Discursos 2005 16

AL SEÑOR BARTOLOMEJ KAJTAZI,


EMBAJADOR DE LA EX REPÚBLICA YUGOSLAVA DE MACEDONIA

Jueves 19 de mayo de 2005



Excelencia:

17 Me complace darle la bienvenida hoy y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la ex República yugoslava de Macedonia ante la Santa Sede.
Agradezco las afectuosas palabras de saludo del presidente Crvenkovski, que me ha transmitido. Correspondo de buen grado, asegurando al Gobierno y a los ciudadanos de su nación mis oraciones por la paz y el bienestar del país.

La fiesta de san Cirilo y san Metodio, que, junto con san Benito, santa Brígida de Suecia, santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz, son los grandes patronos de Europa, se caracteriza por una visita anual a Roma de una delegación de su país. Este acontecimiento, muy simbólico, recuerda el gran interés que los Papas Nicolás I, Adriano II y Juan VIII mostraron por los Apóstoles de los eslavos, animándolos a realizar su actividad misionera con fidelidad y creatividad. Al igual que san Cirilo y san Metodio reconocieron la necesidad de traducir correctamente las nociones bíblicas y los conceptos teológicos griegos en un contexto muy diferente de pensamiento y de experiencia histórica, así también hoy la tarea principal que afrontan los cristianos en Europa consiste en proyectar la luz ennoblecedora de la Revelación sobre todo lo que es bueno, verdadero y bello. De este modo, todos los pueblos y naciones son atraídos hacia la paz y la libertad que Dios Creador quiere para todos.

Reconozco con sentimientos de gratitud que su nación ha reafirmado su compromiso de avanzar por un camino de paz y reconciliación. Al actuar así, puede convertirse en un ejemplo para las demás en la región de los Balcanes. Por desgracia, las diferencias culturales han sido a menudo fuente de incomprensión entre los pueblos e incluso causa de conflictos y guerras sin sentido. En efecto, el diálogo entre las culturas es una piedra angular indispensable para la civilización universal del amor, que anhela todo hombre y toda mujer. Por eso, lo animo a usted y a sus compatriotas a afirmar los valores fundamentales comunes a todas las culturas; comunes, porque tienen su fuente en la naturaleza misma de la persona humana. De este modo, la búsqueda de la paz se consolida, permitiéndoles dedicar todos los recursos humanos y espirituales al progreso material y moral de su pueblo, con espíritu de fructuosa cooperación con los países vecinos.

Como sabe muy bien, señor embajador, el objetivo de la integración social que su Gobierno está buscando legítimamente con valentía les acerca más al resto de Europa. En efecto, sus tradiciones y su cultura tienen en ella una resonancia natural y pertenecen al espíritu que impregna este continente. Como dijo en varias ocasiones mi amado predecesor: Europa necesita de las naciones balcánicas, y ellas de Europa. Sin embargo, entrar en la Unión europea no debería entenderse meramente como una panacea para superar las dificultades económicas.

En el proceso de ampliación de la Unión europea es "sumamente importante" recordar que "no tendrá solidez si queda reducida sólo a la dimensión geográfica y económica". Más bien, la Unión debe "consistir ante todo en una concordia de los valores, que se exprese en el derecho y en la vida" (Ecclesia in Europa, 110). Justamente esto exige de cada Estado un ordenamiento adecuado de la sociedad que recupere creativamente el alma de Europa, formada con la contribución decisiva del cristianismo, afirmando la dignidad trascendente de la persona humana y los valores de la razón, la libertad, la democracia y el Estado de derecho (cf. ib., 109).

El pueblo de su país ya ha logrado mucho en la difícil pero gratificante tarea de asegurar coherencia y estabilidad social. El desarrollo auténtico requiere un plan nacional coordinado de progreso que realice las legítimas aspiraciones de todos los sectores de la sociedad y del que se responsabilicen los líderes políticos y civiles. La historia humana nos enseña repetidamente que, para que estos programas lleven a cabo un cambio positivo y duradero, deben basarse en la protección de los derechos humanos, incluidos los de las minorías étnicas y religiosas, el ejercicio de un gobierno responsable y transparente, y el mantenimiento de la ley y el orden mediante un sistema judicial imparcial y una fuerza de policía honrada. Sin estos fundamentos, la esperanza de un verdadero progreso se desvanece.

Señor embajador, el compromiso de su Gobierno de mejorar la prosperidad social y económica de sus ciudadanos presenta a las generaciones jóvenes un panorama de confianza y optimismo. En esta promesa es central la creación de oportunidades educativas. Cuando las escuelas funcionan de una manera profesional y cuentan con gente dotada de integridad personal, se da esperanza a todos y muy especialmente a los jóvenes. La instrucción religiosa es parte integrante de esta formación.
Ayuda a los jóvenes a descubrir el pleno sentido de la existencia humana, de modo especial la relación fundamentalmente importante entre la libertad y la verdad (cf. Fides et ratio
FR 90). En efecto, el conocimiento iluminado por la fe, lejos de dividir a las comunidades, une a los pueblos en la búsqueda común de la verdad, que define a todo ser humano como alguien que vive de fe (cf. ib., FR 31). Por tanto, aliento con fuerza al Gobierno a proseguir con su intención de permitir la enseñanza de la religión en las escuelas primarias.

La Iglesia católica en su nación, aunque es pequeña numéricamente, desea llegar, en colaboración con otras comunidades religiosas, a todos los miembros de la sociedad de Macedonia sin distinción. Su misión caritativa, dirigida particularmente a los pobres y a los que sufren, forma parte de su "práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano" (Novo millennio ineunte NM 49) y es muy apreciada en su país. Le aseguro que la Iglesia está dispuesta a cooperar cada vez más en los programas de desarrollo humano del país, promoviendo los valores de paz, justicia, solidaridad y libertad.

Excelencia, la misión diplomática que comienza hoy fortalecerá ulteriormente los vínculos de comprensión y cooperación existentes entre su país y la Santa Sede. Le garantizo que las diversas oficinas de la Curia romana están dispuestas a ayudarle en el cumplimiento de su misión. Con mis mejores deseos, invoco sobre usted, sobre su familia y sobre todo el pueblo de su nación abundantes bendiciones de Dios.



EN LA CONCESIÓN DE UNA CONDECORACIÓN


A MONS. GEORG RATZINGER


18

Jueves 19 de mayo de 2005



Querido Georg;
estimado embajador;
estimado presidente Schambeck;
estimadas autoridades;
señoras y señores:

Me parece algo extraño tomar ahora la palabra. Mientras bajaba, el secretario me dijo oportunamente: "Ahora, querido Santo Padre, el protagonista es su hermano". De eso no cabe duda. Es hermoso que ahora mi hermano, que durante treinta años se ha dedicado con tanto empeño a la música sagrada en la catedral de Ratisbona y en todo el mundo, reciba una condecoración de personas particularmente competentes.

Cuando hablo, a pesar de mi incompetencia, me siento, por decirlo así, como portavoz de todos los aquí presentes, que comparten mi alegría y sienten gratitud y satisfacción por esta hora y por este momento. Mi hermano ya lo ha dicho: Austria es, de modo muy particular, el país de la música. Quien piensa en Austria, piensa ante todo en la belleza de la creación, que el Señor ha donado a nuestro país vecino. Piensa en la belleza de los edificios, en la cordialidad de las personas, pero también, y por encima de todo, piensa en la música, cuyos grandes nombres acaban de ser mencionados, y también en la ejecución de la música: los niños cantores de Viena, la filarmónica de Viena, el festival de Salzburgo, etc. Por eso, asume notable importancia el hecho de que este amado país vecino, Austria, confiera a mi hermano esta condecoración. Y también yo quiero dar las gracias de todo corazón.

Imagino que también para la nueva generación de cantores de la catedral, instruidos por el maestro de capilla, es motivo de estímulo y de alegría que se reconozca de este modo un trabajo de treinta años, y que eso les ayude a honrar en este tiempo, en el que lo necesitamos de forma especial, el mensaje de Dios y a llevar la alegría a los hombres con nuevo entusiasmo y con nuevo impulso. Gracias.

PALABRAS DE BENEDICTO XVI


AL FINAL DE LA PROYECCIÓN DE LA PELÍCULA


"KAROL, UN HOMBRE QUE LLEGÓ A SER PAPA"

Jueves 19 de mayo de 2005





Queridos hermanos y hermanas:

19 Estoy seguro de interpretar los sentimientos comunes al expresar profunda gratitud a cuantos, esta tarde, han querido ofrecerme a mí y a todos vosotros la proyección de esta conmovedora película, que recorre las etapas de la vida del joven Karol Wojtyla, siguiéndolo después hasta su elección como Pontífice con el nombre de Juan Pablo II. Saludo y doy las gracias al señor cardenal Roberto Tucci, que nos ha introducido en la visión de la película. Expreso también mi profundo aprecio al director y escenógrafo Giacomo Battiato, así como a los actores, de manera especial a Piotr Adamczyk, intérprete del protagonista, al productor Pietro Valsecchi y a las productoras Taodue y Mediaset.

Saludo cordialmente a los demás señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a las autoridades y a todos los que han querido participar en esta manifestación en honor del amado Pontífice recientemente fallecido. Lo recordamos todos con profundo afecto e íntima gratitud. Precisamente ayer habría festejado su 85° cumpleaños.

"Karol, un hombre que llegó a ser Papa" es el título del serial inspirado en un texto de Gian Franco Svidercoschi. Como hemos visto, la primera parte pone de relieve lo que sucedió en Polonia bajo la ocupación nazi, con referencias a veces emotivamente muy fuertes a la represión del pueblo polaco y al genocidio de los judíos. Se trata de crímenes atroces que muestran todo el mal que encerraba en sí la ideología nazi. Afectado por tanto dolor y tanta violencia, el joven Karol decidió dar un cambio a su vida, respondiendo a la llamada divina al sacerdocio.

La película presenta escenas y episodios que, con su crudeza, suscitan en quien la ve un estremecimiento instintivo y lo impulsan a reflexionar sobre los abismos de perversidad que pueden anidar en el alma humana. Al mismo tiempo, la evocación de semejantes aberraciones no puede por menos de reavivar en toda persona sensata el compromiso de hacer lo que esté a su alcance para que no se repitan jamás hechos de tan inhumana barbarie.

La proyección de hoy tiene lugar pocos días después del 60° aniversario del fin de la segunda guerra mundial. El 8 de mayo de 1945 concluyó esa enorme tragedia, que había sembrado en Europa y en el mundo destrucción y muerte en una medida jamás experimentada antes. Hace diez años, Juan Pablo II escribió que el segundo conflicto mundial aparece cada vez con mayor claridad como "un suicidio de la humanidad". Cada vez que una ideología totalitaria humilla al hombre, la humanidad entera se ve seriamente amenazada. Los recuerdos no deben borrarse con el paso del tiempo; antes bien, deben convertirse en lección severa para nuestra generación y para las generaciones futuras. Tenemos el deber de recordar, especialmente a los jóvenes, a cuáles formas de violencia inaudita pueden llegar el desprecio al hombre y la violación de sus derechos.

¿Cómo no leer a la luz de un providencial designio divino el hecho de que a un pontífice polaco le haya sucedido en la cátedra de Pedro un ciudadano de esa tierra, Alemania, donde el régimen nazi pudo imponerse con gran virulencia, atacando después a las naciones vecinas, entre las cuales en particular Polonia? Ambos Papas en su juventud, aunque en frentes opuestos y en situaciones diferentes, experimentaron la barbarie de la segunda guerra mundial y de la insensata violencia de hombres contra otros hombres y de pueblos contra otros pueblos. La carta de reconciliación que, durante los últimos días del concilio Vaticano II, aquí en Roma, los obispos polacos entregaron a los obispos alemanes, contenía aquellas famosas palabras que siguen resonando hoy en nuestro corazón: "Perdonamos y pedimos perdón".

En la homilía del domingo pasado recordé a los neosacerdotes que "nada puede mejorar en el mundo, si no se supera el mal. Y el mal sólo puede superarse con el perdón" (Homilía, 15 de mayo de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de mayo de 2005, p. 4). Que la condena común y sincera del nazismo, al igual que la del comunismo ateo, nos impulse a todos al compromiso de construir en el perdón la reconciliación y la paz. "Perdonar —recordó también el amado Juan Pablo II— no significa olvidar", y añadió que "si la memoria es ley de la historia, el perdón es fuerza de Dios, fuerza de Cristo, que interviene en los acontecimientos de los hombres" (Homilía en Castelgandofo y transmitida por radio y televisión a Sarajevo, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de septiembre de 1994, p. 8). La paz es, ante todo, don de Dios, que suscita en el corazón de quien la acoge sentimientos de amor y solidaridad.

Ojalá que, también gracias al testimonio del Papa Juan Pablo II, evocado por esta significativa producción cinematográfica, se reavive en todos el propósito de trabajar, cada uno en su campo y según sus posibilidades, al servicio de una decisiva acción de paz en Europa y en el mundo entero.
Encomiendo los deseos de paz que todos llevamos en el corazón a la intercesión materna de la Virgen María, particularmente venerada durante este mes de mayo. Que ella, la Reina de la paz, apoye los esfuerzos generosos de cuantos quieren trabajar en la edificación de la verdadera paz sobre los sólidos pilares de la verdad, la justicia, la libertad y el amor. Con estos sentimientos, imparto a todos la bendición apostólica.


A LOS ALUMNOS DEL LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA

Viernes 20 de mayo de 2005

Queridos amigos de la Academia eclesiástica pontificia:

20 Con particular alegría os acojo un mes después de mi elección como Sucesor de Pedro. Algunos de vosotros quizás recuerden otro momento que vivimos juntos con ocasión de mi visita a vuestra Academia hace algunos años. Os saludo cordialmente a todos y, en primer lugar, saludo al monseñor presidente, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Ante todo, deseo agradeceros la generosidad con la que habéis respondido a la invitación que se os ha dirigido, y os habéis mostrado dispuestos a prestar a la Iglesia y a su Pastor supremo un servicio peculiar, como es precisamente el trabajo en las representaciones pontificias. Se trata de una misión singular que exige, como cualquier forma de ministerio sacerdotal, el seguimiento fiel de Cristo. A quien la cumple con amor se le ha prometido el ciento por uno aquí y la vida eterna (cf. Mt 19,29).

En vuestra actividad diaria deberéis esforzaros por lograr que los vínculos de comunión de las Iglesias particulares con la Sede apostólica sean cada vez más intensos y operantes. Al mismo tiempo, trataréis de hacer presente y visible la solicitud que el Sucesor de Pedro tiene por todos los que forman parte de la grey del Señor, especialmente por los indefensos, los débiles y los abandonados. Por eso, es importante que durante estos años de formación en Roma reforcéis vuestro sensus Ecclesiae, asumiendo una forma eclesial en toda vuestra personalidad, en la mente y en el corazón. Esforzaos por cultivar en vosotros las dos dimensiones constitutivas y complementarias de la Iglesia: la comunión y la misión, la unidad y la tensión evangelizadora. Al movimiento hacia el centro y el corazón de la Iglesia debe corresponder un impulso valiente que os lleve a testimoniar a las Iglesias particulares el tesoro de verdad y de gracia que Cristo ha confiado a Pedro y a sus Sucesores.

Estas dimensiones de vuestra misión están bien representadas por los apóstoles san Pedro y san Pablo, que en Roma derramaron su sangre. Por tanto, mientras estéis en la Academia, tratad de llegar a ser plenamente "romanos" en sentido eclesial, es decir, firmes y fieles en la adhesión al Magisterio y a la guía pastoral del Sucesor de Pedro; y, al mismo tiempo, cultivad el celo misionero de san Pablo, con el deseo de cooperar en la difusión del Evangelio hasta los confines del mundo.

A todos nos ha impresionado constatar cómo el testimonio del Papa Juan Pablo II ha tenido un eco profundo también en poblaciones no cristianas, como han referido varios nuncios apostólicos en sus relaciones. Esto confirma que quien anuncia a Cristo con la coherencia de la vida habla al corazón de todos, incluso de los hermanos de otras tradiciones religiosas. Como dije hace algunos días al clero romano, la misión de la Iglesia no contrasta con el respeto a las otras tradiciones religiosas y culturales. Cristo no quita nada al hombre, sino que le da plenitud de vida, de alegría y de esperanza. También vosotros estáis llamados a "dar razón" de esta esperanza (cf. 1P 3,15) en los diversos ambientes a los que la Providencia os destine.

Para realizar de modo adecuado el servicio que os espera y que la Iglesia os confía, se necesita una sólida preparación cultural, incluido el conocimiento de las lenguas, de la historia y del derecho, con una sabia apertura a las diversas culturas. Además, es indispensable que, en un nivel aún más profundo, os propongáis como objetivo fundamental de vuestra vida la santidad y la salvación de las almas que encontraréis en vuestro camino.

Con este fin, tratad siempre de ser sacerdotes ejemplares, animados por una oración constante e intensa, cultivando la intimidad con Cristo; si sois sacerdotes según el corazón de Cristo, desempeñaréis vuestro ministerio con éxito y fruto apostólico. No os dejéis tentar jamás por la lógica de la carrera y del poder.

Por último, saludo en particular a cuantos de vosotros dejarán en breve la Academia para su primer encargo en las representaciones pontificias, y, mientras les aseguro un recuerdo especial en la oración, les deseo una fecunda misión pastoral.

Sobre toda la comunidad de la Academia eclesiástica pontificia invoco la protección constante de María santísima y de los apóstoles san Pedro y san Pablo; y a todos vosotros, así como a vuestros seres queridos, os imparto con afecto la bendición apostólica.


A LOS OBISPOS DE RUANDA EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 21 de mayo de 2005



Queridos hermanos en el episcopado:

En el momento en que realizáis vuestra peregrinación a la tumba de los apóstoles san Pedro y san Pablo, me alegra acogeros a vosotros, a quienes el Señor ha encomendado la tarea de guiar a su Iglesia en Ruanda. Agradezco a monseñor Alexis Habiyambere, obispo de Nyundo y presidente de vuestra Conferencia episcopal, sus palabras fraternas. A través de vosotros, dirijo un saludo afectuoso a vuestras comunidades, exhortando a los sacerdotes y a los fieles, duramente probados por el genocidio de 1994 y por sus consecuencias, a permanecer firmes en la fe y a perseverar en la esperanza que da Cristo resucitado, superando toda tentación de desaliento. Que el Espíritu de Pentecostés, derramado en todo el universo, fecunde los esfuerzos de los que se dedican a edificar la fraternidad entre todos los ruandeses, con espíritu de verdad y de justicia.

21 Vuestras relaciones quinquenales se hacen eco de la obra del Espíritu, que construye la Iglesia en Ruanda en medio de las vicisitudes de su historia. Para trabajar activamente en favor de la paz y de la reconciliación, privilegiáis sobre todo una pastoral de cercanía, fundada en el compromiso de pequeñas comunidades de laicos en la pastoral misionera de la Iglesia, en armonía con los pastores.
Os animo a sostener a estas comunidades, para que los fieles acojan las verdades de fe y sus exigencias, desarrollando así una vida eclesial y espiritual más fuerte, sin dejarse desviar del Evangelio de Cristo, especialmente por las numerosas sectas presentes en el país. Trabajad sin descanso para que el Evangelio penetre cada vez más a fondo en el corazón y en la existencia de los creyentes, invitando a los fieles a asumir cada vez más su responsabilidad en la sociedad, especialmente en los campos de la economía y de la política, con un sentido moral alimentado por el Evangelio y por la doctrina social de la Iglesia.

Saludo a los sacerdotes de vuestras diócesis, y a los jóvenes que, con generosidad, se preparan para serlo. Su número es un verdadero signo de esperanza para el futuro. Mientras el clero llega a ser autóctono, quisiera congratularme por el trabajo paciente realizado por los misioneros para anunciar a Cristo y su Evangelio, y para dar vida a las comunidades cristianas que vosotros apacentáis hoy. Os invito a estar cerca de vuestros sacerdotes, a cuidar de su formación permanente a nivel teológico y espiritual, y a estar atentos a sus condiciones de vida y de ejercicio de su misión, para que sean testigos verdaderos de la Palabra que anuncian y de los sacramentos que administran. Ojalá que en su entrega a Cristo y al pueblo del que son pastores permanezcan fieles a las exigencias de su estado y vivan su sacerdocio como un verdadero camino de santidad.

Al concluir nuestro encuentro, queridos hermanos en el episcopado, quisiera unirme al pueblo que se os ha encomendado, exhortando a los fieles y a los pastores a formar comunidades animadas por un sincero amor mutuo e impulsadas por el deseo imperioso de trabajar en favor de una auténtica reconciliación. Que en todas las colinas resuene el canto de los mensajeros de la buena nueva de Cristo, vencedor de la muerte (cf.
Is 52,7). Confiando las esperanzas y los sufrimientos del pueblo ruandés a la intercesión de la Reina de los Apóstoles, os imparto una afectuosa bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.


A LA SECRETARÍA DE ESTADO

Sábado 21 de mayo de 2005



Eminencia;
excelencias;
queridos colaboradores y colaboradoras:

He venido sin palabras escritas, pero con sentimientos de profunda gratitud en el corazón y también con la intención de aprender. Voy aprendiendo poco a poco algo sobre la estructura de la Secretaría de Estado y, sobre todo, cada día llega una gran cantidad de documentación, de trabajo hecho en esta Secretaría de Estado. Así, gracias a la multiplicidad, la densidad y también la competencia que reflejan esos trabajos, puedo apreciar lo que se hace aquí, en estas oficinas.

Aunque normalmente no podemos vivir la vida de los ángeles, para hacer referencia a las agudas palabras del cardenal secretario de Estado, sino más bien la vida de los "peces", de los hombres, precisamente así cumplimos nuestro deber. Si se piensa en las grandes administraciones internacionales, por ejemplo, en la administración europea, de cuyo número de empleados me ha informado monseñor Lajolo, nosotros somos realmente muy pocos. Es un gran honor para la Santa Sede el hecho de que un número tan escaso de personas haga un trabajo tan grande en favor de la Iglesia universal.

Este gran trabajo hecho por un número escaso de personas demuestra la asiduidad y la entrega con que se trabaja realmente. A la competencia y a la profesionalidad del trabajo que se realiza aquí, se suma también un aspecto particular, una profesionalidad particular: el amor a Cristo, a la Iglesia y a las almas, forma parte de nuestra profesionalidad.

22 Nosotros no trabajamos, como dicen muchos del trabajo, para defender un poder. No tenemos un poder mundano, secular. No trabajamos por el prestigio, no trabajamos para hacer crecer una empresa o algo semejante. Nosotros trabajamos, en realidad, para que los caminos del mundo se abran a Cristo. En definitiva, todo nuestro trabajo, con todas sus ramificaciones, sirve precisamente para que su Evangelio, y así la alegría de la redención, pueda llegar al mundo.

En este sentido, también en los pequeños trabajos de cada día, aparentemente poco gloriosos, nos convertimos, como ha dicho el cardenal Sodano, en la medida de nuestras posibilidades, en colaboradores de la Verdad, es decir, de Cristo, en su actuar en el mundo, para que el mundo se convierta realmente en el reino de Dios.

Por tanto, sólo quiero expresar mi agradecimiento. Juntos prestamos el servicio que es propio del Sucesor de Pedro, el "servicio petrino": confirmar a los hermanos en la fe.


AL SEÑOR GEORGI PARVANOV,


PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE BULGARIA

Lunes 23 de mayo de 2005

: Señor presidente;
señoras y señores:

Me alegra acogerlo con ocasión de su tradicional homenaje ante la tumba de san Cirilo, y lo saludo cordialmente. Le agradezco las amables palabras que usted ha querido dirigirme. Nuestro encuentro pone de relieve el vínculo milenario de estima y cercanía espiritual que ha unido siempre a los Romanos Pontífices con el noble pueblo que usted representa. Es grande el afecto que siente la Sede apostólica por el pueblo búlgaro. Desde el Papa Clemente I, de venerada memoria, hasta hoy, los Obispos de Roma han mantenido constantemente un diálogo fecundo con los habitantes de la antigua Tracia.

Esta visita suya, señor presidente, es muy significativa, porque está motivada por el recuerdo de dos santos copatronos de Europa, Cirilo y Metodio, que forjaron desde una perspectiva cristiana los valores humanos y culturales de los búlgaros y de otras naciones eslavas. Se puede decir también que, gracias a su acción evangelizadora, se formó Europa, esta Europa de la que Bulgaria se siente parte activa. Asimismo, ante los demás pueblos Bulgaria tiene el deber de ser puente entre Occidente y Oriente. Al dirigirme a usted, quiero expresarle mi aliento a todos sus compatriotas, para que prosigan con confianza esta misión política y social específica.

El encuentro del primer mandatario de Bulgaria con el Sucesor de Pedro, tres años después de la visita a Bulgaria de mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II, constituye una nueva confirmación de las buenas relaciones que existen entre la Santa Sede y la nación que usted representa. ¿Cómo no dar gracias a la divina Providencia por esta recuperada capacidad de diálogo amistoso y constructivo, después del largo y difícil período del régimen comunista? Los contactos entre su país y la Santa Sede han experimentado durante el último siglo momentos muy significativos. Pienso, por ejemplo, en el afecto que el delegado apostólico de la época, Angelo Roncalli, futuro Papa Juan XXIII, testimonió a los habitantes de Bulgaria.

Señor presidente, en este momento no puedo por menos de mencionar la cercanía que Bulgaria ha mostrado a la Sede apostólica durante estos dos últimos meses. Usted mismo, el Gobierno, el Parlamento y muchos de sus compatriotas han querido manifestar a la Iglesia católica sus sentimientos sinceros con ocasión de la muerte de Juan Pablo II y de mi elección como sucesor suyo.

Recuerdo también los rostros y la cordialidad de los representantes de la venerable Iglesia ortodoxa de Bulgaria, deseosa de reavivar el diálogo de la caridad en la verdad. Le pido que se haga intérprete de mis sentimientos de gratitud ante ellos, en particular ante el venerado Patriarca búlgaro, Su Santidad Máximo. Tenemos ante nosotros un deber común: estamos llamados a construir juntos una humanidad más libre, pacífica y solidaria.

23 Desde esta perspectiva, quisiera formular el deseo ferviente de que su nación promueva continuamente en Europa los valores culturales y espirituales que constituyen su identidad. Con este espíritu, le aseguro mis oraciones y, por la intercesión materna de la Virgen María, invoco la abundancia de las bendiciones divinas para su persona, para las personas que lo acompañan y sobre todo para el pueblo de la hermosa tierra de Bulgaria.


AL SEÑOR VLADO BUCHKOVSKI,


PRIMER MINISTRO DE MACEDONIA


Lunes 23 de mayo de 2005




Señor primer ministro;
señoras y señores:

Con gran alegría os saludo con ocasión de la fiesta de san Cirilo y san Metodio, y os expreso mi gratitud por esta cordial visita. De modo particular, saludo al primer ministro y a los que lo acompañan. Con igual afecto, doy la bienvenida a la delegación eclesiástica. De buen grado aprovecho esta oportunidad para enviar mis mejores deseos a todo el pueblo de vuestro amado país.

Cuando, hace unos días, recibí al nuevo embajador, reconocí que las tradiciones y la cultura del pueblo macedonio reflejan valores que impregnan el espíritu de Europa. Los santos hermanos Cirilo y Metodio, apóstoles de los pueblos eslavos, contribuyeron significativamente a su formación. Su actividad humana y cristiana ha dejado huellas indelebles en la historia de vuestro país. La peregrinación que hacéis cada año a la tumba de san Cirilo os brinda una buena ocasión para remontaros a las raíces de vuestra historia. Cirilo y Metodio, nativos de Tesalónica, enviados en misión a los pueblos eslavos por la Iglesia de Bizancio, pusieron los cimientos de una auténtica cultura cristiana y, al mismo tiempo, dieron activamente los primeros pasos para crear condiciones de paz entre todas las diferentes poblaciones.

Esos valores de paz y fraternidad, que estos santos patronos de Europa, juntamente con san Benito, defendieron incansablemente, siguen siendo elementos indispensables para construir comunidades solidarias, abiertas al progreso humano integral y respetuosas de la dignidad de todo hombre y de todo el hombre.

Estoy convencido de que para construir una sociedad verdaderamente atenta al bien común es necesario buscar en el Evangelio las raíces de valores compartidos, como demuestra la experiencia de san Cirilo y san Metodio. Este es el ardiente deseo de la Iglesia católica, cuyo único interés es anunciar y testimoniar las palabras de esperanza y amor de Jesucristo, palabras de vida que, a lo largo de los siglos, han inspirado a muchos mártires y testigos de la fe.

Espero sinceramente que vuestra peregrinación contribuya a mantener vivos en toda la nación estos nobles ideales humanos y cristianos. Ruego a Dios también para que vuestro país se abra con confianza a Europa, contribuyendo así significativamente a la construcción de su futuro, inspirado por vuestra inestimable herencia religiosa y cultural.

Quisiera añadir la seguridad de mis oraciones por el amado pueblo macedonio, para que avance hacia un futuro de esperanza cada vez más firme, ayudado por todos los miembros de la sociedad civil y religiosa. Por tanto, invoco la bendición celestial de san Cirilo y san Metodio. Que Dios bendiga y proteja siempre a vuestro país y a todo su pueblo.


A LOS OBISPOS DE BURUNDI EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 28 de mayo de 2005



24 Queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con gran alegría a vosotros, pastores de la Iglesia en Burundi, que habéis venido a Roma en peregrinación para orar ante la tumba de los Apóstoles y para encontraros con el Sucesor de Pedro y sus colaboradores. Deseo que esta experiencia de comunión en la caridad os anime en vuestra misión de servidores del Evangelio de Cristo, para la esperanza del mundo.

Expreso mi agradecimiento a monseñor Jean Ntagwarara, obispo de Bubanza y presidente de vuestra Conferencia episcopal, por las amables palabras que acaba de expresar en vuestro nombre. Manifiestan la vitalidad espiritual y misionera de vuestras comunidades diocesanas, a las que dirijo mi afectuoso saludo, así como a todos los habitantes de Burundi. Juntamente con vosotros, deseo recordar también a monseñor Michael A. Courtney, que fue fiel hasta la entrega de su vida a la misión que el Santo Padre le había confiado al servicio de vuestro querido país y de la Iglesia local.

En vuestras relaciones quinquenales, mostráis que la Iglesia católica participa activamente en la promoción de la paz y de la reconciliación en el país, especialmente en este período de elecciones.
Los sufrimientos soportados con ocasión de las horas sombrías de la guerra, durante las cuales -es preciso repetirlo- numerosos cristianos testimoniaron de manera heroica su fe, no han apagado el deseo de trabajar en favor de la fraternidad y de la unidad entre todos, siguiendo a Cristo y en su nombre. Espero que el plan de acción pastoral elaborado con este fin, así como los sínodos diocesanos que lo pondrán por obra localmente, contribuyan a anunciar el Evangelio, a sanar los recuerdos y los corazones, y a favorecer la solidaridad entre todos los habitantes de Burundi, renunciando al espíritu de venganza y al resentimiento, e invitando sin cesar al perdón y a la reconciliación.

Este año celebramos el décimo aniversario de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, promulgada por mi predecesor el Papa Juan Pablo II. Ojalá que siga siendo la carta de vuestro compromiso en la misión que se os ha confiado, en comunión con las demás Iglesias locales. Os animo en especial a prestar una atención renovada a todos los fieles, para que vivan cada vez más intensamente las exigencias de su bautismo. Muchos sufren una gran pobreza y una inquietud interior, y sienten la tentación de volver a prácticas antiguas no purificadas por el Espíritu del Señor o de dirigirse a las sectas. Preocupaos por ellos, proporcionándoles una sólida formación cristiana, sin descuidar los esfuerzos de inculturación, sobre todo en el campo de la traducción de la Biblia y de los textos del Magisterio. Esto permitirá "asimilar cada vez mejor el mensaje evangélico, permaneciendo fieles a todos los valores africanos auténticos" (Ecclesia in Africa ).

Al concluir nuestro encuentro, queridos hermanos en el episcopado, aprovecho la ocasión para dar gracias por los esfuerzos apostólicos realizados, a menudo en condiciones difíciles, por los sacerdotes, los religiosos y las religiosas de vuestras diócesis, autóctonos o provenientes de otros países. No olvido a los catequistas, valiosos auxiliares del apostolado, ni tampoco a todos los fieles que participan en el desarrollo del hombre y de la sociedad, en el ámbito de las obras de la Iglesia para la promoción social y para el servicio en el mundo de la educación y de la sanidad.
Invocando sobre todos vosotros, así como sobre vuestros diocesanos, el Espíritu que fortalece en la fe, reaviva la esperanza y sostiene la caridad, os imparto de buen grado una afectuosa bendición apostólica.



Discursos 2005 16