Discursos 2006 236

236 Ilustre presidente de la República, le expreso mi gratitud porque ha hecho posible para nosotros esta intensa experiencia de escucha de música excelente, y también por las palabras cordiales con las que nos ha saludado y ha preparado nuestro espíritu para escuchar la magistral ejecución musical. También manifiesto mi más sincero agradecimiento a todos los que han contribuido a la realización del concierto. Estimado presidente, me ha hecho el mejor regalo posible.
Las piezas que acabamos de escuchar nos han ayudado a meditar en la complejidad de la vida y en las pequeñas vicisitudes diarias. Cada jornada es una mezcla de alegrías y dolores, de esperanzas y desilusiones, de expectativas y sorpresas, que se alternan de modo muy dinámico y que suscitan en nuestro interior los interrogantes fundamentales sobre el origen, el destino y el sentido verdadero de nuestra misma existencia.

La música, que expresa todas estas percepciones del espíritu, en una hora como esta ofrece al oyente la posibilidad de percibir como en un espejo las vicisitudes de la historia personal y de la universal. Pero nos ofrece algo más: mediante sus sonidos nos lleva, en cierto sentido, a otro mundo y armoniza nuestro interior. Al encontrar así un momento de paz, podemos ver, como desde una altura, las misteriosas realidades que el hombre trata de descifrar y que la luz de la fe nos ayuda a comprender mejor.

En efecto, podemos imaginar la historia del mundo como una maravillosa sinfonía que Dios ha compuesto y cuya ejecución él mismo dirige como sabio director de orquesta. Aunque a nosotros la partitura a veces nos parece demasiado compleja y difícil, él la conoce desde la primera nota hasta la última. Nosotros no estamos llamados a manejar la batuta del director, y mucho menos a cambiar las melodías según nuestro gusto. Estamos llamados, cada uno en su puesto y con sus propias capacidades, a colaborar con el gran Director en la ejecución de su estupenda obra maestra. Durante la ejecución podremos también comprender poco a poco el grandioso plan de la partitura divina.

Así, queridos amigos, vemos cómo la música puede conducirnos a la oración: nos invita a elevar la mente hacia Dios para encontrar en él las razones de nuestra esperanza y el apoyo en las dificultades de la vida. Fieles a sus mandamientos y respetando su plan de salvación, podemos construir juntos un mundo en el que resuene la melodía consoladora de una sinfonía trascendente de amor. Más aún, será el Espíritu Santo mismo quien nos hará a todos instrumentos bien armonizados y colaboradores responsables de una admirable ejecución, en la que se expresa a lo largo de los siglos el plan de la salvación universal.

A la vez que renuevo mi gratitud a los miembros del Cuarteto de la Orquesta filarmónica de Berlín, y a los que han contribuido a la realización de esta velada musical, aseguro a cada uno mi recuerdo en la oración e imparto a todos con afecto mi bendición.

AUDIENCIA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA

Lunes 20 de noviembre de 2006



Señor presidente de la República:

Le agradezco sinceramente esta visita, con la que me honra hoy, y le expreso mi cordial saludo a usted y, a través de usted, a todo el pueblo italiano, cuyos representantes, el pasado mes de mayo, lo llamaron a desempeñar el más alto cargo del Estado. En esta solemne circunstancia, deseo renovarle personalmente mi más viva felicitación por la elevada dignidad que le ha sido conferida. Extiendo, asimismo, mi saludo a los ilustres miembros de la delegación que lo acompaña.

Al mismo tiempo, desearía manifestar de nuevo a todos los italianos la gratitud que ya les expresé durante mi visita al Quirinal, el 24 de junio de 2005. En efecto, desde mi elección, casi a diario me demuestran, de modo cordial y entusiasta, sus sentimientos de acogida, de atención y de apoyo espiritual en el cumplimiento de mi misión. Por lo demás, en esta cordial cercanía al Papa se manifiesta de modo significativo el vínculo especial de fe y de historia que desde siglos une a Italia con el Sucesor del apóstol san Pedro, el cual, por disposición de la divina Providencia, tiene su sede en este país.

Para asegurar a la Santa Sede "una independencia absoluta y visible" y "garantizarle una soberanía indiscutible también en el ámbito internacional", con el Tratado de Letrán se constituyó el Estado de la Ciudad del Vaticano. En virtud de ese Tratado, la República italiana da, en diversos niveles y con diversas modalidades, una valiosa y constante contribución al desarrollo de mi misión de Pastor de la Iglesia universal.

237 Por consiguiente, la visita del jefe del Estado italiano al Vaticano me brinda la grata ocasión de expresar mi cordial saludo a todos los componentes del Estado, agradeciéndoles su activa colaboración en beneficio del ministerio petrino y de la obra de la Santa Sede.

Esta visita, señor presidente, no sólo es una feliz confirmación de una tradición, ya consolidada durante varios decenios, de visitas recíprocas entre el Sucesor de Pedro y el más alto cargo del Estado italiano; también reviste un significado importante porque permite reflexionar sobre las razones profundas de los encuentros que tienen lugar entre los representantes de la Iglesia y los del Estado. Me parece que fueron claramente expuestas por el concilio Vaticano II, el cual, en la constitución pastoral Gaudium et spes, afirma: "La comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres. Este servicio lo realizarán tanto más eficazmente en bien de todos cuanto procuren mejor una sana cooperación entre ambas, teniendo en cuenta también las circunstancias de lugar y tiempo" (n.
GS 76).

Se trata de una convicción que comparte también el Estado italiano, el cual, en su Constitución, afirma ante todo que "el Estado y la Iglesia católica son independientes y soberanos, cada uno en su orden", y reafirma luego que "sus relaciones están reguladas por los Pactos lateranenses" (art. 7).
Este planteamiento de las relaciones entre la Iglesia y el Estado inspiró también el Acuerdo que introdujo modificaciones en el Concordato lateranense, firmado por la Santa Sede y por Italia el 18 de febrero de 1984, en el que se reafirmaron tanto la independencia y soberanía del Estado y de la Iglesia, como la "colaboración mutua para la promoción del hombre y el bien del país" (art. 1).

Me asocio de buen grado al deseo que formuló usted, señor presidente, al inicio de su mandato, de que esta colaboración continúe desarrollándose concretamente. Sí, la Iglesia y el Estado, aunque son plenamente distintos, están llamados, según su respectiva misión y con sus propios fines y medios, a servir al hombre, que es al mismo tiempo destinatario y partícipe de la misión salvífica de la Iglesia y ciudadano del Estado. Es en el hombre donde estas dos sociedades se encuentran y colaboran para promover mejor su bien integral.

Esta solicitud de la comunidad civil con vistas al bien de los ciudadanos no se puede limitar a algunas dimensiones de la persona, como la salud física, el bienestar económico, la formación intelectual o las relaciones sociales. El hombre se presenta ante el Estado también con su dimensión religiosa, que "consiste sobre todo en actos internos, voluntarios y libres, con los que el hombre se ordena directamente a Dios" (Dignitatis humanae DH 3). Esos actos "no pueden ser mandados ni prohibidos" por la autoridad humana, la cual, por el contrario, tiene el deber de respetar y promover esta dimensión: como enseñó autorizadamente el concilio Vaticano II a propósito del derecho a la libertad religiosa, nadie puede ser obligado "a actuar contra su conciencia" y no se le puede "impedir que actúe según su conciencia, sobre todo en materia religiosa" (ib.).

Ahora bien, no se puede considerar suficientemente garantizado el derecho a la libertad religiosa cuando no se hace violencia, no se interviene sobre las convicciones personales o se limita a respetar la manifestación de la fe en el ámbito del lugar de culto. En efecto, no se debe olvidar que "la misma naturaleza social del hombre exige que este exprese externamente los actos internos de religión, que se comunique con otros en materia religiosa y que profese de modo comunitario su religión" (ib.).

Así pues, la libertad religiosa no sólo es un derecho del individuo, sino también de la familia, de los grupos religiosos y de la Iglesia misma (cf. Dignitatis humanae DH 4-5 DH 13), y el ejercicio de este derecho influye en los múltiples ámbitos y situaciones donde el creyente se encuentra y actúa. Por tanto, un adecuado respeto del derecho a la libertad religiosa implica que el poder civil tiene la obligación de "crear condiciones propicias para fomentar la vida religiosa, para que los ciudadanos puedan realmente ejercer los derechos y cumplir las obligaciones de su religión, y la sociedad misma goce de los bienes de la justicia y de la paz que dimanan de la fidelidad de los hombres a Dios y a su santa voluntad" (ib., DH 6).

Por lo demás, estos elevados principios, proclamados por el concilio Vaticano II, son patrimonio de muchas sociedades civiles, incluida Italia. En efecto, se encuentran presentes tanto en la Constitución italiana como en los numerosos documentos internacionales que proclaman los derechos humanos.

También usted, señor presidente, ha recordado oportunamente que es necesario reconocer la dimensión social y pública del hecho religioso. El mismo Concilio recuerda que, cuando la sociedad respeta y promueve la dimensión religiosa de sus miembros, recibe a cambio "los bienes de la justicia y de la paz que dimanan de la fidelidad de los hombres a Dios y a su santa voluntad" (ib.).

La libertad que reivindican la Iglesia y los cristianos no va en perjuicio de los intereses del Estado o de otros grupos sociales, y no tiende a una supremacía autoritaria sobre ellos; más bien, es la condición para que, como dije durante la reciente Asamblea nacional eclesial que tuvo lugar en Verona, se pueda prestar el valioso servicio que la Iglesia ofrece a Italia y a todos los países donde está presente. Ese servicio a la sociedad, que consiste principalmente en "dar respuestas positivas y convincentes a las expectativas y a los interrogantes de nuestra gente" (Discurso a los participantes en la Asamblea nacional eclesial en Verona, 19 de octubre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de octubre de 2006, p. 9), ofreciendo a su vida la luz de la fe, la fuerza de la esperanza y el calor de la caridad, se expresa también con respecto al ámbito civil y político. En efecto, aunque es verdad que, por su naturaleza y su misión, "la Iglesia no es y no quiere ser un agente político", sin embargo, "tiene un profundo interés por el bien de la comunidad política" (ib.).

238 Esta aportación específica la dan principalmente los fieles laicos, los cuales, actuando con plena responsabilidad y haciendo uso del derecho de participación en la vida pública, se comprometen juntamente con los demás miembros de la sociedad a "construir un orden justo en la sociedad" (ib.). Por lo demás, en su acción se apoyan en "valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza del ser humano" (ib.), que se pueden reconocer también mediante el recto uso de la razón.

Así, cuando se comprometen con la palabra y con la acción a afrontar los grandes desafíos actuales ?las guerras y el terrorismo, el hambre y la sed, la extrema pobreza de tantos seres humanos, algunas terribles epidemias, y también la defensa de la vida humana en todas sus fases, desde la concepción hasta la muerte natural, y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio y primera responsable de la educación? no actúan por un interés peculiar o en nombre de principios perceptibles únicamente por quien profesa un determinado credo religioso; en cambio, lo hacen en el contexto y según las reglas de la convivencia democrática, por el bien de toda la sociedad y en nombre de valores que toda persona de recto sentir puede compartir. Lo demuestra el hecho de que la mayor parte de los valores que he mencionado están proclamados también por la Constitución italiana, la cual fue elaborada, hace ya sesenta años, por hombres de diversas posiciones ideales.

Señor presidente, quisiera concluir estas reflexiones con el deseo cordial de que la nación italiana avance por el camino del auténtico progreso y aporte a la comunidad internacional su valiosa contribución, promoviendo siempre los valores humanos y cristianos que constituyen su historia, su cultura, su patrimonio ideal, jurídico y artístico, y que siguen siendo la base de su existencia y del compromiso de sus ciudadanos. Desde luego, en este compromiso no faltará la leal y generosa contribución de la Iglesia católica a través de la enseñanza de sus obispos, a los que dentro de poco recibiré con ocasión de su visita ad limina Apostolorum, y gracias a la obra de todos los fieles.

Este deseo lo formulo también en la oración, con la cual imploro de Dios todopoderoso una bendición especial sobre este noble país, sobre sus habitantes y, en particular, sobre los que dirigen su destino.


DECLARACIÓN COMÚN DEL PAPA BENEDICTO XVI Y DEL DR. ROWAN WILLIAMS,

ARZOBISPO DE CANTERBURY Y PRIMADO DE LA COMUNIÓN ANGLICANA

Jueves 23 de noviembre de 2006



Hace cuarenta años, nuestros predecesores el Papa Pablo VI y el Arzobispo Michael Ramsey se reunieron en esta ciudad santificada por el ministerio y la sangre de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Comenzaron un nuevo camino de reconciliación basado en los Evangelios y en las antiguas tradiciones comunes. Siglos de separación entre anglicanos y católicos han dado paso a un nuevo deseo de colaboración y cooperación, puesto que se ha redescubierto y afirmado la comunión real, aunque incompleta, que compartimos. El Papa Pablo VI y el Arzobispo Ramsey decidieron en aquella ocasión entablar un diálogo en el que las cuestiones que en el pasado habían sido motivo de división pudieran afrontarse desde una perspectiva renovada, con verdad y amor.

Desde aquel encuentro, la Iglesia católica romana y la Comunión Anglicana pusieron en marcha un proceso de diálogo fecundo, que se ha caracterizado por el descubrimiento de elementos significativos de fe compartida y por un deseo de expresar, a través de la oración, el testimonio y el servicio, lo que tenemos en común. Durante treinta y cinco años la Comisión internacional anglicano-católica romana (ARCIC) ha elaborado algunos importantes documentos que tratan de articular la fe que compartimos.

En los diez años transcurridos desde la más reciente Declaración común firmada por el Papa y el Arzobispo de Canterbury, la segunda fase de la ARCIC ha completado su mandato con la publicación de los documentos "El don de la autoridad" (1999) y "María: gracia y esperanza en Cristo" (2005). Expresamos nuestra gratitud a los teólogos que han orado y colaborado juntos en la preparación de estos textos, que requieren un estudio y una reflexión ulteriores.

El auténtico ecumenismo va más allá del diálogo teológico; afecta a nuestra vida espiritual y a nuestro testimonio común. Con el desarrollo de nuestro diálogo, muchos católicos y anglicanos han encontrado los unos en los otros un amor a Cristo que nos invita a una cooperación y a un servicio prácticos. Esta unión al servicio de Cristo, vivida por muchas de nuestras comunidades en todo el mundo, da un impulso ulterior a nuestra relación. La Comisión internacional anglicano-católica romana para la unidad y la misión (IARCCUM) está comprometida en la búsqueda de modos adecuados para promover y alimentar nuestra misión común de anunciar al mundo la nueva vida en Cristo. Su informe, concluido recientemente, presenta un resumen de las conclusiones centrales de la ARCIC y hace propuestas para progresar juntos en la misión y en el testimonio, y ha sido entregado para su revisión a la Oficina de la Comunión Anglicana y al Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Expresamos nuestra gratitud por su trabajo.

En esta visita fraterna, celebramos el bien que ha brotado de estas cuatro décadas de diálogo. Agradecemos a Dios los dones de su gracia que las han acompañado. Al mismo tiempo, nuestro largo camino juntos hace necesario reconocer públicamente los desafíos representados por las nuevas problemáticas que, además de dividir a los anglicanos, presentan serios obstáculos para nuestro progreso ecuménico. Por tanto, es urgente que, al renovar nuestro compromiso de proseguir el camino hacia la plena comunión visible en la verdad y en el amor de Cristo, nos comprometamos también a proseguir el diálogo para afrontar las importantes cuestiones surgidas que afectan al ámbito eclesiológico y ético, y que hacen ese camino más arduo y difícil.

Como líderes cristianos que afrontan los desafíos del nuevo milenio, reafirmamos nuestro compromiso público con la revelación de la vida divina, dada únicamente por Dios en la divinidad y la humanidad de nuestro Señor Jesucristo. Creemos que a través de Cristo y de los medios de salvación fundados en él se nos ofrecen a nosotros y al mundo la salvación y la reconciliación.

239 Hay muchas áreas de testimonio y servicio en las que podemos estar unidos y que, de hecho, requieren una cooperación más estrecha entre nosotros: la búsqueda de la paz en Tierra Santa y en otras partes del mundo desgarradas por conflictos y por la amenaza del terrorismo; la promoción del respeto a la vida desde su concepción hasta la muerte natural; la protección de la santidad del matrimonio y del bienestar de los hijos en el contexto de una vida familiar sana; la ayuda a los pobres, a los oprimidos y a los más desprotegidos, y especialmente a los que son perseguidos por su fe; afrontar los efectos negativos del materialismo; la salvaguardia de la creación y de nuestro medio ambiente. También nos comprometemos en el diálogo interreligioso, a través del cual podemos llegar juntos a nuestros hermanos y hermanas no cristianos.

Conscientes de nuestros cuarenta años de diálogo, y del testimonio de los santos hombres y mujeres comunes a nuestras tradiciones, incluyendo a María, la Theotókos, a los santos Pedro y Pablo, Benito, Gregorio Magno y Agustín de Canterbury, nos comprometemos a una oración más ferviente y a un esfuerzo más intenso por acoger y vivir la verdad hacia la que el Espíritu del Señor desea guiar a sus discípulos (cf.
Jn 16,13). Confiando en la esperanza apostólica "de que quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando" (cf. Ph 1,6), creemos que, si juntos podemos ser instrumentos de Dios para llamar a todos los cristianos a una obediencia más profunda a nuestro Señor, también nos acercaremos más los unos a los otros, encontrando en su voluntad la plenitud de unidad y de vida común a la que él nos invita.

Vaticano, 23 de noviembre de 2006

AUDIENCIA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL DR. ROWAN WILLIAMS, ARZOBISPO DE CANTERBURY

Y PRIMADO DE LA COMUNIÓN ANGLICANA

Jueves 23 de noviembre de 2006


Discurso del Santo Padre Benedicto XVI


Vuestra Gracia,
queridos amigos:

¡Gracia y paz a vosotros en el Señor Jesucristo! Vuestra visita aquí hoy nos recuerda la importante costumbre establecida por nuestros predecesores en las últimas décadas. También nos recuerda la muy larga historia de relaciones entre la Sede de Roma y la Sede de Canterbury, que comenzó cuando el Papa Gregorio Magno envió a san Agustín a la tierra de los anglosajones hace más de 1400 años. Me es grato darle hoy la bienvenida a usted y a la distinguida delegación que lo acompaña. Este no es nuestro primer encuentro. En efecto, hace año y medio agradecí su presencia, y la de otros representantes de la Comunión Anglicana, en el funeral del Papa Juan Pablo II y también en la inauguración de mi pontificado.

Vuestra visita a la Santa Sede coincide con el cuadragésimo aniversario de la visita del entonces Arzobispo de Canterbury, dr. Michael Ramsey, al Papa Pablo VI. Fue un encuentro lleno de grandes promesas, porque la Comunión Anglicana y la Iglesia católica dieron pasos para iniciar un diálogo sobre las cuestiones que se deben afrontar en la búsqueda de la plena unidad visible.

En nuestras relaciones de los últimos cuarenta años hay muchas cosas por las que debemos dar gracias. La labor realizada por la comisión de diálogo teológico ha sido fuente de aliento al hacer frente a cuestiones doctrinales que nos habían separado en el pasado. La amistad y las buenas relaciones que existen en muchos lugares entre anglicanos y católicos han ayudado a crear un nuevo contexto que ha alimentado y ha hecho progresar nuestro testimonio común del Evangelio de Jesucristo. Las visitas de los Arzobispos de Canterbury a la Santa Sede han servido para fortalecer estas relaciones y han desempeñado un papel importante al afrontar los obstáculos que nos separaban. Esta tradición ha contribuido a organizar un encuentro constructivo de los obispos anglicanos y católicos en Mississauga, Canadá, en mayo de 2000, en el que se acordó crear una comisión conjunta de obispos para discernir los medios adecuados que expresaran en la vida eclesial los progresos logrados. Por todo esto, damos gracias a Dios.

Sin embargo, en el contexto actual, y especialmente en el mundo occidental secularizado, hay muchas influencias y presiones negativas que afectan a los cristianos y a las comunidades cristianas. Durante los últimos tres años habéis hablado abiertamente de las tensiones y dificultades que acechan a la Comunión Anglicana y, por consiguiente, de la incertidumbre respecto al futuro de la Comunión misma. Los recientes cambios, especialmente por lo que concierne al ministerio ordenado y a algunas enseñanzas morales, no sólo han afectado a las relaciones internas de la Comunión Anglicana, sino también a las relaciones entre la Comunión Anglicana y la Iglesia católica. Creemos que esas cuestiones, sobre las que se discute actualmente dentro de la Comunión Anglicana, son de vital importancia para anunciar el Evangelio en su integridad, y que vuestras discusiones actuales influirán en el futuro de nuestras relaciones. Es de esperar que en vuestro discernimiento sigáis tomando muy en serio la obra del diálogo teológico, que ha alcanzado un grado notable de acuerdo sobre estas y otras importantes cuestiones teológicas. En estas deliberaciones os acompañamos con nuestra sentida oración. Abrigamos la ferviente esperanza de que la Comunión Anglicana siga fundamentándose en los Evangelios y en la Tradición apostólica, que son nuestro patrimonio común y la base de nuestra aspiración común a trabajar por la plena unidad visible.

240 El mundo necesita nuestro testimonio y la fuerza que brota de un anuncio indiviso del Evangelio. Los inmensos sufrimientos de la familia humana y las formas de injusticia que afectan negativamente a la vida de tantas personas son un llamamiento urgente a nuestro testimonio y servicio común.
Precisamente por esta razón, incluso en medio de las dificultades actuales, es importante continuar nuestro diálogo teológico. Espero que su visita ayude a encontrar en las circunstancias actuales caminos constructivos con vistas al futuro.

Que el Señor siga bendiciéndolo a usted y a su familia, y lo fortalezca en su ministerio en la Comunión Anglicana.


Discurso del Primado de la Comunión Anglicana


Santidad:

Me es muy grato tener la oportunidad de saludarlo en esta ciudad que fue santificada, justo en los primeros tiempos de la era cristiana, por el ministerio de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y en la cual muchos de vuestros predecesores han dado un hermoso testimonio del Evangelio transformador de nuestro Señor Jesucristo.

Al inicio de mi ministerio como Arzobispo de Canterbury visité a su muy amado y venerado predecesor el Papa Juan Pablo II, y le transmití el saludo de la familia anglicana de Iglesias, que en todo el mundo cuenta con unos ochenta millones de cristianos. Por su entrega a Cristo, el Papa Juan Pablo II ha sido inspiración para muchos en todo el mundo y, como usted sabe, conquistó un lugar especial en el corazón de tantos, más allá de la Iglesia católica romana, por la compasión y la firmeza que mostró con todos en su ministerio.

Al encontrarnos en esta ocasión, también recordamos y celebramos la visita de mi predecesor el Arzobispo Michael Ramsey al Papa Pablo VI hace cuarenta años, cuando aquel encuentro entre los líderes de las Iglesias anglicana y católica romana inició un proceso de reconciliación y fraternidad que ha continuado hasta hoy. El anillo que llevo hoy es el anillo episcopal que el Papa Pablo entregó al Arzobispo Michael; y esta cruz es regalo del Papa Juan Pablo II, símbolo de nuestro compromiso común de trabajar por la plena unidad visible de la familia cristiana.

Con ese mismo espíritu fraterno realizo esta visita, puesto que el camino de amistad que ellos comenzaron es el mismo que a mi parecer debemos continuar juntos. Me ha animado el modo en que, desde el comienzo mismo de su ministerio como Obispo de Roma, ha destacado usted la importancia del ecumenismo en su ministerio. Si queremos que la buena nueva de Jesucristo se proclame plenamente a un mundo necesitado, la reconciliación de todos los cristianos en la verdad y en el amor de Dios es un elemento vital para nuestro testimonio.

Digo esto consciente de que el camino hacia la unidad no es fácil y de que las discusiones sobre cómo aplicar el Evangelio a los desafíos planteados por la sociedad moderna a menudo pueden oscurecer o incluso amenazar los resultados del diálogo, el testimonio común y el servicio. En el mundo moderno, cualquier acción de algún miembro de la familia cristiana tiene un profundo impacto en nuestros interlocutores ecuménicos; sólo una sólida base de amistad en Cristo nos permitirá ser honrados al hablar unos con otros sobre estas dificultades y discernir el camino futuro para ser totalmente fieles a la misión que se nos ha confiado como discípulos de Cristo. Por tanto, vengo aquí hoy para celebrar la colaboración actual entre anglicanos y católicos romanos, pero también dispuesto a escuchar y comprender las preocupaciones que usted desee compartir conmigo.

Sin embargo, hay una tarea que tenemos encomendada ambos como pastores de la familia cristiana: ser promotores de la reconciliación, de la justicia y del amor en este mundo, es decir, ser embajadores de Cristo, y confío en que un franco intercambio de nuestras preocupaciones haga que no se eclipse lo que podemos afirmar y proclamar juntos: la esperanza de salvación fundada en la gracia y en el amor de Dios revelado en Cristo.


A LOS EMPLEADOS DE LOS MUSEOS VATICANOS


EN EL V CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN


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Jueves 23 de noviembre de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría os acojo y doy a cada uno mi cordial bienvenida. Saludo en primer lugar a monseñor Giovanni Lajolo, presidente de la Gobernación, y le agradezco las palabras con que se ha hecho intérprete de vuestro afecto, subrayando la atención especial que los Sumos Pontífices han prestado a los Museos vaticanos, que este año celebran su V centenario. Saludo, asimismo, al secretario general, monseñor Renato Boccardo, y al director de los Museos, doctor Francesco Buranelli. Naturalmente, el encuentro con vosotros, que formáis el grupo de empleados más numeroso de la Ciudad del Vaticano, estaba ya en mi agenda, y me alegra que tenga lugar durante estas celebraciones jubilares. Quisiera dirigir también mi saludo a los familiares presentes, haciéndolo extensivo a todas vuestras familias.

Cada día miles de personas visitan los Museos vaticanos. En el año 2005 se contaron más de 3.800.000 personas, y en este año 2006 ya han superado los cuatro millones. Esto hace reflexionar. En efecto, ¿quiénes son estos visitantes? Son una representación muy heterogénea de la humanidad. Muchos de ellos no son católicos; otros muchos no son cristianos y tal vez tampoco creyentes. Buena parte de ellos va también a la basílica de San Pedro, pero del Vaticano bastantes personas sólo visitan los Museos.

Todo ello impulsa a reflexionar sobre la extraordinaria responsabilidad que tiene esta institución desde el punto de vista del mensaje cristiano. Viene a la mente la inscripción que el Papa Benedicto XIV, a mediados del siglo XVIII, mandó grabar en el frontispicio del así llamado Museo cristiano, para explicar su finalidad: "Ad augendum Urbis splendorem et asserendam Religionis veritatem", "Para aumentar el esplendor de Roma y afirmar la verdad de la Religión cristiana".
El acercamiento a la verdad cristiana a través de la mediación de la expresión artística o histórico-cultural brinda una nueva oportunidad para hablar a la inteligencia y a la sensibilidad de personas que no pertenecen a la Iglesia católica y a veces pueden albergar prejuicios y desconfianza con respecto a ella.

Los que visitan los Museos vaticanos tienen la oportunidad de "sumergirse" en un concentrado de "teología por imágenes", al detenerse en este santuario de arte y de fe. Sé cuanto esfuerzo supone la protección, la conservación y la tutela diaria de esas salas, y os agradezco el empeño que ponéis para lograr que hablen a todos y del mejor modo posible. Es un trabajo en el que todos vosotros, queridos amigos, estáis implicados. Todos sois importantes, pues el buen funcionamiento del Museo, como sabéis muy bien, depende de la aportación de cada uno.

Permitidme ahora poner de relieve una verdad que está escrita en el "código genético" de los Museos vaticanos: la gran civilización clásica y la civilización judeocristiana no se contraponen, sino que convergen en el único plan de Dios. Lo demuestra el hecho de que el origen remoto de esta institución se remonta a una obra que con razón podríamos definir "profana" —el magnífico grupo escultórico del Laocoonte—, pero que, en realidad, insertada en el contexto vaticano, adquiere su plena y más auténtica luz.

Es la luz de la criatura humana modelada por Dios, de la libertad en el drama de su redención, situada entre la tierra y el cielo, entre la carne y el espíritu. Es la luz de una belleza que se irradia desde el interior de la obra artística y lleva al espíritu a abrirse a lo sublime, donde el Creador se encuentra con la criatura hecha a su imagen y semejanza.

Todo esto podemos leerlo en una obra maestra como es precisamente el Laocoonte, pero se trata de una lógica propia de todo el Museo, que desde esta perspectiva se presenta verdaderamente como un todo unitario en la compleja articulación de sus secciones, a pesar de ser tan diferentes entre sí. La síntesis entre Evangelio y cultura se presenta de forma muy explícita en algunos sectores y casi "materializada" en algunas obras: pienso en los sarcófagos del museo Pío-cristiano, o en las tumbas de la necrópolis de la vía Triunfale, que este año ha duplicado el área del museo, o en la excepcional colección etnológica de procedencia misionera.

Realmente el Museo muestra un entrelazamiento continuo entre cristianismo y cultura, entre arte y fe, entre lo divino y lo humano. La capilla Sixtina constituye, al respecto, una cima insuperable.
242 Volvamos ahora a vosotros, queridos amigos. Los Museos vaticanos son vuestro lugar de trabajo diario. Muchos de vosotros estáis en contacto directo con los visitantes. Por eso, ¡cuán importante es vuestro trato y vuestro ejemplo para dar a todos un testimonio de fe sencillo pero eficaz! Un templo de arte y de cultura como los Museos vaticanos exige que la belleza de las obras vaya acompañada por la de las personas que trabajan en ellos: belleza espiritual, que hace realmente eclesial el ambiente, impregnándolo de espíritu cristiano. Así pues, el hecho de trabajar en el Vaticano constituye un compromiso ulterior de cultivar la propia fe y dar testimonio cristiano.

A este propósito, además de la participación activa en la vida de vuestras comunidades parroquiales, os pueden ayudar también los momentos de celebración y formación espiritual animados por vuestros asistentes espirituales, a los que agradezco su entrega. Os invito sobre todo a hacer que cada una de vuestras familias sea una "pequeña Iglesia", en la que la fe y la vida se entrelacen en la sucesión de los acontecimientos alegres y tristes de todos los días. Precisamente por esto me alegra que esté presente hoy una representación significativa de vuestros familiares.

Que la Virgen María y san José os ayuden a vivir en perenne acción de gracias, gustando las alegrías sencillas de cada día y multiplicando las obras buenas. Aseguro mi oración por cada uno de vosotros, de modo especial por los ancianos, los niños y los enfermos, y, a la vez que os agradezco vuestra grata visita, os bendigo con afecto a vosotros y a todos vuestros seres queridos.



Discursos 2006 236