Discursos 2010 83

CELEBRACIÓN ECUMÉNICA

Área arqueológica de la iglesia de Agia Kiriaki Chrysopolitissa - Paphos

Viernes 4 de junio de 2010



Queridos hermanos y hermanas en Cristo

“A vosotros gracia y paz abundantes” (1P 1,2). Saludo con gran alegría a todos vosotros que representáis las comunidades cristianas de Chipre.

Agradezco a Su Beatitud Crisóstomo II sus amables palabras de bienvenida; doy las gracias también a nuestro anfitrión, Su Eminencia Georgios, Metropolita de Pafos, y a cuantos han hecho posible este encuentro. Me es grato, además, saludar cordialmente a los cristianos de otras confesiones aquí presentes, así como a los pertenecientes a las comunidades armenia, luterana y anglicana.

Verdaderamente es una gracia extraordinaria que podamos estar reunidos en oración en esta iglesia de la Agia Kiriakì Chrysopolitissa (Iglesia de la Santísima Señora recubierta de Oro). Acabamos de oír la lectura de los Hechos de los Apóstoles, que nos ha recordado que Chipre fue la primera etapa en los viajes misioneros del Apóstol Pablo (cf. Ac 13,1-4). Pablo, “separado” por el Espíritu Santo, junto a Bernabé, oriundo de Chipre, y Marcos, el futuro evangelista, desembarcaron en Salamina, donde comenzaron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas. Atravesaron la isla y llegaron a Pafos, y allí, muy cerca de donde estamos ahora, predicaron en presencia del Procónsul romano Sergio Paulo. Así, desde aquí, el mensaje del Evangelio empezó a difundirse por todo el imperio, y la Iglesia, fundamentada en la predicación apostólica, fue capaz de echar raíces en todo el mundo conocido.

Con razón, la Iglesia en Chipre puede sentirse orgullosa de sus vínculos directos con la predicación de Pablo, Bernabé y Marcos, y de su comunión con la fe apostólica, una comunión que la une a todas las Iglesias que tienen la misma norma de fe. Ésta es la comunión, real aunque imperfecta, que ya hoy nos une, y que nos impulsa a superar nuestras divisiones y a luchar por recuperar aquella plena unidad visible, que el Señor quiere para todos sus seguidores. Porque, en palabras de Pablo, hay “un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo” (Ep 4,4-5).

84 La comunión eclesial en la fe apostólica es un don y a la vez una llamada a la misión. El pasaje de los Hechos que hemos escuchado nos ha presentado una imagen de la unidad de la Iglesia en oración y de su apertura a la misión bajo la inspiración del Espíritu. Como Pablo y Bernabé, todo cristiano, mediante el bautismo, es “separado” para que dé testimonio profético del Señor resucitado y de su Evangelio de reconciliación, misericordia y paz. En este contexto, la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para el Medio Oriente, que se reunirá en Roma el próximo octubre, reflexionará sobre el papel crucial de los cristianos en esta región, les animará en su testimonio evangélico y ayudará a potenciar el diálogo y la colaboración entre los cristianos de la zona. De modo significativo, los trabajos del Sínodo se verán enriquecidos por la presencia de delegados fraternos de otras Iglesias y Comunidades cristianas de la región, como signo del compromiso común al servicio de la palabra de Dios y de nuestra docilidad a la acción de su gracia reconciliadora.

La unidad de todos los discípulos de Cristo es un don que hemos de pedir al Padre, con la esperanza de que reforzará el testimonio del Evangelio en el mundo actual. El Señor rezó por la santidad y la unidad de sus discípulos precisamente para que el mundo crea (cf.
Jn 17,21). La lúcida conciencia de que las divisiones entre los cristianos eran un obstáculo para la propagación del Evangelio dio origen, en la Conferencia Misionera de Edimburgo, hace ahora cien años, al movimiento ecuménico moderno. Hoy podemos estar agradecidos al Señor que, mediante su Espíritu, nos ha hecho redescubrir –especialmente en los últimos decenios– el rico patrimonio apostólico que comparten Oriente y Occidente, e intentar, mediante un diálogo paciente y sincero, encontrar las vías para acercarnos los unos a los otros, superando las controversias del pasado y tendiendo a un futuro mejor.

La Iglesia en Chipre, que hace de puente entre Oriente y Occidente, ha contribuido mucho a este proceso de reconciliación. El camino hacia la plena comunión no estará libre de dificultades, pero la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa de Chipre están decididas a avanzar en el diálogo y la colaboración fraterna. Que el Espíritu Santo ilumine nuestras mentes y fortalezca nuestra determinación, de manera que juntos podamos llevar el mensaje de la salvación a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que tienen sed de la verdad que realmente hace libres y salva (cf. Jn 8,32), la verdad que se llama Jesucristo.

Queridos hermanas y hermanos, no puedo terminar sin recordar a los santos que adornan a la Iglesia de Chipre, en particular a san Epifanio, obispo de Salamina. La santidad es el signo de la plenitud de la vida cristiana, de una profunda docilidad interior al Espíritu Santo que nos llama a la conversión y a la renovación constante, así como a que nos esforcemos por configurarnos cada vez más con Cristo nuestro Salvador. Conversión y santidad son también los medios privilegiados para abrir la mente y el corazón a la voluntad del Señor que quiere la unidad de su Iglesia. A la vez que damos gracias por el encuentro de hoy y por el amor fraterno que nos une, pedimos a los santos Bernabé y Epifanio, Pedro y Pablo, y a todos los santos de Dios, que bendigan nuestras comunidades, que nos conserven en la fe de los Apóstoles, y que guíen nuestros pasos por el camino de la unidad, la caridad y la paz.



ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES CIVILES Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO

Jardín del Palacio Presidencial de Nicosia

Sábado 5 de junio de 2010

Señor Presidente,
Excelencias,
Señoras y Señores:

Me complace vivamente tener la oportunidad de encontrarme con las autoridades políticas y civiles de la República, así como con los miembros de la comunidad diplomática, en mi viaje apostólico a Chipre. Agradezco al Señor Presidente Christofias las amables palabras con las que me ha saludado en vuestro nombre y a las que correspondo gustoso con mis mejores deseos para vuestro importante trabajo, recordando especialmente la feliz conmemoración del 50 aniversario de la constitución de la República.

85 Acabo de hacer una ofrenda floral en memoria del difunto Arzobispo Makarios, primer Presidente de la República de Chipre. Como él, cada uno de vosotros, servidores públicos, se esfuerza por servir al bien común de la sociedad, ya sea en el ámbito local, nacional o internacional. Esta es una noble vocación que la Iglesia aprecia. Desempeñado con fidelidad, el servicio público os permite crecer en sabiduría, integridad y realización personal. Platón, Aristóteles y los estoicos daban una gran importancia a esta realización -eudemonia- como objetivo de la vida humana, y veían en la dimensión moral la vía para lograr esta meta. Para ellos, así como para los grandes filósofos árabes y cristianos que siguieron sus huellas, la práctica de la virtud consistía en actuar conforme a la recta razón, en la búsqueda de todo lo que es verdadero, bueno y bello.

Desde una perspectiva religiosa, somos miembros de una única familia humana creados por Dios y llamados a favorecer la unidad y a construir un mundo más justo y fraterno basado en valores permanentes. En la medida en que cumplimos con nuestro deber, servimos a los demás y cumplimos lo que es justo, nuestra mente se abre más a las verdades más profundas y nuestra libertad se robustece adhiriéndose a lo que es bueno. Mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, escribió que la obligación moral nunca debería ser vista como una ley impuesta desde fuera y que reclama obediencia, sino como una expresión de la sabiduría misma de Dios, a la que la libertad humana se somete con solicitud (cf. Veritatis Splendor
VS 41). Como todos los seres humanos, nosotros encontramos nuestra realización última en relación a esta Realidad Absoluta, cuyo reflejo lo encontramos a menudo en nuestra conciencia como una invitación apremiante a servir a la verdad, la justicia y el amor.

Como servidores públicos, conocéis de primera mano la importancia de la verdad, la integridad y el respeto en las relaciones con los demás. Con frecuencia, las relaciones interpersonales son el primer paso para construir auténticos y, en su momento, sólidos vínculos de amistad entre los individuos, los pueblos y las naciones. Esto es parte esencial de vuestra tarea tanto de políticos como de diplomáticos. En países con una delicada situación política, dicha honestidad y apertura a las relaciones personales puede ser el inicio de un bien mayor para las sociedades y los pueblos. Animo a todos los que estáis hoy aquí a aprovechar las oportunidades que se os ofrecen, tanto en el ámbito personal como institucional, para cultivar estas relaciones y, de esta manera, promover el mayor bien del conjunto de las naciones, así como el auténtico bien de aquellas a las que representáis.

Los antiguos filósofos griegos nos enseñan también que el servicio al bien común se da precisamente a través de la influencia de gente dotada de una clara profundidad moral y de arrojo. Así, la política se ve purificada de intereses personales y de presiones partidistas, poniendo en su lugar unas bases más sólidas. De este modo, las aspiraciones legítimas de aquellos a quienes representamos son protegidas y favorecidas. La rectitud moral y el respeto imparcial por los demás y su bienestar son esenciales para el bien de la sociedad, ya que crean un clima de confianza en el que los intercambios humanos, ya sean religiosos, económicos, sociales o culturales, civiles o políticos, adquieren fuerza y vigor.

Pero, ¿qué significa en la práctica el respeto y la promoción de la verdad moral en el mundo de la política y la diplomacia nacional e internacional? ¿Cómo puede la búsqueda de la verdad traer una mayor armonía a las regiones más probadas de la tierra? Pienso que esto se puede lograr por tres vías.

En primer lugar, promover la verdad moral significa actuar de manera responsable partiendo del conocimiento de los hechos. Como diplomáticos, sabéis por experiencia que este conocimiento os ayuda a identificar las injusticias y ofensas, así como a considerar de manera desapasionada los intereses de todas las partes involucradas en una determinada disputa. Cuando las partes superan sus propios puntos de vista sobre lo ocurrido, adquieren una visión objetiva y completa. Quienes deben resolver dichos conflictos son capaces de tomar decisiones justas y promover una auténtica reconciliación, cuando admiten y reconocen la verdad completa sobre una determinada cuestión.

Una segunda vía para promover la verdad moral consiste en poner al descubierto las ideologías políticas que pretenden suplantar la verdad. Las trágicas experiencias vividas durante el siglo veinte han desenmascarado la inhumanidad que resulta de la supresión de la verdad y la dignidad humana. En nuestros días, asistimos a continuos intentos de fomentar supuestos valores bajo la apariencia de paz, desarrollo y derechos humanos. En este sentido, dirigiéndome a la Asamblea General de las Naciones Unidas, llamaba la atención sobre una determinada tendencia a reinterpretar la Declaración Universal de los Derechos Humanos con el objetivo de satisfacer intereses particulares, que comprometerían la coherencia interna de la propia Declaración, apartándose de su intención original (cf. Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008).

En tercer lugar, la promoción de la verdad moral en la vida pública requiere un esfuerzo constante para fundamentar la ley positiva sobre los principios éticos de la ley natural. Esta exigencia, en el pasado, fue considerada como algo evidente, sin embargo, la corriente positivista en las teorías legales contemporáneas está pidiendo la recuperación de este axioma fundamental. Individuos, comunidades y estados, sin la guía de verdades morales objetivas, se volverían egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar más peligroso para vivir. En cambio, respetando los derechos de las personas y los pueblos se protege y promueve la dignidad humana. Cuando las políticas que propugnamos se encuentran en armonía con la ley natural, que pertenece a nuestra común condición humana, nuestras acciones se vuelven más sensatas y contribuyen al desarrollo de la comprensión, las justicia y la paz.

Señor Presidente, queridos amigos, con estas reflexiones les renuevo mi estima y la de la Iglesia por vuestro importante servicio a la sociedad y a la construcción de un porvenir seguro para nuestro mundo. Invoco sobre todos ustedes los dones celestiales de la sabiduría, la fortaleza y la perseverancia para el cumplimiento de vuestra misión. Muchas gracias.




ENCUENTRO CON LA COMUNIDAD CATÓLICA DE CHIPRE

Colegio Maronita - Nicosia

Sábado 5 de junio de 2010



86 Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Es para mí una gran alegría estar con vosotros, representantes de la comunidad católica de Chipre.

Agradezco al Arzobispo Soueif sus amables palabras de bienvenida en nombre de todos vosotros y, de modo particular, agradezco a los niños su preciosa representación. Saludo a Su Beatitud el Patriarca Fouad Twal, y también, en la persona de Padre Pizzaballa, aquí presente, expreso mi reconocimiento a la labor grande y paciente de la Custodia Franciscana de Tierra Santa.

En esta ocasión histórica de la primera visita del Obispo de Roma a Chipre, vengo para confirmaros en la fe en Jesucristo y para animaros a permanecer fieles a la tradición apostólica, con un solo corazón y una sola alma (cf.
Ac 4,32). Como Sucesor de Pedro, me encuentro entre vosotros para aseguraros mi apoyo, mi oración afectuosa y mi aliento.

Acabamos de escuchar en el Evangelio de Juan cómo algunos griegos, que habían oído hablar de las grandes obras que Jesús había realizado, se acercaron al Apóstol Felipe y le dijeron: “Quisiéramos ver a Jesús” (cf. Jn 12,21). Estas palabras llegan hasta lo más profundo de nuestro corazón. Como los hombres y mujeres del Evangelio, también nosotros queremos ver a Jesús, conocerlo, amarlo y servirlo con “un solo corazón y una sola alma” (cf. Ac 4,32).

Además, al igual que en el Evangelio de hoy la voz venida del cielo da testimonio de la gloria del nombre de Dios, también la Iglesia proclama su nombre, no sólo en beneficio propio, sino en favor de toda la humanidad (cf. Jn 12,30). También vosotros, que seguís a Cristo hoy, estáis llamados a vivir vuestra fe en el mundo promoviendo, de palabra y de obra, los valores del Evangelio, que os han entregado generaciones de cristianos chipriotas. Estos valores, profundamente enraizados en vuestra cultura así como en el patrimonio de la Iglesia universal, deben seguir inspirando vuestros esfuerzos por la paz, la justicia y el respeto de la vida humana y la dignidad de vuestros conciudadanos. De esta manera, vuestra fidelidad al Evangelio redundará en favor de toda la sociedad chipriota.

Queridos hermanos y hermanas, dada vuestra particular situación, me gustaría destacar una parte esencial de la vida y misión de nuestra Iglesia, me refiero a la búsqueda de una mayor unidad en la caridad con los demás cristianos y al diálogo con los no cristianos. Desde el Concilio Vaticano II especialmente, la Iglesia se ha comprometido a avanzar en el camino de un entendimiento cada vez mayor con nuestros hermanos cristianos para fortalecer los lazos de amor y respeto entre todos los bautizados. Teniendo en cuenta vuestras circunstancias, estáis en condiciones de contribuir de un modo concreto en vuestra vida diaria a la mayor unidad de los cristianos. Os animo a que lo hagáis, con la confianza de que el Espíritu del Señor, que ha pedido que sus discípulos sean uno (cf. Jn 17,21), estará a vuestro lado en esta importante tarea.

Todavía hay mucho que hacer, en todas las partes del mundo, en el diálogo interreligioso. En este ámbito, los católicos de Chipre se encuentran frecuentemente con oportunidades para una adecuada y prudente actuación. Sólo una labor paciente puede edificar la confianza mutua, superar el peso de la historia y convertir las diferencias políticas y culturales entre los pueblos en motivo para procurar un mayor entendimiento. Os exhorto encarecidamente a intentar crear esa confianza mutua entre cristianos y no cristianos, como fundamento para construir una paz y concordia duradera entre pueblos con diferencias religiosas, políticas y culturales.

Queridos amigos, me gustaría que no perdieseis nunca de vista la profunda comunión que os une entre vosotros y a la Iglesia católica extendida por toda la tierra. Y por lo que se refiere a las necesidades más inmediatas de la Iglesia, os animo a pedir y a promover las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. En este Año Sacerdotal que está a punto de terminar, la Iglesia se ha concienciado nuevamente de la necesidad de sacerdotes buenos, santos y bien preparados. Necesita religiosos y religiosas completamente comprometidos con Cristo y con la propagación del reino de Dios en la tierra. Nuestro Señor ha prometido que los que den su vida como Él lo hizo, la guardarán para la vida eterna (cf. Jn 12,25). Pido a los padres que consideren esta promesa y animen a sus hijos a responder generosamente a la llamada del Señor. Exhorto a los pastores a que se preocupen de los jóvenes, de sus deseos y aspiraciones, y a que los formen en una fe plena.

Permitidme que en este colegio católico dirija unas palabras a todos los que trabajan en las escuelas católicas de la isla, especialmente a los maestros. Vuestro trabajo forma parte de una larga y valiosa tradición de la Iglesia católica en Chipre. Continuad pacientemente al servicio de toda la comunidad, esforzándoos por conseguir una educación excelente. Que el Señor os bendiga abundantemente ya que tenéis confiada la sagrada tarea de la formación de vuestros hijos, que son el don más precioso que Dios todopoderoso os ha dado.

Y ahora me dirijo especialmente a vosotros, queridos jóvenes de Chipre. ¡Sed fuertes en la fe, alegres en el servicio de Dios y generosos con vuestro tiempo y vuestros talentos! Ayudad a construir un futuro mejor para la Iglesia y para vuestro país, poniendo el bien de los demás por encima de vuestro propio bien.

87 Queridos católicos de Chipre, cultivad la concordia en comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, y estrechad vuestros vínculos fraternos con los demás en la fe, la esperanza y el amor.

De manera especial, deseo transmitir este mensaje a quienes han venido de Kormakiti, Asomatos, Karpasha y Agia Marina. Conozco vuestros anhelos y sufrimientos, y os pido que llevéis mi bendición, mi cercanía y mi afecto a los provenientes de vuestras ciudades, donde los cristianos son un pueblo de esperanza. Por mi parte, deseo fervientemente y rezo para que, contando con la buena voluntad de todos, se pueda asegurar cuanto antes un vida mejor a los habitantes de la isla.

Con estas breves palabras confío a cada uno de vosotros a la protección de la Bienaventurada Virgen María y a la intercesión de los santos Pablo y Bernabé. Que Dios os bendiga.



VISITA DE CORTESÍA A SU BEATITUD CRISÓSTOMOS II, ARZOBISPO DE CHIPRE

Arzobispado ortodoxo de Nicosia

Sábado 5 de junio de 2010

Beatitud

Le saludo con afecto fraterno en el Señor Resucitado y le agradezco su amable recibimiento.

Recuerdo con gratitud su visita a Roma hace tres años, y me alegro de encontrarlo hoy de nuevo en su querida patria. A través de usted, quiero hacer llegar mi saludo al Santo Sínodo, y a todos los sacerdotes, diáconos, monjes, monjas y fieles laicos de la Iglesia de Chipre.

Antes que nada, quisiera expresar mi gratitud por la hospitalidad que la Iglesia de Chipre dispensó generosamente a la Comisión Conjunta Internacional para el Diálogo Teológico con ocasión del encuentro del año pasado en Pafos. De la misma manera, agradezco el apoyo que la Iglesia de Chipre ha dado siempre a los trabajos del diálogo, mediante la claridad y apertura de sus aportaciones. Que el Espíritu Santo dirija y consolide esta gran iniciativa eclesial, que pretende restaurar la comunión plena y visible entre las Iglesias de Oriente y Occidente, una comunión que debe ser vivida en fidelidad al Evangelio y a la tradición apostólica, apreciando las legítimas tradiciones de Oriente y Occidente, y abierta a la diversidad de dones con los que el Espíritu edifica la Iglesia en unidad, santidad y paz.

Este espíritu de fraternidad y comunión se manifiesta también en la generosa contribución que, en nombre de la Iglesia de Chipre, Vuestra Beatitud envió a quienes el año pasado se vieron afectados por el terremoto de L’Aquila, cerca de Roma, cuyas necesidades están muy presentes en mi corazón. En este mismo espíritu, me uno a su oración para que todos los habitantes de Chipre encuentren, con la ayuda de Dios, la sabiduría y la fuerza necesaria para trabajar juntos por una solución justa de los problemas pendientes, luchar por la paz y la reconciliación, y construir para las futuras generaciones una sociedad que se distinga por el respeto de los derechos de todos, incluyendo los derechos inalienables de libertad de conciencia y de culto.

88 Tradicionalmente, se considera a Chipre parte de Tierra Santa, y la situación de conflicto permanente en Oriente Medio es, sin duda, un motivo de reflexión para todos los fieles cristianos. Ninguno puede quedar indiferente ante la necesidad de apoyar, con todos los medios posibles, a los cristianos de esta atormentada región, de manera que estas antiguas Iglesias puedan vivir en paz y prosperidad. Las comunidades cristianas de Chipre pueden encontrar un campo muy fructífero para la cooperación ecuménica en la oración y el trabajo conjunto por la paz, la reconciliación y la estabilidad en la tierra bendecida por la presencia terrena del Príncipe de la Paz.

Con estos sentimientos, agradezco una vez más a Vuestra Beatitud su fraterna acogida, y le aseguro mi oración por usted y por todo el clero y los fieles de la Iglesia de Chipre. Que la alegría del Señor resucitado esté siempre con vosotros.




ENTREGA DEL INSTRUMENTUM LABORIS DE LA ASAMBLEA ESPECIAL PARA EL MEDIO ORIENTE DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

Pabellón de Deportes Eleftheria - Nicosia

Domingo 6 de junio de 2010


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Agradezco al Señor Arzobispo Eterovic sus amables palabras, y renuevo mi saludo a todos los que estáis aquí con motivo de la puesta en marcha de la próxima Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para el Medio Oriente. Os agradezco el trabajo realizado con vistas a la preparación de la Asamblea Sinodal, y os aseguro el respaldo de mi oración en esta fase final de la misma.

Antes de comenzar, es justo que recuerde al Obispo Luigi Padovese que, como Presidente de los Obispos Turcos, contribuyó a la preparación del Instrumentum Laboris que os entrego hoy. La noticia de su muerte trágica e imprevista, el jueves pasado, nos ha sorprendido y conmocionado a todos. Encomiendo su alma a la misericordia de Dios todopoderoso, destacando su compromiso, especialmente en cuanto Obispo, a favor del entendimiento interreligioso y cultural, y del diálogo entre las Iglesias. Su muerte es un recuerdo luminoso de la vocación de todo cristiano a ser en todo momento testigos valientes de lo que es bueno, noble y justo.

El lema escogido para la Asamblea nos habla de comunión y testimonio, y nos recuerda que los miembros de la primitiva comunidad cristiana «tenían un solo corazón y una sola alma» (Ac 4,32). En el centro de la unidad de la Iglesia está la Eucaristía, don inestimable de Cristo a su pueblo y núcleo de nuestra celebración litúrgica de este día de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por tanto, es muy significativo que haya sido elegido este día para la entrega del Instrumentum laboris de la Asamblea Especial.

Oriente Medio ocupa un lugar especial en el corazón de todos los cristianos, puesto que fue allí donde por vez primera Dios se dio a conocer a nuestros padres en la fe. Desde los días en que Abraham, obedeciendo la llamada del Señor, salió de Ur de los Caldeos hasta la muerte y resurrección de Jesús, la palabra salvadora de Dios se fue cumpliendo en vuestras tierras a través de personas y pueblos concretos. Desde entonces, el mensaje del Evangelio se ha difundido por todo el mundo, pero los cristianos de todas partes continúan mirando hacia Oriente Medio con especial reverencia, a causa de los profetas y patriarcas, apóstoles y mártires a los que tanto debemos, hombres y mujeres que escucharon la palabra de Dios, dieron testimonio de ella, y la transmitieron a quienes pertenecemos a la gran familia de la Iglesia.

La Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, convocada a petición vuestra, intentará profundizar los vínculos de comunión entre los miembros de vuestras Iglesias locales, así como entre esas mismas Iglesias y con la Iglesia universal. Esta Asamblea desea también animaros en el testimonio que dais de vuestra fe en Cristo, en los países donde esta fe ha nacido y crecido. Es bien conocido que algunos de vosotros soportáis grandes pruebas a causa de la situación actual de la región. La Asamblea Especial es una oportunidad para los cristianos del resto del mundo de ofrecer apoyo espiritual y solidaridad a sus hermanos y hermanas de Oriente Medio. Es una ocasión para poner de relieve el importante valor de la presencia y el testimonio cristiano en los países de la Biblia, no sólo para la comunidad cristiana mundial, sino también para vuestros vecinos y vuestros conciudadanos. Contribuís de muchas maneras al bien común, por ejemplo con la educación, la atención a los enfermos y la asistencia social, y trabajáis en la construcción de la sociedad. Deseáis vivir en paz y en armonía con vuestros vecinos judíos y musulmanes. A menudo, actuáis como artífices de paz en el difícil proceso de reconciliación. Merecéis el reconocimiento por el papel inestimable que realizáis. Espero firmemente que todos vuestros derechos, incluido el derecho a la libertad religiosa y de culto, sean cada vez más respetados y que nunca más sufráis ninguna clase de discriminación.

89 Ruego para que el trabajo de la Asamblea Especial ayude a dirigir la atención de la comunidad internacional sobre la difícil situación de los cristianos en Medio Oriente que sufren por sus creencias, de modo que se encuentre una solución justa y duradera a los conflictos que provocan tanto dolor. Con respecto a esta grave cuestión, reitero mi llamamiento personal a que se realice un esfuerzo internacional urgente y concertado para resolver las tensiones que persisten en Medio Oriente, especialmente en Tierra Santa, antes de que dichos conflictos lleven a un mayor derramamiento de sangre.

Con estos deseos, os entrego ahora el texto del Instrumentum laboris de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para el Medio Oriente. Que Dios bendiga con abundancia vuestros trabajos, y a todos los habitantes de Oriente Medio.




VISITA A LA CATEDRAL MARONITA DE CHIPRE

Nicosia

Domingo 6 de junio de 2010

Queridos hermanos y hermanas en Cristo

Me es muy grato realizar esta visita a la Catedral de Nuestra Señora de las Gracias. Agradezco al Arzobispo Youssef Soueif las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de la comunidad Maronita de Chipre y os saludo a todos cordialmente con las palabras del Apóstol: “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros” (1Co 1,3).

Con la visita a este edificio, peregrino espiritualmente a cada iglesia maronita de la isla. Os aseguro que, con el afecto de un padre, me siento cercano a todos los fieles de estas comunidades tan antiguas.

Esta Iglesia Catedral representa por diversos aspectos la verdadera historia, larga y rica, a veces turbulenta, de la comunidad maronita en Chipre. Los maronitas llegaron a estas orillas en diversos períodos a lo largo de los siglos y a menudo sufrieron duras pruebas por permanecer fieles a su específica herencia cristiana. Sin embargo, y auque su fe ha sido acrisolada como el oro por el fuego (cf. 1P 1,7), han perseverado en la fe de sus padres, una fe que en este momento ha pasado a vosotros, Maronitas Chipriotas de hoy. Os exhorto a valorar como un tesoro esta gran herencia, este regalo precioso.

El edificio de esta Catedral nos recuerda también una importante verdad espiritual. San Pedro afirma que los cristianos somos piedras vivas que entramos “en la construcción del templo del Espíritu formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo” (1P 2,5). Junto con todos los cristianos del mundo, somos parte de este gran templo que es el Cuerpo Místico de Cristo. Nuestro culto espiritual, ofrecido en muchas lenguas, en tantos lugares y en una hermosa variedad de liturgias, es una expresión de la única voz del Pueblo de Dios, unido en oración y en agradecimiento a él, en una comunión permanente de unos con otros. Esta comunión, que tanto apreciamos, nos impulsa a llevar la Buena Noticia de nuestra nueva vida en Cristo a toda la humanidad.

Ésta es la tarea que comparto hoy con vosotros: suplico para que vuestra Iglesia, en unión con todos vuestros pastores y con el Obispo de Roma, crezca en santidad, en fidelidad al Evangelio y en amor por el Señor y por todos.

90 A la vez que os encomiendo a vosotros y a vuestras familias, especialmente a vuestros queridos niños, a la intercesión de San Marón, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.



CEREMONIA DE DESPEDIDA

Aeropuerto internacional de Larnaca

Domingo 6 de junio de 2010



Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Señoras y Señores:

Ha llegado el momento de dejaros, después de mi breve pero fructífero Viaje Apostólico a Chipre.

Señor Presidente, le agradezco sus amables palabras y deseo expresarle mi gratitud por todo lo que usted, su Gobierno y las autoridades civiles y militares han hecho para que mi visita fuera tan memorable y satisfactoria.

De la misma manera que a otros muchos peregrinos antes que yo, en el momento de dejar vuestras costas, me viene de nuevo a la mente que el Mediterráneo está compuesto por un rico mosaico de pueblos, con sus propias culturas y belleza, su cordialidad y su humanidad. No obstante dicha realidad, el Mediterráneo oriental, al mismo tiempo, no es ajeno a los conflictos ni al derramamiento de sangre, como hemos visto trágicamente en estos últimos días. Redoblemos nuestros esfuerzos para construir una paz real y duradera para todos los pueblos de la región.

Con este objetivo general, Chipre puede jugar un papel singular en la promoción del diálogo y la cooperación. Trabajando pacientemente por la paz de vuestros hogares y por la prosperidad de vuestros vecinos, seréis capaces de escuchar y comprender todos los aspectos de muchas situaciones complejas, y de ayudar a los pueblos a lograr un mayor entendimiento entre unos y otros. Señor Presidente, la comunidad internacional está atenta con gran interés y esperanza al camino que habéis emprendido, y percibo con satisfacción todos los esfuerzos realizados en la promoción de la paz para su pueblo y toda la isla de Chipre.

Doy gracias a Dios por estos días, que han visto el primer encuentro en su propia tierra de la comunidad católica chipriota con el Sucesor de Pedro; igualmente, me llevo un recuerdo muy grato de mis encuentros con otros líderes cristianos, en particular con Su Beatitud Chrysostomos II, y con otros representantes de la Iglesia de Chipre, a los que agradezco su acogida fraterna. Espero que mi visita se considere como otro paso adelante en el camino abierto con el abrazo en Jerusalén entre el entonces Patriarca Athenagoras y mi venerable predecesor, el Papa Pablo VI. Aquel primer paso profético que dieron juntos nos mostró el camino que también nosotros debemos recorrer. Hemos recibido una llamada divina a ser hermanos, a caminar codo con codo en la fe, con humildad ante Dios Todopoderoso y unidos con el vínculo inquebrantable del afecto mutuo. Invito a los discípulos de Cristo a continuar con esta tarea y les aseguro que la Iglesia católica, con la gracia del Señor, seguirá aspirando a la meta de la perfecta unidad en la caridad, a través de un mayor aprecio de lo que tanto católicos como ortodoxos consideran más valioso.


Discursos 2010 83