Orígenes, Homilías sobre Isaías (Ciudad Nueva, Madrid, 2012) pp. 97-115.

 

Homilía VI

Acerca de lo que está escrito «¿A quién enviaré y quién irá?», hasta el lugar en donde dice: «y se conviertan y que yo los sane»[1].

 

1. Viendo, Isaías, al Señor Sabaot sentado sobre un trono excelso y elevado, viendo también a los serafines alrededor de Él, y habiendo recibido la remisión de los pecados, por medio de ese fuego tomado del altar, que, por el contacto, purificó sus labios, [Isaías] dice que él escuchó la voz del Señor que decía, no ordenando, sino estimulando: «¿A quién enviaré y quién irá a ese pueblo?»[2]. Luego dice que él respondió al Señor: «Aquí estoy, envíame»[3]. Habiendo llegado a este pasaje y examinando lo que ha sido escrito, encuentro que una cosa hizo Moisés y otra distinta, Isaías. Moisés, en efecto, elegido para conducir al pueblo fuera de la tierra de Egipto dice: «Procúrate otro para enviar»[4], y parece contradecir a Dios. Pero Isaías, sin ser elegido, pero escuchando: «¿A quién enviaré y quién irá?», dice: «Aquí estoy, envíame»[5].

Luego, «comparando las cosas espirituales con las espirituales»[6], corresponde investigar quién de los dos haya actuado mejor: Moisés, quien después de ser elegido se negó, o Isaías, quien sin siquiera ser elegido, se ofreció para ser enviado al pueblo. De hecho, no sé si alguno, estando atento a esta contrariedad de asuntos que aparece entre ambos, pueda decir que Moisés haya hecho lo mismo que Isaías[7]. Por lo tanto, actúo audazmente al comparar dos varones santos y bienaventurados, y al deliberar y decir que Moisés actuó de modo más prudente que Isaías. Pues Moisés consideraba la magnitud de estar al frente del pueblo para sacarlo de la tierra de Egipto, y rechazar los encantamientos y maleficios de los egipcios, por esto dice: «Procúrate otro para enviar»[8]. El otro, en cambio, sin esperar oír lo que le sería ordenado decir una vez elegido, responde: «Aquí estoy, envíame»[9]. De donde se sigue que, puesto que dice: «Aquí estoy, envíame» ignorando lo que le sería mandado, se le ordena que diga estas [palabras] indeseables para quien las debía decir. No era acaso indeseable que inmediatamente mandado a profetizar, comenzara con maldiciones diciendo: «Con el oído escucharéis, pero no entenderéis, y viendo, trataréis de distinguir, pero no veréis; pues, está endurecido el corazón de este pueblo»[10], etc. Pues bien —si conviene hablar con atrevimiento—, quizá como pago de su temeridad y audacia fue enviado a proclamar lo que no quería profetizar. Ahora bien, puesto que hemos comparado a Isaías con Moisés, hagamos otra comparación cercana: Isaías y Jonás[11]. Uno es enviado a predicar la ruina que les sobrevendría a los ninivitas al cabo de tres días, y le aflige partir al no querer ser causa de males para la ciudad. El otro, en cambio, sin esperar lo que le iban a pedir que dijera, afirma: «Aquí estoy, envíame».

Es bueno no precipitarse hacia esas dignidades, presidencias y ministerios de la Iglesia, que provienen de Dios. Ojalá imitásemos a Moisés y dijésemos con él: «Procúrate otro para enviar»[12]. En efecto, el que quiere ser salvado, aún si preside, no aspira a la presidencia en la Iglesia, sino al servicio. Si es oportuno decirlo también a partir del Evangelio: «Los príncipes de los pueblos los dominan, y quienes tienen poder sobre ellos son llamados magistrados, pero no será así entre vosotros»[13]. En efecto, tampoco dominen los que presiden entre vosotros, sino que quien quiera ser el mayor entre vosotros, será el más pequeño de todos, quien quiera ser el primero habrá de ser el último de todos[14].

El que es llamado al episcopado, no es llamado a la presidencia, sino al servicio de toda la Iglesia. Si quieres creer, a partir de las escrituras, que en la Iglesia el que preside es siervo de todos, que te convenza entonces el mismo Salvador y Señor, que siendo tan extraordinario se volvió, «en medio de los discípulos, no como el que se sienta a la mesa, sino como el que sirve»[15]. En efecto, tomando un paño después de haberse quitado el manto, se ciñó y, echando agua en una vasija, comenzó a lavar los pies a los discípulos y a secarlos con el paño con que se había ceñido[16]. Y, enseñando que convenía que los que presiden fueran tal como siervos, dice: «Vosotros me llamáis "Maestro" y "Señor", y decís bien, pues lo soy. Si yo, entonces, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros»[17]. Por consiguiente, el que preside la Iglesia es llamado al servicio, para que pueda ir desde ese servicio al trono celeste, tal como está escrito: «Os sentaréis sobre doce tronos a juzgar a las doce tribus de Israel»[18].

Pero escucha también a Pablo, un varón tan ilustre, diciendo que es siervo de todo creyente: «Yo, en efecto, soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios»[19]. Si esto no te parece que sea prueba de su actitud de servidor, sino sólo de su humildad, escúchalo cuando dice: «Nos hemos hecho como niños en medio vuestro, tal como lo hace una madre que cuida con cariño a sus hijos, cuando pudimos haber sido importantes, como apóstoles de Cristo»[20].

Nos conviene, por lo tanto, ser imitadores de los humildes discursos y acciones del mismo Señor y de sus apóstoles, y hacer lo que fue hecho por Moisés de manera que si incluso alguno fuese llamado a la presidencia diga: «Procúrate otro para enviar». Dice [Moisés] a Dios: «No soy digno, ni ayer, ni antes de ayer, soy débil de voz y torpe de lengua»[21]. Y, porque con humildad, dijo: «Soy débil de voz y torpe de lengua», escuchó de parte de Dios: «¿Quién ha dado boca al hombre y quién lo ha hecho sordo y mudo, vidente o ciego? ¿No he sido acaso yo, el Señor Dios?»[22]. Cree en Dios y conságrate a Él. Es posible que seas de voz débil y torpe de lengua, entrégate a la palabra de Dios. Después dirás: «Abrí mi boca y atraje al Espíritu»[23]. Esto [ha sido dicho] a propósito de lo que afirma Isaías: «Aquí estoy, envíame»[24].

2. Pero, pongámonos también de parte de [Isaías]. En efecto, cuando ya había recibido la gracia de parte de Dios, no quiso recibirla en vano, sino usarla para lo necesario. «Viendo a los serafines, viendo al Señor Sabaot sentado sobre un trono excelso y elevado, dijo: "¡Miserable de mí, pues estoy afligido! Puesto que como soy hombre y tengo labios impuros, habito en medio de un pueblo que tiene labios impuros, y con mis ojos vi al Rey, al Señor Sabaot"»[25]. Diciendo esto y declarándose miserable, merece el auxilio de Dios que acoge su humildad. ¿Cuál es ese auxilio? «Fue enviado hacia mí —dice— uno de los serafines, que tenía un carbón en la tenaza, que había tomado del altar. Y tocó mis labios diciendo: "He aquí que quité tus iniquidades y purifiqué prolijamente tus pecados"»[26]. Consiguió el beneficio, habiendo sido purificado y recibiendo la remisión de sus pecados. Cuando hubo escuchado: «¿A quién enviaré a este pueblo?, ¿quién irá de parte nuestra?», no fue a causa de [su] primera conciencia que se atrevió a decir[27]: «Aquí estoy, envíame», sino porque había escuchado: «He aquí que quité tus iniquidades». Por tanto, puesto que los santos se arrepienten y estamos indagando [la diferencia] entre Moisés e Isaías, cumplamos con Moisés y también con Isaías, dándoles, a partir de las Escrituras, a cada uno lo que le corresponde.

Moisés no recibió la remisión de los pecados, como para poder decir «envíame», como si ya tuviese conciencia de estar limpio. Por esto dice: «Procúrate otro para enviar». Pues tenía en la conciencia el asesinato del egipcio y, quizá, como hombre, sabía que él tenía algunos otros pecados, y a causa de esto recusa. El otro, por el contrario, no pide el ministerio como quien se considera justo por naturaleza[28], sino como quien ha alcanzado la gracia. Si también Moisés hubiese gustado la misma gracia y hubiese escuchado: «He aquí que quité tus iniquidades y purifiqué prolijamente tus pecados», tal vez jamás habría dicho: «Procúrate otro para enviar». Luego, tiene algo de razón, tanto Moisés que se niega como Isaías que dice: «Aquí estoy, envíame»[29].

3. Pero, revisemos también lo que ordenó el Señor para que fuera dicho al pueblo: «Anda, y di al pueblo: "Oiréis con el oído, y no entenderéis, y viendo, distinguiréis, pero no veréis[30]. Pues, se ha endurecido el corazón de este pueblo y, con sus oídos, han escuchado con dureza y han cerrado sus ojos, para que no vean con los ojos, ni escuchen con los oídos, ni comprendan con el corazón, ni se conviertan y yo los sane"»[31]. Sabiendo que la audición de las palabras tiene dos sentidos, y conociendo su doble constitución, es decir, uno de ellos es corporal y el otro espiritual[32], se dirige al pueblo profetizando acerca de lo que iba a pasar en la venida de Cristo, porque habría un tiempo cuando escucharían y no comprenderían estas cosas, puesto que cuando escucharan a mi Señor Jesucristo, escucharían solamente el sonido de los dichos, pero no su sentido. Y esto queda de manifiesto a partir del hecho que hacia afuera, al pueblo, [Jesús] hablaba en parábolas; a los discípulos, en cambio, se las explicaba en secreto[33]. [Isaías], entonces, profetiza lo que aconteció: «Con el oído oiréis y no entenderéis». Además, que esto sea profetizado al pueblo en relación a la venida del Señor, lo dice el mismo Salvador: «Bien profetizó Isaías acerca de vosotros diciendo: "Oiréis con el oído y no entenderéis"»[34]. Concedamos, por tanto, que el pueblo que escuchaba con atención no podía comprender las palabras dichas por el Señor.

Pero veamos qué significa lo que sigue: «Y viendo, veréis pero no comprenderéis»[35]. Ni siquiera el que vio las cosas que hacía el Salvador, de inmediato, viendo, pudo entender por qué fueron hechas. Tomemos un ejemplo: «Lavó los pies de los discípulos»[36]: y ciertamente veían bien cómo el Maestro lavaba los pies a los discípulos, e incluso lo veían los otros que estaban presentes, sin embargo sólo veían lo que hacía, pero no por qué lo hacía. [Lo que hacía,] en efecto, era una comparación del lavado de los pies con que el Verbo de Dios lavó los pies de los discípulos[37]. Por esta razón, el Salvador le habla a Pedro, que se negaba y decía: «No me lavarás los pies»[38]. ¿Qué le dice? «Lo que hago tú no lo puedes entender ahora, lo entenderás más tarde»[39]. «¿Qué haces, por tanto, ahora? —dice Pedro—, te veo a ti, lavando nuestros pies y, preparada una vasija y, habiéndote ceñido con un paño, sirviéndonos y secando nuestros pies». Pero, dado que no era éste el asunto, sino que el Salvador, despojado de las vestiduras, deposita agua espiritual en una vasija, según las Escrituras, y lava los pies de los discípulos, para que una vez purificados, asciendan hasta aquel que dice: «Yo soy el camino»[40], pero no llenos del polvo que ordenó sacudir ante aquellos que era indignos, los que no recibían la paz, ni eran dignos de lo que les había sido dicho[41], y puesto que era esto lo que significaba, por eso dice: «Lo que hago, tú no lo puedes entender ahora, lo entenderás más tarde»[42].

Pero queda lo dicho en el resto: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, pues lo soy. Si, en efecto, yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros»[43]. ¿Dice esto, entonces, para que el obispo, vaciando agua en una vasija, despojado de sus vestiduras y ceñido con un paño, lave mis pies, que yo extiendo, puesto que vosotros —dice— debéis lavaros los pies unos a otros? Si en esto consiste lo que se dijo, ninguno de los nuestros observará el mandato, pues nadie, sea diácono, presbítero u obispo, tomando un paño, le ha lavado los pies a cualquiera que llega. Pero, si comprendes lo que ha sido escrito, los que en verdad son santos obispos, que sirven a la Iglesia, depositan el agua de las Escrituras en la vasija del alma, según las Escrituras, y buscan lavar, enjuagar y arrojar lejos la suciedad de los pies de los discípulos. Y de este modo los obispos guardan el mandato, imitando a Jesús, y así también los presbíteros.

Ojalá también yo reciba ahora el agua que pueda lavar los pies de vuestra alma, de manera que cada uno de vosotros pueda decir, cuando haya sido lavado: «He lavado mis pies, ¿cómo los voy a volver a ensuciar?»[44]. Esto dice, en efecto, la esposa en el Cantar de los cantares, no mostrando limpios los pies corpóreos, sino los pies que no tropiezan, acerca de los cuales dice Salomón: «Que tu pie no tropiece»[45], sobre los que también en los Salmos está escrito: «Pero casi vacilaron mis pies»[46], y además, dice [la Escritura], han sido constituidas viudas en las Iglesias «las que han lavado los pies de los santos»[47]. Pero si quieres oír más claramente cómo la viuda lava los pies de los santos, escucha a Pablo en otro pasaje cuando instituye a las viudas y dice: «Que enseñen de buena manera, de modo que hagan virtuosas a las jóvenes, lavando la suciedad de los pies de las jóvenes»[48]. Y viudas dignas de reconocimiento eclesiástico son éstas: cualquiera de las que lava los pies de los santos con la palabra de la doctrina espiritual. Pero no de los varones santos, sino de las mujeres; pues, «no permito que las mujeres enseñen ni que dominen a los hombres»[49]. [Pablo] quiere que las mujeres sean buenas maestras para persuadir a la castidad no a los jóvenes, sino a las jóvenes —no es apropiado, por cierto, que una mujer se vuelva maestra de un hombre—, para que persuadan a las jóvenes a la castidad y «a amar a sus maridos y a sus hijos»[50]. Aprendamos, pues, a lavar los pies de los discípulos. Estas cosas han sido dichas a causa de esto: «Viendo, veréis y no comprenderéis», puesto que cuando algo era realizado por el Salvador, era visto con el cuerpo, pero no era visto con la mente por aquellos que no comprendían. En cambio, por los que comprendían, ciertamente era visto con los ojos, pero también era visto con el intelecto[51]. En modo que lo dicho: «Viendo, veréis y no comprenderéis», no se cumple en los que ven santamente, sino en los pecadores.

Pero, viendo todo lo de los evangelios, oramos para que lo veamos de dos maneras: del modo como sucedieron corporalmente, cuando nuestro Salvador descendió a la tierra, pero, ciertamente, las acciones que se realizaba en el cuerpo era también semejanza y figura de cada una de las realidades futuras[52]. Así, por ejemplo: un cierto ciego de nacimiento recuperó la vista. Pero, en verdad, este ciego de nacimiento era el pueblo de los gentiles, al que el Salvador devolvió la vista, ungiendo sus ojos con su saliva y enviándolo a Siloé, que significa «enviado». Pues, a aquellos que había ungido con el Espíritu, para que creyeran, los enviaba a Siloé, es decir, a los apóstoles y maestros, por eso está escrito acerca de Siloé que significa enviado[53]. Y cada vez que comenzamos a ser visitados por Jesús, para que recibamos los ojos del alma, somos enviados a Siloé, es decir, al enviado. Que cada uno de nosotros, entonces, cuando lee esas cosas que sucedieron en los evangelios, ore para que no se cumpla también en él aquello de: «Viendo, veréis y no comprenderéis».

4. Pero si, como piensan los simplones, aquellas cosas que acontecieron, no sucedieron «a causa nuestra»[54], sino que sólo sucedieron, y no eran ejemplos de otra cosa; que expongan, pues, de qué modo tiene sentido lo que está escrito: «Viendo, veréis y no comprenderéis». Puesto que si aquellas cosas que eran vistas no tenían otro sentido sagrado, para que fuesen examinadas con los ojos carnales también de modo espiritual, nunca se habría dicho: «Viendo, veréis y no comprenderéis».

Como prueba de esto, tomemos un testimonio de otro escrito del evangelio, que, según aquellos que sólo siguen la letra, es falso[55]. En el evangelio según san Juan, nuestro Señor y Salvador dice a los discípulos: «Si creyerais, no sólo realizaríais las cosas que yo hago, sino que incluso realizaríais mayores que estas»[56]. Veamos, por tanto, si alguna obra mayor han realizado los discípulos.

¿Qué hay más grande que resucitar a un muerto? ¿Y quién —y no digo de nosotros sino de los apóstoles— ha resucitado un muerto? La historia relata que Pablo había resucitado de entre los muertos a Eutico, y Pedro a Tabita, que significa gacela[57]. Puedes encontrar, en efecto, esas y otras por el estilo, pero, ¿dónde están las mayores? Con todo, el Salvador también hizo ver de nuevo a los ciegos, y lo que es más grande, a algunos que habían nacido así: muéstrennos qué ciegos de nacimiento, curados por mano de los apóstoles, han cobrado la vista. Y, el que busca, puede encontrar muchísimas otras cosas en los evangelios, que ni los apóstoles ni sus sucesores hicieron cosas mayores a ellas.

En verdad, la palabra de la escritura habló en este sentido: «Realizarán cosas mayores a las que yo realicé corporalmente. Yo hice resurgir corporalmente de entre los muertos, ustedes harán resurgir espiritualmente de entre los muertos. Yo infundí esta luz sensible en los ciegos, ustedes darán la luz espiritual a los que no ven». ¡Hasta el día de hoy, yo veo que, por medio de los muy fieles discípulos de Jesús, se realizan estos signos, mayores que los signos corporales que hizo Jesús! ¿No es cierto que ahora los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son sanados, y se realiza el resto, cuando aquél que ayer estaba enceguecido recurriendo a los ídolos como a Dios, hoy invoca al Dios vivo, abandonado lo anterior? ¿No es cierto que el que ayer era cojo por el pecado, ahora camina por el camino verdadero, con pie firme, instruido por la doctrina de los discípulos? ¿Y el que ayer tenía la mano seca y ociosa para practicar el bien, hoy ha recuperado la mano viva? Si vieras a alguien impuro, y que tiene lepra en el alma, arrepentirse de pronto, compungido por la palabra de la doctrina, no te incomode decir que es mayor que este leproso haya sido espiritualmente purificado, que cualquier otro lo haya sido corporalmente. Y, ciertamente, esta homilía se ha extendido con amplitud, deseando mostrar qué significa lo que está dicho: «Viendo, veréis y no comprenderéis».

5. Pero, ¿cuál es la causa de que el que oye no comprenda, y el que ve no vea? «Se ha endurecido —dice— el corazón de este pueblo»[58]. Pero si es necesario comprender también de dónde proviene esto, [hay que saber que] no es lo mismo la dureza corporal que la espiritual, ni es la misma la blandura corporal que la espiritual. En efecto, lo que corporalmente es duro, se verifica en la carne, y en nada me daña si el corazón carnal se endurece; ni tampoco me beneficia si se ablanda a causa de alguna enfermedad o por cualquier otra causa. Eso le sucede, creo, al corazón carnal de los que son abrazados por el miedo. De la misma manera, los que se debilitan enteros por la enfermedad, según dicen, disminuye tanto la dureza como la grasa que está alrededor del corazón de ellos[59]. Pues, ¿en qué me daña si se endurece mi corazón corporal? ¡Que se ablande, entonces, mi corazón!, ¿pero qué provecho saco de ello?

Pero, como un modo de hablar, con el nombre del corazón corporal se denomina el principio rector de nuestra alma[60], como queda de manifiesto a partir de lo dicho en el Evangelio: «Felices los de corazón limpio»[61], pues no son de «corazón limpio» los que en su interior no tienen sangre o cualquier otra cosa de materia corporal. Sino que se ha dicho: «Felices los de corazón limpio» por el hecho de que son felices los que tienen un corazón limpio, habiendo nombrado el principio rector del alma al puesto de «corazón».

Pues bien, puesto que el principio rector de nuestra alma, que se dice que reside en el corazón corpóreo, está puro o impuro; entonces nuestro corazón está impuro cuando de él salen malos pensamientos: homicidios, adulterios, robos, el falso testimonio, blasfemias[62]; en cambio, está puro cuando [de él salen] pensamientos santos, comprensiones divinas y una mente pura. A causa de esto, se debe pensar que se dice que el que es salvado ha sido ablandado por su espíritu que es sutil y santo; en cambio, el que peca se ha endurecido por la malicia y es ahogado por ella. En efecto, se habla acerca del santo espíritu, el que concuerda con la Sabiduría, porque es «unigénito, múltiple, sutil, móvil», y porque el justo recibe este «espíritu sutil».[63]. Este espíritu se distingue, por cierto, de «todos los espíritus intelectuales, puros y sutiles»[64].

Por lo tanto, el principio rector es blando, porque es espiritual; en cambio, es duro por el hecho de que se ha vuelto tosco por el vicio de la materia corporal, lleno de los pensamientos corpóreos que son reprensibles. En este sentido se dice: «Se ha endurecido el corazón de este pueblo»[65].

Comprende a partir de la frase: «Se ha endurecido el corazón», que nada hay en él excepto preocupaciones humanas y carnales. En efecto, tal como la materia del cuerpo es dura, así también lo son las comprensiones y pensamientos corpóreos.

Por ello, dado que hay dos propuestas: que el corazón se endurezca por los afanes seculares o que se ablande por las preocupaciones espirituales, cuando alguno medita las cosas del Señor, arrojando la dureza del corazón y sabiendo que si su corazón se endurece ni acogerá las palabras de Dios ni verá el misterio de la salvación, renunciemos a la dureza y asumamos aquella que ha sido llamada blandura, para que también nosotros, tal como los profetas, digamos: «Mi alma ha estado sedienta de ti, cuánto más mi carne, en tierra desierta, intransitable y reseca, así me he presentado ante ti en el Santuario»[66], no como si fuera santo por naturaleza[67], sino que cuando la prudencia de la carne se haya debilitado y haya desaparecido, entonces me presentaré ante ti en el Santuario. [Hemos dicho] esto como explicación de la sentencia: «Se ha endurecido el corazón de este pueblo»[68].

6. Pero sigue: «Con sus oídos escucharon torpemente»[69]. Nada me perjudica si corporalmente soy torpe para escuchar, y esto no llega a ser causa que no escuche las palabras de Dios. Así como nada me perjudica la ceguera corporal, si no se enceguece mi alma. De este modo, ni la presteza ni la torpeza del oído corporal me estorban[70]. Pero hay un tipo de torpeza de oído que perjudica al alma humana. ¿Cuál es esta torpeza que se da en el oído del alma? El pecado, que según las Escrituras, es torpe. Por esto dice uno que percibe sus pecados: «Como una carga pesada pesan sobre mí»[71]. Y puesto que la iniquidad es pesada, por esto «está sentada sobre una medida de plomo», como está escrito en Zacarías[72]. De hecho, los egipcios «fueron sumergidos como plomo en el agua tumultuosa»[73], no porque tuviesen cuerpos pesados, sino porque sus almas se habían vuelto pesadas por la medida de plomo sobre la cual estaba sentada la iniquidad: por esto «fueron sumergidos como plomo en el agua tumultuosa»[74].

Luego, la torpeza de los oídos proviene del pecado y la presteza, de la justicia. ¿Qué hace al oído no escuchar torpemente, sino con presteza? Las alas del Verbo, las alas de la virtud. En efecto, las alas del Verbo proporcionan mucha ligereza. «¿Quién me diera alas de paloma para que descanse?»[75]. Esto dice el profeta orando, no para recibir alas corporales de paloma, sino las alas de la paloma del Espíritu Santo[76]. Y, nuevamente, dice Salomón acerca del rico: «Compone para sí alas como de águila y se vuelve a la casa de aquel que lo supera»[77]. Si aceptamos, pues, las alas, oiremos con presteza; pero si pecáramos y fuéramos negligentes en lo que se refiere a las alas, y perdiéramos nuestras alas, nos volveremos torpes y oiremos con torpeza. Pues los pecadores, con sus oídos, escucharon torpemente.

Por cierto, todos los judíos que en aquel tiempo escucharon al Salvador, lo escucharon torpemente y, por lo mismo, no creyeron. Hasta hoy, cuántos hay que escuchando las Escrituras no han oído la palabra espiritual, que es ligera, sino que torpemente escuchan la letra, que es pesada y que mata[78]. Y así la Escritura es escuchada de dos maneras: es escuchada torpemente por aquel que no entiende lo que es dicho; en cambio por aquel que la comprende, no sólo no la escucha torpemente, sino incluso con agudeza, por lo cual el que escucha llega también a ser uno que comprende[79].

7. Y además se profetiza otra cosa acerca del pueblo judío y de todos nosotros si pecáramos: «Y cerraron sus ojos para que nunca vean con sus ojos, ni escuchen con oídos, ni entiendan con el corazón»[80]. De los que no ven, algunos son ciegos y no ven a causa de la ceguera; otros están en tinieblas y por eso no ven; otros, en cambio, ni están en tinieblas, ni son ciegos, sino que no ven porque cierran los ojos. La Escritura divina conoce estas diferencias, que residen en nuestro principio rector. En efecto, el Salvador dice: «A los que están entre cadenas: "Salid", y a los que están en tinieblas, que les sea quitado el velo»[81], y: «A los que yacían  en la región y en las sombras de la muerte, una luz les ha nacido»[82]. Por esto ellos no veían: porque estuvieron en tinieblas hasta que nació la luz para ellos. [Dice también:] «Sordos, escuchad, y ciegos, ved»[83]. Algunos no vieron porque eran ciegos de modo natural. Pero los que no se encuentran en este caso y, en comparación con los ciegos y con los que yacen en tinieblas son mucho peores, son aquellos que no ven por lo siguiente: porque voluntariamente cerraron los ojos[84]. Y que esto es tal como lo hemos afirmado, el Salvador me será testimonio cuando dice: «Si fueseis ciegos, no tendrías pecado, pero ahora decís que veis, permanece vuestro pecado»[85]. Y lo dice con precisión: «decís que veis». Pues verdaderamente dicen que ven y tienen la posibilidad de ver, pero, cerrando los ojos, no ven. Si en algún momento vieras un alma con talento para comprender, veloz y ágil, que no medita las palabras de Dios, ten claro que no es por causa de la ceguera que no ve aquello que está contenido en las Escrituras, ni tampoco porque esté en tinieblas, sino porque cierra los ojos.

Por lo tanto, si escucharas la Escritura que les dice a los que cierran los ojos: «Abre tus ojos, y ve lo recto»[86]. Abre los ojos a aquello que lo habías cerrado, y entonces podrás ver lo recto y contemplar la luz de la verdad.

Si bien [la Escritura] les reprocha a aquellos acerca de los que se investiga, porque cierran los ojos para no ver, sin embargo, ello no implica que no convenga, a veces, cerrar los ojos del alma. Conviene, en efecto, como lo pone de manifiesto Isaías diciendo lo que sigue: «¿Quién anunciará a vosotros el lugar eterno? El que camina en la justicia y habla de la vía verdadera y recta, cerrando los oídos, para no escuchar el juicio sanguinario, cerrando los ojos para no ver la iniquidad»[87]. Si sucediera que, abriendo los ojos del alma, escuchara y percibiera palabras infames, es mejor cerrar el oído que oír y comprender lo que daña. Entonces, ¿cuándo cierro? Cuando se dicen cosas malas, para no entenderlas. Cuando se deben ver las palabras de Dios, nos convertimos y Dios nos sana enviando la Palabra que sana a los que quieren ser curados en Cristo Jesús[88], de quien es la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

¡Amén!

 



[1] Is 6, 8.10.

[2] Is 6, 8.

[3] Is 6, 8.

[4] Cf. Éx 4, 13.

[5] Is 6, 8. Orígenes estructura su discurso en base a las quaestiones et responsiones. De acuerdo con este método, para profundizar un texto bíblico se lo confronta con otro que le esté en aparente contradicción, formulando así el problema (quaestio); luego la búsqueda de la solución (responsio) permite que aflore el contenido espiritual del texto bíblico. Cf. L. Perrone, «Quaestiones et responsiones» in Origene. Prospettive di un'analisi formale dell'argomentazione esegetico-teologica, Cristianesimo nella Storia, 15 (1994) pp. 1-50.

[6] 1Cor 2, 13. Este versículo justifica el método hermenéutico de Orígenes: se investiga la Biblia comparando y confrontando el contenido de un texto bíblico con el contenido de otro.

[7] Orígenes, después de formular el problema, buscará mostrar que la contradicción es sólo aparente.

[8] Éx 4, 13.

[9] Is 6, 8.

[10] Is 6, 9-10.

[11] Orígenes continúa con su práctica hermenéutica de buscar el sentido espiritual de los textos por medio de la comparación de versículos semejantes.

[12] En In Num. hom., XXII,4, Orígenes se lamenta de las malas prácticas al momento de las elecciones episcopales. Cf. E. Ferguson, Origen and the Election of Bishops, Church History 43 (1974), pp. 26-33.

[13] Lc 22, 25-26.

[14] Cf. Mc 9, 35; Lc 22, 26-27.

[15] Cf. Mc 9, 35.

[16] Cf. Jn 13, 4-5.

[17] Jn 13, 13-14.

[18] Mt 19, 28.

[19] 1Cor 15, 19.

[20] 1Tes 2, 7.

[21] Éx 4, 19. Este mismo episodio es magistralmente comentado por Orígenes en In Ex. hom., III,1.

[22] Éx 4, 11.

[23] Sal 118, 131.

[24] Is 6, 8.

[25] Is 6, 5.

[26] Is 6, 6-7. Ahora busca el aspecto positivo de la actitud de Isaías: se ofrece no confiado en sus méritos, sino en la gracia de la purificación obrada por Dios mediante su Hijo (el Serafín).

[27] Es decir, antes de ser purificado.

[28] ¿Alusión a la doctrina gnóstica de la salvación por naturaleza? Hay que recordar que Isaías era apreciado por algunos gnósticos. Cf. Ptolomeo, Carta a Flora, 4, 13; Heracleón, fr. 40. Cf. R. Polanco, El concepto de profecía en la teología de san Ireneo (BAC, Madrid 1999), pp. 44-68.

[29] Finalmente, después de la confrontación de Moisés e Isaías, logra mostrar que la contradicción es aparente, y ambos casos son ejemplares, cada cual según su modo.

[30] La traducción de Jerónimo se aparta del texto de los lxx.

[31] Is 6, 9-10.

[32] Orígenes habla de dos sentidos de la escritura: el literal y el espiritual. Pero hay que recordar que el espiritual es múltiple, es decir, el mismo texto tiene una multiplicidad de sentidos espirituales, por ello a veces habla de tres, cuatro y más sentidos.

[33] Cf. Mt 13, 34-35; Mc 4, 33-34; Lc 8, 22-25.

[34] Mt 15, 7.

[35] Is 6, 9.

[36] Jn 13, 5.

[37] Es decir, el lavado histórico, que realiza Jesús, es una comparación con el lavado espiritual que realiza el Verbo.

[38] Jn 13, 8.

[39] Jn 13, 7.

[40] Jn 14, 6.

[41] Cf. Mt 10, 14.

[42] Jn 13, 7.

[43] Jn 13, 13-14.

[44] Ct 5, 3.

[45] Prov 3, 23.

[46] Sal 72, 2.

[47] Cf. 1 Tim 5, 10. Estos testimonios buscan mostrar la necesidad de interpretar espiritualmente las alusiones bíblicas a los pies y, más ampliamente, a cada miembro del cuerpo. Se trata de la ley de la homonimia: cada miembro del cuerpo es metáfora de la facultad de alma que le es homónima. Cf. Heráclides, 16: «En cada uno de nosotros hay dos hombres [...]. Así como el hombre exterior tiene por homónimo al hombre interior, así también sus miembros, de modo que se puede decir que cada miembro del hombre exterior designa también [un miembro] de acuerdo al hombre interior». Cf. In Ct. Com., prol., 2, 9.

[48] Paráfrasis libre de Tit 2, 3-4. Lavar la suciedad de las jóvenes, equivale a hacerlas virtuosas, es decir, libres de vicios.

[49] 1 Tim 2, 12. En la comunidad de Orígenes había mujeres que enseñaban la doctrina a otras mujeres. Además afirma que hay profetizas, pero prohíbe que la mujer hable en la asamblea, cf. In I Cor, fr. 74.

[50] Tit 2, 4.

[51] Buen ejemplo para ilustrar que la interpretación espiritual de Orígenes no necesariamente niega la historia. En este caso, la acción de Jesús se ve corporalmente, pero comporta un significado más profundo. La Escritura siempre tiene sentido espiritual, y sólo en algunos poquísimos casos carece de sentido literal e histórico. Cf. Princ., IV,3,4-5.

[52] Importante principio hermenéutico, sin negar la realidad histórica de los evangelios, Orígenes afirma: «Las cosas que sucedían en aquel tiempo eran símbolo de aquello que constantemente es realizado por la virtud de Jesús», In Mat. Com., XI,17. Asimismo: «Las realidades corpóreas son figura de las espirituales, y las históricas de las inteligibles», In Ioh. Com., X,110. Cf. In Mat. Com., XIII,4; S. Fernández, Cristo médico, según Orígenes, pp. 65-70.

[53] Cf. Jn 9. El término apóstol significa enviado.

[54] Cf. 1Co 9, 10. En In Ex. hom., V,1, Orígenes desarrolla esta idea, central para su interpretación bíblica, a saber, que las acciones que relata la Biblia sucedieron en función de nosotros.

[55] Orígenes, para justificar la legitimidad del recurso a la alegoría, contra los literalistas, destaca ciertos textos bíblicos, cuyo sentido literal es falso.

[56] Jn 14, 12.

[57] Cf. Hech 20, 7-12; 9, 36-42.

[58] Is 6, 10.

[59] En esto, Orígenes depende de los conocimientos médicos de su época.

[60] Se trata del elemento superior del alma. En la antropología de Orígenes, el hombre está compuesto por tres principios: el espíritu, el alma y el cuerpo (1Tes 5, 23). Pero, a su vez, el alma se compone de dos partes: la inferior en que reside la concupicencia y los pensamientos de la carne (Rom 8, 6-7); y la parte superior que es llamada con el término platónico nou=j (mens, animus o sensus), o bien con el término estoico h(gemoniko/n (principale cordis, animae o mentis). Cf. H. Crouzel, L'anthropologie d'Origène: de l'arché au telos, en U. Bianchi (ed.), Arché e Telos. L’antropologia di Origene e di Gregorio di Nissa. Analisi storico-religiosa (Studia Patristica Mediolanensia 12, Milano 1981), pp. 36-41.

[61] Mt 5, 8.

[62] Cf. Mt 15, 19.

[63] Así como en la homilía III, también aquí está presente la cristología pneumática, que llama espíritu al elemento divino de Cristo.

[64] Cf. Sab 7, 22-23: «Pues hay en ella [la Sabiduría] espíritu inteligente, santo, unigénito, multimembre, sutil [...]». El espíritu inteligente, santo, unigénito, multimembre, sutil, etc., es la Sabiduría.

[65] Is 6, 10. Tal como en otros pasajes, parece que Orígenes está terminando de comentar el texto, pero continúa. ¿Quedó insatisfecho con la explicación, o más bien surgió una pregunta de la asamblea que no quedó registrada en el texto? Cf. A. Grappone, Annotazioni sul contesto liturgico delle omelie di Origene, pp. 342-343.

[66] Sal 62, 2-3.

[67] Nueva afirmación contra el determinismo gnóstico.

[68] Is 6, 10.

[69] Is 6, 10. La palabra baru/j, que está en el texto bíblico de los lxx, tiene un amplio significado que incluye los conceptos de torpe y pesado. En español, no se encuentra un equivalente con la misma amplitud, por ello, en lo sucesivo, torpe y pesado traducen la palabra gravis (baru/j).

[70] Orígenes comparte la doctrina estoica que afirma que los únicos bienes y males son los bienes y males morales, todo el resto es indiferente: «incluyen los bienes y los males únicamente en el dominio de las cosas que dependen de nuestra libre elección; y dicen que sólo las virtudes y las acciones virtuosas son bienes, mientras los vicios y las acciones viciosas son males», Philocalia, 27, 1 (SCh 226, p. 234). Cf. Estobeo, Églogas II (SVF I, 190).

[71] Sal 37, 5.

[72] Cf. Zac 5, 7-8.

[73] Éx 15, 10.

[74] Éx 15, 10. Afirmación antignóstica: el peso de los egipcios no depende de su naturaleza, sino que es moral. Más explícito en In Ex. hom., VI,4.

[75] Sal 54, 7.

[76] El texto del salmo no tiene sentido literal: el salmista no pide alas corporales (defectus litterae).

[77] Prov 23, 5. La cita quiere mostrar que no es posible comprender literalmente las alas.

[78] 2Cor 3, 6.

[79] La diferencia entre escuchar (la letra) y comprender (el sentido espiritual) resuelve la paradójica frase de Isaías: «Escucharéis con el oído y no comprenderéis».

[80] Is 6, 10.

[81] Cf. Is 49, 9.

[82] Is 9, 2.

[83] Is 42, 18.

[84] Orígenes, contra el determinismo gnóstico, presta particular atención al problema del libre albedrío, por eso destaca que, en ámbito espiritual, ver o ser ciego dependen de la propia voluntad: sólo así tiene sentido una exhortación a ver. Cf. Heraclides, 17; In Num. hom., XXVII,1.

[85] Jn 9, 41.

[86] Bar 2, 17.

[87] Is 33, 14-15.

[88] Nueva insistencia en la necesidad del carácter voluntario de la sanación.