DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § I. Segundo viaje a Jerusalén



§ II. Regreso a Galilea

13. La exasperación de los Fariseos contra el divino Maestro, no les impidió escuchar, sin interrumpirle, esta exposición doctrinal. Éste es todavía un rasgo que no se toma la pena de notar el Evangelista, y que constituye uno de los caracteres intrínsecos de evidencia, [345] de que está lleno el texto sagrado. Representémonos en Atenas o en Roma una muchedumbre tumultuosa, dando gritos de muera contra Sócrates o Cicerón, y persiguiendo, bajo las columnatas del Ágora o del Foro, el objeto de sus furores. Ni la filosofía, ni el orador, cualquiera que haya sido la seducción de su elocuencia, hubieran podido obtener un momento de atención para hacerse escuchar. Las pasiones populares tienen sacudidas análogas a las del fluido eléctrico y precipitaciones parecidas a las de la rabia. Pero en Jerusalén, bajo los pórticos del Templo de Jehovah, aunque fueran las mismas las pasiones, estaba modificada su manifestación por un cúmulo de costumbres y de leyes completamente desconocidas en otra parte. Daniel, un joven de veinte años, había contenido en nombre de Jehovah a la insensata muchedumbre que llevaba a la inocente Susana al suplicio. Un profeta debía ser siempre escuchado en Israel, y siendo Jesucristo un profeta a los ojos de los Jerosolimitanos, necesitaron mucho tiempo los Escribas y los Fariseos para inducir al pueblo a saciar su animosidad, y a no ver en Jesús más que un blasfemo, cuya obstinación merecía la muerte según los términos de la ley. La actitud de los Judíos en esta circunstancia es tal, que no solamente atestigua la persistencia de la tradición mosaica en el seno de la multitud, sino que confirma plenamente la autenticidad del milagro de la piscina Probática. Si no hubiera sido evidente el milagro, nada hubiera impedido a la muchedumbre precipitarse sobre Jesús que acababa de violar la ley sabática, en el sentido grosero o material en que la interpretaba el farisaísmo, y que había añadido a este escándalo aparente el de afirmar su divinidad. Usurpar el nombre incomunicable que ni siquiera se atrevían a pronunciar los hijos de Jacob, era en Jerusalén un crimen de lesa majestad divina y nacional. En breve hubieran vengado todas las piedras de los pórticos exteriores dispuestas para la construcción, arrebatadas por el pueblo enfurecido, con el suplicio legal de la lapidación, el ultraje hecho a las instituciones mosaicas. ¿Por qué se detienen, pues, por sí mismos los brazos levantados contra el Señor? ¿Por qué se aplacan los gritos de muerte por la palabra tranquila y solemne de Jesús? Suprimiendo el milagro de la piscina Probática, es inexplicable la escena. Es, pues, preciso admitir, de toda necesidad, el prodigio si se quiere comprender cómo salió Jesús sano y salvo del Templo. [346]

14. «Después de estas cosas, fue Jesús al otro lado del mar de Galilea, que es el lago de Tiberiades: y le seguía gran muchedumbre de gente, porque veían los milagros que hacía con los que estaban enfermos 644. -Y sucedió, que en el sábado llamado Segundo-Primero, pasando Jesús por junto a un campo de trigo, arrancaron sus discípulos algunas espigas, y estregándolas entre las manos, comían los granos. Y algunos de los Fariseos, les decían: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito en sábado?. -Y dirigiéndose a Jesús: He aquí, le dijeron, que tus discípulos violan la ley del sábado. -Y Jesús les respondió: ¿No habéis leído lo que hizo David un día que él y los que le acompañaban tuvieron hambre? ¿Cómo entró David en la casa de Dios y tomando los panes de proposición, comió y dio de ellos a sus compañeros, siendo así que a nadie es lícito el comerlos sino a solos los sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley, cómo los sacerdotes trabajan en sábado en el servicio del Templo y con todo eso no pecan? Pues yo os digo, que hay aquí alguno que es mayor que el Templo. Que si vosotros supiereis lo que significa la palabra de la Escritura: «Mas quiero la misericordia que no el sacrificio», jamás hubierais condenado a los inocentes. -Después añadió: «El sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. Por esto el Hijo del hombre es también Señor del sábado 645».

Toda esta narración evangélica lleva en sí misma las señales de autenticidad que desafían la crítica más audaz. En cualquier otro punto distinto de Judea, hubiera consistido la culpabilidad del acto de los discípulos en el perjuicio causado al prójimo, cuya propiedad violaban. El campo ajeno entre los Romanos, así como entre nosotros, era protegido por la ley. Res clamat domino, decían los legistas del tiempo de Augusto, así como lo repetimos nosotros en el día. A cielo descubierto en medio del campo, los frutos de la tierra, los racimos suspendidos de las cepas, pertenecen exclusivamente al viñador, a cuyos sudores deben servir de recompensa. ¿No existía acaso la propiedad entre los Hebreos? se dirá. Por el contrario: era más sagrada que en ninguna civilización conocida, pero sus condiciones de existencia, su principio, su base fundamental no ofrecen analogía con ningún otro estado social. En el seno de la [347] Tierra Prometida, sólo había un propietario real y absoluto: Jehovah: «Todos vosotros sois mis colonos», había dicho el Señor a los hijos de Israel. Esta delegación teocrática daba por una parte al derecho del propietario la sanción más inviolable, y por otra permitía establecer la propiedad misma con condiciones de caridad y de benevolencia sociales, cuyo tipo ya olvidado, buscamos ¡ay! vanamente en nuestros días. Así, era de tal suerte inenajenable entre los Hebreos el derecho del propietario, que cada siete años, en el periodo sabático, y cada cincuenta, al volver el gran período del jubileo, quedaban extinguidas las deudas que se habían contraído en este intervalo, los embargos de inmuebles, las hipotecas sobre bienes raíces; cesaban de pleno derecho las evicciones, y volvían a entrar los antiguos propietarios en su dominio patrimonial. En compensación de estas ventajas inauditas, había estipulado la legislación de Moisés, en beneficio de los pobres, condiciones de una previsión y de una solicitud verdaderamente paternales. Así, cada año sabático, pertenecían a los indigentes todos los productos espontáneos de la tierra; así también había consignado el Deuteronomio esta ley llena de mansedumbre: «Cuando entres en la viña de tu prójimo, te es permitido comer los racimos que quieras, pero no llevarte ni uno solo. Si cruzas por un campo de trigo, puedes arrancar algunas espigas, y desgranarlas en la mano, pero no cortarlas con la hoz 646». He aquí por qué no cometían ninguna infracción los discípulos del Salvador, contra el derecho de propiedad, tal como se hallaba constituido entre los Hebreos, cuando atravesando por campos de trigo en sazón, intentaban, arrancando algunas espigas, más bien entretener que satisfacer el hambre que les atormentaba 647. [348]

15. Así no es esto objeto de la indignación de los Fariseos. No ocurre a su mente la idea tan natural en cualquier otro pueblo, de reprobar la violación del derecho de propiedad. Pero era día del sábado llamado Segundo-Primero. Todavía otro término esencialmente judío que hubiera sido imposible inventar después del suceso. Cuando caía un día de Pascua en sábado, contaban de esta suerte los Hebreos los sábados siguientes hasta la fiesta de Pentecostés que entonces caía exactamente en el sétimo sábado 648. Así, pues, viene a interponerse aquí, como en Jerusalén, la prescripción del descanso sabático, entendida con el rigorismo de una secta implacable, como una barrera entre el judaísmo mezquino de los Hebreos y la doctrina misericordiosa del Verbo encarnado. Agreguemos a esto, que todos los actos lícitos en un sábado habían sido enumerados minuciosamente por los Doctores y los Escribas. Así, estaba permitido, y el Talmud ha conservado esta indicación, hacer una jornada de dos mil codos, sin infringir el precepto. El hecho de la presencia de los fariseos, siguiendo al divino Maestro, en esta circunstancia, nos prueba suficientemente que la jornada del Salvador y de sus discípulos no excedió el límite tradicional. De otra suerte, lo hubieran notado los fariseos, y se hubieran separado de los viajeros. Pero su escrupulosa crítica halló en el acto de desgranar algunas espigas, un nuevo motivo de escándalo. La respuesta de Nuestro Señor es el modelo divino de un comentario sobre la Sagrada Escritura. Cuando proclama la Iglesia católica que el Antiguo Testamento no era más que la figura del Nuevo, cuando erige en principio, con San Pablo, que «el fin de la ley era el Cristo», es su palabra el eco fiel de la revelación evangélica, habiendo recibido directamente esta doctrina del Salvador. El Tabernáculo de Jehovah [349] tenía en la institución mosaica, un carácter sagrado que dominaba todo lo demás. Llamábasele el Santo de los Santos. Cada sábado, debía poner un sacerdote en la mesa de proposición, doce panes, seis a cada lado, que representaban el número de las tribus de Israel, y que llamaban los Hebreos: Panes de la faz de Jehovah. Hacíase quemar a su alrededor incienso de agradable fragancia, y permanecían así toda la semana en el lugar santo, recordando a los hijos de Jacob que Dios quería alimentarles por sí mismo. Durante mil quinientos años permaneció este emblema eucarístico, ante la faz del Señor, hasta que vino la realidad a sustituir a la figura y que sustituyó el pan que descendió de los cielos al pan de proposición. Estaba, pues, prohibido bajo pena de sacrilegio, a quien no fuera miembro de la raza sacerdotal, consumir los panes de proposición, después que se les había retirado de la Mesa de oro, en la mañana del sábado. He aquí, por qué recuerda Nuestro Señor a los Fariseos el tan conocido episodio de la historia de David, cuando desterrado de la corte de Saúl, huyendo del furor de un rey insensato, se presentó el héroe, rendido de hambre y de fatiga, ante el gran sacerdote Aquimelech y Abiathar, su hijo, en Nobé, donde se hallaba entonces depositada el Arca Santa. No obstante la santidad inviolable de los panes de proposición, como constituían el único recurso alimenticio que tenía el Pontífice a mano en este momento, no vaciló Aquimelech en dárselos a David, que los repartió con los que le acompañaban. Este hecho anómalo en sí, encontraba su justificación para los Fariseos, menos aun en la necesidad absoluta en que estaba David, que en la autorización implícita que resultaba de la presencia misma del Santo de los Santos. Los Fariseos no se atrevían a poner en duda la legitimidad de lo que había permitido la majestad del Tabernáculo. Por la misma razón admitían fácilmente que la violación del descanso sabático no constituía falta alguna legal respecto de los sacerdotes que funcionaban en el Templo. He aquí por qué añade Nuestro Señor Jesucristo, para justificar a sus discípulos: «Yo os digo que hay aquí alguno mayor que el Templo». Pero ¿qué podía haber allí que fuese mayor que el Templo, a los ojos de los Fariseos, sino Dios mismo, cuya morada era el Templo? Con esto hacía, pues, Jesús una afirmación explícita y solemne de su propia divinidad. Así, termina diciendo el divino Maestro: «El Hijo del Hombre es también señor del sábado». Templo, ritos, [350] observancias, ley mosaica, todo lo pasado del pueblo santo es el preludio, la figura y como la profecía en acción del Verbo encarnado.

16. «Otro día de sábado, entró Jesús en una sinagoga e instruía al pueblo. Y había allí un hombre que tenía seca una mano. Los Escribas y los Fariseos observaban a Jesús para ver si verificaba una curación en día de sábado, a fin de tener un pretexto para acusarle. Pero Jesús conocía sus pensamientos, y acercándose al hombre que tenía la mano seca, le dijo: Levántate y ponte en medio del concurso. -El hombre obedeció. Jesús dijo entonces a los Fariseos: He aquí la cuestión que os propongo. ¿Es permitido hacer bien en sábado, o es permitido hacer mal? ¿Salvar la vida o quitarla? Mas los Fariseos callaban, y Jesús continuó: ¿Quién habrá de vosotros, que teniendo una oveja, si cae en una fosa en día de sábado, vacile en socorrerla y sacarla de allí? ¡Cuánto más vale un hombre que una oveja! Luego es lícito hacer bien en día de sábado. Y mirándoles atentamente Jesús, indignado y contristado de la ceguedad de su corazón, dijo al hombre: Extiende tu mano; y la extendió y quedó tan sana como la otra. Los fariseos, redoblando su odio, se preguntaban al salir de la sinagoga, de qué medio se valdrían para perderlo. Y se concertaron con este objeto con los Herodianos. Mas Jesús, penetrando sus proyectos, se retiró a orillas del lago de Tiberiades con sus discípulos. Seguíale una multitud inmensa de la Galilea, de la Judea y de Jerusalén, de la Idumea y de las provincias situadas más allá del Jordán, y los habitadores del contorno de Tiro y Sidón, acudían a la fama de las maravillas que obraba. Jesús mandó a sus discípulos que pusieran a su disposición una barca para que no le comprimiese la multitud de los que le seguían, porque como sanaba a muchos, todos los que padecían algún mal se precipitaban sobre él para tocarle, y él los curaba a todos. Y los espíritus impuros se postraban ante él cuando le veían y clamaban diciendo: Tú eres el hijo de Dios. Y él les prevenía fuertemente que no le descubriesen, para que se cumpliese lo que dijo el profeta Isaías: He aquí el hijo de mi elección, el bien amado, en quien reposan todas mis complacencias. Mi espíritu será sobre él, y él anunciará la verdad a los pueblos. Y no contenderá con nadie, ni levantará clamores, ni se hará oír su voz en las plazas públicas. No quebrará la caña cascada, ni acabará de apagar la mecha que aún humea, hasta que haya [351] asegurado el triunfo de la justicia. Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza 649». ¿Puede compararse este cuadro evangélico de la real mansedumbre y de la humildad divina de Jesucristo, con las fantásticas descripciones de una democracia fogosa y soberbia, paseando por Galilea su tiránica usurpación, e inaugurando en las orillas del lago de Genezareth, las declamaciones furibundas de un revolucionarismo trascendental? ¡Ensayarase, si se quiere, el aplicar a esta efusión de milagros, que se producen alrededor de Jesucristo, los irrisorios comentarios del racionalismo y las propiedades excepcionalmente curativas «del placer de ver a una persona predilecta!» No tenemos valor de hacerlo por nosotros mismos. La divinidad de Nuestro Señor Jesucristo nos arrastra en pos de sí, con la muchedumbre del lago de Tiberiades; subyuga nuestro corazón y nuestra inteligencia, y no nos quedan fuerzas sino para adorarle.





§ III. Vocación de los doce Apóstoles

17. «Y habiendo llegado la noche, continúa el Evangelista, subió Jesús a un monte y pasó la noche en oración con Dios. Así que fue de día, llamó a sus discípulos, y escogió doce de entre ellos, a quienes llamó Apóstoles para enviarlos a predicar el Evangelio. Y les dio el poder de curar las enfermedades y de expeler a los demonios. Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, y Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a quienes puso el sobrenombre de Boanerges, que quiere decir, hijos del trueno; y Andrés, y Felipe, y Bartolomé, y Mateo, y Tomás y Santiago, hijo de Alfeo; y Tadeo, y Judas, y Simón Cananeo, llamado el Zelador, y Judas Iscariote, que fue el que le entregó 650». He aquí, en pocas líneas, la primer piedra del edificio inmortal de la Iglesia, colocada por mano de Jesucristo. Va a posesionarse del mundo todo un orden nuevo de hechos, de ideas y de doctrina. El número de los discípulos que seguían a Nuestro Señor, era ya tan considerable, que los designa San Lucas con esta expresión: Turba Discipulorum 651. La igualdad que han pretendido establecer los Heresiarcas modernos entre todos los fieles; la supresión del orden jerárquico en la Iglesia; el derecho revindicado para cada conciencia de ser por sí misma su guía, su pastor y su sacerdote; [352] la concentración de todo el cristianismo en el estudio individual de un libro llamado Palabra de Dios, y arbitrariamente interpretado según los caprichos del libre examen; la supresión de toda práctica religiosa, de toda subordinación, de todo acto exterior, para colocar la salvación únicamente en una fe estéril; en una palabra, el sistema protestante en su conjunto, no podría ponerse delante de una condena más perentoria que la que resulta del texto mismo Evangélico. Nuestro Señor pasa «la noche en oración». ¿Dónde está en el seno del protestantismo la práctica de la oración nocturna? ¿Han conservado los discípulos de Lutero y de Calvino esta tradición evangélica? ¿Qué han hecho con este ejemplo del Salvador que nos ha dicho de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida? Continúan marchando por ese camino real que principia por los cuarenta días de ayuno en el desierto; que continúa por entre una serie no interrumpida de oraciones constantes (porque «es preciso orar sin cesar, decía en otro tiempo el divino Maestro, y no cesar un instante») y que termina en fin, en la Pascua cristiana, en que nos da Jesús el pan y el vino bajados del cielo, diciendo: «¡Esto es mi cuerpo!» ¡Esto es mi sangre!» El protestantismo responde a Jesucristo: ¡No más ayunos, obispos, ni sacerdotes! ¡No más oraciones! «¡No más pan ni vino eucarísticos!» Pero la Iglesia, heredera de las tradiciones del Evangelio, continúa, como su Esposo celestial, pasando las noches en oración. Ha guardado, y guardará hasta el fin del mundo, sus Nocturnos, expresión tomada al texto mismo del Libro sagrado: Erat pernoctans in oratione Dei. En todos los pueblos del mundo tiene almas fervientes que están en la montaña de la oración y pasan la noche en oración con Dios. La Iglesia Católica ha conservado la elección y la vocación de los pastores, sucesores de los Apóstoles. Jesús elige aun en su seno, «entre la multitud de los discípulos, los que quiere llamar a sí». La fe no basta, la ciencia no basta; el celo no basta. Es preciso que Jesús mismo llame: «Vocavit ad se quos voluit ipse. Es preciso que Jesús «escoja»: Elegit. ¿Pues qué? ¿Habrá una vocación diferente para el obispo, para el sacerdote y para el simple fiel? ¿Será cierto que establezca el Evangelio estas distinciones radicales? ¿No son éstas, arbitrarias adiciones hechas a la obra de Jesucristo? Sí, es verdad, y el Evangelio lo atestigua, que el divino Maestro eligió por una vocación especial, y separó del medio de la «multitud de los discípulos a doce hombres, a quienes llamó Apóstoles»: [353] Apostolos nominavit; y que les confirió a ellos y no a otros, el poder de evangelizar el reino de Dios y de curar las dolencias espirituales y corporales. Más adelante, le veremos establecer a Pedro con el poder supremo de confirmar a sus hermanos en la fe, sobre todo el colegio apostólico; verémosle, en fin, constituir bajo esta jerarquía del Papa y de los obispos, los simples sacerdotes representados por los setenta y dos discípulos. Cuando reúne, pues, la Iglesia Católica los jóvenes levitas, a la sombra de los altares, y les da el nombre de Clérigos 652 (escogidos), conserva, para aplicárselo, el término del Evangelio: Elegit 653. Cuando todos los odios del mundo, que ha vuelto a hacerse pagano, persiguen al nombre clerical, ¿quién piensa siquiera, en este siglo de suprema ignorancia, que un nombre tan ultrajado es de origen evangélico, y que los que se glorían hoy de llevarlo, recuerdan la promesa de Jesucristo? «Bienaventurados de vosotros cuando se os maldiga, se os persiga y seáis objeto de las más falaces calumnias por causa mía». ¿Qué espíritu fuerte, entre los incrédulos, sabe una palabra de estas cosas divinas? Bástale repetir los absurdos de los racionalistas. «Jamás hubo nadie menos sacerdote que Jesús; ningún cuidado de ayunos, ninguna teología, ninguna práctica religiosa, nada sacerdotal 654».

18. He aquí, no obstante, las instrucciones que dio Jesús a los doce apóstoles: «No vayáis ahora a tierra de gentiles, les dijo, ni tampoco a poblaciones de samaritanos; mas id antes en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel 655. Y por do quiera que vayáis, predicad y anunciad la buena nueva, diciendo que se acerca el reino de los cielos. Curad los enfermos, resucitad los muertos, limpiad los leprosos, lanzad los demonios 656. De balde habéis recibido estos dones, dadlos de balde. No llevéis oro ni plata, ni dinero en vuestros bolsillos. Ni alforja para el viaje, ni más de una túnica, y un [354] calzado, ni tampoco báculo, porque el que trabaja, merece que le sustenten. Y cuando entréis en alguna ciudad o aldea, preguntad quién hay en ella hombre de bien, para alojaros y permaneced en su casa hasta vuestra partida. Y cuando entréis en la casa, saludadla, diciendo: La paz sea en esta casa. Que si la casa lo merece, vendrá vuestra paz a ella; pero si no lo merece, vuestra paz se volverá con vosotros. Caso que no quisiera recibiros, ni escuchare vuestras palabras, saliendo fuera de la tal casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio de su incredulidad. En verdad, os digo, que Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor en el día del juicio que aquella ciudad. Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos 657. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas. Recataos empero de tales hombres, porque os delatarán a sus tribunales, y os azotarán en sus sinagogas. Y por mi causa seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes para dar testimonio 658 de mí a ellos y a las naciones. Y cuando os hicieren comparecer así ante los magistrados, no os dé cuidado el cómo o lo que habéis de hablar, porque en aquella hora se os inspirará lo que hayáis de decir; puesto que no sois vosotros quien habla entonces, sino el Espíritu de vuestro Padre, el cual habla por vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte a su hermano, el padre al hijo, y se levantarán los hijos contra los padres y los harán morir. Y vosotros seréis odiados de todos, por causa de mi nombre, pero quien perseverase hasta el fin, éste se salvará. Y cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. En verdad, os digo, que no acabaréis de convertir a las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre. No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su amo. Bástale al discípulo ser tratado como su maestro, y al criado como su amo. Si al padre de familias osaron llamar Belzebub ¿cuánto más ultrajarán a sus domésticos? Pero por eso, no tengáis miedo, porque nada está cubierto que no se ha ya de descubrir algún día, ni secreto que no se haya de saber. [355] Lo que os digo en las tinieblas, decidlo a la luz del día, y lo que os digo al oído, predicadlo desde los terrados. Y no temáis a los que matan al cuerpo, pero no pueden matar al alma, sino temed antes al que puede arrojar alma y cuerpo en el infierno. ¿Acaso no se venden por un cuarto dos pájaros, y no obstante, ninguno de ellos cae en tierra, sin que lo disponga la voluntad de vuestro Padre celestial? Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Y así, no tengáis miedo; valéis vosotros más que muchos pájaros. En suma: a todo aquel que me reconociere y confesare por Mesías delante de los hombres, yo también le reconoceré y me declararé por él delante de mi Padre, que está en los cielos. Mas al que me negase delante de los hombres, le negaré yo también delante de mi Padre, que está en los cielos. No penséis que vine a traer la paz a la tierra; no vine a traer paz, sino guerra. Porque vine a separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra. Y los enemigos del hombre serán las personas de su misma casa. Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama al hijo o a la hija más que a mí, tampoco merece ser mío. Y quien no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien (a costa de su alma) conserva su vida, la perderá, y quien perdiere su vida por causa mía, la salvará. Quien os recibe a vosotros, me recibe a mí, y quien a mí me recibe, recibe a aquel que me envió. El que hospeda a un profeta en atención a que es profeta, recibirá la recompensa del profeta, y el que hospeda a un justo en atención a que es justo, recibirán la recompensa del justo. Y cualquiera que diese de beber a uno de estos pequeñuelos un vaso de agua fresca en atención a que es discípulo mío, os doy mi palabra de que no perderá su recompensa 659».

19. Tales son aun las instrucciones que repite la Iglesia Católica a aquéllos de sus hijos, a quienes la elección de Jesús llama al ministerio de las almas. ¿Cómo no admirarse de la unidad de lenguaje, de instituciones y de doctrinas, que principió en la montaña de Tiberiades y se prolongó sin interrupción hasta nosotros? Los nombres de Mártires, de Confesores, estos términos desconocidos del mundo pagano, salen por primera vez de boca del Salvador, en una oscura provincia de Judea. Acógenlos doce pescadores trasformados [356] en Apóstoles; y en el día, estos nombres han conquistado el mundo. Hase realizado la profecía del divino Maestro en toda la serie de las edades. Se ha hecho comparecer a los testigos de Jesucristo, los confesores de su divinidad, ante todos los tribunales, a presencia de todas las jurisdicciones, a los pies de todas las soberanías de la tierra: así será hasta la consumación de los siglos. Nunca terminarán los suplicios, triunfando de ellos el testimonio, la confesión y el martirio. El hecho solo, independientemente de toda profecía anterior, constituiría un fenómeno sobrenatural. La predicción precediendo al acontecimiento, y éste confirmando la predicción, se enlazan con tan divina majestad, que es preciso abjurar de toda razón para no reconocer el milagro. La constitución de la Iglesia se halla enteramente en las admirables palabras de Jesucristo. El Señor envía pobres a llevar gratuitamente al mundo el beneficio de la regeneración que han recibido gratuitamente también ellos; sin que deban pensar en la solicitud material, ni en los medios de proveer a su subsistencia. Pero he aquí la maravilla. En esta pobreza, independiente y absoluta, hallarán en abundancia lo que no buscaban; porque los que los recibieren, recibirán a Jesucristo, los que les den sea el óbolo de la viuda, sea el tesoro del rico, sea el vaso de agua de la más pobre hospitalidad, lo habrán dado al mismo Jesucristo y adquirido un derecho inenajenable a las celestiales recompensas. Todo el poder temporal de la Iglesia se halla en estas palabras que salieron de los labios del Salvador. A los siglos de persecución que sólo tendrán cadalsos para los testigos de Jesús, sucederán los siglos de fe que santificarán sus riquezas, poniéndolas a los pies de los discípulos de Jesús. O más bien, no se marcará ni se dividirá así por épocas esta diferencia de conducta; los siglos de persecución tendrán sus ejemplos de generosidad. Al lado de Nerón, que crucificará a San Pedro, el senador Pudens hará sentar a San Pedro en su silla curul, y echará en manos del Apóstol los tesoros acumulados por veinte generaciones de padres conscriptos. Desarrollaranse persecuciones y afectos y contemplaciones en línea paralela hasta el fin de las edades. La pobreza evangélica y la riqueza de la Iglesia se mantendrán en este equilibrio divino, constituido por Jesucristo en despecho de todos los odios y de todos los furores de los hombres.

20. «Después de haberles dado estas instrucciones, dice el Evangelio, [357] empezó Jesús a enviarlos de dos en dos a predicar a todas las ciudades y lugares, a donde él mismo había de ir. Y les dio el poder de lanzar los demonios. Y marcharon, pues, de un lugar a otro, predicando el Evangelio y la obligación de hacer penitencia; y untaban con aceite a muchos enfermos y los sanaban 660. «¿Qué ha venido a ser en el seno del protestantismo esta unción de aceite a los enfermos? ¿Qué significan entre nuestros hermanos extraviados estas acusaciones mil veces repetidas de superstición idolátrica, a propósito del sacramento de la Extrema-Unción? Parece verdaderamente que a fuerza de leer el Evangelio, haya llegado el protestantismo a no comprender una sola palabra del texto sagrado. Ya veremos en efecto, pasar a nuestra vista, por el orden de la narración evangélica, todas y cada una de las instituciones actuales de la Iglesia. La tradición apostólica ha reproducido, mantenido y perpetuado la vida y el apostolado de Jesucristo en la tierra, sin quitarle nada, sin añadirle nada; desarrollando, con la expansión misma de la obra, el espíritu de su divino fundador. Jesús, en la Iglesia, enseña, bendice, ruega, ofrece su sacrificio, da la unción a los enfermos, lanza a los demonios, obra milagros y resucita los muertos, actualmente lo mismo que durante los tres años de su ministerio público.





§ IV. Cafarnaúm

21. «Y bajando Jesús de la montaña acompañado de sus discípulos y de un gran gentío, se paró en una llanura, y levantando Jesús los ojos hacia sus discípulos, dijo: «Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios: Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados: Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis: Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan y cuando os desecharen y os afrentaren, y despreciaren como infame vuestro nombre por causa del Hijo del hombre. Alegraos entonces y saltad de gozo, porque os está reservada en el cielo una gran recompensa, pues así trataban sus padres a los profetas. Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo en el mundo! ¡Ay de vosotros los que hoy estáis hartos, [358] porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque día vendrá en que os lamentaréis y lloraréis! Después dijo a sus discípulos: ¡Ay de vosotros cuando los hombres mundanos os aplaudieren, porque así lo hacían sus padres con los falsos profetas! Pero a vosotros, que me escucháis, os digo: Amad a vuestros enemigos: haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Y dad a los que os piden y tratad a los hombres de la misma manera que quisierais que ellos os traten 661». Después de haber hablado así Jesús, se volvió a Cafarnaúm 662, y entró en una casa de la ciudad 663. Precipitose en ella tal tropel de gentes, que ni siquiera podían tomar allí alimento Jesús ni sus discípulos. Y cayó en desfallecimiento: los discípulos quisieron penetrar por entre la multitud para socorrerle, y se esparció el rumor de que había perdido el uso de los sentidos 664. Y los Doctores y los Fariseos que le seguían desde Jerusalén, y que se habían juntado con la multitud, exclamaron: «¿no veis que se halla poseído de Belcebub, y lanza los demonios por arte del príncipe de los demonios? -Entonces Jesús hizo acercarse a los Escribas y les dijo en parábolas: ¿Cómo puede Satanás lanzar a Satanás? Si un reino se divide en partidos contrarios, no puede subsistir. Y si una familia está dividida contra sí misma, no puede subsistir. Y si Satanás se levanta contra sí mismo, está dividido y no podrá subsistir, sino que su poder vacilante tendría bien pronto fin. Nadie puede entrar [359] en la casa de un valiente armado para robarle sus alhajas, sino atando primero al valiente, para robar después su casa. En verdad os digo, que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y aun las blasfemias que hubieran proferido. Pero el que hubiere blasfemado contra el Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, sino que será reo de eterno juicio (o condenación 665) «Hablaba Jesús así, para responder a la acusación que acababan de hacerle, diciendo»: ¡Está poseído del demonio! -En este momento, vinieron la Madre de Jesús y sus hermanos (o parientes), y quedádose fuera, enviaron a llamarle. Y la gente que estaba alrededor de él, le dijeron: Mira que tu Madre y tus hermanos te buscan ahí fuera. Y respondiéndoles, dijo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando atentamente a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos; porque el que hiciere la voluntad de Dios, éste es mi hermano y mi hermana y mi madre 666».

22. Aquí se manifiestan la humanidad del Hijo del hombre y la divinidad del Hijo de Dios, en la persona sagrada de Jesús, con patentes caracteres. Todo el día anterior, en aquel sábado en que fue curado el hombre de la mano seca de la sinagoga, se pasó en huir [360] el divino Maestro del odio de los Fariseos, que seguían sus pasos. La aglomeración de la multitud, a orillas del lago de Genesareth, no lo permitió pensar en tomar el menor alimento. Prodígase por la salvación de todos, y sólo se olvida de sí mismo y de sus propias necesidades, en su misión de divina caridad, y cuando sobreviene la noche, la pasa orando en la montaña. Al llegar el día, elige a sus apóstoles, a quienes da sus instrucciones; desciende con ellos a la llanura, y dirige al pueblo palabras de consuelo, de misericordia y de paz. De regreso a Cafarnaúm, entra en una casa amiga; pero le precede la multitud y no le deja tiempo de romper el pan de la hospitalidad. La humanidad desfallece a consecuencia de tantas privaciones, fatigas y abstinencia. He aquí cómo ha osado traducir esto el racionalismo moderno con este impío comentario. «Su vida en Galilea era una fiesta perpetua». Fariseos del siglo XIX, blasfemadores del Espíritu Santo, venid, pues, a considerar al hijo del hombre, extenuado de inanición y desmayado de debilidad, en la casa de Cafarnaúm. ¡Oh, Jesús! perdónales, porque no saben lo que se dicen. ¿Y lo sabían los mismos Escribas que seguían al divino Maestro, desde su partida de Jerusalén, expiando la ocasión de calumniar todos sus actos, de acriminar todas sus intenciones y de sublevar al pueblo contra él? El accidente que acaba de verificarse es sabido en breve por la muchedumbre. «Ha caído en desmayo», se dice, y se apoderan los Fariseos de este pretexto para hacer circular su sacrílega interpretación. ¿No veis, exclaman, que está poseído, que se ha apoderado de él Belcebub y que arroja los espíritus malignos en nombre del príncipe de los demonios? Cada expresión es aquí de tal modo hebraica, que destruye con su autenticidad intrínseca, toda sospecha de leyenda o de interpolación apócrifa. Belcebub, el príncipe del aire, es un nombre esencialmente bíblico, que no se encuentra en ninguna de las literaturas griega o romana. Para hallarle es necesario ascender hasta el tiempo de Uchozias, rey de Israel, cuando este príncipe apóstata, enfermó por haber caído de lo alto de una terraza de su palacio de Samaria, y sintiendo acercarse la muerte, envió a consultar el oráculo de Belcebub, dios fenicio que tenía su templo en Accaron 667. El nombre de esta divinidad extraña había sobrevivido a su culto, y se había perpetuado en los recuerdos [361] del pueblo judío, como sinónimo de Satanás, jefe de los ángeles rebeldes. Había, pues, de parte de los Fariseos, al atribuir los milagros de Nuestro Señor a la potestad de Belzebub, un cálculo de odio profundo y de calumniadora habilidad; porque era dirigir contra Jesús la acusación más directa de idolatría, y entregarle a la pena capital, impuesta por la ley mosaica contra todos los adoradores de los falsos dioses.

23. Pero la humanidad que acababa de desmayar en la humilde casa de Cafarnaúm, da lugar a la suprema acción del Verbo encarnado. El Hijo del hombre se manifiesta en desmayo; el Hijo de Dios va a revelarse en su fuerza. Desaparecen súbitamente la extenuación y la fatiga y se levanta Jesús, lleno de una divina energía. Llama a los Fariseos y lanza sobre su frente culpable el anatema irremisible que ha de alcanzar a todos los blasfemos del Espíritu Santo. ¿Qué es, pues, el pecado contra el Espíritu Santo, pregunta el obispo de Hipona para que desconcierte la omnipotente misericordia de Jesús, y no pueda perdonarse, ni en este ni el otro mundo por el Dios del perdón? Habrían podido borrarse la apostasía de Judas y el estigma de su traición, por una sincera penitencia: la blasfemia contra el Espíritu Santo, no será jamás perdonada. Hallámonos, pues, aquí también con una de esas expresiones que llevan en sí mismas un carácter incontestable de autenticidad. Para comprenderlas es preciso remontarse a la tradición hebraica, cuya indeleble marca conservan. El Espíritu Santo, según la noción judía era la verdad de Dios mismo. El Espíritu Santo era el soplo de Dios que había inspirado a Moisés y a los Profetas, cumplido todas las maravillas de la ley antigua, y producido los actos de santidad, de piedad y de virtud de los patriarcas y de los justos de Israel. Así, blasfemar del Espíritu Santo, era blasfemar de la verdad conocida, ultrajar la majestad visible y manifiesta de Jehovah. «Contristar el Espíritu Santo 668»; -«apagarlo en su corazón 669»; -«ultrajar al Espíritu de gracia 670», son otras tantas locuciones hebraicas, cuyo significado es el de pecar contra Dios. Pero la inclinación del hombre hacia el mal, la debilidad de nuestra flaca o decaída naturaleza, los ciegos impulsos de las pasiones nos solicitan sin cesar al pecado. ¡Acaso Jesucristo, que venia a desposarse con [362] nuestras flaquezas para curarlas, cerrará a las almas la puerta de la penitencia! No. Nació, padeció, y murió por los pecadores por todos en general, y por cada uno en particular. El cielo se abre para el ladrón convertido a la última hora, así como para el justo que ha perseverado desde su infancia en los senderos de sus mandamientos. «Blasfemar del Espíritu Santo», es el crimen, no ya del hombre, sino de Satanás. Sólo el ángel caído pudo llamar a Jehovah el dios del mal; dar a la luz el nombre de tinieblas; cerrar los ojos a los esplendores de lo verdadero para erigir un trono al error, y adorarlo como la divinidad suprema? Tiemblen, pues, esos genios soberbios que tiene por adversarios implacables la verdad conocida; esos Escribas de nuestros modernos Cafarnaúm, a los ojos de los cuales el Hijo de Dios es un hábil impostor, un magnetizador, un empírico o un poseído. Semejantes a esos Fariseos a quienes irritaba la luz sin iluminarles, entran en el camino de Satanás. Como ellos también, son libres de abandonar la ruta del abismo, antes de la hora en que la impenitencia final haya cerrado para siempre su eterno destino. Estos doctores de la mentira han dicho: «Jesús detestaba a su familia que le correspondía lo mismo». He aquí por qué, sin duda, María, la tierna madre, informada por el rumor público del accidente sobrevenido a su divino Hijo, en la casa de Cafarnaúm, se apresura a volar en su auxilio. He aquí por qué, los hermanos de Jesús, es decir, como ya se ha visto, sus primos, los hijos de Cleofás, intentan penetrar por entre la multitud para librarle del peligro y prodigarlo los cuidados del más vivo afecto. Pero el Hijo de Dios que inspira semejantes sacrificios, no los necesita. Su madre y sus hermanos son todos los desgraciados; inmensa familia que abraza la humanidad entera, con quien vino a desposarse, a quien vino a consolar y a curar.

24. «Un centurión de Cafarnaúm, continúa el Evangelio, tenía enfermo y casi a la muerte un criado a quien estimaba mucho. Y habiendo oído hablar de Jesús, le envió algunos ancianos de los judíos, pidiéndole que fuese a sanar a su criado. Y ellos habiendo ido a buscar a Jesús, se lo pedían con instancia, diciendo: Es digno de que hagas esto por él; porque ama nuestra nación y nos ha edificado una sinagoga. Y Jesús respondió: Yo iré y le curaré. E iba Jesús con ellos, y cuando estaba cerca de la casa, el centurión con algunos de sus amigos salió a su encuentro y le dijo: Señor, no soy [363] digno de que entres en mi casa; pero di solamente una palabra, y mi criado quedará sano. Pues aun yo que estoy subordinado a otros, tengo soldados a mi mando, y digo a uno: Ve, y va; y a otro: ven, y viene; y si digo a mi criado: haz esto, lo hace. -Oyendo esto Jesús, se admiró, y dirigiéndose a las gentes que le seguían, dijo: En verdad os digo, que ni aun en Israel he hallado fe tan grande. Así, os declaro que vendrán muchos (gentiles) de Oriente y Occidente, y estarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Mientras que los hijos del reino (los judíos) serán arrojados a las tinieblas exteriores; y allí será el llanto y el crujir de dientes. -Y en seguida, dijo Jesús al centurión: Vete, y sucédate, conforme has creído; y en aquella hora quedó sano el criado 671». El soldado romano en frente de la divinidad de Jesucristo, es uno de los rasgos más admirables del Evangelio. Este centurión, que había tal vez cruzado las Galias y la Germania con las legiones de Varo, vino a acabar sus últimos días en Judea. Tiene toda la bondad del veterano, y toda la disciplina del legionario. Edifica una sinagoga a sus administrados galileos, y manda a sus subalternos con la altivez y el laconismo de un hijo de Rómulo: «Ve», les dice, y van; «ven», y vienen. El mandato breve y preciso de César ha pasado al lenguaje militar de Roma. Pero bajo esta ruda corteza ¡qué elevación de pensamiento, qué delicadeza de sentimiento! El mismo Jesús admira la fe de este Romano. Jamás, en efecto, se expresó más solemnemente la afirmación de la divinidad del Salvador. Parece que se ha unido en el corazón del soldado la ternura del más ferviente apóstol a la energía del carácter nacional. «Señor, dice, no soy digno de que entres en mi casa; pero di solamente una palabra, y quedará sano mi criado». La naturaleza obedece a vuestras leyes, pues que vos sois su Dios. Yo mismo, oficial de un grado inferior en los ejércitos del César Tiberio, no tengo más que decir una palabra, y mis soldados ejecutan mis órdenes. Vos, Señor supremo, hablad, y los elementos dóciles obedecerán a vuestra voz. -Tal es el sentido de estas enérgicas palabras; y la fe del centurión es oída. Que busque el racionalismo por qué maravilla de contacto lejano, un criado moribundo, que «no tuvo el placer de ver a una persona predilecta», [364] fue curado al instante mismo.




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § I. Segundo viaje a Jerusalén