Discursos 2010




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Enero de 2010




AL SEÑOR KENAN GÜRSOY NUEVO EMBAJADOR DE TURQUÍA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 7 de enero de 2010



Señor embajador:

Me alegra darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Turquía ante la Santa Sede. Le agradezco sus amables palabras y el saludo que me ha traído de su presidente, su excelencia Abdullah Gül. Le ruego que le transmita mis mejores deseos y le asegure mis oraciones constantes por el bienestar y la prosperidad de todos los ciudadanos de su país.

Como usted, excelencia, ha observado, nos estamos acercando rápidamente al quincuagésimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Turquía y la Santa Sede, fruto del pontificado de mi predecesor el Papa Juan XXIII, que fue delegado apostólico en Estambul y cuyo afecto por el pueblo turco es bien conocido. En los últimos cincuenta años se ha logrado mucho en las áreas de interés común que usted ha indicado, y estoy seguro de que estas relaciones cordiales se harán más profundas y fuertes como resultado de la colaboración constante en las numerosas e importantes cuestiones que actualmente se plantean en los asuntos multilaterales.

Recuerdo con gran placer mi visita a su país en 2006, cuando pude saludar al pueblo turco y a los miembros de su Gobierno. Aprovecho esta oportunidad para reiterar mi agradecimiento por la cálida acogida que recibí. Uno de los momentos más destacados de esa visita fue mi encuentro con el Patriarca Bartolomé I en El Fanar. En la República laica de Turquía, de población predominantemente musulmana, las comunidades cristianas se sienten orgullosas de desempeñar su función, conscientes de su antigua herencia y de la significativa contribución que han dado a la civilización, no sólo de su país, sino también de toda Europa. Durante las recientes celebraciones del bimilenario del nacimiento de Pablo de Tarso, esa herencia cristiana se convirtió en un centro de particular atención en todo el mundo, y quiero expresar el aprecio de los cristianos de todo el mundo por los pasos que se han dado para facilitar las peregrinaciones y las celebraciones litúrgicas en los lugares relacionados con el gran Apóstol.

Mi visita a Turquía también me brindó la grata oportunidad de saludar a los miembros de la comunidad musulmana. De hecho, fue mi primera visita como Papa a un país de mayoría islámica. Me alegró poder expresar mi estima a los musulmanes y reiterar el compromiso de la Iglesia católica de proseguir el diálogo interreligioso con un espíritu de respeto mutuo y amistad, dando testimonio común de la fe firme en Dios que caracteriza a cristianos y musulmanes, y tratando de conocernos mejor mutuamente para fortalecer los lazos de afecto entre nosotros (cf. Discurso en el encuentro con el presidente de la Dirección de asuntos religiosos, Ankara, 28 de noviembre de 2006). Pido fervientemente a Dios que este proceso lleve a una mayor confianza entre individuos, comunidades y pueblos, especialmente en las zonas de conflicto de Oriente Medio.

Los católicos en Turquía aprecian la libertad de culto que está garantizada por la Constitución, y les complace poder contribuir al bienestar de sus conciudadanos, especialmente a través de la participación en actividades caritativas y en la asistencia sanitaria. Se sienten orgullosos de la asistencia que los hospitales La Paix y Saint Georges de Estambul proporcionan a los pobres. Para que esos loables esfuerzos puedan florecer, estoy seguro de que el Gobierno continuará haciendo todo lo posible a fin de garantizar que reciban todo el apoyo necesario. Además, la Iglesia católica en Turquía espera el reconocimiento jurídico civil, que le permitiría disfrutar de plena libertad religiosa y dar una contribución aún mayor a la sociedad.

Como Estado democrático laico, atravesado por la frontera entre Europa y Asia, Turquía está bien situada para actuar como puente entre el islam y Occidente, y para dar una importante contribución a los esfuerzos por llevar paz y estabilidad a Oriente Medio. La Santa Sede aprecia las numerosas iniciativas que Turquía ha emprendido ya en este sentido, y está dispuesta a apoyar los esfuerzos adicionales para acabar con los largos conflictos de la región. Como la historia ha mostrado a menudo, las disputas territoriales y las rivalidades étnicas sólo pueden resolverse de manera satisfactoria cuando se tienen debidamente en cuenta las aspiraciones legítimas de cada parte, y cuando se reconocen las injusticias del pasado, si es posible reparándolas. Le aseguro, excelencia, que la Santa Sede concede alta prioridad a la búsqueda de soluciones justas y duraderas para todos los conflictos de la región, y está dispuesta a poner sus recursos diplomáticos al servicio de la paz y la reconciliación.

A la vez que le expreso mis mejores deseos de éxito en su misión, quiero asegurarle que los distintos dicasterios de la Curia romana estarán siempre encantados de proporcionarle ayuda y apoyo en el cumplimiento de sus responsabilidades. Sobre usted, excelencia, sobre su familia y sobre todo el pueblo de la República de Turquía, invoco de corazón abundantes bendiciones del Todopoderoso.








A FORMADORES, ALUMNOS Y EX ALUMNOS DEL PONTIFICIO COLEGIO NORTEAMERICANO

2 Aula de las Bendiciones

Sábado 9 de enero de 2010


Eminencias,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Me alegra recibir a los ex alumnos del Pontificio Colegio Norteamericano, junto con su rector, la facultad y los estudiantes del seminario en la colina del Janículo y a los estudiantes sacerdotes de la Casa Santa María de la Humildad. Nuestro encuentro tiene lugar al término de las celebraciones del 150° aniversario de la fundación del Colegio por parte de mi predecesor, el beato Pío IX. En esta feliz ocasión me uno de buen grado a vosotros en la acción de gracias al Señor por los numerosos modos en los que el Colegio se ha mantenido fiel a su visión originaria, formando generaciones de dignos predicadores del Evangelio y ministros de los sacramentos, leales al Sucesor de Pedro y comprometidos en la construcción de la Iglesia en Estados Unidos.

Considero apropiado, en este Año sacerdotal, que hayáis vuelto al Colegio y a esta ciudad eterna para dar gracias por la formación académica y espiritual que ha alimentado vuestro ministerio sacerdotal a lo largo de los años. Esta reunión es una oportunidad no sólo para recordar con gratitud el tiempo de vuestros estudios, sino también para reafirmar vuestro afecto filial a la Iglesia de Roma, recordar la labor apostólica de los innumerables ex alumnos que os han precedido y comprometeros de nuevo con los elevados ideales de santidad, fidelidad y celo pastoral que abrazasteis el día de vuestra ordenación. Asimismo, es una ocasión para renovar vuestro amor por el Colegio y vuestra estima por su misión particular en favor de la Iglesia en vuestro país.

Durante mi visita pastoral a Estados Unidos expresé mi convicción de que la Iglesia norteamericana está llamada a cultivar "una "cultura" intelectual que sea auténticamente católica, que confíe en la armonía profunda entre fe y razón, y dispuesta a llevar la riqueza de la fe en contacto con las cuestiones urgentes que conciernen al futuro de la sociedad norteamericana" (Homilía en el Estadio National's Park de Washington: L'Osservatore Romano,edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 5). Como muy bien había previsto el beato Pío ix, el Pontificio Colegio Norteamericano en Roma está especialmente preparado para contribuir a afrontar este perenne desafío. En los ciento cincuenta años transcurridos desde su fundación, el Colegio ha ofrecido a sus estudiantes una experiencia excepcional de la universalidad de la Iglesia, de la amplitud de su tradición intelectual y espiritual, y de la urgencia de su mandato de llevar la verdad salvadora de Cristo a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. Espero que, poniendo de relieve estos rasgos distintivos de una educación romana en cada aspecto de su programa de formación, el Colegio siga preparando pastores sabios y generosos, capaces de transmitir la fe católica en su integridad, llevando la infinita misericordia de Cristo a los débiles y los extraviados, y permitiendo a los católicos estadounidenses ser levadura del Evangelio en la vida social, política y cultural de su nación.

Queridos hermanos, pido que en estos días seáis renovados en el don del Espíritu Santo que recibisteis el día de vuestra ordenación. En la capilla del Colegio, dedicada a la santísima Virgen María bajo el título de Inmaculada Concepción, Nuestra Señora está representada en compañía de cuatro excepcionales modelos y patronos de la vida y el ministerio sacerdotales: san Gregorio Magno, san Pío X, san Juan María Vianney y san Vicente de Paúl. Que durante este Año sacerdotal estos grandes santos sigan velando por los estudiantes que rezan diariamente entre ellos; que os guíen y sostengan en vuestro ministerio e intercedan por los sacerdotes de Estados Unidos. Con mis mejores deseos de fecundidad espiritual en el futuro, y con gran afecto en el Señor, os imparto mi bendición apostólica, que con gusto extiendo a todos los alumnos y amigos del Pontificio Colegio Norteamericano.








A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE DURANTE EL INTERCAMBIO DE FELICITACIONES DE AÑO NUEVO

Sala Regia

Lunes, 11 de enero de 2010



Excelencias,
Señoras y Señores

3 Este tradicional encuentro al comienzo del año, dos semanas después de la celebración del nacimiento del Verbo encarnado, representa para mí una gran alegría. Como hemos proclamado en la liturgia, en el misterio de la Navidad, «el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo» (Prefacio II de Navidad). Por tanto, en Navidad, hemos contemplado el misterio de Dios y el de la creación: por el anuncio de los ángeles a los pastores hemos conocido la buena nueva de la salvación del hombre y de la renovación de todo el universo. Por eso, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de ese año, he invitado a todas las personas de buena voluntad, a las que los ángeles prometieron precisamente la paz, a proteger la creación. Con este mismo espíritu, me complace saludaros con afecto, en particular a los que participáis por primera vez en esta ceremonia. Agradezco vivamente los sentimientos de los que se ha hecho intérprete vuestro decano, el Señor Embajador Alejandro Valladares Lanza, y os manifiesto de nuevo mi aprecio por la misión que desarrolláis ante la Santa Sede. A través de vosotros, deseo enviar un cordial saludo y mis deseos de paz y bienestar a las Autoridades y a todos los habitantes de los países que dignamente representáis. Pienso también en las demás naciones de la tierra: el Sucesor de Pedro tiene su puerta abierta a todos y desea establecer con todos relaciones que contribuyan al progreso de la familia humana. Desde hace algunas semanas, se han establecido plenas relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la Federación Rusa, y esto es un motivo de profunda satisfacción. Ha sido también muy significativa la visita que me ha hecho recientemente el Presidente de la República Socialista de Vietnam, país que siento muy cercano, donde la Iglesia celebra su presencia multisecular con un Año Jubilar. Con este espíritu de apertura, he recibido durante el año 2009 a numerosas personalidades políticas de diversos países; he visitado algunos de ellos y me propongo continuar haciéndolo en el futuro, en la medida de lo posible.

La Iglesia está abierta a todos porque, en Dios, ella existe para los demás. Ella, por tanto, comparte intensamente la suerte de la humanidad que, en este año apenas comenzado, aparece todavía marcada por la crisis dramática que ha golpeado la economía mundial, provocando una grave y vasta inestabilidad social. En la Encíclica «Caritas in veritate», he invitado a buscar las raíces profundas de esta situación, que se encuentran, a fin de cuentas, en la vigente mentalidad egoísta y materialista, que no tiene en cuenta los límites inherentes a toda criatura. Quisiera subrayar hoy que dicha mentalidad amenaza también a la creación. Cada uno de nosotros podría citar, probablemente, algún ejemplo de los daños que ella produce en el medio ambiente en todas las partes del mundo. Cito uno, entre tantos otros, de la historia reciente de Europa: hace veinte años, cuando cayó el muro de Berlín y se derrumbaron los regímenes materialistas y ateos que habían dominado durante varios decenios una parte de este continente, ¿acaso no fue posible calcular el alcance de las profundas heridas que un sistema económico carente de referencias fundadas en la verdad del hombre había infligido, no sólo a la dignidad y a la libertad de las personas y de los pueblos, sino también a la naturaleza, con la contaminación de la tierra, las aguas y el aire? La negación de Dios desfigura la libertad de la persona humana, y devasta también la creación. Por consiguiente, la salvaguardia de la creación no responde primariamente a una exigencia estética, sino más bien a una exigencia moral, puesto que la naturaleza manifiesta un designio de amor y de verdad que nos precede y que viene de Dios.

Por eso comparto la gran preocupación que causa la resistencia de orden económico y político a la lucha contra el deterioro del ambiente. Se trata de dificultades que se han podido constatar aun recientemente, durante la XV Sesión de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, que tuvo lugar en Copenhague del 7 al 18 de diciembre pasado. Espero que a lo largo de este año, primero en Bonn y después en México, sea posible llegar a un acuerdo para afrontar esta cuestión de un modo eficaz. Se trata de algo muy importante puesto que lo que está en juego es el destino mismo de algunas naciones, en particular ciertos Estados insulares.

Sin embargo, conviene que esta atención y compromiso por el ambiente esté bien establecido en el conjunto de los grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad. Si se quiere construir una paz verdadera, ¿cómo se puede separar, o incluso oponer, la protección del ambiente y la de la vida humana, comprendida la vida antes del nacimiento? En el respeto de la persona humana hacia ella misma es donde se manifiesta su sentido de responsabilidad por la creación. Pues, como enseña santo Tomás de Aquino, el hombre representa lo más noble del universo (cf. Summa Theologiae,
I 29,3). Además, como ya recordé en la reciente Cumbre Mundial de la FAO sobre la Seguridad Alimentaria, «la tierra puede alimentar suficientemente a todos sus habitantes» (Discurso, 16 noviembre 2009, n. 2), con tal de que el egoísmo no lleve a algunos a acaparar los bienes destinados a todos.

Quisiera subrayar, además, que la salvaguardia de la creación implica una gestión correcta de los recursos naturales de los países y, en primer lugar, de los más desfavorecidos económicamente. Pienso en el continente africano, que tuve la dicha de visitar en el pasado mes de marzo, en mi viaje a Camerún y Angola, y al que se dedicaron los trabajos de la reciente Asamblea especial del Sínodo de Obispos. Los Padres sinodales señalaron con preocupación la erosión y la desertificación de grandes extensiones de tierra de cultivo, a causa de una explotación desmedida y de la contaminación del medio ambiente (cf. Propositio 22). En África, como en otras partes, es necesario adoptar medidas políticas y económicas que garanticen «formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, n. 10).

Por otra parte, ¿cómo olvidar que la lucha por acceder a los recursos naturales es una de las causas de numerosos conflictos, particularmente en África, así como una fuente de riesgo permanente en otros casos? Por este motivo, repito con firmeza que, para cultivar la paz, hay que proteger la creación. Además, hay todavía extensas zonas, por ejemplo en Afganistán o en ciertos países de Latinoamérica, donde la agricultura, lamentablemente relacionada todavía con la producción de droga, es una fuente nada despreciable de empleo y subsistencia. Si se quiere la paz, hay que preservar la creación mediante la reconversión de dichas actividades y, una vez más, quisiera pedir a la comunidad internacional que no se resigne al tráfico de drogas y a los graves problemas morales y sociales que esto produce.

Señoras y Señores, la protección de la creación es un factor importante de paz y justicia. Entre los numerosos retos que esta protección plantea, uno de los más graves es el del aumento de los gastos militares, así como el del mantenimiento y desarrollo de los arsenales nucleares. Este objetivo absorbe ingentes recursos económicos que podrían ser destinados al desarrollo de los pueblos, sobre todo de los más pobres. En este sentido, espero firmemente que, en la Conferencia de examen del Tratado de no proliferación de armas nucleares, que tendrá lugar el próximo mes de mayo en Nueva York, se tomen decisiones eficaces con vistas a un desarme progresivo, que tienda a liberar el planeta de armas nucleares. En general, deploro que la producción y la exportación de armas contribuya a perpetuar conflictos y violencias, como en Darfur, Somalia o en la República Democrática del Congo. A la incapacidad de las partes directamente implicadas para evitar la espiral de violencia y dolor producida por estos conflictos, se añade la aparente impotencia de otros países y Organizaciones internacionales para restablecer la paz, sin contar la indiferencia casi resignada de la opinión pública mundial. No es necesario subrayar cuánto perjudican y degradan estos conflictos al medio ambiente. Asimismo, se ha de mencionar el terrorismo, que pone en peligro muchas vidas inocentes y causa una difusa ansiedad. En esta solemne ocasión, quisiera renovar el llamamiento que hice el 1 de enero, en la oración del Ángelus, a todos los que pertenecen a cualquier grupo armado, para que abandonen el camino de la violencia y abran sus corazones al gozo de la paz.

Las graves violencias que acabo de evocar, unidas a las plagas de la pobreza y el hambre, así como a las catástrofes naturales y a la destrucción del medio ambiente, hacen que aumente el número de quienes abandonan sus propias tierras. Frente a dicho éxodo, deseo exhortar a las Autoridades civiles implicadas de un modo u otro a trabajar con justicia, solidaridad y clarividencia. Quisiera referirme aquí, en particular, a los cristianos de Oriente Medio. Amenazados de muchos modos, incluso en el ejercicio de su libertad religiosa, dejan la tierra de sus padres, donde creció la Iglesia de los primeros siglos. Con el fin de darles apoyo y hacerles sentir la cercanía de sus hermanos en la fe, he convocado para el próximo otoño una Asamblea especial del Sínodo de Obispos sobre Oriente Medio.

Señoras y Señores Embajadores, hasta aquí he evocado solamente algunos aspectos relacionados con el problema del medio ambiente. Las raíces de la situación que está a la vista de todos son, sin embargo, de tipo moral y la cuestión tiene que ser afrontada en el marco de un gran esfuerzo educativo, con el fin de promover un cambio efectivo de la mentalidad y establecer nuevos modelos de vida. La comunidad de los creyentes puede y quiere participar en ello, pero para hacerlo es necesario que se reconozca su papel público. Lamentablemente, en ciertos países, sobre todo occidentales, se difunde en ámbitos políticos y culturales, así como en los medios de comunicación social, un sentimiento de escasa consideración y a veces de hostilidad, por no decir de menosprecio, hacia la religión, en particular la religión cristiana. Es evidente que si se considera el relativismo como un elemento constitutivo esencial de la democracia se corre el riesgo de concebir la laicidad sólo en términos de exclusión o, más exactamente, de rechazo de la importancia social del hecho religioso. Dicho planteamiento, sin embargo, crea confrontación y división, hiere la paz, perturba la ecología humana y, rechazando por principio actitudes diferentes a la suya, se convierte en un callejón sin salida. Es urgente, por tanto, definir una laicidad positiva, abierta, y que, fundada en una justa autonomía del orden temporal y del orden espiritual, favorezca una sana colaboración y un espíritu de responsabilidad compartida. Desde este punto de vista, pienso en Europa que, con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, ha abierto una nueva fase de su proceso de integración, que la Santa Sede seguirá con respeto y cordial atención. Al observar con satisfacción que el Tratado prevé que la Unión Europea mantenga con las Iglesias un diálogo «abierto, transparente y regular» (art. 17), formulo mis votos para que Europa, en la construcción de su porvenir, encuentre continua inspiración en las fuentes de su propia identidad cristiana. Ésta, como ya afirmé en mi viaje apostólico a la República Checa el pasado mes de septiembre, tiene un papel insustituible «para la formación de la conciencia de cada generación y para la promoción de un consenso ético de fondo, al servicio de toda persona que a este continente lo llama “mi casa”» (Encuentro con las Autoridades civiles y el Cuerpo diplomático, 26 septiembre 2009).

Continuando con nuestra reflexión, es preciso señalar la complejidad del problema del medio ambiente. Se podría decir que se trata de un prisma con muchas caras. Las criaturas son diferentes unas de otras y, como nos muestra la experiencia cotidiana, se pueden proteger o, por el contrario, poner en peligro de muchas maneras. Uno de estos ataques proviene de leyes o proyectos que, en nombre de la lucha contra la discriminación, atentan contra el fundamento biológico de la diferencia entre los sexos. Me refiero, por ejemplo, a países europeos o del continente americano. Como dice San Columbano, «si eliminas la libertad, eliminas la dignidad» (Epist. 4 ad Attela, en S. Columbani Opera, Dublín, 1957, p. 34). Pero la libertad no puede ser absoluta, ya que el hombre no es Dios, sino imagen de Dios, su criatura. Para el hombre, el rumbo a seguir no puede ser fijado por la arbitrariedad o el deseo, sino que debe más bien consistir en la correspondencia con la estructura querida por el Creador.

La salvaguardia de la creación comporta también otros desafíos, a los que solamente se puede responder a través de la solidaridad internacional. Pienso en las catástrofes naturales que a lo largo del año pasado han sembrado muerte, sufrimiento y destrucción en Filipinas, Vietnam, Laos, Camboya y en la Isla de Taiwán. ¿Cómo no recordar también Indonesia y, muy cerca de nosotros, la región de los Abruzzos, golpeadas por devastadores temblores de tierra? Ante dichos acontecimientos, nunca debe faltar la asistencia generosa, pues está en juego la vida misma de las criaturas de Dios. Pero la salvaguardia de la creación, además de solidaridad, requiere también la concordia y estabilidad de los Estados. Cuando surgen divergencias y hostilidades entre ellos, para defender la paz, deben perseguir con tenacidad la vía de un diálogo constructivo. Esto es lo que sucedió hace 25 años con el Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile, concluido gracias a la mediación de la Sede Apostólica y del que se derivaron abundantes frutos de colaboración y prosperidad que, en cierta manera, beneficiaron a toda Latinoamérica. En esta misma parte del mundo, me alegra el acercamiento que Colombia y Ecuador han emprendido tras muchos meses de tensión. Más cerca de aquí, me alegro por el entendimiento logrado entre Croacia y Eslovenia a propósito del arbitraje relativo a sus fronteras marítimas y terrestres. Me alegro asimismo por el Acuerdo entre Armenia y Turquía con vistas a la reanudación de las relaciones diplomáticas y deseo también que a través del diálogo se mejoren las relaciones entre todos los países del Cáucaso meridional. Durante mi peregrinación a Tierra Santa, hice un llamamiento acuciante a Israelíes y Palestinos a dialogar y respetar los derechos del otro. Una vez más, alzo mi voz para que el derecho a la existencia del Estado de Israel sea reconocido por todos, así como a gozar de paz y seguridad en las fronteras reconocidas internacionalmente. Asimismo, que el pueblo palestino vea reconocido su derecho a una patria soberana e independiente, a vivir con dignidad y a desplazarse libremente. Quisiera, además, pedir el apoyo de todos para que sean protegidos la identidad y el carácter sagrado de Jerusalén, cuya herencia cultural y religiosa tiene un valor universal. Sólo así, esta ciudad única, santa y atormentada, podrá ser signo y anticipo de la paz que Dios desea para toda la familia humana. Por amor al diálogo y a la paz, que salvaguardan la creación, exhorto a los gobernantes y ciudadanos de Irak a superar las divisiones, la tentación de la violencia e intolerancia, para construir juntos el futuro de su país. Las comunidades cristianas quieren también ofrecer su aportación, pero para ello es necesario que se les asegure respeto, seguridad y libertad. Pakistán ha sido también golpeado duramente por la violencia en los últimos meses y ciertos episodios han afectado directamente a la minoría cristiana. Pido que se haga todo lo posible para que dichas agresiones no se vuelvan a repetir y que los cristianos puedan sentirse plenamente integrados en la vida de su país. Por otra parte, a propósito de la violencia contra los cristianos, no puedo dejar de mencionar el deplorable atentado que en los últimos días ha sufrido la comunidad copta egipcia, precisamente cuando celebraba la fiesta de Navidad. En cuanto a Irán, espero que, a través del diálogo y la colaboración, se encuentren soluciones comunes tanto a nivel nacional como en el ámbito internacional. Deseo que el Líbano, que ha superado una larga crisis política, continúe por la vía de la concordia. Espero que Honduras, después de un tiempo de incertidumbre y agitación, se encamine hacia la recuperación de la normalidad política y social. Deseo que, con la ayuda desinteresada y efectiva de la comunidad internacional, suceda lo mismo en Guinea y Madagascar.

4 Señoras y Señores Embajadores, al final de este rápido recorrido que, debido a su brevedad, no se puede detener en todas las situaciones que lo merecerían, me vienen a la mente las palabras del Apóstol Pablo, para quien «la creación entera está gimiendo con dolores de parto» y «también nosotros gemimos en nuestro interior» (Rm 8,22-23). En efecto, hay muchos sufrimientos en la humanidad y el egoísmo humano hiere a la creación de muchas maneras. Por eso mismo, el anhelo de salvación que atañe a toda la creación, es todavía más intenso y está presente en el corazón de todos, creyentes o no. La Iglesia indica que la respuesta a esta aspiración está en Cristo «primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres» (Col 1,15-16). Fijando mis ojos en Él, exhorto a toda persona de buena voluntad a trabajar con confianza y generosidad por la dignidad y la libertad del hombre. Que la luz y la fuerza de Jesús nos ayuden a respetar la ecología humana, conscientes de que la ecología medioambiental se beneficiará también de ello, ya que el libro de la naturaleza es único e indivisible. De esta manera, podremos consolidar la paz, hoy y para las generaciones venideras. Os deseo a todos un feliz año.










A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN DEL LACIO, DEL AYUNTAMIENTO Y DE LA PROVINCIA DE ROMA

Sala Clementina

Jueves 14 de enero de 2010



Ilustres señores y amables señoras:

Me alegra encontrarme con vosotros en esta cita tradicional, que nos brinda la ocasión para un intercambio de felicitaciones por el año nuevo y para reflexionar sobre la realidad de nuestro territorio, en el que desde hace dos mil años está presente el Sucesor de Pedro, como Obispo de Roma y arzobispo metropolitano de la provincia eclesiástica romana, que comprende todo el Lacio. Os agradezco esta visita y dirijo mi deferente y cordial saludo al vicepresidente de la junta regional del Lacio, Esterino Montino; al alcalde de Roma, Gianni Alemanno; y al presidente de la provincia de Roma, Nicola Zingaretti, a quienes deseo expresar mi sentido agradecimiento por las amables palabras que me han dirigido, también en nombre de las administraciones que dirigen. Saludo asimismo a los presidentes de los respectivas asambleas consiliarias y a todos los presentes.

La crisis que ha afectado a la economía mundial —como se ha recordado— también ha tenido consecuencias para los habitantes y las empresas de Roma y del Lacio. Al mismo tiempo, ha permitido redefinir el modelo de crecimiento aplicado en estos últimos años. En la encíclica Caritas in veritate recordé que el desarrollo humano, para ser auténtico, tiene que concernir a la totalidad de la persona y debe realizarse en la caridad y en la verdad. De hecho, la persona humana está en el centro de la acción política y su crecimiento moral y espiritual debe ser la primera preocupación para quienes han sido llamados a administrar la comunidad civil. Es fundamental que cuantos han recibido de la confianza de los ciudadanos la elevada responsabilidad de gobernar las instituciones sientan como prioritaria la exigencia de perseguir constantemente el bien común, que "no es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz" (Caritas in veritate ). A fin de que esto suceda, es oportuno que desde las sedes institucionales se intente favorecer una sana dialéctica, porque cuanto más compartidas sean las decisiones y las medidas tomadas, tanto más permitirán un desarrollo eficaz para los habitantes de los territorios administrados.

En este contexto, deseo expresar mi aprecio por los esfuerzos realizados por vuestras administraciones en favor de las franjas más débiles y marginadas de la sociedad, con vistas a la promoción de una convivencia más justa y solidaria. Al respecto, quiero invitaros a poner todo vuestro empeño a fin de que la centralidad de la persona humana y de la familia constituya el principio inspirador de todas vuestras decisiones. De modo especial es preciso referirse a este principio en la realización de los nuevos asentamientos de la ciudad, para que los complejos de viviendas que van surgiendo no sean sólo barrios-dormitorio. Para ello es oportuno prever las estructuras que favorecen los procesos de socialización, evitando de este modo que surja y se incremente el individualismo cerrado y la atención exclusiva a los propios intereses, que dañan toda convivencia humana. La Iglesia, respetando las competencias de las autoridades civiles, se alegra de dar su contribución para que en esos barrios haya una vida social digna del hombre. Sé que en varias zonas periféricas de la ciudad esto ya ha sucedido, gracias al compromiso de la administración municipal en la realización de obras importantes, y espero que en todas partes se tengan presentes estas exigencias. Agradezco la consolidada colaboración existente entre las administraciones que dirigís y el Vicariato, especialmente en lo que se refiere a la construcción de los nuevos complejos parroquiales, que, además de ser puntos de referencia para la vida cristiana, desempeñan una función educativa y social fundamental.

Esta colaboración ha permitido alcanzar objetivos significativos. Al respecto, me complace recordar que en algunos de los nuevos barrios, donde viven sobre todo familias jóvenes con niños pequeños, las comunidades eclesiales, conscientes de que la apertura a la vida es el centro del verdadero desarrollo humano (cf. ib., ), han realizado los "oratorios de los pequeños". Estas útiles estructuras permiten a los niños pasar las horas del día, mientras los padres están en el trabajo. Confío en que una sinergia cada vez más fecunda entre las distintas instituciones permita que surjan en las zonas periféricas, al igual que en el resto de la ciudad, estructuras análogas, que ayuden a los padres jóvenes en su tarea educativa. Espero también que se adopten más medidas en favor de las familias, especialmente las numerosas, de modo que toda la ciudad goce de la insustituible función de esta institución fundamental, primera e indispensable célula de la sociedad.

En el contexto de la promoción del bien común, la educación de las nuevas generaciones, que constituyen el futuro de nuestra región, representa una preocupación predominante que los administradores públicos comparten con la Iglesia y con todas las organizaciones formativas. Desde hace algunos años la diócesis de Roma y las del Lacio están comprometidas en dar su contribución para afrontar las exigencias cada vez más urgentes que llegan del mundo juvenil y que requieren respuestas educativas adecuadas de alto perfil. A la vista de todos está la necesidad y la urgencia de ayudar a los jóvenes a proyectar la vida según valores auténticos, que hacen referencia a una visión "alta" del hombre y que encuentran en el patrimonio religioso y cultural cristiano una de sus expresiones más sublimes. Hoy las nuevas generaciones quieren saber quién es el hombre y cuál es su destino, y buscan respuestas que les puedan indicar el camino que conviene recorrer para fundar su existencia en valores perennes. En concreto, en las propuestas formativas sobre los grandes temas de la afectividad y la sexualidad, tan importantes para la vida, hay que evitar proponer a los adolescentes y a los jóvenes caminos que favorezcan la banalización de estas dimensiones fundamentales de la existencia humana. Para lograr este objetivo la Iglesia pide la colaboración de todos, especialmente de quienes trabajan en la escuela, para educar a una visión elevada del amor y de la sexualidad humana. Deseo, por esto, invitar a todos a comprender que, cuando pronuncia su no, la Iglesia en realidad dice a la vida, al amor vivido en la verdad del don de sí mismo al otro, al amor que se abre a la vida y no se cierra en una visión narcisista de la pareja. Está convencida de que solamente estas opciones pueden llevar a un modelo de vida en el que la felicidad es un bien compartido. Sobre estos temas, como también sobre los de la familia fundada en el matrimonio y en el respeto de la vida desde su concepción hasta su fin natural, la comunidad eclesial no puede menos de ser fiel a la verdad, "que es la única garantía de libertad y de la posibilidad de un desarrollo humano integral" (ib., ).

Por último, no puedo menos de exhortar a las autoridades competentes a una atención constante y coherente al mundo de la enfermedad y del sufrimiento. Las estructuras sanitarias, tan numerosas en Roma y en el Lacio, que prestan un servicio importante a la comunidad, deben ser lugares en los que se encuentren una gestión cada vez más atenta y responsable de la causa pública, competencias profesionales y dedicación al enfermo, cuya acogida y cuidado deben ser el criterio supremo de quienes trabajan en ese ámbito. Roma y el Lacio, junto a estas estructuras sanitarias públicas, cuentan desde hace siglos con la presencia de las de inspiración católica, que actúan en favor de amplias franjas de la población. En ellas se intenta conjugar la competencia profesional y la atención al enfermo con la verdad y la caridad de Cristo. Inspirándose en el Evangelio, se esfuerzan en acercarse a los que sufren con amor y esperanza, sosteniendo también la búsqueda de sentido e intentando dar respuestas a los interrogantes que inevitablemente surgen en el corazón de quienes viven la difícil dimensión de la enfermedad y del dolor. De hecho, el hombre necesita que se le cuide en su unidad de ser espiritual y corporal. Por lo tanto, confío en que, a pesar de las persistentes dificultades económicas, se apoye adecuadamente a estas estructuras en su valioso servicio.

Ilustres autoridades, a la vez que os agradezco sinceramente vuestra amable y grata visita, os aseguro mi cercanía cordial y mi oración por vosotros, por las importantes responsabilidades que os han sido encomendadas y por los habitantes de los ámbitos que administráis. Que el Señor os sostenga, os guíe y haga realidad las expectativas de bien presentes en el corazón de cada uno.


Discursos 2010