Discursos 2009 23

A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA DE PRESIDENTES DE LAS MAYORES ORGANIZACIONES JUDÍAS DE ESTADOS UNIDOS

Jueves 12 de febrero de 2009

Queridos amigos:

Me alegra daros la bienvenida a todos hoy y agradezco al rabino Arthur Schneier y al señor Alan Solow las palabras que me han dirigido en vuestro nombre. Me acuerdo muy bien de las diferentes ocasiones, durante mi visita del año pasado a los Estados Unidos, en las que me encontré con algunos de vosotros en Washington y en Nueva York. Usted, rabino Schneier, con cortesía me recibió en la sinagoga de Park East algunas horas antes de vuestra celebración de la Pascua. Ahora, tengo la alegría de ofrecerle hospitalidad aquí en mi casa. Encuentros como este nos permiten demostrar nuestro respeto recíproco. Quiero que sepáis que sois todos bienvenidos hoy en la casa de Pedro, la casa del Papa.

24 Recuerdo con gratitud las diferentes ocasiones que he tenido en el transcurso de muchos años de pasar tiempo en compañía de mis amigos judíos. Mis visitas, aunque hayan sido breves, a vuestras comunidades en Washington y en Nueva York, fueron experiencias de estima fraterna y de amistad sincera. Esto sucedió también durante la visita a la sinagoga de Colonia, la primera de este tipo en mi pontificado. Para mí fue muy conmovedor pasar algunos momentos con la comunidad judía en esa ciudad, que conozco tan bien, una ciudad que acogió el primer asentamiento judío en Alemania y cuyos orígenes se remontan al tiempo del Imperio romano.

Un año después, en mayo de 2006, visité el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. ¿Qué palabras pueden expresar de modo adecuado esa experiencia profundamente conmovedora? Al entrar en ese lugar del horror, escenario de tanto sufrimiento inenarrable, medité en el incontable número de prisioneros, muchos de ellos judíos, que habían recorrido ese mismo camino en el cautiverio de Auschwitz y en todos los demás campos de concentración. Aquellos hijos de Abraham, afectados por el luto y horriblemente humillados, no tenían más apoyo que la fe en el Dios de sus padres, una fe que nosotros, los cristianos, compartimos con vosotros, nuestros hermanos y hermanas.

¿Cómo podemos comenzar a comprender la enormidad de lo que sucedió en aquellas cárceles infames? Todo el género humano experimenta una profunda vergüenza por la brutalidad salvaje que se desencadenó entonces contra vuestro pueblo. Permitidme que repita lo que dije en aquella triste ocasión: «Los potentados del Tercer Reich querían aplastar al pueblo judío en su totalidad, borrarlo de la lista de los pueblos de la tierra. Entonces se verificaron de modo terrible las palabras del Salmo: "Nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza"» (Discurso durante la visita al campo de concentración de Auschwitz, 28 de mayo de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 2006, p. 15).

Nuestro encuentro de hoy tiene lugar en el contexto de vuestra visita a Italia, en concomitancia con vuestra "Leadership Mission" anual a Israel. Yo también me estoy preparando para visitar Israel, una tierra que es santa para los cristianos y para los judíos, dado que allí se encuentran las raíces de nuestra fe. En efecto, la Iglesia encuentra su sustento en la raíz de ese buen olivo, el pueblo de Israel, en el que se han injertado las ramas del olivo silvestre de los gentiles (cf.
Rm 11,17-24). Desde los primeros días del cristianismo, nuestra identidad y cada uno de los aspectos de nuestra vida y de nuestro culto están íntimamente vinculados a la antigua religión de nuestros padres en la fe.

La historia de dos mil años de relaciones entre el judaísmo y la Iglesia ha atravesado muchas fases diferentes, algunas de las cuales han dejado un recuerdo doloroso. Ahora que podemos encontrarnos con espíritu de reconciliación, no debemos permitir que las dificultades pasadas nos impidan tender recíprocamente la mano de la amistad. De hecho, ¿qué familia no ha experimentado tensiones de un tipo o de otro? La declaración Nostra aetate del concilio Vaticano ii marcó un hito en el camino hacia la reconciliación y subrayó claramente los principios que rigen desde entonces la actitud de la Iglesia en las relaciones entre cristianos y judíos.

La Iglesia está profunda e irrevocablemente comprometida a rechazar toda forma de antisemitismo y a seguir construyendo relaciones buenas y duraderas entre nuestras dos comunidades. Una imagen particular que expresa este compromiso es la del momento en el que mi querido predecesor el Papa Juan Pablo II se detuvo ante el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, implorando el perdón de Dios después de toda la injusticia que el pueblo judío se había visto obligado a sufrir. Ahora hago mía su oración: "Dios de nuestros padres, tú has elegido a Abraham y a su descendencia para que tu nombre fuera dado a conocer a las naciones: nos duele profundamente el comportamiento de cuantos, en el curso de la historia, han hecho sufrir a estos tus hijos, y, a la vez que te pedimos perdón, queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza" (26 de marzo de 2000: cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de marzo de 2000, p. 8).

El odio y el desprecio por hombres, mujeres y niños, manifestados en el Holocausto fueron un crimen contra Dios y contra la humanidad. Esto debería quedar claro a todos, en particular a quienes pertenecen a la tradición de las Sagradas Escrituras, según las cuales, todo ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27). Es indudable que toda negación o minimización de este terrible crimen es intolerable y totalmente inaceptable. Recientemente, en una audiencia pública, reafirmé que el Holocausto debe ser "advertencia contra el olvido, la negación o el reduccionismo, porque la violencia hecha contra un solo ser humano es violencia contra todos" (28 de enero de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de enero de 2009, p. 19).

Este terrible capítulo de nuestra historia no debe olvidarse nunca. Como se ha dicho con razón, el recuerdo es "memoria futuri"; para nosotros es una advertencia en orden al futuro y una exhortación a luchar por la reconciliación. Recordar es hacer todo lo posible por evitar que se repita una catástrofe como esta en la familia humana, construyendo puentes de amistad duradera.

Pido fervientemente a Dios que el recuerdo de este horrible crimen fortalezca nuestra determinación de curar las heridas que durante tanto tiempo han empañado las relaciones entre cristianos y judíos. Deseo de corazón que nuestra amistad se fortalezca cada vez más, de modo que el compromiso irrevocable de la Iglesia de mantener relaciones respetuosas y armoniosas con el pueblo de la Alianza dé frutos abundantes.


AL FINAL DE UN CONCIERTO CON OCASIÓN DEL 80º ANIVERSARIO DEL ESTADO DE LA CIUDAD DEL VATICANO

Sala Pablo VI

Jueves 12 de febrero de 2009



25 Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras:

Al final de esta hermosa velada, me alegra dirigiros un cordial saludo a todos vosotros, que habéis participado en el concierto organizado con ocasión del 80° aniversario de la fundación del Estado de la Ciudad del Vaticano. Saludo a las autoridades religiosas, civiles y militares; a las ilustres personalidades, y en particular a los prelados de la Curia romana y los colaboradores de las diversas oficinas de la Gobernación del Vaticano, que han venido para recordar, también con esta iniciativa, un aniversario tan significativo.

Deseo manifestar mi profunda gratitud sobre todo al señor cardenal Giovanni Lajolo, presidente de la Comisión pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano, a quien agradezco también las palabras llenas de afecto y devoción que me ha dirigido al inicio del concierto. Extiendo mi saludo al secretario general, monseñor Renato Boccardo, y a los demás responsables de la Gobernación; y naturalmente expreso mi gratitud a todos los que han cooperado de diversas maneras en la organización y en la realización de este acontecimiento musical.

Con la seguridad de interpretar los sentimientos de todos los presentes, deseo dirigir unas palabras especiales de agradecimiento y aprecio a los componentes de la RTE Concert Orchestra (Orquesta de la Radiotelevisión irlandesa), a los coristas de la Our Lady's Choral Society, de Dublín, al director Proinnsias O Duinn, al director del coro Paul Ward, y a los solistas. Deseo dirigir un saludo particular a la numerosa representación de fieles de Dublín, que han venido para acompañar a la coral de su ciudad.

Nos han ofrecido la ejecución de fragmentos del conocido oratorio Mesías, de Georg Friedrich Händel, capaz de crear un sugestivo clima espiritual gracias a una rica antología de textos sagrados del Antiguo y del Nuevo Testamento, que constituyen como el entramado de toda la partitura musical. De igual modo, la orquesta y el coro han logrado evocar admirablemente la figura del Mesías, de Cristo, a la luz de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Así, la riqueza del contrapunto musical y la armonía del canto nos han ayudado a contemplar el intenso y arcano misterio de la fe cristiana. Una vez más se ha puesto de manifiesto que la música y el canto, gracias a su hábil unión con la fe, pueden revestir un elevado valor pedagógico en el ámbito religioso. La música como arte puede ser una manera particularmente adecuada de anunciar a Cristo, porque logra hacer perceptible el misterio con una elocuencia muy suya.

Este concierto, con el que se ha querido conmemorar un aniversario significativo para el Estado de la Ciudad del Vaticano, se inserta en el programa del congreso organizado para esta circunstancia sobre el tema: "Un territorio pequeño para una gran misión". Ciertamente, no es ahora el momento para una disquisición sobre dicho acontecimiento histórico, al que varios expertos están aportando en el congreso la contribución de su competencia desde múltiples perspectivas. Por lo demás, el sábado próximo tendré la oportunidad de encontrarme con los participantes en estas jornadas de estudio y dirigirles mi palabra.

En esta circunstancia también deseo dar las gracias a cuantos han contribuido a solemnizar una celebración tan significativa para la Iglesia católica. Al conmemorar los 80 años de la Civitas Vaticana, se siente la necesidad de rendir homenaje a cuantos han sido y son los protagonistas de estos ocho decenios de historia de una pequeña franja de tierra. En primer lugar, quiero recordar al protagonista principal, mi venerado predecesor Pío XI, el cual, al anunciar la firma de los Pactos lateranenses, y sobre todo la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano, se refirió a san Francisco de Asís. Dijo que la nueva realidad soberana era para la Iglesia, al igual que para el Poverello, "la parte de cuerpo que bastaba para mantener unida el alma" (cf. Discurso del 11 de febrero de 1929).

Pidamos al Señor, que dirige firmemente el destino de la "barca de Pedro" en medio de las vicisitudes no siempre tranquilas de la historia, que siga velando sobre este pequeño Estado. Pidámosle, sobre todo, que asista con la fuerza de su Espíritu a aquel que gobierna el timón de la barca, al Sucesor de Pedro, para que pueda cumplir con fidelidad y eficacia su ministerio como fundamento de la unidad de la Iglesia católica, que tiene en el Vaticano su centro visible y se extiende hasta los confines del mundo. Encomiendo esta oración a la intercesión de María, Virgen Inmaculada y Madre de la Iglesia, y, a la vez que renuevo en nombre de los presentes un agradecimiento cordial a quienes idearon esta velada, a los miembros de la orquesta y a los cantores, en especial a los solistas, aseguro a cada uno un recuerdo en la oración y sobre todos invoco la bendición de Dios.


A LOS OBISPOS DE NIGERIA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Sábado 14 de febrero de 2009

26 Queridos hermanos en el episcopado:

Con gran alegría os doy la bienvenida a vosotros, obispos de Nigeria, durante vuestra visita ad limina a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Como Sucesor de Pedro aprecio este encuentro, que fortalece nuestro vínculo de comunión y amor fraterno y nos permite renovar juntos la sagrada responsabilidad que desempeñamos en la Iglesia. Agradezco al arzobispo Job las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Por mi parte, me alegra expresaros mis sentimientos de respeto y gratitud a vosotros y a todos los fieles de Nigeria.

Hermanos, desde vuestra última visita ad limina Dios todopoderoso ha bendecido a la Iglesia en vuestro país con un generoso crecimiento. Esto se puede constatar especialmente en el número de nuevos cristianos que han recibido a Cristo en su corazón y han aceptado con gozo a la Iglesia como "columna y fundamento de la verdad" (
1Tm 3,15). Las abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas también son un signo claro de la obra del Espíritu entre vosotros. Por estas bendiciones doy gracias a Dios y os manifiesto mi aprecio a vosotros, así como a los sacerdotes, religiosos y catequistas que han trabajado en la viña del Señor.

La expansión de la Iglesia requiere cuidar con esmero la planificación diocesana y la formación del personal a través de las actividades de formación que estáis llevando a cabo para facilitar la necesaria profundización en la fe de vuestro pueblo (cf. Ecclesia in Africa ). Por vuestros informes veo que conocéis bien los pasos básicos que es preciso dar: enseñar el arte de la oración, impulsar la participación en la liturgia y en los sacramentos, predicar de modo sabio y adecuado, impartir el catecismo, y proporcionar una guía moral y espiritual. Sobre este fundamento la fe florece en virtudes cristianas, y promueve parroquias vibrantes y un servicio generoso a la comunidad más amplia. Vosotros mismos, juntamente con vuestros sacerdotes, debéis guiar con humildad, sin las ambiciones del mundo, con oración, con obediencia a la voluntad de Dios y con transparencia al gobernar. De esta forma seréis signo de Cristo, buen Pastor.

La celebración de la liturgia es una fuente privilegiada de renovación de la vida cristiana. Os felicito por vuestros esfuerzos para mantener el equilibrio correcto entre los momentos de contemplación y las actividades externas de participación y alegría en el Señor. Con este fin es necesario prestar atención a la formación litúrgica de los sacerdotes y evitar excesos extraños. Continuad por este camino teniendo en cuenta que la adoración eucarística en las parroquias, en las comunidades religiosas y en otros lugares adecuados mejora notablemente el diálogo de amor y la veneración del Señor (cf. Sacramentum caritatis, 67).

El próximo Sínodo de los obispos para África abordará, entre otros temas, la cuestión de los conflictos étnicos. La maravillosa imagen de la Jerusalén celestial, la reunión de innumerables hombres y mujeres de toda tribu, lengua, pueblo y nación que han sido redimidos por la sangre de Cristo (cf. Ap 5,9), os impulsa a afrontar el desafío de los conflictos étnicos, donde existan, incluso dentro de la Iglesia. Expreso mi aprecio a los que habéis aceptado una misión pastoral fuera de los límites de vuestro propio grupo regional o lingüístico, y agradezco a los sacerdotes y a los fieles que os han acogido y apoyado.

Vuestro deseo de adaptaros a los demás es un signo elocuente de que en la Iglesia, nueva familia de todos los que creen en Cristo (cf. Mc 3,31-35), no hay lugar para ningún tipo de división. A los catecúmenos y a los neófitos es preciso enseñarles a aceptar esta verdad cuando se comprometen a seguir a Cristo y a llevar una vida de amor cristiano. Todos los creyentes, especialmente los seminaristas y los sacerdotes, deben progresar en generosidad y madurez permitiendo que el mensaje del Evangelio purifique y supere cualquier estrechez de perspectivas locales.

La selección sabia y ponderada de los seminaristas es fundamental para el bienestar espiritual de vuestro país. Su formación personal debe asegurarse mediante la dirección espiritual regular, el sacramento de la Reconciliación, la oración y la meditación de la Sagrada Escritura. En la Palabra de Dios los seminaristas y los presbíteros encontrarán los valores que distinguen al buen sacerdote, consagrado al Señor en cuerpo y alma (cf. 1Co 7,34). Aprenderán a servir con desprendimiento personal y caridad pastoral a quienes están encomendados a su cuidado, fortalecidos por la gracia que está en Cristo Jesús (cf. 2Tm 2,1).

Quiero subrayar la tarea del obispo de apoyar la importante realidad social y eclesial del matrimonio y la vida familiar. Con la cooperación de sacerdotes y laicos bien preparados, de expertos y de parejas casadas, debéis ejercer con celo y responsabilidad vuestra solicitud en esta área de prioridad pastoral (cf. Familiaris consortio FC 73). Los cursos para novios, y la enseñanza catequética general y específica sobre el valor de la vida humana, sobre el matrimonio y la familia, fortalecerán a los fieles ante los desafíos que les plantean los cambios sociales. De la misma forma, no dejéis de animar a las asociaciones o movimientos que ayudan eficazmente a los esposos a vivir su fe y sus compromisos matrimoniales.

Como un importante servicio a la nación, estáis comprometidos en el diálogo interreligioso, especialmente con el islam. Con paciencia y perseverancia se están forjando fuertes relaciones de respeto, amistad y cooperación práctica con los miembros de otras religiones. Gracias a vuestros esfuerzos como promotores diligentes e incansables de buena voluntad, la Iglesia llegará a ser signo e instrumento más claro de la comunión con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium LG 1).

Vuestra dedicación a aplicar los principios católicos para aportar luz a los actuales problemas nacionales es muy apreciada. La ley natural, inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2009, n. 8), y el Evangelio, correctamente comprendido y aplicado a las realidades civiles y políticas, no reducen en ningún caso la gama de opciones políticas válidas. Al contrario, para todos los ciudadanos constituyen una garantía de vida de libertad, con respeto a su dignidad de personas, y de protección ante la manipulación ideológica y el abuso basado en la ley del más fuerte (cf. Discurso a la sesión plenaria de la Comisión teológica internacional, 5 de diciembre de 2008). Con confianza en el Señor, seguid ejerciendo vuestra autoridad episcopal en la lucha contra las prácticas injustas y la corrupción, y contra todas las causas y las formas de discriminación y criminalidad, especialmente contra el trato degradante de la mujer y la deplorable práctica de los secuestros. Promoviendo la doctrina social católica dais vuestra leal contribución al país y ayudáis a la consolidación de un orden nacional basado en la solidaridad y en la cultura de los derechos humanos.

27 Queridos hermanos en el episcopado, os exhorto con las palabras del apóstol san Pablo: "Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Haced todo con amor" (1Co 16,13-14). Os pido que transmitáis mi saludo a vuestro querido pueblo, especialmente a los numerosos fieles que dan testimonio de Cristo en la esperanza a través de la oración y el sufrimiento (cf. Spe salvi ). También saludo con afecto a quienes ofrecen su servicio a la familia, en las parroquias y en las estaciones misioneras, en los campos de la educación, la asistencia sanitaria y otras esferas de la caridad cristiana.

Encomendándoos a vosotros y a quienes están confiados a vuestro cuidado pastoral a las oraciones del beato Cipriano Miguel Iwene Tansi y a la protección maternal de María, Madre de la Iglesia, os imparto de corazón mi bendición apostólica.


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO EN EL 80° ANIVERSARIO


DE LA FUNDACIÓN DEL ESTADO DE LA CIUDAD DEL VATICANO

Sala Clementina

Sábado 14 de febrero de 2009

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras:

Con verdadero placer os dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, organizadores, relatores y participantes en el Congreso organizado para celebrar el 80° aniversario de la fundación del Estado de la Ciudad del Vaticano. "Un territorio pequeño para una gran misión" es el tema en el que habéis centrado vuestra atención, reflexionando juntos sobre el valor espiritual y civil que reviste este pequeño Estado soberano, dedicado completamente al servicio de la gran misión encomendada por Jesucristo al apóstol san Pedro y a sus sucesores. Agradezco al señor cardenal Giovanni Lajolo no sólo las palabras de saludo que me ha dirigido en vuestro nombre, sino también el empeño que él y sus colaboradores de la Gobernación han puesto para solemnizar la significativa meta de los ochenta años de existencia y actividad del Estado vaticano.

Expreso viva complacencia por las celebraciones y por las diversas iniciativas conmemorativas de estos días, con las que se ha querido profundizar y dar a conocer mejor la historia y la fisonomía de la Civitas Vaticana. A los ochenta años de su fundación, constituye una realidad pacíficamente consolidada, aunque no siempre bien comprendida en sus razones de ser y en las múltiples tareas que está llamada a realizar. Para quien trabaja diariamente al servicio de la Santa Sede o para quien vive en la ciudad de Roma es un dato de hecho, algo natural, que exista en el centro de Roma un pequeño Estado soberano, pero no de todos es conocido que es fruto de un proceso histórico en ciertos aspectos tormentoso, que hizo posible su constitución, motivada por elevados ideales de fe y por la clarividente conciencia de las finalidades que debía cumplir. Así, podríamos decir que este aniversario, que justifica nuestro encuentro, invita a contemplar con una conciencia más viva lo que el Estado de la Ciudad del Vaticano significa y es.

Cuando se vuelve con la memoria al 11 de febrero de 1929, no se puede menos de recordar con profunda gratitud al primer y principal artífice de los Pactos lateranenses, mi venerado predecesor el Papa Pío XI: era el Papa de mi infancia, por el que sentíamos gran veneración y amor. Merecidamente durante estos días se ha mencionado en repetidas ocasiones su nombre, porque, con su lúcida clarividencia y su indómita voluntad, fue el verdadero fundador y el primer constructor del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Por lo demás, los estudios históricos que se siguen realizando sobre su pontificado nos ayudan a comprender cada vez más la grandeza del Papa Ratti, el cual gobernó la Iglesia en los años difíciles que mediaron entre las dos guerras mundiales. Con mano firme dio fuerte impulso a la acción eclesial en sus múltiples dimensiones: basta pensar en la expansión misionera, en la atención a la formación de los ministros de Dios, en la promoción de la actividad de los fieles laicos en la Iglesia y en la sociedad, y en la intensa relación con la comunidad civil.

28 Durante su pontificado, el "Papa bibliotecario" tuvo que afrontar las dificultades y las persecuciones que la Iglesia sufría en países como México y España, así como la guerra que le declararon los totalitarismos —nacionalsocialismo y fascismo— que surgieron y se consolidaron en esos años. En Alemania no se ha olvidado su gran encíclica Mit brennender Sorge, como fuerte señal contra el nazismo.

Admira de verdad la obra sabia y fuerte de este Pontífice, que para la Iglesia sólo quiso la libertad que le permitiera cumplir plenamente su misión. También el Estado de la Ciudad del Vaticano, que surgió como resultado de los Pactos lateranenses y en particular del Tratado, fue considerado por Pío XI como un instrumento para garantizar su independencia necesaria frente a cualquier potestad humana, para dar a la Iglesia y a su Pastor supremo la posibilidad de cumplir plenamente el mandato recibido de Cristo Señor.

Ya diez años después, cuando estalló la segunda guerra mundial, una guerra que con sus violencias y sufrimientos llegó incluso hasta las puertas del Vaticano, se vio con claridad cuán útil y benéfica es para la Santa Sede, para la Iglesia e incluso para Roma y para el mundo entero, esta pequeña pero completa realidad estatal.

Así pues, se puede afirmar que a lo largo de sus ocho décadas de existencia, el Estado vaticano ha sido un instrumento dúctil y siempre a la altura de las exigencias que le planteaban y le siguen planteando tanto la misión del Papa como las necesidades de la Iglesia y las condiciones continuamente cambiantes de la sociedad. Precisamente por eso, bajo la guía de mis venerados predecesores, desde el siervo de Dios Pío XII hasta el Papa Juan Pablo II, se ha realizado, y se sigue llevando a cabo ante los ojos de todos una constante adecuación de las normas, de las estructuras y de los medios de este singular Estado edificado en torno a la tumba del apóstol san Pedro.

El significativo aniversario que estamos conmemorando en estos días es, por tanto, motivo de profunda acción de gracias al Señor, que guía el destino de su Iglesia en medio de las vicisitudes a menudo borrascosas del mar de la historia, y asiste a su Vicario en la tierra en el desempeño de su oficio de Christianae religionis summus Antistes.

Mi gratitud se extiende a todos los que en el pasado han sido y hoy son protagonistas de la vida del Estado de la Ciudad del Vaticano, algunos conocidos, pero muchos otros desconocidos en su humilde y valioso servicio. Expreso mi agradecimiento a los miembros de la actual comunidad de vida y de trabajo de la Gobernación y de los demás organismos del Estado, interpretando así los sentimientos de todo el pueblo de Dios. Al mismo tiempo, quiero animar a los que trabajan en las diferentes oficinas y servicios vaticanos a realizar sus tareas no sólo con honradez y competencia profesional, sino también con una conciencia cada vez más viva de que su trabajo constituye un valioso servicio a la causa del reino de Dios.

La Civitas Vaticana es, en realidad, un punto casi invisible en los mapas de la geografía mundial, un Estado diminuto e inerme, sin ejércitos temibles, aparentemente irrelevante en las grandes estrategias geopolíticas internacionales. Y, sin embargo, este baluarte visible de la independencia absoluta de la Santa Sede ha sido y es centro de irradiación de una acción constante en favor de la solidaridad y del bien común. ¿No es verdad que, precisamente por esto, desde todas partes se mira con gran atención a este pequeño trozo de tierra?

El Estado vaticano, que encierra tesoros de fe, de historia y de arte, conserva un patrimonio muy valioso para la humanidad entera. Desde su interior, donde habita el Papa junto a la tumba de san Pedro, se difunde de forma incesante un mensaje de verdadero progreso social, de esperanza, de reconciliación y de paz.

Ahora, este Estado nuestro, después de recordar solemnemente el 80° aniversario de su fundación, reemprende el camino con un impulso apostólico más fuerte. Ojalá que la Ciudad del Vaticano sea cada vez más una verdadera "ciudad situada en la cima de un monte", luminosa gracias a las convicciones y a la generosa entrega de todos los que trabajan al servicio de la misión eclesial del Sucesor de Pedro.

Con este deseo, a la vez que invoco la protección maternal de María, así como la intercesión de san Pedro y san Pablo y de los demás mártires que con su sangre hicieron sagrada esta tierra, de buen grado os imparto mi bendición a todos vosotros, aquí reunidos, y la extiendo con afecto a la gran familia del Estado de la Ciudad del Vaticano.




A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO PÍO LATINO AMERICANO DE ROMA

Sala Clementina

29

Jueves 19 de febrero 2009



Venerados hermanos en el Episcopado,
Queridos Padre Rector, superiores, religiosas
y alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma

1. Agradezco las amables palabras que en nombre de todos ustedes me ha dirigido Monseñor Carlos José Ñáñez, Arzobispo de Córdoba y Presidente de la Comisión Episcopal del Pontificio Colegio Pío Latino Americano. Me alegra recibirlos cuando están celebrando los ciento cincuenta años de la fundación de esta benemérita institución.

El veintisiete de noviembre de mil ochocientos cincuenta y ocho dio comienzo la fructuosa andadura de este Colegio como valioso centro de formación, primero de seminaristas y, desde hace algo más de tres décadas, de diáconos y sacerdotes. Hoy, más de cuatro mil alumnos se sienten miembros de esa gran familia. Todos ellos han mirado esta alma mater con entrañable afecto, pues ésta se ha distinguido desde sus inicios por un clima de sencillez, de acogida, de oración y de fidelidad al Magisterio del Sumo Pontífice, lo cual contribuye poderosamente a que en los colegiales crezca el amor a Cristo y el deseo de servir humildemente a la Iglesia, buscando siempre la mayor gloria de Dios y el bien de las almas.

2. Ustedes, queridos alumnos del Colegio Pío Latinoamericano, son herederos de este rico patrimonio humano y espiritual, que hay que perpetuar y enriquecer con un serio cultivo de las distintas disciplinas eclesiásticas y con la vivencia gozosa de la universalidad de la Iglesia. Aquí, en esta ciudad, los Apóstoles Pedro y Pablo proclamaron con audacia el Evangelio y pusieron fundamentos sólidos para propagarlo por todo el mundo, en cumplimiento del mandato del Maestro: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28,19-20).

Ustedes mismos son fruto de esa maravillosa siembra del mensaje redentor de Cristo a lo largo de la historia. En efecto, provienen de diversos países, en los que, hace más de quinientos años, unos valerosos misioneros dieron a conocer a Jesús, nuestro Salvador. De este modo, por medio del bautismo, aquellas gentes se abrieron a la vida de la gracia que los hizo hijos de Dios por adopción y recibieron, además, el Espíritu Santo, que fecundó sus culturas, purificándolas y desarrollando las semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio (cf. Discurso en la Sesión inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, n. 1).

En Roma, junto a la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, ustedes tienen una oportunidad privilegiada de forjar su corazón de verdaderos apóstoles, en los que todo su ser y quehacer esté anclado firmemente en el Señor, que ha de ser siempre para ustedes cimiento, brújula y meta de sus esfuerzos. Además, el Colegio les permite compartir fraternalmente su experiencia humana y sacerdotal y les ofrece una ocasión favorable para abrirse permanentemente al conocimiento de otras culturas y expresiones eclesiales. Esto les ayudará a ser auténticos discípulos de Jesucristo e intrépidos misioneros de su Palabra, con amplitud de miras y grandeza de alma. De este modo, estarán más capacitados para ser hombres de Dios que lo conocen en profundidad, abnegados trabajadores en su viña y solícitos dispensadores de la caridad de Jesucristo para con los más necesitados.

3. Sus Obispos los han enviado al Pontificio Colegio Pío Latinoamericano para que se llenen de la sabiduría de Cristo crucificado, de forma que, al regresar a sus diócesis, puedan poner este tesoro a disposición de los demás en los diversos encargos que les sean confiados. Esto requiere aprovechar bien el tiempo de su estancia en Roma. La constancia en el estudio y la investigación rigurosa, además de hacerlos indagar en los misterios de la fe y en la verdad sobre el hombre a la luz del Evangelio y de la tradición de la Iglesia, fomentará en ustedes una vida espiritual arraigada en la Palabra de Dios y siempre alimentada por la riqueza incomparable de los sacramentos.

4. El amor y la adhesión a la Sede Apostólica es una de las características más relevantes de los pueblos latinoamericanos y del Caribe. Por eso, mi encuentro con ustedes me hace recordar los días que pasé en Aparecida, cuando comprobé emocionado las manifestaciones de colegialidad y comunión fraterna en el ministerio episcopal de los representantes de las Conferencias Episcopales de aquellos nobles países. Con mi presencia allí, quise alentar a los obispos en su reflexión sobre algo fundamental para avivar la fe de la Iglesia que peregrina en aquellas amadas tierras: llevar a todos nuestros fieles a ser "discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida".


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