Discursos 2005 31

A UNA DELEGACIÓN DEL COMITÉ JUDÍO INTERNACIONAL PARA CONSULTAS INTERRELIGIOSAS

Jueves 9 de junio de 2005

. Distinguidos huéspedes;
queridos amigos:

Me complace dar la bienvenida en el Vaticano a la delegación del Comité judío internacional para consultas interreligiosas. Nuestro encuentro tiene lugar durante el año en que se conmemora el cuadragésimo aniversario de la declaración Nostra aetate del concilio Vaticano II, cuya doctrina desde entonces ha servido de base para la relación de la Iglesia con el pueblo judío.

El Concilio reafirmó la convicción de la Iglesia de que, en el misterio de la elección divina, los inicios de su fe se encuentran ya en Abraham, en Moisés y en los Profetas. Sobre la base de este patrimonio espiritual y la doctrina del Evangelio, exhortó a una mayor estima y comprensión mutua entre cristianos y judíos, y deploró todas las manifestaciones de odio, persecución y antisemitismo (cf. Nostra aetate NAE 4). Al inicio de mi pontificado, deseo aseguraros que la Iglesia sigue firmemente comprometida, tanto en su catequesis como en los demás aspectos de su vida, a aplicar esta enseñanza decisiva.

En los años que siguieron al Concilio, mis predecesores el Papa Pablo VI y, de modo particular, el Papa Juan Pablo II, dieron pasos significativos para mejorar las relaciones con el pueblo judío. Yo tengo la intención de continuar por este camino. La historia de las relaciones entre nuestras dos comunidades ha sido compleja y a menudo dolorosa, pero estoy convencido de que el "patrimonio espiritual" atesorado por cristianos y judíos es de por sí la fuente de la sabiduría y de la inspiración que puede guiarnos hacia "un porvenir de esperanza", de acuerdo con el plan divino (cf. Jr 29,11).

Al mismo tiempo, el recuerdo del pasado sigue siendo para ambas comunidades un imperativo moral y una fuente de purificación en nuestro esfuerzo por orar y trabajar en favor de la reconciliación, la justicia, el respeto de la dignidad humana y la paz que, en último término, es don del Señor. Por su misma naturaleza, este imperativo debe incluir una reflexión continua sobre las profundas cuestiones históricas, morales y teológicas planteadas por la experiencia de la Shoah.

En los últimos treinta y cinco años, el Comité judío internacional para consultas interreligiosas se ha reunido dieciocho veces con delegaciones de la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el judaísmo, como en el encuentro de Buenos Aires, en julio de 2004, sobre el tema "Justicia y caridad". Doy gracias al Señor por los progresos logrados durante estos años, y os animo a perseverar en vuestro importante trabajo, poniendo los cimientos para un diálogo continuo y para la construcción de un mundo reconciliado, un mundo cada vez más en armonía con la voluntad del Creador.

Sobre todos vosotros y sobre vuestros seres queridos invoco cordialmente las bendiciones divinas de sabiduría, fortaleza y paz.


A LOS OBISPOS DE SUDÁFRICA, BOTSUANA, SUAZILANDIA,


NAMIBIA Y LESOTHO EN VISITA "AD LIMINA"


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Viernes 10 de junio de 2005



Queridos hermanos en el episcopado:

1. "Ved: qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos" (Ps 133,1). Con este espíritu de armonía, os doy la bienvenida con alegría y afecto, obispos de Sudáfrica, Botsuana, Suazilandia, Namibia y Lesotho. A través de vosotros extiendo mi cordial saludo al clero, a los religiosos y a los laicos de vuestros países.

En este año dedicado a la Eucaristía, habéis recibido la bendición de hacer vuestra solemne visita ad limina Apostolorum. "La Eucaristía, corazón de la vida cristiana y manantial de la misión evangelizadora de la Iglesia, no puede menos de constituir siempre el centro y la fuente del servicio petrino" (Mensaje en la santa misa por la Iglesia universal, 20 de abril de 2005, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de abril de 2005, p. 6). Del mismo modo, la Eucaristía debe estar siempre en el centro de vuestro ministerio episcopal y debe inspirar a quienes os ayudan en vuestra sagrada tarea.

2. La comunión con Cristo es la fuente inagotable de cada uno de los elementos de la vida eclesial, "en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anunciar y testimoniar el Evangelio, y el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños" (ib.). Los católicos en vuestra región constituyen una minoría. Esto plantea muchos desafíos, que requieren dedicación por parte de la Iglesia para apacentar eficazmente la grey y, al mismo tiempo, permanecer fiel a su compromiso misionero.

Por esta razón, es esencial que los obispos promuevan la obra crucial de la catequesis para asegurar que el pueblo de Dios esté verdaderamente preparado para testimoniar con la palabra y con las obras la doctrina auténtica del Evangelio. Al contemplar la Iglesia en África, y todo lo que se ha logrado allí durante el último siglo, doy gracias a nuestro Padre celestial por los numerosos sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres, que han dedicado su vida a esta noble tarea. Los obispos tienen la responsabilidad particular de asegurar que estos "evangelizadores insustituibles" reciban la necesaria preparación espiritual, doctrinal y moral (cf. Ecclesia in Africa ).

3. Aunque vuestra región necesita aún más sacerdotes, no podemos menos de dar gracias a Dios por el gran número de vocaciones al sacerdocio de las que sois testigos actualmente en el África subsahariana. Como pastores de la grey de Cristo, tenéis la grave responsabilidad de ayudarles a convertirse en hombres de la Eucaristía. Los sacerdotes están llamados a dejarlo todo y a ser cada vez más devotos del santísimo Sacramento, llevando a los hombres y mujeres a este misterio y a la paz que implica (cf. Homilía del domingo de Pentecostés, 15 de mayo de 2005). Por tanto, os aliento en vuestros continuos esfuerzos por seleccionar con esmero a los candidatos al sacerdocio. De igual modo, es preciso formar con gran celo a estos jóvenes a fin de garantizar que estén preparados para los numerosos desafíos que deberán afrontar, ayudándoles a manifestar con la palabra y con las obras la paz y la alegría de nuestro Señor y Salvador.

Un mundo lleno de tentaciones exige sacerdotes totalmente entregados a su misión. Por consiguiente, se requiere de modo muy especial que se abran plenamente al servicio de los demás como hizo Cristo, aceptando el don del celibato. Los obispos deben ayudarles, procurando que este don jamás se transforme en un peso, sino que sea siempre fuente de vida. Un modo para lograr este objetivo es reunir a los ministros de la Palabra y de los sacramentos para que reciban formación permanente, participando en retiros y días de recogimiento.

4. La vida familiar ha sido siempre un elemento unificador de la sociedad africana. De hecho, dentro de la "iglesia doméstica", "construida sobre sólidas bases culturales y sobre los ricos valores de la tradición familiar africana", los niños aprenden por primera vez el carácter central de la Eucaristía en la vida cristiana (cf. Ecclesia in Africa ). Es preocupante que el entramado de la vida africana, su misma fuente de esperanza y estabilidad, esté amenazado por el divorcio, el aborto, la prostitución, el tráfico de seres humanos y la mentalidad anticonceptiva, todo lo cual contribuye a una crisis de la moral sexual.

Queridos hermanos en el episcopado, comparto vuestra profunda preocupación por la devastación causada por el sida y las enfermedades relacionadas con él. Oro a Dios especialmente por las viudas, los huérfanos, las jóvenes madres y todos aquellos cuyas vidas han quedado destrozadas por esta cruel epidemia. Os exhorto a continuar vuestros esfuerzos por combatir este virus, que no sólo mata, sino que también pone seriamente en peligro la estabilidad social y económica del continente. La Iglesia católica ha estado siempre a la vanguardia tanto en la prevención como en la curación de esta enfermedad. La doctrina tradicional de la Iglesia ha resultado ser el único método seguro para prevenir la difusión del sida. Por esta razón, "el afecto, la alegría, la felicidad y la paz que proporcionan el matrimonio cristiano y la fidelidad, así como la seguridad que da la castidad, deben ser siempre presentados a los fieles, sobre todo a los jóvenes" (ib., ).

5. Queridos hermanos, mientras seguimos celebrando un año dedicado a la sagrada Eucaristía, oro para que os sostenga la promesa del Señor: "Yo estoy con vosotros todos los días" (Mt 28,19).
33 Que vuestro testimonio de hombres llenos de esperanza eucarística ayude a vuestra grey a apreciar cada vez más este misterio. A cada uno de vosotros y a todos los que han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral imparto cordialmente mi bendición apostólica.


AL SEÑOR GEOFFREY KENYON WARD, EMBAJADOR DE NUEVA ZELANDA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 16 de junio de 2005

. Excelencia:

Me complace darle la bienvenida y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Nueva Zelanda ante la Santa Sede. Le doy las gracias por las amables palabras de saludo y le ruego que transmita al Gobierno y al pueblo de Nueva Zelanda mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por el bienestar de la nación.
Sé que el pueblo de su país es muy consciente del deber de promover la paz y la solidaridad en todo el mundo. El año pasado su primer ministro, acompañado por un grupo de veteranos, visitó el histórico lugar de Montecassino para honrar a los innumerables jóvenes que sacrificaron valientemente su vida para defender los valores universales fundamentales que estaban amenazados por falsas ideologías nacionalistas.

También hoy, esta disponibilidad a proteger y promover los valores de la justicia y la paz, que trascienden los confines culturales y nacionales, es una característica reconocida y laudable de su pueblo. Lo demuestra claramente la participación de su nación en proyectos de ayuda y en operaciones de mantenimiento de la paz que se extienden desde las islas Salomón hasta Afganistán y Oriente Próximo, así como la buena voluntad para defender las causas del desarrollo sostenido y de la protección del medio ambiente. En su nivel más significativo, esta generosidad brota del reconocimiento de la naturaleza esencial de la vida humana como un don y de nuestro mundo como una familia de personas.

El deseo de sostener el bien común se funda en la convicción de que el hombre viene al mundo como un don del Creador. Todo hombre y toda mujer, creados por Dios a su imagen, reciben de él su dignidad común e inviolable y su llamada a la responsabilidad. Hoy, que las personas olvidan a menudo su origen y por eso pierden de vista su meta, son fácilmente víctimas de caprichosas tendencias sociales, de la distorsión de la razón por grupos de intereses particulares y de un individualismo exagerado.

Ante esta "crisis de sentido" (cf. Fides et ratio FR 81), las autoridades civiles y religiosas están llamadas a trabajar juntas impulsando a todos, incluso a los jóvenes, a "orientarse hacia una verdad que los trasciende" (ib., FR 5). Sin esta verdad universal, única garantía de libertad y felicidad, las personas quedan a merced del capricho y pierden poco a poco la capacidad de descubrir el sentido profundamente satisfactorio de la vida humana.

Por tradición, los neozelandeses han reconocido y celebrado el lugar del matrimonio y la vida doméstica estable en el corazón de su sociedad, y ciertamente siguen esperando que las fuerzas sociales y políticas apoyen a las familias y protejan la dignidad de las mujeres, especialmente de las más vulnerables. Consideran que las deformaciones seculares del matrimonio no pueden ensombrecer jamás el esplendor de una alianza sellada para siempre y basada en la entrega generosa y en el amor incondicional. La recta razón les dice que "el futuro de la humanidad se fragua en la familia" (Familiaris consortio FC 86), que ofrece a la sociedad un fundamento seguro para sus aspiraciones. Por tanto, a través de usted, señor embajador, animo al pueblo de Aotearoa a seguir aceptando el desafío de forjar un modelo de vida, tanto individual como comunitario, de acuerdo con el plan de Dios para toda la humanidad.

En muchas partes del mundo se está llevando a cabo un inquietante proceso de secularización. Cuando se corre el riesgo de que se olviden los fundamentos cristianos de la sociedad, resulta cada vez más difícil la tarea de preservar la dimensión trascendente presente en toda cultura y de fortalecer el ejercicio auténtico de la libertad individual contra el relativismo. Esta situación requiere que tanto la Iglesia como los líderes civiles procuren que la cuestión de la moralidad sea objeto de un amplio debate en el foro público. A este respecto, es muy necesario hoy recuperar una visión de la relación entre la ley civil y la ley moral que, tal como la propone la tradición cristiana, también forma parte del patrimonio de las grandes tradiciones jurídicas de la humanidad (cf. Evangelium vitae EV 71). Sólo de este modo se pueden relacionar con la verdad las múltiples reivindicaciones de "derechos", y la auténtica naturaleza de la libertad puede comprenderse correctamente en relación con esa verdad, que fija sus límites y revela sus metas.

Por su parte, la Iglesia católica en Nueva Zelanda sigue haciendo todo lo posible para sostener los fundamentos cristianos de la vida civil. Está plenamente implicada en la formación espiritual e intelectual de los jóvenes, en especial mediante sus escuelas. Además, su apostolado caritativo se extiende a quienes viven marginados de la sociedad, y espero que, mediante su misión de servicio, responda generosamente a los nuevos desafíos sociales que se presenten.

34 Excelencia, sé que su misión diplomática servirá para fortalecer aún más los vínculos de amistad que ya existen entre Nueva Zelanda y la Santa Sede. Al asumir sus nuevas responsabilidades, le aseguro que las diversas oficinas de la Curia romana están dispuestas a ayudarle en el cumplimiento de su misión. Sobre usted, sobre su familia y sobre sus compatriotas invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


AL SEÑOR ELCHIN OKTYABR OGLU AMARBAYOV PRIMER EMBAJADOR DE AZERBAIYÁN ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 16 de junio de 2005



Excelencia:

Me complace darle la bienvenida al Vaticano como primer embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Azerbaiyán ante la Santa Sede. En esta feliz ocasión, quisiera pedirle amablemente que transmita mi saludo cordial a su excelencia el presidente Aliyev, y al Gobierno y al pueblo de su noble país. Asegúreles mi gratitud por sus buenos deseos y mis oraciones por la paz y el bienestar de la nación.

Las relaciones diplomáticas de la Iglesia forman parte de su misión de servicio a la comunidad internacional. Su compromiso con la sociedad civil se funda en la convicción de que la tarea de construir un mundo más justo debe reconocer y considerar la vocación sobrenatural del hombre. Por eso, la Santa Sede se esfuerza por promover una concepción de la persona humana que "recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien" (Centesimus annus CA 38). Desde su fundación, la Iglesia aplica los valores universales que salvaguardan la dignidad de toda persona y sirven al bien común en la amplia variedad de culturas y naciones que constituyen nuestro mundo.

El pueblo de Azerbaiyán sabe muy bien que, si se reprime o incluso se niega la dimensión espiritual de las personas, se quebranta el alma de una nación. Durante la trágica época de intimidación en la historia de Europa del este, mientras prevalecía la supremacía de la fuerza, las comunidades de fe monoteísta presentes durante siglos en vuestro país conservaron una esperanza de justicia y libertad, con vistas a un futuro en el que triunfaría la supremacía de la verdad. Hoy, proponen esto de nuevo. De hecho, cuando mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II se encontró en noviembre del año pasado con los líderes religiosos de Azerbaiyán, que representaban a las comunidades musulmana, ortodoxa rusa y judía, comentó que la reunión era un símbolo para el mundo de cómo la tolerancia entre las comunidades creyentes prepara el terreno para un desarrollo humano, civil y social más amplio y solidario.

Mientras Azerbaiyán sigue comprometiéndose en la delicada tarea de forjar su carácter nacional, las autoridades políticas y civiles pueden invitar a las comunidades creyentes a un compromiso decidido de construir el orden social de acuerdo con el bien común. Este compromiso exige que la libertad religiosa, que preserva la singularidad de cada comunidad creyente, se sancione como un derecho civil fundamental y se proteja mediante una fuerte estructura de normas jurídicas que respeten las leyes y los deberes propios de las comunidades religiosas (cf. Dignitatis humanae DH 2). Este apoyo práctico de los líderes políticos a la libertad religiosa se transforma en un medio seguro para el auténtico progreso social y para la paz. A este respecto, reconozco con gratitud la decisión del presidente Aliyev y de su Gobierno de facilitar la reconstrucción de la Iglesia católica en Bakú, así como la fundación de una casa para los necesitados.

Señor embajador, el sólido desarrollo económico ha sido una continua aspiración de todos los ciudadanos de Azerbaiyán. Es también un derecho que implica el correspondiente deber de contribuir, cada uno según su capacidad, al auténtico progreso de la comunidad. La prioridad de promover proyectos sociales y comerciales capaces de formar una sociedad más equitativa representa un desafío difícil pero estimulante para todos los que regulan y trabajan en el sector comercial.

Su país ya ha dado algunos pasos importantes para garantizar los derechos fundamentales de sus ciudadanos y promover la práctica democrática. Sin embargo, queda mucho por hacer. Sólo respetando la dignidad inviolable de la persona humana y promoviendo las correspondientes libertades individuales puede construirse una sociedad civil que contribuya a la prosperidad de todos sus ciudadanos. Tenga la seguridad de que la comunidad de la Iglesia católica, aunque sea poco numerosa en Azerbaiyán, seguirá contribuyendo desinteresadamente a la promoción de la justicia y a la protección de los pobres.

Excelencia, confío en que la misión diplomática que comienza hoy fortalezca ulteriormente las ya fecundas relaciones existentes entre la Santa Sede y su país. Sepa que las diversas oficinas de la Curia romana están dispuestas a ayudarle en el cumplimiento de su misión. Con mis mejores deseos, invoco sobre usted, sobre su familia y sobre todo el pueblo de Azerbaiyán, abundantes bendiciones divinas.


AL SEÑOR EL HADJ ABOUBACAR DIONE


NUEVO EMBAJADOR DE GUINEA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 16 de junio de 2005



Señor embajador:

35 Me alegra dar la bienvenida a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Guinea ante la Santa Sede. Apreciando las amables palabras que me ha dirigido recordando a mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II, le agradezco los cordiales deseos que me ha transmitido de parte de su excelencia el general Lansana Conté, presidente de la República, así como del Gobierno y del pueblo de Guinea. Asimismo, le ruego que asegure a su excelencia el presidente de la República mis deseos de felicidad y prosperidad para su persona y para todos los guineanos.
Señor embajador, me ha comunicado la adhesión de su país a los ideales de paz y fraternidad, particularmente entre los pueblos de su región, tan probados durante los últimos años. En efecto, sólo mediante un diálogo confiado pueden suavizarse las tensiones y los conflictos, con vistas al bienestar de todos. Para responder duraderamente a las aspiraciones de los pueblos a la verdadera paz, don que nos viene de Dios, tenemos también el deber de comprometernos a construirla sobre los fundamentos sólidos, que son la verdad, la justicia y la solidaridad.

Entre las consecuencias de la violencia que sufre su región, por desgracia se asiste al desarrollo del drama de las poblaciones desplazadas, que crea situaciones de urgencia humanitaria. Su país ha respondido generosamente a esta necesidad, en especial dando hospitalidad a un número importante de refugiados, con frecuencia a costa de grandes sacrificios. Ante todo, es el drama de hombres y mujeres a los que es necesario aliviarles los sufrimientos y devolverles la esperanza. Pero hay que erradicar las causas de estos dramas, puesto que hieren gravemente la dignidad humana de seres que Dios ha creado. Deseo que los gobiernos de las naciones no olviden a los refugiados que, en muchos países de África, esperan con impaciencia que se preste atención a su situación y que la comunidad internacional se comprometa con firmeza en favor de la paz y de la justicia.

El establecimiento de la paz comienza dentro de cada país, mediante la búsqueda de relaciones de amistad y colaboración entre las diferentes comunidades étnicas, culturales y religiosas. La fe auténtica no puede engendrar violencia; al contrario, favorece la paz y el amor. A pesar de las dificultades, la Iglesia católica está comprometida a proseguir sus esfuerzos para impulsar la comprensión y el respeto entre los creyentes de las diferentes tradiciones religiosas. Por eso, me alegra saber que en Guinea los cristianos y los musulmanes trabajan juntos en favor del bien común de la sociedad. Manteniendo relaciones de confianza, en el respeto de los derechos legítimos de cada comunidad, los creyentes, en unión con todos los hombres de buena voluntad, contribuyen a edificar una sociedad liberada de toda forma de degradación moral y social, para que cada uno pueda vivir con dignidad y solidaridad.

A través de usted, señor embajador, quisiera saludar con afecto a los fieles católicos de Guinea, así como a sus obispos. Los animo vivamente a avanzar generosamente por los caminos de la paz y la fraternidad con todos sus compatriotas. Ojalá que, con la asistencia del Espíritu de Dios, sean para su pueblo signos de esperanza y testigos ardientes del amor del Señor.

En el momento en que su excelencia comienza su misión ante la Sede apostólica, le expreso mis mejores deseos para la noble tarea que le espera. Entre mis colaboradores encontrará siempre la acogida atenta y la comprensión cordial que pueda necesitar.

Invoco de corazón sobre su excelencia, sobres sus colaboradores, sobre su familia, sobre el pueblo guineano y sobre sus dirigentes, la abundancia de las bendiciones divinas.


AL SEÑOR DOUGLAS HAMADZIRIPI NUEVO EMBAJADOR DE ZIMBABUE ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 16 de junio de 2005

. Excelencia:

Al aceptar las cartas que lo acreditan como embajador y ministro plenipotenciario de la República de Zimbabue, le doy una cordial bienvenida al Vaticano. Le ruego que transmita al presidente Mugabe mi saludo y mis mejores deseos para su nación y para todo su pueblo.

Con las elecciones del pasado 31 de marzo, Zimbabue ha comenzado de nuevo a afrontar los graves problemas sociales que han afectado a la nación durante los últimos años. Espero fervientemente que las elecciones no sólo contribuyan a los objetivos inmediatos de pacificación y recuperación económica, sino que también lleven a la reconstrucción moral de la sociedad y a la consolidación de un orden democrático comprometido a desarrollar políticas dictadas por una auténtica preocupación por el bien común y el desarrollo integral de cada persona y de cada grupo social.

36 En esta importante hora de la historia de su país, es preciso tener una solicitud especial por los pobres, los marginados y los jóvenes, que han sido los más afectados por la inestabilidad política y económica, y demandan reformas auténticas para afrontar sus necesidades básicas y abrirles un futuro de esperanza. El gran desafío de la reconciliación nacional también exige que, a la vez que se reconocen y corrigen las injusticias del pasado, en el futuro se haga todo lo posible por actuar con justicia y respeto de la dignidad y los derechos de los demás.

A este propósito, estoy de acuerdo con las afirmaciones de los obispos de Zimbabue en vísperas de las recientes elecciones sobre la urgente necesidad de "un liderazgo razonable y consciente", caracterizado por la verdad, por un espíritu de servicio a los demás, por una administración honrada de los bienes públicos, por un compromiso en favor del cumplimiento de la ley, y por la promoción del derecho y el deber de todos los ciudadanos a participar en la vida de la sociedad. El noble objetivo de conseguir el bien común a través de una vida social ordenada sólo puede lograrse si los líderes políticos garantizan el bienestar de las personas y los grupos con espíritu de integridad y justicia. Pensando en el futuro papel de África en la comunidad internacional, mi predecesor el Papa Juan Pablo II insistió en que "solamente surgirá un mundo mejor si se construye sobre sólidos fundamentos de sanos principios éticos y espirituales" (Ecclesia in Africa ).

Aprecio la amable referencia de su excelencia al apostolado religioso, educativo y caritativo de la Iglesia en su país, y le aseguro que los católicos de su nación desean apoyar las aspiraciones legítimas del pueblo de Zimbabue. A través de su red de instituciones educativas, hospitales, dispensarios y orfanatos, la Iglesia está al servicio de las personas de todas las religiones. Trata de dar una contribución específica al futuro de la nación educando a la gente en las habilidades prácticas y en los valores espirituales que servirán como fundamento para la renovación social. Por su parte, la Iglesia sólo pide libertad para cumplir su misión, con vistas a la venida del reino de Dios mediante su testimonio profético del Evangelio y la difusión de su doctrina moral. Así, la Iglesia trabaja con miras a la construcción de una sociedad armoniosa y justa, respetando y estimulando la libertad y la responsabilidad de los ciudadanos de participar en el proceso político y en la búsqueda del bien común.

Excelencia, al iniciar su misión de representante de la República de Zimbabue ante la Santa Sede le expreso mis mejores deseos de éxito de su trabajo. Tenga la seguridad de que puede contar siempre con las oficinas de la Curia romana para que le ayuden y lo sostengan en el cumplimiento de sus altas responsabilidades. Sobre usted y su familia, así como sobre todos sus compatriotas, invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.


AL SEÑOR JEAN-FRANÇOIS KAMMER


NUEVO EMBAJADOR DE SUIZA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 16 de junio de 2005



Señor embajador:

Me alegra acogerlo con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la Confederación Suiza ante la Santa Sede, y le agradezco sus amables palabras. Le ruego que transmita al señor presidente de la Confederación Suiza y al Consejo federal mi agradecimiento por sus amables saludos, y les exprese mis deseos cordiales para todos los habitantes de Suiza.

¡Cómo no evocar, al inicio de nuestro encuentro, la visita de mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, a su país, y su memorable encuentro con los jóvenes, signo de esperanza para todos los católicos de Suiza! Al mismo tiempo, me alegra constatar las cordiales relaciones diplomáticas existentes entre su país y la Santa Sede. Me congratulo de igual modo por el diálogo entablado entre los representantes de la Confederación Suiza y los obispos del país para encontrar soluciones satisfactorias, tanto a nivel federal como cantonal, a las eventuales dificultades que podrían presentarse en las relaciones mutuas.

Como sucede en la mayor parte de los países de Europa occidental, la sociedad suiza ha experimentado una considerable evolución de las costumbres y, bajo la presión conjunta de los avances técnicos y de la voluntad de una parte de la opinión pública, se han propuesto leyes nuevas en muchos campos relacionados con el respeto de la vida y la familia. Conciernen a las cuestiones delicadas de la transmisión de la vida, la enfermedad y el fin de la vida, pero también al lugar de la familia y al respeto del matrimonio. Sobre todas estas cuestiones relativas a los valores fundamentales la Iglesia católica se ha expresado claramente mediante la voz de sus pastores, y seguirá haciéndolo cuando sea necesario, para recordar sin cesar la inalienable grandeza de la dignidad humana, que exige el respeto de los derechos humanos y, ante todo, del derecho a la vida.

Quisiera alentar a la sociedad suiza a permanecer abierta al mundo que la rodea, para ocupar su lugar en el mundo y en Europa, y también para poner sus talentos al servicio de la comunidad humana, en especial de los países más pobres, que no podrán desarrollarse sin esta ayuda.
Asimismo, deseo que su país siga abierto a los que han llegado a él buscando trabajo o protección, convencido de que la acogida del otro es también su riqueza. En un mundo donde existen aún numerosos conflictos, es importante que el diálogo entre las culturas no sea sólo asunto de los dirigentes de la nación, sino que también lo pongan en práctica todos, en las familias, en los lugares de educación, en el mundo del trabajo y en las relaciones sociales, para construir una verdadera cultura de paz.

37 Excelencia, permítame saludar a través de usted a los pastores y a los fieles de la Iglesia católica que viven en Suiza. Sé que se preocupan por mantener el vínculo vital de la comunión con el Sucesor de Pedro y por vivir en buena armonía con sus hermanos cristianos de otras tradiciones.

Como ha destacado, excelencia, sus jóvenes compatriotas de la Guardia suiza pontificia manifiestan este vínculo entre Suiza y la Santa Sede, dando testimonio de un gran sentido de servicio.

En el momento en que usted inicia su misión, le expreso, señor embajador, mis mejores deseos, con la seguridad de encontrar siempre entre mis colaboradores acogida y comprensión.
Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre sus colaboradores y sobre todo el pueblo suizo invoco la abundancia de las bendiciones divinas.


AL SEÑOR ANTONIO GANADO


EMBAJADOR DE MALTA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 16 de junio de 2005

. Señor embajador:

Me alegra acogerlo en esta etapa de inicio de mi servicio a la Iglesia en la cátedra de Pedro: ¡sea bienvenido! Usted me presenta hoy las cartas con las que el presidente de la República de Malta lo acredita como embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede.

Al acogerlo, expreso mi saludo lleno de gratitud al señor presidente de la República por las amables palabras que, a través de usted, me ha dirigido y que testimonian cuán sólido es el vínculo que, desde los tiempos de san Pablo apóstol, une a la comunidad de Malta con la Iglesia de Roma. Señor embajador, le ruego que transmita al señor presidente y a su familia la expresión de mis sentimientos de amistad y de cercanía espiritual, juntamente con mis mejores deseos para toda la nación.

Me siento cercano al pueblo maltés, que a lo largo de los siglos ha manifestado siempre una singular y sincera adhesión al Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. Conozco bien la fidelidad al Evangelio y a la Iglesia que distingue, señor embajador, a los cristianos del país que usted representa aquí. Coherentes con sus raíces cristianas, perciben la importancia de su misión también en esta delicada fase de la historia europea y mundial. El pueblo maltés sabe que es parte integrante del gran espacio llamado Europa y, manteniéndose en sintonía con las nobles tradiciones espirituales y culturales que lo han caracterizado siempre a lo largo de los siglos, quiere trabajar para que la comunidad europea del tercer milenio no pierda el patrimonio de valores culturales y religiosos de su pasado. En efecto, sólo con estas condiciones se podrá construir con sólida esperanza un futuro de solidaridad y paz.

Dar vida a una Europa unida y solidaria es compromiso de todos los pueblos que la componen. En efecto, Europa debe saber conjugar los intereses legítimos de cada nación con las exigencias del bien común de todo el continente. Le agradezco, señor embajador, por expresar la renovada voluntad de su país de ser protagonista en esta nueva fase histórica del continente, contribuyendo a consolidar su capacidad de diálogo, de defensa y de promoción de la familia fundada en el matrimonio, las tradiciones cristianas, la apertura y el encuentro con culturas y religiones diversas.

Señor embajador, estas son algunas de las reflexiones que surgen espontáneamente en mi espíritu durante este primer encuentro nuestro. Le aseguro la plena y sincera disponibilidad de parte de mis colaboradores a mantener con usted un diálogo constructivo con vistas al mejor cumplimiento de la alta misión que se le ha confiado.


Discursos 2005 31