicas Pontificias Romanas (19 de febrero de
2007): AAS 99 (2007), 252.
[13] Juan
Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal
Reconciliatio et paenitentia (2 de diciembre de 1984), 29:
AAS 77 (1985), 255-256.
[14] Conc. Ecum. VaT. II, Decreto
Presbyterorum Ordinis, 5.
[15] Juan Pablo II, Exhortación apostólica
postsinodal Pastores dabo vobis (25
de marzo de 1992), 15: AAS 84
(1992), 680.
[16] Ibidem, n.
26: l.c.
699; cita la Exhortación apostólica post-sinodal
Reconciliatio et paenitentia, n. 31.
[17] Benedicto XVI, Carta a los seminaristas,
18 de octubre de 2010, 3
[18] Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores
Gregis (16 de octubre de 2003), 39: AAS 96 (2004), 876-877.
[19] Beato Juan XXIII, Carta encíclica
Sacerdotii nostri primordia, 85, 88, 90: AAS 51 (1959), 573-574.
[20] Cfr. ibidem, n. 95: l.c., 574-575
[21] Juan Pablo II, Carta a
los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1986, 7: AAS 78 (1986), 695.
[22] Conc. Ecum. Vat. II, Constitución pastoral Gaudium
et spes, 10.
[23] Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores
dabo vobis, 49: 745.
[24] Conc. Ecum. VaT. II, Constitución dogmática Lumen gentium, 8.
[25] Ibidem, n. 68.
[26] «El sacramento de la penitencia,
que tanta importancia tiene en la vida del cristiano, hace actual la eficacia
redentora del Misterio pascual de Cristo»: Benedicto XVI, Discurso a los Penitenciarios de las cuatro
Basílicas Pontificias Romanas (19 de febrero de 2007): l.c, 250.
[27] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1423, b.
[28] Ibidem, n. 1424.
[29] Ibidem-, cfr. 2Cor 5,20; Mt 5,24.
[30] Ibidem, n. 1427.
[31] Ibidem, n. 1428.
[32] Cfr. Juan Pablo II,
Alocución a los seminaristas yugoslavos, 26 de abril de 1985.
[33] Cfr.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1458.
[34] Ibidem, n. 1460.
[35] Ibidem, n. 1465.
[36] San
Gregorio Nacianceno, Sermón 45.
[37] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución pastoral Gaudium
et spes, 22. El ministerio de la reconciliación «debe ser protegido en su
sacralidad, no sólo por motivos teológicos, jurídicos, psicológicos, sobre los
que me he detenido en precedentes análogas alocuciones, sino también por el
respeto amoroso debido a su carácter de relación íntima entre el fiel y Dios»:
Juan Pablo II, Discurso
a la Penitenciaría Apostólica (12 de marzo de 1994), 3: AAS 87 (1995), 76; cfr.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1467.
[38] Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1469; cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica
postsinodal Reconciliatio et paenitentia, 31, V: l.c., 265.
[39] Rituale Romanum - Ordo paenitentiae (2 de diciembre de 1973),
Praenotanda 11: editio typica (1974), páginas 15-16.
[40] Ibidem.
[41] Juan pablo II, Carta apostólica Motu Proprio
Misericordia Dei : l.c., 452.
[42] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas
in veritate, 79.
[43] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1436.
[44] Ibidem, n. 1439.
[45] Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Verbum
Domini, 61.
[46] Código de Derecho Canónico (CDC), can. 964, §2.
[47] Juan Pablo ii, Exhortación apostólica postsinodal
Reconciliatio et paenitentia, 32: l.c. 267-268.
[48] Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Verbum
Domini, 61.
[49] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1483; cfr. CDC, can. 962, § 1; Codex
Canonum Ecclesiarum Orientalium (CCEO), can. 721.
[50] CDC, can. 961; cfr. CCEO 720.
[51] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1484.
[52] CDC, cánones 959-963; CCEO, cánones 718-721.
[53] CDC, can. 964: « § 1. El lugar propio
para oír confesiones es una iglesia u oratorio. §2. Por lo que se refiere a la
sede para oír confesiones, la Conferencia Episcopal dé normas, asegurando en
todo caso que existan siempre en lugar patente confesionarios provistos de
rejillas entre el penitente y el confesor que puedan utilizar libremente los
fieles que así lo deseen. §3. No se deben oír confesiones fuera del
confesionario, si no es por justa causa». Cfr. también CCEO, can. 736 §1.
[54] CDC, cánones 965-977; CCEO, cánones 722-730.
[55] CDC, can. 978, § 2.
[56] CDC, can. 978, § 1; CCEO, can. 732 §2.
[57] CDC, can. 979.
[58] CDC, can. 981; CCEO, can. 732 §1.
[59] Cfr. CDC, cánones 982-984; CCEO, cánones 731; 733-734.
[60] Cfr. CDC, can. 988: « §1. El fiel está obligado a confesar según su
especie y número todos los pecados graves cometidos después del bautismo y aún
no perdonados directamente por la potestad de las llaves de la Iglesia ni
acusados en confesión individual, de los cuales tenga conciencia después de un
examen diligente. §2. Se recomienda a los fieles que confiesen también los
pecados veniales».
[61] Cfr. CDC, cánones 987-991; CCEO, can. 719.
[62] Juan Pablo ii , Carta apostólica Motu Proprio
Misericordia Dei, 3: l.c, 456.
[63] CDC, can. 986; CCEO, can. 735.
[64] Juan Pablo II, Carta apostólica Motu Proprio
Misericordia Dei, 1b-2: l.c., 455.
[65] Congregación para El Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Respuesta Quaenam
sunt dispositiones sobre las normas que se refieren al momento de la celebración del
sacramento de la penitencia (31 de julio de 2001): Notitiae 37 (2001) 259-260 (EV 20 [2001]
n. 1504).
[66] Benedicto XVI, Carta de
proclamación del Año Sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del “dies
natalis” de San Juan María Vianney.
[67] Cfr. ibidem.
[68] Ibidem.
[69] Juan Pablo ii , Carta a
los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo 1986, 7: l.c., 695.
[70] CDC, can. 978 § 1; CCEO, can. 732 § 2.
[71] Juan Pablo II, Carta encíclica Dives in Misericordia, n. 9; l.c., 1208.
[72] Juan Pablo II, Homilía
en Maribor (Eslovenia), 19 de mayo de 1996.
[73] Benedicto XVI, Discurso a los Penitenciarios (19 de febrero de 2007); se vea
también el discurso del 7 de marzo de 2008. Los discursos de Juan Pablo II y de
Benedicto XVI a la Penitenciaría ofrecen una catequesis abundante sobre el modo
de celebrar el sacramento de la penitencia, animando a los ministros a vivirlo
y a ayudar a los fieles en esta experiencia de perdón y de santificación.
Además de otros documentos ya citados, consultar más ampliamente: Rituale Romanum – Ordo Paenitentiae (2 de diciembre de 1973); Juan Pablo II, Carta encíclica Dives in Misericordia (30 de noviembre de 1980);
Exhortación apostólica postsinodal
Reconciliatio et Paenitentia (2 de diciembre de 1984); Carta apostólica Motu Proprio
Misericordia Dei, sobre algunos aspectos de la celebración del sacramento de la
penitencia (7 de abril de 2002); Penitenzieria Apostolica, Il sacramento della
penitenta nei Messaggi di Giovanni Paolo II alla Penitenzieria Apostolica - años 1981, 1989-2000 - (13 de
junio de 2000); Pontificio Consejo
para la Familia, Vademécum para los confesores sobre algunos temas
de moral relativos a la vida conyugal (1997). En las notas se han
citado también los discursos del Papa Benedicto XVI a la Penitenciaría. Se vean
también: Código de Derecho Canónico, Lib. IV, parte I, título IV;
Catecismo de la Iglesia Católica, II parte, art. 4.
[74] Juan Pablo II, Exhortación apostólica
postsinodal Pastores dabo vobis, 40: l.c., 723.
[75] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 9.
[76] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Optatam totius, 3.
[77] Ibidem, n. 8.
[78] Juan Pablo II, Exhortación apostólica
postsinodal Pastores dabo vobis, 4: l.c., 663.
[79] Ibidem, n. 40: l.c., 724-725.
[80] Ibidem, n. 81: l.c., 799-800.
[81] Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros Dives Ecclesiae (31 de marzo de 1994), 54: LEV
1994.
[82] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 18.
[83] Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros Dives Ecclesiae, 54.
[84] Juan Pablo II, Carta encíclica
Veritatis splendor, 115: l.c., 1224.
[85] Ibidem, n. 88: l.c., 1204.
[86] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas
in veritate, 78.
[87] En los Códigos de las Leyes
Canónicas se reglamenta la dirección espiritual en los Seminarios (CDC, can 239; CCEO, cánones 337-339), en las casas
religiosas (CDC, can. 630; CCEO, cánones 473-475; 538 §3 - 539), en los Institutos
Seculares (CDC, can. 719). Se vean otros documentos sobre la dirección espiritual en
el sacerdocio ministerial, vida consagrada, Seminarios y noviciados, en la nota
final del párrafo 134.
[88] Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi (30 de noviembre de 2007), 40: AAS 99 (2007), 1018.
[89] Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen gentium, 11.
[90] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 14.
[91] Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica
postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 59: AAS 81 (1989), 509.
[92] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 14.
[93] Ibidem.
[94] Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los
presbíteros Dives Ecclesiae, 31 de marzo de 1994.
[95] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 6.
[96] Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita
consecrata (25 marzo 1996), 2: AAS 88 (1996), 378.
[97] Ibidem, n. 30: l.c. 403.
[98] Ibidem, n. 1: l.c, 377.
[99] Ibidem, n. 22: l.c., 396.
[100] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 916; cfr. CDC, can. 573.
[101] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 932.
[102] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 6.
[103] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen gentium, 31.
[104] S. Josemaría EscrivÁ, Es
Cristo que pasa, 10.
[105] Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Verbum
Domini, 94.
[106] Ibidem.
[107] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Apostolicam
actuositatem, 1.
[108] Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen gentium, 31.
[109] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Apostolicam
actuositatem, 4.
[110] Conc. Ecum. Vat. II, Constitución dogmática Lumen gentium, 31.
[111] Ibidem.
[112] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Apostolicam actuositatem, 29; cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica
postsinodal Christifideles laici, 7-8; 15; 25-27; 64: l.c., 403-405; 413416; 436-442; 518-521.
[113] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Constitución pastoral Gaudium
et spes, 22.
[114] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decretos Presbyterorum Ordinis, 3; Optatam
totius, 11; Juan Pablo II, Exhortación apostólica
postsinodal Pastores dabo vobis, 43-44; 72: l.c., 731736; 783-787; Directorio para
la vida y el ministerio de los presbíteros Dives
Ecclesiae, 76.
[115] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Optatam totius, 11.
[116] Santo Tomás, Summa Theologiae, I, 1, 8 ad 2.
[117] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 76.
[118] Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores
dabo vobis, 40: l.c., 725.
[119] Sobre el particular: Congregación para la Educación Católica,
Orientaciones educativas para la formación al celibato sacerdotal (11 de abril de 1974); Directrices para la formación de los seminaristas sobre los problemas
relativos al matrimonio y a la familia (19 de marzo de 1995); Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional respecto
de las personas con tendencias homosexuales en vistas de su admisión al
Seminario y a las Órdenes Sagradas (4 de noviembre de 2005): AAS 97 (2005), 1007-1013; Orientaciones para la utilización de las competencias psicológicas en la admisión y en la formación de los
candidatos al sacerdocio (29 de junio de 2008).
[120] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Optatam totius, 14.
[121] Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio (7 de dicembre de 1990), 24: AAS 83 (1991), 270-271.
[122] Sobre la dirección espiritual,
además de los documentos ya citados, se vea lo contenido en: Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis 9; 18; Decreto Optatam
totius, 3; 8; 19; Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Pastores
dabo vobis, 40; 50; 81: l.c., 725, 747, 799-800; Exhortación apostólica
postsinodal Vita consecrata, 21; 67; 46: l.c., 394-395; 442-443; 418-420; CDC, cánones 239; 246; CCEO, cánones.
337-339; 346 §2; Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros Dives Ecclesiae, 39; 54; 85; 92; Congregación para la Educación Católica, Ratio
Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (19 de marzo de 1985), 44-59; Carta
circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación
espiritual en los Seminarios (6 de enero de 1980);
Directrices para la preparación de los educadores en los Seminarios (4 de noviembre de 1993), 55; 61
(director espiritual);
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Directrices sobre la formación en los Institutos
Religiosos Potissimum Institutioni (2 de febrero de 1990), 13; 63: AAS 82 (1990), 479; 509-510;
Instrucción Partir de nuevo de Cristo: un renovado compromiso de la vida
consagrada en el tercer milenio (19 de mayo de 2002), 8; Congregación para la Evangelización
de los pueblos, Guía de Vida Pastoral para los Sacerdotes
diocesanos en las Iglesias que dependen de la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos (1 de octubre de 1989), 19-33 (espiritualidad y
vida sacerdotal).
[123] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 11.
[124] Juan Pablo II, Carta a
los sacerdotes con motivo del Jueves Santo 1986, 7: l.c., 696.
[125] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 12.
[126] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 76.
[127] Ibidem, 77.
[128] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 22.
[129] Ibidem.
[130] JUAN PABLO II,
Carta encíclica Redemptoris missio,
92: l.c., 339.
[131] Ibidem.