El estilo de la celebración,
índice de la conciencia de la propia identidad de Sacerdote
“La vida y el ministerio del sacerdote son
continuación de la vida y la acción del mismo Cristo sacerdote; esta es nuestra
identidad, nuestra verdadera dignidad, la fuente de nuestra alegría, la certeza
de nuestra vida”.
Estas palabras, que se encuentran en la
Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II acerca de la formación de
los sacerdotes en las circunstancias actuales (Pastores dabo vobis, n. 18), son una hermosa síntesis, eficaz y
plena de asombro y agradecimiento de la conciencia que la Iglesia tiene de la
dignidad del sacerdote. No sólo eso. Estas palabras ofrecen a cada presbítero
una especie de espejo en el cual contemplar con gran gozo su propia identidad,
a fin de centrarse de nuevo en ella, gracias sobre todo a la celebración
litúrgica.
De hecho, precisamente el acto litúrgico revela,
de manera del todo singular, la realidad más íntima y fascinante del sacerdocio
ministerial: ser imagen viva y transparente de Cristo sacerdote. La reflexión
teológica ha acuñado una fórmula bastante densa de significado para describir
esta realidad: “in persona Christi”. El sacerdote actúa en la persona misma de
Cristo, “Cristo vive en él” cuando ejerce su ministerio litúrgico y
sacramental.
De aquí deriva la importancia de un estilo de la
celebración que revele la conciencia de la identidad sacerdotal y, al mismo
tiempo, ayude al presbítero a “permanecer” dentro de esta identidad suya, a
renovarla y profundizarla, a configurarse a esta cada vez con mayor intensidad.
Algunos ejemplos relativos a la celebración de la
Santa Misa pueden guiar hacia una mayor comprensión de cuanto se desea
subrayar.
El sacerdote revela la conciencia que tiene de sí
mismo ya desde la sacristía: por el modo orante con el cual se prepara a la
celebración, por el sentido religioso con el cual lleva los paramentos
sagrados, por la elección cuidadosa de estos en aras de una belleza y dignidad.
Todo es signo elocuente de que se entra en un ministerio que desnuda al
sacerdote de su subjetividad y lo introduce en el acto de Cristo sacerdote, al
cual esa subjetividad se entrega.
El sacerdote revela la conciencia de su identidad
durante la Liturgia de la Palabra: primero la escucha atentamente, en el
silencio recogido del corazón. Después es su humilde servidor, al hacerse eco de
una palabra que no es suya, sino de Cristo y de la Iglesia, y que, justamente
por esto, es preciso proclamarla integralmente, sin personalismos o temores
sino con audacia y franqueza, con la ternura fuerte del Corazón mismo de Jesús.
Sin embargo, es sobre todo entrando en la Liturgia
eucarística como el sacerdote revela la conciencia de lo que se dispone a
vivir. En el acto de entregar su vida al Padre, como sacrificio para la
salvación del mundo, crece en él la percepción viva de los sentimientos de
Cristo; sus gestos y sus palabras adquieren aquí una profundidad única y una
resonancia interior en cierto sentido dramática. De hecho, el sacerdote, por
decirlo así, es habitado por la
Pasión de Jesús, por el dolor lancinante por el pecado del mundo, por el deseo vehemente
de ofrecerse totalmente y sin reservas por la salvación de todos.
El sacerdote, celebrando los santos misterios,
sabe que él no es el protagonista. El verdadero y gran Protagonista es Otro, al
cual él está llamado a abrir de par en par las puertas del corazón y de toda su
vida para convertirse en una re-presentación sacramental.
El estilo pertinente al sacerdote en la
celebración es, pues, el de Juan el Bautista: el amigo del Esposo que exulta al
oír su voz y ensalza su presencia; que siente la exigencia irreprimible de
hacerse pequeño para que el Esposo pueda crecer.
En este arte de hacerse a un lado y esconderse en
Cristo está todo el estilo de la celebración del sacerdote, hombre de lo sagrado
porque misteriosamente atrapado por lo Sagrado por excelencia, Cristo, según la
afirmación de Santo Tomás de Aquino (cf. Summa
Theologiae III, 73, 1, 3m).
Este
estilo de la celebración revela la buena conciencia que el sacerdote tiene de
su identidad; este estilo de la celebración, cultivado con cuidado y fidelidad
en la celebración diaria, hace que en el sacerdote sea cada vez más determinada
y apasionada la adhesión a su espléndida identidad, más verdadera y arraigada
su alegría, más auténtico y fecundo su servicio a la Iglesia.
Mons. Guido Marini
Maestro
de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias