Discursos 2009 44

A LAS ASOCIACIONES "PRO PETRI SEDE"

Y "ETRENNES PONTIFICALES" DE BÉLGICA


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Sala del Consistorio

Viernes 27 de febrero de 2009



Queridos amigos:

Me alegra particularmente acogeros con ocasión de la peregrinación que, cada dos años, realizáis a la tumba de los Apóstoles para pedir al Señor que fortalezca vuestra fe y bendiga los esfuerzos que hacéis para testimoniar generosamente su amor.

El Año paulino, a través de la meditación de la palabra del Apóstol de los gentiles, nos ofrece la oportunidad de tomar conciencia más viva del hecho de que la Iglesia es un Cuerpo, por el que circula la misma vida de Jesús. Por eso, cada miembro del cuerpo eclesial está unido de un modo muy profundo a todos los demás y no puede ignorar sus necesidades. Los bautizados, alimentados con el mismo pan eucarístico, no pueden permanecer indiferentes cuando falta el pan en la mesa de los hombres. También este año habéis aceptado escuchar el llamamiento a abrir vuestro corazón a las necesidades de los desheredados, con el fin de ayudar a los miembros del Cuerpo de Cristo afectados por la miseria, a fin de que tengan más vitalidad y puedan dar testimonio de la buena nueva.

Poniendo en manos del Sucesor de Pedro el fruto de vuestra colecta, le permitís practicar una caridad concreta y activa que es signo de su solicitud por todas las Iglesias, por todo bautizado y por todo hombre. Os lo agradezco vivamente en nombre de todas las personas que se beneficiarán de vuestra generosidad en su lucha contra los males que atentan contra su dignidad. Combatiendo la pobreza, ayudamos más a que la paz se establezca y arraigue en los corazones.

Encomendándoos a vosotros y a vuestros seres queridos a la intercesión de la santísima Virgen María, Madre de misericordia, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, así como a los miembros de vuestras asociaciones y a sus familias.
Marzo de 2009



AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DE LA CURIA ROMANA

Sábado 7 de marzo de 2009



Eminencia;
queridos y venerados hermanos:

46 Una de las gratas funciones del Papa es decir "gracias". En este momento quiero darle las gracias, en nombre de todos nosotros y de todos vosotros, a usted, eminencia, por estas meditaciones que nos ha dado. Nos ha dirigido, iluminado, ayudado a renovar nuestro sacerdocio. No ha hecho una acrobacia teológica. No nos ha ofrecido acrobacias teológicas, sino que nos ha dado una doctrina sana, el pan bueno de nuestra fe.

Al escuchar sus palabras, me vino a la mente una profecía del profeta Ezequiel interpretada por san Agustín. En el libro de Ezequiel, el Señor, el Dios pastor, dice al pueblo: "Pastorearé a mis ovejas por los montes de Israel (...). Las apacentaré en buenos pastos" (cf.
Ez 34,13-14). Y san Agustín se pregunta dónde se encuentran esos montes de Israel y cuáles son esos buenos pastos, y dice: los montes de Israel, los buenos pastos son la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios que nos proporciona el verdadero alimento.

Su predicación ha estado impregnada de Sagrada Escritura, con una gran familiaridad con la Palabra de Dios leída en el contexto de la Iglesia viva, desde los santos Padres hasta el Catecismo de la Iglesia católica, siempre contextualizada en la lectura, en la liturgia. Precisamente así la Escritura ha estado presente con su plena actualidad. Su teología, como nos ha dicho, no ha sido una teología abstracta, sino marcada por un sano realismo.

He admirado y me ha agradado esta experiencia concreta de sus cincuenta años de sacerdocio, de los que ha hablado y a la luz de los cuales nos ha ayudado a concretar nuestra fe. Nos ha dirigido palabras apropiadas, concretas, para nuestra vida, para nuestro comportamiento como sacerdotes. Y espero que muchos lean también estas palabras y las aprecien.

Al inicio comenzó con el hermoso relato, siempre fascinante, de los primeros discípulos que siguieron a Jesús. Todavía un poco inciertos y tímidos preguntan: "Maestro, ¿dónde vives?". Y la respuesta, que usted nos ha interpretado, es: "Venid y lo veréis" (Jn 1,38-39). Para ver debemos ir, debemos caminar y seguir a Jesús, que siempre nos precede. Sólo caminando y siguiendo a Jesús podemos también ver. Usted nos ha mostrado dónde vive Jesús, dónde tiene su morada: en la Iglesia, en su Palabra, en la santísima Eucaristía.

Gracias, eminencia, por habernos dirigido. Con nuevo impulso y con nueva alegría emprendemos el camino hacia la Pascua. A todos os deseo una buena Cuaresma y una feliz Pascua.



VISITA AL CAPITOLIO DE ROMA

Lunes 9 de marzo de 2009


Señor alcalde;
señor presidente del concejo;
señores y señoras asesores y concejales del Ayuntamiento de Roma;
ilustres autoridades;
queridos amigos:

47 Como se ha recordado, no es la primera vez que un Papa es acogido con tanta cordialidad en este palacio senatorial y toma la palabra en esta solemne sala del Concejo, en la que se reúnen los más altos representantes de la administración ciudadana. Los anales de la historia registran, en primer lugar, la breve parada del beato Pío IX en la plaza del Capitolio, tras la visita a la basílica del "Ara Coeli", el 16 de septiembre de 1870. Mucho más reciente es la visita que realizó el Papa Pablo VI el 16 de abril de 1966, a la que siguió la de mi venerado predecesor Juan Pablo II, el 15 de enero de 1998. Son gestos que atestiguan el afecto y la estima que los Sucesores de Pedro, Pastores de la comunidad católica romana y de la Iglesia universal, albergan desde siempre hacia Roma, centro de la civilización latina y cristiana, "madre acogedora de los pueblos" (cf. Prudencio, Peristephanon, poema 11, 191) y "discípula de la verdad" (cf. san León Magno, Tract. septem et nonaginta).

Por tanto, con emoción comprensible, tomo ahora la palabra durante esta visita. La tomo para expresar ante todo, señor alcalde, mi gratitud por la amable invitación a visitar el Capitolio que usted me dirigió al inicio de su mandato de primer magistrado de la urbe. También le agradezco las profundas expresiones con que me ha acogido, interpretando el pensamiento de los presentes. Mi saludo se extiende al señor presidente del concejo, a quien agradezco los nobles sentimientos que ha expresado también en nombre de sus compañeros.

He seguido con gran atención las reflexiones tanto del alcalde como del presidente, y he percibido en ellas la voluntad decidida de la Administración de servir a esta ciudad buscando su bienestar material, social y espiritual verdadero e integral. Mi cordial saludo va, por último, a los asesores y concejales del Ayuntamiento, a los representantes del Gobierno, a las autoridades y a las personalidades, así como a todos los ciudadanos de Roma.

Con mi presencia hoy en esta colina, sede y emblema de la historia y de la misión de Roma, quiero renovar la seguridad de la atención paternal que el Obispo de la comunidad católica presta no solamente a los miembros de esta comunidad, sino también a todos los romanos y a quienes vienen a la capital desde las distintas partes de Italia y del mundo por razones religiosas, turísticas, de trabajo, o para quedarse en ella integrándose en el tejido ciudadano. Estoy aquí hoy para animar vuestro compromiso, no fácil, de administradores al servicio de esta metrópolis singular; para compartir las esperanzas y expectativas de los habitantes; y para escuchar sus preocupaciones y problemas, de los que vosotros os hacéis intérpretes responsables en este palacio, que constituye el centro natural y dinámico de los proyectos que se fraguan en las "obras" de la Roma del tercer milenio.

Señor alcalde, en su intervención he percibido el firme propósito de trabajar para que Roma siga siendo faro de vida y libertad, de civilización moral y de desarrollo sostenible, promovido en el respeto de la dignidad de todo ser humano y de su fe religiosa. Le aseguro a usted y a sus colaboradores que la Iglesia católica, como siempre, prestará su apoyo activo a toda iniciativa cultural y social encaminada a promover el bien auténtico de cada persona y de la ciudad en su conjunto. El regalo del Compendio de la doctrina social de la Iglesia, que hago con afecto al alcalde y a los demás administradores, quiere ser un signo de esta colaboración.

Señor alcalde, Roma siempre ha sido una ciudad acogedora. Especialmente en los últimos siglos, ha abierto sus instituciones universitarias y centros de investigación civiles y eclesiásticos a estudiantes procedentes de todas las partes del mundo, los cuales, al volver a sus países, son llamados a desempeñar papeles y cargos de alta responsabilidad en varios sectores de la sociedad, así como en la Iglesia. Esta ciudad nuestra, como por lo demás Italia y la humanidad entera, están afrontando hoy desafíos culturales, sociales y económicos inéditos, a causa de las profundas transformaciones y de los numerosos cambios que se han producido en las últimas décadas. Roma se ha ido poblando de gente procedente de otras naciones y perteneciente a culturas y tradiciones religiosas diversas; y, como consecuencia de ello, hoy tiene el rostro de una metrópolis multiétnica y multirreligiosa en la que la integración tal vez resulta difícil y compleja.

La comunidad católica dará siempre una aportación convencida para encontrar los modos cada vez más adecuados de defender los derechos fundamentales de la persona dentro del respeto de la legalidad. Yo también estoy persuadido, como usted, señor alcalde, ha afirmado, que Roma, extrayendo nueva savia de las raíces de su historia plasmada por el derecho antiguo y por la fe cristiana, sabrá encontrar la fuerza para exigir a todos el respeto a las normas de la convivencia civil y rechazar toda forma de intolerancia y discriminación.

Asimismo, permitidme notar que los episodios de violencia, deplorados por todos, manifiestan un malestar más profundo; yo diría que son signo de una verdadera pobreza espiritual que aflige al corazón del hombre contemporáneo. Efectivamente, la eliminación de Dios y de su ley, como condición de la realización de la felicidad del hombre, no ha alcanzado su objetivo; al contrario, priva al hombre de las certezas espirituales y de la esperanza necesarias para afrontar las dificultades y los desafíos diarios. Por ejemplo, una rueda, cuando le falta el eje central, pierde su función motriz. Así la moral no cumple su fin último si no tiene como perno la inspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien.

Ante el preocupante debilitamiento de los ideales humanos y espirituales que han convertido a Roma en "modelo" de civilización para el mundo entero, la Iglesia, a través de las comunidades parroquiales y de las demás realidades eclesiales, está comprometida en una obra educativa capilar, orientada a ayudar, en particular a las nuevas generaciones, a redescubrir esos valores perennes. En la época posmoderna, Roma debe volver a apropiarse de su alma más profunda, de sus raíces civiles y cristianas, si quiere hacerse promotora de un nuevo humanismo que ponga en el centro la cuestión del hombre reconocido en su realidad plena. El hombre, desvinculado de Dios, quedaría privado de su vocación trascendente. El cristianismo es portador de un mensaje luminoso sobre la verdad del hombre, y la Iglesia, depositaria de este mensaje, es consciente de su propia responsabilidad con respecto a la cultura contemporánea.

¡Cuántas otras cosas quisiera decir en este momento! Como Obispo de esta ciudad no puedo olvidar que también en Roma, a causa de la actual crisis económica a la que me referí antes, está aumentando el número de quienes, por haber perdido su empleo, se encuentran en condiciones precarias y quizás no consiguen hacer frente a los compromisos financieros asumidos, por ejemplo, para la compra o el alquiler de la casa. Es necesario hacer un esfuerzo concorde entre las distintas instituciones para salir al encuentro de quienes viven en la pobreza. La comunidad cristiana, a través de las parroquias y las instituciones caritativas, ya está comprometida en sostener diariamente a numerosas familias que tienen dificultades para mantener un nivel digno de vida; y, como ya ha sucedido recientemente, está dispuesta a colaborar con las autoridades civiles a la consecución del bien común.

También en este caso los valores de la solidaridad y la generosidad, que están arraigados en el corazón de los romanos, podrán ser sostenidos por la luz del Evangelio, para que todos se hagan cargo nuevamente de las exigencias de los más necesitados, sintiéndose miembros de una única familia. En efecto, cuanto más madure en cada ciudadano la conciencia de sentirse responsable en primera persona de la vida y del futuro de los habitantes de nuestra ciudad, tanto más crecerá la confianza en poder superar las dificultades del momento presente.

48 ¿Y qué decir de las familias, de los niños y de los jóvenes? Gracias, señor alcalde, porque con ocasión de mi visita, me ha dado como regalo un signo de esperanza para los jóvenes llamándolo con mi nombre, el de un anciano Pontífice que mira con confianza a los jóvenes y que reza por ellos cada día. Las familias, los jóvenes pueden esperar un futuro mejor en la medida en que el individualismo deje espacio a los sentimientos de colaboración fraterna entre todos los componentes de la sociedad civil y de la comunidad cristiana. Ojalá que esta obra sea un estímulo para Roma a fin de que realice un tejido social de acogida y respeto, donde el encuentro entre la cultura y la fe, entre la vida social y el testimonio religioso, contribuya a formar comunidades verdaderamente libres y animadas por sentimientos de paz. A esto podrá dar una aportación singular también el futuro "Observatorio para la libertad religiosa",al que usted acaba de aludir.

Señor alcalde, queridos amigos, permitidme que, al final de mi intervención, dirija la mirada hacia la Virgen con el Niño, que desde hace varios siglos vela maternalmente en esta sala sobre los trabajos de la Administración ciudadana. A ella os encomiendo a cada uno de vosotros, así como vuestro trabajo y los buenos propósitos que os animan. Que siempre estéis todos concordes al servicio de esta amada ciudad, en la que el Señor me ha llamado a desempeñar mi ministerio episcopal. Sobre cada uno de vosotros invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas y aseguro a todos un recuerdo en la oración. ¡Gracias por vuestra acogida!



VISITA AL CAPITOLIO DE ROMA

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA POBLACIÓN DE ROMA DESDE EL CAPITOLIO

Lunes 9 de marzo de 2009



Queridos hermanos y hermanas:

Después de mi encuentro con los administradores de la ciudad, me alegra saludaros cordialmente a todos vosotros, reunidos en esta plaza del Capitolio, hacia la cual se proyecta, en un abrazo ideal, la columnata con la que Bernini completó la espléndida estructura de la basílica vaticana. Viviendo en Roma desde hace muchos años, ya me he convertido un poco en romano; pero más romano me siento como vuestro obispo. Por eso, con una participación más viva, dirijo, a través de cada uno de vosotros, mi saludo a todos "nuestros" conciudadanos, a quienes en cierto modo vosotros representáis hoy: a las familias, a las comunidades y a las parroquias, a los niños, a los jóvenes y a los ancianos, a los discapacitados y a los enfermos, a los voluntarios y a los agentes sociales, a los inmigrantes y a los peregrinos. Doy las gracias al cardenal vicario, que me acompaña en esta visita, y animo a proseguir en su empeño a cuantos —sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos— colaboran activamente con las administraciones públicas por el bien de Roma, de sus periferias y barrios.

Hace unos días, cuando me encontré con los párrocos y sacerdotes de Roma, dije que el corazón romano es un "corazón de poesía", subrayando que la belleza es casi "un privilegio suyo, un carisma natural suyo". Roma es bella por los vestigios de su antigüedad, por sus instituciones culturales y por los monumentos que narran su historia, por las iglesias y sus múltiples obras maestras de arte. Pero Roma es bella sobre todo por la generosidad y la santidad de tantos hijos suyos, que han dejado huellas elocuentes de su pasión por la belleza de Dios, la belleza del amor que no se marchita ni envejece.

De esta belleza fueron testigos los apóstoles san Pedro y san Pablo y la multitud de mártires de los inicios del cristianismo; y han sido testigos muchos hombres y mujeres que, romanos por nacimiento o por adopción, a lo largo de los siglos se han entregado al servicio de la juventud, de los enfermos, de los pobres y de todos los necesitados. Me limito a citar algunos: el diácono san Lorenzo, santa Francisca Romana, cuya fiesta se celebra precisamente hoy, san Felipe Neri, san Gaspar del Búfalo, san Juan Bautista De Rossi, san Vicente Pallotti, la beata Ana María Taigi, los beatos esposos Luis y María Beltrami Quatrocchi. Su ejemplo muestra que, cuando una persona se encuentra con Cristo, no se cierra en sí misma, sino que se abre a las necesidades de los demás y, en los diversos ámbitos de la sociedad, antepone el bien de todos a su propio interés.

También nuestro tiempo tiene verdadera necesidad de hombres y mujeres así, porque no pocas familias, no pocos jóvenes y adultos se encuentran en situaciones precarias y a veces incluso dramáticas; situaciones que sólo juntos es posible superar, como enseña también la historia de Roma, que ha atravesado otros muchos momentos difíciles. A este respecto, me viene a la mente un verso del gran poeta latino Ovidio que, en una elegía, animaba así a los romanos de su tiempo: "Perfer et obdura: multo graviora tulisti", "Soporta y resiste: has superado situaciones mucho más difíciles" (cf. Trist., lib. V, el. XI, v. 7). Además de la necesaria solidaridad y el debido compromiso de todos, podemos contar siempre con la ayuda cierta de Dios, que nunca abandona a sus hijos.

Queridos amigos, al volver a vuestras casas, comunidades y parroquias, decid a cuantos encontréis que el Papa asegura a todos su comprensión, su cercanía espiritual y su oración. A todos y cada uno, especialmente a los enfermos, a los que sufren y a los que se encuentran en graves dificultades, llevad mi recuerdo y la bendición de Dios, que ahora invoco sobre vosotros por intercesión de san Pedro y san Pablo, de santa Francisca Romana, co-patrona de Roma, y especialmente de María Salus populi romani. Que Dios bendiga y proteja siempre a Roma y a sus habitantes.




DURANTE LA VISITA AL MONASTERIO


DE SANTA FRANCISCA ROMANA EN TOR DE' SPECCHI

Lunes 9 de marzo de 2009



Queridas hermanas Oblatas:

49 Con gran alegría, tras la visita al cercano Capitolio, vengo a encontrarme con vosotras en este histórico monasterio de santa Francisca Romana, mientras se está celebrando el IV centenario de su canonización, que tuvo lugar el 29 de mayo de 1608. Además, precisamente hoy cae la fiesta de esta gran santa, en recuerdo de la fecha de su nacimiento al cielo. Por tanto, me siento particularmente agradecido al Señor porque me permite rendir este homenaje a la "más romana de las santas", en feliz sucesión con el encuentro que he tenido con los administradores en la sede del gobierno de la ciudad. Al dirigir mi saludo cordial a vuestra comunidad, y en particular a la presidenta, madre Maria Camilla Rea —a la que agradezco las cordiales palabras con las que ha expresado vuestros sentimientos comunes—, lo extiendo al obispo auxiliar, monseñor Ernesto Mandara, a las estudiantes huéspedes y a todos los presentes.

Como sabéis, junto con mis colaboradores de la Curia romana acabo de hacer los ejercicios espirituales, que coinciden con la primera semana de Cuaresma. En estos días he experimentado una vez más cuán indispensables son el silencio y la oración. Y he pensado también en santa Francisca Romana, en su entrega total a Dios y al prójimo, de la que brotó la experiencia de vida comunitaria aquí, en Tor de' Specchi. Contemplación y acción, oración y servicio de caridad, ideal monástico y compromiso social: todo esto encontró aquí un "laboratorio" lleno de frutos, en estrecho contacto con los monjes Olivetanos de Santa María Nova. Pero el verdadero motor de cuanto se ha realizado aquí a lo largo del tiempo ha sido el corazón de Francisca, en el que el Espíritu Santo derramó sus dones espirituales y a la vez suscitó numerosas iniciativas de bien.

Vuestro monasterio se encuentra en el corazón de la ciudad. ¿Cómo no ver en esto casi el símbolo de la necesidad de hacer que la dimensión espiritual ocupe de nuevo el centro de la convivencia civil, para dar pleno sentido a las múltiples actividades del ser humano? Precisamente desde esta perspectiva, vuestra comunidad, junto con las demás comunidades de vida contemplativa, está llamada a ser una especie de "pulmón" espiritual de la sociedad, para que a toda la actividad, a todo el activismo de una ciudad, no le falte la "respiración" espiritual, la referencia a Dios y a su designio de salvación.

Este es el servicio que prestan en particular los monasterios, lugares de silencio y de meditación de la Palabra divina, lugares donde se preocupan por tener siempre la tierra abierta hacia el cielo. Vuestro monasterio, además, tiene una peculiaridad, que refleja naturalmente el carisma de santa Francisca Romana. Aquí se vive un singular equilibrio entre vida religiosa y vida laical, entre vida en el mundo y fuera del mundo. Un modelo que no nació en un papel, sino en la experiencia concreta de una joven romana: escrito —se diría— por Dios mismo en la extraordinaria existencia de Francisca, en su historia de niña, de adolescente, de jovencísima esposa y madre, de mujer madura, conquistada por Jesucristo, como diría san Pablo. No por nada las paredes de estos locales están decoradas con imágenes de su vida, para demostrar que el verdadero edificio que Dios quiere construir es la vida de los santos.

También en nuestros días Roma necesita mujeres —naturalmente también hombres, pero aquí quiero subrayar la dimensión femenina— mujeres, decía, totalmente de Dios y totalmente del prójimo; mujeres capaces de recogimiento y de servicio generoso y discreto; mujeres que sepan obedecer a sus pastores, pero también sostenerlos y estimularlos con sus sugerencias, maduradas en el coloquio con Cristo y en la experiencia directa en el campo de la caridad, de la asistencia a los enfermos, a los marginados, a los menores en dificultad.

Es el don de una maternidad que se integra en unidad con la oblación religiosa, según el modelo de María santísima. Pensemos en el misterio de la Visitación: María, después de concebir en el corazón y en la carne al Verbo de Dios, en seguida se pone en camino para ayudar a su anciana pariente Isabel. El corazón de María es el claustro donde la Palabra sigue hablando en el silencio y, al mismo tiempo, es el horno de una caridad que impulsa a gestos valientes, así como a una generosidad perseverante y oculta.

Queridas hermanas, gracias por la oración con que acompañáis siempre el ministerio del Sucesor de Pedro, y gracias por vuestra preciosa presencia en el corazón de Roma. Os deseo que experimentéis cada día la alegría de no anteponer nada al amor de Cristo, un lema que hemos heredado de san Benito, pero que refleja bien la espiritualidad del apóstol san Pablo, al que veneráis como patrón de vuestra congregación. A vosotras, a los monjes Olivetanos y a todos los presentes, imparto de corazón una bendición apostólica especial.



PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI A UNA DELEGACIÓN DEL GRAN RABINATO DE ISRAEL

Jueves 12 de marzo de 2009



Distinguidos representantes del Gran Rabinato de Israel;
queridos delegados católicos:

Me alegra mucho daros la bienvenida a vosotros, miembros de la delegación del Gran Rabinato de Israel, junto con los participantes católicos guiados por la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el judaísmo. El importante diálogo en el que estáis comprometidos es fruto de la histórica visita de mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II a Tierra Santa en marzo del año 2000. Tenía el deseo de entablar un diálogo con instituciones religiosas judías en Israel, y su apoyo fue decisivo para conseguir este objetivo. Al recibir a los dos rabinos jefes de Israel en enero del año 2004, dijo que este diálogo era un "signo de gran esperanza".

50 Durante estos siete años no sólo se ha reforzado la amistad entre la Comisión y el Gran Rabinato, sino que además vosotros habéis podido reflexionar sobre temas importantes tanto para la tradición judía como para la cristiana. Dado que reconocemos un rico patrimonio espiritual común, es necesario y posible un diálogo basado en la comprensión mutua y en el respeto, como recomienda la declaración Nostra aetate (n. NAE 4).

Trabajando unidos, habéis tomado cada vez mayor conciencia de los valores comunes que están en la base de nuestras respectivas tradiciones religiosas, estudiándolos durante los siete encuentros mantenidos tanto en Roma como en Jerusalén. Habéis reflexionado sobre la santidad de la vida, los valores de la familia, la justicia social y la conducta ética, la importancia de la Palabra de Dios expresada en las Sagradas Escrituras para la sociedad y la educación, la relación entre la autoridad religiosa y la civil, y la libertad de religión y de conciencia.

En las declaraciones comunes realizadas tras cada encuentro, se pusieron de relieve las ideas arraigadas en nuestras respectivas convicciones religiosas y a la vez se tomó conciencia de las diferencias de comprensión. La Iglesia reconoce que los comienzos de su fe se remontan a la histórica intervención divina en la vida del pueblo judío y que aquí se funda nuestra relación única. El pueblo judío, que fue escogido como el pueblo elegido, comunica a toda la familia humana el conocimiento del Dios uno, único y verdadero, y la fidelidad a él. Los cristianos reconocen de buen grado que sus raíces se hunden en la misma autorrevelación de Dios, de la que se alimenta la experiencia religiosa del pueblo judío.

Como sabéis, estoy preparando mi visita como peregrino a Tierra Santa. Mi intención es orar especialmente por el precioso don de la unidad y la paz, tanto en la región como para toda la familia humana. Como recuerda el salmo 125, Dios protege a su pueblo: "Jerusalén está rodeada de montañas, y el Señor rodea a su pueblo ahora y por siempre". Ojalá que mi visita ayude a profundizar el diálogo de la Iglesia con el pueblo judío, de forma que los judíos y los cristianos, como también los musulmanes, puedan vivir en paz y en armonía en Tierra Santa.

Os agradezco vuestra visita y os renuevo mi compromiso personal de promover la visión establecida para las generaciones futuras en la declaración Nostra aetate del concilio Vaticano II.




A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS

Sala del Consistorio

Viernes 13 de marzo de 2009



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos:

Con gran alegría y con gratitud siempre viva os recibo con ocasión de la plenaria de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos. En esta importante ocasión me complace dirigir mi saludo cordial, en primer lugar, al prefecto, el señor cardenal Antonio Cañizares Llovera, a quien agradezco las palabras con que ha explicado los trabajos llevados a cabo en estos días y ha expresado los sentimientos de quienes están aquí presentes hoy. Extiendo mi saludo afectuoso y mi cordial agradecimiento a todos los miembros y oficiales del dicasterio, comenzando por el secretario, monseñor Malcolm Ranjith, y por el subsecretario, hasta todos los demás que, en las diversas tareas, prestan con competencia y dedicación su servicio para la "ordenación y promoción de la sagrada liturgia" (Pastor bonus ).

51 En la plenaria habéis reflexionado sobre el misterio eucarístico y, de modo particular, sobre el tema de la adoración eucarística. Sé bien que, después de la publicación de la instrucción Eucharisticum mysterium del 25 de mayo de 1967 y de la promulgación, el 21 de junio de 1973, del documento De sacra communione et cultu mysterii eucharistici extra missam, la insistencia sobre el tema de la Eucaristía como fuente inagotable de santidad ha sido una urgencia de primer orden del dicasterio.

Por eso, acepté con agrado la propuesta de que la plenaria se ocupara del tema de la adoración eucarística, confiando en que una renovada reflexión colegial sobre esta práctica podría contribuir a poner en claro, en los límites de competencia del dicasterio, los medios litúrgicos y pastorales con los que la Iglesia de nuestro tiempo puede promover la fe en la presencia real del Señor en la sagrada Eucaristía y asegurar a la celebración de la santa misa toda la dimensión de la adoración.

Ya subrayé este aspecto en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis, en la que recogí los frutos de la XI Asamblea general ordinaria del Sínodo, que tuvo lugar en octubre de 2005. En ella, poniendo de relieve la importancia de la relación intrínseca entre celebración de la Eucaristía y adoración (cf. n. 66), cité la enseñanza de san Agustín: "Nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit; peccemus non adorando" (Enarrationes in Psalmos, 98, 9: CCL 39, 1385). Los Padres sinodales habían manifestado su preocupación por cierta confusión generada, después del concilio Vaticano II, sobre la relación entre la misa y la adoración del Santísimo Sacramento (cf. Sacramentum caritatis, 66). Así me hacía eco de lo que mi predecesor el Papa Juan Pablo II ya había dicho sobre las desviaciones que en ocasiones han contaminado la renovación litúrgica posconciliar, revelando "una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico" (Ecclesia de Eucharistia
EE 10).

El concilio Vaticano II puso de manifiesto el papel singular que el misterio eucarístico desempeña en la vida de los fieles (Sacrosanctum Concilium SC 48-54). Del mismo modo, el Papa Pablo VI reafirmó muchas veces: "La Eucaristía es un altísimo misterio; más aún, hablando con propiedad, como dice la sagrada liturgia, es el misterio de fe" (Mysterium fidei, MF 15). En efecto, la Eucaristía está en el origen mismo de la Iglesia (cf. Ecclesia de Eucharistia EE 21) y es la fuente de la gracia, constituyendo una incomparable ocasión tanto para la santificación de la humanidad en Cristo como para la glorificación de Dios.

En este sentido, por una parte, todas las actividades de la Iglesia están ordenadas al misterio de la Eucaristía (cf. Sacrosanctum Concilium SC 10 Lumen gentium LG 11 Presbyterorum ordinis PO 5 Sacramentum caritatis 17); y, por otra, en virtud de la Eucaristía "la Iglesia vive y crece continuamente" también hoy (Lumen gentium LG 26). Nuestro deber es percibir el preciosísimo tesoro de este inefable misterio de fe "tanto en la celebración misma de la misa como en el culto de las sagradas especies que se reservan después de la misa para prolongar la gracia del sacrificio" (Eucharisticum mysterium, 3, g).

La doctrina de la transubstanciación del pan y del vino y de la presencia real son verdades de fe evidentes ya en la misma Sagrada Escritura y confirmadas después por los Padres de la Iglesia. El Papa Pablo VI, al respecto, recordaba que "la Iglesia católica no sólo ha enseñado siempre la fe sobre la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía, sino que la ha vivido también, adorando en todos los tiempos sacramento tan grande con el culto latréutico, que tan sólo a Dios es debido" (Mysterium fidei MF 56 cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1378).

Conviene recordar, al respecto, las diversas acepciones que tiene el vocablo "adoración" en la lengua griega y en la latina. La palabra griega proskýnesis indica el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. La palabra latina ad-oratio, en cambio, denota el contacto físico, el beso, el abrazo, que está implícito en la idea de amor. El aspecto de la sumisión prevé una relación de unión, porque aquel a quien nos sometemos es Amor. En efecto, en la Eucaristía la adoración debe convertirse en unión: unión con el Señor vivo y después con su Cuerpo místico.

Como dije a los jóvenes en la explanada de Marienfeld, en Colonia, durante la XX Jornada mundial de la juventud, el 21 de agosto de 2005: "Dios no solamente está frente a nosotros, como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 13). Desde esta perspectiva recordé a los jóvenes que en la Eucaristía se vive la "transformación fundamental de la violencia en amor, de la muerte en vida, la cual lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Llegados a este punto la transformación no puede detenerse; antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que también nosotros mismos seamos transformados" (ib.).

Mi predecesor el Papa Juan Pablo II en la carta apostólica Spiritus et Sponsa, con ocasión del 40° aniversario de la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia, exhortó a emprender los pasos necesarios para profundizar la experiencia de la renovación. Esto es importante también con respecto al tema de la adoración eucarística. Esa profundización sólo será posible mediante un conocimiento mayor del misterio en plena fidelidad a la sagrada Tradición e incrementando la vida litúrgica dentro de nuestras comunidades (cf. Spiritus et Sponsa, 6-7). Al respecto, aprecio de modo particular que la plenaria haya reflexionado también sobre el tema de la formación de todo el pueblo de Dios en la fe, con una atención especial a los seminaristas, para favorecer su crecimiento en un espíritu de auténtica adoración eucarística. En efecto, santo Tomás explica: "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento no se conoce por los sentidos, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios" (Summa theologiae III 75,1; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. CEC 1381).

Estamos viviendo los días de la santa Cuaresma, que no sólo constituye un camino de más intenso ejercicio espiritual, sino también una preparación eficaz para celebrar mejor la santa Pascua. Recordando tres prácticas penitenciales muy arraigadas en la tradición bíblica y cristiana —la oración, el ayuno, la limosna—, animémonos mutuamente a redescubrir y vivir con renovado fervor el ayuno, no sólo como práctica ascética, sino también como preparación a la Eucaristía y como arma espiritual para luchar contra todo eventual apego desordenado a nosotros mismos.

Que este intenso período de la vida litúrgica nos ayude a alejar todo aquello que distrae el espíritu y a intensificar lo que alimenta el alma, abriéndola al amor a Dios y al prójimo. Con estos sentimientos, formulo ya desde ahora a todos vosotros mis mejores deseos para las próximas fiestas pascuales y, a la vez que os agradezco el trabajo que habéis realizado en esta sesión plenaria, así como todo el trabajo de la Congregación, imparto a cada uno con afecto mi bendición.







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