I Domingo de Cuaresma

Citaciones:

Gn 3,1-7:                                http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abstdc.htm      

Rm 5,17-19:                           http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9a0i4se.htm

Mt 4,1-11:                             http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abtnfd.htm  

 

 

La Cuaresma es un camino eminentemente bautismal, la pedagogía litúrgica acompañaba a los catecúmenos,  que intensificaban la penitencia, la oración y la limosna los días precedentes a participar sacramentalmente de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, por medio del Bautismo en la vigilia pascual.

En ese itinerario hacia la luz pascual, la Iglesia instruye a sus hijos con la liturgia, y de este modo se nos introduce poco a poco en el misterio de Cristo.  También los ya bautizados podemos “anhelar año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno, por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios” (Prefacio I de cuaresma).

Este itinerario bautismal es más claro en las lecturas del Ciclo A (y que pueden ser utilizadas todos los años potestativamente). Así los cinco domingos de la cuaresma, corresponden a las catequesis mistagógicas:  Cristo, como centro de la predicación, es manifestado como vencedor de la tentación a la que quedará expuesto todo catecúmeno (Dom. I). La meta definitiva de toda la preparación cuaresmal, y de toda la vida cristiana, es la resurrección que es misteriosamente anticipada en la trasfiguración en el Tabor (Dom. II). El bautismo, que transforma la vida del hombre en creyente, se recibe por medio del agua (Dom. III), constituye la iluminación interior de todo hombre (Dom. IV) y confiere la verdadera y definitiva vida (Dom. IV). Todos estos símbolos: Agua, Luz y Vida son imágenes del mismo Jesucristo y de su actuación sacramental en el alma del bautizado.

Este primer domingo de la cuaresma se nos propone la catequesis sobre las tentaciones, de las que no estará exento ni el catecúmeno en su preparación para el Bautismo, ni el neófito en su vida cristiana. Pero la óptica no es pesimista. La tentación no es la victoria del enemigo, sino la victoria de Cristo sobre el poder de las tinieblas. La tentación, a la que no pudo resistir el primer Adán (1ª Lectura), acompaña a la naturaleza humana; pero si por “la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos” (2ª Lectura). El bautizado en Cristo puede vencer la tentación porque Él mismo ha vencido, y el cristiano -al ser por el bautismo injertado en Cristo-  participa también de su victoria de modo que “los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán y reinarán gracias a uno sólo, Jesucristo” (2ª Lectura).

Las tentaciones, cuyo paradigma se presenta resumido hoy en la tentación del tener, del dominar y del aparentar, serán vencidas en tanto el cristiano sea fiel a la meditación de la palabra de Dios, la obediencia fiel a sus preceptos y la adoración del único Dios verdadero. En definitiva alejarse de toda tentación de idolatría, del querer ser como dioses, a la que sucumbieron nuestros primeros padres.

Jesús es el modelo que nos enseña a vencer toda tentación, y a hacer de la tentación la circunstancia para crecer en el amor a Dios, para progresar en la este itinerario hacia la Pascua y a en el camino más largo de la santidad. “Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir, si carece de enemigos y de tentaciones (…) Cristo nos incluyó en Sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él los ultrajes, y de Él para ti los honores; en definitiva, de ti para Él la tentación y de Él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en Él, también en Él venceremos al diablo.

¿Te fijas en que Cristo fue tentado y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, reconócete también vencedor en Él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado no te habría aleccionado para la victoria, cuando tú fueras tentado” (San Agustín, Comentario sobre los Salmos, salmo 60, 2-3).

Pedimos, con la oración colecta de la Misa de hoy, que en la vivencia intensa de esta Cuaresma el Señor nos conceda “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud”.