
Discursos 2008 102
Queridos hermanos y hermanas:
Al final de este momento de oración mariana, os dirijo a todos mi cordial saludo y os agradezco vuestra participación. En particular, saludo al cardenal Bernard Francis Law, arcipreste de esta estupenda basílica de Santa María la Mayor. En Roma este es el templo mariano por excelencia, en el que los habitantes de la ciudad veneran con gran afecto el icono de María Salus populi romani. He aceptado de buen grado la invitación que me han hecho a dirigir el santo rosario el primer sábado del mes de mayo, según la hermosa tradición que he vivido desde mi infancia. En efecto, en la experiencia de mi generación, las tardes de mayo evocan dulces recuerdos relacionados con las citas vespertinas para rendir homenaje a la Virgen. ¿Cómo olvidar la oración del rosario en la parroquia, en los patios de las casas o en las calles de las aldeas?
Hoy, juntos, confirmamos que el santo rosario no es una práctica piadosa del pasado, como oración de otros tiempos en los que se podría pensar con nostalgia. Al contrario, el rosario está experimentando una nueva primavera. No cabe duda de que este es uno de los signos más elocuentes del amor que las generaciones jóvenes sienten por Jesús y por su Madre, María. En el mundo actual, tan dispersivo, esta oración ayuda a poner a Cristo en el centro, como hacía la Virgen, que meditaba en su corazón todo lo que se decía de su Hijo, y también lo que él hacía y decía.
Cuando se reza el rosario, se reviven los momentos importantes y significativos de la historia de la salvación; se recorren las diversas etapas de la misión de Cristo. Con María, el corazón se orienta hacia el misterio de Jesús. Se pone a Cristo en el centro de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestras ciudades, mediante la contemplación y la meditación de sus santos misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria.
103 Que María nos ayude a acoger en nosotros la gracia que procede de estos misterios para que, a través de nosotros, pueda difundirse en la sociedad, a partir de las relaciones diarias, y purificarla de las numerosas fuerzas negativas, abriéndola a la novedad de Dios. En efecto, cuando se reza el rosario de modo auténtico, no mecánico y superficial sino profundo, trae paz y reconciliación. Encierra en sí la fuerza sanadora del Nombre santísimo de Jesús, invocado con fe y con amor en el centro de cada avemaría.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios, que nos ha concedido vivir esta tarde una hora de gracia tan hermosa, y en las próximas tardes de este mes mariano, aunque estemos distantes, cada uno en su propia familia y comunidad, sintámonos igualmente cercanos y unidos en la oración. Especialmente durante estos días que nos preparan para la solemnidad de Pentecostés, permanezcamos unidos a María, invocando para la Iglesia una renovada efusión del Espíritu Santo. Que, como en los orígenes, María santísima ayude a los fieles de cada comunidad cristiana a formar un solo corazón y una sola alma.
Os encomiendo las intenciones más urgentes de mi ministerio, las necesidades de la Iglesia, los grandes problemas de la humanidad: la paz en el mundo, la unidad de los cristianos, el diálogo entre todas las culturas. Y, pensando en Roma y en Italia, os invito a rezar por los objetivos pastorales de la diócesis y por el desarrollo solidario de este amado país.
Al nuevo alcalde de Roma, honorable Gianni Alemanno, a quien veo aquí presente, le expreso mi deseo de un servicio fructífero para el bien de toda la comunidad ciudadana. A todos vosotros, aquí reunidos, y a cuantos están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, en particular a los enfermos y a los que sufren, imparto de corazón la bendición apostólica.
Queridos muchachos,
jóvenes y adultos de la Acción católica:
Es para mí una gran alegría acogeros hoy aquí, en la plaza de San Pedro, donde muchas veces en el pasado vuestra benemérita asociación se ha encontrado con el Sucesor de Pedro. Gracias por vuestra visita. Os saludo con afecto a todos, que habéis venido de las diversas partes de Italia, así como a los miembros del Foro internacional, que provienen de cuarenta países del mundo. En particular, saludo al presidente nacional, profesor Luigi Alici, al que agradezco las sinceras palabras que me ha dirigido; al consiliario general, monseñor Domenico Sigalini; y a los responsables nacionales y diocesanos. Os doy las gracias también por el particular regalo que me habéis hecho a través de vuestros representantes y que testimonia vuestra solidaridad con los más necesitados. Expreso mi profundo agradecimiento al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia episcopal italiana, que ha celebrado la santa misa para vosotros.
Habéis venido a Roma en compañía espiritual de vuestros numerosos santos, beatos, venerables y siervos de Dios: hombres y mujeres, jóvenes y niños, educadores y sacerdotes consiliarios, ricos en virtudes cristianas, crecidos en las filas de la Acción católica, que en estos días cumple 140 años de vida. La magnífica corona de rostros que abrazan simbólicamente la plaza de San Pedro es un testimonio tangible de una santidad rica en luz y amor. Estos testigos, que siguieron a Jesús con todas sus fuerzas, que se prodigaron por la Iglesia y por el reino de Dios, son vuestro documento de identidad más auténtico.
¿Acaso no es posible también hoy para vosotros, muchachos, para vosotros, jóvenes y adultos, hacer de vuestra vida un testimonio de comunión con el Señor, que se transforme en una auténtica obra maestra de santidad? ¿No es precisamente esta la finalidad de vuestra asociación? Ciertamente, esto será posible si la Acción católica sigue manteniéndose fiel a sus profundas raíces de fe, alimentadas por una adhesión plena a la palabra de Dios, por un amor incondicional a la Iglesia, por una participación vigilante en la vida civil y por un constante compromiso formativo.
104 Queridos amigos, responded generosamente a esta llamada a la santidad, según las formas más características de vuestra condición laical. Seguid dejándoos inspirar por las tres grandes "consignas" que mi venerado predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II, os confió en Loreto en el año 2004: contemplación, comunión y misión.
La Acción católica nació como una asociación particular de fieles laicos, caracterizada por un vínculo especial y directo con el Papa, que muy pronto se convirtió en una valiosa forma de "cooperación de los laicos en el apostolado jerárquico", recomendada "encarecidamente" por el concilio Vaticano II, que describió sus irrenunciables "notas características" (cf. Apostolicam actuositatem AA 20). Esta vocación sigue siendo válida también hoy. Por tanto, os animo a proseguir con generosidad en vuestro servicio a la Iglesia. Asumiendo su fin apostólico general con espíritu de íntima unión con el Sucesor de Pedro y de corresponsabilidad operante con los pastores, prestáis un servicio en equilibrio fecundo entre Iglesia universal e Iglesia local, que os llama a dar una contribución incesante e insustituible a la comunión.
Esta amplia dimensión eclesial, que identifica vuestro carisma asociativo, no es signo de una identidad incierta o superada; más bien, atribuye una gran responsabilidad a vuestra vocación laical: iluminados y sostenidos por la acción del Espíritu Santo y arraigados constantemente en el camino de la Iglesia, se os estimula a buscar con valentía síntesis siempre nuevas entre el anuncio de la salvación de Cristo al hombre de nuestro tiempo y la promoción del bien integral de la persona y de toda la familia humana.
En mi intervención en la IV Asamblea eclesial nacional, celebrada en Verona en octubre de 2006, precisé que la Iglesia en Italia "es una realidad muy viva, que conserva una presencia capilar en medio de la gente de todas las edades y condiciones. Las tradiciones cristianas con frecuencia están arraigadas y siguen produciendo frutos, mientras que se está llevando a cabo un gran esfuerzo de evangelización y catequesis, dirigido en particular a las nuevas generaciones, pero también cada vez más a las familias" (Discurso de clausura, 19 de octubre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de octubre de 2006, p. 8).
¿Cómo no ver que esta presencia capilar es también un signo discreto y tangible de la Acción católica? En efecto, la amada nación italiana siempre ha podido contar con hombres y mujeres formados en vuestra asociación, dispuestos a servir desinteresadamente a la causa del bien común, para la edificación de un orden justo de la sociedad y del Estado. Por consiguiente, vivid siempre a la altura de vuestro bautismo, que os ha sumergido en la muerte y la resurrección de Jesús, para la salvación de todos los hombres que encontréis y de un mundo sediento de paz y de verdad.
Sed "ciudadanos dignos del Evangelio" y "ministros de la sabiduría cristiana para un mundo más humano": este es el tema de vuestra asamblea; y es también el compromiso que asumís hoy ante la Iglesia italiana, aquí representada por vosotros, por vuestros presbíteros consiliarios, por los obispos y por su presidente.
En una Iglesia misionera, que afronta una emergencia educativa como la que existe hoy en Italia, vosotros, que la amáis y la servís, sed anunciadores incansables y educadores formados y generosos. En una Iglesia llamada a pruebas incluso muy exigentes de fidelidad y tentada de acomodarse, sed testigos intrépidos y profetas de radicalismo evangélico. En una Iglesia que se confronta diariamente con la mentalidad relativista, hedonista y consumista, ensanchad los horizontes de la racionalidad con una fe amiga de la inteligencia, tanto en el ámbito de una cultura popular y generalizada, como en el de una investigación más elaborada y profunda. En una Iglesia que llama al heroísmo de la santidad, responded sin temor, confiando siempre en la misericordia de Dios.
Queridos amigos de la Acción católica italiana, en el camino que tenéis delante no estáis solos: os acompañan vuestros santos. También otras figuras han desempeñado papeles significativos en vuestra asociación: pienso, por ejemplo, entre otros, en Giuseppe Toniolo y en Armida Barelli. Estimulados por estos ejemplos de cristianismo vivido, habéis comenzado un año extraordinario, un año que podríamos calificar de santidad, durante el cual os comprometéis a encarnar en la vida concreta las enseñanzas del Evangelio. Os aliento en este propósito. Intensificad la oración, orientad vuestra conducta según los valores eternos del Evangelio, dejándoos guiar por la Virgen María, Madre de la Iglesia. El Papa os acompaña con un recuerdo constante ante el Señor, a la vez que os imparte de corazón la bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, y a toda la asociación.
Señor comandante;
105 queridos guardias suizos y amables familiares:
Con ocasión de la ceremonia anual del juramento, que tendrá lugar mañana, me alegra encontrarme con todos juntos, para formular mis mejores deseos a los nuevos reclutas y para renovar a todo el Cuerpo de la Guardia Suiza pontificia la expresión de mi afecto y mi agradecimiento.
Saludo en particular al comandante y al capellán, asegurándoles mi oración por su importante servicio; y extiendo con alegría mi saludo a las autoridades suizas y a los numerosos familiares, que en estos días, queridos guardias, alegran con su presencia vuestro pequeño cuartel del Vaticano. De modo especial, me complace acoger a tantos niños, que son las flores más bellas de vuestras familias y nos recuerdan el amor de predilección que Jesús sentía por los pequeños.
Hace dos años, en 2006, se celebró, con importantes manifestaciones, el quinto centenario de fundación de vuestro Cuerpo. Fue una circunstancia propicia para observar en perspectiva vuestra historia, captando los profundos cambios del contexto social en que, a lo largo de los siglos, la Santa Sede ha sido llamada a vivir y actuar, según el mandato que Cristo encomendó al apóstol san Pedro.
Precisamente sobre el trasfondo de esa impresionante evolución resalta aún más lo que no cambia, así como la identidad de vuestro pequeño pero cualificado Cuerpo, destinado a velar por la seguridad del Romano Pontífice y de su sede. A distancia de cinco siglos, ha permanecido inalterado el espíritu de fe que impulsa a jóvenes suizos a dejar su hermosa tierra para venir a prestar servicio al Papa en el Vaticano.
También sigue inalterado el amor a la Iglesia católica, que testimoniáis, más que con palabras, con vuestras personas, que, gracias al uniforme característico, son fácilmente reconocibles en las puertas de ingreso al Vaticano y en las audiencias pontificias. Vuestros históricos uniformes hablan a peregrinos y turistas de todas las partes del mundo de algo que no cambia, a pesar de todo, es decir, de vuestro compromiso de servir a Dios sirviendo al "siervo de sus siervos".
Me dirijo en particular a vosotros, nuevos alabarderos. Ante todo, asimilad este espíritu cristiano y eclesial, que es la base y el motor de todas las actividades que realizaréis. Cultivad siempre la oración y la vida espiritual, valorando por eso la importante presencia del capellán. Sed abiertos, sencillos y leales. Apreciad también las diferencias de personalidad y de carácter que existen entre vosotros, porque bajo el uniforme cada uno es una persona única e irrepetible, llamada por Dios a servir a su reino de amor y de paz.
Como sabéis, la Guardia Suiza también es una escuela de vida, y durante la experiencia en el Vaticano, muchos de vuestros predecesores han podido descubrir su propia vocación: al matrimonio cristiano, al sacerdocio y a la vida consagrada. Este es un motivo de alabanza a Dios, pero también de aprecio por vuestro Cuerpo.
Queridos amigos, os agradezco a todos la generosidad y la entrega con que actuáis al servicio del Papa. Que el Señor os recompense y os colme de abundantes favores celestiales. Os encomiendo a la protección materna de María santísima, a la que veneramos con especial devoción en este mes de mayo. A cada uno de vosotros, a las autoridades, a las personalidades presentes, a los familiares y a todos vuestros seres queridos imparto de corazón mi bendición apostólica.
Amables señores y señoras;
106 queridos amigos:
Una nueva velada musical de alto nivel nos reúne una vez más en esta sala Pablo VI. Para mí, y para todos nosotros, reviste un valor y un significado elevados. En efecto, es un concierto ofrecido y ejecutado por la Orquesta filarmónica china y por el coro de la Ópera de Shanghai; un concierto que nos pone en contacto, en cierto modo, con la realidad viva del mundo de China.
Agradezco a la orquesta y al coro este grato homenaje, y me congratulo con los organizadores y los artistas por haber interpretado con gran competencia, finura y elegancia, una obra musical que forma parte del patrimonio artístico de la humanidad. En un grupo de artistas tan cualificados podemos ver representada la gran tradición cultural y musical de China, y la interpretación que han llevado a cabo nos ayuda a comprender mejor la historia de su pueblo, con sus valores y sus nobles aspiraciones.
Gracias de corazón por este regalo. Gracias también por la melodía que será interpretada dentro de poco. Expreso mi profundo agradecimiento a los promotores y a los artistas, así como a todos los que, de diferentes maneras, han colaborado en la realización de esta manifestación, en algunos aspectos verdaderamente única.
Conviene destacar que este concierto —en el que artistas chinos han interpretado una de las principales obras de Mozart— une vuestro talento musical y la música occidental. El director Long Yu, con su orquesta, los solistas y el coro del teatro de la Ópera de Shanghai han estado a la altura del desafío. La música, y el arte en general, puede servir como medio privilegiado de encuentro y de conocimiento y estima recíproca entre poblaciones y culturas diferentes; un medio al alcance de todos, para valorar el lenguaje universal del arte.
Hay otro aspecto que deseo destacar. Veo con placer el interés mostrado por vuestra orquesta y vuestro coro por la música religiosa europea. Esto demuestra que es posible disfrutar y apreciar, en diferentes ámbitos culturales, las manifestaciones sublimes del espíritu, como el Requiem de Mozart, que acabamos de escuchar, precisamente porque la música expresa los sentimientos humanos universales, entre ellos el sentimiento religioso, que trasciende los límites de cualquier cultura individual.
Por último, quisiera decir unas palabras a propósito del lugar en el que estamos reunidos esta tarde. Es la gran sala en la que el Papa recibe a sus huéspedes y se encuentra con cuantos vienen a visitarlo. Es como una ventana abierta al mundo, un lugar donde se encuentran a menudo personas provenientes de todas las partes de la tierra, cada una con su propia historia personal y con su propia cultura, cada una acogida con estima y afecto.
Esta tarde, al acogeros a vosotros, queridos artistas chinos, el Papa quiere acoger idealmente a todo vuestro pueblo, pensando de modo especial en vuestros compatriotas que comparten la fe en Jesús y están unidos con un particular vínculo espiritual al Sucesor de Pedro. El "Requiem" nació de esta fe, como oración al Dios juez justo y misericordioso, y precisamente por eso toca el corazón de todos, presentándose como expresión de un humanismo universal.
Por último, a la vez que os doy las gracias una vez más por este gratísimo homenaje, envío mi saludo, a través de vosotros, a todos los habitantes de China que, con las próximas Olimpíadas, se preparan para vivir un acontecimiento de gran valor para toda la humanidad.
Os doy las gracias a todos y os expreso mis mejores deseos.
Beatitud;
107 queridos hermanos en el episcopado;
queridos hijos e hijas de la Iglesia greco-melquita católica:
Me alegra acogerlos mientras realizan una peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. Saludo en particular a Su Beatitud Gregorios III, a quien agradezco sus amables palabras, que manifiestan la vitalidad de la Iglesia melquita, a pesar de las dificultades de la situación social y política en esa región. Dirijo también mi saludo fraterno a los obispos presentes, y a todos ustedes, queridos amigos, que vienen de diversos países de Oriente Próximo y de la diáspora melquita en todo el mundo, donde manifiestan también, a su modo, la universalidad de la Iglesia católica.
Mientras se aproxima la inauguración del año que he querido dedicar a san Pablo, no puedo olvidar que la sede de su patriarcado está en la ciudad de Damasco, en cuyo camino el Apóstol vivió el acontecimiento que transformó su vida y que abrió las puertas del cristianismo a todas las naciones. Por tanto, los aliento para que, con esta ocasión, un trabajo pastoral intenso suscite en sus diócesis, en cada una de sus parroquias y en todos los fieles, un nuevo impulso para un conocimiento cada vez más íntimo de la persona de Cristo, gracias a una lectura renovada de la obra paulina. Esto permitirá un testimonio fecundo entre los hombres de hoy. Ese impulso podrá garantizar también un futuro floreciente para la Iglesia melquita.
En esta perspectiva, para asegurar el dinamismo evangélico de las comunidades y su unidad, así como un buen funcionamiento de los asuntos eclesiales en las Iglesias patriarcales, el papel del Sínodo de los obispos tiene una importancia fundamental. Por consiguiente, cada vez que el derecho lo exija, sobre todo cuando se trata de cuestiones que se refieren a los obispos mismos, es conveniente dar a esta venerable institución, y no solamente al Sínodo permanente, el lugar que le corresponde.
Conozco la actividad ecuménica de la Iglesia melquita católica y las relaciones fraternas que han entablado con sus hermanos ortodoxos, y me alegro por ello. En efecto, el compromiso en la búsqueda de la unidad de todos los discípulos de Cristo es una obligación urgente, que deriva del deseo ardiente del Señor mismo. Así pues, debemos hacer todo lo posible para derribar los muros de división y desconfianza que nos impiden realizarlo.
Sin embargo, no podemos perder de vista que la búsqueda de la unidad es una tarea que no sólo concierne a una Iglesia particular, sino a toda la Iglesia, respetando su misma naturaleza. Por lo demás, como subraya la encíclica Ut unum sint, la unidad no es fruto de la actividad humana; es, ante todo, un don del Espíritu Santo. Invoquemos, pues, al Espíritu, cuya venida sobre los Apóstoles celebraremos dentro de pocos días, para que nos ayude a trabajar todos juntos en la búsqueda de la unidad.
Beatitud, queridos hermanos y hermanas, aprecio también las buenas relaciones que mantienen con los musulmanes, con sus responsables y con sus instituciones, así como los esfuerzos realizados para resolver los problemas que puedan plantearse, con espíritu de diálogo fraterno, sincero y objetivo. Por tanto, me alegra constatar que, en la línea del concilio Vaticano II, la Iglesia melquita se ha comprometido con los musulmanes a buscar sinceramente la comprensión mutua, así como a promover y a defender juntos, para el bien de todos, la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad.
Por último, cumpliendo su misión en el agitado y, a veces, dramático contexto de Oriente Próximo, la Iglesia afronta situaciones donde la política desempeña un papel que no es indiferente a su vida. Por eso, es importante que mantenga contactos con las autoridades políticas, las instituciones y los diversos partidos. Sin embargo, no corresponde al clero involucrarse en la vida política. Este es un asunto de los laicos. Pero la Iglesia debe proponer a todos la luz del Evangelio, a fin de que todos se comprometan a servir al bien común y la justicia prevalezca siempre, de modo que el camino de la paz pueda abrirse finalmente ante los pueblos de esa querida región.
Beatitud, al concluir nuestro encuentro, encomiendo a la Iglesia greco-melquita católica a la intercesión de la Virgen María y a la protección de todos los santos de Oriente. Pidiendo a Dios que conceda a su Iglesia patriarcal la fuerza y la luz para que prosiga su misión en paz y con serenidad, le imparto a usted, así como a los obispos y a todos los fieles de su patriarcado, una afectuosa bendición apostólica.
108 Santidad;
queridos hermanos en Cristo:
Con sincera alegría les doy la bienvenida a usted, Santidad, y a la distinguida delegación que lo acompaña. Saludo cordialmente a los prelados, a los sacerdotes y a los laicos que representan a la familia del Catholicosado de todos los armenios, extendida por todo el mundo.
Nos reunimos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que prometió a sus discípulos que "donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). Que el espíritu de amor y servicio fraternos, que Jesús enseñó a sus discípulos, ilumine nuestro corazón y nuestra mente mientras nos intercambiamos saludos, conversamos y nos reunimos en oración.
Recuerdo con gratitud las visitas del Catholicós Vasken I y del Catholicós Karekin I a la Iglesia de Roma, y sus relaciones cordiales con mis venerados predecesores el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II. Su compromiso por la unidad cristiana inauguró una nueva era en las relaciones entre nosotros. Recuerdo con particular alegría su visita, Santidad, en el año 2000 a Roma y su encuentro con el Papa Juan Pablo II. La liturgia ecuménica en la basílica vaticana, que celebró el don de una reliquia de san Gregorio el Iluminador, fue uno de los acontecimientos más memorables del gran jubileo en Roma.
El Papa Juan Pablo II devolvió esa visita dirigiéndose en el año 2001 a Armenia, donde usted lo acogió cortésmente en la santa Echmiadzin. La afectuosa bienvenida que le dispensó en esa ocasión aumentó aún más su estima y su respeto por el pueblo armenio. La Eucaristía que celebró el Papa Juan Pablo II en el gran altar exterior, en la santa Echmiadzin, constituyó un signo ulterior de creciente aceptación recíproca, en espera del día en que podamos celebrar juntos en torno a una única mesa del Señor.
Mañana, por la tarde, cada uno de nosotros, en nuestras respectivas tradiciones, comenzará la celebración litúrgica de Pentecostés. Cincuenta días después de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, oraremos sinceramente al Padre, pidiéndole que envíe su Espíritu Santo, el Espíritu que tiene la tarea de conservarnos en el amor divino y de llevarnos a la verdad.
El día de Pentecostés fue el Espíritu Santo quien creó, de muchas lenguas de la multitud reunida en Jerusalén, una única voz para profesar la fe. Es el Espíritu Santo quien dona la unidad de la Iglesia. El camino hacia el restablecimiento de la comunión plena y visible entre todos los cristianos puede parecer largo y arduo. Es necesario hacer mucho aún para sanar las profundas y dolorosas divisiones que desfiguran el Cuerpo de Cristo. Sin embargo, el Espíritu Santo sigue guiando a la Iglesia de modos sorprendentes y a menudo inesperados. Puede abrir puertas cerradas, inspirar palabras olvidadas, sanar relaciones rotas.
Si nuestro corazón y nuestra mente están abiertas al Espíritu de comunión, Dios puede obrar de nuevo milagros en la Iglesia restaurando los vínculos de unidad. Comprometerse por la unidad de los cristianos es un acto de confianza obediente en la obra del Espíritu Santo, que lleva a la Iglesia a la plena realización del designio del Padre, conforme a la voluntad de Cristo.
La historia reciente de la Iglesia apostólica armenia se ha escrito con las tintas contrastantes de la persecución y del martirio, de la oscuridad y de la esperanza, de la humillación y del renacimiento espiritual. Usted, Santidad, y los miembros de su delegación han vivido personalmente estas experiencias contrastantes en sus familias y en su vida. La restitución de la libertad a la Iglesia en Armenia ha sido fuente de gran alegría para todos nosotros.
109 Ustedes han llevado sobre sus hombros la pesada carga de reconstruir la Iglesia. No puedo menos de expresar mi gran estima por los éxitos pastorales obtenidos en un tiempo tan breve, sea en Armenia sea en el exterior, en lo que respecta a la educación cristiana de los jóvenes, la formación del nuevo clero, la construcción de nuevas iglesias y centros comunitarios, la asistencia caritativa a los necesitados y la promoción de los valores cristianos en la vida social y cultural.
Gracias a su guía pastoral, la luz gloriosa de Cristo brilla de nuevo en Armenia y es posible escuchar de nuevo las palabras salvadoras del Evangelio. Ciertamente, aún están ustedes afrontando muchos desafíos en los ámbitos social, cultural y espiritual. A este propósito, quiero mencionar las recientes dificultades que se han presentado al pueblo armenio y expresar el apoyo de la oración de la Iglesia católica en su búsqueda de justicia y paz, y en su promoción del bien común.
En nuestro diálogo ecuménico se han logrado importantes avances para resolver las controversias doctrinales que tradicionalmente nos han dividido, en particular sobre cuestiones de cristología. En los últimos cinco años, se ha obtenido mucho gracias a la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, de la que el Catholicosado de todos los armenios es miembro de pleno derecho.
Gracias, Santidad, por el apoyo que ha dado a la obra de la Comisión mixta y por la valiosa aportación de sus representantes. Oremos para que su actividad nos acerque a la comunión plena y visible, y llegue el día en que nuestra unidad en la fe haga posible una celebración común de la Eucaristía. Mientras llega ese día, los vínculos entre nosotros se consolidarán y extenderán mediante acuerdos sobre cuestiones pastorales, en línea con el grado de acuerdo doctrinal ya alcanzado. El diálogo teológico sólo podrá llevar a la unidad que el Señor desea para sus discípulos si está sostenido por la oración y es apoyado por la cooperación efectiva.
Santidad, queridos amigos, en el siglo XII, Nerses de Lambron habló a un grupo de obispos armenios. Concluyó su famoso discurso sinodal sobre el restablecimiento de la unidad cristiana con palabras proféticas que nos impresionan aún hoy: "No estáis equivocados, venerados padres: es meritorio llorar por los días pasados en la discordia. Sin embargo, hoy es el día que hizo el Señor, un día de alegría y júbilo (...). Pidamos para que nuestro Señor nos conceda mayor ternura y dulzura y haga que esta semilla se desarrolle en la tierra, con el rocío del Espíritu Santo; tal vez, gracias a su fuerza, podrá dar frutos, para permitirnos restablecer la paz de la Iglesia de Cristo hoy en las intenciones y mañana en los hechos".
Este es también mi deseo y mi oración con ocasión de su visita. Les doy las gracias de corazón y les aseguro mi profundo afecto en el Señor.
Queridos y venerados hermanos en el episcopado:
Con gran alegría os acojo a todos vosotros, pastores de la Iglesia que está en Hungría, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Os saludo con afecto y doy las gracias al cardenal Péter Erdo por las palabras que me ha dirigido en nombre de toda la Conferencia episcopal. Además de manifestarme vuestros sentimientos fraternos, que os agradezco cordialmente, ha esbozado con claridad las características más destacadas de la comunidad católica y de la sociedad en vuestro país, resumiendo cuanto he podido percibir durante estos días en mis encuentros con cada uno de vosotros. Así, queridos hermanos, el pueblo encomendado a vosotros está ahora espiritualmente ante nosotros, con sus alegrías y sus proyectos, sus dolores, sus problemas y sus esperanzas. Y nosotros oramos ante todo para que, por intercesión de san Pedro y san Pablo, los fieles encuentren, también con la ayuda de esta Sede apostólica que preside en la caridad, la fuerza para perseverar en su camino hacia la plenitud del reino de Dios.
Por desgracia, el largo período del régimen comunista ha marcado fuertemente a la población húngara, de modo que aún hoy se notan sus consecuencias: en particular, se percibe en muchos cierta dificultad para fiarse de los demás, típica de quien ha vivido durante mucho tiempo en un clima de sospecha. Además, el sentido de inseguridad se acentúa a causa de la difícil coyuntura económica, que un consumismo desconsiderado no contribuye a mejorar. En general, las personas, incluidos los católicos, sufren la "debilidad" de pensamiento y de voluntad bastante común en nuestros tiempos.
Como vosotros mismos habéis observado, hoy a menudo resulta difícil programar una seria profundización teológica y espiritual, porque con frecuencia son insuficientes, por una parte, la preparación intelectual y, por otra, la referencia objetiva a la verdad de la fe. En este contexto, la Iglesia debe ser ciertamente maestra, pero mostrándose siempre y ante todo como madre, a fin de favorecer una mayor confianza recíproca y la promoción de la esperanza.
110 La primera realidad que, por desgracia, sufre las consecuencias de la secularización generalizada es la familia, que también en Hungría atraviesa una grave crisis. Sus síntomas son la notable disminución del número de matrimonios y el impresionante aumento de divorcios, muy a menudo también precoces. Se multiplican las así llamadas "parejas de hecho". Habéis criticado, con razón, el reconocimiento público de las uniones homosexuales, porque no sólo es contrario a la enseñanza de la Iglesia, sino también a la misma Constitución húngara. Esta situación, unida a la carencia de subsidios para las familias numerosas, ha llevado a una drástica disminución de los nacimientos, que resulta aún más dramática a causa de la práctica generalizada del aborto.
Naturalmente, la crisis de la familia constituye un enorme desafío para la Iglesia. Está en juego la fidelidad conyugal y, más en general, los valores en los que se funda la sociedad. Por eso, es evidente que, después de la familia, son los jóvenes quienes experimentan esta dificultad. En las ciudades son atraídos por nuevas formas de diversión, y en los pueblos a menudo quedan abandonados a sí mismos.
Por tanto, expreso mi más profundo aprecio por las múltiples iniciativas que promueve la Iglesia, aun con los medios limitados de que dispone, para animar el mundo de los jóvenes con momentos de formación y de amistad que estimulen su responsabilidad. Pienso, por ejemplo, en la actividad de los coros, que se inserta en el laudable compromiso de las parroquias de incentivar la difusión de la música sacra.
De igual modo, en la perspectiva de la atención a las nuevas generaciones, es meritorio el apoyo que brindáis a la escuela católica, en particular a la Universidad católica de Budapest, que deseo custodie y desarrolle siempre su identidad originaria. Os aliento a proseguir los esfuerzos por la pastoral escolar y universitaria, así como, más en general, por la evangelización de la cultura, que en nuestros días se vale también de los medios de comunicación social, en cuyo campo vuestra Iglesia ha hecho últimamente progresos significativos.
Venerados hermanos, para mantener viva la fe del pueblo, con razón tratáis de valorar y actualizar iniciativas tradicionales como las peregrinaciones y las manifestaciones de devoción a los santos húngaros, en particular a santa Isabel, san Emerico y, naturalmente, san Esteban. A propósito de peregrinaciones, aprecio que se conserve la costumbre de peregrinar a la Sede de Pedro (significativamente, en la basílica del Apóstol existe una sugestiva capilla húngara). Y me ha complacido saber que son cada vez más frecuentes las peregrinaciones a Mariazell, Czestochowa, Lourdes, Fátima y al nuevo santuario de la Misericordia Divina en Cracovia, donde vuestra Conferencia episcopal erigió recientemente una "capilla húngara". En el siglo XX no faltaron en vuestra comunidad testigos heroicos de la fe. Os exhorto a conservar su memoria, para que los sufrimientos que padecieron con espíritu cristiano sigan siendo un estímulo a la valentía y a la fidelidad de los creyentes y de cuantos se comprometen en favor de la verdad y la justicia.
Hay otra preocupación que comparto con vosotros: la falta de sacerdotes y la consecuente sobrecarga de trabajo pastoral para los actuales ministros de la Iglesia. Es un problema que se observa en muchos países de Europa. Sin embargo, es necesario lograr que los sacerdotes alimenten adecuadamente su vida espiritual para que, a pesar de las dificultades y del trabajo agobiante, no pierdan el centro de su existencia y de su ministerio y, en consecuencia, sepan discernir lo esencial de lo secundario, identificando las debidas prioridades en la actividad diaria.
Es necesario reafirmar que la adhesión gozosa a Cristo, testimoniada por el sacerdote en medio de sus fieles, sigue siendo el estímulo más eficaz para despertar en los jóvenes la sensibilidad ante una posible llamada de Dios. En particular, es fundamental que ante todo los mismos sacerdotes se acerquen con la máxima asiduidad y devoción a los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, y luego los administren con generosidad a los fieles.
Además, es indispensable el ejercicio de la fraternidad presbiteral, para evitar cualquier aislamiento peligroso. De igual modo, es importante fomentar relaciones positivas y respetuosas entre los presbíteros y los fieles laicos, según la enseñanza del decreto conciliar Presbyterorum ordinis. También conviene incrementar aún más las buenas relaciones entre el clero y los religiosos. A este propósito, deseo expresar mi aliento a las congregaciones religiosas femeninas, que con humilde discreción realizan valiosas actividades en medio de los más pobres.
Venerados hermanos, a pesar de la secularización, la Iglesia católica sigue siendo para muchísimos húngaros la comunidad religiosa de pertenencia o, por lo menos, un punto de referencia significativo. Por eso, es de desear que las relaciones con las autoridades estatales se caractericen por una colaboración respetuosa, también gracias a los Acuerdos bilaterales, sobre cuyo correcto cumplimiento vigila una Comisión paritaria específica. Esto producirá beneficios para toda la sociedad húngara, en particular en el campo de la instrucción y de la cultura. Y puesto que la Iglesia, gracias a su compromiso en las escuelas y en el servicio social, da una notable contribución a la comunidad civil, ¿cómo no desear que sus actividades sean sostenidas por las instituciones públicas, sobre todo en beneficio de las clases sociales menos favorecidas? La Iglesia, a pesar de las dificultades económicas generales del momento actual, seguirá comprometiéndose en el servicio a quienes se encuentran en situaciones de necesidad.
Por último, venerados hermanos, quiero deciros que la unidad que os caracteriza al seguir las enseñanzas de la Iglesia es para mí motivo de serenidad y de consuelo. Quiera Dios que se mantenga y se desarrolle siempre. Además, me complace que hayáis incrementado últimamente los contactos con las Conferencias episcopales de los países vecinos, sobre todo con las de Eslovaquia y Rumanía, donde hay minorías húngaras. Os felicito de corazón por esta línea de acción, animada por un sincero espíritu evangélico y al mismo tiempo por una sabia preocupación por la convivencia armoniosa.
Ciertamente, las tensiones no son fáciles de superar, pero el camino emprendido por la Iglesia es adecuado y prometedor. Para ese camino, y para cualquier otra iniciativa pastoral, os aseguro mi apoyo. En este momento pienso, en particular, en el "Año de la Biblia", que muy oportunamente habéis promovido en 2008, en consonancia con la próxima Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos. Esta es también para vosotros una óptima ocasión para profundizar las buenas relaciones que existen con los hermanos cristianos de las otras confesiones.
111 Dando gracias a Dios por su constante asistencia, invoco sobre vosotros y sobre vuestro ministerio la protección materna de María santísima. Por mi parte, os acompaño con la oración, a la vez que con afecto os imparto la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestras comunidades diocesanas y a toda la nación húngara.
Discursos 2008 102