XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario – Año C

 

Citaciones di

 

2R 5,14-15:               www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9avumwe.htm

2Tm 2,8-13:              www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ammr4b.htm

Lc 17,11-19:             www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9arbopq.htm

 

 

 

Mientras se dirige hacia Jerusalén, el Señor cura a algunos leprosos. Antes de hacer el milagro de la curación, el Maestro les pide que vayan a presentarse a los sacerdotes, puesto que es lo que prescribía la ley de Moisés. El Señor Jesús, que ha llevado a su cumplimiento la Ley y los Profetas, mientras estuvo en la tierra y antes del Misterio pascual de su Pasión, Muerte y Resudrrección, observó e hizo observar la antigua Ley, aun siendo el “Señor del sábado” y estando por encima de ella.

El antiguo sacerdocio estaba cerca de concluir su misión histórica, para dejarle el lugar al nuevo, inaugurado por la Nueva Alianza. Pero con su indicación, Jesús pretende confirmar el valor de la mediación sacerdotal. También en el Nuevo Pacto, el sacerdote es mediador entre Dios y los hombres. Por este motivo, debe ser ante todo un hombre de Dios, un hombre que vive en la presencia de Dios.

En la primera lectura se encuentra el relato de otra curación, la de Naamán el Sirio, el cual le ofrece un regalo a Eliseo para agradecerle su intervención. El profeta, no obstante, lo rechaza: no es a él a quien debe reconocerle el mérito del prodigio, sino a Dios, en cuya presencia está. ¡Cuán verdaderas son estas palabras! El profeta está en la presencia de Dios, intercede delante de Él en favor de los hombres y a ellos les comunica las palabras que Él les dirige. Es, por tanto, esencialmente mediador.

Lo mismo hay que decir del sacerdote: en el Antiguo Testamento tenía la misión de oficiar el culto delante del Rostro –aunque estuviera velado- del Señor, casi como los ángeles y los santos en el cielo, cuya mirada está siempre orientada a contemplar la luz divina.

Este estar delante del Señor, el ministro lo vive en la alegría y en el dolor. Aquí se encuentra el misterio de la esponsalidad sacerdotal: en la fidelidad a Dios y a la Iglesia, en los momentos gozosos y en los difíciles, en la alegría de contemplar su Rostro –en la oración y en la liturgia, fuentes perennes de la santidad sacerdotal- y juntamente en el serle fieles a Él, incluso en las cadenas, de lo cual nos da ejemplo el apóstol Pablo en la segunda lectura: “Acordaos de Jesucristo (...) por el cual sufro hasta llevar las cadenas como un malhechor (...). Por esto soporto todo por los que Dios ha elegido, para que también ellos alcancen la salvación...”.

¡Debemos prestar atención a estas palabras! Pablo subraya que él sufre, ante todo, por Cristo, por amor al Señor. También dirá que el amor de Cristo nos impulsa, nos lleva a aceptar por Él cualquier sacrificio. El sacerdote, del mismo modo, actúa y padece todo, no por un interés o un ideal personal, sino por el Señor. La fidelidad del sacerdote es, por tanto, fidelidad también a la misión salvífica de Cristo. Es por esto que el apóstol añade que sufre para merecer gracia y salvación para los predestinados. Aquí está delineada la dimensión penitencial y expiatoria de la actuación sacerdotal, que hoy inmensamente necesitamos. No se trata, a fin de cuentas, de hacer cosas extraordinarias superiores a nuestras fuerzas. Se trata, más bien, de darse a sí mismo día a día, en el ministerio, hasta el fondo, aceptando con amor el peso de las responsabilidades, ofreciendo el sacrificio al Señor por la salvación de los hermanos.

La Iglesia, Pueblo de Dios, tiene una gran necesidad de sacerdotes, para poder continuar en la historia su camino de salvación. Por esto el Hijo de Dios nos exhorta a rogar al Padre, para que florezcan muchas y santas vocaciones, sacerdotes fieles a Cristo que no busquen más que el bien sobrenatural de los hombres.

En otras ocasiones, la palabra de Dios nos estimula a rogar por los que tienen a su cargo del bien temporal de los hombres, como los administradores y los gobernantes. Con mayor razón, esto vale en grado sumo para los guías espirituales, los cuales, como pastores, guían el rebaño de Dios. Renovemos por esto cada día nuestro esfuerzo personal en la oración por las vocaciones sacerdotales y por la santidad de nuestros sacerdotes, para que, a través de ellos y gracias a ellos, resplandezca sobre todos nosotros el Rostro de Dios.