IV
Domingo de Adviento
Citaciones:
Is 7,10-14: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9apphcg.htm
Rm
1,1-7: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9absuwa.htm
Mt 1,18-24: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9a11lla.htm
En este cuarto Domingo de Adviento, ya
pregustamos la Navidad. ¡Dentro de tres días será el Nacimiento del Señor!
La Navidad es un don de Dios, que nos permite dar
un paso adelante en nuestro camino de creyentes. Ser creyentes quiere decir ser
hombres y mujeres en los que habita la fe. Como nos recuerda el apóstol Pablo
en la segunda lectura, tomada de la Carta a los Romanos, él se siente enviado
para “despertar la obediencia de la fe” (Rom 1, 5). La obediencia de la fe no
nace de una simple obligación, que condiciona a alguien a creer, sino de la
escucha de la Palabra del Evangelio, que nos ayuda a comprender las Escrituras
y nos revela quién es realmente Cristo, el Hijo nacido de María, por obra del
Espíritu Santo.
La fe nace de la escucha y la escucha profunda
se hace acogida, de la cual procede la comprensión con inteligencia, la elección
en la libertad y la adhesión con la voluntad. La primera lectura, tomada del
profeta Isaías, nos presenta al rey Ajaz, que presume de tener todas las
respuestas para gobernar al pueblo de Israel y, no queriendo pedir un signo a Dios,
se justifica afirmando que no quería tentarlo. Este pasaje del profeta muestra,
en realidad, que Ajaz no quería fiarse de Dios, sino que tenía solamente fe en
sí mismo. Pero Dios, no por esto dejará sin signos a su Pueblo: “una virgen
concebirá y dará a luz un hijo, al que llamará Emmanuel” (Is 7,14).
El Evangelio de este domingo nos invita a ir al
encuentro del esposo de María, José.
También José tiene la tentación de ver el
proyecto de su vida, sólo desde su punto de vista. Piensa romper la promesa de
matrimonio con María porque está embarazada, esperando un hijo que no es suyo. Antes
de que fuesen a vivir juntos, José piensa anular el matrimonio con María. Pero
él la ama con un amor tan delicado y grande que no quiere denunciar el hecho,
para no exponerla a las consecuencias de la ley sobre el adulterio, es decir, a
la lapidación: decide entonces en su corazón romper el compromiso contraído
entre las dos familias. José, angustiado y decepcionado, se deja dominar por la
amargura, con estos pensamientos que descolocan su vida, sus proyectos, su amor
por María, su deseo de paternidad, la constitución de su nueva familia, sus
sueños...
Precisamente, mientras todo eso parece
esfumarse, un Ángel del Señor, en sueños, le revela a José el misterio en el
cual está inmersa su vida y su historia. El Ángel anima a José a ver con los
ojos de la fe lo que ha sucedido a María, que es la Virgen anunciada en las
Escrituras, la cual dará a luz al deseado “Emmanuel, Dios con nosotros”.
A José se le pide dar tres pasos en el camino de
la fe: “(1) no temas llevar a María, tu esposa (2) el niño engendrado en ella
proviene del Espíritu Santo y ella dará a luz un hijo (3) tú le pondrás por
nombre, Jesús”.
La invitación del Ángel nos invita, ante todo,
(1) a no tener miedo y a confiar en Dios, recibiendo a María como esposa; (2) a
reconocer que la concepción de la Virgen María ha ocurrido por obra de Dios, en
el Espíritu Santo; en fin, a comprender (3) que su papel de esposo de María y
de jefe de familia le da el derecho-deber de reconocer al niño y darle el
nombre, Jesús.
José, hombre justo, como dice el Evangelio de
Mateo, es invitado a tener fe y a fiarse del proyecto de Dios, en el cual él
también tiene un lugar, un papel preciso. José nos enseña a no dudar de Dios,
porque Dios no se olvida de ninguno y tiene para todos un proyecto que lleva a
la plenitud de vida y de felicidad -aunque pueda pasar por el sacrificio o por
el sufrimiento-, de crecer, de vivir y de creer según los tiempos y los modos
de Dios y no según los nuestros.
Como María, también tú, José, seas
bienaventurado porque has creído.