Discursos 2009 4

AL PERSONAL DE LA COMISARÍA DE SEGURIDAD PÚBLICA


JUNTO AL VATICANO

Sala Clementina

Jueves 15 de enero de 2009



Queridos amigos de la Comisaría de seguridad pública junto al Vaticano:

Ahora que acaba de comenzar el nuevo año, es para mí un verdadero placer encontrarme una vez más con vosotros y expresaros a cada uno mi sincera felicitación, que extiendo cordialmente a vuestras familias y a vuestros seres queridos. El carácter familiar de este encuentro tradicional, tan querido por mí, me brinda la oportunidad de dirigiros un saludo personal y expresaros mi más vivo aprecio y mi gratitud por el trabajo que realizáis diariamente con reconocida profesionalidad y gran entrega. En vosotros saludo con afecto a aquellos a quienes el Estado italiano destina a un servicio especial de policía y de vigilancia, relacionado con mi misión de Pastor de la Iglesia universal.

Mi saludo y mi felicitación va, ante todo, al doctor Giulio Callini, recién nombrado director general, al que agradezco las palabras con las que ha interpretado vuestros sentimientos comunes, así como al prefecto Salvatore Festa. Con igual afecto saludo a los demás componentes de la Comisaría de seguridad pública junto al Vaticano que no han podido estar presentes. Extiendo mi saludo deferente al jefe de la policía, prefecto Antonio Manganelli; al subjefe de la policía, prefecto Francesco Cirillo; al jefe de policía de Roma, doctor Giuseppe Caruso, y a los demás dirigentes y funcionarios de la policía de Estado por su significativa presencia.

5 Considerando el trabajo que estáis llamados a realizar —recuerdo que, cuando era cardenal y cruzaba cada día la plaza de San Pedro, solía encontrarme siempre con alguno de vosotros—, pienso en los sacrificios que implica vuestro servicio. Sacrificios que debéis hacer, pero que también vuestros familiares están llamados a compartir a causa de los turnos que requiere la vigilancia continua de los lugares adyacentes a la plaza de San Pedro y al Vaticano. Por eso, hoy quiero incluir en mi agradecimiento también a vuestras familias, con un pensamiento especial para los que estáis recién casados o los que os disponéis a dar este paso. A todos y a cada uno aseguro un recuerdo cordial en la oración.

Comienza un nuevo año y son muchas nuestras expectativas y esperanzas. Pero no podemos olvidar que en el horizonte se ciernen también muchas sombras que preocupan a la humanidad. Sin embargo, no debemos desanimarnos; antes bien, debemos mantener siempre encendida en nosotros la llama de la esperanza. Para nosotros, los cristianos, la verdadera esperanza es Cristo, don del Padre a la humanidad. Este anuncio, que se encuentra en el corazón del mensaje evangélico, es para todos los hombres. En efecto, Jesús nació, murió y resucitó por todos. La Iglesia sigue proclamándolo hoy y a toda la humanidad, para que toda persona y toda situación humana pueda experimentar la fuerza de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien. Sólo Cristo puede renovar el corazón del hombre y convertirlo en un "oasis" de paz; sólo Cristo puede ayudarnos a construir un mundo donde reinen la justicia y el amor.

Queridos funcionarios y agentes, a la luz de esta firme esperanza, nuestro trabajo diario, cualquiera que sea, asume un significado y un valor diversos, porque lo basamos en los valores humanos y espirituales perennes que hacen que nuestra existencia sea más serena y útil para los hermanos. Por ejemplo, por lo que concierne a vuestra obra de vigilancia, se puede vivir como una misión. Un servicio al prójimo, concerniente al orden y a la seguridad y, al mismo tiempo, una ascesis personal, por decirlo así, una constante vigilancia interior que exige armonizar bien la disciplina y la cordialidad, el control de sí y la acogida vigilante de los peregrinos y de los turistas que acuden al Vaticano. Y este servicio, prestado con amor, se convierte en oración, oración aún más agradable a Dios cuando vuestro trabajo resulta poco gratificante, monótono y fatigoso, especialmente en las horas nocturnas o en los días en que el clima es riguroso. Y todo bautizado realiza su propia vocación a la santidad cumpliendo bien su deber.

Queridos amigos, a la vez que os renuevo mi más cordial felicitación con ocasión de este nuevo año, os aseguro mi cercanía espiritual y de buen grado os imparto a cada uno una especial bendición apostólica, que extiendo con afecto a vuestros familiares y a vuestros seres queridos.


A LOS OBISPOS DE IRÁN EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 16 de enero de 2009

Queridos y venerados hermanos en el episcopado:

Con alegría y afecto os recibo esta mañana. Saludo en particular a su excelencia monseñor Ramzi Garmou, arzobispo de Teherán de los caldeos y presidente de la Conferencia episcopal iraní, que acaba de dirigirme en vuestro nombre hermosas palabras. Sois los Ordinarios de las Iglesias armenia, caldea y latina. Por tanto, queridos amigos, representáis la riqueza de la unidad en la diversidad que existe en el seno de la Iglesia católica y que testimoniáis diariamente en la República islámica de Irán. Aprovecho esta ocasión para dirigir a todo el pueblo iraní mi saludo cordial, que vosotros transmitiréis a vuestras comunidades. Hoy como en el pasado, la Iglesia católica no cesa de animar a todos los que se preocupan por el bien común y la paz entre las naciones. Por su parte, Irán, puente entre Oriente Próximo y Asia subcontinental, no dejará de realizar esta vocación.

Sobre todo, me alegra mucho poder expresaros personalmente mi aprecio cordial por el servicio que prestáis en una tierra donde la presencia cristiana es antigua y donde se ha desarrollado y mantenido a lo largo de las diversas vicisitudes de la historia iraní. Mi agradecimiento va asimismo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas que trabajan en ese vasto y hermoso país. Sé cuán necesaria es su presencia y cuán valiosa es la asistencia espiritual y humana que garantiza a los fieles a través de un contacto directo y diario, y da a todos un hermoso testimonio.

Pienso de manera particular en los cuidados brindados a las personas ancianas y en la asistencia dada a determinadas categorías sociales particularmente necesitadas. A través de vosotros saludo también a todas las personas comprometidas en las obras de la Iglesia. Quisiera evocar asimismo la hermosa contribución de la Iglesia católica, especialmente a través de Cáritas, a la obra de reconstrucción después del terrible terremoto que asoló la región de Bam. No puedo olvidar a los fieles católicos, cuya presencia en la tierra de sus antepasados recuerda la imagen bíblica de la levadura en la masa (cf. Mt 13,33), que hace fermentar el pan y le da sabor y consistencia. A través de vosotros, queridos hermanos, agradezco a todos su constancia y perseverancia, y los animo a permanecer fieles a la fe de sus padres y a seguir arraigados en su tierra, para colaborar en el desarrollo de la nación.

Aunque vuestras diversas comunidades viven en contextos diferentes, ciertos problemas son comunes. Es necesario desarrollar relaciones armoniosas con las instituciones públicas que, con la gracia de Dios, ciertamente se profundizarán poco a poco y les permitirán cumplir del mejor modo posible su misión de Iglesia en el respeto mutuo y por el bien de todos. Os aliento a promover todas las iniciativas que favorezcan un conocimiento recíproco mejor. Se pueden recorrer dos caminos: el del diálogo cultural, riqueza plurimilenaria de Irán, y el de la caridad. Este último iluminará al primero y será su motor. "La caridad es paciente, es servicial. (...) La caridad no acaba nunca..." (1Co 13,4 1Co 13,8). Para lograr este objetivo, y sobre todo para el progreso espiritual de vuestros respectivos fieles, es necesario tener obreros que siembren y cosechen: sacerdotes, religiosos y religiosas. Vuestras reducidas comunidades no permiten el florecimiento de numerosas vocaciones locales, que, por tanto, es necesario promover. Por otra parte, la difícil misión de los sacerdotes y de los religiosos los obliga a desplazarse para llegar a las diferentes comunidades cristianas esparcidas por todo el país. Para superar esta dificultad concreta y otras, se está estudiando la constitución de una comisión bilateral con vuestras autoridades para permitir desarrollar así las relaciones y el conocimiento mutuos entre la República islámica de Irán y la Iglesia católica.

Quiero mencionar otro aspecto de vuestra vida diaria. A veces los cristianos de vuestras comunidades buscan en otra parte posibilidades más favorables para su vida profesional y para la educación de sus hijos. Este deseo legítimo se encuentra en los habitantes de numerosos países y está arraigado en la condición humana, que busca siempre un futuro mejor. Esta situación os mueve, como pastores de vuestra grey, a ayudar en particular a los fieles que permanecen en Irán y a estimularlos a permanecer en contacto con los miembros de sus familias que han elegido otro destino. Así, estos estarán en condiciones de mantener su identidad y su fe ancestral. El camino que se abre ante vosotros es largo. Exige mucha constancia y paciencia. El ejemplo de Dios, que es misericordioso y paciente con su pueblo, será vuestro modelo y os ayudará a recorrer el espacio necesario para el diálogo.

6 Vuestras Iglesias son herederas de una noble tradición y de una larga presencia cristiana en Irán. Han contribuido, cada una a su manera, a la vida y a la edificación del país. Desean proseguir su obra de servicio en Irán, manteniendo su identidad propia y viviendo libremente su fe. En mi oración no olvido a vuestro país y a las comunidades católicas presentes en su territorio y pido a Dios que las bendiga y asista.

Queridos hermanos en el episcopado, os aseguro mi afecto y mi apoyo. Os ruego que, cuando volváis a Irán, digáis a vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a todos vuestros fieles, que el Papa está cerca de ellos y ora por ellos. Que la ternura maternal de la Virgen María os acompañe en vuestra misión apostólica y que la Madre de Dios presente a su Hijo divino todas las intenciones, todas las preocupaciones y todas las alegrías de los fieles de vuestras diversas comunidades. Invoco para vosotros, en este año dedicado a san Pablo, el Apóstol de los gentiles, una bendición particular.


EN CONEXIÓN TELEVISIVA AL FINAL DE LA MISA DE CLAUSURA


DEL VI ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS


EN CIUDAD DE MÉXICO

Domingo 18 de enero de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

1. Les saludo a todos ustedes con afecto al término de esta solemne celebración Eucarística con la cual se está concluyendo el VI Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad de México. Doy gracias a Dios por tantas familias que, sin ahorrar esfuerzos, se han congregado en torno al altar del Señor.

Saludo de modo especial al Señor Cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que ha presidido esta celebración como mi Legado. Quiero expresar mi afecto y mi gratitud al Señor Cardenal Ennio Antonelli, así como a los miembros del Consejo Pontificio para la Familia, que él preside, al Señor Cardenal Arzobispo Primado de México, Norberto Rivera Carrera, y a la Comisión Central que se ha ocupado de la organización de este VI Encuentro Mundial. Mi reconocimiento se extiende a todos los que con su abnegada dedicación y entrega han hecho posible su realización. Saludo también a los Señores Cardenales y Obispos presentes en la celebración, en particular a los miembros de la Conferencia del Episcopado Mexicano, y a las Autoridades de esa querida Nación, que generosamente han acogido y hecho posible este importante acontecimiento.

Los mexicanos saben bien que están muy cerca del corazón del Papa. Pienso en ellos y presento a Dios Padre sus alegrías y sus esperanzas, sus proyectos y sus preocupaciones. En México el Evangelio ha arraigado profundamente, forjando sus tradiciones, su cultura y la identidad de sus nobles gentes. Se ha de cuidar ese rico patrimonio para que siga siendo manantial de energías morales y espirituales para afrontar con valentía y creatividad los desafíos de hoy y ofrecerlo como don precioso a las nuevas generaciones.

He participado con alegría e interés en este Encuentro Mundial, sobre todo con mi oración, dando orientaciones específicas y siguiendo atentamente su preparación y desarrollo. Hoy, a través de los medios de comunicación, he peregrinado espiritualmente hasta ese Santuario Mariano, corazón de México y de toda América, para confiar a Nuestra Señora de Guadalupe a todas las familias del mundo.

2. Este Encuentro Mundial de las Familias ha querido alentar a los hogares cristianos a que sus miembros sean personas libres y ricas en valores humanos y evangélicos, en camino hacia la santidad, que es el mejor servicio que los cristianos podemos brindar a la sociedad actual. La respuesta cristiana ante los desafíos que debe afrontar la familia y la vida humana en general consiste en reforzar la confianza en el Señor y el vigor que brota de la propia fe, la cual se nutre de la escucha atenta de la Palabra de Dios. Qué bello es reunirse en familia para dejar que Dios hable al corazón de sus miembros a través de su Palabra viva y eficaz. En la oración, especialmente con el rezo del Rosario, como se hizo ayer, la familia contempla los misterios de la vida de Jesús, interioriza los valores que medita y se siente llamada a encarnarlos en su vida.

3. La familia es un fundamento indispensable para la sociedad y los pueblos, así como un bien insustituible para los hijos, dignos de venir a la vida como fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Como puso de manifiesto Jesús honrando a la Virgen María y a San José, la familia ocupa un lugar primario en la educación de la persona. Es una verdadera escuela de humanidad y de valores perennes. Nadie se ha dado el ser a sí mismo. Hemos recibido de otros la vida, que se desarrolla y madura con las verdades y valores que aprendemos en la relación y comunión con los demás. En este sentido, la familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral. (Cf. Homilía en la Santa Misa del V Encuentro Mundial de las Familias, Valencia, 9 de julio de 2006).

Sin embargo, esta labor educativa se ve dificultada por un engañoso concepto de libertad, en el que el capricho y los impulsos subjetivos del individuo se exaltan hasta el punto de dejar encerrado a cada uno en la prisión del propio yo. La verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y por ello debe ejercerse con responsabilidad, optando siempre por el bien verdadero para que se convierta en amor, en don de sí mismo. Para eso, más que teorías, se necesita la cercanía y el amor característicos de la comunidad familiar. En el hogar es donde se aprende a vivir verdaderamente, a valorar la vida y la salud, la libertad y la paz, la justicia y la verdad, el trabajo, la concordia y el respeto.

7 4. Hoy más que nunca se necesita el testimonio y el compromiso público de todos los bautizados para reafirmar la dignidad y el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio de un hombre con una mujer y abierto a la vida, así como el de la vida humana en todas sus etapas. Se han de promover también medidas legislativas y administrativas que sostengan a las familias en sus derechos inalienables, necesarios para llevar adelante su extraordinaria misión. Los testimonios presentados en la celebración de ayer muestran que también hoy la familia puede mantenerse firme en el amor de Dios y renovar la humanidad en el nuevo milenio.

5. Deseo expresar mi cercanía y asegurar mi oración por todas las familias que dan testimonio de fidelidad en circunstancias especialmente arduas. Aliento a las familias numerosas que, viviendo a veces en medio de contrariedades e incomprensiones, dan un ejemplo de generosidad y confianza en Dios, deseando que no les falten las ayudas necesarias. Pienso también en las familias que sufren por la pobreza, la enfermedad, la marginación o la emigración. Y muy especialmente en las familias cristianas que son perseguidas a causa de su fe. El Papa está muy cerca de todos ustedes y les acompaña en su esfuerzo de cada día.

6. Antes de concluir este encuentro, me complace anunciar que el VII Encuentro Mundial de las Familias tendrá lugar, Dios mediante, en Italia, en la ciudad de Milán, el año 2012, con el tema: “La familia, el trabajo y la fiesta”. Agradezco sinceramente al Señor Cardenal Dionigi Tettamanzi, Arzobispo de Milán, su amabilidad al aceptar este importante compromiso.

7. Confío a todas las familias del mundo a la protección de la Virgen Santísima, tan venerada en la noble tierra mexicana bajo la advocación de Guadalupe. A Ella, que nos recuerda siempre que nuestra felicidad está en hacer la voluntad de Cristo (Cf.
Jn 2,5), le digo ahora:

Madre Santísima de Guadalupe,
que has mostrado tu amor y tu ternura
a los pueblos del continente americano,
colma de alegría y de esperanza a todos los pueblos
y a todas las familias del mundo.

A Ti, que precedes y guías nuestro camino de fe
hacia la patria eterna,
8 te encomendamos las alegrías, los proyectos,
las preocupaciones y los anhelos de todas las familias.

Oh María,
a Ti recurrimos confiando en tu ternura de Madre.
No desoigas las plegarias que te dirigimos
por las familias de todo el mundo
en este crucial período de la historia,
antes bien, acógenos a todos en tu corazón de Madre
y acompáñanos en nuestro camino hacia la patria celestial.

Amén.





A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE FINLANDIA

Lunes 19 de enero de 2009



9 Queridos y distinguidos amigos de Finlandia:

Con gran alegría os doy la bienvenida con ocasión de vuestra visita anual a Roma para la fiesta de vuestro santo patrono, san Enrique, y agradezco al obispo Gustav Björkstrand las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Estas peregrinaciones son una oportunidad para orar juntos, reflexionar y dialogar al servicio de nuestra búsqueda de una comunión plena. Vuestra visita tiene lugar durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos, cuyo tema este año está tomado del libro de Ezequiel: "Que sean una sola cosa en tu mano" (
Ez 37,17). En su visión, el profeta ve dos leños, que simbolizan los dos reinos en que el pueblo de Dios se había dividido y que luego llegan a ser uno (cf. Ez 37,15-23). En el contexto ecuménico nos habla de Dios, que constantemente nos impulsa hacia una unidad más profunda en Cristo, renovándonos y liberándonos de nuestras divisiones.

La comisión del diálogo entre luteranos y católicos en Finlandia y Suecia sigue tomando en cuenta la Declaración común sobre la justificación. Este año celebramos el décimo aniversario de esta importante declaración y la comisión está estudiando ahora sus implicaciones y la posibilidad de su recepción. Con el tema: "Justificación en la vida de la Iglesia", el diálogo está considerando cada vez más a fondo la naturaleza de la Iglesia como signo e instrumento de la salvación traída en Jesucristo y no simplemente como una mera asamblea de creyentes o una institución con varias funciones.

Vuestra peregrinación a Roma se realiza en el Año paulino, bimilenario del nacimiento del Apóstol de los gentiles, que dedicó incansablemente su vida y su enseñanza a la unidad de la Iglesia. San Pablo nos recuerda la gracia maravillosa que hemos recibido al llegar a ser miembros del Cuerpo de Cristo por el bautismo (cf. 1Co 12,12-31). La Iglesia es este Cuerpo místico de Cristo y está guiada continuamente por el Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Sólo sobre la base de esta realidad de la Encarnación se puede comprender el carácter sacramental de la Iglesia como comunión en Cristo. Un consenso sobre las implicaciones profundamente cristológicas y pneumatológicas del misterio de la Iglesia será una base muy esperanzadora para el trabajo de la comisión.

San Pablo nos enseña también que la unidad que buscamos no es más que la manifestación de nuestra plena incorporación en el Cuerpo de Cristo, porque "todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo (...), pues todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3,27-28). Con este fin, queridos amigos, espero fervientemente que vuestra visita a Roma fortalezca ulteriormente las relaciones ecuménicas entre luteranos y católicos en Finlandia, que desde hace muchos años son tan positivas. Demos juntamente gracias a Dios por todo lo que se ha logrado hasta ahora en las relaciones entre luteranos y católicos, y pidamos al Espíritu de la verdad que nos guíe hacia una unidad cada vez mayor al servicio del Evangelio.

Con estos sentimientos de afecto en el Señor, y al inicio de este nuevo año, invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias los dones divinos de alegría y paz.


AL SÍNODO DE LA IGLESIA APOSTÓLICA SIRO-CATÓLICA DE ANTIOQUÍA

Viernes 23 de enero de 2009



Eminencias;
Beatitudes;
queridos hermanos en el Episcopado:

10 Os acojo con alegría y os doy mi más cordial bienvenida, dando gracias a nuestro Señor Jesucristo al término del Sínodo de la Iglesia de Antioquía de los sirios, que ha elegido a su nuevo patriarca.

Mi saludo fraternal se dirige ante todo al patriarca Ignace Youssif Younan, que acaba de ser elegido, invocando sobre él la abundancia de las bendiciones divinas. Que el Señor conceda a Su Beatitud "la gracia del apostolado", para poder servir a la Iglesia y glorificar su santo Nombre ante el mundo.

Saludo a su eminencia el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, al que confié la presidencia de vuestro Sínodo y a quien doy vivamente las gracias.

Saludo también a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto emérito de la Congregación para las Iglesias orientales, y a Su Beatitud Ignace Pierre Abdel Ahad, patriarca emérito, así como a todos vosotros, que habéis venido a Roma para realizar el acto más importante de la responsabilidad sinodal.

Desde los orígenes del cristianismo, los apóstoles san Pedro y san Pablo estuvieron íntimamente vinculados a Antioquía, donde por primera vez los discípulos de Jesús recibieron el nombre de cristianos (cf.
Ac 11,26). No podemos olvidar a vuestros ilustres padres en la fe. En primer lugar san Ignacio, obispo de Antioquía, de quien por tradición los patriarcas siro-antioquenos toman el nombre en el momento de aceptar el oficio patriarcal; y san Efrén, llamado comúnmente "el sirio", cuya luz espiritual sigue iluminando vivamente a la Iglesia universal. Junto con ellos, otros grandes santos, hijos y pastores de vuestra Iglesia, que han ilustrado admirablemente el misterio de la salvación y, en más de una ocasión, con la sublime elocuencia del martirio.

El nuevo patriarca es el primer custodio de esta herencia. Sin embargo, cada uno, como hermano y miembro del Sínodo, debe contribuir a llevar esta carga con un auténtico espíritu de colegialidad episcopal. Pongo en manos del nuevo patriarca y del Episcopado siro-católico ante todo la tarea de la unidad entre los pastores y en el seno de las comunidades eclesiales.

Beatitud, en esta feliz circunstancia, usted ha pedido, conforme a los sagrados cánones, la "comunión eclesiástica", que le he concedido de buen grado, cumpliendo un aspecto del servicio petrino que me es particularmente querido. La comunión con el Obispo de Roma, sucesor del apóstol san Pedro, puesto por el Señor mismo como fundamento visible de unidad en la fe y en la caridad, es la garantía del vínculo de unión con Cristo pastor, e inserta a las Iglesias particulares en el misterio de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

Vuestra Beatitud ha nacido y crecido en Siria, y conoce bien el Oriente Próximo, cuna de la Iglesia siro-católica. Sin embargo, usted ha desempeñado su servicio episcopal en América como primer obispo de la eparquía Nuestra Señora de la Liberación en Newark para los fieles sirios residentes en Estados Unidos y Canadá, asumiendo también el cargo de visitador apostólico en América central. Por tanto, la diáspora oriental ha contribuido a ofrecer a la Iglesia siria su nuevo patriarca. Así, serán aún más estrechos los vínculos con la madre patria, que tantos orientales han debido abandonar para buscar mejores condiciones de vida. Mi deseo es que en Oriente, de donde vino el anuncio del Evangelio, las comunidades cristianas sigan viviendo y testimoniando su fe, como lo han hecho a lo largo de los siglos, y al mismo tiempo espero que se preste una adecuada atención pastoral a todos los que se han establecido en otras partes, para que puedan mantenerse fructíferamente vinculados a sus raíces religiosas.

Pido al Señor que ayude a cada comunidad oriental para que, dondequiera que se encuentre, sepa integrarse en su nuevo contexto social y eclesial, sin perder su identidad propia y llevando la impronta de la espiritualidad oriental, para que, utilizando "las palabras de Oriente y Occidente", la Iglesia hable eficazmente de Cristo al hombre contemporáneo. De esta forma, los cristianos afrontarán los desafíos más urgentes de la humanidad, edificarán la paz y la solidaridad universal, y darán testimonio de la "gran esperanza" de la que son portadores incansables. Le expreso a usted, Beatitud, y a la Iglesia siro-católica, mis mejores deseos y mi felicitación.

Pido al Príncipe de la paz para que lo sostenga a usted como "caput et pastor", así como a sus hermanos y sus hijos, a fin de que sean sembradores de paz ante todo en Tierra Santa, en Irak y en Líbano, donde la Iglesia siria tiene una presencia histórica muy apreciada.

Encomendándoos a la santísima Madre de Dios, imparto de corazón la bendición apostólica al nuevo patriarca y a cada uno de vosotros, así como a las comunidades a las que representáis.


A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CALDEA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


11

Sábado 24 de enero de 2009



Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con gran alegría, pastores de la Iglesia caldea que realizáis vuestra visita ad limina Apostolorum, junto con vuestro patriarca, Su Beatitud el cardenal Emmanuel III Delly, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Esta visita es un momento importante porque permite consolidar los vínculos de fe y de comunión con la Iglesia de Roma y con el Sucesor de Pedro. También me brinda la ocasión de saludaros cordialmente y, por medio de vosotros, a todos los fieles de vuestra venerable Iglesia patriarcal, y aseguraros mi oración ferviente y mi cercanía espiritual, en estos momentos difíciles que vive vuestra región y en particular Irak.

Permitidme recordar aquí con emoción a las víctimas de la violencia en Irak a lo largo de los últimos años. Pienso en monseñor Paul Faraj Rahho, arzobispo de Mosul, en el padre Ragheed Aziz Ganni, y en tantos otros sacerdotes y fieles de vuestra Iglesia patriarcal. Su sacrificio es signo de su amor a la Iglesia y a su país. Rezo a Dios para que los hombres y mujeres que buscan la paz en esa amada región unan sus fuerzas para hacer que cese la violencia de forma que todos puedan vivir en seguridad y mutua concordia. En este contexto, recibo con emoción el don de la capa utilizada por monseñor Faraj Rahho en las celebraciones diarias de la misa y la estola utilizada por el padre Ragheed Aziz Ganni. Estos dones hablan de su supremo amor a Cristo y a su Iglesia.

La Iglesia caldea, cuyos orígenes se remontan a los primeros siglos del cristianismo, tiene una larga y venerable tradición que expresa su enraizamiento en las regiones de Oriente, donde ha estado presente desde sus orígenes, así como su insustituible aportación a la Iglesia universal, especialmente a través de sus teólogos y maestros espirituales. Su historia muestra también que ha participado siempre de manera activa y fecunda en la vida de vuestras naciones. Hoy la Iglesia caldea, que ocupa un lugar importante entre los diferentes componentes de vuestros países, debe continuar esta misión al servicio del desarrollo humano y espiritual. Por ello, es necesario promover un alto nivel cultural de los fieles, especialmente de los jóvenes. Una buena formación en los diversos campos del saber, tanto religioso como profano, es una inversión preciosa para el futuro.

La Iglesia caldea, manteniendo relaciones cordiales con los miembros de las demás comunidades, está llamada a desempeñar un papel esencial de moderación de cara a la construcción de una nueva sociedad donde cada uno pueda vivir en concordia y respeto mutuo. Sé que la convivencia entre los musulmanes y la comunidad cristiana ha experimentado muchos avatares. Los cristianos, que viven en Irak desde siempre, son ciudadanos de pleno título con los derechos y deberes de todos, sin distinción de religión. Deseo ofrecer mi apoyo a los esfuerzos de comprensión y de buenas relaciones que habéis elegido como camino común para vivir en una misma tierra sagrada para todos.

Para cumplir su misión, la Iglesia necesita fortalecer sus vínculos de comunión con su Señor, que la reúne y la envía entre los hombres. Esta comunión debe vivirse ante todo dentro de la Iglesia, para que su testimonio sea creíble, como afirmó Jesús mismo: "Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). Por eso, la Palabra de Dios debe estar siempre en el centro de vuestros proyectos y de vuestra acción pastoral. Sobre la fidelidad a esta Palabra se construye la unidad entre todos los fieles, en comunión con sus pastores. Desde esta perspectiva, las orientaciones del concilio Vaticano II sobre la liturgia darán así a todos la posibilidad de acoger cada vez con más frutos los dones hechos por el Señor a su Iglesia en la liturgia y los sacramentos.

Por otro lado, en vuestra Iglesia patriarcal la Asamblea sinodal es una riqueza indudable que debe ser instrumento privilegiado para hacer más sólidos y eficaces los vínculos de comunión y vivir la caridad entre los obispos. Es el lugar donde se realiza efectivamente la corresponsabilidad gracias a una auténtica colaboración entre sus miembros y a encuentros regulares bien preparados que permitan elaborar orientaciones pastorales comunes. Pido al Espíritu Santo que aumente cada vez más entre vosotros la unidad y la confianza mutua, para que el servicio pastoral que os ha sido encomendado se realice plenamente para mayor bien de la Iglesia y de sus miembros. Por otra parte, especialmente en Irak, la Iglesia caldea, que es mayoritaria, tiene una responsabilidad particular para promover la comunión y la unidad del Cuerpo místico de Cristo. Os animo a continuar los encuentros con los pastores de las distintas Iglesias sui iuris y también con los responsables de las demás Iglesias cristianas, para impulsar el ecumenismo.

En cada eparquía, las diversas estructuras pastorales, administrativas y económicas previstas por el derecho también son para vosotros ayudas valiosas para realizar efectivamente la comunión en el seno de las comunidades y favorecer la colaboración.

Entre las urgencias que debéis atender se encuentra la situación de los fieles que afrontan diariamente la violencia. Los admiro por su valentía y su perseverancia frente a las pruebas y las amenazas de que son objeto, sobre todo en Irak. El testimonio que dan del Evangelio es un signo elocuente de la vitalidad de su fe y de la fuerza de su esperanza. Os animo vivamente a apoyar a los fieles para que superen las dificultades actuales y consoliden su presencia, apelando a las autoridades responsables para que reconozcan sus derechos humanos y civiles, exhortándolos también a amar la tierra de sus antepasados, en la que están profundamente arraigados.


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