Primer
Domingo de Adviento
1 Diciembre 2013
Citaciones:
Is 2,1-5: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abshvb.htm
Rm 13,11-14: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9arapzm.htm
Mt 24,37-44: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9bzgykx.htm
Comienza un nuevo año
litúrgico, vuelve el tiempo del Adviento a despertar en nosotros el sentido de
la espera de la llegada de Jesús.
En este período del año
litúrgico recordamos un evento-advenido: la venida en la historia del Mesías,
el Hijo de Dios, que asume nuestra misma carne de la Virgen María, por obra del
Espíritu Santo. Y este tiempo también anuncia otro evento-adviento: la espera
de la segunda venida de Cristo en su gloria, al final de los tiempos.
Es un tiempo para la
memoria y para la espera y, sobre todo, es el tiempo de vigilar, como nos anima
el Evangelio de San Mateo de este domingo, para comprender mejor el sentido de
la primera venida de Cristo, que ha cambiado con su presencia y su Palabra el
curso de la historia y también nuestro recorrido humano.
Hoy se nos invita a
vigilar, también para estar prontos y así recibir al Señor, que vendrá al final
de los tiempos, para manifestar la gloria del Padre y pronunciar el juicio
sobre la historia y sobre cada hombre y cada mujer. Este juicio será,
ciertamente, rico en misericordia, porque Dios conoce la fragilidad del hombre
y la socorre, pero la misericordia de Dios tiene su fuente en la justicia, que
ilumina las intenciones profundas que guian el camino de nuestra vida. No
obstante, este tiempo no es tiempo de miedo, sino más bien de una ansiosay
alegre espera, un tiempo de vigilancia que se hace oración, atención a las
necesidades de los hermanos, primero en la propia familia y después, más allá,
es premura por los pobres, los pequeños, los marginados, los enfermos, los
exiliados... La espera de Cristo, en fin, nos empuja a salir de nosotros mismos
para ir a encontrarlo en el mundo, sobre todo en los miembros que más sufren de
la humanidad, como el Santo Padre, con la palabra y con el ejemplo,
constantemente nos invita a hacer.
Esta vigilancia se
alimenta de una fe robusta, para no desanimarnos y continuar caminando hacia el
monte de Dios, al que son invitados todos los pueblos, como dice Isaías en la
primera lectura.
El Adviento es un tiempo
bendecido por Dios, que se nos da como don para que, despertando del sopor de
la costumbre y de las distracciones por obra del Espíritu Santo, se nos conceda
liberarnos de tantas cosas mundanas que no sólo nos enlentecen y apesadumbran
en el camino hacia Dios y a los hermanos, sino que terminan por meternos en un
profundo sueño, en un triste atardecer, del cual Señor viene a despertarnos.
El Adviento, pues, es
como un cambio de estación. Es necesario prestar atención a lo que nos ocupa, a
lo que llena nuestra vida, de manera que no nos suceda descubrir de repente que
no estamos preparados para vivir el tiempo que se nos ha concedido, o que
desaprovechamos las ocasiones que Dios nos ofrece para prepararnos y de
preparar al mundo para su venida.
Es necesario, en fin,
mantener una espera hecha de vigilancia, de oración, caridad, fe..., que sabe
esperarlo todo con segura esperanza. La esperanza cristiana, en efecto, que el
Adviento nos pide vivir, no es la espera inútil de que suceda algo, sino un
amoroso darse qué hacer, día a día, esperando que el Amado, que ya vino una
vez, finalmente venga para siempre en su gloria.
Se nos da este tiempo
litúrgico para renovar la esperanza, para que en la intensidad de la oración
irrumpa el grito que nace del corazón de la Iglesia: “MARA NA THA, ven Señor
Jesús” (Ap 22,20).
Que Cristo resucitado surque
los cielos y venga a este mundo, en la historia, en nuestra vida, para
manifestar definitivamente que es no solo el Alfa de la creación, sino la Omega
que todo recapitula y todo redime.