
Discursos 2005 102
102 Al final de esta celebración eucarística, durante la cual se ha beatificado a los mártires Josep Tàpies y seis compañeros sacerdotes, y a la también mártir María de los Ángeles Ginard Martí, me es grato unirme a todos vosotros que habéis venido de diversas partes para rendirles homenaje.
Saludo con afecto a mis Hermanos Obispos, a las distinguidas autoridades, así como a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles aquí presentes.
El ejemplar grupo de sacerdotes de la diócesis de Urgell inmolaron su vida durante la persecución religiosa en España por su fidelidad al ministerio sacerdotal, que ejercieron con gran entrega en las comunidades parroquiales que tenían encomendadas. Dando testimonio de su condición sacerdotal, y perdonando a sus perseguidores, dieron su vida invocando al Rey del Universo.
(en catalán)
Que ells intercedeixin per la diòcesi d'Urgell i les altres diócesis espanyoles, per les vocacions sacerdotals i religioses, i per el creixement de tots els fidels en les virtuts cristianes.
[Que ellos intercedan por la diócesis de Urgell y las otras diócesis españolas, por las vocaciones sacerdotales y religiosas, y por el crecimiento de todos los fieles en las virtudes cristianas.]
La nueva Beata, nacida en la diócesis de Mallorca y perteneciente a las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico, sufrió el martirio en Madrid durante la misma persecución. Entregada totalmente al Señor en la vida religiosa, dedicaba largas horas a la adoración del Santísimo Sacramento, sin descuidar su servicio a la comunidad. Así se fue preparando para ofrecer su vida como expresión suprema de amor a Cristo.
Estos nuevos Beatos son para todos nosotros un ejemplo vivo de identidad sacerdotal y de consagración religiosa. Demos gracias a Dios por el gran don de estos testigos heroicos de la fe.
¡Beatos Josep Tàpies y compañeros, y beata María de los Ángeles, rogad por las comunidades eclesiales de Urgell, de Madrid, de Mallorca, y de toda España! Amén.
Eminencia:
103 Me complace recibirlo, junto con sus amigos de la comunidad nigeriana de Roma y otros visitantes de su país, que han venido a unirse a usted en la celebración del cuadragésimo aniversario de su ordenación episcopal. Le expreso de buen grado mi sincera felicitación y mis mejores deseos con esta ocasión.
Ayer, en la iglesia de Santa María en Traspontina, usted celebró una solemne misa de acción de gracias a Dios todopoderoso por el don de sus cuarenta años de ministerio episcopal. Hoy me alegra unir mis oraciones a sus intenciones, y pido al Señor que sea su guía y su fuerza mientras sigue sirviendo a la Iglesia con amor y celo. Invocando sobre su eminencia, por intercesión de María, la Madre de Dios, los dones divinos de alegría y paz, le imparto de corazón mi bendición apostólica a usted y a todos los que participan en esta gozosa celebración.
Estimado señor cardenal;
amados hermanos en el episcopado:
La visita de los pastores de la Iglesia en Austria a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo es una cita fija y un tiempo de verificación en el ejercicio de este oficio de gran responsabilidad. Por tanto, queridos hermanos, con gran alegría os doy la bienvenida aquí, en el palacio apostólico, con ocasión de vuestra visita ad limina. Esta peregrinación consolida vuestros vínculos con el Sucesor de Pedro y, al mismo tiempo, permite vivir la comunión de la Iglesia universal en su centro. Precisamente durante los acontecimientos de los meses pasados pudimos experimentar la vitalidad de la Iglesia con toda su lozanía y su energía misionera mundial, en particular durante la XX Jornada mundial de la juventud en agosto de este año en Colonia.
Aunque en la Iglesia no siempre es visible el impulso espiritual, que Dios nos hace vivir en esas horas particulares de gracia, sabemos que la promesa de nuestro divino Señor y Maestro abarca todos los tiempos y todos los lugares: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Por tanto, sabemos que esta presencia vital del Señor resucitado en su Iglesia se realiza y, al mismo tiempo, se actualiza a través de la celebración sacramental de su sacrificio, a través de la Comunión, en la que recibimos su Cuerpo y su Sangre, y a través de la experiencia que se nos ofrece en la adoración de su presencia real bajo el velo de las especies sagradas. El "Año de la Eucaristía", que acaba de concluirse con el Sínodo de los obispos, ha querido centrar la atención de los fieles en la fuente misma de la vida y de la misión de la Iglesia, en la verdadera cumbre hacia la que debemos orientar nuestros esfuerzos para guiar a los hombres a su Salvador y reconciliarlos en él con el Dios uno y trino.
Sobre la base de estas experiencias, ahora es necesario analizar con confianza y serenidad la situación de las diócesis austríacas, para descubrir los puntos fundamentales en los que resulta especialmente necesario vuestro empeño con vistas a la salvación y al bien de la grey, "en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo" (Ac 20,28). Con la certeza de la presencia del Señor afrontamos valientemente la realidad, sin que el optimismo, que nos impulsa siempre, represente un obstáculo para llamar las cosas por su nombre con total objetividad y sin idealizarlas.
Hoy suceden hechos dolorosos: el actual proceso de secularización, cada vez más significativo para Europa, no se ha detenido tampoco ante las puertas de la católica Austria. En muchos creyentes se debilita la identificación con la enseñanza de la Iglesia y así se pierde la certeza de la fe y desaparece el temor reverencial a la ley de Dios.
Con estas pocas observaciones, queridos hermanos en el episcopado, no debo recordar detalladamente los numerosos sectores críticos de la vida social en general y de la situación eclesial en particular, porque sé que son objeto de vuestra permanente solicitud de pastores. Comparto vuestras inquietudes por la Iglesia en vuestro país. Por tanto, ¿qué podemos hacer? ¿Existe un instrumento santo, que Dios ha preparado para la Iglesia de nuestro tiempo, a fin de que pueda afrontar con valentía los desafíos que encuentra a lo largo de su camino en el tercer milenio cristiano?
No cabe duda que, por una parte, hace falta una confesión clara, valiente y entusiasta de la fe en Jesucristo, que vive también aquí y hoy en su Iglesia y en el que, según su esencia, el alma humana orientada a Dios puede encontrar su felicidad. Por otra, se necesitan numerosas medidas misioneras, pequeñas y grandes, que debemos tomar para lograr un "cambio de ruta".
104 Como sabéis bien, la profesión de fe forma parte de los primeros deberes del obispo. "No me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios" (Ac 20,27), dice san Pablo en Mileto a los pastores de la Iglesia de Éfeso. Es verdad que los obispos debemos actuar con ponderación. Sin embargo, esta prudencia no debe impedirnos presentar la palabra de Dios con toda claridad, incluso las cosas que se escuchan con menos agrado o que ciertamente suscitan reacciones de protesta y burla.
Vosotros, queridos hermanos en el episcopado, lo sabéis muy bien: hay temas, en el ámbito de las verdades de la fe y, sobre todo, de la doctrina moral, que en vuestras diócesis no se presentan de forma adecuada en la catequesis y en el anuncio, y acerca de los cuales, a veces, por ejemplo en la pastoral juvenil de las parroquias o de las asociaciones, no se afrontan en absoluto o no con el sentido en que lo entiende la Iglesia. Gracias a Dios, esto no sucede así en todas partes. Tal vez los responsables del anuncio teman que las personas puedan alejarse si se habla demasiado claramente. Sin embargo, por lo general, la experiencia demuestra que sucede precisamente lo contrario.
No os engañéis. Una enseñanza de la fe católica que se imparte de modo incompleto es una contradicción en sí misma y, a la larga, no puede ser fecunda. El anuncio del reino de Dios va siempre acompañado de la exigencia de conversión y del amor que anima, que conoce el camino y que ayuda a comprender que, con la gracia de Dios, es posible incluso lo que parece imposible. Pensad de qué forma la enseñanza, la catequesis en los diversos niveles y la predicación pueden paulatinamente mejorarse, profundizarse y, por decirlo así, completarse. Para ello, podéis utilizar eficazmente el Compendio y el Catecismo de la Iglesia católica. Haced que los sacerdotes y los catequistas empleen estos instrumentos; que se expliquen en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos; que se utilicen en las familias como lecturas importantes. En medio de la incertidumbre de este tiempo y de esta sociedad, dad a los hombres la certeza de la fe íntegra de la Iglesia. La claridad y la belleza de la fe católica iluminan, también hoy, la vida de los hombres. Esto sucederá, en particular, si la presentan testigos entusiastas y capaces de transmitir entusiasmo.
El testimonio claro, público y decidido de los obispos, con el cual pueden orientarse todos los fieles, y en especial los sacerdotes, a quienes debéis prestar una atención particular, y que da a todos el valor de confirmar la fe a través de su propia conducta, debe ir acompañado por numerosos detalles, a menudo aparentemente insignificantes e innecesarios, que sean eficaces públicamente. Ya se ha hecho un gran esfuerzo para despertar la sensibilidad misionera de los cristianos de vuestras diócesis. A este propósito, pienso, por ejemplo, en la extraordinaria misión ciudadana en Viena y, naturalmente, en el Katholikentag centroeuropeo, que es un testimonio excepcional de fe católica, arraigada en los pueblos, ante la opinión pública europea.
Es necesario hacer aún más para que la Iglesia en Austria cumpla mejor su mandato misionero. En realidad, frecuentemente las medidas de administración ordinaria, como por ejemplo decisiones sabias y correctas con respecto a las personas, mejoran la situación de manera duradera. Tanto con respecto a la asistencia a la misa dominical, como a la recepción del sacramento de la Penitencia, a menudo son de suma importancia el ejemplo y una palabra de aliento. El mandamiento del amor no sólo nos impulsa a prestar al prójimo algunos servicios sociales, sino también a ayudarle a conseguir el mayor bien: la orientación constante hacia el Dios vivo, la comunión con Jesucristo, el descubrimiento de su vocación a la santidad, la apertura a la voluntad de Dios, la alegría de una vida que, en cierto sentido, ya anticipa la felicidad de la eternidad.
Queridos hermanos en el episcopado, innumerables situaciones positivas de la vida eclesial, como por ejemplo la práctica y el redescubrimiento de la adoración eucarística en las parroquias y el rezo del rosario en muchas personas y comunidades, así como una constante colaboración entre el Estado y la Iglesia para el bien del hombre, manifiestan la imagen de la Iglesia en Austria, al igual que la gran riqueza cultural de vuestro país, tan bendecido por Dios a lo largo de vuestra historia cristiana. La chispa del celo cristiano puede volver a encenderse.
Utilizad todos estos dones donde sea posible, pero no os contentéis con una religiosidad exterior. A Dios no le basta que su pueblo lo venere con los labios; quiere nuestro corazón y nos da su gracia si no nos alejamos o separamos de él. Conozco muy bien vuestros abnegados esfuerzos y los de numerosos sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos. Estoy seguro de que el Señor acompañará y recompensará con su bendición vuestra fidelidad y vuestro celo.
Que la Magna Mater Austriae, la amorosa Madre de gracia de Mariazell y la excelsa Virgen de Austria, cuyo santuario estimo tanto, os dé a vosotros y a los fieles de vuestro país la fuerza y la perseverancia para proseguir con valor y confianza la gran obra de una auténtica renovación de la vida de fe en vuestra patria, con fidelidad a las indicaciones de la Iglesia universal. Con su intercesión, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros para las tareas de vuestro servicio pastoral, así como a todos los fieles en Austria.
Querido obispo Hanson;
queridos amigos luteranos:
105 Con gran alegría os doy la bienvenida a vosotros, representantes de la Federación luterana mundial con ocasión de vuestra visita oficial a Roma. Recuerdo con gratitud la presencia de vuestra delegación tanto en el funeral del Papa Juan Pablo II como en la solemne inauguración de mi ministerio como Obispo de Roma.
Desde hace muchos años la Iglesia católica y la Federación luterana mundial mantienen estrechos contactos y participan en un intenso diálogo ecuménico. Este intercambio de ideas ha sido muy fructífero y prometedor. En efecto, uno de los resultados de este fecundo diálogo es la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, que constituye una notable piedra miliar en nuestro camino común hacia la plena unidad visible. Es un logro importante. Para construir partiendo de él, debemos aceptar que persisten diferencias con respecto a la cuestión central de la justificación; es necesario afrontarlas juntos del modo en que la gracia de Dios se comunica en la Iglesia y a través de ella.
Como afirmé durante mi reciente visita a Colonia, espero que en el futuro el progreso de nuestro diálogo sobre estas cuestiones no sólo se sitúe en un contexto de cuestiones "institucionales", sino que también tenga en cuenta la verdadera fuente de todo ministerio en la Iglesia. En efecto, la Iglesia tiene la misión de testimoniar la verdad de Jesucristo, Palabra encarnada. Palabra y testimonio van juntos: la Palabra requiere y da forma al testimonio; la autenticidad del testimonio deriva de la fidelidad total a la Palabra, como se expresó y vivió en la comunidad apostólica de fe bajo la guía del Espíritu Santo.
La Comisión internacional luterano-católica para la unidad concluirá pronto su cuarta fase de diálogo y publicará sus resultados en un documento sobre la apostolicidad de la Iglesia. Todos somos conscientes de que nuestro diálogo fraterno no sólo necesita afrontar la verificación de la acogida de estas formulaciones de la doctrina que comparten nuestras respectivas comunidades; sino también un clima cada vez más generalizado de incertidumbre en relación con verdades cristianas y principios éticos que antes eran indiscutibles. En ciertos casos, este patrimonio común está minado por nuevos enfoques hermenéuticos.
Nuestro camino ecuménico común seguirá encontrando dificultades, y requerirá un diálogo paciente. Sin embargo, me alienta la sólida tradición de estudios serios e intercambios que han caracterizado las relaciones entre luteranos y católicos a lo largo de los años. Nos estimula el hecho de que nuestra búsqueda de la unidad está guiada por la presencia del Señor resucitado y por el poder inagotable de su Espíritu, "que sopla donde quiere" (Jn 3,8).
Mientras nos preparamos para celebrar el V centenario de los acontecimientos de 1517, deberíamos intensificar nuestros esfuerzos para comprender más profundamente lo que tenemos en común y lo que nos divide, así como los dones que podemos ofrecernos unos a otros.
Perseverando en este camino, oramos para que el rostro de Cristo brille cada vez con más claridad en sus discípulos, de modo que todos sean uno, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).
Demos gracias a Dios por todo lo que se ha logrado hasta ahora en las relaciones entre luteranos y católicos, y oremos para que caminemos juntos hacia la unidad que el Señor quiere.
Venerados hermanos en el episcopado:
El primer y espontáneo sentimiento que brota de mi espíritu al acoger vuestro saludo es de cordial gratitud por el afecto que vuestras comunidades manifiestan al Sucesor de Pedro, a través de vosotros, renovando su afirmación de fiel adhesión al depositum recibido de los Padres. Me han consolado las expresiones de comunión que, durante estos días, cada uno de vosotros me ha renovado en nombre del clero, de los religiosos y de los fieles encomendados a su responsabilidad. Consciente como soy del ministerio que estoy llamado a desempeñar al servicio de la comunión eclesial, os pido que os hagáis intérpretes de mi constante solicitud hacia todos los creyentes en Cristo.
106 De los coloquios, que he tenido con cada uno de vosotros, he llegado a la convicción de que la Iglesia católica en Bulgaria está viva y desea dar con entusiasmo su testimonio de Cristo en medio de la sociedad en la que vive. Os animo a proseguir por ese camino, esforzándoos por difundir el Evangelio de la esperanza y del amor, a pesar de las limitadas fuerzas a vuestra disposición: el Señor sabe suplir siempre nuestras posibles lagunas y la pobreza de los medios a nuestra disposición. Lo que cuenta no es tanto la eficiencia de la organización, sino más bien la confianza inquebrantable en Cristo, porque es él precisamente quien guía, gobierna y santifica a su Iglesia, también a través de vuestro ministerio indispensable.
Dios, en sus inescrutables designios, os ha puesto a prestar vuestro servicio eclesial al lado de nuestros hermanos de la Iglesia ortodoxa búlgara. Deseo que las buenas relaciones existentes se desarrollen ulteriormente en beneficio del anuncio del Evangelio del Hijo de Dios, principio y fin de toda acción realizada por el cristiano. A este propósito, os pido, venerados hermanos, que llevéis mi cordial saludo al Patriarca Maxim, primer jerarca de la Iglesia ortodoxa de Bulgaria. Expresadle mis mejores deseos para su salud y para la feliz reanudación de su ministerio. Está aún vivo en mí el recuerdo de la respetuosa y fraterna acogida que reservó a mi amado predecesor, el Papa Juan Pablo II, durante la visita pastoral que realizó a vuestro país. Es necesario proseguir el camino emprendido, intensificando la oración para que llegue pronto la hora en que podamos sentarnos a la única mesa, para comer el único Pan de la salvación.
Sé que existe un intenso diálogo con las autoridades civiles sobre temas de interés común. Me alegro de ello, puesto que, a través del compromiso de todos, pueden identificarse los problemas que se deben afrontar juntos y los itinerarios que hay que seguir, según las oportunidades concretas, para el bien superior de todo el pueblo búlgaro, que, con razón, se siente parte de la gran familia del continente europeo. Bulgaria, formada por diversos componentes culturales y religiosos, puede llegar a ser un ejemplo de sabia integración, de colaboración y de convivencia pacífica. Y la comunidad católica, aun siendo una minoría en el contexto del país, puede desempeñar una tarea de generoso testimonio de la caridad universal de Cristo.
Después del triste período de la opresión comunista, los católicos que han perseverado con solícita fidelidad en su adhesión a Cristo sienten ahora la urgencia de consolidar su fe y difundir el Evangelio en todos los ámbitos sociales, especialmente donde es más evidente la necesidad del anuncio cristiano. Pienso, por ejemplo, en la fuerte disminución de la natalidad, el alto porcentaje de abortos, la fragilidad de tantas familias y el problema de la emigración. Me alegra saber que la Iglesia católica en Bulgaria está fuertemente comprometida en el campo social, para acudir a las necesidades de tantos pobres. Os aliento, venerados hermanos, a proseguir por este camino al servicio del pueblo búlgaro, tan querido para mí. No tengáis miedo de proponer a las generaciones jóvenes también el ideal de la consagración total a Cristo, para contribuir a dilatar cada vez más el reino de Dios. Del mismo modo, proseguid en el esfuerzo de dotar a vuestras comunidades de las estructuras que son útiles para las actividades pastorales y la práctica del culto cristiano, incluso con la ayuda de otras Iglesias y organizaciones católicas. Al respecto, he sabido con particular satisfacción que se está completando la reconstrucción de la iglesia catedral latina de Sofía, dedicada a san José.
Venerados hermanos, confiando en vuestro recuerdo orante ante el Señor, os aseguro, por mi parte, una oración especial a Aquel que es el verdadero Esposo de la Iglesia, por él amada, protegida y alimentada: Jesús, nuestro Señor, Hijo único del Dio vivo. Con estos sentimientos, os imparto de todo corazón mi bendición a vosotros, a vuestros presbíteros, a los religiosos y a las religiosas, y a todo el pueblo que Dios os ha encomendado.
Beatitud;
venerados y queridos hermanos:
Al dirigiros un saludo cordial, os agradezco vuestra visita, que me permite hacer llegar, a través de vosotros, una palabra de ferviente aliento a vuestras comunidades y a todos los ciudadanos de Irak. La palabra de solidaridad va acompañada por la seguridad de mi recuerdo en la oración, para que vuestro amado país, aun en la difícil situación actual, no se desaliente y prosiga el camino hacia la reconciliación y la paz.
Durante vuestra estancia en Roma, habéis celebrado un Sínodo especial, en el que habéis ultimado el proyecto de revisión de los textos de la divina liturgia en rito siro-oriental, preparando una reforma que debería permitir un nuevo impulso de devoción en vuestras comunidades. Este trabajo ha requerido años de estudio y de decisiones no siempre fáciles, pero ha sido un período durante el cual la Iglesia caldea ha podido reflexionar más a fondo sobre el gran don de la Eucaristía.
Otro importante ámbito en el que se ha centrado vuestra atención ha sido el análisis del borrador del derecho particular, que debería regular la vida interna de vuestra comunidad. Es necesaria una adecuada disciplina canónica propia para el desarrollo ordenado de la misión que Cristo os ha confiado. Con el espíritu sinodal que caracteriza el gobierno de la Iglesia caldea, habéis experimentado un período de intensa comunión, teniendo siempre ante vosotros el bien supremo de la salus animarum.
107 Ahora, al volver a vuestras respectivas sedes, estáis fortalecidos por esta experiencia de comunión vivida ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Es una comunión que encuentra una expresión particular aquí, hoy, al elevar al Señor, junto con el Sucesor de Pedro, la oración común de acción de gracias.
Os exhorto, queridos hermanos, a proseguir vuestro compromiso pastoral y vuestro ministerio de esperanza para toda la nación iraquí. Al encomendar a cada una de vuestras comunidades a la dulce protección de la Madre de Dios, os imparto de buen grado a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles, la bendición apostólica, prenda de paz y de consuelo del cielo.
Queridos hermanos y hermanas:
En este XXXIII domingo del tiempo ordinario tenemos la alegría de venerar a tres nuevos beatos: el sacerdote Carlos de Foucauld, María Pía Mastena, fundadora de la congregación de las Religiosas de la Santa Faz, y María Crucificada Curcio, fundadora de las Religiosas Carmelitas de Santa Teresa del Niño Jesús, tres personas que, de diversas formas, consagraron su existencia a Cristo y proponen de nuevo a todo cristiano el ideal sublime de la santidad. Os saludo cordialmente a todos vosotros, queridos amigos, que habéis venido de varias partes del mundo para participar en esta solemne manifestación de fe. De modo especial, saludo al cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las causas de los santos, y le doy las gracias por haber presidido la celebración eucarística, durante la cual ha dado lectura a la Carta apostólica con la que he inscrito a estos siervos de Dios en el catálogo de los beatos.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, demos gracias por el testimonio ofrecido por Carlos de Foucauld. Mediante su vida contemplativa y escondida en Nazaret, encontró la verdad de la humanidad de Jesús, invitándonos a contemplar el misterio de la Encarnación. Allí aprendió mucho sobre el Señor, a quien quiso seguir con humildad y pobreza. Descubrió que Jesús, que vino a congregarnos en nuestra humanidad, nos invita a la fraternidad universal, que él vivió más tarde en el Sahara, y al amor del que Cristo nos dio ejemplo. Como sacerdote, puso la Eucaristía y el Evangelio en el centro de su existencia, las dos mesas, de la palabra de Dios y del Pan, fuente de la vida cristiana y de la misión.
Dirijo un saludo cordial a cuantos han venido aquí para rendir homenaje a la beata María Pía Mastena. De modo especial, saludo a los peregrinos de su pueblo natal, Bovolone, y de la ciudad de San Fior, donde se conservan sus restos mortales, así como a los fieles provenientes de varias diócesis italianas, de Brasil y de Indonesia. Cuán actual es el carisma de la beata María Pía que, conquistada por la faz de Cristo, asimiló los sentimientos de dulce solicitud del Hijo de Dios hacia la humanidad desfigurada por el pecado, realizó gestos de compasión y luego proyectó un Instituto con la finalidad de "propagar, reparar y restablecer la imagen del dulce Jesús en las almas". Que esta nueva beata obtenga el don de un constante anhelo de santidad a todos los que la veneran con afecto y devoción.
Saludo ahora a los peregrinos que, de varias regiones de Italia y del mundo, han venido para honrar a la beata María Crucificada Curcio. A todos y a cada uno dirijo mi cordial saludo, especialmente a quienes forman parte de la familia espiritual de las Religiosas Carmelitas Misioneras de Santa Teresa del Niño Jesús. Esta nueva beata puso en el centro de su vida, la presencia de Jesús misericordioso, encontrado y adorado en el sacramento de la Eucaristía. Una auténtica pasión por las almas caracterizó la vida de la madre María Crucificada, que cultivaba con fuerza la "reparación espiritual" para corresponder al amor de Jesús por nosotros. Su existencia fue una oración continua, incluso cuando iba a servir a la gente, especialmente a las jóvenes pobres y necesitadas. Que desde el cielo la beata María Crucificada Curcio siga velando sobre la congregación que fundó y sobre todos sus devotos.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor por el don de estos nuevos beatos y esforcémonos por imitar sus ejemplos de santidad. Que su intercesión nos obtenga vivir en la fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Acompaño estos deseos con la seguridad de un recuerdo cordial en la oración, a la vez que os imparto a todos vosotros aquí presentes y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.
Queridos amigos:
108 Os doy la bienvenida al Vaticano a vosotros, representantes del Centro Simon Wiesenthal.
Este año se celebra el cuadragésimo aniversario de la declaración del concilio Vaticano II Nostra aetate, que formuló los principios que han guiado los esfuerzos de la Iglesia encaminados a promover una mejor comprensión entre judíos y católicos. Después de una historia difícil y dolorosa, las relaciones entre nuestras dos comunidades están tomando ahora una dirección nueva y más positiva. Debemos seguir avanzando a lo largo del camino del respeto mutuo y del diálogo, inspirados por nuestra herencia espiritual común y comprometidos en una cooperación cada vez más eficaz al servicio de la familia humana.
Cristianos y judíos pueden hacer mucho para permitir que las generaciones futuras vivan en armonía y respeto de la dignidad con que toda persona humana ha sido dotada por el Creador. Expreso la esperanza, compartida por hombres y mujeres de buena voluntad en todas partes, de que en este siglo se vea a nuestro mundo emerger de la red de conflictos y violencia, y sembrar las semillas para un futuro de reconciliación, justicia y paz. Sobre todos vosotros invoco la abundancia de las bendiciones divinas.
Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:
Me alegra dirigir a todos mi afectuoso saludo, al final del estreno mundial de la película sobre el Papa Juan Pablo II, realizado por la "Lux Vide" y la RAI, con la colaboración de otras televisiones europeas y de la CBS de Estados Unidos. Agradezco al director de la RAI y al presidente de la "Lux Vide", así como a los responsables de las demás productoras, que nos hayan ofrecido la oportunidad de esta visión tan impresionante. Extiendo mi gratitud a los intérpretes y a cuantos han colaborado de diferentes modos en la realización de este largometraje, que honra la memoria de mi ilustre y amado predecesor. Dirijo un saludo cordial también a los que han querido participar en esta velada.
En el actual contexto mediático, la obra que hemos visto presta un servicio importante, conjugando las exigencias de divulgación con las de profundización. Efectivamente, a la vez que satisface una demanda generalizada en la opinión pública, ofrece una reconstrucción histórico-biográfica que, aun con los límites del canal de comunicación, contribuye a dar a las personas mayor conocimiento y certeza, estimulando además reflexiones y a veces interrogantes profundos. El guión de la película parte del atentado en la plaza de San Pedro y, después de una amplia retrospectiva sobre los años en Polonia, prosigue con el largo pontificado. Esto me ha hecho pensar en lo que Juan Pablo II escribió en su testamento a propósito del atentado del 13 de mayo de 1981: "La divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. Aquel que es el único Señor de la vida y de la muerte me prolongó esta vida; en cierto sentido, me la dio de nuevo. A partir de ese momento le pertenece aún más a él" (Testamento del Santo Padre Juan Pablo II, 17 de marzo de 2000, 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de abril de 2005, p. 6). La visión de esta película ha renovado en mí, y pienso en cuantos han tenido el don de conocerlo, el sentido de profunda gratitud a Dios por haber dado a la Iglesia y al mundo un Papa de tan elevada talla humana y espiritual.
Sin embargo, más allá de toda valoración particular, considero que esta película constituye un ulterior testimonio, el enésimo, del amor que la gente siente, que todos nosotros sentimos, por el Papa Wojtyla y de su gran deseo de recordarlo, de volver a verlo, de sentirlo cerca. Más allá de los aspectos más superficiales y emotivos de este fenómeno, hay ciertamente una íntima dimensión espiritual, que nosotros aquí, en el Vaticano, constatamos cada día, viendo la multitud de peregrinos que van a rezar, o bien sólo a rendir un rápido homenaje a su tumba en la cripta vaticana. Aquel vínculo afectivo y espiritual con Juan Pablo II, que se hizo estrechísimo en los días de su agonía y de su muerte, no se ha interrumpido. Ya no se ha roto, porque es un vínculo entre almas: entre la gran alma del Papa y las almas de innumerables creyentes; entre su corazón de padre y los corazones de innumerables hombres y mujeres de buena voluntad, que en él han reconocido al amigo, al defensor del hombre, de la verdad, de la justicia, de la libertad y de la paz. En todas las partes del mundo, muchísimas personas han admirado en él sobre todo al testigo de Dios coherente y generoso.
Con estos sentimientos, expreso mis mejores deseos para la difusión de la película, y de corazón os imparto a cada uno de vosotros aquí presentes y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.
Discursos 2005 102