DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § VIII. Milagros en Cafarnaúm



Capítulo VI

Segundo año de ministerio público

Sumario

§ I. SEGUNDO VIAJE A JERUSALÉN.

1. Los dos ciegos. El mudo poseído del demonio. -2. Explicación racionalista de los milagros del Salvador. -3. La medicina científica en Judea. Sistema irrisorio de los racionalistas. -4. El paralítico curado en la piscina Probática. -5. Topografía de la piscina Probática. -6. Testimonios históricos relativos a la piscina Probática. 7. La piscina Probática y la enseñanza de la Iglesia. -8. Pruebas intrínsecas de la realidad del milagro obrado en el paralítico. -9. Discursos de Jesús a los Judíos de Jerusalén. -10. Revelación teológica que contienen los discursos de Jesús. -11. Proclama Jesús su divinidad. -12. Economía divina del misterio de la Encarnación.

§ II. REGRESO A GALILEA.

13. Caracteres intrínsecos de autenticidad de la narración evangélica. -14. Los discípulos de Jesús en un campo de trigo granado. -15. El sábado segundo-primero. -16. Curación en día de sábado del hombre de la mano seca.

§ III. VOCACIÓN DE LOS DOCE APÓSTOLES.

17. Vocación de los doce. -18. Instrucciones de Jesucristo a sus Apóstoles. Misión divina. -19. Perpetuidad, en el seno de la Iglesia, de la enseñanza y de las instituciones de Jesucristo. -20. La Extrema-Unción.

§ IV. CAFARNAÚM.

21. El sermón de Jesús en el llano. Desfallecimiento de Jesús en Cafarnaúm. -22. El Hijo del Hombre. -23. El Hijo de Dios. -24. El criado del Centurión.

§ V. EXCURSIÓN EN GALILEA.

25. Resurrección del hijo de la viuda de Naím. -26. Autenticidad intrínseca de la narración Evangélica. -27. El racionalismo y el resucitado de Naím. -28. Los discípulos del Precursor enviados a Jesús. Elogio de San Juan Bautista por el Salvador. -29. Nadie fue más grande que San Juan Bautista entre los hijos de las mujeres. -30 Las ciudades malditas. -31. Cumplimiento de la profecía del Salvador relativa a las ciudades malditas. -32. Elección de los setenta y dos discípulos. -33. El sacerdocio en la Iglesia. El yugo del Evangelio. -34. La pecadora en casa del fariseo Simón. Las santas mujeres. -35. Identidad de la pecadora del Evangelio con María Magdalena. -36. Curación del demoniaco mudo. Parábola del valiente armado. -37. La lucha entre el Verbo encarnado y Satanás, príncipe del mundo. -38. El signo de Jonás. Predicción de la muerte y de la resurrección del Hijo del hombre. [328]

§ VI. LAS PARÁBOLAS.

39. Parábola del sembrador. -40. Interpretación dada por el Salvador a esta parábola. -41. Parábola de la cizaña. -42. Parábola de la mies y los trabajadores. -43. Parábola del grano de mostaza. -44. Parábolas de la levadura, del tesoro oculto, de la perla y de la red. -45. Carácter divino de las parábolas. -46. La tempestad calmada en el lago de Tiberiades. -47. La barca de la Iglesia y las tempestades sociales.

§ VII. MUERTE DE SAN JUAN BAUTISTA.

48. El festín ensangrentado. La bailarina Salomé. La festividad de San Juan Bautista. -49. Caracteres intrínsecos de verdad de la narración Evangélica. Pormenores tradicionales.





§ I. Segundo viaje a Jerusalén

1. «Estando próxima una de las fiestas de los Judíos, dice el Evangelista, fue Jesús a Jerusalén 591. Dos ciegos, que iban con el gentío, le seguían clamando y diciendo: Hijo de David, ten misericordia de nosotros. -Y habiéndose detenido Jesús en una casa, le presentaron los ciegos, y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo yo curaros? -Sí, Señor, respondieron ellos. -Entonces tocó sus ojos, diciendo: Hágase con vosotros, según vuestra fe. -Y al instante se abrieron sus ojos. Y Jesús les dijo: No digáis a nadie lo que acaba de aconteceros. -Sin embargo, al salir de allí, lo publicaron por toda la comarca. Y he aquí que habiendo ellos salido, le presentaron un hombre mudo que estaba endemoniado. Jesús lanzó el inmundo espíritu, y habló el mudo, y admirándose las gentes dijeron: Jamás se ha visto cosa como ésta en Israel. -Pero los Fariseos decían: -¡Lanza a los espíritus impuros por la virtud de Belzebú, príncipe de los demonios! -Y Jesús iba recorriendo todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas y predicando el Evangelio del reino de Dios y curando toda dolencia y toda enfermedad. Y viendo la mucha gente que se agrupaba a su tránsito, tuvo compasión de ella, porque estaban mal parados y decaídos, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies, a la verdad, es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies, que envíe a su mies operarios 592. [329]

2. Es imposible equivocarse sobre el carácter de los milagros de Jesucristo. No son el objeto de su misión, sino su signo exterior, y su patente y triunfal confirmación. «¿Creéis en mi poder? pregunta el Salvador. Es decir: ¿creéis en mi divinidad?» Los dos ciegos le comprenden perfectamente, y el sentido de su respuesta nos es atestiguado por las palabras de Nuestro Señor: «¡Hágase con vosotros, según vuestra fe!» La iluminación de los ojos del cuerpo sigue inmediatamente a la del corazón. Los ciegos ven; y sin tener en cuenta la recomendación que les había hecho Jesús de guardar silencio, mezclan los acentos de su reconocimiento a los gritos aclamatorios del gentío, y van a publicar por todo el país, que había sido testigo por tanto tiempo de su dolencia, la maravilla de su curación. Confirmada su palabra por el milagro visible de que han sido objeto, provoca la ansiedad y la esperanza. Presentan un endemoniado mudo al Señor, y Jesús lanza al demonio, y da el uso de la palabra a este desdichado. No carece de interés exponer las violentas explicaciones de los milagros evangélicos que han tratado de presentar los racionalistas en estos últimos tiempos. Los modernos exégetas suponen gratuitamente un sistema de connivencia establecido de modo que simulara las apariencias de curación. Esta hipótesis podría tener un lado especioso, si se tratara de algunos fenómenos aislados, que se verificaran ante un corto número de testigos, en un sitio elegido anticipadamente y preparado con esmero para una manifestación amañada. Pero Jesús vuelve la salud a infinidad de enfermos con una sola palabra, con una señal, al aire libre, en medio de un gran gentío, que no le abandona jamás, que le sigue en sus viajes, y se interpone en todos sus pasos; en medio de comarcas que atraviesa por la primera vez, y donde por consiguiente, no tiene relación alguna anterior. Los dos ciegos no conocen al Salvador; oyen a la muchedumbre proclamar la divinidad del Hijo de David; siguen a la multitud hasta el momento en que les sea permitido acercarse al médico celestial. No era posible en las campiñas de Galilea, donde se encontraba Jesús, presentar ciegos fingidos, sin que se descubriera inmediatamente el fraude, puesto que se conocían entre sí los habitantes de cada una de estas pequeñas localidades, absolutamente lo mismo que se conocen los habitantes de nuestras aldeas. Ciegos, condenados por su dolencia misma a vivir en un radio muy limitado, y a recorrer, para dar el menor paso, a la caritativa asistencia de un [330] vecino, de un amigo, del primer pasajero, son en breve objeto de una notoriedad general en su país. En presencia de estos hechos reales, no merece ni aun el honor de discutirse la hipótesis de connivencia alguna entre los ciegos fingidos y un hábil impostor. Así es que el racionalismo moderno trata de colocarse en otro terreno. «La medicina científica, fundada hacía cinco siglos por Grecia, dice, era en la época de Jesús desconocida de los Judíos de Palestina. En tal estado de conocimientos, la presencia de un hombre superior, que trate al enfermo con dulzura, dándolo por medio de algunas señales sensibles la seguridad de su restablecimiento, es a veces un remedio decisivo. ¿Quién se atreverá a decir que en muchos casos, y exceptuadas las lesiones enteramente caracterizadas, no vale el contacto de una persona predilecta los recursos de la farmacia? El solo placer de verla, cura. Ella da lo que puede, una sonrisa, una esperanza, y esto no es en vano 593. En aquellos tiempos se consideraba el curar como una cosa moral; y Jesús, que conocía su fuerza moral, debía creerse dotado especialmente para curar. Convencido de que el contacto de su túnica o vestidura, la imposición de sus manos producía bien a los enfermos, se hubiese mostrado duro, si hubiera rehusado a los que padecían, un alivio que estaba en su poder concederles 594».

3. Lejos de ser «la medicina científica» desconocida en Palestina, en la época de Jesús, era muy honrada en ella. Sabido son los esfuerzos de los médicos para combatir la cruel enfermedad de Herodes. 595Las aguas termales eran de un uso frecuente, y se tomaban prescribiéndolas los médicos. En breve veremos que no faltaban enfermos indigentes en la Piscina Probática, en el Templo de Jerusalén, y todos saben que la hemorroisa, curada milagrosamente por el Salvador, había gastado durante doce años, todos sus recursos en consultas de médicos 596. La profesión médica, mencionada ya por los libros hebraicos en la época de los Patriarcas 597, había sido objeto de prescripciones particulares en la época de Moisés 598. Volveremos a encontrarla ejerciéndose en tiempo de David 599, y el autor de los Paralipómenos reprende al rey Asa el haber puesto toda su esperanza en el arte de los médicos, sin contar con la misericordia divina 600. [331] Hállase consagrado un capítulo del Eclesiástico a elogiar la ciencia y la profesión médicas 601. Ya hemos oído a Nuestro Señor citar a sus compatriotas de Nazareth el proverbio divulgado entonces por toda la Judea: «Médico, cúrate a ti mismo 602». Y responder a los murmullos de los Fariseos, en casa del publicano Leví, con estas otras palabras: «No son los hombres sanos los que necesitan médicos 603». Era, pues, la medicina científica, conocida, practicada y honrada por los Judíos de Palestina, en la época del Evangelio. El racionalismo que querría inventar una historia nueva para su uso, no ha salido airoso en esta tentativa. Pero ¿qué diremos de su teoría patológica, y de las enfermedades para las que son remedios decisivos «el contacto de una persona predilecta, la presencia de un hombre superior, una sonrisa, una esperanza?» ¿De las enfermedades que cura radicalmente, «el placer de ver a un grande hombre?» ¡Refirámonos sobre esto a todas las comisiones de físicos, de doctores y de químicos! ¡Organícese, según este sistema, verdaderamente muy económico, el servicio de nuestros hospitales, de las casas de curación, de los asilos de sordomudos y de ciegos! No será difícil encontrar «algunos hombres superiores», «algunas naturalezas privilegiadas», «algunas personas predilectas». Suplíqueseles, pues, que se dejen tocar y ver por esa inmensa familia de moribundos y dolientes; y entonces se podrá afirmar que «su contacto o sus miradas valen los recursos de la farmacia, y que esto no es vano». ¡No parece sino que la Judea fue en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo teatro de una epidemia de enfermedades imaginarias! O más bien, parece que en nuestros días, para ofrecer al público semejantes pequeñeces, se ha contado con una epidemia de ceguera intelectual.

4. «Había en Jerusalén, continúa el sagrado texto, cerca de la puerta del Ganado 604, una piscina, llamada en hebreo Bethesda 605, [332] a cuyo alrededor se habían construido cinco pórticos cubiertos, en los cuales yacía gran muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que estaban esperando que se moviese el agua, porque el Ángel del Señor 606 descendía de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba las aguas. Y el primero que, después de movida el agua, entraba en la piscina, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un paralítico que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Viéndole Jesús tendido en un lecho y conociendo ser de edad avanzada y que ya tenía mucho tiempo de enfermo 607, le dijo: «¿Quieres ser curado? -Respondiole el enfermo: Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando se mueve el agua, por lo cual, mientras que yo voy, ya ha bajado a ella otro. -Díjole Jesús: Levántate, coge tu camilla y anda. -Y al instante quedó sano el paralítico, y tomó su camilla y empezó a andar. Y era sábado aquel día. Y los Judíos decían al que había sido curado: Hoy es sábado: no te es lícito llevar la camilla. Respondioles él: Aquel que me ha curado, ese mismo me ha dicho: Toma tu camilla y anda. -Preguntáronle ellos: ¿Quién es ese hombre que te dijo: Toma tu camilla y anda? -Pero el que había sido curado no sabía quién era, porque Jesús se había retirado del tropel de gentes que allí había inmediatamente después del suceso. Algunas horas después le encontró Jesús en el Templo, y le dijo: Bien ves cómo has quedado sano; no peques en adelante, para que no te suceda alguna cosa peor. -Este hombre dijo entonces a los Judíos: He aquí al que me ha curado 608».

5. Cada uno de los pormenores evangélicos merece aquí una atención particular, bajo el punto de vista de la autenticidad intrínseca que resulta de su examen. La «puerta del Ganado» o «puerta [333] Probática», al Este del palacio Antonia, había sido construida bajo Nehemías, por los cuidados del pontífice Eliacib 609. Abríase sobre la calle de los Mercaderes y de los Plateros 610, en el interior de la ciudad, y daba paso al Templo, del que se consideraba como una de las puertas exteriores. Bajo este título, había recibido una consagración solemne 611. La mención que hace de ella el texto sagrado, es pues de una rigurosa exactitud; no lo es menos la indicación del monumento, designado con el nombre de piscina de Bethesda o piscina Probática. En tiempo de Eusebio de Cesarea, 612existía aún esta piscina en su forma primitiva, no obstante haberse arruinado los cinco pórticos cubiertos, cuando devastaron el Templo los soldados de Tito. «Al lado de un lago natural, alimentado por las lluvias del invierno, dice Eusebio, se ve aún una piscina de construcción muy antigua cuyas aguas extraordinariamente rojas, son de color de sangre 613». En el día se conoce esta piscina en Jerusalén con el nombre de Bezetha, derivado evidentemente del Bethesda del Evangelio 614. En cuanto a los caracteres de antigüedad que llamaron la atención de Eusebio, son notados por los viajeros modernos. «Al Este del palacio Antonia, dice monseñor Mislin, en medio de un vasto edificio arruinado, se halla la piscina Bethsaida 615. En ella se advierte la misma fábrica que en los estanques de Salomón, más allá de Belén, con un baño de piedra clariza, como en los pozos de Salomón, cerca de Tyro, y el mismo barnizado en lo exterior. Sus dimensiones exactas son de ciento cincuenta pies de largo sobre cuarenta de ancho, y en cuanto a su profundidad sería muy difícil medirla en el día, aunque ha debido ser muy considerable 616». A principios de este siglo, en la época en que la visitó Chateaubriand, estaba ya medio cegada. «Esta piscina, dice el ilustre viajero, se halla actualmente seca, creciendo en ella granados y una especie de tamarindos silvestres de [334] un verde azulado; el ángulo del Oeste se halla lleno de nópalos 617». El deterioro de este célebre monumento ha hecho nuevos progresos en estos últimos años, «Vese todavía, dice monseñor Mislin 618, algunos arbustos y algunos troncos de nópalos en el ángulo del Oeste; pero el otro lado se ciega más y más, desde que se amontonan en él los escombros provenientes de las ruinas de la iglesia de Santa Ana, que está en frente 619». A pesar de los estragos del tiempo, agravados por la notoria falta de inteligencia de la administración local, reconócese todavía la piscina Probática, subsistiendo en nuestros días, como un testigo lapidario, que afirma durante diez y nueve siglos, la veracidad de las indicaciones topográficas del Evangelio. La mayor parte de los arqueólogos reconocen con Broccard 620 que esta piscina es de construcción Salomónica. Los Nathinenses o servidores del Templo, iban a ella a lavar las víctimas que presentaban a los sacerdotes para los sacrificios 621. Los cinco pórticos de que estaba rodeada, en tiempo de Nuestro Señor, suponen una disposición particular, estudiada recientemente por M. de Sauley. «La columnata no era, dice, de forma circular. La disposición del terreno que conozco perfectamente, no me permite adoptar esta idea, siendo una razón perentoria que entonces el pórtico colocado alrededor de la piscina hubiera conducido o dado paso al Templo por el lado de la ciudad, mientras que este foso lleno de agua, aunque necesario a los usos del Templo, le servía también de defensa por el lado del Norte. Pero en el interior del edificio sagrado, servía un inmenso pórtico sostenido por cuatro filas de columnas, para dar abrigo a los sacrificadores que iban a lavar las víctimas al inmenso lago de Bezetha. Tal es la explicación natural de los términos del Evangelista 622». Estas inducciones de la ciencia moderna nos hacen comprender perfectamente la relación que existía entre la piscina de Bethesda y los atrios del Templo, en que se halla Nuestro Señor algunos instantes después de la curación del paralítico. La topografía [335] del Evangelio es, pues, aquí de tan rigorosa precisión que formaría por sí sola una prueba de autenticidad incontestable. Sólo un testigo ocular ha podido suministrar con tanta sencillez en el estilo, pormenores de semejante exactitud. No se inventa de esta suerte, y nada se presta menos a la imaginación de las leyendas, que la disposición real de los lugares y de los monumentos históricos 623.

6. Estas consideraciones no detienen al racionalismo moderno. La piscina Probática existe todavía, y tiene en su misma construcción y en los materiales que la componen, todos los caracteres de antigüedad que la recomendarían al estudio de los arqueólogos, si se tratase de un balneum romano o de un hipocausto de la época de los Césares. ¿Pero merecía siquiera un instante de atención un monumento descrito por el Evangelio y que asciende tal vez a la era salomónica? ¡Los sabios tienen otras ocupaciones! Mas en adelante, por más que traten de eludir la contestación, ha llegado la hora en que la ciencia atrincherada sobrado tiempo en su desdén sistemático, se verá obligada a abdicar su papel oficial o a consentir finalmente en ocuparse de lo que agita en este momento todas las inteligencias. La cuestión que apasiona al mundo es la de la divinidad de Jesucristo; todas las demás se eclipsan ante ella; los esfuerzos de la incredulidad no han conseguido más que fijar mejor en los entendimientos esta cuestión de una importancia capital. Trátase, pues, de justificar cada línea, cada coma del Evangelio, y cuando los dos únicos grandes descubrimientos de la filología moderna, la interpretación de los jeroglíficos por el ilustre Champollion y la de la escritura cuneiforme, por M. Oppert 624, han venido espontáneamente a confirmar todos los datos del Antiguo Testamento, en vano se trataría de eludir el examen científico del Testamento Nuevo. Había, pues, en las dependencias del Templo, en tiempo del Salvador, un [336] manantial, cuya virtud curativa se halla atestiguada por su mismo nombre: Piscina de Misericordia. No carece de importancia hacer observar, que el Evangelio de San Juan, muy posterior en verdad a la ruina de Jerusalén por Tito, menciona esta piscina como existiendo todavía 625, de suerte que la virtud maravillosa de las aguas de Bethesda sobrevivió a la catástrofe de que fue víctima la Ciudad Santa. Tenemos además, respecto de las propiedades particulares de los manantiales que proveían al Templo, un testimonio irrefragable. Josefo habla con admiración de las aguas de Siloé, cercanas a la piscina de Bethesda y tal vez alimentadas por el mismo manantial subterráneo 626. La Palestina se hallaba abundantemente provista de aguas termales, cuya eficacia atestiguan todos los historiadores. La reputación de las aguas de Callirhoe, en tiempo de Herodes, era universal. La tradición nos habla también de la fuente de Mirjam, cerca del lago de Tiberiades, y menciona la fuente de Eliseo, cerca de Jericó, que brota al pie del monte de la Quarentena, y se llama hoy entre los Árabes Ain-el-Sultan, o Fuente del Rey 627.

7. La exégesis católica se ha preocupado vivamente de estos hechos, al estudiar la narración de la piscina de Bethesda. Hase producido en estos últimos tiempos un nuevo sistema de interpretación, que presenta ciertos caracteres de verosimilitud, pero a los cuales faltará siempre la consagración de la autoridad de los Padres y la tradición eclesiástica. «La fuente que surtía la piscina, dice el doctor Allioli, existe todavía. Su agua es salada; tiene virtud medicinal y ofrece la singular particularidad de que sólo hierve y está caliente de tres a seis horas de la mañana. Después, fluye poco a poco, y durante el resto del día, deja seca su taza. Tal es el relato de Scholt que ha estudiado recientemente el fenómeno en su sitio 628». Partiendo de este dato exclusivamente físico el doctor Sepp, se expresa de esta suerte: «Los que padecían alguna enfermedad rodeaban [337] la fuente, y no bien hervía, entraban en el agua, a la que comunicaba el movimiento y la agitación una nueva energía. Este movimiento, producido sin duda por el desprendimiento subterráneo del calórico, tal como se observa en ciertas épocas determinadas, en muchas fuentes minerales, se atribuía por el pueblo a la operación de un Ángel, y el Evangelista confirma esta creencia en su narración. En esta piscina hallaban un remedio eficaz muchas enfermedades, y entre otras, la gota, el reumatismo, la parálisis y la tisis, con tal que los enfermos pudieran bajar a ella y sumergirse en sus aguas antes que se hubiera disipado la saturación mineral, y que hubiera perdido el agua su calor benéfico 629». Admitimos gustosos con el doctor alemán, las propiedades medicinales de la piscina de Bethesda; pero no podríamos adoptar igualmente su comentario del texto sagrado relativo a la intervención del Ángel. No solamente se ha prestado San Juan a la creencia popular de la Judea, sino que ha dado la medida y la regla de la fe en todos tiempos. Sería disminuir singularmente la autoridad de las palabras del Evangelio, adaptarlas 630 de esta suerte a las preocupaciones vulgares. El Evangelio es a un tiempo mismo una historia y una doctrina. Bajo el punto de vista doctrinal, importa, pues, mantenerlo en su integridad divina y en los términos exactos de su interpretación tradicional. Santo Tomás de Aquino ha resumido la verdad en estas palabras demasiado olvidadas en nuestros días. «Toda la naturaleza está regida por los Ángeles. Este principio se halla admitido, no solamente por los doctores, sino por todos los filósofos que han reconocido la existencia [338] de los espíritus 631». En un siglo de materialismo como el nuestro, no se insistiría lo suficiente en estos principios, que son los del Evangelio y de la tradición entera. ¿Qué sabríamos nosotros del mundo sobrenatural, sin la revelación del Verbo encarnado? inaccesible a nuestros sentidos, la jerarquía de los espíritus se revela a veces de una manera inusitada. Si los ángeles malos ejercen una fatal influencia sobre el hombre y sobre la naturaleza que de él depende, es cierto que Dios comunica a los Ángeles buenos un poder directo sobre el mundo. He aquí por qué entendemos, con todos los Padres, el texto de San Juan, relativo al Ángel de Bethesda, en un sentido natural y obvio 632.

8 Como quiera que sea, la eficacia extraordinaria de las aguas de la piscina Probática era tan conocida en tiempo de Nuestro Señor, que no se admiran en modo alguno los Judíos al ver a un enfermo durante treinta años súbitamente curado. Su primer sensación al encontrar al paralítico a quien habían visto tendido por tanto tiempo junto a la fuente de Bethesda, no es la de extrañarse de su curación, puesto que diariamente se realizaban a su vista hechos de esta clase. En su limitado y mezquino farisaísmo, no piensan más que en la violación del descanso sabático, cometida en los atrios mismos del Templo, por un desgraciado que lleva en sus hombros la camilla en que ha sufrido por tantos años. Vanamente se buscaría en otra parte que entre los Hebreos, ejemplos de este rigorismo exagerado, que nos dará más de una ocasión de señalar la historia evangélica. Por lo demás, el mismo paralítico reconoce la infracción legal de que acaba de hacerse culpable, y apela para justificarse a la autoridad del que lo curó. Solamente entonces principian sus interlocutores [339] a admirarse de la curación misma, que les parecía hasta entonces muy natural. «¿Quién es este hombre? preguntan. ¿Cómo ha podido decir: Toma tu camilla y anda?» -Todos estos pormenores tan conformes a las costumbres judaicas, serían ininteligibles en cualquier otra historia. Si hubiera sido curado el paralítico por las aguas de la piscina, hubiera dejado en los pórticos la esterilla que le servía de cama, hasta ponerse el sol, y no se la hubiera llevado sino a la hora ritual en que cesaba la obligación del descanso sabático. Mientras tanto se hubiera ido al Templo a dar gracias a Dios por el favor de que acababa de ser objeto. Pero como le ha curado la poderosa palabra de un desconocido, diciéndole: «Levántate, toma tu camilla y anda», se apresura, con riesgo de infringir materialmente la ley, a obedecer la orden suprema que acababa de mandar en su persona a la naturaleza, relajando sus leyes. En breve le lleva su reconocimiento al pie de los altares; vuelve al Templo; reconoce al Salvador, y señalándosele a los Judíos, les dice: «¡Vedle ahí, ése es quien me ha curado!»

9. «Por eso perseguían a Jesús los Judíos, continúa el texto sagrado, porque hacía estas cosas en sábado. -Y Jesús les dijo: Mi Padre no cesa jamás de hacer obras, y yo también las hago. -Mas por esto mismo, con mayor empeño andaban tramando los Judíos el quitarle la vida, porque no solamente violaba el sábado, sino que también decía que Dios era padre suyo, haciéndose igual a Dios. Por lo cual, tomando la palabra, les dijo Jesús: «En verdad, en verdad os digo, que no puede el Hijo hacer por sí cosa alguna, sino lo que viere hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Y es que como el Padre ama al Hijo, le comunica todas las cosas que hace, y aun le manifestará obras mayores que éstas, tanto que os admiraréis. Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el hijo da vida a los que quiere. Ni el Padre juzga visiblemente a nadie, sino que dio al Hijo todo el poder de juzgar; para que todos honren al Hijo, de la manera que honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. En verdad, en verdad os digo, que el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene la vida eterna, y no incurre en sentencia de condenación sino que ha pasado ya de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo, que viene tiempo, y es éste, en que los muertos oirán la palabra del Hijo de [340] Dios, y aquellos que la escucharen, revivirán. Porque así como el Padre tiene en sí mismo la vida, así también dio al Hijo el tener la vida en sí mismo. Y le dio la potestad de juzgar en cuanto es Hijo del hombre. No os admiréis de esto, porque vendrá tiempo en que todas los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios; y los que hubieren hecho obras buenas, resucitarán para la vida, mas los que las hubieran hecho malas, resucitarán para la condenación. No puedo yo de mí mismo hacer cosa alguna. Juzgo según oigo de mi Padre, y mi sentencia es justa, porque no pretendo hacer propia mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió. Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es idóneo. Mas otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es idóneo el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis a preguntar a Juan, y él dio testimonio a la verdad. Bien que yo no he menester testimonio de hombre, sino que digo esto para vuestra salvación. Juan era una antorcha que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis por un breve tiempo mostrar regocijo a vista de su luz, pero yo tengo a mi favor un testimonio superior al testimonio de Juan, porque las obras que mi Padre me puso en las manos para que las ejecutase, estas mismas obras (maravillosas) que yo hago a vuestra vista, dan testimonio en mi favor de que el Padre me envió. Y el Padre mismo que me envió ha dado testimonio de mí. Vosotros empero no habéis oído jamás su voz, ni visto su semblante, ni reconocido su majestad. Y no tenéis impresa su palabra dentro de vosotros, pues no creéis en Aquel que me envió. Registrad las Escrituras, puesto que creéis hallar en ellas la vida eterna, y ellas son las que están dando testimonio de mí. Y con todo, no queréis venir a mí para alcanzar la vida. No es que busque yo la gloria humana, pero yo os conozco, y sé que el amor de Dios no habita en vosotros. Pues yo vine en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viniere de su propia autoridad, a aquél le recibiréis. Y ¿cómo es posible que tengáis fe vosotros que andáis mendigando la gloria que se dan los hombres entre sí y desdeñáis la gloria verdadera que procede de solo Dios? No penséis que yo os tengo de acusar ante el Padre; vuestro acusador es Moisés mismo, en quien vosotros confiáis. Porque si creyerais a Moisés, acaso me creeríais también a mí; porque él escribió de mí. Pero sino creéis lo que él escribió ¿cómo habéis de creer lo que yo digo 633? [341]

10. El milagro de curación obrado en la piscina Probática, este hecho tan patente, cuya noticia llega a los atrios del Templo, por medio del paralítico, de que ha sido él mismo objeto, hubiera impresionado todos los ánimos en cualquier otra parte que en Jerusalén. Colóquese la narración evangélica en otro concurso social, y es inexplicable. Pero en medio del pueblo judío, entre esta raza excepcional, cuya historia y existencia mismas eran una serie de milagros, no tenía acceso en los corazones ningún género de admiración ni ninguna de las preocupaciones ordinarias. Habíase dicho a este pueblo: «Acuérdate de santificar el día de sábado 634», añadiendo la misma autoridad legisladora, la de Jehovah, por boca de Moisés: «Si obra un profeta prodigios y viene a deciros: Vamos a rendir homenaje a los dioses ajenos, dad muerte a este profeta y habréis hecho desaparecer el mal del medio de vosotros 635». Ciertamente, que Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, no predicaba a los Judíos el culto de una divinidad extraña; lejos de violar el precepto sabático, venía a cumplirlo, en el sentido más elevado; había santificado el día del descanso con el sello del milagro. Sin embargo, el espíritu de la legislación mosaica, ahogado en los absurdos comentarios de los Fariseos, había desaparecido para dar lugar a prácticas serviles, requeridas por un egoísmo descontentadizo, y vigiladas por los celos orgullosos de una secta. Moisés había prohibido trabajar el día de sábado. ¿Trabajó acaso el paralítico volviendo a su morada y llevando en sus hombros su camilla? ¿Trabajó el divino Maestro, volviéndole con una palabra al libre ejercicio de sus miembros? Sin embargo, para estos enfermos espirituales, para estos paralíticos del farisaísmo, como les llama San Agustín, el milagro verificado en sábado constituía una violación del descanso sabático. El acto de llevar en sus hombros la camilla donde había yacido tantos años, les parecía como un crimen. Tales aberraciones, repito, no podían hallarse sino en un pueblo dominado por el rigorismo farisaico, y esclavizado por las minuciosas formalidades de una hipócrita observancia 636. Así ¿cuál no fue [342] la explosión de violencias y de odio cuando pronunció el Salvador estas palabras: «Mi Padre no cesa jamás de obrar». La acción conservadora de la Providencia es incesante y no conoce interrupción sabática. ¿Qué sería del mundo si le abandonara un solo instante la mano que le dirige? «He aquí por qué obro yo también», y la medida y la regla de mi acción no son diferentes de las de Dios. -No podía ser más rotunda la afirmación de su propia divinidad hecha por Jesucristo. Así es que no se equivocan los Judíos sobre ello. «Estos ciegos, dice también San Agustín, estos futuros verdugos del Cristo, comprenden lo que los Arrianos 637 de nuestro tiempo no quieren comprender. Irrítanse, no de oír a Jesús dar a Dios el nombre de padre, pues ¿no decimos, todos nosotros: Padre nuestro que estás en los cielos? 638¿y no leían los Judíos diariamente la oración de Isaías: Señor, vos sois nuestro padre y nuestro Redentor 639? Lo que excita su cólera es que da Jesús a su filiación divina un sentido real y absoluto, tal como no podría corresponder a hombre alguno. Rebélanse porque se hace Jesús igual a Dios 640». Esto es para ellos una blasfemia, un crimen nacional, previsto por su ley y penado de muerte. He aquí por qué la multitud amotinada y tumultuosa, «trataba, dice el Evangelista, de hacerle morir, no solamente porque violaba el sábado, sino porque llamaba a Dios padre suyo, haciéndose él mismo igual a Dios».

11. Queda, pues, fijada la cuestión tan claramente como pueden desearlo los racionalistas. Los Judíos han interpretado la respuesta de Jesús en el sentido de una afirmación de su divinidad personal, y resuenan bajo los pórticos del Templo gritos de muerte contra el blasfemo. Si se hubieran engañado los Judíos en su interpretación, podía el Salvador deshacer la equivocación con una palabra y restablecer la calma en los espíritus. Pero los Judíos habían comprendido perfectamente el sentido de las palabras del Salvador, y elevando Jesucristo su enseñanza a la altura de una revelación divina, expone ante ellos el misterio de la Encarnación. El Hijo de Dios ha sido [343] enviado a los hombres para traerles la salvación. El Hijo es igual al Padre en poder, «lo que hace el uno lo hace el otro igualmente». El manantial de vida que hay en el primero, lo hay enteramente en el segundo. Rehusar la fe, el honor y la adoración al Hijo, es rehusarlas al Padre. Tal es la teología del Evangelio que ha constituido el dogma católico de la Encarnación, con todos sus magníficos desenvolvimientos 641. En esta igualdad de naturaleza, de poder y de divinidad entre el Padre y el Hijo, hay no obstante, una relación jerárquica que les une sin confundirlos, porque «el Hijo no hace más que lo que ve hacer al Padre. El Padre es quien revela al Hijo todas sus obras y quien le ha dado el poder supremo de juzgar». La palabra del Hijo es un instrumento de regeneración, que produce directamente la vida eterna de las almas. Esta vida divina, la trae Jesucristo a la tierra. Todos los muertos espirituales que mató el paganismo, que los demonios de la carne, del sensualismo y del orgullo codicioso, han sepultado en la región de las sombras de la muerte, van a oír la voz del Hijo de Dios y a resucitar a la vida de la fe, de la gracia y del amor. «Ha llegado la hora». Pero esta resurrección de las almas no será más que un preludio, y como el primer acto de la gran resurrección universal. Cuando la Iglesia Católica en su símbolo, ha inscrito este dogma solemne: «Creo en la resurrección de los muertos y en la vida perdurable 642», no ha hecho más que traducir en su profesión de fe la palabra del mismo Jesucristo: «Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo, y se levantarán los que hayan obrado bien para la resurrección de la vida; y los que hayan obrado mal para la resurrección del castigo».

12. La voz que resonará al fin de los siglos sobre los sepulcros abiertos en el tribunal del grande y formidable juicio, será «la voz del Hijo», pero este Hijo único de Dios será al mismo tiempo el «Hijo del hombre». Tal es, en efecto, esta sublime revelación del Salvador, tan formal en los términos, como sencilla en la exposición. Como Verbo, Jesucristo es «el Hijo de Dios»; como Verbo encarnado, [344] es «Hijo del hombre». Y estas dos naturalezas, divina y humana, se hallan unidas por un misterio inefable en la persona de Jesús. Como Verbo es consubstancial al Padre; como Verbo encarnado representa esencialmente la naturaleza humana y lleva un nombre que sólo a él pertenece. Se llama: «Hijo del hombre», Salvador de la humanidad con quien se ha desposado, debe ser su juez. Ha comprado con el precio de sus abatimientos, el derecho de ser su árbitro supremo. «El Padre le ha dado el poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre». He aquí por qué repite hoy la Iglesia, en su Símbolo, la afirmación que indignaba a los Fariseos, en el pórtico del Templo. «Jesucristo, dice ella, vendrá por segunda vez, en su gloria, a juzgar a los vivos y a los muertos 643». Toda la teología católica está en este admirable discurso, que resume, con una autoridad divina, el conjunto de la revelación evangélica. Jesucristo, Hijo de Dios, cura los enfermos, resucita los muertos y manda a la naturaleza, de que es creador. Jesucristo, Hijo del hombre, sufre todas las dolencias y achaques humanos; nace en la indigencia; huye ante un tirano vulgar; crece trabajando en un taller; es desconocido de los suyos, perseguido en su patria, ultrajado, contradicho, calumniado, hasta el día en que muera en una cruz. Si el Hijo de Dios halla un Thabor, el Hijo del hombre hallará un Calvario. ¿Qué es todo esto sino el comentario en acción del discurso del Templo? Pero las humillaciones y los padecimientos del hombre no son más que el manto que vuelve a cubrir, sin eclipsarla, la divina omnipotencia. Juan Bautista es el ángel del testimonio, enviado para preparar el camino a los pasos del Dios encarnado. Moisés y el Antiguo Testamento han predicho sus glorias y sus oprobios. Espérale lo pasado, y las obras maravillosas que verifica proclaman su advenimiento. Retórico, que has osado decir: «No se hallará en el Evangelio una sola proposición teológica ¿has leído el Evangelio?»




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § VIII. Milagros en Cafarnaúm