Organización de Seminarios de
España
Encuentro Nacional de Rectores
de los Seminarios
3 y 4 de septiembre de 2014
S. E. Jorge Carlos Patrón Wong
3 de septiembre, 16:00 hrs.
La formación del pastor
a la luz de las
palabras y acciones del papa Francisco.
La palabra y las acciones se complementan en orden a
dar un mensaje claro. Esto lo saben bien quienes trabajan en los medios de
comunicación. Pero lo sabemos mejor quienes hemos conocido a Jesús, quien no
sólo con palabras, sino con acciones concretas ha anunciado la llegada del
Reino de Dios.
Tanto la palabra del Papa Francisco, directa y clara,
como sus acciones, serenas y contundentes, han llamado la atención de muchas
personas. Sin embargo, el Papa no propone con sus palabras y acciones una
revolución, ni nada especialmente novedoso. Simplemente aplica los principios
bien establecidos por el Concilio Vaticano II a la realidad actual de la
Iglesia, y lo hace con sentido evangélico.
El Papa relativiza continuamente su propia palabra con
el fin de garantizar la primacía de la Palabra de Dios y hace pasar al segundo
plano sus acciones para señalar la presencia de Jesús. También es muy
consciente de la importancia que tiene la consideración de otras voces en la
guía de la Iglesia, especialmente de las Conferencias Episcopales y de los
teólogos probados. Por primera vez el Papa, en un documento tan relevante como
es una exhortación apostólica, cita intencionadamente documentos de episcopados
de los cinco continentes. Tal modo de hablar se complementa con una serie de
acciones sencillas que brotan con toda espontaneidad de sus propias
convicciones y de su vida espiritual.
Esta experiencia de intercambio y escucha ha sido
vivida ya por la Conferencia Episcopal Española durante su visita ad limina
en los diálogos grupales que mantenido con el Santo Padre. Conversaciones
llenas de vivencias formativas y pastorales.
La pregunta que la Organización de Seminarios de
España ha planteado es ésta: ¿Cuáles son las palabras y las acciones del papa
Francisco que han impactado en el ámbito de la formación sacerdotal?
Vamos a comenzar con las palabras. Sin pretender ser
exhaustivo, voy a enumerar algunas de ellas.
Todos recordamos la expresión: No formar
pequeños monstruos. Fue dicha en la primera reunión que tuvo el Papa
con la unión de superiores mayores de los religiosos[1],
pero se refiere específicamente a la formación sacerdotal, de modo que se puede
aplicar a nuestros seminarios. Cuando en la formación existen los
desequilibrios, en vez de formar pastores formamos monstruos; fenómenos
extraños, que son sentidos por la comunidad cristiana como algo ajeno, personas
que en vez de edificar la comunidad, la destruyen. Es difícil interpretar en
algún sentido la intención del Papa al referirse a estos monstruos, si embargo
podemos hacer un breve elenco de los
diversos modelos:
·
El espiritualoide. La palabra significa falsamente espiritual. El
espiritualismo se nota en la rigidez con que se vive la experiencia espiritual
y se refleja, tarde o temprano, en una falta profunda de compromiso social y
eclesial. Sacerdotes que dan la impresión de haberse confeccionado a partir de
recortes de diversas ideologías, que se ven obligados a repetir modelos de los
cuales no están del todo convencidos. Este tipo de sacerdote carece de frescura
y originalidad. Esto es frecuente entre algunos sacerdotes jóvenes influenciados
de algunos estilos de vida de sacerdotes mayores y constituye un motivo de preocupación.
Pareciera un ministerio sacerdotal que nace ya envejecido. Tienden a ser
moralizantes, rígidos, impositivos, tradicionalistas. Con frecuencia este tipo
de sacerdotes se afilian a alguna espiritualidad o a alguna ideología porque
desconocen la espiritualidad diocesana y la propia del ministro ordenado.
La formación
entendida desde esta perspectiva, privilegia los momentos comunitarios de
capilla, subraya la oración vocal y las prácticas de piedad, con un descuido
muy notorio del discernimiento espiritual que se hace a la luz de la Palabra de
Dios. Tal formación posterga la sensibilidad social que exige la auténtica
espiritualidad, permitiendo expresiones de aburguesamiento sacerdotal. Es
llamativo que personas aparentemente tan espirituales sean al mismo tiempo tan mundanas,
tan chismosas y tan distantes de las necesidades reales del Pueblo de Dios. En
estos contextos se cultiva una conciencia moral deformada y se tiende a una
dirección espiritual rígida. A veces en el seminario con esta orientación tales
actos espirituales se ponen por encima del tiempo dedicado a los estudios, al
deporte o al apostolado, porque se funciona desde un profundo desequilibrio.
También es llamativo que se hagan compatibles todas estas prácticas
espirituales con descuidos profundos de la dimensión humana. Muchos de los
escándalos sacerdotales proceden de este tipo de espiritualismo.
·
El irrelevante. Este modelo abundó en España por los años setenta. Se
trata de la figura sacerdotal opuesta a la anterior: un sacerdote carente de
vida espiritual. Se devalúa o se pierde el sentido de la oración, de la lectura
espiritual, de los ejercicios espirituales, de las prácticas espirituales y de
la vida sacramental. Todo ello pasa a un segundo o tercer plano. Cuando hay un
desconocimiento o desprecio de la vida espiritual surgen en el horizonte
existencial del sacerdote otros intereses, que poco o nada tienen que ver con
el Evangelio. Desde seminaristas algunos sacerdotes han postergado los
elementos básicos de la vida espiritual, de modo que en la práctica se han
abandonado totalmente. Es interesante observar que en este modelo de ministerio
surge como una sombra la falta de identidad y de especificidad. Se llega a
extremos como evitar presentarse como sacerdotes delante de los demás, como si
fuese un laico, un mero trabajador, un miembro de un instituto secular o algo
semejante.
Cuando un
seminarista se forma desde esta perspectiva existencial, deja de estar en el
centro el encuentro con Dios para poner otra cosa, algo muy humano, muy
comprensible, pero que no define el ministerio sacerdotal. Puede ser el
compromiso social, el protagonismo personal o la capacidad pedagógica o
intelectual. En la vida ordinaria de un seminario con esta orientación da la
impresión de que no se forman sacerdotes, sino trabajadores sociales, actores o
pedagogos. Es llamativo que se subrayan los gustos de las personas y se
comienza a utilizar el lenguaje de la realización personal. Realmente se
elimina la dimensión trascendente. El producto es un sacerdote-funcionario con
poca identidad sacerdotal.
·
El intelectualoide. Es el sacerdote que tiene hinchada la dimensión
intelectual a tal grado que le importan más los títulos académicos que el
ministerio sacerdotal. Está como inflado por dentro, de un modo semejante a la
levadura de los fariseos, con ese orgullo refinado de los intelectuales. Ha
hecho de la Palabra de Dios más un objeto de estudio que de contemplación, de
modo que la Palabra es un referente, pero no es el motor fundamental de su vida
y ministerio. Todo lo quiere juzgar y valorar desde el punto de vista
intelectual, en el que no caben la contemplación, los sentimientos o las
relaciones. Tiende a olvidar la dimensión pastoral del ministerio ordenado. Los
retiros y ejercicios espirituales dejan de ser un camino de conversión y se
llena el tiempo con charlas eruditas. Se va reduciendo el tiempo material que
se dedica a la vida espiritual, la cual llega convertirse en un referente
teórico más.
Quien forma a los
seminaristas desde esta concepción reductiva del ministerio ordenado dará toda
la importancia a los estudios, convirtiendo el seminario en una academia. El
programa de la formación equivale al tiempo requerido por los estudios. No
caben los objetivos que forman a la persona en su integralidad. Añadir un año
más a la formación, por ejemplo, para el curso propedéutico, parece imposible,
porque se consideraría, sea cual sea su contenido, una pérdida de tiempo. Es interesante
observar que la mayoría de los sacerdotes muy intelectuales tienen con
frecuencia grandes vacíos en otras áreas de su personalidad, por ejemplo en la
vida afectiva o en la capacidad de establecer relaciones positivas con los
demás. En algunos seminarios se ha llegado a entender la formación como mera
academia. A las etapas formativas les llamamos facultades y a los seminaristas,
alumnos.
·
El pastoralista. Todo el ministerio y la formación son pastorales,
pero cuando en Castellano se utiliza la terminación ista se está objetivando
un notorio desequilibrio. El pastoralista es una persona que actúa sin la
necesaria reflexión, esto es, sin un fundamento suficiente en las demás
dimensiones de la formación. Son muy notorias las homilías pastoralistas,
porque suenan a improvisación y a mero relleno, carentes de una auténtica
reflexión y ajenas a la vida espiritual, donde la vida de la gracia es
secundaria.
Hay seminarios que
funcionan con esta deformación y por ello parecen como una parroquia más de la
diócesis. Los formadores suprimen días de clase o de estudio para que los
seminaristas acudan a los eventos diocesanos o simplemente a su apostolado, o
se permite cualquier tipo de intervención del presbiterio que se justifica con
fines supuestamente pastorales. El seminario pierde su sentido de casa de
formación para convertirse en una especie de cuartel general. Lo más importante
es preparar buenos organizadores.
Soy consciente de que he exagerado los rasgos de estas
deformaciones con la finalidad de hacerlas ver con claridad. Sin embargo a
veces la realidad es exacta y tristemente como la caricatura que ha presentado.
Cuando los formadores no somos conscientes de los desequilibrios existentes en
la propia trayectoria vocacional, tendemos inconscientemente a repetir el
modelo aprendido y somos capaces de formar verdaderas monstruosidades.
Pero pasemos a una segunda palabra del papa Francisco
que ha impactado en el medio de la formación sacerdotal. Se trata de una
expresión que repite con frecuencia: formar el corazón. La
expresión conlleva un contenido profundo, enlazando con un concepto bíblico de
primer orden. Dios habla al corazón y el hombre responde desde el núcleo
profundo de su personalidad, es decir, desde el corazón.
La expresión formar el corazón tiene
primeramente un contenido espiritual. Se trata de adquirir el corazón del
pastor, a ejemplo de Cristo Siervo y Pastor del rebaño. Pero al mismo tiempo
conlleva un contenido psicológico. Se trata de formar el corazón del hombre
para que sea capaz de amar con el amor de Cristo por su Pueblo. Esto también implica
permanecer atentos a la solidez de la personalidad, a la madurez afectiva y
sexual que tanto se reclama hoy para los clérigos. Es fundamental que exista un
corazón. Cuando esto falta en el
interior de la persona, desaparece el gozo de ser pueblo y surgen en el
horizonte del seminarista otros intereses. Formar el corazón implica, contando
con dicha complejidad de contenidos, educar en la caridad pastoral. Vamos a
intentar ampliar lo que significa este corazón pastoral a través de algunos
rasgos que suelen estar presentes en la formación.
·
Adquirir los sentimientos del Hijo. Esta es la parte más
propiamente espiritual. Para tener un corazón como el de Cristo Siervo y Pastor
es necesario identificarse profundamente con Cristo. Todos los creyentes viven
esta identificación, pero en el caso de los seminaristas se trata propiamente
de una configuración espiritual con Cristo. Tal proceso se realiza en dos
momentos. En el primero han de adoptar con el Señor la actitud y la misión del
siervo, es decir, que sus expectativas dejen de ser las de mandar y comiencen a
ser, definitivamente, las de servir, como ocurrió a los apóstoles que
acompañaron a Jesús[2]. En lo
profundo de la personalidad del seminarista el Espíritu Santo ha transformado
en servicio todo lo que es y tiene. El segundo paso consiste en internalizar
las actitudes del Buen Pastor, tan abundantemente expresadas en el texto
bíblico. La configuración implica todas las dimensiones de la formación, pero
especialmente pone en juego dos elementos: la contemplación de la persona de
Jesús y la confrontación de las propias actitudes. La contemplación de Jesús
dibuja la mística sacerdotal, pero esta progresiva confrontación exige todo un
aprendizaje ascético.
Es evidente que el
proceso de configuración no se puede conseguir sin un asiduo acompañamiento
humano y espiritual. Sin el acompañamiento cotidiano y verdadero de parte de
los formadores, y sin la docilidad humana-espiritual de los seminaristas, los
proyectos formativos no tocan el corazón, no transforman desde el interior la
propia historia personal y dan como resultado una fachada exterior que
fácilmente se derrumba después de la ordenación sacerdotal.
·
Sentir con el Pueblo de Dios. El corazón del pastor
necesita sentir como propios los gozos y los sufrimientos del Pueblo de Dios.
Esto hay que decirlo en un sentido muy amplio. Un verdadero corazón sacerdotal
no es indiferente ante nadie. Sabe celebrar con los demás el don de la vida y
el solo hecho de ser comunidad. Los rasgos con los que describe la Gaudium
et Spes a la Iglesia puesta al servicio del mundo actual[3],
deben ser concretizados en las actitudes sociales del presbítero. Por ello es
necesario que la formación pastoral de los seminaristas les lleve al contacto
con las necesidades reales de los
demás, especialmente de los pobres y de los excluidos, de las familias, los
jóvenes y los ancianos. El llamado del Papa a salir a las periferias tiene su
fundamento y su motivación en la caridad pastoral. El hombre configurado con
Cristo, dispuesto a asumir siempre las actitudes del siervo, se transforma en
pastor solícito de las ovejas más débiles.
·
Dar consistencia a la personalidad. La madurez humana no es solo
un previo en la formación presbiteral, es decir, algo que se supone como ya
dado o que se consigue durante las primeras etapas. Cada etapa formativa debe
incidir directamente en la maduración de la persona, la cual se realiza en un
continuo durante toda la vida. La mejor motivación para que el seminarista
realice este trabajo sobre sí mismo es el amor a Cristo y a la Iglesia. La
consistencia vocacional se adquiere así como adquiere consistencia la mezcla
que preparan los albañiles para pegar los ladrillos. Hay que poner los
ingredientes adecuados y mezclarlos hasta conseguir el punto de una mezcla útil.
Hoy más que nunca somos conscientes de las exigencias de madurez personal que
conlleva la vida sacerdotal, no sólo en lo que se refiere al celibato
sacerdotal, sino también a la misma conducción de la comunidad cristiana. Todos
tenemos experiencia de las terribles consecuencias que conlleva el hecho de
poner en manos de una persona inmadura el caminar comunitario. No podemos permitirnos
el lujo de dar esto por supuesto o de ser negligentes en ello.
Debemos
acostumbrarnos y habituar a los futuros sacerdotes a un acompañamiento
humano-espiritual permanente donde, sin restricciones, se aborden todos los
temas personales, sin temor a descubrir «involuciones» afectivas, nuevos
sentimientos, deseos y aspiraciones desconocidos, cansancios, sueños y
frustraciones. Es importante colocar la
propia vocación como objeto de discernimiento, para poder distinguir qué viene
del buen espíritu y qué es tentación del espíritu del mal. Un verdadero
discernimiento espiritual está a la base de la madurez humana sacerdotal, que
necesita renovarse continuamente.
·
Vivir la fraternidad. La presencia del Señor adquiere rostros muy específicos
en la vida del seminario: los propios compañeros, a quienes el seminarista llama
«hermanos», los formadores, el obispo, los diversos miembros de la comunidad
cristiana con quienes interactúa a través de su proceso formativo. Todos ellos
son también el objeto amoroso de la caridad pastoral. Por ello una verdadera
configuración con Cristo deviene prontamente actitud fraterna hacia los demás.
Quien ha adquirido los sentimientos del Hijo se transforma en hermano y se
vincula con la misma profundidad y definitividad a Dios y a la comunidad a la que
pertenece. De ahí la gran importancia de que la maduración vocacional del
seminarista se realice en una comunidad formativa. Es allí donde se aprende a
servir, a celebrar la presencia de Dios en la vida, a compartir la misión y, en
suma, a evangelizar. Cuando el número de seminaristas se va reduciendo, como
ocurre en muchos de nuestros seminarios, tenemos la grave responsabilidad de
ofrecer a los jóvenes seminaristas una comunidad suficiente, capaz de sustentar
la formación sacerdotal.
El acompañamiento
comunitario que realiza el formador y el servicio de un verdadero padre
espiritual, permiten que el ambiente cotidiano del seminario crezca en
fraternidad y ayuda vocacional recíproca y se aleje consecuentemente de
intrigas, chismes, celos, envidias y luchas de poder, que son expresiones
concretas de una vida común anti-evangélica y, por lo tanto, anti-sacerdotal.
Llama la atención de muchas personas la continua
opción del papa Francisco por la simplicidad de vida y la pobreza.
Sus gestos recuerdan el criterio que estableció la Sacrosanctum Concilium para
la liturgia: una austera belleza[4].
El Papa nos muestra a través de este gesto reiterado un rasgo precioso de la
vida sacerdotal y para la formación en los seminarios. Elige el ornamento más
simple, prefiere los lugares sencillos, se sitúa como uno más sin aferrarse a
prerrogativas, le disgustan las sedes en forma de trono, acude a las
periferias, se pone al servicio, consulta a las personas. Esta actitud del Papa
no brota de un ascetismo rígido. Es más bien el resultado de decisiones
cultivadas muy libremente desde su espiritualidad durante toda la vida. Vamos a
sacar algunas consecuencias prácticas de la observación de las actitudes del
Papa para la formación sacerdotal.
·
Pobreza voluntaria. Los gestos del Papa en torno a la pobreza y a la
simplicidad de vida han conmovido a tantas personas. Siempre que le preguntan
al respecto da explicaciones muy simples, más relacionadas con las necesidades
de su propia personalidad que con una consigna moralista de pobreza. Queda muy
claro que el estilo de pobreza nace de su interior como algo totalmente
asumido, bien discernido en el pasado, y personalmente elegido. Por eso no
suena artificial ni pretende imponer ese estilo de vida a los demás. Es un buen
ejemplo de lo que la Presbyterorum Ordinis llama «pobreza voluntaria» de
los sacerdotes[5].
Uno de los grandes
problemas del sacerdocio hoy es el nivel económico en el que en muchos lugares
se sitúan los sacerdotes, el estilo de carrerismo y la búsqueda de privilegios,
dinámicas que son tan contrarias al espíritu del evangelio. En muchos de
nuestros seminarios educamos para la abundancia, pero no para la pobreza y la
austeridad. Es necesario provocar un discernimiento sobre el modo de utilizar
los bienes y la actitud fundamental que los seminaristas tienen ante todas las
cosas, de modo que, según van avanzando en el proceso formativo, efectivamente
sean más libres antes los bienes y posean menos bienes. Si este criterio vale
para los bienes materiales, tanto más para otro tipo de bienes, como el saber,
las relaciones o el protagonismo. Tenemos mucho que trabajar con los
seminaristas y entre nosotros mismos como sacerdotes para llegar a un estilo de
auténtica pobreza sacerdotal.
·
Dignidad sacerdotal. Si uno coloca las palabras «Papa Francisco» en el
buscador de imágenes del Internet, aparecen una serie de imágenes muy
sacerdotales. Sobre todo cuando celebra la Eucaristía el Papa aparece como un
sacerdote más. Esta acción del Papa, que a primera vista no parece demasiado
importante, porta un significado para la formación sacerdotal. Hay que educar a
los seminaristas de un modo positivo y claro en la valoración del sacerdocio y,
consecuentemente, denunciar la búsqueda de escalafones y posiciones en la vida
sacerdotal. El hecho de reservar el título de «monseñor» para sacerdotes de
cierta edad, intenta precisamente evitar que los sacerdotes jóvenes cultiven
este tipo de expectativas. Se trata sólo de ser sacerdotes y de encontrar en el
servicio sacerdotal el título más honroso.
Este rasgo se
cultiva desde el seminario. Exige que los muchachos se acostumbren a no
exagerar las diferencias que puedan existir entre sí, por ejemplo, de origen,
de capacidad intelectual, de habilidades prácticas. Para subrayar con toda
claridad el don recibido de Dios a través de su llamada. De modo que no
ambicionen ser otra cosa, sino sacerdotes que sirven humildemente en donde se
les necesita. Sería maravilloso que los seminaristas llegasen a cambiar el tono
de sus conversaciones, de modo que en vez de hablar continuamente de los que
tienen cargos y privilegios, hablasen del servicio que se presta a los
pequeños.
Todos conocemos a
sacerdotes miembros de equipos formadores y de presbiterios concretos que
transmiten el gozo de ser sacerdotes, que sirven donde la Iglesia los necesita,
sin búsqueda de títulos y escalafones jerárquicos. Estos buenos ejemplos son
los que debemos apreciar en nuestras conversaciones y actitudes, evitando
mensajes y acciones mundanas en torno a la pregunta de «quién es más importante».
·
Austeridad en la liturgia. La austeridad del Papa también se traduce en
una simplicidad y dignidad litúrgica. Siempre elige el ornamento más simple,
realiza la liturgia con toda la sencillez que corresponde. En esto no hace más
que aplicar las directrices que da claramente la Constitución Sacrosanctum,
Concilium. Sabemos la importancia que tiene la formación litúrgica de los
seminaristas porque al final la liturgia es signo, fuente y cumbre de toda la
actividad del seminario y lo será en el ministerio presbiteral.
Este es un punto
suficientemente estudiado. La liturgia innecesariamente complicada y suntuosa
conlleva habitualmente una buena dosis de violencia y un sentido de exclusión.
Al contrario, la liturgia simple, austera y bella señala con más eficacia hacia
el misterio. Hay que preguntar: ¿Qué tipo de expresiones religiosas y
litúrgicas expresan habitualmente nuestros seminaristas?
·
Cercanía con los pequeños. Este gesto típico de Jesús es repetido
continuamente por el Papa Francisco. Se mantiene cercano a los pequeños, les
dedica su tiempo y su atención. Es un gesto que viene confirmado por sus
palabras, cuando habla de la importancia de no abandonar espiritualmente a
quienes ya la sociedad margina. Se acerca especialmente a los enfermos, a los
niños, a los pobres, recordando a todos las prioridades de Jesús. La cercanía
con los pequeños exige frecuentemente que cambiemos nuestros planes para salir
al encuentro de quien está en nuestro camino, como el buen samaritano. Al Papa
se le ve continuamente interrumpiendo su camino para acercarse a los más
necesitados.
Toda la formación
en el seminario debiera educar para hacer este movimiento de salida hacia los
pobres y los pequeños. Lo contrario sería una educación centrada en el
cumplimiento de normas o en la mera observancia de una serie de consignas. Esto
no quiere decir que se deje todo a la improvisación. Lo que hay que evitar es
crear un estilo en el que se justifique la lejanía del sacerdote de aquellos
que lo rodean.
·
El interés por lo concreto. El Papa sabe situarse muy bien
en el aquí y el ahora, y especialmente ante las personas. Tiene la costumbre de
tocar con sus manos la realidad concreta: a la imagen de la Virgen, a las
personas, especialmente a los enfermos y a los niños. El contacto con lo concreto
ayuda a que la opción por los pobres no sea una entelequia, sino una realidad
experimentada y desarrollada a lo largo del tiempo.
·
Espíritu misionero. Así como en la vida y en la doctrina del Papa
Francisco está muy presente la conciencia del discipulado, también está
profundamente presente el sentido de la misión. El binomio adoptado por el
Documento de Aparecida de discípulos y misioneros muestra un equilibrio
que se vincula a la misma identidad cristiana. Todos somos llamados a
mantenernos firmes en el discipulado y a asumir consecuentemente la misión. Una
clave importante de la interpretación de la misión consiste en que no sólo se
la refiera a las grandes salidas de la Iglesia, por ejemplo, y en el contexto
del mensaje del Papa Francisco, la salida hacia las periferias, sino que
incluya también el pequeño servicio. Todo en la vida del cristiano, y
especialmente del sacerdote, viene marcado por el dinamismo propio de la
misión. Esta clave se aplica al seminario de un modo muy concreto. La práctica apostólica
de los seminaristas se vincula a las actitudes de servicio en la vida
cotidiana, de modo que llegan a ser capaces de encontrar siempre el sentido de
la misión. Esto vale de un modo especial para el mismo equipo formador, que
entiende cada actitud y cada servicio en el seminario como una verdadera acción
pastoral.
Cuestionario para
el trabajo por grupos
¿Cuáles de estas u otras palabras del papa Francisco
consideras importantes para la formación sacerdotal?
¿Qué gestos claros, especialmente del modo de vivir
del equipo formador, son hoy necesarios en el ámbito de los seminarios de
España?
¿Consideras que existe el hábito del discernimiento
espiritual en nuestros seminarios? ¿Qué podemos mejorar?
4 de septiembre,
10:00 hrs.
Algunos medios para
la formación del sacerdote evangelizador
con espíritu y servidor del
Pueblo de Dios.
Los medios para la formación sacerdotal son
muchísimos. Privilegiar algunos significa ya hacer una opción formativa. Por
este motivo, antes de hablar de medios específicos, conviene plantear un tema
que suele estar pendiente en nuestros seminarios: el proyecto o itinerario de
formación. La Ratio nacional y los estatutos del seminario, por bien que hayan
sido elaborados, no pueden bajar a este nivel. Lo más que se puede esperar de
estos documentos es que definan con claridad las etapas formativas y propongan
el cuidado de las dimensiones formativas. Es necesario dar un paso más, que
responda al «cómo» de la formación en cada una de las etapas.
El
itinerario o proyecto formativo propone una dinámica educativa y los
procedimientos para conseguir el fin de cada etapa de formación con estos
seminaristas concretos y en la realidad cultural de esta diócesis en particular.
Aglutina en un solo proyecto todas las dimensiones de la formación. Si lo vemos
en una tabla, puede ser más claro el concepto:
Etapa |
Objetivo |
Dinámica |
Contenido
fundamental |
Seminario Menor |
El seminarista menor aprovecha los elementos que se le ofrecen para su
maduración integral y se prepara para que en su día sea más libre para elegir
el sacerdocio. |
Preparación
vocacional. |
Amistad con Cristo. Aprendizaje de la formación integral. Apertura al llamado. |
Curso Propedéutico |
El seminarista del Curso Propedéutico hace un primer análisis de su
personalidad, comienza la revisión de su iniciación cristiana y hace un
primer discernimiento de la vocación sacerdotal. |
Kerigma y catecumenado. |
Conversión personal y grupal. Autoconocimiento. Discernimiento
vocacional. |
Etapa discipular |
El seminarista profundiza su iniciación cristiana y trabaja
sistemáticamente sobre sus características personales para optar por el
seguimiento de Cristo como discípulo y misionero. |
Confrontación y Discipulado. |
Contemplación de los ejemplos de Jesús. Diálogo formativo intenso y confrontador. Visión crítica de sí mismo y de la realidad. |
Etapa configuradora |
El seminarista vive un proceso de gradual identificación con Jesús, Siervo y Pastor, interpretando toda su
persona como don para el caminar del Pueblo de Dios. |
Configuración con Cristo Siervo y Pastor. |
Contemplación de Cristo, Siervo y Pastor. Proyecto de vida sacerdotal. Virtudes teologales, consejos evangélicos, caridad pastoral y
actitudes sacerdotales. |
Etapa de síntesis vocacional. |
El seminarista hace una síntesis de toda su trayectoria vocacional y
se dispone convenientemente para recibir las sagradas órdenes. |
Inserción y corresponsabilidad |
Confrontación con la realidad pastoral. Responsabilidad personal. Colaboración eclesial. |
Si se observa con un poco de atención la columna de
los objetivos, se descubrirá pronto que existe una gradualidad. No se trata de
elementos que se suceden unos a otros de un modo simple, sino de una progresión
acumulativa. El muchacho opta de un modo definitivo por aprovechar los medios
formativos en el Seminario Menor, por abrirse al discernimiento vocacional en
el Curso Propedéutico, por el seguimiento del Señor en la Etapa Discipular, por
la identificación con Cristo Siervo y Pastor en la Etapa Configuradora, por la
corresponsabilidad en la Etapa de Síntesis Vocacional. Son aprendizajes que se
van acumulando gradualmente y permanecen vigentes durante toda la vida, dando
como resultado una mayor consistencia humana, cristiana y sacerdotal. En este
sentido hemos de reconocer que no siempre se ha trabajado con el suficiente
empeño y con la necesaria calidad pedagógica en la formación.
Si se observa la columna correspondiente a la
dinámica, se puede concluir que cada etapa tiene un carácter propio, el que
corresponde a su objetivo, unos objetos de aprendizaje y unos modos peculiares
de proceder. También aparece aquí la gradualidad: el catecumenado es para
personas que ya están preparadas y a su vez es la base para vivir la
confrontación y optar por el discipulado; el discipulado es a su vez la base
para la dinámica espiritual de la configuración y para asumir
corresponsablemente el ministerio sacerdotal.
Evidentemente en un plan como este los formadores de
cada etapa tienden a especializarse y hay una mayor exigencia pedagógica. Pero
se entiende que los frutos serán también específicos. Los primeros beneficiados
de este planteamiento son los seminaristas, que harán el discernimiento
específico de su etapa con mayor claridad e irán dando pasos acumulativos en su
formación.
A veces se ha diseñado todo el proceso de formación
privilegiando la dimensión intelectual, de modo que la configuración y duración
de las etapas se ha hecho depender más del programa de estudios que de la
propia dinámica formativa. En España tenemos el caso del quinquenio filo-teológico.
Puede ser que un programa de estudios que mezcle la filosofía y la teología
funcione bien, sobre todo desde el plano académico y también desde el punto de
vista económico. Pero queda la pregunta: ¿Cómo se garantiza en esta estructura
de cinco años el proceso formativo? ¿Se cuida verdaderamente?
Puesto este preámbulo, podemos hablar ahora de algunos
medios que adquieren especial relieve en el contexto cultural en el que nos
movemos.
Primacía del encuentro con Dios. La enseñanza de la
oración y de sus métodos, tanto a nivel personal como grupal adquiere un
relieve fundamental. Los seminaristas necesitan crecer consistentemente en el
hábito de la oración capaz de contrarrestar la influencia de los medios
técnicos y de la cultura secularista. No se trata sólo de imponerles una serie
de prácticas de piedad, sino de cultivar la auténtica vía de unión personal con
Dios como un irrenunciable de la vida sacerdotal. Los seminaristas necesitan
llegar a una comprensión y a una experiencia de su camino formativo con sentido
místico y ascético. Esto implica una seria crítica del modo de presentar
algunos elementos básicos de la vida espiritual en el seminario: la meditación
diaria, la lectio divina, los ejercicios espirituales, la práctica sacramental.
Es necesario aprender el fondo y la forma de los medios espirituales, sin dar
nada por supuesto, de modo que los seminaristas aprendan efectivamente a hacer
oración y a dar a la meditación de la Palabra de Dios el lugar que le
corresponde en la vida sacerdotal; que aprendan a hacer ejercicios
espirituales, de modo que sepan aprovechar cualquier oportunidad para ello y
sepan orientar a los fieles en su búsqueda del encuentro con el Señor. ¿No es esto lo mínimo que se puede pedir a
un sacerdote?
El acompañamiento y la confrontación. La calidad de los
procesos vocacionales depende en buena medida del acompañamiento personal y
grupal que hacen los formadores. Los jóvenes de hoy, por muchos motivos, reclaman
y necesitan el acompañamiento de un formador que verdaderamente se dedique a
ellos. Frente a esta necesidad ya no vale el abandono con el que quizá
tradicionalmente hemos actuado. Se trata de un acompañamiento sistemático y
profundo, que no se limite a la dirección espiritual, sino que abrace la
integralidad de la formación y supere cierta distinción artificial de los
fueros. Hay que decir que de la calidad del acompañamiento depende la calidad
de la formación. En un contexto educativo así cercano y exigente puede tener
lugar la confrontación, que será un elemento indispensable para el progreso
espiritual y humano de los seminaristas. Debe notarse a lo largo del proceso el
crecimiento el sentido de que los seminaristas permanecen abiertos a la
confrontación y disponibles para la corrección fraterna.
Sentido social de la formación. El proceso
formativo en el seminario establece una conexión profunda con la realidad
social que los sacerdotes deberán evangelizar. Son muy riesgosos los modelos
educativos que separan a los seminaristas de las necesidades de los demás
aislándolos en una burbuja de cristal. Por ello tiene una gran importancia la
actividad pastoral que realicen durante todo el proceso, la cual educa
primeramente para comprender la amplitud de la misión de la Iglesia en el
aprecio de su diversidad vocacional, pero también educa en las actitudes de
servicio y solidaridad. De esta manera se despliega un panorama para la
formación complementaria, por ejemplo, que despierte la sintonía de los
seminaristas con la realidad agrícola de la diócesis, o que les capacite para
trabajar pastoralmente con la juventud estudiantil de una ciudad. El sacerdote
es profundamente para los demás. Esto se comprende y se vive cuando se consigue
una conexión real, una inserción en la realidad social. Al contrario, un
sacerdote situado como fuera de este mundo, y siempre en un estatuto social de
superioridad, difícilmente prestará un servicio. El sentido social de la
formación se traduce al final en una verdadera opción por los pobres y en la
capacidad de salir hacia las periferias.
La diocesanidad. Con frecuencia somos
sacerdotes diocesanos pero no hemos sacado las consecuencias prácticas para
nuestra vida de la diocesanidad. El término se refiere expresamente a la
incardinación a una Iglesia Particular y al desarrollo del ministerio
sacerdotal en este contexto. Podemos hablar de una espiritualidad diocesana, de
la cual participan los distintos agentes pastorales en la Iglesia Particular.
Consiste sobre todo en la aceptación de
los valores y los límites de la comunidad cristiana local y en la capacidad de
asumir un compromiso histórico en ella. Al hacerse en esta Iglesia y durante
toda la vida, el testimonio de vida del agente de pastoral diocesano adquiere
todo su relieve. Más aún cuando se trata de los sacerdotes diocesanos. En el
marco de la Iglesia Particular el sacerdote tiene una espiritualidad fuerte que
deriva del mismo don del sacerdocio y de la misión canónica realizada en este
lugar. Quien tiene bien cimentada su espiritualidad sacerdotal diocesana no
tiene necesidad de beber espiritualidad de otras fuentes. Evidentemente parte
de la espiritualidad del sacerdote diocesano consiste en enriquecerse con la
presencia de la diversidad de los carismas, tal como ocurre a la Iglesia
Particular misma, pero tiene claridad sobre su ser de pastor y su misión al servicio
de la comunión y le misión en medio de ella. La espiritualidad diocesana
produce un equilibrio testimonial de grandísimo valor, que todos aprecian en el
contexto de una comunidad diocesana.
Discípulos y misioneros de la vocación. El seminario es
propiamente una institución vocacional en la Diócesis. La actitud formativa de
docilidad y disponibilidad se aplica particularmente al hecho vocacional mismo.
En la Biblia los textos vocacionales no son un texto más, sino que constituyen
un hito y un referente en el conjunto de cada uno de los libros bíblicos. De
igual modo la vocación del sacerdote, entregado para servicio de la comunidad
bajo el modelo de Cristo Siervo y Pastor, tiene una relevancia fundamental. Por
ello debe constituirse como testigo vocacional. La pastoral de cada una de las
vocaciones es algo que pertenece profundamente a su misión sacerdotal. En el
seminario, tanto formadores como seminaristas han de constituir una mutua
referencia vocacional y han de asumir el anuncio alegre y comprometido de la
llamada de Dios como parte integral de su misión. Esto tiene una gran
importancia en la realidad actual de España, dada la gran carencia de
vocaciones que aquí se experimenta. Al contrario, un anti-testimonio vocacional
de los sacerdotes y de los seminaristas dañará aún más la fecundidad vocacional
de la Iglesia.
La comunidad educativa. En un contexto como el de
España, en el que surgen pocas vocaciones, habrá que hacer un extraordinario
esfuerzo por garantizar a los seminaristas la pertenencia a una comunidad
educativa con un número suficiente de miembros, optando siempre por mantener el
seminario como estructura válida para la formación y estableciendo si es
necesario seminarios interdiocesanos. No basta con garantizar un grupo
suficiente de seminaristas, también es importante poner en cuestión a la
comunidad y conseguir la mayor calidad posible en la vida comunitaria. Partimos
de la convicción de que la misma comunidad forma si tiene hábitos bien
establecidos, si cuenta con la calidad humana y cristiana que corresponde. Este
ha sido un motivo grande de sufrimiento para algunos seminaristas, constatar
que, además de ser pocos, conviven en el seminario en una calidad ínfima de
relaciones humanas y de vida espiritual.
La comunidad educativa facilita la integración de las
personas en un todo más armónico. La misma experiencia comunitaria permite que
se presenten los valores vocacionales con mayor objetividad y también ofrece
los medios formativos con mayor abundancia y eficacia. Todo esto se pierde cuando
se toma la decisión de poner a vivir a los seminaristas en un apartamento
cercano a la Universidad más o menos acompañados por un formador, privándolos
precisamente de la experiencia comunitaria.
Se podría insistir en otros medios, pero quizá basta
con los que se han enunciado. Ahora corresponde dar la palabra a todos ustedes,
que viven el día a día de la formación en los seminarios de España. La pregunta
que se plantea es muy general, pero da ocasión para que se puedan expresar las
necesidades e inquietudes más comunes.
¿Cómo ven la tarea formativa en los seminarios? ¿Qué
podemos mejorar en cada dimensión formativa? ¿Qué debemos mejorar como equipo
formador?