Discursos 2007 120

A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MOZAMBIQUE EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 26 de mayo de 2007

Señor cardenal;
amados hermanos en el episcopado:

121 Siguiendo una antigua tradición, habéis venido a Roma, acompañados espiritualmente por vuestro pueblo cristiano, para venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Hoy, con vuestra presencia aquí, queréis testimoniar de modo colegial la unidad de fe y la conformidad de propósitos existentes entre vuestras Iglesias particulares y la Iglesia que está en Roma y "preside la caridad" (san Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos), así como la unidad entre vosotros y el Sucesor de Pedro, compartiendo su solicitud por todas las Iglesias (cf. 2Co 11,28).

Sé que siempre realizáis vuestro ministerio en unión con el Papa, como muchas veces me lo habéis hecho saber y ahora mismo acabáis de repetírmelo a través de las amables palabras de monseñor Tomé Makhweliha, arzobispo de Nampula y presidente de la Conferencia episcopal, que se ha hecho intérprete de los sentimientos y preocupaciones que tenéis en este momento de vuestra visita ad limina. Por tanto, os abrazo y acojo con gran alegría y estima en esta casa, aprovechando la ocasión para enviar, con vosotros y a través de vosotros, un cordial saludo a todo el pueblo de Dios que está en Mozambique: a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a los animadores, a las familias cristianas y a todos los fieles laicos, porque todos están llamados, en la diversidad de sus carismas, a testimoniar a Jesucristo, el Señor.

Amados pastores, a quienes de entre vosotros recibieron hace mucho tiempo la plenitud del sacerdocio, les expreso mis mejores deseos de que prosigan incansablemente el cuidado pastoral de cuantos les han sido encomendados; a los que han sido consagrados obispos más recientemente les manifiesto mi vivo afecto y mi esperanza ante Dios de que sus jóvenes energías den nuevo impulso a la obra de evangelización y formación cristiana que ya estáis realizando. Asimismo, os aseguro a cada uno mis oraciones para que el Espíritu del Señor, mediante vuestro ejemplo y vuestro ministerio, realice un nuevo Pentecostés y "renueve la faz de la tierra" en vuestra querida nación.

Sí, pido al Espíritu Santo que acompañe con la abundancia de su luz y de su fuerza el ejercicio de vuestro ministerio pastoral. Como os dijeron el día de vuestra ordenación episcopal, sois responsables del anuncio de la palabra de Dios en toda la región que se os ha encomendado; responsables de la celebración de la liturgia, de la formación en la oración y de la preparación para los sacramentos, a fin que se administren dignamente al pueblo cristiano; y responsables también de la unidad orgánica de la diócesis, de sus instituciones de asistencia, formación y apostolado. Para eso habéis sido revestidos con la autoridad de pastores; esta, además, toma la forma del Siervo que da su vida y su tiempo, sus fuerzas y su valentía por sus ovejas, y se refuerza con el ejemplo que les dais para llevarlas a la santidad de vida, convirtiéndoos en "modelos de la grey" (1P 5,3).
Obviamente, este servicio pastoral pasa a través de vuestra presencia, lo más constante posible, en todas las comunidades esparcidas por la diócesis y a través de una atención paterna a sus condiciones de vida, humanas y religiosas. En particular, vuestros sacerdotes necesitan ser visitados o recibidos, escuchados, orientados y animados. Vosotros, juntamente con ellos, tenéis una tarea enorme que realizar, naturalmente en comunión con el Espíritu Santo, que actúa en los corazones: la primera evangelización de más de la mitad de la población de Mozambique.

Sabemos que los obstáculos son numerosos y complejos, que la acogida y el crecimiento no dependen de nosotros, sino de la libertad de las personas y de la gracia. Pero, al menos, procurad que el anuncio misionero siga siendo vuestra principal prioridad, y comunicad a cuantos tienen la gracia de ser cristianos que deben contribuir a su realización. Un medio providencial para un renovado impulso misionero son los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades: acogedlos y promovedlos en vuestras diócesis, porque el Espíritu Santo se sirve de ellos para despertar y profundizar la fe en los corazones y proclamar la alegría de creer en Jesucristo.

En verdad, es importante profundizar la fe con todos los medios que tenéis a vuestra disposición: catequesis de jóvenes y adultos, reuniones, liturgia, con la inculturación necesaria. Sin esta formación profunda, la fe y la práctica religiosa serían superficiales y frágiles, las costumbres ancestrales no se podrían impregnar de espíritu cristiano, los corazones serían agitados por cualquier tipo de doctrina, las sectas atraerían a los fieles, alejándolos de la Iglesia, y el diálogo respetuoso con las demás religiones se frenaría por las insidias y los riesgos. Y, sobre todo, los bautizados no podrían resistir a la indiferencia religiosa, al materialismo y al neopaganismo, fenómenos generalizados hoy en las sociedades de consumo.

Al contrario, una fe profunda y comprometida renovará el comportamiento de las personas en su vida socio-profesional y, en consecuencia, el entramado de la sociedad. Así, los cristianos dan su contribución para combatir las injusticias y elevar el nivel de vida de las personas y los grupos menos favorecidos, para educar en la rectitud de costumbres, en la tolerancia, en el perdón y en la reconciliación. Se trata de una obra ética de gran importancia, que contribuye al bien de la patria; como pastores, os corresponde inspirarla y sustentarla, conservando siempre vuestra libertad, que es la de la Iglesia en su misión profética, manteniendo bien nítida la distinción entre la misión pastoral y la que promueven los programas y los poderes políticos.

Toda la obra de la que os he hablado depende del número y de la calidad de los obreros apostólicos que colaboran con vosotros: sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y animadores de movimientos y comunidades. Por lo que se refiere a los sacerdotes, me complace señalar su primer Encuentro de formación permanente, en julio de 2001, iniciativa que os dio ocasión de estimularlos a una revisión de vida a propósito de su acción apostólica y a su renovación espiritual. Os animo a favorecer esta formación permanente con vistas a una actualización teológica y pastoral del clero, así como a una vida espiritual regular. Se trata de su dinamismo apostólico al servicio de la evangelización, de su capacidad de afrontar los problemas y de la santidad de su ministerio.

Igualmente importante y decisivo es preparar bien a los futuros sacerdotes. Sé que os preocupáis por mejorar la formación teológica y espiritual en los seminarios; es un tema frecuente de los trabajos de vuestra Conferencia episcopal y de la Conferencia de superiores religiosos y superioras religiosas, dispuestos a daros su colaboración. Dada la importancia de lo que está en juego, os exhorto a dedicar a esta formación a vuestros mejores sacerdotes y a velar para que los directores espirituales de los seminarios se preparen debidamente.

La grave escasez de sacerdotes muestra cuán necesario es invertir en la pastoral de las vocaciones sacerdotales y religiosas, dándole nuevo impulso y coordinación a nivel diocesano y nacional. Eso pasa a través de una reflexión de todos los miembros de la Iglesia sobre el papel del sacerdocio, principalmente en las llamadas "pequeñas comunidades cristianas".

122 Una idéntica toma de conciencia merecería ser profundizada y ampliada a propósito de la vida consagrada. ¿Cómo es posible que sus candidatos y el pueblo cristiano admiren los institutos de vida consagrada más por la ayuda que dan al apostolado y a la promoción humana que por el valor intrínseco y la belleza incomparable de una consagración total a Dios, en el seguimiento de Cristo, a quien la persona consagrada se une como a su Esposo divino? Con todo, esta última perspectiva es tan beneficiosa para toda la Iglesia, que en ella encontraría una llamada muy especial a la santidad mediante la vivencia de las bienaventuranzas. Aquí tampoco se puede descuidar una formación básica para los aspirantes a la vida consagrada, según la espiritualidad específica de cada familia religiosa. No dudo de que los organismos de coordinación de religiosos y religiosas han de colaborar, con vosotros, para afrontar esta exigencia.

En Mozambique, como en muchos países africanos, los catequistas desempeñan un papel determinante tanto en la formación de los catecúmenos como en la animación de muchas comunidades desprovistas de un sacerdote permanente. Es grande y meritoria su entrega generosa y desinteresada, pero necesitan una formación esmerada y un apoyo particular para afrontar su responsabilidad de testigos de la fe ante la evolución cultural de sus hermanos y hermanas, y para poder guiarlos con el ejemplo de una vida santa.

El futuro dependerá en gran parte del modo como los jóvenes —que en vuestro país constituyen la mayoría de la población— puedan adquirir convicciones de fe, vivirlas en un ambiente que ya no les ofrece las orientaciones éticas y el apoyo de las instituciones como en el pasado, e integrarse con confianza en las comunidades eclesiales. Es un campo inmenso, al que se agrega el mundo de los niños, de los adolescentes y sobre todo de los estudiantes, expuestos a todo tipo de corrientes y cuestiones en ebullición. Os aliento especialmente en vuestros esfuerzos por obtener para todos los jóvenes cristianos la posibilidad de recibir una sólida enseñanza religiosa, para una acción cristiana a su medida.

La evangelización de la vida cristiana y el despertar de las vocaciones dependen de la formación de familias auténticamente cristianas que acepten el modelo, las exigencias y la gracia del matrimonio cristiano. Sé que no faltan dificultades, debido a los límites de ciertas costumbres antiguas y también a la inestabilidad de los hogares, puestos a dura prueba por una sociedad llamada moderna, contaminada de sensualismo e individualismo. La crisis sólo se atenuará mediante una pastoral familiar dinámica y bien fundamentada, que se apoye en asociaciones familiares coordinadas a nivel diocesano y nacional.

Amados hermanos en el episcopado, hay otros campos donde se requiere vuestra solicitud pastoral: la asistencia a los pobres, a los enfermos y a los marginados, la actitud que es preciso adoptar ante la invasión de las sectas, el desarrollo de los medios de comunicación social, etc. Pero los puntos señalados representan ya un peso que requiere arduos esfuerzos, si consideramos las limitadas fuerzas apostólicas de que disponéis, incluso recurriendo a los sacerdotes y a los religiosos de otros países que espero se muestren generosos. Estoy seguro de que podréis superar todos estos desafíos gracias a la fe y a la determinación que os animan, y gracias al Espíritu Santo, que nunca niega su ayuda a cuantos se la piden y cumplen la voluntad de Dios.

Esta es, ante todo, la unión afectiva y efectiva en el seno de vuestra Conferencia episcopal. Como bien sabéis, en la última Cena el Señor Jesús rogó por la unidad de los Apóstoles, para que imitaran su unidad con el Padre (cf.
Jn 17,21). En el firme vínculo que os une al Sucesor de Pedro, conservad y aumentad la unidad y la actividad colegial entre vosotros. Reunid vuestras experiencias, interpretad de manera concorde los signos de los tiempos relativos a las necesidades de vuestro pueblo, animados siempre por un espíritu de fidelidad a la Iglesia. Esta unidad entre vosotros, pastores, será el centro y la raíz de la perfecta comunión eclesial, que abraza a todos en Cristo: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles laicos.

Que sobre todos vele con amor materno la Virgen María, a la que os encomiendo al impartiros mi bendición apostólica a vosotros, a vuestros colaboradores y a toda la Iglesia en Mozambique, que Dios ha puesto como fermento y luz en el seno de vuestra amada nación.


A UN GRUPO DE EMPRESARIOS ITALIANOS

Sala clementina

Sábado 26 de mayo de 2007

Queridos amigos:

Gracias por vuestra visita, que me es particularmente grata: os saludo cordialmente a cada uno. En primer lugar, saludo a vuestro presidente, el doctor Matteo Colaninno, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi saludo a los responsables nacionales, regionales y provinciales del Movimiento de empresarios jóvenes, así como a todos los miembros de vuestra asociación, que se distingue por ser un movimiento de personas y no simplemente una organización de empresas. De este modo se quiere poner de relieve la responsabilidad del empresario, llamado a dar una contribución peculiar al desarrollo económico de la sociedad. En efecto, el tenor del bienestar social de que goza hoy Italia no sería posible sin la aportación de los empresarios y de los dirigentes, «cuyo papel», como recuerda el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, «reviste una importancia central desde el punto de vista social, porque se sitúa en el corazón de la red de vínculos técnicos, comerciales, financieros y culturales, que caracterizan la moderna realidad de la empresa» (n. 344).

123 En este encuentro quisiera exponer algunas breves consideraciones sobre vuestro papel en los ámbitos de la vida económica. Me inspiro en un texto del concilio Vaticano II conocido y citado a menudo: «En las empresas económicas —recuerda el Concilio— se asocian personas, es decir, hombres libres y responsables, creados a imagen de Dios. Por ello, teniendo en cuenta las funciones de cada uno, propietarios, dadores de trabajo, dirigentes u obreros, y quedando a salvo la unidad necesaria de la dirección del trabajo, hay que promover, según formas que hay que determinar convenientemente, la participación activa de todos en la gestión de la empresa» (Gaudium et spes GS 68).

Toda empresa ha de considerarse, en primer lugar, como un conjunto de personas, cuyos derechos y dignidad se deben respetar. A este propósito, me ha complacido saber que vuestro Movimiento, durante estos años, se ha esforzado por subrayar con vigor la centralidad del hombre en el campo de la economía. Al respecto, fue significativo vuestro primer Congreso nacional de 2006 sobre el tema: "La economía del hombre". En efecto, es indispensable que la referencia última de toda intervención económica sea el bien común y la satisfacción de las legítimas expectativas del ser humano. En otros términos, la vida humana y sus valores deben ser siempre el principio y el fin de la economía.

Desde esta perspectiva, asume su justo valor la función de los beneficios como primer indicador del buen funcionamiento de la empresa. El magisterio social de la Iglesia reconoce su importancia, subrayando al mismo tiempo la necesidad de tutelar la dignidad de las personas implicadas de diversas maneras en las empresas. Incluso en los momentos de mayor crisis, el criterio que gobierna las opciones empresariales no puede ser la mera promoción de una mayor ganancia. Al respecto, el Compendio ya citado afirma: «Los empresarios y los dirigentes no pueden tener en cuenta exclusivamente el objetivo económico de la empresa, los criterios de la eficiencia económica, las exigencias del cuidado del "capital" como conjunto de medios de producción: el respeto concreto de la dignidad humana de los trabajadores que laboran en la empresa es también su deber preciso». «Las personas —prosigue el texto— constituyen "el patrimonio más valioso de la empresa", el factor decisivo de la producción. En las grandes decisiones estratégicas y financieras, de adquisición o de venta, de reajuste o cierre de instalaciones, en la política de fusiones, los criterios no pueden ser exclusivamente de naturaleza financiera y comercial» (n. 344).

Es necesario que la actividad laboral vuelva a ser el ámbito en el que el hombre puede realizar sus potencialidades, haciendo fructificar su capacidad e ingenio; y de vosotros, los empresarios, depende en gran parte crear las condiciones más favorables para que esto suceda. Ciertamente, todo esto no es fácil, dado que el mundo del trabajo está marcado por una fuerte y persistente crisis, pero estoy seguro de que no escatimaréis esfuerzos para salvaguardar el empleo, de modo particular el de los jóvenes. Para construir su futuro con confianza, deben poder contar efectivamente con una fuente segura de sustentamiento para sí y para sus seres queridos.

Junto con la centralidad del hombre en la economía, vuestra reflexión ha afrontado durante estos años otros temas de gran actualidad, como por ejemplo el de la familia en la empresa italiana. Muchas veces he reafirmado la importancia de la familia fundada en el matrimonio, como elemento básico de la vida y del desarrollo de una sociedad. Trabajar en favor de las familias significa contribuir a renovar el entramado de la sociedad y poner también las bases de un auténtico desarrollo económico.

Otro tema importante que habéis subrayado es el complejo fenómeno de la globalización. Este fenómeno, por una parte, alimenta la esperanza de una participación más general en el desarrollo y en la difusión del bienestar gracias a la redistribución de la producción a escala mundial; pero, por otra, presenta diversos riesgos vinculados a las nuevas dimensiones de las relaciones comerciales y financieras, que van en la dirección de un incremento de la brecha entre la riqueza económica de unos pocos y el crecimiento de la pobreza de muchos.

Como afirmó de manera incisiva mi venerado predecesor Juan Pablo II, es preciso «asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar a nadie al margen» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1998, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de diciembre de 1997, p. 6).

Que el Señor, queridos amigos, ilumine vuestra mente y fortalezca vuestra voluntad para que cumpláis vuestra misión como un valioso servicio a la sociedad. Con estos sentimientos, a la vez que aseguro un recuerdo particular en la oración por cada uno de vosotros y por vuestras actividades, de corazón os bendigo a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.


AL SÍNODO SIRO-MALANKAR

Lunes 28 de mayo de 2007



Beatitud;
fieles, hermanos y hermanas;
124 miembros del Sínodo siro-malankar:

Me alegra acogerlo con ocasión de su primera visita a Roma desde su elección como arzobispo mayor de la amada Iglesia católica siro-malankar. Le agradezco sinceramente su saludo afectuoso y respetuoso, así como su gran deseo de "ver a Pedro" (cf.
Ga 1,18). Juntos demos gracias a Dios por esta providencial oportunidad de confirmar el vínculo de comunión con la Sede de Roma del que su comunidad se siente con razón orgullosa.

Pienso en los ilustres pastores que el Espíritu Santo llamó para ayudar a su pueblo a redescubrir la unidad con el Sucesor de Pedro. Pienso en particular en Mar Ivanios, que en 1930 profesó solemnemente la fe católica, e inició generosamente un camino eclesial lleno de bendiciones. Eso permitió a mi predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II elevar la Iglesia siro-malankar a la categoría de arzobispado mayor en febrero de 2005. El venerable Mar Cyril Baselios, metropolita sui iuris de Trivandrum de los siro-malankares, se convirtió entonces en vuestro primer arzobispo mayor y en calidad de arzobispo mayor vino a Roma para representar a la comunidad malankar cuando la Iglesia y el mundo despedían al amado Pontífice que había sido llamado a la casa del Padre. Inmediatamente después lo siguió el mismo Mar Baselios. Hoy sentimos la cercanía de estos inolvidables pastores, mientras la Iglesia siro-malankar prosigue su generosa misión, llena de confianza en la gracia de Dios.

La valiosa herencia de vuestra tradición eclesial ha sido puesta en sus manos, Beatitud, mediante el acto de elección canónica llevada a cabo por los padres del Sínodo siro-malankar. Que el Señor le conceda abundantes dones espirituales, para que esa herencia siga dando mucho fruto según la voluntad del Señor.

Como Sucesor de Pedro, he tenido la alegría de confirmar la decisión del Sínodo. Ahora la Iglesia universal, juntamente con todos los que pertenecen a su tradición eclesial, cuenta con usted, Beatitud, para garantizar que la comunidad malankar avance por un doble camino. Por una parte, mediante la fidelidad a la Sede apostólica participaréis siempre plenamente en la dimensión universal de la única Iglesia de Cristo; y, por otra, vuestra fidelidad a las peculiaridades orientales de vuestra tradición permitirá a toda la Iglesia beneficiarse de lo que en su sabiduría multiforme "el Espíritu Santo dice a las Iglesias" (cf. Ap 2,7 et passim).

Como cabeza y pastor de la Iglesia siro-malankar, usted, Beatitud, tiene la misión de guiar y sostener el testimonio cristiano y la vida eclesial de los fieles de esa noble Iglesia en el vasto subcontinente de la India y en las demás regiones donde hay católicos siro-malankares. Al mismo tiempo, está tratando de afrontar los desafíos más graves que se plantean al inicio de este tercer milenio cristiano.

Ha llegado la hora de la nueva evangelización, un tiempo de diálogo constantemente renovado y convencido con todos los hermanos y hermanas que comparten nuestra fe cristiana, un tiempo de encuentro respetuoso y fecundo entre religiones y culturas para el bien de todos y en especial de los más pobres entre los pobres. Debemos renovar constantemente nuestro compromiso por la evangelización, tratando de construir la paz, en la justicia y la solidaridad, para toda la familia humana.

Le deseo que cuente siempre con la fuerza del Señor y con el apoyo colegial de sus hermanos en el episcopado, los miembros del Sínodo. Le ruego que les asegure mis oraciones y les transmita mi saludo especial con ocasión del 75° aniversario de la institución de la jerarquía siro-malankar.

Estamos aún inmersos en el clima de Pentecostés y deseamos acompañar a la santa Madre de Dios y a los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, dóciles a la acción del Espíritu. A la santísima Virgen encomiendo mis oraciones por usted, Beatitud, y por toda la Iglesia siro-malankar, pidiendo que el don del Espíritu siga alimentándoos y fortaleciéndoos mientras dais testimonio del Evangelio de Cristo.

Con estos sentimientos imparto de corazón mi bendición apostólica a usted, mi venerable hermano, y a todos los hijos e hijas de la Iglesia siro-malankar.

Muchas gracias. Que Dios os bendiga.


DURANTE LA VISITA AL PALACIO DE LA GOBERNACIÓN DEL ESTADO DE AL CIUDAD DEL VATICANO

125

Jueves 31 de mayo de 2007

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

"La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros" (2Th 3,18). Con las palabras del apóstol san Pablo dirijo un saludo cordial a todos los que formáis la gran familia de los que trabajan en las diversas oficinas del Estado de la Ciudad del Vaticano. Saludo a los señores cardenales miembros de la Comisión pontificia y al presidente, el arzobispo Giovanni Lajolo, al que agradezco las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido. Mi saludo se extiende a los demás señores cardenales y a los superiores de la Gobernación. A todos les doy las gracias por haber venido aquí y por la generosidad con que, de varias maneras, contribuyen a las diferentes actividades que el conjunto de la Gobernación debe llevar a cabo.

Saludo en particular a los patrocinadores de los Museos vaticanos que han tenido la amabilidad de unirse a nosotros. Gracias por haber hecho un largo viaje desde Estados Unidos, Inglaterra, Irlanda, Portugal y Chile. Vuestra generosidad da un testimonio espléndido de la belleza de la fe, expresada de modo tan admirable en las obras de arte que vosotros amablemente ayudáis a restaurar.

Mi pensamiento se dirige en especial a vosotros, queridos amigos, que prestáis vuestra colaboración en los diversos sectores de nuestro pequeño Estado, desde los más visibles hasta los más ocultos. Constato y aprecio cada día los frutos de vuestro trabajo y de vuestra competencia, y he venido aquí precisamente para expresaros mi gratitud sincera y daros un signo concreto de mi cercanía.

Sé bien que vuestro servicio a menudo es pesado y exige sacrificios que a veces no sólo os implican a vosotros sino también a vuestras familias; eso hace que mi agradecimiento sea aún más sentido. Y aprovecho la ocasión para saludar a vuestros familiares, algunos de los cuales están aquí con nosotros esta tarde.

La Gobernación, en cuyas oficinas trabajáis, desempeña una función importante. Cuando mi venerado predecesor Pío XI mantuvo las negociaciones para llegar a los Pactos Lateranenses, se preocupó de que la Santa Sede pudiera contar con "un territorio suficiente" para garantizar "la absoluta independencia en el cumplimiento de su elevada misión en el mundo". Al realizar con empeño vuestras tareas, queridos amigos, aseguráis la vida diaria del Estado y ayudáis al Papa en el cumplimiento del ministerio que el Señor le ha encomendado al servicio de la Iglesia y del mundo. Por consiguiente, se os puede definir "colaboradores del Papa" y, como tales, os saludo hoy precisamente aquí, delante de este edificio que simboliza idealmente los diversos lugares en los que desempeñáis vuestras funciones.

Así pues, trabajáis en el Vaticano, para el Papa y con el Papa; trabajáis precisamente en los lugares donde han dado su testimonio tantos mártires y ante todo el apóstol san Pedro. Esto exige de vosotros, además de competencia, profesionalidad y entrega, también un serio compromiso de testimonio evangélico.

Cuento con vosotros, y os pido que crezcáis cada día en el conocimiento de la fe cristiana, en la amistad con Dios y en el generoso servicio a los hermanos. Por tanto, os exhorto a ser, tanto en el hogar como en el trabajo, siempre fieles a los compromisos de vuestro bautismo, a ser discípulos dóciles y testimonios creíbles del Señor Jesús. Sólo así podréis dar una valiosa contribución a la difusión del Evangelio y a la construcción de la civilización del amor.

126 Hace poco, en la capilla de la Gobernación, he bendecido una hermosa imagen de la Virgen, a la que veneráis como "Madre de la familia". También he bendecido el nuevo órgano, conseguido expresamente a fin de sostener el canto de la asamblea litúrgica cuando os reunís para la santa misa diaria. La presencia de la Iglesia en vuestras oficinas y en vuestros talleres os debe recordar cada día la mirada paterna de Dios que, en su providencia, os sigue y cuida de cada uno de vosotros.

Que la oración, que es diálogo confiado con el Señor, y la participación, incluso entre semana, en la celebración del sacrificio divino, que nos une a Cristo Salvador, sea el secreto y la fuerza de vuestras jornadas y os sostenga siempre, de modo especial en los momentos difíciles.

Además, me han informado de que entre los proyectos de la Gobernación se encuentra una fuente dedicada a san José, subvencionada por generosos donantes. El esposo de la Virgen María, cabeza de la Sagrada Familia y patrono de la Iglesia, con pleno derecho puede considerarse ejemplo y modelo de quienes trabajan en los múltiples sectores de la Gobernación, prestando un servicio por lo general humilde y silencioso, pero de indispensable apoyo para la actividad de la Santa Sede. Por tanto, deseo que el proyecto llegue a realizarse realmente. Y pido a san José que os proteja siempre a vosotros y a vuestras familias.

Además de la protección de san José, invoco sobre vosotros la maternal asistencia de la Virgen María, Madre de la Iglesia, que nos mira desde lo alto de este edificio. A ella os encomiendo a todos vosotros: su sonrisa maternal os acompañe y su intercesión os obtenga las más selectas bendiciones de Dios.

Una vez más, gracias por vuestro trabajo, mientras de corazón os bendigo a todos.



AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO EN LOS JARDINES VATICANOS

Jueves 31 de mayo de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Con alegría me uno a vosotros al término de esta vigilia mariana, siempre sugestiva, con la que se concluye en el Vaticano el mes de mayo en la fiesta litúrgica de la Visitación de la santísima Virgen María. Saludo con afecto fraterno a los cardenales y a los obispos presentes, y doy las gracias al arcipreste de la basílica, monseñor Angelo Comastri, que ha presidido la celebración. Saludo a los sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos, en particular a la monjas del monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, así como a las numerosas familias que participan en este rito.

Meditando los misterios luminosos del santo rosario, habéis subido a esta colina donde habéis revivido espiritualmente, en el relato del evangelista san Lucas, la experiencia de María, que desde Nazaret de Galilea "se puso en camino hacia la montaña" (Lc 1,39) para llegar a la aldea de Judea donde vivía Isabel con su marido Zacarías.

¿Qué impulsó a María, una joven, a afrontar aquel viaje? Sobre todo, ¿qué la llevó a olvidarse de sí misma, para pasar los primeros tres meses de su embarazo al servicio de su prima, necesitada de ayuda? La respuesta está escrita en un Salmo: "Corro por el camino de tus mandamientos (Señor), pues tú mi corazón dilatas" (Ps 118,32). El Espíritu Santo, que hizo presente al Hijo de Dios en la carne de María, ensanchó su corazón hasta la dimensión del de Dios y la impulsó por la senda de la caridad.

La Visitación de María se comprende a la luz del acontecimiento que, en el relato del evangelio de san Lucas, precede inmediatamente: el anuncio del ángel y la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo descendió sobre la Virgen, el poder del Altísimo la cubrió con su sombra (cf. Lc 1,35). Ese mismo Espíritu la impulsó a "levantarse" y partir sin tardanza (cf. Lc 1,39), para ayudar a su anciana pariente.

127 Jesús acaba de comenzar a formarse en el seno de María, pero su Espíritu ya ha llenado el corazón de ella, de forma que la Madre ya empieza a seguir al Hijo divino: en el camino que lleva de Galilea a Judea es el mismo Jesús quien "impulsa" a María, infundiéndole el ímpetu generoso de salir al encuentro del prójimo que tiene necesidad, el valor de no anteponer sus legítimas exigencias, las dificultades y los peligros para su vida. Es Jesús quien la ayuda a superar todo, dejándose guiar por la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6).

Meditando este misterio, comprendemos bien por qué la caridad cristiana es una virtud "teologal". Vemos que el corazón de María es visitado por la gracia del Padre, es penetrado por la fuerza del Espíritu e impulsado interiormente por el Hijo; o sea, vemos un corazón humano perfectamente insertado en el dinamismo de la santísima Trinidad. Este movimiento es la caridad, que en María es perfecta y se convierte en modelo de la caridad de la Iglesia, como manifestación del amor trinitario (cf. Deus caritas est ).

Todo gesto de amor genuino, incluso el más pequeño, contiene en sí un destello del misterio infinito de Dios: la mirada de atención al hermano, estar cerca de él, compartir su necesidad, curar sus heridas, responsabilizarse de su futuro, todo, hasta en los más mínimos detalles, se hace "teologal" cuando está animado por el Espíritu de Cristo.


Que María nos obtenga el don de saber amar como ella supo amar. A María encomendamos esta singular porción de la Iglesia que vive y trabaja en el Vaticano; le encomendamos la Curia romana y las instituciones vinculadas a ella, para que el Espíritu de Cristo anime todo deber y todo servicio. Pero desde esta colina ampliamos la mirada a Roma y al mundo entero, y oramos por todos los cristianos, para que puedan decir con san Pablo: "El amor de Cristo nos apremia" (2Co 5,14), y con la ayuda de María sepan difundir en el mundo el dinamismo de la caridad.

Os agradezco nuevamente vuestra devota y fervorosa participación. Transmitid mi saludo a los enfermos, a los ancianos y a cada uno de vuestros seres queridos. A todos imparto de corazón mi bendición.


Discursos 2007 120