Jornada
mundial de Oración por las Vocaciones
21 de Abril
de 2013
Carta del Card. Mauro Piacenza
Prefecto de la Congregación para el Clero
Queridísimos:
La llamada universal a la santidad exige que cada uno de los bautizados
dirija oraciones al Padre a fin de que cada hombre de buena voluntad pueda reconocer el camino trazado para él, vivirlo día a día y de este modo llegar a la deseada meta de la Vida que
no tiene fin en comunión con Él. Cada uno de estos tres verbos corresponde a
las tres virtudes teologales: reconocer en Cristo el Camino es movimiento de la
fe; vivir segun su Palabra es la caridad; llegar a la meta deseada es el
cumplimiento de la esperanza.
Y justamente sobre la esperanza se desarrolla el mensaje escrito para esta
jornada por el venerado pontífice Benedicto XVI, sobre el tema Las
vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe. Allí se lee: “La esperanza es espera
de algo positivo para el futuro, pero que, al mismo tiempo, sostiene nuestro
presente, marcado frecuentemente por insatisfacciones y fracasos. ¿Dónde se
funda nuestra esperanza? (…) Tener esperanza equivale, pues, a confiar en el
Dios fiel, que mantiene las promesas de la alianza. (...)¿en qué consiste la
fidelidad de Dios en la que se puede confiar con firme esperanza? En su amor
(…) que se ha manifestado plenamente en Jesucristo”. La esperanza en el Dios
misericordioso da sentido a la vida pasada transcurrida en el olvido de Él, da
valor sobrenatural a las alegrías y a los dolores del momento presente, es una
“primavera” que se proyecta hacia aquel futuro de gloria, esbozado en la
afanosa búsqueda de felicidad que inquieta el corazón de todo hombre. La
esperanza puede ser definida como “virtud del movimiento”, “virtud que da
vida”: de hecho es por ella que la fe no queda en una adhesión inactiva y la
caridad en un ejercicio de mera filantropía. Tener bien presente ante nuestos
ojos hacia dónde dirigir nuestros esfuerzos, hacia dónde nuestros sacrificios
cotidianos es, como nos enseñan ampliamente los santos, el verdadero secreto de
la alegría cristiana.
Nuestro amado Papa Francisco ultimamente, en particular en la visita a la
cárcel de menores de Casal del Marmo, ha repetido varias veces: “¡ No os dejéis
robar la esperanza!”. No se trata de una simple, aunque obligatoria,
reinserción social a lo que el Pontífice se refiere, no a la espera de un
rescate moral de la fugaz vida presente. Esperar y desear la eternidad, en la
conciencia de que, si estamos unidos a Cristo, ciertamente llegará: “Yo
considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la
gloria futura que se revelará en nosotros (...) Porque solamente en esperanza
estamos salvados” (Rom 8, 18.24).
Como bien aparece en el tema del Mensaje de esta Jornada, la raíz de la
esperanza es la fe. De hecho sólo quien vive la experiencia gozosa del
encuentro con Jesús como nuestro Salvador pude vivir en el horizonte de la
esperanza cristiana. Pero, quien encuentra a Cristo, siente también en el corazón
qué es lo que Él espera de mí. Encontrar a Jesús, como enseña el Evangelio, es
al mismo tiempo entender como Él desea ser seguido. Por esto el discernimiento
vocacional está siempre ligado a un estilo de convivencia y de confianza con
Cristo: “Las vocaciones sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del
encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para
entrar en su voluntad” (Benedicto XVI, Idem).
Se comprende entonces porqué se deba entender cómo la verdadera crisis de
las vocaciones hoy no es una crisis de llamada – porque Cristo llama a quien
quiere y llama siempre- cuánto mucho más una crisis de respuesta. La inquietud juvenil que tanto distingue a
nuestra época -fruto de una cultura que concede tantísimo valor a las
diversiones y los placeres, pero
ninguno a las respuestas a los grandes interrogantes de la existencia humana,
relacionados con el sentido de la vida y su dirección para el futuro: en fecto,
justamente la pregunta sobre esto parece ser la más incómoda- no parece lo más
frecuente encontrar salida en la busqueda de la fe, primer paso para el
encuentro vivo con Cristo. Pero el Dios que pasa junto al hombre como una brisa
ligera (Gn 3, 8; 1 Re 19, 11-13) o que llama en el silencio de la noche,
mientras un calla (1 Sam 3, 1-12) puede ser reconocido y escuchado sólo con
humildad en el recogimiento. La paz, la tranquilidad, el sereno fluir de los
acontecimientos en el frenético vivir cotidiano parece ser un bien escaso y, tal vez por esta razón, es difícil
escuchar la voz del Señor, acogerla con alegría, y con ella también aceptar lo
que Él quiere para realizar su plan de amor: “Es el sacerdote el que continúa
la obra de la redención sobre la tierra (...) si se comprendiese bien lo que
significa el sacerdote en la tierra, se moriría no de miedo, sino de amor (...)
El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús” (B. Nodet, Jean-Marie Vianney, Curé d’Ars, 100).
Por eso deseo concluir con la misma exhortación del mensaje para esta
Jornada mundial: “Queridos jóvenes, ¡no tengáis miedo de seguirlo y de recorrer
con intrepidez los exigentes senderos de la caridad y del compromiso generoso!”.
Podéis escuchar la voz de Dios en vuestro corazón como María, perfectar
Discípula del Señor, claro ejemplo de fidelidad a su Palabra, guía segura en el
camino de la vida.
Mauro Card. Piacenza
Prefecto de la Congregación para el Clero.