Para formar sacerdotes identificados con Cristo

 

Celso Morga Iruzubieta

Secretario de la Congregación para el Clero

 

En la famosa película "La lista de Schind­ler" ("Schindler's List"), dirigida en 1993 por Steven Spielberg y que versa sobre las terribles deportaciones de judíos polacos a los campos de concentración, el protagonis­ta histórico, el señor Oskar Schindler (al que en la película interpreta Liam Neeson), es un empresario de origen alemán y miembro del partido nazi, que acababa de llegar a Cracovia. Aprovechando la situación en Polonia -recien­temente invadida por el ejército nazi- crea una fábrica de artículos de cocina, y llega a un acuerdo con el director de un campo de tra­bajos forzados para usar mano de obra judía, proveniente del ghetto de Cracovia; era la op­ción de trabajo más económica. Pero de este modo pudo salvar a muchas personas de una muerte casi segura. Schindler, para llevar ade­lante su proyecto, contrata a un competente contable judío, al cual dice el protagonista en la película: "Como decía mi padre, a una cierta edad, para andar bien en la vida tenemos necesi­dad de tres personas: un buen médico, un sacerdote misericordioso y un contable competente".

No sé si siempre es necesario un contable competente, por ejemplo cuando no se posee ni siquiera un mediano patrimonio; pero sí que para todos, sobre todo cuando se entra en años, resulta conveniente un buen médico y, sobre todo, un sacerdote misericordioso que entienda de humanidad y de gracia divina. Un sacerdote que, como Jesús y en su nombre, perdone nuestros pecados, rece por nosotros, ofrezca por nosotros el Sacrificio del altar, nos dé la Comunión y, en definitiva, nos ofrezca, con generosidad el alimento de la Eucaristía y de la Palabra de Dios. Un sacerdote que, como el Señor Jesús, consuele en los momentos di­fíciles, anime para seguir caminando como cristianos, con confianza y esperanza, por el camino de la vida y esté al lado en los momen­tos decisivos del paso a la vida eterna. En este sentido, el santo Cura de Ars decía que mayor bendición para una parroquia era tener un sacerdote conforme al Corazón de Cristo.

Esto son los sacerdotes. Pero estos cristia­nos que acogen con generosidad la vocación sacerdotal, en total y definitivo servicio a sus hermanos, no se improvisan. El primer y prin­cipal medio que la Iglesia tiene a su disposi­ción es el indicado por Cristo en el Evangelio: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37-38). Pero además, después, la Iglesia debe preparar y acompañar cada vo­cación al ministerio sacerdotal que el Señor quiera concederle. El Concilio de Trento ins­tituyó los seminarios como lugares privilegia­dos de formación sacerdotal. Y no sólo es im­portante la formación inicial, sino también la formación permanente del presbítero, porque el ministerio sacerdotal es como una carrera de fondo que dura hasta el final y requiere fi­delidad. No existe el sacerdocio "ad tempus".

El primer y principal responsable de su formación es el propio sacerdote. A cada sa­cerdote incumbe el deber de ser fiel al don de Dios y al dinamismo de conversión cotidiana que exige ese don. El fundamento de la for­mación permanente del presbítero es su vida espiritual, su camino de santidad específico a través de la vivencia de la caridad pastoral. La nueva edición del Directorio para el ministe­rio y la vida de los presbíteros, que la Congrega­ción para el Clero acaba de publicar, dedica los capítulos segundo y tercero a estas dos dimensiones fundamentales del ministerio y la vida de los sacerdotes: la formación per­manente y el camino específico de santidad cristiana del sacerdote ordenado. El primer capítulo -el más importante- está dedica­do a la identidad del presbítero. El servicio pastoral del sacerdote ordenado no se im­provisa, pero tampoco es fruto de técnicas de formación o de un plan de vida espiritual que le permita crecer interiormente, sino de la identificación ontológico-sacramental con Cristo, Buen Pastor, esculpida en él por el sa­cramento del orden.