DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § II. La Octava de la Resurrección



§ III. Regreso a Galilea

10. Había terminado la octava Pascual, y los Apóstoles tomaron al mismo tiempo que los demás peregrinos, el camino de Galilea. Jesús les había precedido a ella. «Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos a la orilla del mar de Tiberiades, continúa el Evangelista, y fue de esta manera: Hallábanse juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo y Nathanael, que era de Caná de Galilea; y Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Díjoles Simón Pedro: Voy a pescar. Dijéronle ellos: Vamos también nosotros contigo. Fueron, pues, y entraron en la barca, y aquella noche no cogieron nada. Entonces Jesús apareció en la ribera, sin que le reconocieran los discípulos, y les preguntó de lejos: Muchachos ¿tenéis algo que comer? Respondiéronle: No. Entonces les dijo Jesús: Echad la red a la derecha del barco y encontraréis. Echáronla, pues, y ya no podían sacarla por la multitud de peces de que estaba cargada. En aquel momento, el discípulo a quien amaba Jesús, dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, no bien oyó que era el Señor, vistiose la túnica, que se había quitado, y se echó al mar para ganar al punto la ribera. Entre tanto, los demás discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de peces (pues no estaban distantes de la tierra sino como unos doscientos codos). Al saltar en tierra, vieron preparadas brasas y un pez puesto encima y pan. Jesús les dijo: Traed algunos de los peces que acabáis de coger. Simón Pedro corrió al barco, y sacó a tierra la red, llena de ciento y cincuenta y tres peces grandes, y con ser tantos no se rompió la red. Jesús les dijo entonces: Venid y comed. Sentáronse, pues, para tomar alimento; pero ninguno de los que estaban comiendo se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres tú? Porque todos sabían bien que era el Señor. Y se acercó Jesús, y tomó el pan y se lo distribuyó, y lo mismo hizo del pez. -Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después que resucitó de entre los muertos.» 1168[706]

11. Las catacumbas de Roma nos han conservado el Pez, )Ixqu/j 1169 como el Símbolo del divino Pescador de las almas. ¡Qué recuerdo para el corazón de Pedro, de Juan y de los Apóstoles, esta aparición de Jesús resucitado en las orillas del lago de Genesareth! Por última vez vuelven los pescadores Galileos a su barca y a sus redes, trabajando toda la noche sin pescar nada. Al despuntar el día, les grita un desconocido desde la ribera: Muchachos ¿tenéis algo que comer? Creen ellos ser su interlocutor uno de aquellos mercaderes que recorrían las riberas del mar de Tiberiades para comprar los productos de la pesca. -«No», contestan ellos, con el laconismo del desaliento que ocasiona haber perdido el trabajo. Pero el desconocido replica: «Echad la red a la derecha de la barca.» La arrojan, y cuando quieren sacarla, son impotentes sus esfuerzos; teniendo que arrastrarla remando hasta tierra. En esta nueva y milagrosa pesca, reconoce Juan al divino Maestro. Se lo dice a Pedro, y este último, sin cuidarse ya ni de las redes ni de los peces ni de la barca, se pone su túnica, y se lanza al mar, para salvar a nado los doscientos codos que le separan de Jesús, y ser el primero que le bese los pies. He aquí lo que era Pedro, el Jefe o Cabeza de la Iglesia. Y no es ya quien refiere el hecho el Evangelio escrito por su discípulo San Marcos, sino el mismo San Juan.

12. «Acabada la comida, continúa el mismo Evangelista, dijo Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos? -Sí, Señor, respondió Pedro; tú sabes que te amo. -Y Jesús le dijo: Apacienta mis corderos. -Segunda vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? -Respóndele: Sí, Señor; tú sabes que te amo. -Dícele: Apacienta mis corderos. -Y repitió por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? -Pedro se contristó de que por tercera vez le preguntase su Maestro si le amaba; y así respondió: Señor, tú lo sabes todo: tú conoces bien que yo te amo. -Entonces le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas. 1170Y después añadió: En verdad, en verdad te digo, que cuando eras más mozo, tú mismo te ceñías el vestido e ibas donde querías; mas en siendo viejo, extenderás tus manos y te ceñirá otro y te llevará donde tú no quieras ir. [707] -Esto lo dijo para indicar con qué género de muerte había Pedro de glorificar a Dios.- Entonces le dijo el Señor: ¡Sígueme! En aquel momento volvió Pedro la cabeza, y vio venir detrás al discípulo a quien amaba Jesús, y que había estado reclinado sobre su pecho en la cena. Pedro se lo mostró a Jesús, y le dijo: Señor, ¿qué será de éste?-Respondiole Jesús: Si yo quiero que permanezca hasta mi venida, ¿a ti qué te importa? Sígueme. -Y de aquí se originó la voz que corrió entre los hermanos, de que este discípulo no moriría. Sin embargo, Jesús no había dicho: No morirá, sino: Si quiero que espere así mi venida o que permanezca hasta mi venida, ¿a ti qué te importa? -El que da este testimonio, consignándolo en este escrito, en que expone la verdad, es Juan mismo.» 1171

13. Las tres negaciones de Pedro son expiadas por las tres protestas de amor. Era necesario, dice San Agustín, que pronunciase no menos palabras para atraer la vida, que las que había proferido para conjurar la muerte. Tres veces había repetido a la criada y a los sirvientes de Caifás: «¡No conozco a este hombre!» Tres veces debía, pues, repetir al Salvador resucitado: «¡Ya sabes que te amo!» Cuando el divino Maestro le repitió por la tercera vez su suprema interrogación, debió representarse al espíritu del Apóstol el recuerdo de su pasada infidelidad. Contristose, pues, dice el Evangelista: Contristatus est Petrus; pero ahora iguala su humildad a su amor. No dice ya como en el Cenáculo: «¡Señor, aunque te abandonaran todos los demás, yo no te abandonaré nunca!» Responde con calma y conmovido sin impulso alguno de presunción: «¡Señor, tú lo sabes todo; y conoces bien que te amo!» El alma de Simón se ha convertido realmente en la piedra en que ha de descansar la Iglesia; es la inmoble roca en su firmeza; pero es la roca herida por una vara más fuerte y poderosa que la de Moisés, y de donde saltará en olas inmortales el agua viva de la caridad y de la fe. «¡Apacienta mis corderos! ¡Apacienta mis ovejas!» Sé el Pastor Supremo del rebaño y de sus pastores. He aquí, en su divina sencillez, la institución de la soberanía pastoral de Pedro. ¡En este día fue consagrado el primer Papa, y el mundo concluirá antes que ver concluir el último Papa! Sin embargo, la sangre de Pedro enrojecerá su blanca túnica de pastor. Así lo ha anunciado Jesús: «extenderás a las cadenas tus manos envejecidas, [708] y otro te las amarrará y te llevará donde tú no querrás ir.» El reflejo del martirio que debe santificar la Roma de los Papas, ilumina las apacibles riberas del lago de Genesareth. Pedro acepta en silencio para él y sus sucesores la potestad con sus terribles cargas. ¡Cuántos Papas han sido después «encadenados» y «llevados a donde no querían ir!» Y no obstante, permanece invencible el Pontificado. Juan, el discípulo del amor, no tendrá que consumar su larga carrera con el martirio. Sesenta años más adelante escribía en Éfeso esta conmovedora narración. Los cristianos se lisonjeaban con la esperanza de que lo tendrían siempre consigo. «Mas, añade el augusto anciano: Jesús no había dicho: ¡no morirá Juan! Había dicho solamente: Si quiero que espere en paz el día de mi venida y de su libertad; ¿a ti qué te importa? En cuanto a ti, me seguirás al Calvario!»

14. El Thabor había visto a Cristo transfigurado. El Thabor debía verle en el nuevo esplendor de su resurrección: «Los once, dice el Evangelio, recibieron orden de trasladarse a este monte.» 1172Allí le vieron, dice San Pablo 1173 más de quinientos discípulos que estaban reunidos. A su vista, cayeron a sus pies y le adoraron. Sin embargo, algunos tuvieron sus dudas. 1174¿Han leído el Evangelio los racionalistas que nos hablan de la credulidad de los discípulos y de los alucinamientos de Magdalena? Cada Apóstol, cada discípulo no cree hasta que ha visto y tocado. Los quinientos testigos, gran número de los cuales vivía aun veinte y siete años más adelante, cuando escribió San Pablo su primera Epístola a los Corintios, no creen sino porque han visto. Los demás dudan todavía. Entre tanto se acercaba la fiesta de Pentecostés. Según los términos de la ley judía, debían los Apóstoles ir a Jerusalén a esta solemnidad. Allí fue donde les dio el divino Maestro su última cita en la tierra. Jerusalén había crucificado a su Salvador y a su Rey: la ciudad deicida debía ver al Hijo de Dios subir al cielo. Después de esta suprema manifestación, habrá triunfado la fe en la resurrección, de toda clase de resistencias. [709]



§ IV. La Ascensión

15. «Hallándose los once reunidos en Jerusalén, dice el Evangelio, se acercó a ellos Jesús, y les habló en estos términos: A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas; instruid a todas las naciones. Bautizadlas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enseñadlas a observar todas las cosas que yo os he mandado. El que creyere y se bautizare, se salvará; pero el que no creyere, será condenado. A los que creyesen, acompañarán estos milagros: en mi nombre, lanzarán los demonios, hablarán nuevas lenguas, cogerán con la mano las serpientes, y si bebieren algún licor venenoso, no les hará daño; pondrán la mano sobre los enfermos, y quedarán éstos curados. 1175-Comiendo con ellos, les mandó Jesús que no partiesen de Jerusalén hasta haber visto cumplirse la promesa del Padre. «Vosotros la oísteis de mi boca, y es, que Juan bautizaba con el agua, mas vosotros dentro de pocos días habéis de ser bautizados en el Espíritu Santo.» 1176

El racionalismo nos dice: Jesús fue un doctor judío que no pensó en manera alguna en extender más allá de la Palestina el círculo de su palabra y de su enseñanza. Si ha roto el cristianismo las barreras que le había fijado su fundador, se debe a la acción individual de San Pablo. Basta para destruir esta teoría, ponerla al lado de las palabras mismas del Salvador: «A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas; bautizad todas las naciones.» El protestantismo nos dice: Leer la Biblia; interpretarla conforme a sus propias luces, y creer en la redención en Cristo, tal es el camino de salvación trazado por el Salvador. Pues bien, Jesús ha dicho a los Apóstoles y a Pedro su jefe. «Instruid a todas las naciones, enseñadles a observar todas las cosas que os he mandado.» No se trata aquí ni de lectura individual ni de fe en las obras, ni de libre examen. Los Apóstoles deben enseñar, tienen la tradición de la doctrina. Los fieles deben recibir la enseñanza y creer la doctrina. Estas consecuencias se desprenden directamente del texto del Evangelio: [710] Son de una sencillez elemental, y las comprendería un niño. ¿Por qué, pues, tanta obstinación en el error?

16. «Jesús, prosigue el sagrado texto, continuó instruyendo a los Apóstoles. Cuando estaba con vosotros, les dijo, os decía: Es necesario que se cumpla todo cuanto está escrito de mí en la ley de Moisés, y en los Profetas y en los Salmos. -Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras, y añadió terminando: Así estaba escrito, y así era necesario que el Cristo padeciese, y que resucitase de entre los muertos al tercero día, y que en nombre suyo se predicase y se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas, y yo voy a enviaros el (Espíritu Divino) que mi padre os ha prometido (por mi boca). Entre tanto, permaneced en esta ciudad hasta que seáis revestidos de la fortaleza de lo alto. Señor, preguntaron los discípulos, ¿será éste el tiempo en que has de restituir el reino a Israel? -Jesús les respondió: No os corresponde a vosotros el saber los tiempos y momentos que tiene el Padre reservados a su poder (soberano). Pero vosotros recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y me serviréis de testigos, en Jerusalén y en toda la Judea y Samaria, y hasta el cabo del mundo.» 1177

El Padre ha dado su Hijo por la salvación del mundo: el Hijo ha hecho conocer a los hombres al Padre, antes de elevarse a su seno. Otra tercera persona, el Espíritu Santo va a descender para unirse a la Iglesia, y contraer con ella esta unión fecunda que regenerará la tierra. Nuestros literatos han ojeado todas las páginas del Evangelio, sin encontrar en él, según dicen, «Ni teología, ni símbolo, ni nada que se parezca a un dogma, por poco definido que sea.» 1178¡Esta confesión no hace verdaderamente honor a la inteligencia de nuestros literatos!

17. «Después de haberles hablado así, dice el historiador sagrado, los condujo Jesús fuera de la ciudad, al camino de Bethania; y levantando las manos, los bendijo, y mientras les echaba esta bendición suprema, le vieron elevarse sobre sus cabezas y subir al cielo, donde está sentado a la derecha de Dios. Y una nube le encubrió a sus ojos. Y estando atentos a mirar cómo iba subiéndose al [711] cielo, he aquí que aparecieron cerca de ellos dos personajes con vestiduras blancas, y dijeron: Galileos, ¿por qué estáis así en pie mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir al cielo a vuestra vista, descenderá un día de la misma suerte. -A estas palabras, se postraron a adorarle. Y en seguida se volvieron del monte de los Olivos, que dista de Jerusalén el espacio de camino que puede andarse en sábado. Y entraron en la ciudad llenos de alegría. Y estaban de continuo en el Templo alabando y bendiciendo a Dios.» 1179

En este monte de los Olivos, en el mismo sitio de donde subió al cielo el Hijo de Dios, hizo construir la emperatriz Elena la basílica de la Ascensión. ¡Dichoso el peregrino, cuyos labios han podido besar, después de diez y ocho siglos, la última huella que dejó el pie de Jesús en nuestra tierra! ¡Mas dichoso aquel que ha guardado la fe de los Apóstoles, y no ha encontrado en el mismo Evangelio, «motivo de escándalo y de caída!» ¡Ved ahí, en su incomparable majestad y en su divina sencillez ese Libro, que dio y dará al mundo una vida inmortal! En un monasterio del Sinaí, en la cuna misma del Pentateuco, acaba de descubrirse el ejemplar más antiguo que se conoce del Evangelio. Es un manuscrito griego que se remonta al siglo IV. Este pergamino, olvidado por tanto tiempo, reproduce palabra por palabra nuestro texto actual; y no parece sino que lo ha tenido reservado la Providencia, para confundir las últimas argucias del racionalismo expirante. ¡Es, pues, auténtico este Libro! Así esperamos haberlo demostrado. ¿Pero podrán describirse nunca los manantiales de inefable alegría que brotan de cada una de sus páginas? En el momento de dejar estas páginas regadas con tantas lágrimas, en el momento de separarnos del Jesús del Establo, del Jesús de la Cruz, del Jesús de la Ascensión, permanecen nuestro corazón y nuestros ojos fijos y elevados hacia el cielo en donde acaba de desaparecer. ¡Ojalá envíe a los que todavía le desconocen el Ángel de la verdad que les diga, como a los Apóstoles: «Este Jesús que acaba de subir al cielo descenderá de él un día de la misma suerte!»

NOTAS

1 Jn 1,9

2 Is 9,2

3 Is 1,6

4 Varron, citado por San Agustín, De civitate Dei, lib. 7, cap. IX.

5 August. De civit Dei, lib. 7, cap. XXI.

6 Virg. Eglog. II.

7 Corn. Nepot. Alcibiadis Vita, cap. 2, sub fine.

8 De Nat. Deorum, lib 1, cap. XXIII.

9 Quint. Curt. edit. Lecoffre, ad usum tyronum,1851, pág. 366,367.

10 Quint. Curt. edit. Delatain,1820, pág. 10.

11 Salust. Catilina, edit Hachette,1851, cap. 13, pág. 18.

12 Plutarco, In Solom, n. 1.

13 Plutarco, Parall. de César y de Álex n. 5.

14 Xiphil. et Dio pág. 19.

15 Epist lib. 7, epist. 4, Ad Pontium, edit, Milán,1601.

16 Valer. Maxim, lib. 9, cap. XII.

17 En efecto, sabido es que si bien algunos talentos privilegiados de la antigüedad expusieron doctrinas análogas a las sublimes verdades de la revelación, en medio del politeísmo en que se habían amamantado, estas doctrinas tuvieron su origen en el pueblo hebreo, por quien llegaron a su conocimiento. Sabido es que Platón aprendió su doctrina del Dios único, en Egipto, donde estudió la geografía, y en Caldea, donde estudió la astronomía.

Cicerón, que llegó en el Sueño de Scipión casi hasta los umbrales de la verdad sobre el dogma de la inmortalidad del alma, adquirió estas luces de un maestro de los Scipiones, que era hebreo. Suetonio, Tácito y Josefo se autorizaron con los oráculos judíos, los cuales fueron recogidas con el nombre de Sibilas, al repetir la grande expectación del género humano sobre la venida del Mesías.

Virgilio al predecir en su célebre égloga 4. Sicelides musae, la venida del Dios uno, que había de traer al mundo la edad de oro, se instruyó de este misterio en Roma misma, por Pollion, a quien dedicó aquella égloga, que compuso poco después de haber ido a Roma y hospedádose en casa de Pollion Herodes el Grande, rey de Judea, por quien supo Virgilio las profecías sagradas. (Véase Josefo, Antigüedades, lib. 19, cap. XXV y libro 15, cap. XIII). Sin embargo, el respeto y admiración con que aceptaron estos grandes talentos las sublimes doctrinas de la religión del Crucificado, sirven de prueba y son un brillante testimonio de lo bien que se adaptan, de lo conforme que son la moral evangélica y sus dogmas a las inteligencias más superiores, aun guiadas solamente por la luz de la razón, al paso que demuestran que la religión cristiana no es una simple invención, contraria a la naturaleza humana, sino adaptable a ella, como que ha sido criada e iluminada con la razón natural por el mismo Dios del Cristianismo. (N. del T.)

18 Plat. 2, Alcibiades, cap. XIII.

19 [«inmortalidad» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

20 Ovid. Amor. lib. 1,6, vers. 1; Sueton. De Clar. reth. cap. III. Columel. libro 1, Proefat.

21 Ovid. ibid. vers. 1 y 25.

22 Mart. cap. 2,29; Dezobry, Roma en el siglo de Augusto, tom. 1, pág. 432.

23 Cicerón, De officis, lib. 3, cap. 19, Petron cap. XXVII.

24 D'Herbelot, Bibl. orient art. Zardascht.

25 Carta de M. Lajard, loc. citat pág. 508.

26 Nb 24,17

27 Gaii, lib. 3, § 212; Dezobry, ibid.

28 Dezobry, Roma en el siglo de Augusto, tom. 1, pág. 434.

29 Plutarco, Apoplegm. Rm pág. 779.

30 Séneca, de Ira, cap. 3,40.

31 Dezobry, ibid. pág. 438.

32 Athen. Conviv. lib. 6, pág. 272 y libro 15, pág. 658.

33 Séneca, de Clement. cap. 1,24.

34 Tit. Liv cap. 2,17; 24,42; XXXVIII,29 etc.; Tácit. Annal cap. 13,29; A.Gell cap. 7,4.

35 Plin cap. XXXV,17; Tibull. 2,6, vers. 42; Juvenal, Satir. 1, vers. 3.

36 Acerca de los pormenores de estos suplicios graduados con un arte que envidiaría la China, véase a Dezobry en su obra titulada, Roma en el siglo de Augusto, tom. 1, pág. 435,436.

37 Nicol. Damase Historiar lib. CX.

38 Séneca, Consol. ad Helviam, cap. IX yep. 122.

39 Timaeus, Histor lib. 1, Athen lib. 13, pág. 566.

40 Cicerón, Tuscul, lib. 5, cap. XLI.

41 Cicer. Oratio pro Cluent cap. LXI.

42 Cic. Tuseul lib. I.

43 Cicer. Tuscul lib. I.

44 Para los que quieran comprobar en Plutarco la exactitud de esta curiosa estadística, advertirnos que no se cuenta en ninguna de nuestras categorías la muerte de Alejandro de un exceso de intemperancia. En compensación, contamos a Syla, que murió de un verdadero acceso de rabia, entre los diez que no perecieron de muerte violenta.

45 Sg 14,23-27

46 Gn 49,10

47 Es evidente que Zoroastro, citado aquí por el historiador griego, traducía así las palabras de Isaías: Erunt prava in directa et aspera in vias planas (Is 40,4 Lc 3,5).

48 Plutarc Isis et Osiris, n. XLI, XLII, XLIII.

49 Félix Lajard, Investigaciones sobre Mithra, pl, LXXV.

50 Zend-Avesta, tom. II; Jescht de Mithra, XIII Cardé, pág. 214.

51 Zend-Avesta, Jescht de Taschter, VI Cardé, pág. 189.

52 ¿No llega a ser evidente, dice también M. Lajard, que tomó Platón de una fuente oriental la doctrina del Logos o Salvador? ¿No debe contarse tanto a Platón como a Zoroastro y a Pitágoras entre los discípulos de los Caldeos de Asiria? (Carta de M. Félix Lajard, Estudios filosóficos de M. Augusto Nicolás, tom. 3, pág. 503,505,506.

53 Zend-Avesta, tom. 2, Jescht des Ferviiers, pág. 278.

54 Ibid tom. 2, Boun Dehesch; pág. 364 413.; cf. pág. 411,413.

55 D'Herbelot, Bibl. orient art. Zardascht.

56 Carta de M. Lajard, loc. citat pág. 508.

57 Nb 24,17

58 Los fundadores de las dinastías Hia, Chang y Tseou (Nota de M. A. Remusat).

59 Palabra por palabra; Sancti, non, Khieou, quod noverim (Ibid).

60 Cinco emperadores que reinaron en China, antes de la primera dinastía.

61 Personajes de la mitología china.

62 Remusat, El invariable Medio, not. pág. 144,145. El padre Intorcetta refiere también en su Vida de Confucio, que este filósofo hablaba «de un santo que existía o que debía existir en el Occidente.» -«Esta particularidad, dice M. de Remusat, no se llalla ni en el King, ni en los Tse-Chou, y no apoyándose el misionero en ninguna autoridad, hubiera podido sospecharse que atribuía a Confucio un lenguaje favorable a sus miras; pero esta palabra del filósofo chino se halla consignada en el Sse wen loui thsiu, capítulo XXXV; en el Chan thang sse Khao tching tsi, capítulo I; y en el Liei tseu thsiouan chou (Remusat, El Invariable Medio, not pág. 143).

63 Tchoung-Young, o la Invariabilidad en el Medio, recogida por Tseu-Sse, nieto y discípulo de Khoung-Heu (Confucio). Los libros sagrados de todas las religiones excepto la Biblia, edit. Migne, tom. I.

64 Tchoung-Young, cap. XIX; Libros Sagrados, tom. 1, página 174.

65 Tchoung-Young, cap. XXXI; Libros Sagrados, tom. 1, pág. 175.

66 Is 40,3

67 Ba 5,5

68 Véase el tomo I de nuestra Historia general de la Iglesia, página. 193.

69 Parábola del Hijo extraviado, que forma el capítulo IV del Lotus de la Buena Ley, publicada por la primera vez en sanscrito y en thibetano, a la manera de los libros de Thibet y acompañada de una traducción francesa, según la versión thibetana del Kanjour por Ph. E. Foucaux, profesor de thibetano en la escuela imperial y especial de las lenguas orientales vivas (Libros Sagrados, tom. 2, pág. 568-574).

70 Gumilla, Hist. natural del Orinoco, tom. 1, pág. 171

71

72 De Humboldt, Vista de las Cordilleras, tom. 1, pág. 235 y 274; Lamenais, Ensayo sobre la indiferencia, tom. 3, pág. 439-440, edición en 8.º 1823. [Kakodaimwn en el original (N. del E.)]

73 De Humboldt, Vista de las Cordilleras, tom. 1, pág. 251.

74 M. Ampere, Literatura y Viajes (Libros Sagrados), tom. 2, pág. 814.

75 Libros Sagrados, tom. 2, pág. 814-816.

76 Aristót De Mundo, cap. VIII; Oper. omn tom. 1, página 475; Plat, in Conviv Oper. omn tom. 10, pág. 177,218,219, edit. Bipont.

77 Plat. Tim Oper. omn tom. 9, pág. 341.

78 [«consideran» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

79 Plat. Alcibiades 2, Oper. omn tom. 5, pág. 10-102.

80 Brucker, Hist. crit. philasoph par. 2, part. 1, lib. 2, sec. 4, tom. 2, pág. 434.

81 Auctor est Julius Marathus, ante paucos quam nasceretur (Augustus) menses, prodigium Romae factum publice, quo denuntiabatur regem populi Romani naturam parturire, senatum exterritum censuisse ne quis illo anno genilus educaretur (Sueton, August n. 94).

82 Pluribus persuasio fuerat, antiquis sacerdotum litteris contineri, eo ipso tempore fore, ut valesceret Oriens, profectique Judaea rerum potirentur (Tácit Histor, lib. 5, n. 13)

83 Percreburat Oriente toto vetus et consians opinio, esse in falis, ut eo tempore Judaea profecti rerum potirentur (Sueton Vespasian n. 4).

84 Véase Brucker, tomo 1, pág. 334; Micali, L'Italia avanti il dominio de Romani, tomo 2, pág. 212, edit. de Silvestri; Creuzer, Religiones de la antigüedad, tom. 2, lib. 5, capítulo II; Niebuhr, Historia romana, tom. 1, etcétera, etc.

85 Plutarc Sylla, n. 10.

86 Ecce Virgo concipiet et pariet filium (Is capítulo 7,14).

87 Dimissa est iniquitas illius (Is cap. XL,2)

88 Laetabitur deserta et invia, et exultabit solitudo et florebit quasi lilium: germinans germinabit, et exultabit laetabunda et laetans (Is cap. XXXV,1,2). Parbulus enim natus est nobis el filius datus est nobis. Princeps pacis, multiplicabitur ejus imperium, et pacis non erit finis (Is cap. 9,6,7). Habitabit lupus cum agno, et pardus cum haedo accubabit, et puer parvulus minabit cos (Is cap. 11,6). Lupus et agnus pascentur simul, leo et bos comedent paleas: et serpenti pulvis panis ejus; non nocebunt, neque occident in omni monte sancto meo (Is cap. LXV,25). Pro saliunca ascendet abies, et pro urtica crescet myrtus (Is capítulo LV,13).

89 Virg, Eglog. IV.

90 Piedras elevadas en forma de columnas que servían para el culto religioso de los antiguos Galos.-(N. del T.)

91 Sibyllae versus observamus quos illa furens fudisse dicitur. Quorum interpres nuper falsa quadam hominum fama dicturus in senatu putabatur, eum quem revera regem habebamus, appellandum quoque esse regem, si salvi esse vellemus. Hoc si est in libris, in quem hominem et in quod tempus est?... Cum antistitibus agamus ut quidvis potius ex illis libris, quam regem proferant, quem Romae posthac neque dii neque homines patientur (Cicer De Divinatione, libro II).

92 , Oracula sibyllina, curante C. Alexandro,2 vol. en 4.º, FerDi idot. París,1856.

93 Non visurum se mortem nisi prius videret Christum Domini (Lc cap. 2,26).

94 Id ibid. 38

95 Tertuliano y San Gerónimo nos dicen esta singular particularidad: Herodianos qui Christum Herodem esse dixerunt (Tertull De Proescrip cap.XLV; Patrol. lat tom. 2, col. 61). Herodiani Herodem regem suscepere pro Christo (Hieron. Diálog. adversus Luciferianus, n. 23; Patrol. lat tom. 23, col. 178.

96 [«verbo» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

97 San Jn 1,1,14,18.

98 E. Renan, Vida de Jesús, Introd. pág. 25, edición 3ª.

99 M. E. Renan, Vida de Jesús, pág. 2.

100 Nombre de mujeres velludas de un pueblo africano. (N. del T.)

101 Plato, De Legibus, lib. IV; Op. tom. 8, pág. 285,286, edit. Bipont.

102 Athanas Orat. de Incarnat. Verbi Dei (Patrolog. graec.), tom. 25, col.186.

103 Vida de Jesús, Introd. pág. 41. No es preciso para atestiguar la realización de un milagro una academia de físicos o químicos, bastando para ello, por más que lo niegue M. Renan, el buen sentido de un hombre de mundo o de un hombre del pueblo.

Por lo regular, el milagro es un hecho complejo que se compone de tres elementos: dos hechos naturales, palpables y sucesivos, y un lazo misterioso que los une. Por ejemplo, en la curación del ciego de nacimiento de que habla San Lucas en el cap. IX de su Evangelio, constituye el primer hecho la circunstancia de que fuese este hombre ciego de nacimiento; el segundo hecho, la de que principiara a ver repentinamente, cuando antes no veía; y el hecho tercero, la de que sucediera a la ceguera súbitamente la percepción de la luz por medio de la aplicación de una poca saliva a los ojos apagados de este hombre. Pues bien ¿no son acaso el pueblo y las gentes de mundo, competentes para consignar la existencia del primer hecho? ¿Se necesita académico alguno para atestiguar autorizadamente que no tuvo vista un hombre a quien se trató de continuo, pudiendo comprobarse diariamente el estado real de sus ojos y adquirirse mil veces el convencimiento de que estaban vacías sus órbitas o de que rodaban en ella únicamente globos sin transparencia y sin luz?

¿No puede ser sobre este particular un hombre de mundo o un hombre del pueblo y sin letras, testigo digno de fe, con tal que no sea idiota? ¿No se admite en los tribunales diariamente como decisiva su declaración sobre cuestiones más delicadas y de más difícil prueba? De igual manera que son estas personas idóneas para afirmar con inteligencia y peso el primer hecho, pueden atestiguar el segundo con iguales títulos a la confianza. Este hombre era ciego ayer, este hombre ve actualmente: sobre uno y otro hecho pueden merecer ser creídas igualmente, puesto que son de su competencia la existencia y la prueba de estos dos hechos. Así ¿qué es lo que hacen los Fariseos, los que hace diez y nueve siglos fueron como los precursores de M. Renan? Recusan el testimonio del mismo ciego; pero aceptan el de sus padres. Estos eran gente del pueblo, toda vez que su hijo era un mendigo. Pero, no importa: llámanles a consignar los dos hechos que les preocupan y que constituyen el milagro, pues a sus ojos, son una autoridad necesaria al par que suficiente, y si insisten en ello todavía, no es para atacar la certidumbre de su afirmación, no obstante provenir de un origen meramente popular. Así proceden por las reglas del buen sentido, aún estando animados de odio hacia Cristo. Este proceder es una refutación patente de las calumnias de M. Renan contra el buen sentido del pueblo. En cuanto al tercer hecho, es decir, al lazo que une los dos grandes hechos sucesivos que constituyen el milagro, a veces cae parcialmente bajo el testimonio del pueblo.

Así, en el prodigio del ciego, se podía ver y declarar perfectamente que Jesús se valió de una poca tierra mezclada con saliva para verificarlo; pudiendo asegurar esto lo mismo un hombre del pueblo que un químico o un físico. Y no es necesario pasar de este límite para que sea cierto el milagro. Cuando los Fariseos en su curiosidad interrogan al ciego indiscretamente, cuando quieren probarle que no podía curarle Jesús, les responde aquel con suma verdad.

«Sólo sé bien una cosa, y es, que estaba ciego y que ahora veo.» Lenguaje sumamente exacto. Me preguntáis a mí, hombre del pueblo, cómo se ha verificado el milagro: yo no tengo obligación ni necesidad de decirlo; sino de limitarme a atestiguar dos hechos que se han verificado, y los atestiguo de manera que desafío toda clase de contradicción. Coordinad vosotros como os plazca estos hechos: en cuanto a mí, los sostengo como indudables a pesar de todas vuestras explicaciones, y por lo mismo que los sostengo, os es imposible libraros del milagro. (Véase la primera instrucción pastoral de monseñor Plantier, obispo de Nimes, publicada con motivo de la obra de M. Renan, titulada: Vida de Jesús.) El ser milagroso un hecho no impide que caiga bajo el dominio de los sentidos como otro cualquiera, dice el R. P. Félix en su conferencia cuarta de las pronunciadas en Nuestra Señora de París en el año 1864. Es posible que este hecho tenga varias fases, pero todas pueden ser vistas y apreciadas sin dificultad por quien tenga ojos y sepa mirar y ver.

Supongamos que acaba de verificarle un milagro, v. gr. la resurrección de un muerto. Supongamos que he conocido a mi amigo en vida; cien mil veces le he visto, le he hablado, le he abrazado; no se me negará la posibilidad de hacer constar este hecho. Pues bien; un día he visto enfermo a este amigo, luego moribundo, después muerto; he asistido a su última hora, he recogido su último suspiro. En vano he querido forjarme la ilusión de que aún no había muerto; en vano le he tenido cerca de mí tres días, cuatro días, esforzándome en persuadirme contra toda evidencia, que quizá no estaba muerto, sino aletargado. Quise hasta prolongar, para consuelo mío, la hospitalidad que yo debía su cadáver; pero me fue imposible, porque, de repente se presentó una descomposición espantosa y horrible, aún para la amistad misma, que huye de su cadáver gritando: ¡Está muerto! ¿Me negaréis acaso la posibilidad de comprobar este hecho a pretexto de que el letargo puede parecerse a la muerte misma? Ante esa podredumbre manifiesta y ante ese cuerpo disuelto, ¿me privaréis de exclamar con una dolorosa certidumbre: sí, es cadáver, nada más que cadáver? Hasta aquí tenemos ya dos hechos, que indudablemente se manifiestan y pueden ser tan comprobados como otra cualquiera. Pues veamos el tercero. En esto viene un hombre; pónese a orar a mi vista, delante de aquel cadáver podrido y disuelto, mira al cielo y dice: «Levántate,» y en el acto mi amigo se levanta efectivamente, lleno de vida, de salud, de fuerza, en la aureola de su resurrección. Es el mismo, no tengo duda, aquella es su cara, aquellas sus facciones, su actitud, su modo de andar; ¿me negaréis la posibilidad de reconocer al que tengo yo tan conocido, y de hablarle y de palparle y de decirle: Eres tú, no hay duda, tú mismo? En estas tres fases del hecho milagroso, ¿qué hay de invisible, qué hay de impalpable ni de problemático? Yo he visto a mi amigo vivo, le he visto luego muerto, y ahora vuelvo a verle bueno, es decir, resucitado. ¿Cuál de estos tres puntos, me diréis que es imposible hacerlo constar, sino es científicamente?

Pero a esto se objeta, que sea lo que se quiera de las pruebas que creo tener de la existencia del hecho milagroso, queda siempre viva a priori contra ese hecho una certidumbre que anula aquellas pruebas, a saber; la certidumbre universal y constante de que el cuerpo humano, cuando ha comenzado a podrirse, ya no resucita, y que todas mis pruebas del hecho de una resurrección nada valen para aniquilar esta certidumbre.

Pero entre las leyes de la naturaleza y entre los hechos de que tenemos certidumbre física, está la de que un organismo destruido por la descomposición no puede restaurarse por sí propio; pero si el Criador quiere hacer una excepción a esta ley del tributo natural que todos pagamos a su sin par soberanía, ¿por qué se tiene la presunción de quitarle la posibilidad de hacer conocer con toda certidumbre esta excepción determinada por su voluntad? Si el legislador humano puede real y positivamente suspender las leyes generales en un caso particular, ¿por qué destituir a Dios hasta del poder de mostrar en un caso determinado su voluntad particular, como tiene él de manifestar siempre su voluntad general?

Los milagros son, en efecto, (dice M. Augusto Nicolás, en su obra sobre la Divinidad de Jesucristo) modificaciones de las leyes de la naturaleza. Para que fuesen imposibles aquellas modificaciones, sería preciso que estas leyes fueran necesarias; es decir, que hallase el entendimiento contradicción en concebir que hubieran podido ser otras que las que son. Ahora bien; las leyes de la naturaleza son constantes, pero no son necesarias. -No implica contradicción que hubieran podido ser diferentes; por ejemplo, que en lugar de ser la vida del hombre de cien años, a lo más, hubiera sido inmortal esta vida, o que después de haber abandonado al cuerpo, volviera naturalmente a él; que la procreación se operase por la mujer sola, que no fueran los cuerpos penetrables o ponderables, etc. Todo esto hubiera podido ser, y en tal caso, si se verificaran accidentalmente las cosas que son en la actualidad, la corta duración de la vida del hombre, la muerte, la generación, la ponderabilidad, la penetrabilidad, etc se hubieran considerado estos casos como otros tantos milagros. Este mismo estado actual de cosas que llamamos naturaleza, no fue en su origen más que efecto de un milagro, y del mayor de todos los milagros, el de la creación, según nota San Agustín. Su conservación es también un milagro continuo que no tiene otro principio ni otra regla que la sabiduría del Ser Supremo, que sostiene esta grande obra por sobre la nada de donde la sacó. Así, pues, todo el mundo concibe que no siendo lo que llamamos milagro, sino una modificación en la creación, es decir, un milagro menor en este gran milagro, no puede ponerse en duda su posibilidad. Es manifiesto que el mismo poder que ha creado y que crea todos los días, puede también modificar. Si se niega este poder, diré que lo prueban los milagros, y que con esta negación se da la razón misma de los milagros.

Los milagros, en efecto, eran los únicos medios de notificar a los hombres olvidadizos y pervertidos la existencia y la intervención del Criador. En el estado natural de las cosas, no se revela Dios a nosotros por medio de sus obras: su lenguaje es la creación. Era, pues, conforme a este primer estado de cosas, que queriendo revelarse más particularmente a su criatura, obrase más particularmente como Criador, y como fuera de la naturaleza existente no podía verificar actos de Criador sino por medio de actos sobrenaturales, de milagros, estos actos extraordinarios de creación eran los únicos medios de revelación extraordinaria del Criador. No siendo los hechos generales de la creación indignos en verdad de la sabiduría ni de la majestad de Dios, ¿por qué lo habían de ser los hechos particulares? ¿Por qué había de haber menos majestad en decir a un hombre muerto: Sal del sepulcro, que en decir al primer hombre: Crece y multiplícate?

Siendo el movimiento de la naturaleza un milagro continuo (dice San Agustín, In Jn . Tract. XXIV), y despojándole su misma continuidad del carácter de milagro, se reservó Dios el derecho de derogar el curso regular de la naturaleza, a fin de que estos fenómenos, no más grandes, sino más raros o menos frecuentes que las maravillas ordinarias de la creación, hiciesen apreciar aquellas en su verdadero valor.» Así, precisamente lo que distingue el milagro a los ojos del creyente, es el ser insólito, no tanto sobre el poder de Dios, como fuera del orden acostumbrado de la naturaleza.

Pero dicen los incrédulos (continúa el P. Félix), que no cabiendo suponer el hecho milagroso, sino como superior a las leyes de la naturaleza, sería preciso para poder formalmente asegurar la certidumbre del hecho, tener conocimiento perfecto y adecuado de todas las leyes de la naturaleza... Mas juntamente con las leyes de la naturaleza admitís la armonía en la naturaleza; sabéis que la naturaleza, lo propio que Dios, su autor, no se miente jamás a sí misma; estáis seguros de que la naturaleza, que decía ayer si acerca de un punto determinado, no dirá mañana no, y tan científicamente ciertos como estáis de la existencia de una ley de la naturaleza, otro tanto lo estáis de que no será desmentida por otra ley de la naturaleza. Pues bien, esta base que vosotros mismos dais a la ciencia de la naturaleza, nosotros la aceptamos, y aún fundando sobre ella la posibilidad de comprobar el hecho milagroso, decimos con vosotros: Así* como en el mundo matemático no puede haber fórmula verdadera que esté en contradicción con otra fórmula verdadera, así también y del propio modo, en el mundo físico, no puede haber una ley real de la naturaleza, que esté en contradicción flagrante con otra ley real de la naturaleza.

Y por eso os pregunto ¿por qué una vez sentado que existe un hecho milagroso, no he de poder yo nunca hacer constar como cierto e incuestionable el hecho milagroso? ¿El que por una parte posea yo un hecho radiante como la luz propia, y por otra parte tenga encerrada en el círculo de una fórmula científica una ley de la naturaleza, una ley sola, la ley misma en cuya virtud se ha realizado ese hecho, impide ser para mí cosa demostrada de antemano, que jamás ninguna otra ley de la naturaleza vendrá a desmentirla? Cualquiera que sea el poder de lo desconocido, sé que no podrá destronar a lo conocido, mientras esté firme sobre la base de su certidumbre y radiante con el fulgor de su propia evidencia. No hay remedio: o admitir que no poseemos ninguna ley cierta en el imperio de la naturaleza o confesar que jamás lo desconocido puede ser testimonio contra la certidumbre de lo conocido.

Esto supuesto, ¿por qué he de estar yo condenado a la impotencia de hacer constar que en un caso dado, ha sido suspendida una ley de la naturaleza, y esto a pretexto de que mi razón no conoce la última profundidad de los misterios del mundo y de que mi vista no alcanza a abrazar la universalidad de las cosas?

Es punto demostrado por experiencia universal, que una vez deshecho cualquiera organismo, no puede rehacerse instantáneamente por sí propio, o de otra manera, que una vez muerto el que estaba vivo, no puede en un minuto dejar de ser cadáver putrefacto, para restituirse a su propia vida anterior con la identidad de su forma y de su existencia. Por maravillosas que sean todas las trasformaciones cuyo secreto guarda la naturaleza, y cuyo espectáculo nos está mostrando incesantemente y a despecho del límite donde vuestra ciencia se detenga en el dominio de la vida, estáis completamente seguros de que en ninguna de las profundidades ocultas a vuestra penetración existe ley alguna de la naturaleza, en cuya virtud un cuerpo convertido en cadáver pueda en un minuto volver a salir vivo y radiante del seno de su putrefacción. Si otra cosa fuera, el mundo orgánico no sería más que una fantasmagoría, y la naturaleza más que una sucesión de mentiras y una serie de embaucamientos: no habría ciencia fisiológica, porque no habría ninguna ley cierta en el mundo de los vivos.

Por consiguiente, cuando quiera que este fenómeno se realice delante de mí, delante de vosotros, delante de diez mil o de cien mil testigos; cuando quiera que todos hayamos visto con nuestros propios ojos el cadáver, y hayamos palpado su podredumbre, si de repente luego, tras la oración pronunciada por un hombre en frente de aquel cadáver, le vemos convertirse en un cuerpo radiante de fuerza, de juventud, de hermosura, y ponerse de pie frente a frente de nosotros y decirnos: «¡aquí estoy!» ¿nos prohibiréis por autoridad de la crítica declarar que ese fenómeno no se ha realizado en virtud de una fuerza de la materia ni de una ley de la naturaleza? Para darnos científicamente razón de ese fenómeno ¿no tendremos necesariamente que elevarnos más alto que la naturaleza, salirnos del círculo de la materia, y remontarnos hasta Aquel que habiendo creado la materia y la naturaleza, tiene a la una y a la otra bajo su mano como dóciles esclavas de su absoluta autoridad y libertad suprema?

¿Necesitaremos ir buscando uno tras otro a todos los bachilleres y licenciados de ciencias fisiológicas, para tratar de averiguar bien averiguado, el punto sobre si la naturaleza tendrá quizá allá en su profundo seno una fuerza misteriosa, que no ejercite más que en circunstancias muy contadas, para obrar de cuando en cuando resurrecciones instantáneas? No, ciertamente; no os condenaréis a la humillación de ver a la Academia burlarse de vosotros y de oír a todos los maestros de la ciencia responderos con una grave ironía, que la ciencia fisiológica no reconoce resurrección instantánea, y que la naturaleza no es capaz de resucitar los muertos.

Queda pues, sentado, que para afirmar con certidumbre que un hecho se ha producido fuera o sobre las leyes del orden natural, no hay necesidad alguna de conocer perfecta o absolutamente todas las leyes de la naturaleza; porque la naturaleza en el mero hecho de ser una armonía, y además, una armonía que no es libre, no puede tener facultad de desmentirse a sí misma. Finalmente, ¿no hay en este orden de hechos una certidumbre moral que obliga al pueblo, lo mismo que al filósofo y en el que el sentido común hace las veces de ciencia y aún en ocasiones es capaz de emitir un fallo mas imparcial que el de los sabios mismos? -(N. del T.)

*[«vosotros. Así» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

104 La repetición del hecho milagroso ante una comisión de químicos y físicos, no produciría generalmente la certidumbre. Figurémonos que se constituye una comisión primera y que se verifica ante ella una resurrección: el hecho es sumamente probable, pero le falta un cabello para ser cierto.

Organízase otra comisión, y se verifica otro fenómeno milagroso: esta vez llegamos a la certidumbre. ¿Cómo sucede esto? ¿Cómo la segunda comisión llega a la certidumbre cuando la primera, con iguales conocimientos, no ha podido salvar los límites de la probabilidad? ¿Cómo, sobre todo, y por qué inefable comunicación se refleja la certidumbre de la segunda sobre la probabilidad de la primera, para trasfigurarla y permitir a M. Renan, apoyándose en las conclusiones de ambas que no son iguales, proclamar que se verifican hechos sobrenaturales en el mundo?

¿Qué significa también esa fantasía de querer que los taumaturgos se presenten ante comisiones sucesivas y en diferentes anfiteatros y ante cadáveres diversos? ¿Acaso debe tratarse al enviado del Altísimo de igual manera que a un anatómico o a un prestidigitador? ¿Con qué derecho se pide al enviado de Dios que repita un milagro cuantas veces plazca a las comisiones repetir sus experiencias? No hay duda de que, cuando el enviado de Dios obre según la medida del poder que ha recibido, no tiene dificultad en ejercerlo; pero en fin, su poder es simplemente delegado, y puede no hallarse revestido de él sino para cierto fin, en momentos determinados y con ciertas condiciones. Si le ha marcado Dios estos límites, no tiene derecho ni fuerza para traspasarlos, y porque no los traspasa, porque no le compete volver a hacer lo que ya una vez hizo, porque no se presta a satisfacer vuestra curiosidad ni todos vuestros caprichos ¿se ha de seguir de aquí, que no hayan sido sus primeros milagros más que prestigios y que no sea él mismo instrumento de una virtud sobrenatural? Y si en vez de usar de un poder delegado, emana este poder de su propio fondo, se hallará más autorizado aún para rehusaros la reiteración de las experiencias, y deberá rechazar la indiscreción de vuestras preguntas, por respeto a sí mismo. Negad entonces sus milagros, si os place negar la luz del sol: pero los milagros no necesitarán vuestro testimonio, y continuarán ostentándose a la vista de los hombres de buen sentido, aún cuando el taumaturgo haya despreciado vuestro aparato científico para no someterse a nuevas experiencias. (Véase la primera pastoral del obispo de Nimes, M. Plantier.) Este procedimiento extravagante imaginado por la crítica, dice el reverendo padre Félix, no es sólo un insulto al sentido común de los hombres, sino también a la majestad divina. Por ventura ¿no veis hasta qué punto ultrajan la soberana majestad de Dios tales y tan risibles condiciones, opuestas por ese despotismo científico a las libres manifestaciones del poder de Dios? ¡Cómo! ¿tú crítico antojadizo, tú mandas que el taumaturgo, es decir, Dios mismo, que obra por medio del taumaturgo, venga a pedirte licencia para verificar un milagro, cuando cabalmente Dios no obra el milagro, sino con el fin de imponerte preceptos y para significarte con esa manifestación de su poder su voluntad suprema?

Se concibe bien que cuando el inventor de una máquina aspira al honor de un privilegio, proponga hacer experiencias para justificar el mérito que atribuye a su obra, y que se constituya un jurado para apreciar el instrumento y sus operaciones. Pero un taumaturgo no es el inventor de un aparato de física; es el hombre de Dios; depositario de cierta parte del poder de Aquel que le envía, no hace uso de él para que le juzgue un areópago de escépticos, ni para distraer el tedio de los sabios desocupados, sino que se sirve de él en beneficio de una alma que le pide una gracia, o para la conversión de un pueblo, al cual se dirige.

Si entonces se halla rodeado de gente de ciencia, no la teme, así como no temió Moisés a los adivinos egipcios, ni Jesucristo el espíritu irónico de los Fariseos, y obra sus prodigios sin vacilar a su presencia, aunque se burlen de ellos y los contradigan; pero jamás rebaja el poder que ejerce hasta hacer milagros con el único objeto de obtener su aprobación o de satisfacer su curiosidad. (M. Plantier, obispo de Nimes, pastoral primera.) Por lo demás, el mismo Evangelio nos presenta milagros que se han repetido varias veces a vista de un público poco dispuesto a creer en ellos, y aún hostil a Jesucristo, y también milagros que pudieron comprobarse en la época en que se obraron y en todos los siglos posteriores, y aún en el día, por todos los sabios del mundo.

En efecto, el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces en el desierto se repitió dos veces, ante distinto público y en diverso lugar, habiendo dado la experiencia en ambas un resultado indudablemente prodigioso. (V. San Mt 14,11; San Mc 6,32; San Lc 9,10; y San Jn 6,14 y 15; San Mt XIV-29-39; San Mc 8,1-9).

Puede también citarse como ejemplo de milagros repetidos, verificados ante distinto público, diverso lugar y diferentes circunstancias, las resurrecciones del hijo de la viuda de Naim, de la hija del jefe de la Sinagoga y de Lázaro. La primera se verificó en un cadáver muerto, pero no sepultado; la segunda en un cadáver depositado en el féretro y sacado fuera de la ciudad; y la tercera, en un cadáver encerrado ya en el sepulcro.

La primera se realizó en una casa invadida ya por toda clase de personas; la segunda a la puerta de la ciudad, ante un gentío en que había muchas personas indiferentes a Jesucristo, y sobre todo, más enemigos que amigos suyos; la tercera ante el mismo sepulcro y delante de una muchedumbre compuesta en su mayor parte de Escribas, Herodianos, Doctores, Sacerdotes y Fariseos, todos los cuales eran enemigos de Jesús y estaban dispuestos a negar todo cuanto les fuera posible; puesto que como dice M. Renan, hasta aquella época había hecho Jesús muy pocos discípulos. Y sin embargo, todos tienen la misma convicción sobre que se ha verificado una resurrección, sin abrigar la menor duda, sin decir una sola palabra sobre que aquello fuera una ilusión o un engaño.

Como ejemplo de milagros que han podido y pueden comprobarse por siglos y generaciones enteras, pasadas, presentes y futuras, y que se prestan del modo mas completo y absoluto al examen sobre si concurrieron en ellos todas las circunstancias y condiciones que M. Renan considera necesarias para que pueda calificarse el hecho sobre que versan de milagroso, puede citarse el del eclipse de sol que se verificó, según el Evangelio, a la muerte de Jesús, cubriéndose toda la tierra de tinieblas desde la hora de sexta a la de nona (Lc 23,44-45; Mt 26,45; Mc 15,23). Al testimonio de los escritores sagrados viene a agregarse el de los paganos mismos. Thales y Castor, aseguran que en el año 18 de Tiberio, se cubrió la tierra de una oscuridad repentina, a la hora de medio día. Philon, Plinio el Antiguo, Tácito, Suetonio, y Apolophanes, consignan también este hecho (V. el cap. 11, p. 25 de esta obra). Y la prueba oficial del mismo existía por lo menos cuatro siglos después en los archivos del imperio romano, según lo atestiguan Tertuliano y San Luciano, y hasta se halla atestiguado este hecho en los Anales de la China, según expondremos en el cap. XI citado.

He aquí, pues, un hecho que tiene todas las garantías históricas apetecibles y que se apoya en declaraciones conformes de testigos idóneos. Se creerían nuestros críticos con derecho a rechazar este acontecimiento a pretexto de no haberse invitado a una comisión nombrada por la Academia de ciencias para regular sus condiciones? Pero además de que pudieron observarlo los astrónomos de aquel tiempo, lo mismo que los demás mortales, y que hubieran debido reclamar contra el relato de los historiadores, si lo hubiesen juzgado falso ¿hay necesidad de ellos para saber que el mundo no se halla sumergido súbitamente en tinieblas a la hora de medio día? ¿Es esto tan difícil de probar?

Lo que deberá averiguarse por los astrónomos, no es pues el hecho, el cual es incontestable, sea el que quiera su testimonio, sino únicamente la cualidad del hecho, ¿Provenían estas tinieblas de las leyes de la naturaleza o de la intervención de una causa superior? En otros términos ¿debemos ver en ellas un eclipse ordinario, o un milagro? Esto es lo que pueden decir en el día, lo mismo que en el que aparecieron. Si de sus cálculos astronómicos resulta que en el día de la muerte de Jesucristo, es decir, en la Pascua de los Judíos, y por consiguiente, en la época de plenilunio, debió verificarse en toda la tierra un eclipse de tres horas, convendremos en que esto fue sólo un hecho natural, sin relación alguna con lo que ocurría en el Calvario; mas si por la inversa, resulta de aquellos mismos cálculos, que este eclipse era imposible según las leyes naturales (y sabido es que no puede verificarse un eclipse de sol sino el día de conjunción de la luna nueva, y que el eclipse total más prolongado sólo dura cinco minutos), deduciremos sin temor la consecuencia, de que estas tinieblas fueron un acontecimiento milagroso, y un testimonio patente de la inocencia y de la divinidad del que expiró como rey de los Judíos en un infame madero y entre dos ladrones. (V. el folleto del abate Crellier, titulado: M. Renan batallando contra lo sobrenatural y el milagro. Véase también las preciosas observaciones que hace M. Darras al exponer cada uno de los hechos milagrosos de Jesucristo en su lugar correspondiente).(N. del T.)

105 Da mihi hanc aquam, ut non sitiam, neque veniam huc haurire (Jn . cap. 4,15).

106 Nombre que se da en inglés a los magnetizadores que pretenden comunicar con los espíritus de los muertos.-(N. del T.)

107 Aunque el autor trata de la institución de la Eucaristía en el s. 4, del cap. X de esta obra, como allí no se hace cargo de las palabras de M. Renan, que se insertan en este párrafo, hemos creído conveniente insertar, por vía de nota, la magnífica refutación que de ellas hace el sabio obispo de Nimes, M. Plantier, en su segunda instrucción pastoral publicada con motivo de la obra de M. Renan, s. XVI. Como esta es la institución más augusta de Jesucristo, según la doctrina de la Iglesia, dice M. Plantier, como al tocar a ella, M. Renan toca al misterio más consolador para los cristianos, parece que para explicarlo, debía recurrir a interpretaciones más formales que nunca, a fin de que no pareciese que añadía a lo indigno de la blasfemia, una ligereza indecorosa. Pero no; tampoco ha conseguido ser ingenioso. Expongamos ante todo el capítulo sexto de San Jn que puede llamarse con suma exactitud el capítulo de la promesa. Jesús prepara manifiestamente por medio del discurso que trae allí el Evangelista, la grande institución que debe realizar más adelante. Anuncia en términos expresos, que dará su carne en alimento y su sangre en bebida, que unidas una y otra, formarán un pan bajado del cielo, y que este pan será ÉL mismo; que este pan, superior al maná, comunicará a los que lo coman un principio de resurrección y de inmortalidad, mientras que el maná no impidió que murieran en el desierto los que comieron de él; que finalmente, los que coman su carne y beban su sangre permanecerán en ÉL, y que ÉL permanecerá en ellos (San Jn 6,31-60). Los judíos se escandalizan de este lenguaje. Los mismos discípulos de Jesús quedan, al oír esto, tan espantados, que algunos dejan de seguirle desde aquel instante. Pero cuanto mayor es la admiración y el abandono, más insiste Jesús en el sentido y en la afirmación contra que se revelan, para que se entienda bien que deben tomarse sus palabras en todo el rigor de la letra. Sin embargo, M. Renan juzga este modo de explicarse extraño.

Divino era la calificación que debía haber empleado, porque sólo un Dios podía permitirse esta admirable audacia. Pero aun siendo extraño, puesto que lo quiere vuestra impiedad, prueba con su extrañeza misma, que hablaba Jesús naturalmente y sin metáfora, y que llegaría un día en que, por una institución milagrosa, daría verdaderamente su carne y su sangre en alimento a sus Apóstoles, y por medio de ellos, a los cristianos de todos los siglos.

El compromiso está contraído. ¿Cómo va a salir de él Jesús? ¡Escúchese a M. Renan! «Las comidas eran en aquella asociación naciente, uno de los momentos más agradables. Todos se hallaban juntos en estos instantes; el Maestro hablaba a cada cual, y mantenía una conversación llena de regocijo y de encanto (Vida de Jesús, pág 303).» ¿En qué historia habéis adquirido estos pormenores? ¿Y cómo puede estar en esto conforme M. Renan con M. Havet, que pretende, que no tenemos sobre la vida de Jesús ninguna de esas breves escenas de interioridad? Pregúntase asimismo ¿cómo puede conciliarse esta gracia tisada por Jesús, aún al fin de su vida, en los banquetes fraternales, con ese carácter sombrío, exaltado, revolucionario que supone M. Renan haber dominado entonces, por no decir desfigurado al Cristo? ¡Pero basta de preguntas!- Jesús gustaba de estos instantes y se complacía en ver a su familia espiritual agrupada de esta suerte en torno suyo (Ib ibid.)» M. Renan desnaturaliza el pensamiento y la narración de San Lc a quien alude. En vez de hablar San Lucas en general, se ocupa de un banquete particular; festín en que hacía largo tiempo pensaba Jesús, y que deseaba con un ardor especial; festín en el que, según el modo solemne con que le hace preparar el Maestro, y con que cuenta sus preludios el mismo Evangelista, demuestra que va a pasar alguna cosa extraordinaria. «Ardientemente he deseado comer con vosotros esta Pascua antes de mi Pasión; porque os aseguro que ya no la comeré más con vosotros hasta que se cumpla en el reino de Dios (Lc 22,15-16).» He aquí con qué majestuosas palabras abre Jesús la conversación en estas agapas supremas. Jamás tomó las cosas de tan alto ni con un tono más augusto; y M. Renan trata de engañarnos o se engaña cuando sostiene que Jesús no hace aquí más que seguir el curso de sus anteriores hábitos.

«La participación del mismo pan se consideraba como una especie de comunión, de lazo recíproco. El Maestro se valía, sobre este punto, de términos enérgicos, hasta la extrañeza, los cuales se tomaron más adelante desenfrenadamente al pie de la letra. (Vida de Jesús, pág. 303).» Lo esencial es saber si quiso el Maestro que se tomaran estos términos a la letra. Por nuestra parte creemos que sí. ¿Cómo probáis por la vuestra que no? Ni siquiera intentáis hacerlo. -Jesús es a la vez muy idealista en las concepciones y muy materialista en la expresión (Id. pág. 303-304).» Ni uno ni otro: estos dos términos son tan falsos como inconvenientes. Pero tomándolos por lo que valen, debe decirse que a veces quiere Jesús que no se entienda su lenguaje a la letra. En multitud de ocasiones se sirve de imágenes y parábolas; y en estas circunstancias tiene tal intención de que no se interprete lo que dice en un sentido material, que él mismo separa la doctrina espiritual oculta bajo el velo de la alegoría. Pero otras veces, por el contrario, deja a las palabras que emplea su significado natural, y por decirlo así, etimológico. Para apreciar bien su pensamiento, hay que traducir con todo el rigor gramatical el texto que lo expresa, y en este último caso se halla precisamente el texto sobre la Eucaristía.

«Queriendo manifestar el pensamiento de que el creyente sólo vive de él, que él era todo entero (cuerpo, sangre y alma) la vida del verdadero fiel, decía a sus discípulos: «Yo soy vuestro alimento; frase que, traducida en sentido figurado, se convertía en: Mi carne es vuestro pan, mi sangre es vuestra bebida (Vida de Jesús, pág. 304).» Aquí hay tres errores: M. Renan hace de estas grandes fórmulas eucarísticas locuciones indiferentes que tuviera a cada paso Jesús en los labios, y que no hubieran tenido en la última cena un significado más profundo que en las demás circunstancias de su vida. Nada es más falso. Estas augustas palabras fueron reservadas para dos ocasiones solemnes entre todas las demás; la de la promesa, que sublevó en Cafarnaum, y la de la institución de la Eucaristía, que consoló a los Apóstoles.

Otro error. Jesús, según M. Renan, sólo se preocupó de un pensamiento, el de presentarse como siendo en todo su ser la vida del verdadero fiel. La intención de Jesús tenía más trascendencia; pues dio claramente a entender, que quería establecer un medio extraordinario, un instrumento particularmente eficaz para desarrollar en sus discípulos el germen de la vida, cuya plenitud y fuente llevaba en sí mismo. «En verdad, os digo, sino coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis la vida en vosotros.- El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna; y yo le resucitaré en el último día (San Jn 6,54-55).» No era posible expresarse con claridad más decisiva; vese mil veces aquí, que el objeto de Jesús era crear un pan nuevo, un pan celestial, cuya sustancia pudiera dar la vida a los que se alimentaban con él, y que este pan sería la reunión en un mismo alimento de su propia carne y de su propia sangre.

Último error. Por un pérfido paréntesis, trata de insinuar M. Renan, que al presentarse Jesús como la vida del verdadero fiel, no ve y no supone en su ser más que cuerpo, sangre y alma. Más Jesús coloca en sí otra cosa, y es su divinidad. Sí, su divinidad, cuando dice repetidas veces, que será el pan bajado del cielo. Sí, su divinidad, cuando afirma que es el principio necesario de la vida, y que quien no coma su carne y no beba su sangre, no tendrá la vida en sí. Su divinidad, cuando asegura que pueden dar y darán su cuerpo y su sangre la vida eterna; esta es una prerrogativa que evidentemente no puede pertenecer más que a un Dios. Sí, su divinidad, porque predice que resucitará él mismo en el último día a todos los que se hayan alimentado con su carne y con su sangre. Sólo un Dios puede hacer salir al hombre de la nada; sólo un Dios puede hacerle renacer de la muerte y de la tumba. «Además, los hábitos de lenguaje de Jesús, siempre sumamente sustanciales, le hacían ir mas lejos aún. Así, en la mesa, mostrando el alimento, decía: «Heme aquí;» y tomando el pan en la mano: «Este es mi cuerpo;» y tomando el vino: «Esta es mi sangre;» modos todos de hablar que eran el equivalente de: «Yo soy vuestro alimento (Vida de Jesús, pág. 304).»- No hay duda que esto equivale a decir: «Yo soy vuestro alimento.» Pero cuando mostrando el pan Jesús en la última cena, dijo: «Esto es mi cuerpo;» cuando teniendo el cáliz y el vino, añadió: «Esto es mi sangre, ¿hablaba en sentido natural o en sentido figurado? Esta es la verdadera cuestión; y por nuestra parte, decimos con los Evangelistas y los diez y ocho siglos cristianos, que se expresó Jesús sin metáfora, y que deben tomarse al pie de la letra sus adorables palabras. Para convencernos de que no se trata de eludir el texto, forma Jesús estudio en cierto modo en encerrarnos en el sentido literal. Cuando después de haber bendecido y roto el pan lo presenta a los suyos, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que va a ser entregado por vosotros (San Lc 22, l9)», el cuerpo que ofrece bajo las apariencias de pan, es el mismo que debe ser entregado por la salvación del mundo, y según la expresión recordada por San Pablo, que debe ser dividido (I Cor. 11,24): Hoc est corpus meum quod pro vobis datur. Hay identidad, no en lo exterior, sino en la sustancia ¡Pues bien! el cuerpo que debió ser entregado y dividido, era verdaderamente un cuerpo real y efectivo; era el verdadero cuerpo de Jesús; aquel con que afectaba los ojos de los Apóstoles en el momento mismo en que les hablaba en el banquete pascual. Y puesto que este cuerpo, cuya vista les contempla y cuya voz les habla, no forma más que uno solo con el que dice contenerse en las especies de pan que les ofrece y con que les invita a alimentarse, es manifiesto que aquí significa exactamente su lenguaje lo que expresa. Lo mismo es respecto del vino que se contiene en el cáliz (San Lc 22,20). Esto es mi cuerpo, dice Bossuet, esto es, pues, su cuerpo. Esto es mi sangre; esto es, pues, su sangre (Bossuet; Meditaciones sobre el Evangelio 23, día, hacia el fin). ¿Por qué no interpretar con sencillez lo que es tan sencillo? ¿Por qué oponer tantas miserables sutilezas a palabras cuyo significado natural se presenta con tan victoriosa fuerza? «Si hubiera querido dar con esto sólo un signo, una mera semejanza, hubiera sabido decirlo... Cuando propone símiles, sabe girar su lenguaje de modo que se comprenda así; de suerte que nadie tiene nunca la menor duda sobre ello. Yo soy la puerta; si alguno entrare por mí, se salvará (San Jn 10,9). Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, y así como el sarmiento no puede de suyo dar fruto si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí (Id. 15,4). Cuando hace comparaciones, saben decir los Evangelistas: Jesús dijo esta parábola: hizo esta comparación. Más aquí, sin preparar nada, sin templar nada, sin explicar nada, ni antes ni después, nos dice rotundamente: Jesús dijo: Esto es mi cuerpo: Esto es mi sangre; mi cuerpo entregado; mi sangre derramada (Bossuet ut supra)». Así habla también Bossuet con su buen sentido supremo, y la consecuencia es, que en lugar de lanzarnos, para determinar el verdadero significado de las palabras eucarísticas, en caminos tortuosos o extraviados, debemos marchar sin ceremonia por el camino real del sentido natural y literal.

Esto es lo que hace San Pablo en su primera epístola a los Corintios.

Después de haber referido las palabras de la Institución, añade comentarios y consejos en que brilla en caracteres de fuego la doctrina de la presencia real (I Cor. 11,23-28). Y nótese que si se expresa así, es después de haber declarado que sabe por el Señor mismo todo cuanto va a decir del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. Desde el principio han tenido la misma fe los discípulos que habían contemplado más cerca que San Pablo el grande hecho de la última cena y de la inauguración de la Eucaristía. Aun sin pertenecer al colegio de los doce, creían en la realidad del pan milagroso, y cuando después de la resurrección del Salvador, le encuentran y conversan con él, sin reconocerle en un principio, basta que bendiga el pan delante de ellos, que lo rompa y se lo presente, para que se abran sus ojos y vuelvan a encontrar al instante mismo en él al Maestro, que la muerte les había arrancado por un momento. Este es para ellos el signo de los signos, el prodigio de los prodigios, según se ve con una evidencia decisiva en la conmovedora escena de los discípulos de Emaus (San Lc 24,30-31).

He aquí la historia verdadera de la Eucaristía por parte de Jesucristo. En cuanto a los Apóstoles, que fueron llamados a perpetuar sus beneficios en el mundo, no se atribuyeron arbitrariamente ni esta misión ni este honor. Después de haber consagrado Jesús el primero el pan en la última cena, dijo a los que le rodeaban: «Haced esto en memoria mía» Esto es lo que nos atestigua San Lucas (Id. 23,19). San Pablo repite y garantiza con relación al cuerpo del Salvador, las mismas palabras (I Corintios 11,24). Pasando después a la consagración del vino, cita el Apóstol la gran fórmula, por la cual la verificó Jesús, y después, pone estas palabras en los labios del Salvador: «Haced esto en memoria mía, cuantas veces bebáis de este cáliz (lb. ibid. 25).» Y también: «Cuantas veces comiereis de este pan y bebiereis de este cáliz, anunciareis la muerte del Señor (Ib. ibid,26).» Haced esto; es decir, del pan mi cuerpo.- Haced esto; es decir, del vino mi sangre. No se puede contestar con palabras más sencillas. Aquí evidentemente, se comunica una potestad y se da una misión: la potestad y la misión de continuar el prodigio de la Eucaristía: Haced, he aquí la orden, he aquí la misión.- Haced, pero ¿cómo hacer, si no se puede? Para ser razonable, ¿y cuándo no lo es un Dios? es preciso que esta palabra Haced, imponga el mando. Es una de esas palabras creadoras que pronunció Jesús con tanta frecuencia. Tal es el verdadero origen del poder de consagración y de sacrificio que se atribuye el sacerdocio católico. M. Renan se aventura a explicarlo de otro modo. Según él, los Apóstoles habrían comenzado por apropiarse en sentido figurado el lenguaje de Jesús; después, auxiliándoles la imaginación, a fuerza de representarse a Jesús teniendo alternativamente el pan y el cáliz, habrían concluido por persuadirse que comían y bebían a él mismo en el altar.» A él fue a quien se comió y se bebió, y llegó a ser la verdadera Pascua, habiéndose abrogado la antigua por su sangre (Vida de Jesús, pág. 305).» Pero no se discuten semejantes locuras. Los Apóstoles no han merecido que se les preste el honor de alucinaciones, que ruborizaría atribuir siquiera a niños. Así como tomaron a la letra las palabras eucarísticas pronunciadas por Jesús, tomaron también literalmente las que les investían con el privilegio de continuar, al través de las edades, el milagro y el sacrificio de la última cena. Ellos recibieron el poder de consagrar lo mismo que el poder de absolver, habiendo pretendido tenerlo de Jesús desde un principio; pues en efecto, lo recibieron de él, como todas las prerrogativas, sin que fueran inducidos a hacerse ilusiones sobre este punto, ni por engañosas metamóforas, ni por un sueño de su imaginación exaltada. Jesús les habló sin emplear figuras, y ellos le oyeron sin preocupación ninguna, siendo sobre este hecho, como sobre todos los del Evangelio, su testimonio, no solamente el de la sinceridad, sino el de la verdad misma.

Y que no diga M. Renan: «Jn tan preocupado de las ideas eucarísticas, que relata la última cena con tanta proligidad, que refiere a ella tantas circunstancias y discursos; Jn que es el único que tiene el valor de un testigo ocular entre los narradores evangélicos, no conoce esta narración. Esto prueba que no miraba la institución de la Eucaristía como una particularidad de la cena.» (Vida de Jesús, pág. 305).

Es falso que Juan sea el único que tenga aquí el valor de un testigo ocular, pues este valor lo tiene asimismo San Mateo, que se hallaba presente en la última cena; y que por otra parte figura entre los narradores Evangélicos. ¿Para qué, pues, hacer observar que el silencio de Jn aunque fuese absoluto, no probaría nada contra los relatos positivos de los Evangelistas, llamados sinópticos por M. Renan?- Finalmente, ¿cómo no recordar que es en San Juan donde se halla el gran discurso de la promesa, y que en ninguna parte se ha expuesto la doctrina de la Eucaristía tan categóricamente como en esta página memorable?

Así, la Eucaristía, esta otra encarnación, esta imagen siempre palpitante del Calvario, este maná de los débiles así como de los fuertes, este árbol de vida plantado en el jardín de la Iglesia, al lado del árbol de muerte, este gran escudo de las almas, esta arca sagrada que es el honor y el poder de los campos de Israel, esta gloria del sacerdote, este consuelo del fiel, este banquete de familia para todos, la Eucaristía, nuestro tesoro, nuestro encanto, nuestra esperanza, la Eucaristía permanece en pie, no obstante los golpes con que la ataca M. Renan con mano parricida. Ni el tabernáculo se ha visto arrebatar su huésped sagrado, ni el altar ha perdido su gran Víctima, ni el mundo culpable queda sin expiación.

¡Oh Jesús! ¡Jesús! El sofisma ha querido arrancaros a vuestros templos como a nuestros ósculos. Pero la historia y nuestro amor os retendrán en ellos eternamente vivo y cautivo para gozo de los que os aman, y tal vez también para la conversión de aquellos mismos que blasfeman hoy de Vos, después de haber conocido en otro tiempo las dulzuras de vuestra sagrada mesa. A estas sabias reflexiones del obispo de Nimes, creemos deber añadir lo que dice el sabio Riggenbach en su lección 18 sobre la Historia de Nuestro Señor Jesucristo, acerca del discurso de San Juan en el cap. VI de su Evangelio. San Juan habla admirablemente de la Comunión con Cristo, en este discurso que resplandece como un joyel incomparable y que termina con una oración en la que ha reconocido la Iglesia en todo tiempo a su soberano sacrificador. «Véase también los párrafos XII y XIII del cap. VII de esta obra.» Los Apóstoles no podían equivocarse sobre el significado verdadero de las palabras con que instituyó Nuestro Señor la Santa Eucaristía, dándoles a comer su cuerpo y a beber su sangre, dice el doctor Sepp, en la Vida de Nuestro Señor Jesucristo; sec. 6, cap. XXX; porque era creencia común entre los Israelitas, que cuando viniera el Mesías, cesarían toda clase de sacrificios; pero que el sacrificio de pan y vino, según el orden de Melquisedech, duraría eternamente, como puede verso en el libro de los Rabinos (Bammidbar rabba, in numeros, cap. XXVIII). Todas las interpretaciones con que han intentado los herejes alterar el verdadero sentido de las palabras del Salvador, y de probar que debían entenderse en sentido figurado, caen ante la sencilla consideración, de que aquella noche no habló a sus discípulos en imágenes ni en figuras, sino, como lo notan los mismos discípulos en San Jn 16,29, claramente y sin velos. Además, les promete entrar en ellos y establecer en ellos su morada (San Jn 14,23).

»Dios había ofrecido con el maná a los israelitas una figura bien significativa del alimento maravilloso que debía dar al género humano en los días del Mesías. Por esto se lee en el tratado intitulado Midrach Coheleth, fól. 90,21; «Así como el primer libertador trajo el maná del cielo, según estas palabras: He aquí que hago llover el pan del cielo; así el último libertador traerá el maná; porque está escrito: Habrá en la tierra un puñado de trigo.» Leemos también en el tratado titulado Schemoth rabba (sec. 50, fól. 142). «En tiempo del Mesías, preparará Dios a los Israelitas una mesa y un manjar tal, que quien cuma de él, no necesitará ya ni mesa ni otro mejor alimento.» Los rabinos se extienden largamente en describir este pan cambiado. Se habla de esta trasformación, no sólo en el Schemoth rabba (sec. 25) y en el Talmud Toma (cap. 8, fól. 75), sino también en el comentario más antiguo titulado: Pesiktá. El rabino Kimehi, interpretando al profeta Oseas,14,8, se eleva hasta la interpretación cristiana, cuando dice: Algunos entienden por estas palabras: Vivirá de trigo, que en lo futuro cuando venga el Salvador, habrá un cambio, una transustanciación en la naturaleza del trigo. Finalmente, el R. Mosee, hijo de Nachman, escribe estas palabras: «El maná es engendrado de la luz divina que ha tomado un cuerpo según la voluntad de su Criador.» No nos admiremos, pues, de las palabras de Hillel que trae el Talmud: «El Mesías no vendrá ya a los Israelitas, porque lo han recibido como alimento en los días de Ezequías.» (N. del T.)

108 Vida de Jesús. Este análisis es la reproducción textual de toda la trama que presenta este autor como la historia verdadera de Nuestro Señor Jesucristo.

109 Vida de Jesús, pág. 426.

110 ¿Cuándo, cómo, dónde, por quién, ha sido creada esa misteriosa leyenda que se ha convertido nada menos que en el centro de la historia?

¿Quién fue el primero que dijo: Cristo es Dios? ¿quién se lo ha hecho creer a todo el mundo, cuando nadie todavía lo creía? Ciertamente no han sido ni San Agustín, ni San Gerónimo, ni San Ambrosio, ni San Gregorio, ni San Juan Crisóstomo; y San Atanasio principalmente en su primera conferencia con Arrio, rechaza de sí con bastante energía la gloria de semejante invención; ¿quién, pues, fue el primero que bordó en el tejido de la historia esa sublime leyenda?

¿San Hilario? ¿San Cipriano? ¿San Justino? ¿San Clemente de Alejandría?

¿Tertuliano? ¿Arnovio? ¿Atenágoras? ¿quién fue, en fin? ¿San Bernabé por ventura? ¿San Pedro? ¿San Pablo? ¿San Juan? ¡ah! ¿San Juan? ¿habrá sido éste, quizá, el que ha tenido tan peregrina idea? La crítica, por lo visto, lo sospecha gravemente, fundada sin duda en que San Juan en su Evangelio afirma con gran insistencia y solemnidad el dogma soberano; pero no puede ser más liviano este fundamento. El hecho es cierto; pero ¿cuál fue la causa? Pues fue que cuando San Juan escribió su Evangelio, ya la negación se ostentaba contra la afirmación, ya se había mostrado aquella negación gnóstica, de la cual al cabo de diez y ocho siglos estamos viendo remedos tan desdichados. Lo propio sucede siempre en la gran lucha de lo verdadero contra lo falso; siempre en estos períodos se afirma con tanto más brío, cuanto que es forzoso para responder a la negación contraria: lo mismo que nosotros estamos haciendo ante la gnosis del tiempo presente, eso mismo hacía San Juan a su manera ante la crítica de aquellos tiempos. Pero es el caso que San Juan hablaba entonces como todo el mundo, y que todo el mundo hablaba como San Juan; todos afirmaban el mismo dogma y profesaban la misma fe; todos proclamaban al Cristo Salvador, al Cristo Redentor, al Cristo Señor, al Cristo Rey, al Cristo Dios.

Dos cosas predominaban espléndidamente en aquella época que de tan cerca toca al origen del Cristianismo y donde brilla con tan plena luz su cuna, a saber: en los corazones, el amor de Jesucristo; en las inteligencias, la fe en su divinidad; entonces, como la voz verídica y el eco sincero de toda alma cristiana, resuenan en todas partes las dos palabras: «Yo amo a Jesucristo, yo adoro a Jesucristo» y es preciso padecer una ceguera muy voluntaria para no ver que, entonces más que nunca, abundó y sobreabundó en todas partes la fe firme, absoluta y ardiente en la divinidad de Jesucristo.

¿En dónde, pues, ¡oh críticos flamantes! en dónde, sino en vuestra imaginación, en vuestros sueños y en vuestras utopías, podréis hallar aquí hueco para vuestra leyenda? Aquí no hay más sino el hecho radiante de la fe de todos los cristianos en la divinidad de Cristo; aquí no hay leyenda, sino verdadera historia, que comienza, continúa y se espacia en el esplendor de su propia publicidad; la historia que, conforme van ocurriendo los hechos que la constituyen, se afirma y se escribe por sí misma en monumentos que subsisten y en obras que no han perecido; historia que desde cerca de dos mil años ha, desde su principio hasta nosotros, dice y repite siempre una misma cosa, la fe de los cristianos en la divinidad de Jesucristo; historia que ha grabado en libros, en edificios y en instituciones, y que proclama sin interrupción alguna por medio de voces que mutuamente se responden, el hecho dominante de los siglos cristianos, la posesión universal y secular del Cristo Dios, su imperio aclamado por todos los siglos, como lo está por todos los pueblos, junto con todos esos siglos y todos esos pueblos que van repitiendo con una sola voz aquella palabra escrita en el sitio más ilustre del mundo: Christus vincit; Christus regnat, Christus imperat. (V. la conferencia segunda del año 1864 del padre Félix).

Además, no ha habido materialmente tiempo bastante para que pudiera crearse la leyenda entre la muerte de Cristo y la obra de los cuatro evangelistas, los cuales por otra parte, es de advertir, que escribieron el mismo ideal (no obstante hacerlo separadamente y en lugares diversos), pues la redacción de los Evangelios siguió de muy cerca a la resurrección del Señor. De ello existen mil pruebas en las obras de los Padres de la Iglesia, discípulos inmediatos de los apóstoles, según vamos a ver. A los ocho años de la muerte de Jesucristo, se publicó el Evangelio de San Mateo; cuatro años después de este, se publicó el Evangelio de San Marcos (según la crónica de Éfeso), y la epístola primera de San Pedro; seis años después se celebró el concilio de Jerusalén, al que asistieron San Pedro, Santiago, San Jn San Pablo y otros muchos; un año después, se escribió la primer carta de San Pablo a los Tesalonicenses; al año siguiente, la segunda epístola de San Pablo a los mismos y el Evangelio de San Lucas; a los dos años, la epístola de San Pablo a los Galatas: un año después, la primera epístola de San Pablo a los Corintios; al año siguiente, la segunda de San Pablo a los mismos; pasado otro año, la de San Pablo a los Romanos; un año después, la del mismo a los Efesios; al año siguiente, la epístola de Santiago; pasado otro año, la de San Pablo Philemon; un año después, la de San Pablo a los Philipenses y a los Colosenses; al siguiente año, la de San Pablo a los He eos; al otro año, la de San Pablo a Tito y la primera a Timoteo; un año después, la segunda de San Pedro; a los dos o tres años, la epístola de San Judas, y al año siguiente, la primera, segunda y tercera epístolas de San Juan; su Apocalipsis, su Evangelio, etc etc. (N. del T)

111 Lexqenta h)/ praxqenta en el original (N. del E.).

112 Logia en el original (N. del E.).

113 Los dos Evangelios de Mateo y de Marcos eran para Papías distintos, pero solo relativamente al idioma en que estaban escritos. Si Marcos hubiera escrito en hebreo, es verosímil que lo hubiera dicho Papías, como hace respecto de Mateo. Pero ¿eran distintos en el sentido de no haber analogía entre ellos, de no ofrecer partes paralelas, y casi idénticas, para repetir las palabras del nuevo sofisma? Esto es lo que no dice Papías. ¿Habíanse redactado sin uniformidad en el sentido de no haber visto el uno el escrito del otro? Tampoco nos dice esto Papías. Su pasaje no se refiere ni a los tiempos, ni a los lugares, ni a la concordancia o discordancia de los textos y relatos, siendo las consecuencias que sobre esto se sacan enteramente gratuitas.

Por nuestra parte admitimos que existen profundas afinidades entre los dos evangelios. Y este hecho que nos representa la Iglesia como primitivo, que nada de lo que dice Papías impide que se considere tal, se nos explica naturalmente por una piadosa tradición. San Mateo fue el primero que compuso su Evangelio en hebreo: hiciéronse y se diseminaron una multitud de copias en todo el Oriente; esto es lo que dan a suponer las palabras mismas de Papías. Se cree que cayó un ejemplar de estas copias en manos de San Mc el cual se sirvió de él cuando escribió los relatos que había oído a San Pedro. De aquí los puntos de contacto que existen entre el uno y el otro evangelio. Esta explicación es muy sencilla, y además de las opiniones que la apoyan, no hay una autoridad que la combata en la antigüedad cristiana, ni aún la de Papías (Agust. De cons. Evang lib. 1, cap. II).

Pero aun cuando no tuviéramos este dato; aun cuando no pudieran explicarse históricamente las semejanzas que existen entre el Evangelio de San Mateo y el de San Mc no dejaría de ser inaceptable la consecuencia que de esto deduce M. Renan, sobre que estas dos redacciones no son originales, sino arreglos o refundiciones en que se ha tratado de llenar los vacíos de un texto con el otro. No, no son arreglos hechos por manos desconocidas. Es posible que estos dos Evangelistas tuvieran presentes documentos anteriores cuando se pusieron a redactar sus escritos, pero sus evangelios salieron de sus manos tales como se hallan en el día, sin que nadie se permitiera llegar a ellos en lo sucesivo, ni aún para completarlos; pues toda refundición o arreglo hubiera sido reprobada y aun condenada como un sacrilegio. El mismo autor a quien se refiere M. Renan, Papías, atestigua con el testimonio del sacerdote Jn que Marcos no mezcló nada falso en las narraciones que trazó, por decirlo así, bajo la inspiración de San Pedro (Euseb Hist lib. 3, cap. 39). Así pues, poseemos en el día las redacciones verdaderamente originales o primitivas de los Evangelios de San Mateo y San Mc según certifican todos los siglos cristianos. (V. la primera instrucción Pastoral de M. Plantier; V. la nota al número 23).

El gran enlace y correlación que se advierte en la parte histórica con la didáctica, encaminada a un mismo fin, animada del mismo espíritu y conducida de un mismo tenor, en los Evangelios de San Mateo y de San Mc dice Ghiringhello en la obra citada, p. 180, demuestra todavía más lo absurdo que es suponerla primitivamente y de atribuir al acaso, o al capricho o a la necesidad de los lectores, la composición sucesiva, armónica y uniforme que hoy se observa en los citados Evangelios que se quiere no fuesen primitivos, sino refundidos. La redacción de los Evangelios es incomparable e inimitable por la sencillez, moderación, imparcialidad y dignidad de su contexto; la supuesta refundición hace inexplicable esta originalidad, y queda plenamente aclarada por la particularidad de las circunstancias, y del objeto especial que se propuso cada escritor, según se expondrá más adelante. (N. del T.)

114 Vida de Jesús, Introd. pág. 18, XIX.

115 Las teorías que intentando dar una parte en la redacción de los evangelios a la prueba interna no la admiten sino con la reserva de pretendidas refundiciones, no adolecen solamente de la injusticia de ser arbitrarias, sino que pecan contra la verosimilitud. No basta haber imaginado el pobre hombre que no tenía más que un Evangelio con discursos, y que queriendo que contuviera hechos que afectaban a su corazón, los tomaba del ejemplar del Evangelio que otro tenía, y que cada cual trascribía al margen de su ejemplar las expresiones o las parábolas, y demás que hallaba en otros ejemplares y que le interesaban: sería también necesario explicar cómo estos diversos ejemplares llegaron a ser nuestros primeros evangelios, y cómo no fueron recogidos por lo grave o importante de sus divergencias, por Orígenes, cuando en el siglo tercero recogió los manuscritos antiguos, para comparar sus variantes y fijar el texto puro y genuino. Sería necesario explicar ante todo, cómo pudieron hacerse estas refundiciones en un texto de los Apóstoles, en los tiempos apostólicos, sin que nadie lo reparase o impidiese, y más aún, sin que haya sobrevivido el libro original junto al libro alterado. Preténdese que tenían muy poca autoridad los libros en su origen, y que la tenía mayor la palabra, y se cita a Papías.

Convenimos con nuestros adversarios en cuanto a la autoridad de la palabra, cuando ésta era la de un apóstol. Comprendemos que la enseñanza oral de San Pedro fuese recogida con tanto respeto como la que dictó él mismo a San Marcos; que tuviera la predicación de San Pablo tanta autoridad como sus epístolas. Pero cuando se ve el afán con que eran recibidas y guardadas estas epístolas; ¿se puede suponer que no sucediese lo mismo de una relación de la vida de Jesús, escrita por un apóstol? Cuando se ve con qué severidad toda la Iglesia en el segundo siglo amenazaba, a ejemplo de San Juan en el Apocalipsis, a los que alteraban el texto sagrado, ¿se puede sospechar de su celo en custodiar ella misma los libros apostólicos? ¿Y si hubiera permitido que se alterasen en su seno, ¿se puede dudar que los herejes acusados por ella de falsear la Escritura, no hubieran retorcido la acusación contra ella misma, y recogido este texto auténtico para oponerlo triunfalmente al texto alterado? (Wallon, pág. 67.) (N. del T.)

116 Vida de Jesús, Introd. pág,.XIX, XX.

117 Vida de Jesús, Introd. pág. XL.

118 San Lucas no tomó nada de la leyenda ni se puede probar que tuviese a la vista la narración biográfica de Mc y los discursos de Mateo, más aunque así hubiera sido, no hubiera hecho lo que le atribuye Renan, de haber refundido en una parábola dos, y dividido en dos una sola. El autor cita como ejemplo del primer caso, Lc 19,12-27; del segundo, Lc 7,36-48, y 10,38-42, que se confunde con Matt. 26,6-13; Mc 14,3-9; Jn 12,1-8. Mas, quien coteje las parábolas referidas por Lucas con las análogas de Mateo (Cf. Lc 19,12-27, cum Mt 25,14-50), advertirá en ellas la misma correlación y la misma diferencia que entre otras semejantes (Cf. Lc 14,16-24, cum Mt 22,2-14; Cf. Lc 13,11-17, cum 14,2-6); lo cual se explica muy naturalmente suponiendo que Cristo modificase según el caso, ya el concepto, ya la forma de una parábola adoptada primeramente, o que imaginara dividir o variar otra valiéndose de la analogía para hacerla recordar más fácilmente; no hay, pues, necesidad de recurrir al capricho del Evangelista que la haya confundido, o al trabajo de la tradición que la haya alterado (V. de Wette Commet. in h. I.) Así pues como son distintas las dos parábolas de Lucas y Mateo que el autor quiere unificar, así son también distintas las tres anécdotas que pretende M. Renan formaban una sola en su origen. Véase también la relación que hace San Lucas del hecho de derramar María Magdalena el bálsamo en la cabeza de Jesús, con la que hacen de este mismo hecho los demás evangelistas, San Mateo y San Mc y se notará en ellas una gran variedad en las circunstancias de tiempo lugar, y número de asistentes y otras más o menos accesorias, la cual prueba que el Evangelio de San Lucas no era una mera compilación o refundición de los demás, sino que tenía gran parte original, o referida conforme a las noticias que él había sabido. De otra suerte, ¿cómo conciliar tanta fidelidad, energía y viveza en la forma y expresión con el trabajo paciente y mecánico de un refundidor? San Lucas es el único que expone el sudor de sangre en la oración del huerto (Lc 22,43-44; Mt 26,38 y siguientes; Mc 14,35 y siguientes), circunstancia que no hubiera inventado la leyenda, por creerla contraria a la divinidad de Cristo; lo mismo debe decirse del perdón que imploró Jesucristo en favor de los que le crucificaban y del que aseguró al buen ladrón (Lc 23,34-43), tan propios del carácter de Cristo, que tanto inculcó el perdón de las injurias y el amor a los enemigos. (V. la obra de G. Ghiringhello, titulada Vida di Jesu romanzo di E. Renan, pág. 220).

He aquí, pues, cómo San Lucas no se limitó a compilar, elegir y combinar, según pretende M. Renan. Puede decirse en cierto sentido, y atestiguarse con la historia, que San Lucas eligió, combinó y compendió en su evangelio, según él mismo dice en su introducción. Mas cuando para explicar esta declaración de San Lucas se examinan y comparan las memorias de los primeros tiempos, se ve que algunos falsos evangelistas, es decir, escritores heréticos, sembraban en las regiones que los Apóstoles habían iniciado a la fe, doctrinas perversas y obras envenenadas, pretendiendo que éstas eran las enseñanzas de los mismos Apóstoles. San Pablo experimentó también este contratiempo. San Lc su discípulo, y compañero suyo en todos sus viajes, y defensor adicto de sus predicaciones y de su fama, queriendo destruir todas las maniobras del error, disipar las inquietudes de los fieles, mantener en toda su integridad la historia del Salvador y la teología de su maestro, emprendió, inspirado, por el Espíritu Santo, la redacción del Evangelio.

Para ello, hizo uso, ya de las relaciones que había oído al Apóstol San Pablo ya de las noticias que había recogido de los labios de los demás apóstoles o discípulos de Jesucristo, como él mismo nos dice (Lc 1,1-4). Compréndese, pues, sabida la intención con que ejecutó este trabajo, que eligiera los documentos* para evitar los apócrifos; que extendiera o ampliase todos los elementos parásitos que podían haberse fundado en las verdaderas tradiciones evangélicas; admítese que combinase su relato de modo que refutara completamente y en el orden debido, todas las leyendas que el hombre de mentira había arrojado en medio de las Iglesias nacientes. Mas aplicar estas palabras sobre elección, ampliación y combinación en otro sentido, respecto de San Lc es mofarse de la historia, de la ciencia y de la crítica, con la impudencia de la desesperación. Véase la nota al final del § 23. (Véase la primera pastoral de M. Plantier, pág. 78). (N.del T)

119 La diferencia que a veces se advierte en la manera como expone San Juan su Evangelio respecto a la de los otros tres Evangelistas, procede del objeto y fin especiales que tuvo San Jn diversos de los de sus antecesores, en la exposición de su Evangelio, conforme por otra parte con el de éstos en el fin general de dar a conocer los hechos y la doctrina de Cristo, y asimismo proviene de la parte de enseñanza de Jesucristo, a cuya exposición se consagró más particularmente San Jn y de las varias circunstancias particulares que concurrían en este Apóstol. Sabido es que San Juan se fijó especialmente en exponer en su Evangelio la parte sacramental y dogmática de la revelación de Cristo; quiso contestar a Cerinto y a otros herejes que preludiaban los errores del gnosticismo. Sus predecesores habían considerado al hombre Dios en su vida en el mundo: San Jn semejante al águila que le sirve de emblema, se elevó hasta los cielos para escribirnos el origen eterno del Verbo divino. Los Evangelistas San Mateo, San Marcos y San Lc se circunscriben principalmente al cuadro de la predicación de Jesucristo en Galilea. San Juan se fija sobre todo en trazar la enseñanza de Jesucristo en Jerusalén, y en la Judea, en el templo y entre los doctores de la ley. Escena, auditorio, interlocutores, todo difiere con frecuencia respecto de los unos y del otro; no es pues de extrañar que ocasionen algunas diferencias en el discurso y en el estilo, materias y situaciones distintas.

Además, San al escribir su Evangelio, cuando se hallaban divulgados por todas partes los Evangelios sinópticos, y cuando en su consecuencia, debía suponerse que eran conocidos por todos, juzgó más expedito omitir cuanto era menos apropiado a su objeto en su Evangelio, el cual atendido a dicho fin, a la parte de enseñanza que abrazaba, a la variedad de los tiempos, lugares y opiniones, y a los errores a que quería oponerlo, no podía menos de diferir en algo (aunque enteramente conforme en la doctrina) de los demás evangelios sinópticos; de presentar algunos vacíos respecto de los hechos que por ser ya conocidos, no creyó necesario recordar y de comprender algunos otros hechos particulares, los cuales no puede decirse que los omitieran inconvenientemente los sinópticos, porque los recordase oportunamente San Jn quien lo hizo así, por el efecto que producían, o por la luz que proyectaban sobre el carácter de Cristo o por los discursos a que dieron ocasión al Señor; los cuales resaltan y campean en este Evangelio con gran naturalidad, o si se descubre algún arte, es divino. Así pues, era natural que tuviese el Evangelio de San Juan un carácter más apologético y probativo, y menos impersonal que el de los sinópticos.

Los discursos inéditos que expone San Jn no son incompatibles con los que recuerda San Mateo, ni se excluyen unos y otros recíprocamente, siendo todos ellos genuinos. Tales son por ejemplo, los que tuvo Jesucristo en sus largas conversaciones con sus Apóstoles después de su resurrección, los de Jesús con su dulcísima Madre, la cual acostumbrada a atesorar en su corazón cuanto de él oía, pudo comunicarlo a San Juan. No debe olvidarse que San Juan fue el Apóstol más querido del divino Maestro, el hábito meditativo de San Juan con que se había connaturalizado y vigorizado en su larga permanencia con la Santísima Virgen y la edad mucho más avanzada a que llegó y en que escribió, circunstancias y disposiciones todas que debieron influir en la manera sublime de exponer aquel Apóstol su Evangelio. Que sea San Juan fiel intérprete y no inventor de los diálogos que refiere, se manifiesta por la incomparable viveza y naturalidad que en ellos se advierte, por la inimitable espontaneidad con que se rompe y reanuda el hilo del discurso, y por la claridad que se revela en algunas palabras de doble o escondido sentido de Cristo, y de algunas parábolas que se hallan expuestas en los otros Evangelistas más oscuramente (Cf. Jn 4,10; 7,37; 5,26; 10,1-16; 15,1; con Mt 20,1; 21,28,33; Mc 12,1; Lc 20,9), en las cuales no tan solo se advierten las mismas sentencias y argumentos de origen común, sino que siendo idénticas en el concepto y en la forma, se hallan desarrolladas por San Juan con la sublimidad propia de aquel a quien era concedido oír los misterios del reino del cielo y las cosas que estaban ocultas a los prudentes y a los sabios. Y especialmente es de notar sobre este punto aquel coloquio supremo en que después de haberse dado Jesucristo, todo él mismo a sus fieles y amados discípulos, estando para partir y despedirse de ellos, y prepararles el lugar de un nuevo reino, le descubrió, de aquellos arcanos, cuanto comprender podía (Ioh 14,2 y siguientes). Coloquio tan patético y sublime, lleno de tierno afecto y de tan dulce melancolía, cual correspondía al discípulo predilecto que reclinaba su cabeza en el pecho del Maestro, y oía los latidos de aquel su corazón en que se contenía tan elevada doctrina y tan profundo amor. (V. la obra citada de G. Ghiringuello, pág. 192-208. V. también la nota que insertarnos al fin de este § 23.) (N. de T.)

120 Vida de Jesús, Introd. pág. XXXIV. A propósito de la extraña aserción relativa al estilo de San Jn desconocido de los Sinópticos, permítasenos citar, para concluir de una vez, la sangrienta respuesta infligida al novador por el abate Freppel. «Es imposible usar tono más resuelto, y aún añadiré, engañar al lector más osadamente. Si el autor que ha tenido tiempo de abrir una concordancia para atribuirse el fácil mérito de decir que la palabra: Hijo del hombre, se encuentra ochenta y tres veces en los Evangelios (Vida de Jesús, pág. 138); si hubiera juzgado a propósito este profundo calculador, repito, hacer el mismo trabajo respecto de las palabras que cita, hubiera visto, que se halla cada una de ellas muchas veces en los tres primeros Evangelios, y esto en el mismo sentido que en el de San Juan; que particularmente la palabra Tinieblas, tomada en sentido moral, se emplea doce veces por los sinópticos, y solamente siete por San Juan. He aquí, pues, cómo no tienen aquellos la menor idea de la lengua de que se sirve éste. Para tener derecho de afirmar, es preciso saber: y cuando se sabe, no es permitido disimular la verdad.» (Freppel, Examen crítico de la Vida de Jesús,5.ª edic. pág. 30 y 31) (N. de A.) Y en efecto, el uso de las voces mundo, tinieblas y luz en sentido metafórico espiritual y moral, se encuentra en Jesucristo hablando de sí mismo; San Jn 8,12; yo soy la luz del mundo, y de los Apóstoles, Mt 5,14; vosotros sois la luz del mundo. Cf. Lc 12,30; «porque el buscar todas estas cosas lo hacen las gentes del mundo.» Cf. Rm 2,19; 1 Cor 2,12; 3,19; Iac 1,27; P 1,4. En cuanto a la palabra tinieblas, cotéjese San Jn 1,5; «la luz resplandece en las tinieblas, con Mt 4,16, «el pueblo que yacía en las tinieblas ha visto una gran luz.» Lc 1,79. Cf. también con Mt 6,23. Lc 11,34-35; Lc 22,53; Rm 2,19; 13,12;1Co 4,5; II Cor. 6,14; Ep 5,8, II; 6,12; Col 2,13; I Thess 5,4,5; I P. 2,9. Lo mismo debe decirse de las palabras verdad y vida que se apropia Cristo como la resurrección y la vida (Jn 11,25; 14,6), esto es, como revelador de la una y autor de la otra; por lo cual dice San Jn que está lleno de gracia y de verdad (I,14 coll. 17), y con este nombre califica Cristo su propia doctrina, que es la del Padre y del Espíritu Santo (VIII,40, coll. 7,16,17; 16,13-15; 18,17), y los Fariseos llamaron verídico al mismo Jesús, y su enseñanza, conforme a la verdad, según dicen los sinópticos. (Mt 22,6; Mc 12,14; Lc 20,21), y según San Pablo (Ep 1,13; II Tim. 2,15); y Santiago (I,18) llama palabra de verdad el Evangelio. San Pablo dice que la verdad se encuentra en Jesús, como en su sede (Ep 4,21). Respecto de la palabra vida, nada más frecuente en los sinópticos que llamar con este nombre, no la vida presente y temporal, sino la futura y eterna (Mt 19,16,29; 25,46, y en otros pasajes semejantes; y vida que conduce a la verdad la observancia de los mandamientos (Ivi,7,14, coll. 19,16-17), que ya David llamaba senderos de la vida (Ps. 16,11, según los LXX) al decir lo que debe hacerse para alcanzarla; pasaje que alega San Pedro en los Actos (Ac 2,28), donde el ángel que libertó a San Pedro y a San Jn dice que prediquen en el Templo la palabra de esta vida, es decir, el Evangelio, nuncio de nueva vida, por lo que, llamó Pedro propiamente a Cristo el principio (esto es, el autor) de la vida (Ivi,3,15); porque tenemos que salvarnos en su vida (Rm V. 10); y por eso llama San Pablo a Cristo vida nuestra (Coloss. 3,4). V. Ghiringhello; op. cit. pág. 381, nota 2.ª). El lenguaje de San Jn es sin duda alguna el mismo lenguaje que el de los sinópticos. ¿Qué es de admirar, remontándose este lenguaje a Is siendo el lenguaje de los profetas y de los salmos y constituyendo la eterna y divina poesía depositada en el pueblo de Dios? Véase la obra del padre Gratry, titulada: Jesucristo; respuesta a M. Renan:1865. (N. del T.)

121 Por mucho que nos remontemos a la antigüedad, están unánimes los autores sobre la autenticidad y el origen apostólico de nuestros Evangelios.

Hállanse éstos citados por San Ireneo y por Clemente de Alejandría (a fines del siglo segundo); se nombran también en varios pasajes de las obras de San Justino mártir (hacia el año 150); alúdese a ellos en las epístolas de San Ignacio, de San Policarpo, de San Clemente de Roma; en el Pastor de Hermas; en la epístola de Barnabas (a fines del primer siglo). Y sus alusiones deben referirse a los libros citados por San Ireneo y por Clemente de Alejandría, porque estos dos Padres los dan como siendo recibidos de todos, y calificados por la veneración de los fieles en igual clase que la ley y los Profetas. Libros tan universalmente recibidos entonces, no pueden haberse formado por decirlo así, en la víspera, y además, los que los refieren a los Apóstoles o a los discípulos de los Apóstoles conocieron a estos discípulos. San Ireneo había oído a San Policarpo, discípulo de San Juan. ¿Cómo había de atribuir, pues, a San Juan un evangelio que hubiese ignorado San Policarpo? y respecto de los otros tres, ¿cómo se había de haber hecho admitir a los discípulos de San Jn evangelios dados como anteriores a su maestro y que San Juan no hubiera reconocido?

Pero no es solamente la Iglesia la que testifica sobre la autenticidad de los Evangelios; también tienen testigos a su favor fuera de ella. Nombremos, entre los principales, a Cerinto (a fines del siglo primero) que, negando la inspiración de San Pablo, aprobaba, al menos en parte, el Evangelio de San Mateo; a los Nazarenos y los Ebionitas, que se servían del Evangelio según los He eos, derivado de San Mateo, como se puede ver aún; a Basílides, que buscaba un fundamento a su sistema en el Evangelio de San Juan; a Marción que había imitado para apropiárselo, el Evangelio de San Lucas; finalmente a Taciano, que reunió en uno solo los cuatro Evangelios con el título de Diatessaron (Evangelio según los cuatro). Y los mismos paganos dieron testimonio a favor de nuestros textos sagrados. Celso (a mediados del siglo segundo) compuso un libro que tituló Discurso verdadero, donde presentaba a un judío disputando contra Jesús, y ¿en dónde toma el fondo de sus objeciones? En las mismas palabras de nuestros evangelios. «De tal suerte, decía con el placer de quien cree triunfar, que vosotros os degolláis con vuestras propias manos (Origen. C. Cels 2,74).» Para que pudiera hablar así, con tal seguridad; para que pudiese lisonjearse de abrumar a los cristianos con los mismos libros de los discípulos de Jesucristo, era pues preciso, no solamente que creyese en el origen de estos libros, sino que fuese este origen entonces indudable y que no se tuviera el recurso de declinar sus objeciones, rechazando aquel origen. Nótese, pues bien, que las cosas que ataca son precisamente aquellas en que se halla lo maravilloso íntimamente ligado a los hechos; aquellas en que habría más necesidad de recurrir al mito para librarse del milagro; la Encarnación, la venida de los Magos, la huida a Egipto, el bautismo, la curación de los enfermos, la resurrección. Todas estas cosas se hallaban consignadas por escrito, tales como las leemos en tiempo de Celso, es decir, a mediados del siglo segundo, y contenidas en libros que él mismo refería a los discípulos de Jesús, y cuya novedad nadie tenía los medios ni la idea de señalar. Esto es bastante para que en razón de este solo argumento, haya derecho para consignar, que no han podido ser supuestos los Evangelios, no ya solamente a fines, sino ni aun a principios del segundo siglo; y así, el testimonio de los paganos viene a sancionar los testimonios tomados de los herejes así como los de los primeros Padres.

Pero el examen de los libros mismos viene en apoyo de estas inducciones, y en la relativo al tiempo las hace verdaderamente superfluas. El lenguaje, el estilo, todo el conjunto de la composición prueban que nuestros libros son del primer siglo, y que los tres primeros fueron muy anteriores al cuarto. ¿Dónde encontrar en el segundo siglo, en la literatura sagrada nada que se les parezca?

La evidencia es tal, que la escuela de Tubinga, que por razones de sistema, quiso hacer retroceder por lo menos hasta mediados del siglo segundo, el Evangelio de San Jn ha sido puesta en el banquillo de la crítica, y Strauss que había fundado en esta fecha todo su sistema, ha recibido últimamente el golpe de gracia.

Según, pues, las opiniones más recientes, así como la tradición, los Evangelios son de los tiempos apostólicos. ¿Son también de los autores a quienes se han atribuido constantemente? Nuestros críticos no niegan casi ya el fondo de la tradición. M. Reville demuestra cuán natural es que entre todos los Apóstoles, San Mateo, publicano, y por este título algo entendido en letras, pensara en escribir la Buena Nueva (Estud. crític. sobre San Mateo, p. 109). M. Renan reconoce entre los documentos originarios de la vida de Nuestro Señor, «los discursos de Jesús, recogidos por el Apóstol Mateo (Vida de Jesús, pág. XXI).» El mismo M. Reville consigna y aprueba lo que refiere Papías conforme al sacerdote Jn discípulo del Señor, de que Marcos intérprete de Pedro, escribió exactamente, pero no en su orden, todo lo que refería Pedro de las cosas que dijo o hizo Jesucristo (op. cit pág. 148); y M. Renan acepta el texto de Papías con las consecuencias de M. Reville. «Los pormenores materiales, dice, tienen en Marcos una claridad que en vano se buscaría en los demás evangelistas. Está lleno de observaciones minuciosas que provienen sin duda ninguna de un testigo ocular. Nada se opone a que este testigo evidentemente ocular, que había seguido a Jesús, que le había hablado y contemplado de muy cerca, que había conservado una viva imagen suya, sea el mismo Apóstol Pedro, como quiere Papías (op. cit pag. 38).» Respecto de San Lc tenemos su propio testimonio que ha sido recibido por todo el mundo. «En cuanto a San Lc dice M. Renan, no es casi posible la duda. El Evangelio de Lucas es una composición ordenada, fundada en documentos anteriores. Es la obra de un hombre que escoge, compendia y combina. El autor de este evangelio es ciertamente el mismo que el de los Actos de los Apóstoles; y el autor de los Actos es un compañero de San Pablo, título que conviene perfectamente a Lucas (op. cit pág. 17).» Respecto del Evangelio de San Jn ha sido reconocido como auténtico, en el mismo lugar donde vivió y murió su autor, no solo por sus contemporáneos y por sus compañeros, como lo indican las alusiones que hacen a él San Pedro (II, P 1,14 coll loah 21,18-19, S. Ignacio, ef. ad Ep V, cum Ioh XVII. 21), etc sino por los extraños aun adversarios suyos, como los herejes judaizantes y los Marcionitas, Gnósticos, Basilidianos, Valentinianos y Montanistas (Cf. Schwegler, Montanismus § 146; Origen. De principiis, lib. 2, c. 4, núm. 3; Zeller, Theolog. Jahrbb,13,634; Tertull De carne Christi; c. 2, adv Marción,4,4; Valentín Philosophumena 7,22; cum Ioh 1,9; San Iren adv haer. 3,12,7), y aun por los mismos que dudaban de otros escritos de dicho autor; prueba evidente de que este evangelio no puede ser obra de ninguna opinión, escuela o secta particular, y que nadie lo hubiera aceptado, no ya siendo supuesto, sino aun cuando sólo hubiera sido dudosa su autenticidad.

Si hay entre los cuatro Evangelios canónicos alguno que hubiera debido al parecer disipar toda sospecha de falsificación o de impostura, dice el abate Freppel, en su Examen de la Vida de Jesús por Renan, es el de San Jn porque, o no se revela en ninguna parte el Salvador del mundo, o se halla en esas páginas que retratan su fisonomía con un acento de verdad inimitable. Así es que, desde la oscura secta de los Alogos hasta la pretendida reforma, nadie se había atrevido a emitir una duda sobre la autenticidad de esta obra. Cuando en 1820 las Probabilia de Bretsneider vinieron a poner en cuestión lo que consideraban la fe y la ciencia como punto incontestable, se levantó un grito de reprobación contra el escritor de Gotha. El mismo autor de este escándalo reconoció que había avanzado a la ligera. No hubo nadie, hasta el doctor Wete, tan temerario en materia de crítica, que no se creyese obligado a protestar contra una tesis insostenible. Es verdad que Strauss, y después de él la escuela racionalista de Tubinga, y a su cabeza Baur y Selweigler reprodujeron por su cuenta las proposiciones de Bretsneider; pero Strauss daba tan poco valor a estas futilidades, que se servía de ellas o las sacrificaba una a una, según convenía a su objeto. En resumen, si el ataque del racionalismo alemán contra nuestros libros sagrados ha tenido un resultado sólido, claro y generalmente reconocido, es el de haber puesto al Evangelio de San Jn para lo sucesivo, fuera de todo ataque.

En efecto, el mismo Bretsneider al ver lo mal parado que había quedado en sus dudas, expuestas en su Probabilia de Evangelii et Epistolarum Joannis Apostoli indole et origine, publicada en Lipsia en 1822, declaró en el prefacio de la 2.ª edición de su Dommatica, y en otras partes que habían sido fingidas y simuladas sus dudas reducidas a meras preguntas que publicó con la intención de procurar una demostración más sólida y profunda de la autenticidad del Evangelio de San Jn y haber quedado satisfecho realizando su pensamiento.

Strauss confesó que había dudado de sus propias dudas, en su prólogo a la tercera edición de la Vida de Jesús (Leben Jesu 1838). Credner, Schlesermacher y Lucke, en su Commentar ub das Evang. des Ioh segunda edición, Bonn,1840,1843, y Wette en su 5.ª edición de su Einleitung in das N. T. se separaron poco a poco de su opinión contra la autenticidad de dicho Evangelio, y Reuss, Die Geschichte der heilig Schriften N. T reconoció que si no era demostrable esta autenticidad rigurosamente, podía admitirse por el crítico más severo como muy posible, cuyas confesiones y vacilaciones, supuesta la subsistencia de las hipótesis contrarias, vienen a ser una patente demostración de aquella autenticidad. Finalmente, el mismo M. Renan, el émulo de los Socinianos, a pesar de exhalar su mal humor contra este admirable Evangelio, que según se complacía en decir el sabio Herder, fue escrito por mano de un ángel, fundando sus dudas sobre su autenticidad en algunas omisiones y diferencias en el tono y estilo de algunos pasajes que advierte en él, respecto de los otros tres Evangelios, de lo que más adelante nos haremos cargo, se halla tan convencido de que es de San Juan este Evangelio, que encuentra pruebas de ello, aun en el carácter del mismo, en los pequeños pormenores que da el Evangelista, y aún encuentra pruebas donde nadie había imaginado buscarlas, en las particularidades o ideas especiales que revelan la personalidad del hombre; en sus celos, que supone M. Renan, respecto de San Pedro; en su continua atención en recordar que es el último que sobrevive de los testigos oculares, y en el placer que tiene en referir circunstancias que él solo podía saber (Vida de Jesús, pág. 28).

Por último, dice respecto de los cuatro Evangelios M. Renan. «En suma, admito como auténticos los cuatro Evangelios canónicos. Todos, a mi juicio, se remontan al primer siglo y son aproximadamente o casi de los autores a quienes se atribuyen (op. cit pág. 28).» «Este casi o aproximadamente es original en verdad. Un hijo es de un padre o no lo es. «Como si pudiera haber en este punto aproximadamente» dice M. Havet murmurando (Jesús en la historia, pág. 47).

Este aproximadamente se refiere a las refundiciones que suponen los nuevos incrédulos haberse hecho de los Evangelios y sobre lo que ya hemos expuesto lo conveniente.

Y en efecto, los cuatro Evangelios canónicos, tales como los conocemos en el día, son de los Evangelistas San Mateo, San Mc San Lucas y San Juan.

San Mateo, según el testimonio de Eusebio (H. E. 3,24), estando para partir de Palestina a predicar el Evangelio en otras regiones, dejó escrito en su patrio dialecto su Evangelio a los He eos, para que supliera la falta de su presencia.

Así San Juan Crisóstomo dice haberlo verificado a instancia de los He eos convertidos, los cuales deseaban que dejase por escrito cuanto había predicado de viva voz. Igualmente, no sólo está unánime la tradición en reconocer en el Evangelio de San Marcos la predicación oral de Pedro (Euseb Hist. Eccl v. 8; 6,25; Iren. ad Haer 3,1,1; Tertul Cont. Mc 4,2,5), sino que atribuye su origen y ocasión a las muchas instancias que hacían los Romanos a Mc deseosos de tener por escrito un recuerdo de la enseñanza verbal de Pedro. Así lo dice San Clemente de Alejandría según Eusebio (Hist. Eccl 2,15; coll. 6,14), y lo confirma San Gerónimo (Ad Hedib 25), asegurando el mismo San Marcos no haber tenido al escribirlo otra norma que la tradición de aquellos que siendo testigos de vista en un principio, llegaron a ser después ministros de la palabra, esto es, de la predicación evangélica.

Respecto del Evangelio de San Lc según San Ireneo, el gran testigo de los primeros días, «Lc el auxiliar o compañero de San Pablo, trasmitió por escrito el evangelio que predicó su maestro.» Así nos lo asegura Eusebio en su Historia, garantizando su exactitud, el cual dice también en su obra contra los herejes, que en vez de retener San Lucas en un celoso silencio lo que había aprendido de los Apóstoles, lo trasmitió a los fieles (Euseb Hist. Eccl lib. 5, cap. 8; Iren Adv. Haeres, lib. 3, cap. 14). San Gerónimo en su libro sobre los hombres ilustres, anuncia vigorosamente el mismo hecho. El mismo San Pablo, en su carta a Pilemón, llama a San Lucas su auxiliar y compañero (Phil 24); y cuando escribe de Roma a Timoteo, dice: «Lucas está solo conmigo (Tim 4,11), y lo recomienda a los Corintios (VIII,18) como un hombre que se ha hecho célebre por el Evangelio en todas las Iglesias.

Respecto de San Jn fue rogado también, no sólo por sus familiares y discípulos, sino por casi todo el episcopado del Asia Menor, para que, a ejemplo de los demás, dejase a su memoria su predicación oral; sabiendo bien ellos cuán a propósito sería, no sólo para confirmar, aclarar y completar la exposición evangélica de los sinópticos, sino todavía más oportuno para precaver a los fieles contra los errores que se iban ya insinuando relativamente a la divina persona del Verbo y a la realidad de sus dos naturalezas, a la necesidad y a la eficacia de la Redención y a las condiciones requeridas para merecerla y entrar a participar del reino de Dios: por lo cual él de buen grado, no sin haber invocado antes la luz divina, accedió a sus solícitas instancias.

Además, y en general con solo leer los evangelios se advierte, que sus autores exponen con toda seguridad lo que vieron, lo que oyeron, y lo que tocaron sus manos (San Jn 1,1); apelan sobre ello al testimonio de sus contemporáneos (Ac 2,22; 10,37,38); refieren los acontecimientos más maravillosos con una sencillez y naturalidad que convence, y no disimulan ni aún sus propias faltas. Así mismo, lo que predican, lo sostienen ante los magistrados, en las cárceles, encadenados, en medio de los más crueles tormentos, y lo sellan con su sangre. Distantes unos de otros, dispersos en las diversas partes del mundo, emplean siempre un mismo lenguaje, sin desconcertarse sin desmentirse. Escribiendo en diversas épocas y en distintos lugares, se hallan acordes sobre los mismos hechos, y su diferente modo de escribir, así como sus variantes, bien lejos de debilitar su testimonio, por el contrario, lo confirman, como dice San Crisóstomo (In Mt proem t. 7, p,6), disipando hasta la menor sospecha de un plan concertado.

Y en efecto, no hay duda que todos los Evangelistas convienen en un mismo pensamiento de hacer un resumen histórico didáctico del ministerio público de Cristo y que ninguno subordinó el concepto común, a un fin peculiar dogmático y polémico. Pero no obstante, cada cual dio a su exposición o relato una dirección especial apropiada a la idea u objeto particular que se propuso hacer resaltar en su Evangelio con arreglo a las necesidades de la época y a la condición de los lectores a que iba próximamente dirigido; lo cual se revela en algunos toques más marcados, así como en el tono general de la exposición, según vamos a exponer.

Cada uno de los cuatro Evangelistas ha tenido un pensamiento fundamental al considerar la persona y la obra del Salvador, y se ha colocado en un punto de vista para contar su historia, dice el sabio Riggembach en su Historia de Jesucristo, lección 111.

Así, el intento o idea especial de San Mateo, es mostrar ante todo a los israelitas la venida del Mesías prometido; ostentar en el retrato de Jesús los rasgos del Mesías. San Marcos nos muestra al Hijo de Dios poderoso en obras.

San Lc en su cualidad de historiador, asciende a las fuentes, busca sobre todo las huellas que manifiestan desde un principio cómo el Salvador de Israel pertenece también al mundo entero, cómo trae la salvación a todos los pecadores, y de qué modo esta salvación, en el hecho de rechazarla los Judíos, se difunde sobre los gentiles. San Juan se fijó especialmente en la parte sacramental y dogmática de la revelación de Cristo según hemos dicho y se elevó hasta los cielos para escribirnos el origen del Verbo divino.

Este objeto o idea especial de San Mateo, aparece en los frecuentes cotejos que hace de la profecía con los acontecimientos respectivos; y mas cuando algunos de ellos eran o podían ser mal interpretados (Cf. Matt, J,22 y siguientes; 2,5,6,15,18,23; 3,1-3; 4,14-16; 11,5-10; 12,18; 13,34-35; 21,4-5,16,42; 22,43-44; 26,31-56; 27,9-10,35,40-43,46-49). Lo que caracteriza, pues, el Evangelio de Mateo, y cuadra mucho mejor a su propósito, mal se avendría con el Evangelio de Marcos y de Lc y cuando era muy diverso su auditorio, Romano o Asiático, Judío, Helenístico o gentil, del de Palestina, por lo que los rasgos prominentes del primero deben señalarse menos en los segundos, apareciendo otros diferentes, con lo que resulta cierta novedad de colorido, propia del objeto especial de cada uno. Así ésta se nota menos en Mc atendida su franca y pura brevilocuencia, y aparece más en Lucas por dar éste mayor realce a la vocación de los gentiles, a la catolicidad del cristianismo (Cf. Lc 3,34; Mt 1,1; Lc 2,31-32,4,25-27), a la eficacia de la fe, del amor, del arrepentimiento para obtener el perdón (Cf. Lc 7,36-50; 15,11-30; 17,11-19; 19,1-10), que no al carácter mesiánico de Jesús y a la observancia ritual de la ley. Manifiéstase sin embargo, la identidad de la doctrina, a pesar de la diversa manera de exponerla, respecto de San Lucas comparativamente con San Mateo, en las alusiones que hace el primero (Cf. Lc 1,6,32-33,54-55,59,62,68,79; 2,21,24,34,41-42; 10,26-28; 16,17,29,31; 18,19,20; 12,30) con el modo de que se vale el segundo en muchos pasajes sobre la vocación de los gentiles, el repudio, la cesación y abrogación de los ritos figurativos (Cf. Mt 2,1-2; 8,11-12; 9,16-17; 21,33-44; 22,1-14; 24,14 y siguientes; 28,19). San Juan nos expone claramente su principal objeto con estas palabras que se hallan al fin de su libro: «Jesús hizo también en presencia de los discípulos otros muchos milagros que no se han escrito en este libro. Pero estas cosas han sido escritas a fin de que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y que creyéndolo así, recibáis la vida en su nombre (XX,30-31). De esta declaración se deduce también según hacen San Ireneo, San Clemente de Alejandría, Eusebio, San Gerónimo, y San Epifanio, y modernamente Ritschs, que San Juan se propuso completar las narraciones de los demás Evangelistas, reproduciendo toda una serie de acciones y de discursos del Señor que estos habían omitido, y omitiendo mencionar la mayor parte de los hechos y de los discursos referidos ya por San Mateo, San Marcos y San Lucas. Reconócese todavía mejor que este fue su objeto, comparando su Evangelio con los demás, considerado en su pensamiento fundamental y en su conjunto. San Mateo había probado por medio de las profecías que Jesús era el Mesías prometido a Israel. San Juan quiere ir más al fondo y elevar más alto las miradas de los creyentes. Quiere convencerles de que Jesús es el Mesías porque es el Hijo eterno del Dios eterno. Y esto es lo que prueba no solo con la palabra profética realizada y consumada en Jesucristo, sino más aún con el testimonio que se rinde Jesús a sí mismo. No hay duda que según ya hemos dicho, tienen presente esta verdad los otros tres Evangelistas, pero ninguno de ellos manifiesta como San Juan la eterna gloria del Hijo de Dios y la vida que de él emana y se difunde sobre todos los creyentes. Pintarnos de esta suerte la persona del Salvador, quitar el velo del santuario interior, mostrándonos al lado de las obras de Jesús la esencia de la persona que las operó, es en verdad completar los tres primeros Evangelios por medio del cuarto que es particularmente el Evangelio espiritual.

Así, pues, los Evangelistas nos anuncian al Señor cada cual a su manera, pues no era posible que bastara uno solo para manifestar la plenitud divina de la vida del Salvador; mas a pesar de esto, todos están concordes en los hechos y en la doctrina.

La gloria del Hijo de Dios había sido anunciada del modo más sencillo por San Mc refiriendo sus obras, pues de esta suerte era como debía procederse para causar una impresión profunda en los que oían estas cosas por primera vez. San Mateo había probado al pueblo de Israel que Jesús era el Cristo anunciado hacía tiempo por los profetas; San Lucas le había mostrado como el Salvador del mundo entero; San Juan quitó el velo del santuario, escribiendo, no para los principiantes o novicios, respecto de los cuales era preciso que sirvieran de primer fundamento los otros Evangelios, sino para la Iglesia ya formada, para fortificar su fe y completar su enseñanza y conocimiento.

A los que habían llegado a la fe, hizo conocer como fondo de la verdad, que este Hijo de Dios, este Mesías prometido, este Salvador del mundo, vino del seno del Padre a traer la vida al mundo entero y regenerarlo con su luz.

He aquí los cuatro Evangelios, cuatro radios que emanan de un mismo foco de luz; cuatro espejos que reflejan la misma vida; cuatro dones del mismo Espíritu; cuatro querubines que ostentan la gloria del Señor (V. la Vida de Nuestro Señor Jesucristo de M. Wallon, introd.; la Vida de Jesús, de G. Ghiringhello, pág. 180-208; la Historia de Nuestro Señor Jesucristo, de Riggenbach, lección III; el Examen de la Vida de Jesús, de M. Renan, del abate Freppel, y la Historia de Nuestro Señor Jesucristo y su siglo, del conde de Stolberg, introd.) (N. del T.)

122 Martirol. rom. 22, Februar. Cf. Irenaei, Adversus haereses, lib. 5, cap. XXXIII.

123 Photii, Myriobiblon, Cod. CCXXXII; Patrol. graec. tom. CIII, col. 1104.

124 En un artículo titulado: Vidas de los Santos (Diario de los Debates,8 de setiembre de 1854), se expresaba así el crítico que acababa de leer los Bollandistas: «En los momentos de tedio y abatimiento, cuando el alma lastimada por la vulgaridad del mundo moderno, busca en lo pasado la nobleza que no encuentra en lo presente, nada iguala a la Vida de los Santos.» (Cf. L. Veuillot, Misceláneas religiosas, etc 2.ª serie. tomo 2, página 232,247).

125 Bolland. Februar tom. 3, pág. 287.

126 Bolland. loc. citat.

127 La importancia del libro titulado: Vida de Jesús, dice M. Ewald, es tan limitada, que no encuentro interés en señalar sus errores particulares. El autor ignora la historia verdadera del pueblo de Israel, durante los dos mil años que precedieron a la venida Jesucristo; y aunque ha tenido los medios más expeditos de apreciar esta historia en todas sus partes, no se ha tomado la pena de adquirir un conocimiento suficiente de ella, parcial o total. No obstante, es imposible tener una idea exacta de Jesucristo, sin el estudio previo del Antiguo Testamento, puesto que es el Mesías ta flor, mas aún, el fruto por excelencia de la vegetación histórica que le precedió. (Artículo de M. Ewald, sobre la Vida de Jesús, publicado en el Cottinsgische gelehrte Anzeigen; 31 Stuck. (Véase la Vida de Jesús y la Crítica alemana, por M. Meignan, Vic. gen. de París.

128 Rm cap. 3,2.

129 Irenaei Advers. haeres. Procemium, Proaemium, Patrol graec. tomo 7, col 437.

130 Clemen. Alexandrin. Cohortatio ad Gentes, Patrol. graec. (tom. 8, col. 224.).

131 Clement. Alex. Stromat, lib. 2, cap. X; Patrol. graec tom. 8, col. 984.

132 Origen. in Mt vers. 19; Fragmentum ex Philocalia Patrol, graec tom.XIII, col. 839.

133 Logoi kuriakoi en el original (N. del E.).

134 Estos logia o discursos del Señor, tienen además por equivalente en el mismo pasaje de San Papías, «las cosas dichas o hechas por Jesucristo (Euseb Hist. Eccles 3,40 (39).» Al designar, pues, Papías de esta suerte la obra de San Mateo, entiende que coleccionó los actos y los discursos. Así M.Miguel Nicolás ha declarado que por su parte le parece convenir perfectamente las expresiones de Papías a los Evangelios de San Mateo y de San Mc tales como los conocemos en el día. Por otra parte una observación debe atajar toda esta polémica; imagínese lo que se quiera de los logia de San Mateo, hay un hecho cierto e indudable, como reconoce M. Reville, y es, que esta pretendida refundición de San Mateo, existía en tiempo de Papías. Si no son, pues, los logia precisamente este evangelio, explíquese cómo es que no menciona Papías este Evangelio que se creía ser de San Mateo. Esta cuestión ha sido propuesta por M. Miguel Nicolás a M. Reville, quien todavía no ha contestado a ella. El San Mateo de Papías, es pues, nuestro San Mateo, y lo que se dice de los logia se aplica a nuestro evangelio actual. (V. M. Wallon. Introducción a la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, página 62.) (N. del T.)

135 Clement. Alejandrin Cohortatio ad Gentes, cap. X; Patrolog. graec tom. VIII col. 228.

136 A pesar de la grande erudición que demuestra aquí M. Darras, creemos oportuno ilustrar mayormente este importante pasaje, con los preciosos datos que expone sobre el mismo, el sabio profesor de sagrada Escritura G. Ghiringhelo, en la obra ya citada. La significación dice, que da M. Renan a la palabra logia, limitándola a sólo las sentencias, dichos o discursos con exclusión de los hechos y de cualquiera exposición histórica, fue iniciada por Schleiermacher, habiendo sido acogida favorablemente, como era de preveerse por los racionalistas, entre otros Schneckemburger, Lachmann, Weisse, Reuss, Wieseler, Banmgarten Crusius, Meyer, Holtzmann, si bien halló opositores aun entre éstos, como De Wette, Einl, §. 97,6; Strauss, Vie de Jesus, edit. Littré Introd § 22, p. 70-71; Baur, Kritische Untersuchungen über die Kanon Evangel § 580, ff. y Bleeck, Einl. in das N. T. S. 93-94, los cuales fueron bastante perspicaces e imparciales para reconocer, que tal interpretación no tiene fundamento alguno ni en el uso, ni en el tenor del pasaje de Papías citado, ni en el contexto del Evangelio de San Mateo. Reville, que en su obra intitulada Etudes critiques sur l'Evangile selon San Matthieu; Leída,1862, cap. 2, pág. 43-67, obra premiada por la Sociedad Asiática para la defensa de la religión cristiana, después que trata de demostrar que el actual Evangelio de San Mateo, no es idéntico a la colección que hizo de los oráculos y sentencias de Cristo, recordada por Papías, tiene la ingenuidad de confesar que se inclinaba a creer ser inaplicable a nuestro primer Evangelio la hipótesis de una colección primitiva de simples discursos (logia). No tiene fundamento aquella interpretación en el uso, ya sea bíblico, ya patrístico, puesto que se halla usada la palabra logia por los escritores del Nuevo Testamento en el significado general de una colección de oráculos, esto es, de revelaciones, cualquiera que fuese la forma con que se hicieran, y de aquí, el usarla también respecto de la enseñanza divina en general (He 5,12. ta/ stoixei=a... = l/ tou= qeou [ta stoikei=a... l tou= qeon= en el original (N. del E.).], los elementos de la palabra de Dios, son los rudimentos de la doctrina cristiana (I, P. 4,11), lo/gia qeou= [logia deou= en el original (N. del E.).], son un hablar divino, esto es, una exposición de la palabra divina, (cf. Policarp. Ep. ad Philip c. VII), y por sinécdoque, se ha entendido la palabra logia por la Sagrada Escritura que contiene dicha enseñanza. (San Pab. a los Rom 3,1-2, dice, que fueron confiados a los hebreos los oráculos de Dios, esto es (según el padre Amat, las Escrituras divinas): e)pisteu/qhsan ta/ lo/gia tou= qeou= [etisteudhsauita logia tou= deou en el original (N. del E.).], es decir, el código de la revelación divina y de las promesas que fueron escritas para que se custodiaran y conservaran mejor; y también se usa aquella palabra como refiriéndose a una sola parte de dicha Escritura (Ac 7,38; lo/gia zw=nta [logia zwuta en el original (N. del E.).], la palabra viva, esto es, procediendo de la vida, que son los preceptos del Decálogo, y los demás que fueron promulgados en el Sinaí. Filou llama a los preceptos del Decálogo los diez oráculos ta/ de/ka lo/gia [ta deka logia en el original (N. del E.).]; pero adapta también la misma voz, De vita contemplativa,1,3, para significar la segunda de las tres clases en que dividieron los He eos la sagrada Escritura, leyes, profetas y hagiógrafos; subdividiendo la segunda, en profetas primeros, que comprenden los libros históricos, Josué, los Jueces, Samuel y Reyes, y en posteriores que son Is Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores, hablando de los Terapeutas,* dice, que en su oratorio no se introducían entre las leyes, los oráculos preferidos por los profetas, los himnos y lo restante del sagrado código: no/mouj kai/ lo/gia e)pisteu/qenta dia/ profhtw=n, kai/ u(/mnouj kai/ ta/ a)/lla [uomouj kai logia qetpisqeuta dia profhtw=n, xai umnouj kai ta alla en el original (N. del E.).]; fórmula que es la misma adoptada por Sirac en el prólogo del Eclesiástico; o( no/moj kai/ profh/tai kai/ ta/ a)/lla [ o/ uomoj ui profh)ai kaita a(/lla en el original (N. del E.).], Vulg. «lex et prophetae, coeteraque aliorum librorum;» así como por Cristo; Lc 24,44;o( no/moj, oi( profh/tai kai/ oi( ya/lmoi, la ley, los profetas y los salmos [ o uomoj, oi profh(ai kai oi falmou en el original (N. del E.).]. De donde se deduce ser manifiesto que en el lenguaje helenístico ta/ lo/gia [ta gogia en el original (N. del E.).] son los escritos inspirados aunque sean puramente históricos). Así han entendido la voz logia Justino (Dial. cum Thryph c. 18, y en la Epist. ad Zenan et Serenum hace sinónimas las dos voces ta/ lo/gia tou= swth=roj y eu)agge/lion [ta logi/a tou= swthroj y eu(/aggeli/ou en el original (N. del E.).]), Ireneo. Clemente de Alejandría, Orígenes y Eusebio (Dem. Evang 1,6;.Hist. eccl 6,22; De martyr. Palaestinae, c, XI), en el significado de escritura canónica y especialmente de Evangelios; no en otro sentido la usaron sucesivamente, los escritores eclesiásticos (Cf. Suiceri Thesau. Eccl tom. 2, pág. 248; Wetstenii, N. T tom. 2, pág. 36), entre los cuales llama Focio a los Evangelistas los oráculos dominicales ta/ kuriaka/ lo/gia [ta knraka pugia en el original (N. del E.).] (Photius, Bibliothecae cod. CCXXVIII); y hablando de San Efrem, patriarca de Antioquía, dice que los escritores de donde sacó la prueba del dogma de la Santísima Trinidad son el A. T los oráculos dominicales y las predicaciones apostólicas h( te diaqh/kh palaia/ kai/ ta/ lo/gia kuriaka/ kai/ ta/ a)postolika/ khru/gmata [h( te diadh/kh palaia kai ta logia kuri/aka kai ta/ a(/postoli(/ka khrugmata en el original (N. del E.).], esto es, respectodel N. T, los Evangelios y los Actos y Epístolas de los Apóstoles, incluso el Apocalipsis; fórmula análoga a aquella con que los Padres apostólicos y sus inmediatos sucesores acostumbraban indicar la colección completa de los escritos del Nuevo Testamento, llamándola el Evangelio, to/ eu)aggeli/on [to eu(/aggelion en el original (N. del E.).] o bien el Evangelio y el Apostolado, o los Apóstoles, o los escritores apostólicos, to/ eu)aggeli/on kai/ o( a)po/stoloj, oi( a)po/stoloi, ta/ a)postolika/ [to euaggelion kai/ o/ a/postoloj, oi upostoloi, ta a/postolika en el original (N. del E.).] V. Ignat. ad Philadelph c. V; ad Smyra c, VIII; Constit. Apost 2,59; Clement. Alex: Strom. VII. p. 757; Iren. Adv. Haer 1,3,6; Tertul Adv. Prax c. 15; De praescript haeret. c. 30; De baptismo, cap. 11,12; Contra Marcion 4,2; Auctor. Ep. ad Diogenet c. II. Con lo que se confirma el uso de la frase lo/gia kuriaka/ [loria kuriaka en el original (N. del E.).] como equivalente a la colección de los cuatro Evangelios canónicos). Dicha forma usada por Focio, es la misma que adopta Papías, tanto al designar con ella sus propios escritos, como al denominar la predicación de San Pedro y el Evangelio de San Mc queriendo con ella significar una exposición histórico-didáctica de la doctrina dominical, esto es, de la predicación evangélica. (Papías intituló su escrito Logi/wn kuriakw=n e)ch/ghsij [Logiwn kuriakw=n echghsij en el original (N. del E.).] , Exposición de los oráculos dominicales, esto es, de los discursos del Señor, proponiéndose hacer una exposición metódica y clara de cuanto recordaba haber aprendido de los ancianos, tanto relativamente a los discursos del Señor, como a los de los Apóstoles y discípulos. Pero no comprendía únicamente su libro los oráculos o discursos del Señor, sino las declaraciones y las tradiciones de los ancianos, y cuanto creyó conveniente recoger de la tradición oral; y así, no sólo los preceptos e)ntola/j [eftolaj en el original (N. del E.).] genuinos delSalvador, sino ciertas parábolas y doctrinas ce/naj te/ tinaj parabola/j tou= swth/roj kai/ didaska/liaj [cenaj te tinaj parabolaj tou= swthroj kai didaskaliaj en el original (N. del E.).] que se le atribuían falsamente; y datos históricos, leyendas y prodigios tomados de la misma fuente tradicional, y referidos, no ya en calidad de exégeta, a modo de dilucidación, como interpreta inexactamente Reville, sino en calidad de recopilador histórico, curioso y diligente, y como expositor del tesoro tradicional: tales son las noticias que da sobre la redacción de los Evangelios de Mateo y de Marcos; tales los dos prodigios que refiere de la hija de Filipo; tales también la fábula milenaria y los particulares de la muerte de Judas, distintos de los del Evangelio de San Mateo, lo cual justifica la opinión de Eusebio, respecto de la poca solidez de Papías, calificándole de smikro/j to/n nou=n [smikro/j to/n nou/n en el original (N. del E.).], de escaso talento, porque, solícito de beber en fuentes verdaderas, daba no obstante, fácil y entero crédito a cuanto se le refería por cualquier oyente de los ancianos, dejándose a veces alucinar de lo extraño y de lo maravilloso. Si pues, la Exposición de los oráculos del Señor comprendía igualmente los dichos y los hechos de los Apóstoles y de los Discípulos y las declaraciones de los ancianos, y era una colección o recapitulación de cuanto pudo recoger el autor en el vasto campo de la tradición oral, se comprende bien qué significación tan extensa atribuye Papías al vocablo lo/gia [logia en el original (N. del E.).], y cuan propiamente se adapta a ser sinónimo de Evangelio. En hecho, esta voz abrazó la exposición tanto oral como escrita de los discursos y de los hechos, como si dijéramos, los actos y las sentencias de Cristo. Mt 26,13; Mc 13,10; 14,9; 16,15; Ac 15,7, al. De aquí es que al hablar Papías de la enseñanza (didaskali/aj [didaskaliaj en el original (N. del E.).]) de Pedro, dice que éste acomodándola a la diversidad de circunstancias u ocurrencias (pro/j ta/j xrei/aj [ proj taj xreiaj en el original (N. del E.).]) no proponiéndose trazar una exposición coordinada de los discursos del Señor, no la pudo suministrar a Mc y éste fue el motivo por el cual no coloca Marcos por orden los dichos y hechos de Cristo h)/ lexqe/nta h)/ praxqe/nta [h/) lekqenta h)/ trukqenta en el original (N. del E.).]), lo cual supone necesariamente que la enseñanza de Pedro comprendía unos y otros. Y siendo el Evangelio de Marcos una colección de los dichos y hechos de Cristo, calcada, en cuanto a la materia y a la forma, en la enseñanza de Pedro de la cual eran objeto los discursos del Señor, se sigue que estas son voces sinónimas y frases equivalentes. La cual equivalencia, cuando se nota por la razón expuesta por Papías, de no hallarse puestos en orden los dichos y los hechos referidos por Mc coadyuva a aclarar en qué consiste el mencionado defecto de orden, no imputable a Mc el cual cuidadoso de no omitir ni alterar nada de lo que había oído, lo escribió todo fielmente según y conforme lo recordó; sino que debe atribuirse a Pedro, que en su predicación no creyó necesario ni expedito mejor orden. Ahora veamos por qué no pudo Pedro agrupar los hechos y dichos afines como hizo Mateo, o por qué no pudo hacer esto Marcos por sí, independientemente de Pedro. Si se abstuvieron de ello uno y otro, esto quiere decir, que Pedro tuvo por necesidad o conveniencia que sustituir un orden artificial al cronológico que no podía ignorar, ni trastornar sino a ciencia cierta. Supongamos que lo siguiese compendiosamente y no sin alguna interrupción, y que por esto Mc ateniéndose escrupulosamente a la predicación del maestro, no creyese deber suplir tales claros redactando una exposición ordenada y seguida de los dichos y hechos del Señor. Así me parece deber interpretarse la frase de Papías ou) ta/cei [ou/ tazei en el original (N. del E.).], sin orden, y no ya comparativamente, con el que siguió Mateo (como suponen Ebrard y Maier), el cual era compatible con la redacción de Mc sino con relación a la falta de continuidad, si bien conforme al tenor de este Evangelio, que por ser el más restringido y compendioso, fue llamado breve por San Gerónimo (De vir. illust. cap. VIII).

La razón y el origen de esta equipolencia de la frase lexqe/nta kai/ praxqe/nta [lekqenta kai prakqenta en el original (N. del E.).], dichos y actos, y de los vocablos lo/goi [logoi en el original (N. del E.).], discursos, y lo/gia [logia en el original (N. del E.).], oráculos, adoptada por Papías para significar el Evangelio de Mc la predicación de Pedro y el Evangelio de Mateo, debe buscarse en el idiotismo hebraico, en el cual la voz davar y el plural devarim, divre, según los LXX lo/goj [ logoj en el original (N. del E.).], palabra, discurso, no significan solamente los dichos, sino también los hechos, y aun solo éstos, así como también los escritos en que están comprendidos unos y otros (Cf. 1, Paráb. XXIX,29; II Par. 9,29; 12,15; 13,22; XXXII,12); y cómo se entiende en este último sentido la voz o(/rasij [ o)rasij en el original (N. del E.).], Visión y profhtei/a [ profhteia en el original (N. del E.).], profecía (II Par. 20,29; XXXII,32), tratándose de escritos que contienen profecías y sucesos históricos, es pues claro que en el mismo sentido se ha podido adoptar la voz análoga lo/gia [logia en el original (N. del E.).], oráculos, y cómo en la aplicación hecha por Papías al Evangelio de Mateo se puede ver una confirmación del original aramaico, no siendo improbable que se intitulase éste primitivamente con un vocablo equivalente. No podía dejar de usarse por Papías de la palabra lo/gia [logia en el original (N. del E.).] en otro sentido que el de oráculos dominicales; y por tanto se emplea el vocablo Evangelio por la predicación oral y escrita, y siendo el fin de ésta únicamente dar un compendio más o menos copioso de la predicación oral, para que el lector tuviera a la vista como un resumen y recuerdo de cuanto había aprendido de oídas, esto demuestra que la distinción entre una y otra (voz) no era de materia, sino de forma. Además de que suponer que hiciera Mateo una colección primitiva de sólo los discursos de Cristo, equivale a restringir a éstos su predicación oral, hipótesis contraria a la enseñanza de Cristo, quien acompañó con sus obras su doctrina en prueba de su divina misión (V. Mt 11,2,6; Lc 7,19,23; Ioan 5,19-36; 4,3-4; 10,25-32-28); hipótesis contraria a los hechos de los Apóstoles que teniendo que sustituir con otro el puesto de Judas, lo quisieron escoger entre los asiduos y constantes testigos de la vida pública de Cristo (Ac 1,21,22), y especialmente de sus obras prodigiosas (Lc 1, l), habiendo formado el tema de su predicación de la vida de Cristo y de su muerte y gloriosa resurrección y ascensión (San Pabl 1, Cor XI; 23-26). Es pues, falsa y absurda la hipótesis que se funda en poderse separar de la predicación evangélica oral escrita, los hechos dogmáticos que son como su perno y fundamento.

Esta hipótesis repugna también a la composición del Evangelio de San Mateo, puesto que los discursos y los hechos se hallan expuestos y coordinados con igual idea, y se dirigen al mismo fin de mostrar comprobadas y expresadas en la vida y en la persona de Cristo, las señales y el carácter del verdadero Mesías. Y no sólo es idéntico al fin de la parte didáctica y de la histórica, sino que la prolijidad comparativa de la una, y la brevedad de la otra proviene juntamente de esta identidad, nueva prueba de la unidad y autenticidad del escrito y de la superficialidad de aquellos que, no advirtiendo el íntimo enlace de ambos elementos, les fantasearon distinto origen y una composición sucesiva. Si los discursos de Cristo exponen con más extensión en este Evangelio que en los otros sinópticos, esta particularidad que le es común con el de Jn es una prueba de su origen apostólico, puesto que sólo un asiduo testigo de oídas hubiera podido conservar en la memoria y reproducir con exactitud los largos discursos del Maestro. Demuestra también la autenticidad de estos discursos la conexión y enlace que hay en todas sus partes, y el referirse en ellos hasta los hechos y circunstancias que les habían dado ocasión. El dar cuenta San Mateo más bien de los discursos que de los hechos de Jesucristo, tuvo por objeto el exponer más evidentemente la índole de su doctrina, y el hallarse aún recientes los hechos en la memoria de los naturales de Palestina, y más aún de los Galileos, la mayor parte testigos de los prodigios que había obrado Cristo. (Vita de Gesu, romanzo di Ernesto Renan, presso ad esame da G. Ghiringhello, página 165-180.(N. del T.)

* [«Terapéuticos» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

137 Euseb. Hist. Eccles lib. 3, cap. XXXIX.

138 Euseb. Hist. Eccles, lib. 3, cap XXXIX, Patrol. graec tom. 20, col. 296-30.

139 Origen in Mt Comm. Fragment. I; Patrolog. graec tom. 13, col. 829.

140 Nos es imposible señalar aquí esta inconsecuencia del protestantismo de todas las escuelas. Los Actos de los Apóstoles dan en veinte y un pasajes diferentes a Nuestro Señor, el nombre de Jesucristo. Las epístolas de San Pablo repiten ciento noventa y ocho veces el mismo nombre. San Pedro lo reproduce veinte y una vez en sus dos epístolas. San Juan diez y nueve veces; San Judas siete; sin hablar de los Evangelios que llevan este título uniforme: Evangelium Jesu Christi: ¿Por qué han dividido en dos el nombre del Salvador los protestantes, que no reconocen más regla que la sola palabra de la Escritura?

Su designación absoluta de Cristo, sin artículo prefijo, es igualmente contraria al texto mismo del Nuevo Testamento, en que se declina siempre el nombre de Cristo, tanto en latín como en griego:o( Xri/stoj tou= Xristou=: el Cristo, del Cristo [oxristoj tou= Xri/stou= en el original (N. del E.)].

141 Grandes portadas coronadas de una torre cuadrada que servían de ornato a las fachadas de los templos egipcios. (N. del T.)

142 Gn 3,15

143 Gn 18,18 Gn 22,18

144 Gn 49,10

145 1S 7,19 1S 23,5 Ps 81,11.

146 Is 53,8

147

148 Is 7,14

149 Da 9,25

150 Ha 3,18

151 Nb 24,17

152 Ps 71,10

153 Os 11,1

154 Is 40,3

155 Dt 18,15-18

156 Ps 109,4

157 Da 7,14-27

158

159 Is 35,4-7

160 Agg 2,10.

161 Is 52,11 Za 9,9

162 Is 53,2

163 Ps 70,10

164 Ps 40,10-11

165 Ps 58,21

166 Za 13,7

167 Za 6,12

168

169 Is 53,7

170

171 Ps 21,17-18

172 Ps 21,19

173 Is 53,7

174 Ps 21,8-9

175 Ps 68,22

176 Is 53,12

177 Ps 30,6

178 Is 53,12 Ps 138,18

179 Is 11,10

180 Is 11,12

181 Da 9,24-27

182 Sabido es que esta palabra tiene la acepción de «la comida que se da a los perros de las mismas reses que han cazado,» según se consigna en los diccionarios generales de la lengua, aun cuando no se halla adoptada en el de la Academia. (N. del. T.)

183 He 13,8

184 El significado etimológico de este nombre es: Misericordia de Jehovah.

185 Lc 1,5-25

186 Vida de Jesús, Introd. pág. XLI; d'Eithtal, Los Evangelios, tom. 1, pág. 81-82.

187 Lc 1,3

188 Ibid.

189 Mc 1

190 Oríg. Cont. Celsum, lib. 1, cap. 20, X; Patrol. graec t. 11, col. 734.

191 Lc 3,1

192 En Galatino, cap. 6, lib. 4, pág. 196, A, B, C.

193 Josefo, Antig. jud lib. 7, cap. XI.

194 I Paralip. 24,7-10.

195 Josefo, Antig. jud lib. 7, cap. IX.

196 Lv 21,7

197 Lc 1,2

198 Ex 30

199 Cornel. a Lapid. In Lc Comment cap. 1, vers. 9, edit Vives, tom. 16, pág. 9.

200 Drach Armonía entre la Iglesia y la Sinagoga, tom. 1, pág. 379.

201 Nb cap. 6,24.

202 Talmud Hierosol. Zoma, fól. 22,1, fól. 25,1, y la glosa; Perek 3; Thamid capítulo 3, per. 5; cap. VI y la glosa; cap. 5, hal. 4,5,6; cap. 6, hal. 1,2,3; Taanith, fól. 69, I.

203 Esto es, porque por el voto de virginidad que hice, no conozco ni conoceré nunca varón: San Agust lib. de Virg. e. 4; Petite: Los Santos Evangelios. (N. del T.)

204 Lc 1,26-38

205 Suplem a las obras de sir Williams Jones, en 4.º, tom. 2, pág. 548.

206 Un día, la diosa Sching-Mu, esta Santa madre, comió la flor de la planta Lien-Hua, en la orilla de una fuente, y parió, siendo virgen, un niño divino. (Barrow, Travel in China, pág. 473).

207 Plutarch. De Isid. et Osidire, pág. 62, edit. París, in folio,1624.

208 Hin Druidae statuam in intimis penetralibus erexerunt, Isidi seu Virgini hanc dedicantes, ex qua filius ille proditurus erat. (Elías Schedius, De Diis germanis, cap. 13, pág. 346). Esta frase escrita hace doscientos años por un sabio de la Germania, ha tenido una maravillosa confirmación en la famosa inscripción hallada en 1833, en el solar de un templo pagano en Chalons-sur-Marne: Virgine pariturae Druides. (Véase. Anal. de. Phil. Chret tom. 7, pág. 328).

209 Joaquín es exactamente el mismo nombre que el de Heli o Heliacim, mencionado en la genealogía de San Lucas (cap. 3,23). Como esta trasformación, propia exclusivamente del genio hebraico, es muy extraña a nuestros usos y a nuestro lenguaje, se nos dispensará que expongamos sobre ella algunos pormenores. El Antiguo Testamento nos presenta dos ejemplos característicos de la identidad de los dos nombres; Joakim, hijo de Josías, es llamado Eliakim en el Libro IV de los Reyes (cap. 23,34), y en el Libro II de los Paralipómenos (cap. XXXVI,4). El gran sacerdote que gobernó la Judea durante el cautiverio de Manases, se llama Eliakim en el cap. IV de, Judit (versículos 5,7 y 11) y Joakim, en el 15, (vers. 9). He aquí el motivo de esta sustitución de forma en este nombre. En hebreo la palabra Joakim se pronunciaba Jehovakim; pues bien, Jehovah es el nombre santísimo, el temible tetragramaton del nombre divino. Los judíos no lo articulan nunca en la lectura, sino que lo sustituyen con el nombre Adonai o su equivalente: Él; fórmula que prevaleció como sinónimo, en la palabra Eliakim. Fácilmente se comprenderá, pues, por qué se ha conservado el nombre de Joakim en la tradición de los cristianos, que no temían en modo alguno pronunciar el tetragramaton sagrado, mientras que halló sólo lugar la variante de Eliakim en las escrituras judaicas.

210 Epiph. Advers. haeres lib. 3, haeres. LXXVIII; Patrol. graec tom. XLII, col. 727.

211 La Iglesia celebra la festividad de San Joaquín el 20 de marzo, y la de Santa Ana el 26 de julio. (Véase Bollan, t. 3, Mart y t. 6, Julii).

212 Ineffabilis Deus, cujus viae misericordia et veritas, cujus voluntas, omnipotentia, et cujus sapientia attingit a fine usque ad finem fortiter et disponit omnia suaviter, cum ab omni aeternitate praeviderit luctuosissimam totius humani generis ruinam ex Adami transgressione derivandam, atque in mysterio a saeculis abscondito primum suae bonitatis opus decreverit per Verbi incarnationem sacramento occultiore complere, ut, contra misericors suum propositum, homo, diabolicae iniquitatis versutia actos in culpam, non periret; et quod in primo Adamo casurum erat, in secundo felicius erigeretur, ab initio et ante saecula unigenito Filio suo Matrem ex qud caro factus in beata temporum plenitudine nasceretur, elegit adque ordinavit, tantoque prae creaturis universis est prosequutus amore, ut in illa una sibi propensissima voluntate complacuerit. (Bula de S. S. Pío 9, para la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, de 8 del diciembre de 1854).

213 Ut tota pulchra el perfecta eam innocentiae et sanctitatis plenitudinem proe se ferret, qua major sub Deo nullatenus intelligitur, et quam praeter Deum nemo assequi cogitando potest (Ibid.)

214 Quocirca sicut Christus Dei hominumque mediator humana assumpta natura delens quod adversus nos erat chirographum decreti, illud cruci triumphator affixit, sic sanctissima Virgo arctissimo et indissolubili vinculo cum Eo conjuncta, una cum Illo, el per Illum sempiternas contra venenosum serpentem inimicitias exercens, ac de ipso plenissime triumphans illius caput inmaculato pede contrivit (Ibid.)

215 Hum eximium, singularemque Virginis triumphum, excellentissimainque innocentiam, puritatem, sanctitatem, ejusque ab omni peccati labe integritatem, aque ineffabilem coelestium omnium gratiarum, virtutum, ac privilegiorum copiam, et magnitudinem iidem Patres viderunt tum in arca illa Noe, quae divinitus constituta a communi totius mundi naufragio plane salva et incolumis evasit; tum in scala illa, quan de terra ad coelum usque pertingere vidit Jacob, cujus gradibus Angeli Dei ascendebant et descendebant, cujusque vertici ipse innitebatur Dominus; tum in rubo illo, quem in loco sancto Moyses undique ardere, ac inter crepitantes ignis flammas non jam comburi, aut jacturam vel minimam pati, sed pulchre virescere ac florescere conspexit; tum in illa inexpugnabili turri a facie inimici, ex qud mille clypei pendent, omnisque armatura fortium; tum in illo horto concluso, qui nescit violari, neque corrumpi ullis insidiarum fraudibus; tum in corusca illa Dei civitate, cujus fundamenta in montibus sanctis; tum in augustissimo illo Dei Templo, quod divinis refulgens splendoribus, plenum est gloria Domini (Ibid).

216 Cum vera ipsi Patres, Ecclesiaque Scriptores animo menteque reputarent, beatissimam Virginem ab Angelo Gabriel sublimissimam Dei Matris dignitatem ei nuntiante, ipsius Dei nomine et jussu gratia plenam fuisse nuncupatam, docuerunt hac singulari solemnique salutatione nunquam alias audita ostendi, Deiparam fuisse omnium divinarum gratiarum sedem, omnibusque divini Spiritus charismatibus exornatam, imo eorumdem charismatum infinitum prope thesaurum, abyssumque inexhaustum, adeo ut numquam maledicto obnoxia, et una cum Filio perpetuae benedictionis particeps ab Elisabeth divino acta Spiritu audire meruerit: Benedicta tu inter mulieres, et benedictus fructus veatris tui (Ibid).

217 Atque idcirco ad originalem Dei Genitricis innocentiam, justitiamque vindicandam, non Eam modo cum Heva adhuc virgine, adhuc innocente, adhuc incorrupta, et nondum mortiferis fraudulentissimi serpentis insidiis decepta saepissime contulerunt, verum etiam, mira quadam verborum sententiarumque varietate, protulerunt. Heva enim serpenti misere obsequata et ub originali excidit innocentia, et illius mancipium evasit; sed beatissima Virgo originale donum jugiter augens, quin serpenti aures unquam praebuerit, illius vim potestatemque virtute divinitus accepta funditus labefactavit (Ibid.)

218 Quapropter nunquam cessarunt Deiparam appellare vet lilium inter spinas, vel terram omnina intactam, virgineam, illibatam, inmaculatam, semper benedictam, et ab omni peccati contagione liberam, ex qua novus formatus est Adam, vel irreprehensibilem, lucidissimum, ammaenissimumque innocentiae, immortalitatis ac deliciarum paradisum a Deo ipso consitum et ab omnibus venenosi serpentis insidiis defensum, vel lignum immarcescibile, quod peccati vermis nunquam corruperit, vel fontem semper illimem, et Spiritus sancti virtute signatum, vel divinissimum templum, vel immortalitatis thesaurum, vel unam et solam non mortis sed vitae filiam, non irae sed gratiae germen, quod semper virens ex corrupta, infectaque radice, singulari Dei providentia praeter statas communesque leges effloruerit (Ibid).

219 Loquentes testati sunt naturam gratie cessisse ac stetisse tremulam, pergere non sustinentem (Ibid.)

220 Natura communicavit non culpa; imo prorsus decebat, ut sicut Unigenitus in caelis Patrem habuit quem Seraphim ter sanctum extollunt, ita matrem haberet in terris, quae nitore sanctitatis nunquam caruerit (Ibid).

221 Quare auctoritate Domini nostri Jesu Christi, beatorum Apostolorum Petri et Pauli, ac Nostra, declaramus, pronuntiamus el definimus, doctrinam quae tenet beatissimam Virginem Mariam in primo instanti suae Conceptionis fuisse singulari omnipotentis Dei gratia el privilegio, intuitu meritorum Christi Jesu Salvatoris humani generis ab omni originalis culpae labe praeservatam, immunem esse a Deo revelatam, atque idcirco ab omnibus fidelibus firmiter constanterque credendam (Ibid).

222 Gregor. Nyss Orat de Nativ. Christi, Patrol. graec tom. 16, col. 1139; Germán. Constantino De Praesentat. Mariae, Patrol. graec tom. 18, col. 296; Cf. Jn . Damase Homil. I in Dormitionem B. V. Mariae. Patrol graec tom. XCVI, col. 707.

223 Koran cap. 19, vers. 16.

224 Ex 38,8

225 Judic 11,39; I Reg 2,22.

226 Joseph, De Bello jud lib. 5, cap. XIV y XVI.

227 Nunca princesa ni joven nacida en los palacios de los más potentes monarcas, dice M. Augusto Nicolás en su obra titulada: La Virgen María, según el Evangelio, recibió educación tan superior, ni reportó de ella frutos más dignos.

En efecto, María tuvo por maestro a la Gracia y por preceptor al Verbo; al Verbo que educaba él mismo a su Madre y la formaba para este divino destino. La Gracia es una educación infusa que no destruye la naturaleza, sino que la eleva y enriquece. ¿Quién no ha visto alguno de estos discípulos de la Gracia, que en las condiciones más vulgares de la sociedad, ofrecen toda la flor de sentimiento, toda la nobleza de carácter, toda la distinción de conducta y aun de modales que se encuentran apenas en las clases más elevadas? ¿Pues qué no debería ser María llena de Gracia desde su concepción, formada por el feliz maridaje de todas las virtudes mucho mejor de lo que lo hubiera sido por las Musas; enriquecida con todos los dones del Espíritu Santo para ser su Templo; dotada de todas las inspiraciones de la Eterna Sabiduría, para ser su Morada; alumbrada en fin con todos los resplandores del cielo por el Padre de las luces para ser su Hija y la Madre de su Hijo? «Así, la joven María, dice el Ángel de la escuela, crecía más en gracia que en cuerpo, y cuantos momentos se añadían a su vida, otras tantas gracias se le aumentaban.» (N. del T)

228 Nazareth interpretatur flos; unde dicit Bernardus, quod flos nasci voluit de flore, in flore et floris tempere (Jacob. de Voragine, In Annunciatione).

229 Lc 1,39-56

230 Vida de Jesús, Introd pág. XLI.

231 Id Ibid.

232 Voz hebreo-siriaca, que significa gracioso, pio. (N. del T.)

233 Lc 1,57

234

235

236 Mt 1,18-24

237 AuÀth a)pografh/ prw¯th e)ge/neto h(gemoneu/ontoj th=j Suri¿aj Kurhni¿ou. (Lc cap. 2,2). La construcción elíptica de esta frase se presta a un doble sentido: el de la Vulgata que reproducimos, y otro del que nos ocuparemos en breve. [AuÀth apografh prw¯th egeneto hgesoneuotoj th=j Suri¿aj Kurhnion en el original (N. del E.)]

238 Lc 2,1-3

239 Vida de Jesús, pág. 20, nota.

240 Esta abreviación significa: Era vulgar: usamos aquí este término en lugar del de Era cristiana, porque corresponde mejor al estado verdadero de la cronología relativa al nacimiento de Nuestro Señor. Sabido es, en efecto, que por un error admitido, la era actual principia cuatro años después de la verdadera época de este nacimiento.

241 Columna 5, lib. IX; col. 3, lib. I del texto griego encontrado por Hamilton Backh, tom. 3, pág. 89.

242 Lc cap. 2,1.

243 (Alteru) m consulari cum imperio lustrum solus feci (c) censorin (o et c). Asinio Cos: quo lustro censa sunt civium romanorum (capita) quadragiens centum millia est ducenta tringinta tria millia (II columna,5, Caes August. Indeo rerum a se gestarum. Ed. A. W. Zumpt,1845, pág. 30).

244 Coquille, Los legisías, introd. pág. IX.

245 Suetonio, Augustus, cap. XXVII.

246 Tácito, Annal lib. 1, cap. II.

247 Sueton. August, cap. CI.

248 Dion Casio, lib. LVI, cap. XXXIII.

249 Joseph. De Bello jud. lib. 2, cap. XVI.

250 He aquí sobre este punto un dicho de Tácito, cuya significación es decisiva. Rerum ab Antonio Herodi datum Victor Augustus auxit. Post mortem Herodis, nihil expectato Caesare, Simon quidam regium nomen invaserat. Is a Quintilio Varo oblinente, Syriam punitus; et gentem coercitam liberi Herodis tripartito rexere. (Tácit. Histor. lib. 5, cap. IX).

251 Josefo, Antiq. jud. lib. 17, cap. III.

252 Eorum nomina, proenomina, patres aut patronos, tribus, cognomina et quod annos quisque habet, et rationem pecuniae abiis juratis accipito. (Ap.Zell. Delect. Inscr. Roman. página 275. Heildelberg,1850).

253 Lc 2,1

254 De censu denique Augusti; quem testem fidelissimum Dominicae nativitatis Romana archiva custodiunt. (Tertull. lib. 4, contra Marcion cap. VII; Patrol. lat. tom. 2, col. 370).

255 Es el mismo a quien San Lucas llama Cyrino y otros Cyrenio siguiendo la pronunciación griega. (N. del T.)

256 Joseph. Antiq. Jud lib. 18, cap. I.

257 Lc 2,2

258 Reinold. Cens habit. nasc. Christo, pág. 451.

259 M. Vallon, De la creencia que es debida al Evangelio, pág,311,312.

260 Keplero, De anno natali Christi, pág. 116,117.

261 Michaelis, lib. 1, cap.II, nº. 12.

262 Huschke, Ueber den zur Zeit der Geburt Jesu Christi gehallenen census, lib. 1, cap. 1, pág. 80.

263 Herwaert, Nova vera chronalogia (1612), pág. 188 y siguientes.

264 Lardner, Credibility of the Gospel, tom. 2, cap. 1,3, nº. 6.

265 Casaubon, Exercit. in Baron; lib. 1, cap. XXXII, pág. 144.

266 Acta Sanctorum; J. Gottfr. Henscher, Prophyl. ad Ac . Sanctor Maii, Apparat. ad chronol. Pontif.

267 Arte de comprobar las fechas. Léese en él en la fecha del año 7 de la E. V a propósito del censo hecho en Judea, después del destierro de Arquelao: «Este es el empadronamiento de que habla San Lucas (II,2), y que dijo haberse hecho después del ordenado por Augusto, en el año del nacimiento de nuestro Salvador.»

268 Leclerc, Add. al N. T. d'Hammond; Lc 11,2.

Adopta asimismo esta interpretación el erudito G. Ghiringhello, sacerdote de Turín y profesor de Sagrada Escritura y de lengua hebrea en la Universidad real, en su obra titulada: Vita di Gesu, Romanzo di Ernesto Renan, preso ad esame da Giuseppe Ghiringhello. Al calificar Lucas de primero, dice, el censo hecho en tiempo del nacimiento de Cristo, alude manifiestamente a otro posterior; así es que tal advertencia hecha a modo de paréntesis (Cf. Lc 2,1-3, cum 2 coll.; Ioh,6,6; 14,22; 11,51-52; 12,6; 21,23), no puede tener otro objeto que evitar que se confundiera este empadronamiento o descripción de las personas y bienes, con el efectuado respecto de los impuestos proporcionales; siendo poco conocido aquel primer censo sino es por haber allanado el camino a este segundo, conocidísimo de todos, y de que se conservó memoria, aún en tiempo del escritor. Las palabras del versículo 2, cap. II de San Lc deben traducirse en este sentido: Este censo fue anterior al efectuado por Cyrino, presidente de la Siria: Questo censo fu anteriore a quello fatto da Cirino, preside della Syria. Esta interpretación es enteramente conforme con los datos históricos, con las leyes gramaticales, con lo que requiere el relato, respecto del cual sería superflua o ambigua cualquiera otra versión, y excluye al mismo tiempo la posibilidad de un anacronismo: proposiciones que apoya este escritor con los siguientes razonamientos que expone por vía de notas.

El uso del positivo prw=toj [prótos] primus, primero, en vez del comparativo pro/teroj [próteros] [ proteroj en el original (N. del E.)], prior, anterior, seguido del genitivo de comparación, es frecuente entre los autores sagrados, y entre los escritores profanos. En cuanto a los primeros, Cf. Ioh,1,15,30; 15,18, cuyo último pasaje confirma el significado de los dos primeros, en donde otros quieren traducir prw=toj, [prótos] prior, por praestantior; pues en él el Precursor quiere tributar a Jesús la preferencia de la anterioridad, esto es, de ser anterior, no obstante haber venido más tarde y ser más joven. En cuanto a los segundos, basta el ejemplo de Elianio (Hist. anim 8,12), oi¸ prw½toi tau=ta a)nixneu/santej, [oi prw½toi montau)ta a/nikneu/santej en el original (N. del E.)] «aquellos que investigaron estas cosas antes que yo o primero que yo» cuya frase corresponde perfectamente con la voz citada. Pueden verse otros ejemplos en Henr. Stephan. Thesaurus ling. graecae, ad voc. Es asimismo frecuente este uso en el caso de comparación compendiosa, comparatio compendiosa, cuando lo que debe compararse no se repite en el otro término de la comparación, sino que se contrapone directamente al sujeto de que es una pertenencia. Pueden verse ejemplos de ello en el A. y N. T como Is LVI,5; Da 2,39; 3, Esdr,; 3,5; Mt 5,20; Ioh 5,36; 19,11; 2, P 1, I; Ioh n. 2; 3, Ioh,4; Apoc. 13,11. Asimismo se hallan ejemplos entre, los profanos, ya sea griegos, ko/mai Xari¿tessin o(moiÍai [komai Xaritessin o(moiÍai en el original (N. del E.)], como semejante a la (como de la) Gracia (Homer 11, XVIII; 5); purami/da de/ kaiì ouÂtoj kateli¿peto pollo/n e)la/ssw tou= patro/j, [puramiqa kai ouÂtoj a/telipeto pollon elassw tou= patroj en el original (N. del E.)] «dejó también una pirámide mucho menor (a la) del padre» (Herodot 2,134), bien sea entre los latinos: «Nullo cnim modo poterat distingui causa Lepudi ab Antonio,» (Cicero apud Brut 12); Sermo promptus et Isaeo torrentior «(Iuven 3,74)» Cf. Winer, Gramm des N. T. Sprachidioms,4 Anff. § 22-223,541; Beelen, Grammatica graecitatis, N. T. Lovanii,1857, p. 253; Wilke, N. T. Rhetorik, § 129-130; Hermenentik,2,145; Schirlitz Grudziige der N. T. Gaecit Giessen,1861, § 241; Kuhner, Anfuhrl. Gramm § 749; Mathiae, Gramm. Greea, ed. Peyron, § 453, Hermanni Adnot ad Vigeri Idiotismo, pág. 716-717. Entendiendo la voz prw/th [prwth en el original (N. del E.)]como significando una anterioridad no comparativa, sino absoluta, esto es, el primer censo mandado por Augusto, ya respecto de todo el orbe romano, ya de solo Palestina, se quita toda la importancia a esta declaración, puesto que le interesa poco al lector saber que fuera aquel censo el primero, no siendo diverso del segundo. Si tomándola en sentido comparativo, se quiere indicar con ella, que fue el primer censo de los dos que se dice verificó Cirino, además de que es todavía problemático que se refiriese al primer censo la cualificación dada a Cirino de h(gemoneu/ontoj th=j Suri/aj [ h/gemoneuontoj th/j Supiaj en el original (N. del E.)] presidente de la Siria, que propiamente le competía cuando se quiere que verificase el segundo, pues aquella calificación correspondía durante el primero a Sencio Saturnino (por lo que Justino, Apol 1,34, col. Dial. cum Thryph,78 dice: el censo hecho bajo Cirino procuratore, e)pitro/pou [emitropou en el original (N. del E.)], de la Judea), suponiendo que tal título pudiera convenir a un procurator (en cuyo sentido lo adopta San Lc 3, l), todavía sería dudoso si se debe tomar en su significado propio o en el impropio, tanto más cuanto es sabido de todos que Cirino fue el último presidente. Pero esto no es bastante, porque como quieren algunos, se puede llamar presidente a una persona por prolepsis, porque el participio de presente h(gemoneu/ontoj [hgemoneuontoj en el original (N. del E.)] significa gobernante y no gobernador, h(gemo/noj [ hgemouoj en el original (N. del E.)], mas si por prolepsis puede llamarse a alguno rey o gobernador en tiempos en que no lo era aún, no puede propiamente calificársele de rey o de gobernante. Otros entendiendo la voz prw=th [prwth en el original (N. del E.)] en el sentido de pro/tera [protera en el original (N. del E.)], la ponen en régimen directo del participio h(gemo/noj [ hgemouoj en el original (N. del E.)], como quien dice, antes que fuera presidente, como si equivaliera a prwteu/ontoj [prwtneuont en el original (N. del E.)], o bien tou= h(gemoneu/ein [ hgemoneuein en el original (N. del E.)]. Es digna de saberse la interpretación que apoyándose en el doble sentido en que suele usarse la voz a)pografh/ [ apografh en el original (N. del E.)], esto es, como impuesto, no menos que como simple registro, explica en este último sentido la voz a)pogra/fesqai [apografeszai en el original (N. del E.)], y en el otro la voz a)pografh/ [ apografh en el original (N. del E.)], de donde se deduce esta sentencia, que Angusto mandó se describiese las personas y las cosas o bienes, pero que esta (au(/th [au+/th en el original (N. del E.)]) descripción o bien que la descripción misma (au(/th [au+/th en el original (N. del E.)]), esto es, propiamente dicha, no llegó a ser tal (e)ge/neto [egeneto en el original (N. del E.)]), no se realizó o terminó hasta que fue Cirino presidente. Sabido es que muchos consideran el declarar el censo referido por Lucas en su Evangelio como anterior al verificado o terminado por el presidente Cirino, como un recurso para evadirse de la dificultad que opone aquel texto, más bien que como una interpretación natural y espontánea, o por lo menos la juzgan demasiado nueva respecto de la interpretación común y tradicional. Pero además de que lo natural, común o espontáneo no es un criterio seguro de recta interpretación, resistiría aún por demostrar, que la interpretación común sea verdaderamente tradicional, esto es, no haya tenido por único fundamento el significado común de aquella frase; pues por el contrario Tertuliano, que se muestra tan bien informado de las particularidades de aquel censo hasta apelar a los archivos romanos (De censu denique Augusti. quem testem fidelissimum Dominicae nativitatis Romana archivia custodiunt. Contra Marcion 4,7), dice, que se verificó bajo Sencio Saturnino (Sed et census constat actos sub Augusto, nunc in Iudaea per Sentium Saturninum, apud quos genus eius inquirere potuissent. Ivi,19, coll. 36); confirmando así a un mismo tiempo e independientemente de la autoridad de Lc y de la exposición común, tanto la verdad histórica de aquel censo como la nueva interpretación. Por lo demás, no será este el primer ejemplo de una alusión histórica, mal aclarada en un principio y que hubiera recibido por medio de recientes descubrimientos y de nuevas objeciones, una dilucidación inesperada V. Ghiringhello, obra cit pág. 249-272. No obstante lo expuesto acerca de la época en que se supone fue gobernador de la Siria Quirinio, observa Riggenbachon sus lecciones citadas sobre la Historia de Jesucristo, que recientemente un escritor versado en el conocimiento de la Historia, ha tratado de probar con sumo ingenio que Quirino fue Gobernador o Presidente de la Syria en el año mismo de la muerte de Herodes, pero solamente después de esta muerte (A. W. Zumps, Commentationum epigraphicarum, vol 2, Berob. 1854). Pudo, pues, suceder que llevara cabo esta operación, interrumpida tal vez por la muerte de Herodes Acerca de las otras interpretaciones más importantes del texto griego de San Lc creemos oportuno, por vía de ilustración, exponer las siguientes. Natal Alexandro y Pagi opinan, que dicho texto puede traducirse por este empadronamiento se hizo antes que fuese Gobernador de Siria Cirino: otros opinan que se llama aquí Gobernador de Siria a Quirinio, no porque lo fuese cuando se hizo el empadronamiento, sino porque lo fue más adelante, y de hecho lo había sido cuando escribió San Lucas su Evangelio, cuyo texto sobre este punto debe entenderse como si dijera: «Cirino, el mismo que fue después gobernador de la Siria,» modo de expresarse familiar a los historiadores. Según esto, dice M. Plantier en su segunda pastoral sobre la obra de M. Renan, deben distinguirse dos empadronamientos, el uno verificado en tiempo de Herodes por Cirino, siendo gobernador de Siria Saturnino, y habiendo sido enviado Quirinio para hacer el empadronamiento de las poblaciones, cuya dirección general tenía Saturnino, según atestigua Muratori en su obra sobre las Inscripciones Antiguas, y este es precisamente el empadronamiento de que habla San Lucas.

Este fue el primer empadronamiento que se hizo respecto de la Judea y viviendo aún Herodes, si bien fue el segundo de los tres empadronamientos mandados hacer por Augusto. Después del empadronamiento de que habla San Lc se verificó otro más adelante, también por mandado de Augusto, siendo ya gobernador de la Siria Cirino con Caponio. Este es del que habla Josefo en el lib. 18 de sus Antigüedades Judaicas; es el segundo supuesto por el primero que recuerda el Evangelista; pero es el tercero que mandó hacer Augusto.

El conde de Stolberg cree que las palabras de San Lucas pueden tener este sentido: «Sucedió que salió un edicto de César Augusto para el empadronamiento de los habitantes de la tierra; pero este empadronamiento, en cuanto al pago de los impuestos, se verificó en Judea, siendo Quirino gobernador de Syria.» (V. Prideaux. Sims Chron. Cathol. Hist. univ 9.) Otros explican estas palabras: Autê é apographé proté egeneto egemonuontos tes surias kureniou; de esta suerte: «Este empadronamiento se hizo antes de ser Quirino gobernador de Syria.» Tenemos en efecto ejemplos de emplearse así la palabra protos. Oti protos mou, en, «porque fue antes que yo.» (San Jn 1,15 y 30. V. la Historia de Jesucristo, cap. lib. 1, cap. VIII).

He aquí la interpretación que hacen de este pasaje de San Lc Seio, Amat y Petite. El primero traduce el versículo 2 del capítulo II de San Lc en estos términos: «Este primer empadronamiento fue hecho por Cyrino, gobernador de la Siria,» y consigna en una nota la interpretación ya expuesta de Teofilactes. Del otro empadronamiento que hizo Cirenio, continúa el padre Seio, se hace mención en los Hechos de los Apóstoles, v. 37, y fue según Userio diez años después del que se hizo cuando nació Jesucristo, porque cuando éste se hizo era gobernador de la Syria Sencio Saturnino, según el testimonio de Tertuliano, in Mc lib. 4, cap. XIX; y de Josefo, Antiq lib. 18, cap. VI. Otros sienten que este encabezamiento se hizo por Quirinio, no siendo gobernador de la Syria, sino acompañando por orden de César al gobernador de aquel tiempo, que era Sencio Saturnino. Ni se opone a esta opinión la voz h(gemoneu/ontoj [hgemoneuontoj en el original (N. del E.)] por cuanto ésta se aplica a cualquier dignidad, particularmente de alguna consideración. Y así Josepho, hablando de estos tiempos en el libro 16, Antiq cap. 17, llama h(gemo/na [h(go/mena en el original (N. del E.)] a Volumnio, siendo así que era solamente e)pitro/poj [epitropoj en el original (N. del E.)], esto es, procurador, como el mismo Josefo le llama en el lib. 1, de Bell. Judaic cap. XVII. Otros explican este lugar de este modo: Haec autem descriptio prior erat Quirinio Syriae praeside; esto es, antes que Quirinio fuese gobernador de la Syria. Véase a Calmet.

El padre Petite expone igual versión que el padre Scio, y dice en una nota: Calmet, movido de algunas dificultades que nacen de la historia, y medallas romanas, quiere que las palabras del Evangelio: Haec descriptio prima facta est a praeside Cyrino, se entiendan en un sentido contrario al que comúmente se les da, cual es éste: Esta descripción fue hecha primero que Cyrino fuese gobernador de la Syria. La razón de esta inteligencia es que Cyrino o Quirino no era gobernador de la Syria cuando de orden de Augusto se hizo este empadronamiento. Sin embargo, he conservado la letra de la Vulgata, con cuasi todos los demás, porque aunque Cyrino no fuese entonces gobernador, fue comisionado extraordinariamente por Augusto para que juntamente con Sencio Saturnino que lo era, hiciese este empadronamiento; y el mismo Cyrino fue doce años después electo gobernador de Siria. Así, las palabras de la Vulgata se deberán leer de esta suerte: Este primer empadronamiento fue hecho por Cyrino, que fue después gobernador de la Syria. (Véase a Duhamel, Natal. Alex.) El padre Amat traduce el versículo de San Lucas: «Este fue el primer empadronamiento hecho por Cyrino, que después fue gobernador de la Syria,» y no trae nota alguna.

Nuestro ilustrado escritor el doctor don Francisco Martínez Marina, dice sobre este pasaje de San Lc lo siguiente, en su erudita Historia de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo y de la doctrina y moral cristiana. «La descripción o censo del imperio que mandó hacer Augusto, es un hecho histórico evidente.

Augusto mandó hacer un estado de todos los ciudadanos y de sus bienes en todas las provincias del Imperio: obra grandísima, en que puso mano hasta tres veces, mandando practicar esta operación o censo, primeramente en el año 38 antes de la era cristiana; segunda vez en el 8º antes de la misma era, y de esta es de la que habla San Lc porque entonces fue cuando la Judea comenzó a experimentar los efectos del decreto imperial; y la tercera en el año 14 de la era cristiana, inmediatamente después de la deposición de Arquelao, rey de Judea.

Por estos medios consiguió Augusto vencer las gravísimas dificultades que envuelve una operación tan complicada, especialmente en un imperio de tan grande extensión como el romano, y reunir todas las descripciones de sus provincias, y exacta noticia de todas las cabezas de familia, de sus mujeres e hijos, de su edad, calidades, profesión, empleos, oficios, industria, bienes muebles e inmuebles, con el fin de que todo esto sirviese de base para una justa y bien combinada contribución... Los gobernadores romanos fueron los encargados de hacer ejecutar el edicto imperial, cada uno en su distrito, y asegura Tertuliano que este fue el caso en que se halló, con respecto a la Siria, Sexto Saturnino, que era su presidente. Este empezó desde luego por la Fenicia y la Cele-Siria, ricas y populosas comarcas que exigían un largo y minucioso trabajo. Después de haber cumplido con las órdenes del César en la provincia romana, como también en los reinos y tetrarquías que de ella dependían, tres años después de la fecha del decreto, se llegó en fin a Belén, precisamente en la época memorable del nacimiento del Salvador... Conquistada la Siria y reducida a provincia romana por Pompeyo, abrazaba en su vasta extensión muchos Estados, reinos y tetrarquías, la Siria propiamente dicha, la Cele-Siria, la Fenicia y la Judea, que fueron gobernadas por un prefecto o presidente nombrado por Augusto. Además de la grande extensión del país, envolvía su descripción otras gravísimas dificultades políticas, a causa de los príncipes que ejercían el imperio en varios Estados, como Herodes en Judea. Augusto para vencerlas, después de las órdenes comunicadas a los procuradores o gobernadores inferiores de los diferentes distritos, nombró un legado o presidente extraordinario, varón de su confianza, respetable y capaz de llevar a cabo estas operaciones sin comprometer el honor ni ofender los derechos de los respectivos soberanos. Este fue Sulpicio Quirinio, de quien dice el historiador Josefo, que subió por sus relevantes méritos y servicios hasta al honor del consulado, y que fue también nombrado por César posteriormente para ejecutar el censo del año 14 de nuestra era, después de la deposición de Arquelao...

Sencio Saturnino, presidente de Siria, fue quien dio a las órdenes de César en su departamento y en los Estados y tetrarquías subordinadas a su autoridad, y después, en el tercer año de la data del decreto imperial, pasó a Judea, para ejecutar el censo bajo la dirección del comisionado extraordinario Sulpicio Quirinio o Cirino... En la narración del Evangelista San Lc es pues preciso distinguir dos hechos igualmente ciertos, pero verificados en diferentes tiempos: el primero es el decreto de Augusto y la estadística practicada en su virtud directamente, o por el presidente de Siria Saturnino, a quien la atribuye Tertuliano, o por Cirino a lo menos indirectamente, a consecuencia de su comisión extraordinaria para este efecto, circunstancia que no altera lo sustancial de la historia. El segundo hecho fue la contribución que se debía imponer, y que era el objeto de la descripción o censo formado. San Lucas en el verso I del capítulo 2, habla del primero de estos hechos, a saber: del decreto imperial y de la ejecución de las operaciones del censo, lo cual no ofrece duda ni dificultad alguna. Pero en cuanto a las contribuciones impuestas en Judea a consecuencia de aquella descripción, es otro hecho también cierto, pero que no se llevó a efecto hasta la deposición de Arquelao, cuando la Judea fue reducida a provincia romana. Mientras la Judea fue gobernada por sus reyes, no se hizo novedad en las cargas políticas, y todo seguía su curso ordinario. El imperio exigía, si, un tributo inmediatamente del príncipe judaico en señal de dependencia; pero el pueblo no pagó contribuciones directas sino a sus reyes hasta la época que dejamos señalada, y esta novedad causó grandes turbaciones públicas, como refiere Josefo, y el mismo San Lucas hace mención en los Actos de los Apóstoles, cap. 5, vers. 37, de las que se suscitaron con motivo del censo llevado entonces a efecto por el presidente de Siria Cirino; y esto es a mi juicio lo que quiere decir el Evangelista en el pasaje citado del Evangelio; que el censo formado en virtud del decreto de César Augusto, o que esta estadística no tuvo efecto, ni se ejecutó en todas sus partes, sino cuando Cyrino o Sulpicio Quirino, siendo prefecto o presidente de Siria, pasó a Judea con el gobernador Coponio, según refiere muy circunstanciadamente Josefo, a dar cumplimento a las órdenes del Imperio. El texto del Evangelio es susceptible de esta interpretación o comentario, que en mi concepto desvanece todas las dificultades y expresa bellamente las ideas del Evangelista.

El doctor Sepp en su Vida de Nuestro Señor Jesucristo, part. 1, cap. 4, expone curiosos y notables pormenores sobre este importante punto, que creemos conveniente insertar para su mayor ilustración. Después de haber reunido César todo el mundo a su imperio, dice aquel escritor, mandó poco tiempo antes de su muerte hacer un censo o empadronamiento de todo el imperio romano, con el objeto de establecer las bases en todas las provincias para una justa y bien combinada contribución. Este censo se verificó en Oriente por un tal Xenodoro, en el espacio de veinte y un años, cinco meses y ocho días, habiéndose terminado en el año 731. En occidente lo efectuó Teodoto, en veinte y nueve años, ocho meses y dos días, terminándose en el 739. Policleto lo verificó en los países del Medio día, en treinta y dos años, un mes y diez días, de suerte que en el año 740, poco antes del nacimiento de Jesucristo, se había terminado el catastro de todo el imperio romano por gran número de geómetras que habían recorrido la tierra, habiendo sido enviado al Senado. Así lo hallamos anunciado en Frontino (de Coloniis, p. 142,178,207), que escribía hacia el fin del primer siglo, y en Etico Ister, que nos ha dejado el extracto de un censo del mundo hecho por Julio Honorio, después, un catálogo y un itinerario de las provincias romanas. Plinio por su parte, testifica lo mismo relativamente a la Italia, testimonio que confirman Casiodoro, Isidoro de Sevilla y Suidas, que habían bebido también en las mismas fuentes. Para acabar la obra comenzada por César, faltaba, pues, un empadronamiento general de la población, y para ello, mandó César Augusto por tres veces durante su reinado, verificar un censo, como nos lo dice Suetonio en su Vida, cap. 27.

«El primer empadronamiento se hizo en 726, cuando era cónsul César Octavio por la sexta vez, y Agripa por la segunda, es decir, tres años después de la batalla de Accio. Todavía no había nacido Cristo a esta época; y por otra parte este censo fue más bien parcial que general, y sólo tuvo por objeto Roma e Italia, por las cuales debió comenzarse.- El tercero se hizo en el año 767, bajo el consulado de C. Silio Nepos y de L. Minucio Planco, enviando emisarios a diferentes partes del reino; y según Tácito (Annal lib. 1, cap. 31) se emprendió un año después en las Galias por Germánico, y por consiguiente, en una época en que había llegado Jesucristo a la edad de la juventud. La fecha de estos censos, así como la del segundo, se hallan en las famosas tablas de Ancira, que, según una mención sumaria del reinado de Augusto, indican el número de los ciudadanos romanos que existían en aquella época.

«Tratábase de restablecer el orden en el Estado, turbado hacía largo tiempo por la guerra civil. Augusto envió por sí, según el testimonio de Dion Casio, subcensores para auxiliar a los censores en el empadronamiento de la población. Suidas enumera veinte. Después de este primer empadronamiento, hizo redactar el emperador un escrito titulado: Rationarium imperii, que nos da a conocer Suetonio (cap. 28,101). Este documento y otros semejantes suministrados por el segundo empadronamiento, sirvieron de materiales para una estadística general en cuatro volúmenes, el tercero de los cuales, con el título de Breviarium totius imperii, indicaba el número de tropas que existían bajo los estandartes, cuánto dinero había, ya en el tesoro, ya de los impuestos que quedaban sin pagar. Estos datos nos los suministra Suetonio. Hácese también mención de este censo en el libro de que habla Tácito (Anal 1 2) que escribió Augusto de su mano, y que Tiberio, después de su muerte, hizo leer públicamente en el Senado. Este libro indicaba todos los recursos de la república, los ciudadanos y aliados que había en ella sobre las armas, las flotas, reinos, provincias e impuestos, etc. El tercer censo, cuyo sumario nos dan las tablas de Ancira, se continuó según Tácito (An 2,6), después de la muerte de Augusto; y se verificaba todavía en las Galias en el año 769, bajo la dirección de Germánico, por P. Vitello y Cantio.

«El segundo empadronamiento fue, pues, emprendido en el año 746, bajo el consulado de Mario Censorino y de Asinio Galo, debiendo requerir naturalmente muchos años aún. El Evangelio árabe de la Infancia de Jesucristo (§ 2) hace mención de este empadronamiento, colocándole en el año 309 de la era de Alejandro, y por consiguiente, cuatro años antes del principio de la cronología de Dionisio. Iba a principiar la guerra contra los Partos, por lo que Augusto no hizo que se verificara un censo de las riquezas del país, sino solamente un empadronamiento del pueblo, tal vez para asegurarse de las tropas que podrían suministrarle las provincias aliadas en caso de guerra.

«Este empadronamiento, el segundo respecto de Roma, pero el primero respecto de la Judea, debe haber tenido lugar cuando Cyrenio o bien cuando Sencio Saturnino era gobernador de Siria. Pero ¿cómo conciliar estas dos cosas? Tenemos la serie de los presidentes de Siria. M. Ticio siguió a Agrippa, C. Sencio Saturnino siguió a Ticio; después vino Q. Quintilio Varo, después Sabino, después L. Volusio Saturnino, después finalmente Cyrenio o Quirinio.

Volusio se hallaba aún en posesión de esta dignidad en 757, y por consiguiente siete años después de la muerte de Herodes, como nos lo indica una moneda del tiempo de su gobierno, que tiene la fecha del año 35, después de la batalla de Accio. Debemos creer los documentos que nos suministran las Sagradas Escrituras, aún cuando no aparezca su veracidad a la primera ojeada, y en el caso de que se trata, podemos asegurarnos de la exactitud de las noticias que nos dan, a pesar de la oscuridad en que se halla, envuelta esta cuestión. El año 742 hallamos en el consulado a Valerio Messala, a Barbato Emiliano y al senador Sulpino Quirinio. Conforme a una ley dada por Pompeyo, y que el emperador Augusto, siguiendo los consejos de Mecenas, se impuso el deber de observar, no podía un magistrado llegar a ser gobernador de una provincia sino cinco años después de concluir su magistratura. Así, no volvemos a hallar a nuestro consular Quirinio hasta el año 748, en que se nos aparece repentinamente en Cilicia. Había sido enviado a Oriente, como legado del emperador, con plenos poderes de éste; y Muratori, en su Thesaurus inscriptionum 1, página 670, nos ha conservado una inscripción en que se menciona el papel que hizo en estas provincias, como superintendente del censo, y que nos da a conocer dos hechos de su gobierno.

1º.Idem jussu Quirini censum fecit Apamenae provinciae millium hominum civium CXVII.

2º.Idem jussu Quirini adversus Ituracos in Libano monte castellum corum cepit.

El que se menciona en estas inscripciones, es Q. Emilio P. Palicano Secundus.

«Los plenos poderes y la superintendencia de Quirinio en el empadronamiento de la población se extendían, pues, a la provincia de Siria, donde estaban situados Apamea, el Líbano y el Anti-Líbano, patria de los Itureos. En esta época Sencio Saturnino era gobernador de Syria, a la cual pertenecía la Judea, según la división del Imperio romano establecida en esta época. El año 753 acompañaba Quirinio a Cayo César, después emperador bajo el nombre de Calígula, en la guerra contra Armenia, y le asistía como ministro director. A él fue también a quien confió Augusto después el gobierno de estas provincias, no dejando al joven César más que el nombre de gobernador.

Con suma frecuencia eran enviados los senadores o los consulares, en circunstancias difíciles a las provincias con misiones extraordinarias, con plenos poderes civiles y militares, y la historia romana nos ofrece mil ejemplos de ello.

Pues bien, esta medida parecía tanto más necesario en el caso de que se trata, cuanto que tenía la Palestina su propio rey, sometido al emperador, es cierto, pero que no se hallaba bajo la jurisdicción del prefecto de Siria. Así, Volumnio asistió ya antes de Cyrenio a Saturnino, como legado imperial, y sabino llenó las mismas funciones al lado de Q. Varo, sucesor de este último. Finalmente, después de la partida de Volusio, tomó realmente Quirinio el gobierno de Syria.

Así, pues, pudo muy bien San Lucas llamarle ya gobernador de Siria, cuando sólo ejercía aún esta magistratura de una manera previsoria. Por lo demás, este senador, natural de la antigua ciudad de Lanuvio, gozaba los primeros emperadores de tal consideración, que después de su muerte, le mandó hacer Tiberio funerales públicos.

«El historiador Josefo habla por su parte de este empadronamiento, cuando dice, que toda la población de Judea recibió la orden de rendir homenaje a Augusto y a Herodes, habiéndose negado solamente a ello, seis mil fariseos.

Nuestro empadronamiento se refiere, pues, a una prestación de homenaje de toda la Judea a Herodes y a los Romanos, probablemente en la perspectiva de la muerte próxima de Herodes, que dejando el trono vacío, iba a permitir al emperador reunir la Judea al dominio del imperio. En efecto, Augusto, poco tiempo antes, había recordado seriamente al rey de los Judíos, con ocasión de su irrupción en Arabia, sus relaciones y sus deberes de sumisión para con él.

(Josefo, Antiq. 16-9,3; Apiano, de Bello civili,5,75). Estas relaciones duraban después de la conquista de Pompeyo. El mismo César había arreglado por un decreto las rentas de los príncipes indígenas: y si Herodes, en su cualidad de regulus, pudo hasta entonces levantar impuestos en el país, no podía, no obstante, obrar libremente aún en sus asuntos de familia. Según Apiano, se veía obligado a enviar un tributo al emperador y a suministrarle ejércitos como rey aliado en los casos de una guerra, tal como aquella con que amenazaban entonces los Partos. Pero Josefo (Ant. 18,1,1), habla claramente de otro empadronamiento hecho trece años más adelante por el mismo Quirinio, y que sólo se aplicaba a la Judea y a la Samaria. Quirinio obraba en esta circunstancia, no como gobernador provisional, sino como gobernador real y titular de la Siria. Lo comenzó desde el principio de su segunda magistratura, y lo terminó, a pesar de una nueva sedición excitada por Judas de Gamala, y el fariseo Sadock, con ocasión de este empadronamiento. Aconteció, pues, esto, después que Arquelao fue desterrado a Viena, en las Galias, en 759, y cuando Quirinio fue encargado de convertir en provincias romanas el país que este último había gobernado y de incorporar todos sus bienes al fisco imperial. Este país fue entonces reunido a la Syria y sometido a presidentes romanos, entre los cuales es el más notable para nosotros Poncio Pilatos. Pues bien, este empadronamiento no puede ser el que buscamos en este momento. El mismo San Lucas nos suministra en los actos de los Apóstoles (cap. 5, v. 37), una prueba evidente de que este empadronamiento no es aquel de que habla en su Evangelio. Porque si hace mención en los actos de este segundo empadronamiento, para distinguirlo del primero, tiene buen cuidado de llamarle en su Evangelio el primero que se hizo por Cirino. Muchos intérpretes modernos traducen también esta frase de San Lucas: «Este empadronamiento fue anterior al que se hizo bajo Cirino;» y esta interpretación puede justificarse muy fácilmente bajo el punto de vista filológico con ejemplos tomados en los autores clásicos.

«Por lo demás, este último empadronamiento no era más que una continuación del primero, que como nos dice la historia, había encontrado grandes dificultades. Comenzose a contar la población por tribus, conforme a la constitución del pueblo judío, a fin de restablecer el orden genealógico de las diferentes familias, sin llegar hasta anotar las propiedades. Todavía no se había aplicado esta medida a las antiguas tribus de Judá y de Benjamín, que habían vuelto del cautiverio, cuando hubo que suspender el empadronamiento a causa de las turbulencias que había suscitado en la nación el movimiento general, efecto necesario del censo, y sobre todo, por el terror que este solo nombre inspiraba al pueblo judío desde el primer empadronamiento hecho en tiempo del rey David, que le había costado tan caro. El empadronamiento de Judea no se acabó, pues, hasta más adelante, en 759, bajo el gobierno efectivo de Quirinio. Si este no fue encargado del primero, sino por una misión extraordinaria, según hemos visto ya, era Saturnino en esta época verdaderamente gobernador de Siria, y la tradición de la Iglesia, siempre pura y digna de fe, nos da también aquí el verdadero sentido de los libros santos.» Por fin, M. Wallon cree que se explica el pasaje de San Lc o traduciendo según el griego: «Este empadronamiento se hizo antes del verificado por Quirino,» o por una versión que tiene el mérito de adaptarse a la Vulgata tan bien como al original. «Este primer empadronamiento fue verificado (acabado) por Quirino, gobernador de Siria.» Hubo un empadronamiento de los ciudadanos, añade M. Wallon, mandado por Augusto en el año 746 de Roma, y no es inverosímil suponer que se verificó una cosa semejante, en su consecuencia, respecto de los reinos aliados; y entonces cuando fueron a Belén María y Josef (747). «Este empadronamiento fue un simple encabezamiento de las personas, sin agregar a él el impuesto. Cuando fue más adelante depuesto Arquelao, se completó el trabajo comenzado en tiempo de Herodes con la adición del impuesto, y por eso dice el Evangelista: «Este primer empadronamiento se realizó (fue acabado) por Quirino, gobernador de Siria.» Estas interpretaciones, que son iguales a las adoptadas por Sepp. y M.

Darras, se hallan apoyadas por el autor extensamente en la obra titulada: De la croyance duc al'Evangile, pág. 296 a 339, aunque con razones análogas a las expuestas por M. Darras, que son en nuestro juicio las más fundadas. Vése también la obra de M. Wallon titulada: Vie de N. S. Jesus Christ Introd. pág. 78.

Creemos que los datos y reseñas que acabamos de anotar como por vía de ilustración a la profunda y erudita exposición del texto de San Lucas que traza el sabio M. Darras, bastarán para manifestar las numerosas interpretaciones que pueden hacerse del pasaje de San Lucas en sentido favorable a la exactitud histórica de este Evangelista y del hecho a que se refiere, y para dejar demostrada hasta la evidencia la futilidad de las objeciones que oponen en contrario los nuevos incrédulos. (N. del T.)

269 El crítico no trae el texto de esta inscripción. Dirígese a una clase de lectores demasiado versados en todos los conocimientos especiales de arqueología para que sea necesaria tal exactitud. He aquí la inscripción que publica Orelli (Supplem tom. 3, pág. 58) según una piedra sepulcral hallada en Venecia, y perdida en el día: Q. Aemilius, Q. F. Pal. Secundus castris Divi Aug. P. Sulpitio Quirino Leg. Caesaris Syria honoribus decoratus Praefect. Cohort. Aug. 1. Praefect. Cohort. II. classicae idem jussu Quirini censum fec. Apamenae civitatis millium homin. civium CXVII. Idem jussu Quirini adversus Ituraeos in Libano monte castellum eorum cepit, et ante militiam praefecit Fabrum, delatus a duobus Coss. ad Aerarium et in colonia Quaestor. Aedilis II. Duumbir II. Pontifex ibi positi sunt Q. F. Pal. Secundus F. et Aemilia Chia Lib. H. M. amplius. H. N. S. Tales esta famosa Inscripción a la que se atribuye el honor de haber conquistado el mundo a la fe del Evangelio. Hemos recorrido, sin encontrarla, los más antiguos y más ilustres comentadores. ¿Qué significa, pues, la importancia retrospectiva que se pretende dar a esta piedra sepulcral? Si existiera aún, se podría discutir sobre ella; pera ha desaparecido para no volver. Este es sin duda su único mérito a los ojos de los racionalistas, ¡qué ligera puerilidad ante un asunto más grande que el mundo, y cuyo ruido despierta en la eternidad ecos formidables! Añadamos, como noticia biográfica, que Orelli nació en Suiza el año 1787, y murió en 1845.

270 Justin. Apologia I pro Christianis ad Antoninum Pium, XXXIV, Patrolog. graec. tom. 6, col. 383,384.

271 Hemos notado escrupulosamente en cuatro columnas bajo el nombre de los cuatro Evangelistas, el número de todos los versículos citados en nota en la Vida de Jesús, lo que nos ha suministrado curiosas revelaciones. Por ejemplo, nos dice el autor en la página 18, que el primer capítulo de San Mateo es una leyenda apócrifa, sin valor alguno histórico, lo cual permite al racionalismo suprimir la narración del viaje de José y de María a Belén, el nacimiento de Jesucristo en esta ciudad, la adoración de los pastores y de los Magos, la huida a Egipto. Lo hemos comprendido perfectamente y hemos comprendido perfectamente y hemos tenido por declarado, que la crítica moderna rechaza formalmente el primer capítulo de San Mateo. ¿Cuál no ha debido se, pues, nuestra sorpresa al volver a encontrar en la página 23 este primer capítulo de San Mateo, cita

272 Bossuet, Elevac. Sobre los misterios,15, sem V. Elev. edit. Lachat, tom. 7, página 267-268.

273 Vida de Jesús, pág. 20, nota.

274 [«desdeñoso. «Véase» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

275 Lc 4,23-38

276 Mt 1,1-17

277 Jesu, Fili David miserere mei (Mc 10,47-48) Christhum filium esse David (Ibid. 12,35). En este último pasaje tiene la afirmación tanto más valor cuanto es el mismo Jesucristo quien se dirige al pueblo reunido en el Templo, y quien consigna con el testimonio de los mismos Escribas que el Cristo debe ser hijo de David. Es indudable que si no hubiera sido Jesús de la descendencia real, no hubiera recordado esta circunstancia que debía destruir inmediatamente toda fe en su misión.

278 Vida de Jesús, Introduc pág. XXXVIII.

279 Ego Jesu...Ego sum radix et genus Davit (Apocal. 22,16).

280 Vida de Jesús, Introducc pág. XXIX, XXX.

281 Ac 1,29-32

282

283 Vida de Jesús, pág. 237-238.

284 En Galantino cap. 4, lib. 4, pág. 196. A. B. C.

285 Jn 19,15 Jn 19,21-22

286 Véase en el capítulo intitulado, Infancia de Jesús, n. 20.

287 Mármol de Aneyra, citado más arriba.

288 Vell. Cap. 2,15; cf. Cicer. Verr. act. 1,18; Liv. cap. XLII,10; Zell Delect. Inscription, Rm Pág. 275, Heidelberg,1850.

289 La constitución social hebraica, fundada en la distinción y concierto de las varias tribus, significando la estabilidad de los bienes, la consanguinidad de que se derivaban los varios derechos y deberes, era la norma a que se ajustaba toda razón de catastro o registro (V. Núm. 1,2 y siguientes; 26,1 y siguientes. Ios 7,16-18; Reg. 10,19-21). De aquí que fuese el lugar que daba origen a una familia el del patrimonio particular, catastro o archivo correlativo, y si algunas veces por efecto de los acontecimientos o casos de fortuna, se extinguía alguna rama, no por eso dejaba de quedar sano el tronco, debiendo buscarse el árbol genealógico donde había echado las primeras raíces. Esta constitución, aunque era judaica, no era muy diferente de la romana, en la cual, desde los tiempos de Servio Tulio, cuando se hizo el primer censo, hasta los de Cicerón y de Apuleyo, se inscribían no sólo el nombre, prenombre y cognombre, el patrimonio, la edad y la condición, sino también la familia y las demás particularidades. (Véase Dionis. Halic. Antig. Rm 4,15, edit. Reiske, pág. 676, Aneo Floro; Epit. rev. rom. VI; Cicerón; De leg lib. 3, c. 3, Apul. Apol c. I. Lex Julia municipalis; Zell. Delect. inscript. rom. P. 275. Liv. 3, c. III; lib. LIX, LIII). Y esta reseña o descripción debía hacerse en el lugar de origen o de la ciudadanía adquirida por nacimiento, adopción o manumisión. (Dig. Lib. 1, tit. I ad Municip. 1), y no, atendiendo a la residencia o al lugar donde se tenían las propiedades. Así, pues, los ciudadanos romanos que se hallaban en las provincias debían acudir a Italia para dar su nombre (Veleyo Paterculo, Hist. rom. n. 15; Cic. ad Altic. 1,18; Liv. XXIX,37) a no que se les dispensase de ello expresamente, lo que consideraba P. Scipión como un abuso. (Aul. Gel. Nolt. Alt. 5,16), y era hasta cierto punto una excepción que confirmaba la regla; y por el contrario, los Latinos que residían en Roma, debían acudir cada uno a su propia ciudad (Id. XLII,10). Y si bien respecto de los ciudadanos romanos, bastaba que el padre o el marido declarase el nombre de la mujer y de los hijos, puesto que para ellos el censo tenía una exacta correlación con sus derechos personales de ciudadanía, no era así respecto de los súbditos extranjeros (peregrini), para los cuales el censo era un gravamen, de que no estaban exentos ni las mujeres ni los hijos durante cierta edad. (Digest. lib. L, tit. De Censibus,3, según el cual, estaban obligados a empadronarse en Siria desde los catorce años los varones y desde doce las hembras, hasta los 65, In Syriis a quatuordecim annis masculí, a XII foeminae usque ad sexagesimum quintum annum tributo capilis obligantur. V. Ci. in Verr. act 2, lib. 2, LIV); por lo que el acudir María a Belén era conforme el uso romano en las provincias sujetas, pues según dice Lactancio, se exigía en las provincias la presencia de las mujeres, de los hijos y de las hijas, De mortibus persecutorum, cap. XXIII y las notas de Cuperi.

Sin embargo, objétase respecto al empadronamiento de María, que podría decirse que no la implica el texto de San Lucas necesariamente; porque según se traduzca: «Josef fue a empadronarse con María» o «Josef fue con María a empadronarse» figurará María en los registros públicos en su nombre, o no será más que una compañera de viaje, según lo fue aún en circunstancias en que no exigía la ley su presencia; por ejemplo, en el viaje a Jerusalén, con ocasión de la Pascua (Lc 2,41). Pero se puede entender el empadronamiento de María, lo mismo que el de Josef según hemos dicho ya; y este empadronamiento que no lo reclamaba la costumbre de los judíos, a menos que la mujer fuese heredera, figurando a falta de varones para representar la casa, es una señal más de que se verificaba este empadronamiento por el estilo de un empadronamiento romano. No que el texto de Dionisio de Halicarnaso sobre el empadronamiento de Servio Tulio, alegado a este propósito, sea decisivo, como se ha creído con frecuencia en esta cuestión, y según el cual se exigía que se inscribiera la mujer, más no que se inscribiera personalmente ella misma, debiendo presentarse el marido y hacer la declaración de su mujer y sus hijos; pero si esto era así respecto de los ciudadanos, no lo era relativamente a los súbditos del Imperio, según ya hemos dicho; pues en cuanto a ellos, el empadronamiento atendía al impuesto personal; y la mujer estaba sujeta a él en su propio nombre lo mismo que el varón, sin que hubiera ninguna tutela legal que la dispensara de comparecer por sí misma, por este título ante el censor.

Así, pues, San Lucas nos muestra a Josef acudiendo a empadronarse a Belén con María, conforme a las prescripciones del derecho Romano y a la costumbre de los judíos.

Pero debe tenerse asimismo en cuenta, que el empadronamiento tenía también un carácter político religioso, pues iba acompañado del juramento que se prestaba al sumo imperante y del sacrificio imperante y del sacrificio expiatorio (lustrum), que era como su consagración final, y del cual se hallan analogías en el Ex XXX,1 y siguientes. No se trataba, pues, en el caso en cuestión de sólo el empadronamiento del pueblo; los Judíos debían prestar juramento y homenaje a Herodes bajo los auspicios del emperador Augusto, siendo Belén uno de los lugares en que debía verificarse esta prestación de juramento. Debiendo, pues, avalorarse el empadronamiento con un juramento individual, éste no podía prestarse de otra suerte que designando el lugar donde debía acudirse a dar el nombre para poder averiguar quienes eran leales y quienes refractarios. (V. Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo: segunda parte, sección segunda, cap. 5, Ghiringhello, ob. cit. pág. 257 y 262. (Nota del traductor)

290 Assemani, Bibl. Orient. lib. 2, pág. 104.

291 He aquí los cuadros de empadronamiento, formados según las indicaciones del Libro: De Censibus, de Ulpiano:

I. PATER FAMILIAS.- (Cabeza de familia).

NOMBRES.

RANGO.

EDAD

FUNCIONES.

ORIGEN.

CUOTA.

II. ESTADO.- (Estado de las personas que componen la familia).

NOMBRES.

ESTADO.

EDAD.

ORIGEN.

EMPLEO.

PROFESIÓN.

CENSO.

Madre de familia

Hijos

Hijas

Siervos

Siervas

III. CUALIDAD.- (Heredades).

NUMERO DE FANEGAS

PIES DE VIÑA.

ARBOLES FRUTALES

PUEBLO

COMARCA

LIMITES

COLONOS

IMPUESTOS

Cultivos

Barbechos

Viñas

Olivares

Praderas

pastos

Bosques

Estanques

Ensenadas

Salinas

292 El señor conde Melchor de Vogué, Las Iglesias de la Tierra Santa, en 4º,1860, página 50, nota.

293 Vida de Jesús, pág. 20, nota.

294 Vida de Jesús, Introd pág. XXI.

295 Just. Dialog, cum Tryphone Judaeo; Patrol. graec tom. 6, col. 713.

296 Id. ibid.

297 Orig. Cont. Cels. lib. 1, cap. XXVIII; Patrol. graec. Tom. 11, col. 713.

298 Vida de Jesús, pág. 239-240.

299 Joseph, Autobiogr cap. I.

300 Joseph, Respons. ad Appion cap. II.

301 Nssim (olvidar).

302 Zhar (Acordarse)

303 Lc 2,6-20. El Dies Natalis Domini, tan elocuentemente celebrado por todos los padres de la Iglesia griega y latina, se ha transformado en nuestra lengua en el de Natividad (traducción de la expresión romana Natal). Para lo relativo a la admirable liturgia de Natividad, conviene estudiar el capítulo que se le dedica en el Rational de Durand de Mende, verdadero monumento de erudición y de piedad, cuyo estudio descuidado por tanto tiempo, principia en fin a tener favor, y que debería ser familiar a todos los sacerdotes (Rational, trad. de M. C. Barthelemy, tom. 3, p. 217, París, Vivés,1854. -(N. de M. Darras.) Jesucristo vino al mundo cuando el reinado de la luz comienza a vencer las tinieblas de la naturaleza, en el día del solsticio de invierno, cuando llegando el sol al signo de Capricornio, comienza a levantarse sobre el punto solsticial, y a subir de nuevo hacia la primavera, época notable en que apenas puede la humanidad creer a sus ojos, y dada en cierto modo, si es esto efecto de una ilusión óptica. Así, los antiguos habían establecido doce días característicos desde aquel en que el sol vuelve a principiar su brillante carrera, o bien según los fastos romanos, desde el 25 de diciembre al 6 de enero. La antigüedad celebraba este espacio de tiempo, como las doce noches santas del año. A estos días misteriosos suceden inmediatamente la Epifanía o el día de la manifestación. En efecto, en este momento ha pasado el sol realmente el punto solsticial, y este dios de la naturaleza que se creía perdido, vuelve a aparecer por fin. Cesa el luto y luce y se ostenta una alegría universal que se manifiesta, en la antigüedad, por medio de fiestas religiosas. Los romanos celebran el 24 de diciembre con juegos públicos el nacimiento del Invencible, es decir, del sol (natalis Invicti), y el principio de año nuevo. Los egipcios, al contrario, principiaban el año el 6 de enero, y solemnizaban este día con grandes demostraciones de júbilo. Porque era en efecto la época en que habían cesado las inundaciones del Nilo, en que la naturaleza se engalana con sus más bellos atavíos y en cine reaparece la primavera.

Toda la cristiandad celebra la Encarnación del Verbo el 25 de marzo, en esta época tan importante para la naturaleza, en que la creación recibe por decirlo así, un nuevo soplo de vida y se rejuvenece a los rayos más ardientes del sol.

Debemos, pues, contar doscientos setenta y cinco días desde el momento de la Encarnación hasta el del Nacimiento: de suerte que esto coincide con la época en que comienza el sol una nueva carrera. Y en la antigüedad, los persas, adoradores de Mithra celebraban el nacimiento del sol el 24 de diciembre, en el solsticio de invierno; y se halla ni recuerdo de esta fiesta en muchos de sus sepulcros, donde se representa el sol con una aureola de rayos en la cabeza, rodeado de los animales sagrados de Ormuzd, tendido en una gruta y recibiendo los homenajes y los dones de los magos. Estas representaciones tienen una grande analogía con las de los primeros siglos cristianos, tales como se ven en las catacumbas. Por otra parte, los egipcios solemnizaban también el 24 de diciembre, como el día en que nació de Isis el sol, con el nombre de Harpócrates; y en esta festividad exclamaban los sacerdotes: «Regocijaos; ya lo hemos encontrado». El sol niño o naciente se representa en este pueblo con el nombre y la imagen de Horo, naciente y reposando en el seno de la Virgen celestial, con la cabeza circundada de una aureola. Lo mismo es respecto de Chrishna indio. Cristo es, pues, propiamente el sol de justicia, la luz que se eleva para los que habitan en la sombra de la muerte y para el pueblo que camina en las tinieblas, como dice Isaías (IX,2). Era, pues, conveniente que apareciese en la tierra en la época en que principia a nacer el sol.

El Nacimiento de Cristo coincide con el período histórico, en que según el cálculo de todos los pueblos, termina el año de Dios, compuesto de cuatro mil trescientos veinte de nuestros años lunares. Coincide con la época en que la grande estrella de los orientales, prometida hacía tanto tiempo, apareció en el cielo acompañada de una conjunción general de los planetas. Esta época era un día de fiesta para la historia y para el firmamento; debía, pues, ser también un día de fiesta para la tierra. En el llamamiento del Salvador, en efecto, celebra ésta el gran misterio de su renovación; entonces es cuando después de haber terminado su carrera, vuelve a comenzar otra nueva.

Por la misma analogía, tuvo lugar la glorificación del Salvador en la época en que el sol, en medio de su carrera, había llegado al grado más alto de su esplendor, y salió del sepulcro con los primeros resplandores de la aurora. De suerte, que en su vida se aúnan y se penetran mutuamente los misterios de la naturaleza y los de la mitología, o la revelación natural y la revelación divina.

La naturaleza, en efecto, tal como fue producida al principio por el Verbo eterno, no es más que una revelación escrita en caracteres más toscos.

¿Deberemos, pues, admirarnos, de que se armonice tan perfectamente el orden de la naturaleza en todo el curso del año, con el orden de las fiestas de la Iglesia y del firmamento? La Iglesia misma ha reconocido desde los primeros siglos esta relación, y ha entendido en estos dos sentidos las palabras de San Juan: Es preciso que él crezca y que yo disminuya (San Jn 3,30.) San Juan Bautista nació en el solsticio de estío, en que principian a disminuir los días; Cristo, al contrario, nació en el solsticio de invierno, en que principian los días a crecer.

Esta celebración del nacimiento del Señor el 25 de diciembre, se encuentra no sólo entre los cristianos de Occidente, sino también en los de Oriente, según expone el doctor Sepp en su Vida de Nuestro Señor Jesucristo; parte 1.ª cap. 8, de quien tomamos estas noticias.

Los Griegos llaman el día del nacimiento de Cristo el día de las luces, los Alemanes al contrario, lo llaman la noche sagrada. Después de la transposición del calendario judío al calendario juliano, se llamó este día, noche santa. La Iglesia de Oriente llama al domingo antes y después de Navidad: domingo antes de las luces, y domingo después de las luces. Asimismo, los antiguos paganos llamaban a nuestra época de Navidad, es decir, el tiempo que trascurre desde el 25 de diciembre al 6 de enero, las doce noches santas en que celebraban los judíos la festividad de la dedicación del Templo, del 25 de cisleu hasta el 1.º de tebeth. En efecto, ciento sesenta y cuatro años antes de nuestra era, el día 25 del noveno mes del año eclesiástico de los judíos, Judas Macabeo, después de una memorable victoria sobre los Sirios, consagró de nuevo el altar en el mismo día en que tres años antes, había sido profanado el templo por vez primera por el rey Antioco. Después de haber buscado en el templo aceite de la época anterior a la profanación, se encontró lo suficiente para un día; pero este aceite duró por milagro de Dios, por espacio de ocho días enteros como una luz sagrada. De aquí provino el uso entre los judíos de solemnizar durante ocho días la dedicación del templo. Y durante las ocho noches de esta santa semana, entonando aleluyas y cánticos de alabanza, se encendía en todas las casas, no sólo de Jerusalén, sino también de la Judea, y donde quiera que había Judíos, un gran número de luces, como hacemos actualmente en la festividad de la Candelaria; lo cual causaba un gran regocijo en todo el país. De este uso tomó la festividad de la dedicación el nombre de fiesta de las luminarias, y se llamaron las ocho noches de esta festividad, las Noches Sagradas, o el tiempo de la santa noche.

Así, por una particular providencia, Jesús, la luz del mundo, el fundador de la nueva alianza, nació en medio de las aleluyas del cielo y de la tierra, en la santa noche, el 25 cisleu, en el día en que se consagró el altar y se purificó el templo de los Judíos, ocho días antes de la nueva luna de tebeth, en medio de las fiestas de las luces y de los esplendores del firmamento iluminado para celebrar su nacimiento. Cuando más adelante se sustituyó el calendario judío con el romano, se trasladó el 25 cisleu al 25 de diciembre que le correspondía, de suerte que la fiesta de Navidad coincidía con la fiesta pagana del sol y las saturnales de los Romanos y con el día 25 del noveno mes de los egipcios.

Jesús, vino pues, al mundo, anunciado por el coro de los planetas, todos los cuales solemnizaban unánimes su semana jubilar. Nació mientras se hallaba su estrella profética en el signo de los Peces; nació como Salvador del mundo, en medio de los cánticos de todos los coros celestiales (V. Sepp part. 2.ª, cap. VI). -(N. Del T.).

304 Is 1,3

305 Is 9,2

306 En Palestina imposibilitaban dos estaciones el pasturaje a causa de las lluvias. Las primeras lluvias caían comúnmente por tres veces distintas en el mes de noviembre, y las últimas en el de marzo. Hacia primeros de marzo, dejaban los ganados las soledades de Judá y los pastos de Siria para volver a los apriscos; y volvían en las Pascuas a los pastos que les ofrecían en Palestina los desiertos de Mahón, Engaddi y Jericó. Pero el Evangelio no se refiere a esta clase de pasturaje en que se reunían rebaños inmensos, sino sólo a los pastores que guardaban sus rebaños en las praderas cercanas a Belén. No ignoran, pues, los viajeros, que en estas comarcas a fines de septiembre, después de la lluvia, vuelven a aparecer ya las flores. Sabido es también, que en ellas existe una gran diferencia de temperatura entre estos dos inviernos. Los Árabes, después de las lluvias de diciembre, acostumbran a descender de las montañas con sus rebaños para apacentarlos en las llanuras, y esto es lo que los pastores de Belén. «Vamos hasta Belén», dijeron. Esta costumbre existía también, según el testimonio de Cicerón, entre los pastores árabes, los de Cilicia y de, Frigia. El Génesis (XXXI,40) nos da a entender que lo mismo sucedía en Mesopotamia.

No podía ser de otra suerte en la tierra prometida, cercana a estos países, y de un clima más cálido que los nuestros. Si hoy es de otra suerte, debe atribuirse a la maldición, que pesa desde la muerte del Hombre Dios sobre el pueblo judío y sobre el suelo que habitó en otro tiempo.

Además, en la campiña de Belén se hallaba también aquella torre en que se abrigaban los pastores de la comarca y de que habla el profeta Miqueas (IV,8).

«Torre nebulosa de la hija de Sión, donde se abrigan los rebaños, hasta ti vendrá la antigua dominación, el reino de la hija de Jerusalén». Esta torre se halla cerca de Belén, donde había levantado en otro tiempo Israel sus tiendas, torre donde se abrigaban los ganados durante la noche, y de la cual se lee en el Targum de Jonathan en el Génesis (XVXV). «Más allá de la torre de Eder, que es el sitio de donde se manifestará el Rey Mesías al fin de los días». Podemos decir, pues, sustituyendo lo pasado a lo futuro, «que es el lugar o sitio, donde nació el Mesías». Existían esta clase de torres de observación en las campiñas y en las alturas, como en los viñedos de que se habla en San Marcos (XI, I), y en el día son necesarias a los Árabes para evitar los ataques de los Beduinos.

Pero había además de esto algo particular respecto de las campiñas situadas entre Jerusalén y Belén, porque en ellas era donde se apacentaban los rebaños de corderos, de ovejas y de becerros, destinados para los sacrificios diarios del templo. Los pastores que tributaron los primeros homenajes al Salvador del mundo, guardaban esta clase de rebaños, y velaban reunidos alrededor de hogueras, cuyas veladas comprendían, entre los Griegos y romanos, la cuarta parte de toda a noche y entre los He eos la tercera, alternándose cada tres horas en verano, y cada cuatro en invierno: D. Sepp Vida de Nuestro Señor Jesucristo, parte 1.ª, cap. S. -(N. del T.)

307 Vida de Jesús, pág. 19. El autor cita en apoyo de su aserción: «Mt 13,54 y siguientes; Mc VI y siguientes; Juan 1,45,46». Según su modo habitual, sólo pone por nota los números de los versículos evangélicos, sin reproducir el texto. Así pues, nadie duda que Mateo 13,54; Mc 6,1; Juan 1,45,46», afirman positivamente que Jesús nació en Nazareth. Pues bien, ninguno de estos tres Evangelistas en los pasajes indicados, dice una palabra sobre ellos, lo cual es sorprendente e increíble, ¡pero así es! Los padres de Jesucristo moraban en Nazareth de Galilea, habiendo pasado el Salvador toda su infancia y su juventud en esta población. La patria de Jesucristo era pues, para los Judíos sus contemporáneos, así como para nosotros, el lugar donde se le había visto crecer y residir el mismo, sin interrupción hasta la edad de treinta años. Así, la inscripción que se pondrá más adelante en la cruz del Calvario será ésta: Jesús Nazareno, rey de los Judíos. Así pues, no hablan San Mat. 13,54; San Mc 6,1; San Jn 1,45,46 en manera alguna del lugar del nacimiento de Jesucristo.

He aquí sus mismos palabras: «Al volver a su patria Jesús, les enseñaba en las sinagogas». Veniens in patriam suam docebat eos in sinagogis eorum (Mat. 13,54). «Y habiendo vuelto Jesús a su patria, le siguieron todos sus discípulos». Et egressus inde abiit in patriam suam, et sequebantur eum discipuli sui (Mc 6, l).El lugar de residencia y el lugar del nacimiento son dos cosas distintas aun en el día. Cuando hablan, pues, San Mateo y San Marcos del lugar de residencia de Jesucristo, da a entender el racionalismo que hablaron del lugar de su nacimiento. Es fácil que los lectores vulgares no adviertan el equívoco; pero los lectores graves y formales condenaran semejante táctica. ¿Qué nombre daremos a un autor que escribe; que «Jn 1,45,46», hace nacer a Jesús en Nazareth? He aquí el texto de San Juan: «Encontró Felipe a Nathanael y le dijo: Hemos hallado al Cristo anunciado por Moisés y los Profetas; es Jesús, hijo de Josef de Nazareth: Invenit Philippus Nathanael, et dicit ei: Quem scripit Moyses in lege, et prophetae, invenimus Jesus filium Joseph a Nazareth (Jn . 1,45). Aquí no era posible el miserable equívoco sobre el lugar de residencia y el lugar de nacimiento de Jesucristo puesto que no hay duda que se refiero a Josef la localidad do Nazareth. -(N. de M, D.) Debe advertirse también acerca de los textos de San Mateo y de San Mc en que se usa la palabra patria, respecto de Nazareth, y en especial, el de San Mateo, que no pueden prevalecer ni destruir la fuerza del texto del mismo Evangelista. (Capítulo 3, v. 3,4,5 y 6), en que dice circunstanciada y terminantemente que «habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, en los días del rey Herodes vinieron del Oriente a Jerusalén unos magos»; ni asimismo, el texto en que refiere el nacimiento de Jesús en Belén, el cumplimiento de la profecía de Miqueas, que ocupaba y dominaba todas las almas, sobre que Jesús nacería en Belén, expresando circunstanciada y positivamente el anuncio hecho a Herodes por los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo de que debía nacer Cristo en Belén; el hecho de enviar este rey a Belén a los magos que venían de Oriente, siguiendo la estrella que les había de designar el sitio en que había de nacer Jesús, y el de haber encontrado éstos y adorado efectivamente al niño recién nacido en Belén, Así, pues, aunque quisiera hallarse contradicción entre la palabra fugitiva patria, usada en el capítulo 13, v. 54, y el relato del cap. 2, v. 1 y siguientes, no podría aquella palabra destruir la fuerza de este texto, porque afirmando y repitiendo San Mateo en una narración seguida y terminante que nació Jesús en Belén, preciso es dar a lo que dice como de paso de Nazaret una interpretación que deja en pie aquel testimonio.

El texto de San Lucas sobre que Jesús fue criado en Nazaret se halla también explicado y suplido, digámoslo así, por el texto del capítulo 2, v. 1 y siguientes, en que traza este Evangelista el admirable relato del viaje de María y de Josef a Belén para empadronarse; el nacimiento de Jesús en Belén en el pesebre que le sirve de cuma, «y estando allí (en Belén) se cumplió el tiempo en que había de parir y parió a su hijo primogénito (v. 6 y 7)»; la aparición milagrosa de los ángeles a los pastores que guardaban sus rebaños, y la adoración del recién nacido con el título del Salvador por estos humildes pastores en presencia de María y de Josef, que admiran meditando las maravillas que oyen referir. Este relato es de gran exactitud, y coincide confirmándolo, con el de San Mateo. San Lucas usa de una expresión más suave en el primer texto, que la de San Mateo, puesto que dice que Jesús fue criado en Nazaret, pero tanto el uno como el otro evangelista, declaran terminantemente que Jesús nació en Belén. (Segunda pastoral de M. Plantier, obispo de Nimes, contra el libro intitulado Vida de Jesús, por Ernesto Renan, pág. 94 y siguientes). -(N. del T.)

308 «La familia, bien proviniera de uno o de muchos matrimonios, era bastante numerosa. Jesús tenía hermanos y hermanas, de los cuales parece haber sido el mayor. (Vida de Jesús, pág. 23). Para justificar este título de mayor, remite el autor naturalmente a San Mateo,1,25; Peperit filium suum primogenitum.

Aquí sólo contestamos a la falsa interpretación de la palabra Primogenitus. En los números 26,27 y 28 de este capítulo, se hallará tratada con toda extensión la cuestión de la Virginidad de María.

309 Mt 1,25 Lc 2,7

310 Ex 13,2

311 Ibid. 12.

312

313 Nb 10,13

314 Ex 13,13

315 Grocio, Annotat. In Mt Oper Theolog tom. 2, vol. 1, pág. 15.

316 Mt 1,25. Advertirán los lectores que este pasaje es exactamente el mismo que cita el autor de la Vida de Jesús, en apoyo de un error refutado hace mil seiscientos años.

317 Calvino, Comentarios sobre la armonía Evangélica, pág. 41.

318 Kataluma en el original (N. del E.).

319 San Epiphan Advers. haeres. LI Patrol. graec tom. XLI, col. 906.

320 Dialog. cum Tryphone,78. Patrol. graec loc. cit.

321 Orig. Contra Celsum, lib. 1, cap. LI, Patrol. graec tom. 11, col. 755.

Encuéntranse vestigios del nacimiento de Cristo en la gruta de Belén en el Midrasç Eca,48,3, citado por Lightfoot, donde da un árabe noticia a un judío de haber nacido el Mesías en Berat' Arbà, cerca de Belén de Judá. Y añade Lightfood: Gratias plurimas promerebitur qui dixerit, quid sit Berat Arbà? Cassel lo traduce por gruta del pastor, puesto que bera equivale a fosa, caverna, gruta, y Arabo se dice por nómada o pastor. (La Vita de Jesu, romanzo di Ernesto Renan, preso ad exame da Giuseppe Ghirmghello, Torino,1864, pág. 272, nota 7). -(N. del T).

322 San Hieron. Epist. LVIII, ad Paulinum; Patrol. lat. Tom. 22, col. 581.

323 M. de Vogue, Iglesias de la Tierra Santa, pág. 51, nota

324 . A los testimonios de San Justino y de Orígenes que dan al Praesepium de Belén el nombre de sph/laion (gruta), podemos añadir los de Eusebio de Cesárea, de San Epifanio, de San Gerónimo, todos los cuales lo llaman lo mismo. In hoc parvo terrae foramine caelorum conditor natus est (S. Hieronym Epist. XLVI; Patrol. lat tom. 22, col. 490.) Esta designación tan parecida a la de la narración evangélica y al aspecto mismo de los lugares, nos permite fijar completamente las ideas sobre el Diversorium y el Praesepium de Belén. «El suelo de la Palestina, dice el doctor Sepp, se compone en gran parte de tierra calcárea, y por consiguiente, está lleno de grutas naturales». Desde el principio se aprovecharon estas excavaciones naturales para procurar en ellas guaridas o abrigos para los hombre y los animales, siendo de esta clase la caravanera de Belén. La parte destinada a los animales forma una gruta especial, pequeña, baja, y cuya área tiene dos pies menos que la gruta principal, sobre la que se abre a mano derecha hacia el fondo: y éste es el pesebre o Praesepium. La parte dispuesta para uso de los hombres, el kata/luma de San Lc el Diversorium de la Vulgata es una pieza irregular de forma trapezoide, que tiene 38 pies de largo,11 de ancho y 9 de alto (Vida de Nuestro Señor Jesucristo, por el doctor Sepp, tom. 1, pág. 232; Historia Evangélica, por D. Pezron, tom. 1, pág 63; de Sauley, Dict de las Antig. bíblicas, col. 140-141.) [kataluma e el original (N. del E.)]

325 . He aquí como se expresa sobre este asunto una carta dirigida de Jerusalén con fecha 17 de febrero de 1859: «Acaba de hacerse un descubrimiento de grande importancia hace apenas algunos días en las cercanías de Beith-Lehm, en el sitio conocido por la aparición de los Ángeles a los pastores. Al Este de Beith-Lehm, a igual distancia del santuario tradicional de la Aparición del Ángel a los pastores, al hacer una excavación de muchos metros en tierra, se acaba de encontrar las interesantes ruinas de un inmenso convento, de la época de S. Gerónimo y de Santa Paula, en el que se reconocen excavaciones posteriores, hechas por los Cruzados. Las cisternas son inmensas, regulares y en perfecto estado de conservación. Se ha descubierto ya el pavimento de mosaico de muchas estancias, y se está descubriendo el pavimento de mármol de la Iglesia, así como la entrada de los subterráneos. El entusiasmo que ha ocasionado este descubrimiento es tal, que acuden a trabajar a él gratuitamente del pueblo de Beth-Sakur (de los Pastores). El sitio de estas ruinas es conocido por los árabes con el nombre de Siar-el-Ganem (Paseo de las Ovejas.) Rodéanle considerable número de grutas muy profundas, donde acudían hasta hoy a guarecerse los pastores con sus rebaños. Muy cerca de estas grutas se halla una gran cisterna hebraica. (De Sauley. Dicc. de las Antig. bibl. Col. 805.)

326 S. Epiph. Oratio de Deipara; Patrol. graec tom. XLIII, col. 499.

327 S. August. De Nativit. serm 9, citado por Cornelio a Lápide, Comment. In Lc Edit. Vives, tomXVI, pág. 61.

328 Lc 2,21

329 Gn 17,12

330 Lv 12,3

331 León de Módena, Ceremonias y costumbres que se observan en el día entre los judíos, traducidas del italiano de León de Módena, rabino de Venecia, por el señor de Simoville. París,1710, en 12, pág. 412,147; Buxfor, de la Sinagoga judía, cap. II; Adisson, Del Estado presente de los judíos en Barbaria, cap. VII.

332 Sepp Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 1, pág. 236-237. Hállanse los más amplios pormenores sobre esta materia en el Racional de Durand de Mende, edit. Vives, tom. 3, pág. 429-436.

333 Racional, tom. 3, nota 7, pág. 434.

334 El carácter esencialmente tradicional del pueblo judío no permite dudar de la antigüedad de los ritos para la circuncisión, cuyo uso ha conservado.

335 «El nombre de Jesús que se le dio, dicen los racionalistas, es una alteración de Josué. Era un nombre muy común; pero naturalmente, se buscaron misterios en él más adelante y una alusión a su papel de Salvador. Tal vez, él mismo, como todos los místicos, se exaltaba sobre este particular». (Vida de Jesús, pág. 2.) Esta última insinuación en que se atrinchera la impiedad al abrigo de un tal vez, tiene el mismo valor científico que el naturalmente que la precede.

Pero no se debe contestar a conjeturas. El Evangelio, cuyo texto reproducimos íntegro, no es una obra imaginaria, y basta su lectura para condenar los sueños de nuestros literatos. Pero bajo el punto de vista filosófico, escribir que Jesús es una alteración de Josué, es exponerse voluntariamente y a sabiendas a la risa del público sensato, por tener la fútil ventaja de engañar por un instante al vulgo de los lectores. La expresión hebraica Jehosuah, y por abreviación Jesuah, ha sido traducida en griego con la palabra Jesus (Setenta, Philon, Josepho.) La primera versión latina del Antiguo Testamento, la traducía con la palabra Josué. Esto lo sabía tan bien como nosotros el autor de la Historia de las lenguas semíticas, cuando formulaba, para uso de la multitud, esta ridícula afirmación: El nombre de Jesús es una alteración de Josué.

336 Lc 2,22-28

337 El término de siete días fijado para la duración de la impureza legal, después que había dado a luz a un hijo una mujer judía, hace comprender por qué no era posible verificarse hasta el día octavo de la ceremonia de la circuncisión, puesto que no hubieran podido comunicarse con la madre los testigos y los asistentes, sin contraer ellos mismos la impureza absoluta que a ella le afectaba durante los siete primeros días.

338 Lv 12,2

339 Mi 5,2

340 Mt 2,1-14: La adoración de los Magos no precedió a la Purificación.

Inmediatamente después de marchar los ilustres extranjeros, partió la Santa Familia, en aquella misma noche para Egipto. Los lectores que deseen estudiar a fondo esta cuestión de cronología evangélica, hallarán todos los elementos reunidos por el padre Papebrock (Acta Sanctorum, tom. 1, April.) y el padre Patrizzi (De Evangel. lib. 3, disert. 20, tom. 2, pág. 277, edit. Frib. Brig. 1853).

Créese generalmente que la adoración de los Magos se verificó un año después del nacimiento de Jesucristo; tal es al menos el parecer de los doctos Bolandistas. En cuanto a la permanencia de la Sagrada Familia en Belén, durante tan largo intervalo, no tiene nada de extraño, si se consideran todos los datos que nos da el texto sagrado. 1.º El Evangelio nos dice que habitaba la Santísima Virgen en Nazareth, antes de su nacimiento (Lc 1,27); pero no nos dice absolutamente nada de que se estableciera allí San Joseph. 2.º Lejos de atribuir esta residencia, aun intencional a San Joseph, antes de la época en que recibió la misión sublime de ser el custodio de María Inmaculada, y el padre putativo de Jesús, el Evangelio supone precisamente lo contrario. En efecto, cuando avisada por el Ángel la Sacra Familia, deja el Egipto para volver a Palestina, no se propone Joseph volver a Galilea donde estaba situado Nazareth, sino a la tribu de Judá (in Judaea) donde estaba situada Belén. El temor a Arquelao, hijo de Herodes que reinaba en Judea, y un aviso divino es lo único que le determinan a volver a Nazareth; y el historiador sagrado advierte este incidente como una circunstancia preparada providencialmente, contra todas las probabilidades humanas. Ut adimpleretur quod dictum est per prophetas: Quoniam Narazaeus vocabitur (Mt 2,23).

341 Vida de Jesús, pág. 241-242.

342 Mc 8,2

343 Talmud babylon Sanhedr cap. II. Este pasaje ha sido citado por primera vez por don Juan José Heydeck, rabino converso, en su obra titulada: Defensa de la Religión cristiana, tom. 2, pág. 79, Madrid 1798.

344 Virgil Eglog cap. 4,6.

345 H. J. Schmitt. Redención del género humano, pág. 66.

346 Münter, Sinnbilder der Alten Christ. 2 heft, Altona,1825.

347 Nb 24,17

348 Chalcid In Plat Timaeum Comm. pars. 2, cap. 8, § 125, p. 219.

349 Orígen. Contra Celsum, lib. 1, cap LVIII; Patrol graec. Tom 11, col 768.

350 Justin Dialog. cum Thriph.; Patrol graec. tom. 6, col 657.

351 Es sumamente bella y fecunda la idea de algunos Santos Padres que representan a los Reyes Magos dando al recién nacido testimonios de su fe por medio de los regalos que le ofrecen: según ellos, los Magos reconocían su Regia estirpe y su reinado con el oro que le presentaban; su Divinidad, con el incienso, y su Humanidad con la mirra, de que se hace uso para embalsamar los cadáveres; puesto que Jesucristo debía morir como Hombre, resucitar como Dios y juzgar al mundo y reinar eternamente como Rey. La Iglesia consagra estos símbolos, viendo en el oro la imagen de la limosna, en el incienso, la de la oración, y en la mirra la de la mortificación de la carne y de la voluntad, mortificación preciosa, aunque amarga. (V. M. de Sacy. Trad. del Ant. y del N.Testam. y la Historia de Nuestro Señor Jesucristo, del conde de Stolberg, cap. III). -(N. De T)

352 Mt 2,16-18

353 Jr 31,15

354 Macrob. Saturnal lib. 2, cap. IV.

355 Euseb. Histor. eccles lib. 3, cap. X II; Patrol, graec. tom. 20, col. 248.

356 Vida de Jesús, pág: 238.

357 No puede fijarse de un modo absoluto el número de niños muertos en Belén en esta circunstancia. He aquí las apreciaciones del Doctor Sepp sobre este particular. «Sabido es que Belén era la ciudad más pequeña de Judá; su población y la de las cercanías debía ascender a dos o tres mil almas, puesto que aun en el día, en que es bastante numerosa, apenas asciende a dos mil.

Pues bien, para cada mil habitantes, se puede contar que nacen más de quince a veinte varones por año.* No pueden, pues, elevarse a más de sesenta a setenta las víctimas degolladas por Herodes, no comprendiendo los padres y las madres». (Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 1, pág. 139).

* [«veinte varones» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)

358 Hymm. in fest. SS. Innocentium.

359 Josefo, Antiq. Jud lib. 17, cap. VIII.

360 Recordárase las aserciones del racionalismo sobre el inviolable dominio de los Herodes, al que se hubieran guardado bien de tocar los Romanos. Por todas partes viene a acusar la Historia, la ignorancia o la mala fe de las teorías racionalistas.

361 Joseph Antiq. Jud. Lib. 17, cap. VIII.

362 Herodes reinó treinta y siete años, después de su coronación en el Capitolio, y treinta y cuatro altos solamente desde la caída de Antígono. La narración de las últimas crueldades de la muerte de Herodes que damos aquí, es un fiel análisis de los capítulos 8, IX y 10, del lib. XVII de las Antiq. de Josefo.

363 Josefo, Antiq. Jud lib. 17, cap, X. He aquí rotundamente desmentida la teoría de la independencia de la inviolabilidad del domino de los Herodes.

364 Phasaelis fue edificada por Herodes que le dio el nombre de su hermano Phasael. Estaba situada en el valle de Jericó, al Norte de esta ciudad, (Reland, Palaestin. illustr. tom. 2, pág. 953).

365 Josef Antiq. Jud lib. 17, cap. X. Para prevenir el equívoco que podría resultar del término griego galatiko/n, y determinar su verdadero sentido, es decir, la Galia y no la Galatia, basta compararlo con una expresión de Josefo que designa la ciudad de Viena, capital de los Alóbroges, con el título de Po/lin th=j Galati/aj. Josefo, Antiq. Jud lib. 17, cap. XII. [ galatikon y Polin th/j Gagatiaj en original (N. del E.)]

366 Mt 2,19-23. La profecía a que alude aquí San Mateo, va a suministrarnos una nueva prueba de la autenticidad de la narración evangélica. En el versículo de Isaías (cap. 11,1), que ha traducido la Vulgata con esta frase latina: Egredietur virga de radice Jesse et flos de radice ejus ascendet, se leía la palabra flos, en hebreo Netser, que era el mismo nombre de Nazareth (San Gerónimo, Comment. in Is . Cap. 11,1). Esta palabra hebrea Netser (Nazareno), es exactamente la que se inscribió en el título de la cruz del Salvador. Es pues, evidentísimo, que jamás hubiera podido imaginar un apócrifo, ignorando la lengua hebraica y la interpretación de las profecías judaicas sobre el Mesías, semejante correlación entre el texto de Isaías y el hecho de la residencia de Jesucristo de Nazareth.

367 Josefo, Antiq. Jud lib. 17, cap. X y XII.

368 Mt 2,22

369 Este príncipe, llamado Herodes Antipas, para distinguirlo de Herodes el Grande o el Idumeo, su padre, es el mismo que figura en la historia de la Pasión del Salvador.

370 Mt 2,20

371 Josefo, Antiq. Jud lib. 17, cap XII.

372 A treinte estadíos de Tiberiades (Reland, Palaest. illustr tom. 2, pág. 821).

373 Josefo, Antiq. Heb lib. 17, cap. 12, XIII; De Bell. Jud lib. 2, cap. 7, VIII y IX.

374 Sería imposible insistir sobre todas las expresiones del Evangelio que llevan consigo una prueba de autenticidad. Para decir que fueron de Nazareth a Jerusalén, ateniéndose tan sólo a las nociones geográficas, un autor que no hubiera conocido prácticamente los lugares, no hubiera podido servirse de la expresión subir. En efecto, Nazareth se halla a la altura del lago de Tiberíades, que atraviesa el Jordán para bajar, siguiendo una línea paralela, en dirección a Jerusalén. El término de que sirve el Evangelista era la expresión usada entre los He eos, explicándola suficientemente la elevación del llano donde está edificada la ciudad santa, y cuya exactitud han confirmado todos os peregrinos.

375 [«solemnidad. Acabados» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

376 Lc 2,40-52

377 Vida de Jesús, pág. 30.

378 Jn 7,15

379 Vida de Jesús, pág. 23-25.

380 Mc 6,3

381 Mt 13,55-56

382 Mt 12,47-50

383 Jn 7,5

384 Calvin, Comentar. sobre la Armonía evangel. pág. 285.

385 Grotius, Annot. in Mt pág. 145.

386 Jn 19,25 Mt 27,56 Mc 40

387 Jud. Epist catholic 1.

388 Euseb Histori. Eccles l

389 Vida de Jesús, pág. 23-24

390 Gn 14,14-16

391 Gn 31,15

392 Tb 8,9

393 Preciso es ignorar todo estudio lingüístico, dice el abate Freppel en su Examen crítico de la Vida de Jesús, de M. Renan, para no saber que la palabra latina frater, la griega adelphos, y la hebrea akh, se usan con mucha frecuencia para designar los primos hermanos, los sobrinos y los parientes en general. Entre los hebreos, tiene la palabra hermano, según Gesenio y otros filólogos no menos distinguidos, una significación muy extensa que se refiere, no sólo a los primos, sino a los individuos de la misma tribu, según se ve en el Antiguo Testamento (V. Gn 7,4; 8,9; 11,27; 13,8; 14,16). Si consultamos el Nuevo Testamento, hallamos la palabra hermano, usada trescientas setenta veces en cuatro acepciones diversas, para designar el hijo de un mismo padre, los miembros de una misma familia, los habitantes de un mismo país, y los hombres reunidos por una misma fe y un afecto. No debe, pues, parecer extraño que llamaran hermanos los judíos a los primos de Jesús, porque esta denominación es un puro hebraísmo. Respecto de los Griegos y Romanos, bastará decir con la autoridad de Grocio: Quem Jesu FRATREM id est CONSOBRINUM, loquendi genere etiam Graecis et Romanis noto. Finalmente, según observa Augusto Nicolás en su obra titulada: la Divinidad de Jesucristo, cap. 15, hoy mismo no existe en Rusia nombre para designar al primo y al primo hermano, etc llamándose hermanos a todos los próximos parientes, y hermanos de padre, a los hermanos propiamente dichos, para distinguirlos de los primos. V. lo que dice el autor M. Darras sobre este importante punto en el capítulo 8, § I. Véase también la obra titulada: Jesucristo, respuesta a M. Renan, escrita por M. Gratry, cap. II. -(N. del T.)

394 Vida de Jesús, loc. cit.

395 Vida de Jesús, pág. 25.

396 Ibid.

397 Mc 6,3.

398 El hecho de la asociación de Tiberio al imperio, viviendo Augusto, se halla atestiguado por todos los historiadores. Tácit. Annal lib. 1, cap. III. -Sueton. Tiberii Vita, cap XX. -Veleyo Patere Lib. 2, c. DXI.

399 Vida de Jesús, pág. 38.

400 Israel significa: Fuerte contra Dios.

401 Véase para todo lo concerniente al culto de San Josef, las Acta Sanctorum,19 de marzo.

402 Lc 3,1-6

403 Mc 1,1-8. -Mat 3,1-4. Juan I.

404 Comedores de langostas: de las dos palabras griegas: a)kri/dej (langostas), fagei=n (comer). [Akreqej y Fa/gein en original (N. del E.)]

405 Lv 11,22.

406 No podemos entrar en todos los pormenores exegéticos del pasaje de San Lc cuyos más sabios comentarios pueden verse en la obra de M. Wallon, titulada: De la creencia que se debe al Evangelio, cap. IV y V.

407 Lc 3,6-18.

408 Mc 1,5.

409 Id. ibid.

410 Cor. 10,2.

411 Esta observación del Evangelista, hace comprender inmediatamente el reducido formalismo de la objeción que va a seguir. Tranquilizada la conciencia farisaica con las declaraciones positivas de Juan que protesta no ser el Cristo, ni Elías ni Profeta, va a acusar o declarar su misión. A cada línea del Evangelio tendríamos que indicar observaciones de esta clase, si quisiéramos hacer notar todo los caracteres de autenticidad intrínseca de este Libro divino. Los lectores suplirán lo que nos obliga a omitir la ley de la brevedad.

412 Bethabara, según los antiguos manuscritos citados por Orígenes.

413 Jn 1,19-28

414 Mt 3,13

415 Lc 3,23

416 Vida de Jesús, pág. 105.

417 Joseph Antiq. Jud lib. 18, cap VII.

418 Zohar Sobre el Génesis, col. 70.

419 Korán.

420 Rosignol, Cartas sobre Jesucristo, tom. 2, pág. 96,97.

421 Dt 8,3

422 Ps 91,11

423 Dt 6,16

424 In momento temporis (Lc 4,5).

425 Dt 6,13 Dt 10,20

426 Mt 4,1

427 Vida de Jesús, pág. 188,190.

428 Padece y abstente.

429 Vida de Jesús, pág. 188,190.

430 Bar-Jonas, significa Hijo de Juan. (N. Del T.)

431 Jn 1,35-42

432 Jn 1,44

433 Reland, Palaest. illustr tom. 2, pág. 654.

434 La vecindad de Bethsaida y de Cafarnaúm se halla atestiguada por San Epifanio, Advers. haeres lib. II (Reland, Palaest. illustr pág. 654).

435 Mc 1,19-21

436 Jn 18,15-16: Dr. Sepp, Vida de N. S. Jesucristo, traducida por M. C. Sainte Foy, t. 1, pág. 307.

437 Gn 49,10 Dt 18,18

438 Is 40,10 Is 45,8 Jr 23,5 Ez 34,23 Ez 37,24

439 Jn 1,43

440 Vida de Jesús, pág. 102.

441 «Jesucristo no se detiene en probar a Nathanael que no era de Nazareth, sino de Belén, según habían predicho los santos Profetas. Porque podía ser de Belén, como tantos otros, y no ser, sin embargo el Cristo. Pero toma otro camino mucho más seguro para que pueda conocer su divinidad, puesto que le hace ver, que se había hallado presente en medio de ellos cuando creían estar hablando solos». (Le Maistre de Sacy, Coment. sobre el Evangelio de San Jn cap. 1,47).

442 Algunos intérpretes creen que Nathanael es el mismo que San Bartolomé (Véase Cornelio a Lapide, edit. Vivés, tom. 16, pág. 322) contra el parecer de San Agustín, que coloca solamente a Nathanael entre los discípulos del Salvador (San August Tractat. Sup. Jn 17, cap. I; Baronius, t. 1, pág. 67, edit. de Venecia,160).

443 Lc 4,14

444 3 La villa de Caná estaba a una legua al Nordeste de Sephoris, a dos leguas al Norte de Nazareth.

445 . 4 Hase traducido en la Vulgata la respuesta de Nuestro Señor Jesucristo con estas palabras: ¿Quid mihi et tibi est, mulier? Nuestra lengua acusa aún más su rigor: Mujer ¿qué hay de común entre tú y yo? El texto griego de San Juan está mucho más acentuado Gu/nai, ti/ e)moi/ kai/ soi/ ; texto que podría traducirse literalmente con estas palabras: Mujer ¿qué importa eso a ti y a mí? Confesamos que nos inclinaríamos a esta interpretación por nuestra parte, si no tuviéramos en cuenta la unanimidad con que los Doctores y los Padres de la Iglesia latina han entendido estas palabras en su acepción más rigurosa. Hállase, es cierto, en la Iglesia griega, una corriente de exégesis que parece favorable a la opinión contraria; pero está lejos de ser unánime, como han avanzado algunos escritores modernos. Sólo alegaremos en prueba, la disertación del libro de las Preguntas y respuestas, atribuido a Teodoreto, donde se propone el autor examinar esta dificultad. «¿Tuvo intención Jesús de afligir con estas palabras a María cuando la honraba con un milagro tan patente?» La sola enunciación de esta tesis supone que se había divulgado la objeción, tanto en la Iglesia griega como en la latina. Así, pues, creemos deber conservar este versículo la traducción consagrada por el uso, sometiéndonos por otra parte sin reserva y anticipadamente, al juicio definitivo que podría intervenir ulteriormente sobre este punto. Sería superfluo insistir por otra parte en la verdadera significación de la palabra «Mujer», que usa aquí el Salvador. Sabido es que entre los Judíos no tenía en manera alguna el sentido desdeñoso que afecta en nuestra lengua.

Hasta aquí la nota de M. Darras al texto de San Juan. Por nuestra parte creemos conveniente exponer la versión que hacen de este pasaje nuestros intérpretes Scio, Amat y Petite. El padre Scio traduce el versículo 4 de San Juan con estas palabras: «Mujer ¿qué nos va a mí y a ti?» y cuya traducción explica con esta nota: «Como estaba para hacer una obra que era propia de Dios, parece da muestras de desconocer a la Madre que le había engendrado según la carne; para que por aquí entendiesen todos, que además de aquello que se descubría en su exterior, había en él otra cosa que no aparecía y a la que debía extenderse la fe de sus discípulos. La prueba de esta verdad, esto es, del ser divino que se ocultaba en Jesucristo, debía ser la prodigiosa conversión del agua en vino». El padre Amat traduce el versículo de San Juan: «Mujer ¿qué nos va a mí y a ti?» sin explanar su traducción con nota alguna. El padre Petite traduce: «Mujer ¿qué tengo yo que ver contigo?» y explana su traducción con esta nota: «Estas no son palabras de reprensión, sino de enseñanza, con que Jesús instruía a sus discípulos, de que en el cumplimiento de las funciones de su ministerio, no debían tener respeto a la carne ni a la sangre, así como él no atendía a la petición de su Madre para un milagro que era obra de la divinidad (Duham. Natal. Alex)». Vese, pues, que nuestros intérpretes no traducen el pasaje de San Juan en el sentido rígido que M. Darras, sino por el contrario, en un sentido suave y favorable a la Virgen Madre. Grocio adopta también esta interpretación, observando, que si estas palabras Quid mihi et tibi est se toman en el sentido recibido entre los Latinos, llevan consigo una acepción de menosprecio y significan: ¿Quid tibi mecum est? pero que en la locución hebraica que San Juan ha empleado en su Evangelio significan otra cosa, a saber: ¿Cur mihi negotium exhibes? ¿Por qué me hablas de esto? (¿Qué tiene esto de común a ti y a mí?) Esto es lo que se ve claramente en muchos pasajes de los Libros Santos, donde se emplea esta misma locución, como,2, Samuel,16,10. -II, Paralipom XXXV,21. -Joel,3,4. -Y en el mismo Evangelio, Mt 8,29. Por el contrario, Augusto Nicolás interpreta este pasaje de San Jn en el mismo rígido sentido que M. Darras, alegando para esta interpretación luminosas y muy atendibles observaciones. Véase el cap. XVII de su obra titulada: La Virgen María según el Evangelio. -(N. del T.) [Gunai, ti/ emoi kai soi en original (N. del E.)]

446 Metrhta/j du/o hÄ treiÍj.(Jn 2,6). Créese generalmente que la metreta o medida indicada aquí, era el Bath hebreo, de un valor que se aproximaba a veinte y siete litros. Según el Padre Mariana (lib. de pond. et mens.), era una medida que cabría veinte y dos azumbres y media; y así cada tinaja cabría al pie de seis a nueve arrobas. El padre Scio dice, que era una medida ática que corresponde al ado de los He eos, mayor que la anfora romana que pesaba como unas cincuenta y seis libras, por lo que cada hidria contenía por lo menos de cinco a siete arrobas. El padre Amat cree que correspondía la metreta a veinte y dos azumbres y media, o dos arrobas y trece diez y seis avos. -(N del T.) [metrhta/j quo h/ trei)Íj en original (N. del E.)]

447 Jn 2,1-11

448 Erat mater Jesu ibi (Jn 2,1). Mediten y pesen bien los protestantes esta expresión, que por otra parte es común a todos los Evangelistas. (Mt 2,13-20,21; 13,55; Mc 2,31; Lc 2,34; Jn 2,1-3; 19,25-27). María no tiene otro nombre que el de Madre de Jesús. Salomé la llama la Madre de Santiago y de Juan; María tiene por único título Madre de Jesús, porque es Madre de un solo hijo unigénito y primogénito, Jesús.

449 Mt 2,11

450 Conul. Ephes. (431). (Homil. S. Cyrilli ad Patres; Labbe, Concil tom. 3, páginas 584,585).

451 Gaude, Maria Virgo, cunctas haereses sola interemisti in universo mundo (Breviar. Rm In fest. B. M. V 3 Noct. Antiphon I).

452 San Bernardo, Epiphan serm. II; Patrol. lat.; Bernardo, tom. 2, col. 160.

453 San Agust In Jn Evangel tract. 8, cap. II; Patrol. lat tom. LV, col. 1455.

454 . Vida de Jesús, pág. 42. El crítico remite en una nota a la cita: «Jn 2,4; que precisamente contiene el Quid mihi et tibi* est, mulier, del Evangelio.

*[«mibi» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

455 San Agust loc. cit.

456 Sepp Vida de Nuestro Señor Jesucristo, lib. 1, pág. 332.

457 Et erat subditus illis (Lc 2,51).

458 Véase el comentario de Cornelio a Lapide sobre el versículo 1.º del cap. XXXII del Eclesiástico, edit. Vivés, tom. 10, pág. 141-156.

459 El texto griego de San Juan trae, como el latín, la expresión a)rxitri/klinoj (Jn Eu)agge/lion,2,8). [ Arkitriklinw y Euagge(lion en el original (N. del E.)]

460 Ex 12,11

461 Mc 14,3 Mt 26,7 Lc 22,27 Jn 13,12

462 Cf. Walchii, Disertatio de Architriclino.

463 Tenemos sobre el mismo asunto un famoso tratado de Plutarco, titulado: Los Symposiarcas. Notemos de paso, que la soberanía tradicional de los festines antiguos, con su elección remitida ordinariamente a los caprichos de la suerte, se ha conservado hasta nuestros días en el banquete de los Reyes (Véase la sabia y curiosa disertación de M. del Hervillers: La Festividad de los Reyes y sus usos, París,1862).

464 Ps 74,9. Igual alusión se encuentra en el versículo 5 del salmo XV; Dominus pars haereditatis meae et calicis mei (Véase Cornelio a Lapide, loc.cit página 142.)

465 Is 2,17

466 Lc 14,8

467 Véase, respecto del Paraninfo, en los matrimonios judíos, el capítulo siguiente, núm. 9.

468 Wetstein y otros intérpretes alemanes han pretendido que el Architriclino de Caná no era el Symposiarca, sino el director de los sirvientes, o lo que llamaríamos en nuestro lenguaje moderno, mayordomo o maestresala. Más salta a los ojos la inverosimilitud de esta opinión, porque un sirviente no hubiera interpelado a su amo como se ha dicho. Para hablar de tal suerte, era preciso ser uno de los convidados y tratar con el esposo con un tono de familiar igualdad que recuerda las funciones del Paraninfo «encargado, dice el doctor Sepp, de la presidencia de las fiestas nupciales» (Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 1, pág. 329. Cf. Nota del editor literario de Cornelio a Lapide, edit. Vivés, tom. 16, pág. 331).

469 San Agust In Jn Tractat. VIII; Patrol. latin tom XXXV, col. 1450.

470 San Agust In Jn Tractat. 9, tom. cit. col. 1458-1466.

471 Vida de Jesús, pág. 188.

472 Ps 68,10

473 La alusión que se hace aquí a la Escritura, se refiere a estas palabras del Profeta-rey: Ego dormivi, et soporatus sum, et exsurrexi, quia Dominus suscepit me (Ps 3,6). Exsurgam diluculo (Ps 56,9).

474 Jn 2,12

475 He aquí el texto del Talmud de Jerusalén: «Un día Bava Ben Bota, llegando al recinto del Templo, lo encontró vacío» y exclamó «¡Hállese tan desierta la casa de los que han hecho que esté vacía la casa del Señor!». -Después envió al punto a buscar tres mil corderos del Cedar, los registró para asegurarse de que estaban sin tacha, y los hizo llevar al Templo. «Y ahora, hijos de Jacob, hermanos míos, dice, que aquellos de vosotros que quieren ofrecer holocaustos o sacrificios, compren e inmolen» (Talmud, Hierosol Jom-Tob fol. 61, col. 3).

476 Sepp, Vida de Jesús, tom. 1, pág. 384,385. (Cf. Talmud Shekalim, cap. I).

477 Alude aquí el autor a su Historia general de la Iglesia. -(N. del T.)

478 Jn 3,1-21

479 Eo quod esset discipulus Jesu, occultus autem propter metum Judaeorum (Jn 19,38).

480 Jr 4,4

481 Ez 11,19

482 Ps 50,12

483 «Parece, dice el racionalismo, que a pesar de su profunda originalidad, fue Jesús por algunas semanas, el imitador de Juan. El bautismo había sido puesto en gran favor por Juan: se creyó obligado a hacer como él, y bautizó y también sus discípulos. Inclinose, pues, por un momento al bautismo, por una especie de concesión» (Vida de Jesús, pág. 107-115). Basta oponer a esta teoría la última palabra de Jesús a sus Apóstoles antes de la Ascensión: «Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». ¿Significa esto que haya Jesús renunciado nunca «al bautismo», como quisiera hacer creer el moderno escritor?

484 In terram Judaeam (Jn 3,22). Es decir, en la campiña de Judá, por oposición a la ciudad de Judá (Jerusalén). Las expresiones griegas Gh= o Xw/ra , se emplean comúnmente en este sentido en el estilo hebraico (Cf Jos 8,1; Ac . 10,39). El país de Judea de que habla aquí el Evangelista, representa la parte principal de la antigua etnarquía de Arquelao, es decir, la comarca del medio día de Jerusalén, entre esta ciudad, el valle de Betsabé, el mar Muerto y el Mediterráneo.[ Gh/ y Xwra en el original (N. del E.)]

485 . Et baptizabat (Jn 3,22) Quamquam Jesus non baptizaret, sed discipuli ejus (Jn 4,2). Aproximando estos dos versículos que se explican el uno por el otro, se hubiera evitado el racionalismo un error de hecho en su apreciación sobre el papel de Jesucristo, como «bautista por imitación». Digamos, no obstante, con San Agustín, que el Salvador bautizó de su mano a sus primeros Apóstoles, para servirse después de su ministerio para conferir a los demás el sacramento de la regeneración. Adminístrase el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; fórmula que en su misma enunciación supone la delegación del ministro. He aquí por qué bautizaba Jesús por mano de sus discípulos en la campiña de Jerusalén, así como bautiza hoy a las naciones por mano de los ministros del Sacramento. Tal es el parecer de toda la antigüedad cristiana (Cf. Clemente de Alejandría, Hypotiposes, lib. V; Mosco, Prat, Spirit. cap. CLXXXI; Ambros in Lucam, Comment VIII; Hilar. Pietav in Mt 20,10). No sucede lo mismo respecto de una opinión reciente, que hace bautizar la Santísima Virgen por su divino Hijo. Esta tradición no se eleva más allá del siglo X.

486 El Ennom es un torrente que viene de la Batanea y se arroja en el Jordán, cerca de dos leguas más abajo del lago de Genezareth. Su nombre moderno es larmuk. La ciudad de Salim, llamada hoy Selim, hace frente a la embocadura del Ennom, a una legua de distancia, del lado de Samaria. «Se observará, dice el doctor Sepp, que Juan no podía bautizar sino en los sitios donde había mucha agua, porque bautizaba siempre por inmersión. Por el contrario, puede deducirse de las palabras del Evangelista, que Jesús, o más bien sus Apóstoles, bautizaban indistintamente ya por inmersión, ya en la forma actual, lo cual les permitía conferir el bautismo en todas partes» (Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom 1, pág. 399).

487 Jn 3,23 ad ultim.

488 En la mañana del día de las bodas, dice el doctor Sepp, enviaba el esposo a casa de su suegro los adornos de su novia, con vasos de ungüentos y perfumes, frutos y toda clase de objetos preciosos. Un vaso de esta clase fue el que derramó María Magdalena a los pies de Jesús (Mc 14,3). La esposa, por su parte, enviaba a su esposo la túnica que debía servirle un día de sudario, y que debía guardar y llevarla todos los años en día de año nuevo y en la fiesta de las Expiaciones; así como la esposa llevaba también la suya en estas dos solemnidades, para tener siempre presente en su memoria la idea de la muerte (Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 1, pág. 328).

489 ¡Ecce sponsus venit, exite ob viam ei (Mt 25,6)

490 Pharisaei autem et legieriti consilium Dei spreverunt in semetipsos, non baptizati ab eo (Lc 17,30).

491 Mediodía.

492 Se puede referir esta palabra Gu/nai, a la expresión idéntica referida en el capítulo anterior, núm. 18; Nota.[Gunai en el original (N.del E.)]

493 Jn 4,1-41

494 Prope civitatem Sichem, quae nunc Neapolis dicitur, Ecclesia quardrifida est, hoc est in modum crucis facta, in cujus medio fons Jacob habetur, quadraginta cubitos altus, de quo Dominus aquas a Samaritana muliere petere dignatus est. (Beda, De Locis sanctis, cap. XV. Cf. Baronius, Annal. Eccles tom. 1, pág. 73.)

495

496 Relicta civitate Nazareth (Mt 4,13).

497 El Regulus de la Vulgata se halla designado en el texto griego de San Jn con la expresión: basiliko/j (oficial real).Tal es, como lo da a entender la versión siriaca claramente, la verdadera interpretación de esta palabra. La ciudad de Cafarnaúm, en las orillas del lago de Genezaret, a distancia de cerca de veinte y dos kilómetros al Oriente de Caná, dependía de la tetrarquía de la Iturea y de la Traconítida, entonces bajo la dominación de Filipo, hijo de Herodes el grande y hermano de Herodes Antipas.

A esta observación de M. Darras, creemos deber añadir que tanto el padre Seio como el padre Amat, traducen aquella palabra, por «un señor de la corte», explicando esta interpretación el padre Scio con la siguiente nota: El griego basiliko/j puede traducirse «un cortesano o principal de la corte» del rey Herodes. Éste, aunque era sólo tetrarca, era llamado rey por el pueblo. Algunos manuscritos griegos leen basilisko/j, que es a la letra la expresión de la Vulgata Regulus. -El padre Petite traduce, «un ministro del rey». -(N. del T.) [ Bssilikoj, basilikoj y basiliskoj en el original (N. del E.)]

498 He aquí todavía una de esas expresiones que llevan en sí un sello irrecusable de autenticidad. Caná se hallaba situada en la cumbre de las montañas de Galilea, a un nivel mucho más elevado que la ciudad de Cafarnaúm, fundada en las orillas del lago de Tiberiades.

499 Una hora después del mediodía.

500 San Jn 4,46 ad ultim.

501 Mt 4,18-22 Mc 1,20-22 Lc 5,2

502 Lc 5,1-10

503 Appositae sunt in die illa animae circiter tria millia (Ac 2,41).

504 Joseph Antiq. Jud lib. 18, cap. III y cap. VII. Cf. Pezron, Historia evangél tom. 1, pág. 227-229.

505 Herodías, era hija del joven príncipe Aristobulo, descendiente de la unión de Herodes el Idumeo con la desgraciada Mariana.

506 Recuérdese la muerte de Antipater, que dio lugar, juntamente con la degollación de los Inocentes, al famoso dicho de Augusto: Melius est Herodis esse porcum quam filium.

507 Pezron, Hist. evangel tom. 1, pág. 270; Tillemont, Memorias para servir a la Historia eclesiástica, tom. 1, art. VII.

508 Mc 6,18

509 Mt 14,5

510 Mc 6,20

511 Ibid Ibid.

512 Id 6,19.

513 Lc 7,30

514 Lc 7,33

515 La expresión se halla en el texto griego de San Mateo (IV,12), ¹Iwa/nnhj paredo/qh. [ Ioannhj pareqooh en el original (N. del E.)]

516 Mt XVII.

517 Joseph Antiq. jud lib. 18, cap. VII.

518 Mc 6,17; Joseph loc. cit.

519 Mc 6,20

520 Lc 7,18

521 Is 9,1 Mt 4,13-16

522 Mt 4,17

523 Mc 1,21-23 Lc 4,31-32

524 Mt 7,29

525 Mc 1,23-28 Lc 4,33-37

526 Princeps hujus mundi (Jn 13,31). Tal es el título que da nuestro mismo Señor Jesucristo al espíritu del mal. Cf. Jn 14,30 Jn 16,31

527 No recomendaremos demasiado sobre este punto el estudio del notable tratado del doctor alemán Bisping, titulado: Erklarung des Evangeliums nach Matthaeus, Munster,1864. En esta obra que quisiéramos ver traducida, elucida el sabio profesor de exégesis de la Academia católica de Munster, con un raro talento y un conocimiento profundo de la teología patrística, todas las graves cuestiones tan indignamente disfrazadas por un solista francés La exposición sumaria que damos aquí se halla extractada en gran parte de este notable libro (Cf. Bisping, Erklarung des Evangeliums nach Matthaeus, kap. VIII. pág. 196-206).

528 Rm 8,22

529 Daimonizo/menoi [ Laimonejomenoi en el original (N. del E.)]

530 Jn 13,27

531 Mc 16,17

532 Vida de Jesús, pág. 261-264.

533 Bisping, Eklarung des Evangeliums, pág. 199.

534 Mt 4,24

535 Ac 19,13-15

536 Mc 1,21

537 Mc 1,23

538 Mc 1,26 Lc 4,35

539 San Pedro se había casado en Cafarnaúm (Epiphan, Haeres. LI, cap. XV). Sin embargo, dice San Gerónimo, dejó a su mujer, sus redes y su barca para seguir a Jesús (Hieron Epist. XCII, antes XXXIV, edit. Martian, tom. 4, col. 752). Porque según la expresión de Clemente de Alejandría, los Apóstoles trataron a sus esposas como a hermanas, después de su divina vocación. Ou) x )w(j gameta/j a)ll )w(j a)delfa/j perih=gon ta/j gunai=kaj sundiako/nouj e)some/naj pro/j ta/j oi)kourou/j gunai=kaj. La tradición da a la mujer de San Pedro el nombre de Concordia. Clem. Alex. (Stromat, lib. 3, cap. VI; Patrol. graec tom 8, col. 1.157), nos dice que fue martirizada en Roma, a vista del príncipe de los Apóstoles. [ Ou=) x )w(j gameta/j a/)ll )w(j a)delfa/j perih=gon taj gunai=kaj sundiako/nouj e/some/naj pro/j ta/j oi/kourou/j gunai=kaj en el original (N. del E.)] (N. del E.)]

540 Mc 1,29-31 Lc 4,38

541 Además de San Pedro, que se había casado con una mujer de Cafarnaúm, Tadeo (San Judas), se hallaba ligado con los lazos del matrimonio, apareciendo sus nietos en la historia bajo Domiciano. Eusebio cree que se hallaba en el mismo caso el Apóstol Felipe; pero parece que confundió a este Apóstol con el diácono del mismo nombre, de que se habla en los Actos (XXXI,9). Cf. Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 1, pág. 34.

542 Is 53,4

543 A vespera usque ad vesperam celebrabitis sabbata vestra (Lv 23,32).

544 Mc 1,35-38 Lc 4,42

545 Is 61 Is 1,2

546 1R 17,9

547 2R 5,1

548 Lc 4,16-31

549 La profecía de Isaías sólo tiene sesenta y seis capítulos.

550 Vida de Jesús, pág. 30.

551 «Algunos autores designan con este nombre las diez ciudades siguientes: Cesárea de Filipo, Azor, Cedes, Nephtalí, Sepheth, Corozain, Cafarnaúm, Betsaida, Jotapata, Tiberiades y Bethsan o Seythopolis» (De Saley, Dict. de las Antig. bibl pág. 202.)

552 Lc 6,17-19 Mt 4,24-25

553 Mt 5,1

554 . Los He eos tenían dos clases de tribunales. El primero se componía de veinte y tres personas: los Judíos modernos le llaman el Pequeño Sanhedrín; se hallaba establecido en todas las ciudades algo notables de la Judea, y conocía de todos los delitos ordinarios. A este tribunal alude Nuestro Señor con el nombre de Consejo. El segundo se componía de setenta jueces y de un presidente. Era el tribunal supremo que entendía de las causas mayores o más graves. Los Judíos le llamaban Concilio o Gran Sanhedrín (Sune/drion). Los Escribas, es decir, los doctores de la ley y los Fariseos, muy numerosos en Judea, pretendían que el homicidio era el único crimen, propiamente dicho, de que pudiera hacerse un hombre culpable, considerando las otras faltas como simples delitos. Su moral era, pues, bastante semejante a la del indiferentismo moderno, que expide* una patente de honor a quien no ha matado ni robado.

Pero la doctrina de Jesucristo es muy diferente. Cualquiera que se abandona a un impulso de cólera sobre su prójimo, es culpable ante Dios, y comete una falta, cuya gravedad es del mismo género que la de los delitos ordinarios sometidos a la represión del Consejo o Pequeño Sanhedrín (t$= kri/sei). Si agrega a la cólera el desprecio, demostrado con el término ofensivo roca (hombre despreciable), se agrava su falta y adquiere las proporciones de las que tenía que castigar el gran Sanhedrín (t%= sunedri/%). Finalmente, si agregaba al desprecio el ultraje demostrado entre los Judíos con la palabra Fatuo (Mwre/), tomada en el sentido de impío, llegaba la falta a su último límite, como las que castigaba el Sanhedrín con el suplicio del fuego. En la interpretación de este pasaje, hemos seguido el texto griego de San Mateo. La traducción de la Vulgata se prestaría más a una confusión de las dos jurisdicciones establecidas entre los Judíos. Como quiera que sea, aquí se indica por Nuestro Señor Jesucristo claramente la gradación entre las faltas espirituales, apreciándose, midiéndose y juzgándose su grado de culpabilidad. He aquí por qué tiene por todas partes la Iglesia tribunales en que se juzgan y gradúan los pecados de los hombres. [Mw/re en el original (N. del E.)]

* [«pide» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

555 Quadrantem (kodra/nthj), moneda que valía la cuarta parte de un As romano, El As, en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo, valía cerca de cinco céntimos de nuestra moneda actual. Los lectores que hayan tomado seriamente la afirmación de un sofista moderno: «Jesús no sabía el latín», quedarán sin duda grandemente admirados al hallar una expresión tan exactamente latina en el sermón de la Montaña. [ kodra/nthn en el original (N. del E.)]

556 Ponemos en nota las explicaciones exegéticas, para no interrumpir el admirable contexto del sermón de la Montaña. No debe separarse del contexto la fórmula: «Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo; si tu mano derecha te escandaliza, córtatela». El Salvador habla aquí de la pasión más tiránica, cuya violencia era imposible pintar de una manera más perceptible. El ojo, la mano, ¿qué es esto para el desgraciado esclavo que sacrificaría mil vidas al objeto de su ciego y criminal ardor? He aquí por qué, el Dios que sabía el barro de que había formado el corazón del hombre, se sirve de este enérgico lenguaje.

557 Dt 24,1

558 Mt 5,16-32. El repudio entre los Judíos, había sido escrito en la ley por una condescendencia divina: Ad duritiam cordis, como dijo en otra parte el mismo Jesucristo (Mt 19,8). No fue así en su origen; Ab initio autem non fuit sic (Id. Ibid). El Salvador estableció, pues, aquí la indisolubilidad del matrimonio, exactamente en los mismos términos con que la Iglesia Católica lo ha sostenido siempre, a pesar de todas las ciegas recriminaciones de las pasiones humanas.

La cláusula de excepción formulada por Jesucristo, se conserva hoy por la Iglesia, aunque no se encuentra ya en nuestros códigos. Quien desee meditar seriamente este asunto que ha fijado la atención de los más grandes legisladores, no tardará en convencerse de la profunda sabiduría de la cláusula excepcional. No se puede añadir ni quitar nada al Evangelio, sin precipitarse en abismos.

559 Exod 20,7; Lv 19,12; Dt 5,14. Los Escribas y los Fariseos habían abusado del mandamiento mosaico: «No tomarás el nombre de Dios en vano», hasta el punto de enseñar ex profeso, que era permitido engañar a los extranjeros con toda clase de juramentos, con tal que no se prestaran bajo el nombre sagrado de Jehovah. Así, sostenían que no obligaba absolutamente a nada jurar por el Templo do Jerusalén, por el Altar de los holocaustos, por la tierra o por el cielo. Sabido es cuál era en la antigüedad la religión del juramento.

La interpretación farisaica de la ley, restringiendo a solo el nombre de Jehovah la obligación absoluta de sostener una promesa, suministraba a los Judíos un pretexto muy cómodo para violar todos sus empeños. Así es, que tenían, como tienen actualmente, una marcada inclinación por la predicción mosaica: «Abrumarás al extranjero con el peso de la usura» Faenerabis gentibus (Dt 15,6; 23,19; 28,12). Así tenían en el mayor aprecio una doctrina que los ponía de acuerdo con su conciencia, autorizándoles para prodigar, respecto de los Romanos, de los Griegos y de todos los paganos en general, las fórmulas de juramento más terribles y más explícitas. Éstos, al oír jurar a un judío por el Templo de Jerusalén, se creían asegurados suficientemente, y el hijo de Jacob especulaba con su credulidad, aplaudiéndose de sus farisaicos subterfugios.

560 Caelum sedes mea (Is LXVI,3).

561 Terra autem scabellum pedum tuorum (Id ibid.)

562 Civitas regis magni (Ps 46,3).

563 Jc 5,12

564 Ex 21,24 Lv 24,20 Dt 19,21

565 Quicumque te angariaverit. Esta expresión está tomada del derecho romano, por el que se hallaba entonces administrada la Palestina. El requerimiento del magistrado romano no admitía dilación ni escusa. Se requería al viajero, al extranjero, al pasajero para un servicio público, o simplemente por capricho de una autoridad. Y era forzoso someterse. Un requerimiento de esta clase valió a Simón de Cirene el honor de participar con Cristo del peso de la cruz redentora.

566 Otra expresión latina en boca de Jesús, que según se dice, no sabía latín. Los caminos romanos que surcaban el mundo, estaban divididos por límites miliarios, colocados por intermedios de cerca de mil pasos. El valor exacto del millar romano, con relación a nuestras medidas actuales, era de 1.481m 75.

567 Diliges amicum tuum sicut teipsum (Lv 19,18). De este precepto de amar a sus amigos, había deducido la glosa farisaica, naturalmente, la obligación de odiar a sus enemigos.

568 Lc 6,28. Benedicite maledicentibus vobis. Este pasaje no está en la versión de San Mateo según la Vulgata, pero se halla en el texto griego.

569 Véase en el n.º 46, el sentido de la palabra Publicano.

570 Mt 5,33

571 Los Fariseos ricos, al ir a la sinagoga, distribuían públicamente sus limosnas en las calles por que atravesaban. Nuestro Señor compara esta ostentación con el brillo ruidoso de las representaciones teatrales. La palabra: u(pokritai/ significa en su sentido literal: «Cómicos». Herodes había multiplicado los teatros en las ciudades de Judea, anunciándose las representaciones escénicas al ruido de trompetas recorriendo todas las calles. El Salvador alude a este uso, como lo prueba por otra parte la otra expresión griega: pro/j to/ qeaqh=nai que emplea para caracterizar el orgullo farisaico que gustaba ostentarse en espectáculo. [ pro/; to/ qekqh/nai en el original (N. del E.)]

572 Tales costumbres eran desconocidas en todas partes, menos en Judea.

Los Fariseos que llevaban en la orla de su manto anchos filacterios, donde estaban escritas las sentencias de la ley, se paraban en las plazas públicas y en las esquinas de las calles a meditarlas, exagerando de esta suerte las palabras del Deuteronomio: Meditaberis in eis sedens in domo tua, et ambulans in itinere (Dt 6,7). Al recomendar Jesús a sus discípulos el silencio respecto de sus buenas obras, les da un precepto de que él mismo les servirá de ejemplo. Así el divino Maestro, a cada milagro que hace, manda siempre que guarden secreto.

573 Mt 6,1-14.

574 Los Judíos en los ayunos solemnes se cubrían la cabeza con ceniza, poniéndose un cilicio, o se cubrían con el sayal de la penitencia. El rigorismo farisaico había encarecido estas observancias. El orgulloso fariseo ayunaba dos veces a la semana. Jejuno bis in sabato (Lc 18,12) el lunes y el jueves; y quería que la afectada palidez de su semblante revelara claramente sus austeridades. Jesús, por el contrario, ordena a sus discípulos, que cuando ayunen se perfumen la cabeza, pues era costumbre en Palestina, según dice San Gerónimo, usar perfumes en los días festivos. Ubi diebus festis solent ungere capita (Hieron In Mt Commentar cap. 6,17).

575 Fácilmente se comprenderá, que en la época de la invasión romana en Judea, fue muy frecuente el uso de esconder en tierra los tesoros entre los hijos de Jacob.

576 Mt 6,17-34

577 Mt 7,7-11. Unimos aquí estos dos pasajes relativos a la súplica, aunque se hallan separados en el texto, porque la mayor parte de los comentadores suponen es accidental esta inversión; la serie de las ideas induce a creer que se pronunciaron por el Salvador en el orden en que las restablecemos.

578

579 Mt 8,1-4 Mc 1,40-45 Lc 5,12-15

580 Lv 13,1

581 Ad arbitrium ejus separabitur (id ibid 3).

582 Solus habitabit extra castra (Ibid 46).

583 Habebit vestimenta dissuta (Ibid 45).

584 Caput nudum (Ibid).

585 Os veste contectum (Ibid).

586 Contaminatum ac sordidum se clamabit (Ibid).

587

588 Mt 9,1-8 Mc 2,1-12 Lc 5,17-26

589 Mt 9,9-17 Mc 2,13-22 Lc 5,27-39

590 Mt 9,18-38 Mc 5,22-43 Lc 8,41-56

591 Jn 5,1. No entraremos en la discusión suscitada sobre el sentido de la expresión: Fiesta de los Judíos, empleada por el Evangelista. Unos pretenden que esta fiesta era la Pascua; otros creen que era la solemnidad de los Purim.

Adoptarnos gustos la primera opinión, sin poder exponer aquí la serie de consideraciones que nos determinan a ello.

592 Mt 9,27-34

593 Vida de Jesús, pág. 260.

594 Vida de Jesús, pág. 261.

595 Véanse los capítulos de esta obra titulados, Herodes, núm. 11, y Divina Infancia, núm. 22.

596 Lc 8,43 Mc 5,26

597 Gn 50,2

598 Ex 21,19

599 Ps 87,11

600 Cr 16,12.

601 Si 38,1-16

602 Lc 4,23: Véase el capítulo precedente, núm. 32.

603 Mt 9,12 Mc 2,17 Lc 5,31. Véase el capítulo precedente, número 47.

604 Traducimos según el texto griego: eÃstin de/ e)n toiÍj ¸Ierosolu/moij e)piì tv= probatikv= kolumbh/qra h( e)pilegome/nh ¸Ebrai+stiì Bhqzaqa/, pe/nte stoa/j eÃxousa. [esti de en toij Ierosolu/moij, epi th(/ Probatikh(/ kolumbhqra, h/( epilomenh Ebraisti Bhqesda en el original (N. del E.)]

605 La palabra latina de la Vulgata Bethsaida corresponde lo suficiente a la pronunciación hebraica; conviene, no obstante, no confundirla con la ciudad galilea del mismo nombre, patria del apóstol San Pedro. He aquí porqué conservamos en nuestra traducción la misma expresión del original. Por lo demás, la etimología y la significación de los dos términos son muy diferentes.

Betsaida quiere decir: Ciudad de pescadores. Bethesda significa: Casa de Misericordia. (Nota de M. Darras). -Según el padre Amat se llamaba así por la misericordia que usaba allí Dios con los enfermos. También se llamaba, según el mismo Padre: Casa de efusión, por recogerse allí las aguas pluviales de muchas calles y casas inmediatas. -(N. del T.)

606 La Vulgata dice terminantemente: Angelus Domini; pero el texto original menos explícito es éste: a)/ggeloj ga/r kata/ kairo/n. k. t. l. [Griego reconstruido a partir del latín (Ioan. 5.4) angelus autem Domini descendebat secundum tempus, ya que este versículo se considera espúreo desde antiguo y no aparece en el evangelio griego. Omitimos la expresión kuri/ou, por Domini ya que el autor afirma en la nota 629 que en el original griego no aparece. A partir de ahora k. t. l.

607 El abate Darras traduce, «que estaba allí hacía mucho tiempo»; pero los PP. Amat y Petite hacen la traducción que hemos adoptado arriba, apoyándola en las versiones antiguas arábiga y siriaca. El Evangelista, dicen, quiso expresar dos circunstancias que hicieron milagrosa la curación, y son: la de que el mal estaba ya arraigado y las pocas fuerzas del enfermo por ser ya anciano. -(N. del T.)

608 Jn 5,2-15

609 2Esd 3,1-38; 12,38. Esta puerta se llamaba en hebreo: Sahar-Hatzon (Porta Pecoris). La mayor parte de los traductores han adoptado la expresión de «Puerta de las Ovejas». Esta interpretación es inexacta, como hace observar Pezron. El sentido verdadero es: «Puerta del Ganado». Es verosímil que se llamara así, añade el docto comentador, porque servía para introducir en Jerusalén toda clase de ganados, llevados; para el servicio del Templo o para los usos domésticos. (Pezron, Historia Evangélica, tom. 1, pág. 317).

610 II Esdr 3,31.

611 II Esdr 3,1.

612 [«Cesárea» en el original. (N. del E.)]

613 Eusebii, Onomasticon, traducción de San Gerónimo, bajo el título de: Liber de Situ et Nominibus locorum hebraicorum (Patrol. Lat tom. 23, col. 884,885).

614 De Sauley, Dict. de las Antig. bibl pág. 153,154.

615 Monseñor Mislin, Los Santos Lugares, tom. 2, pág. 412.

616 Id id tom. 2, pág. 414.

617 Chateaubriand, Itinerario de París a Jerusalén, tom. 2, pág. 59.

618 Monseñor Mislin, Los Santos Lugares, tom. 2, pág. 413.

619 «No hay ya una gota de agua en la piscina Probática. Actualmente se arrojan en ella las inmundicias de la barriada. Tajar-Baja, que era gobernador de la Palestina hace pocos años, habiendo hecho desembarazar las ruinas la Iglesia de Santa Ana, que está en frente, hizo arrojar todos los escombros en esta piscina» (Monseñor Mislin, Los Santos Lugares, tom. 2, pág. 413.)

620 Broccard, Itiner, cap. VI.

621 Monseñor Mislin, Los Santos Lugares, tom. 2, pág. 413,414.

622 De Sauley, Dicc. de las Antig. Bibl pág. 153,154.

623 La puerta Probática, dice el doctor Sepp, era una de las doce puertas de Jerusalén en tiempo de Nuestro Señor. El manantial surtía del Sudeste, y al pie de la montaña del Templo, siendo recogidas al punto sus aguas en un estanque o depósito. De este hecho y del de la curación del cielo de nacimiento en la piscina de Siloé, podremos deducir, que Jesús subía comúnmente al Templo, y bajaba de él por la parte del Mediodía y de la puerta llamada Hulda, porque era más suave la pendiente y más fácil de bajar por este lado: mientras que por el del norte era muy escarpada». (Doctor Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 17.)

624 Sabido es que en el mes de agosto de 1863, se ha adjudicado el gran premio bienal, por todas las Academias reunidas, a M. J. Oppert, por su magnífico descubrimiento de la interpretación de los monumentos cuneiformes.

625 Jn 5,2

626 El nivel de la fuente de Siloé está cerca de doscientos pies más bajo. (Monseñor Mislin, Los Santos Lugares, tom 2, pág. 513.) Concíbese que esta disposición de los lugares no impedía, que surtiera el mismo manantial subterráneo a las dos fuentes. Creemos, pues, que Calmet pudo decir sin cometer error que «la piscina Probática se llenaba con las aguas de Siloé».

627 Sepp, La Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 14.

628 Allioli, Nuevo comentario sobre todos los Libros de las divinas Escrituras, edición Vivés, tom. 8, pág. 497-498. Monseñor Mislin, Los Santos Lugares, tom 2, pág. 413; Scholtz, Traducción y explicación del Nuevo Testamento, Juan 5,2.

629 . Doctor Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 15. Se ve que esta explicación no tiene nada de común con los sistemas naturalistas del siglo precedente. Los críticos del tiempo de Voltaire entendían la palabra griega a)/ggeloj no como significando un Ángel, «sino según dice M. L. Paris, un sacerdote o levita que iba del Templo situado no lejos de allí, a agitar el agua en que se había lavado recientemente las víctimas degolladas. Estas aguas, mezcladas con la sangre y con la grasa de los animales, no bien se calentaban, podían causar en los humores de los enfermos una sensible mejoría. Pero ¿se puede explicar con este raciocinio la curación de los ciegos, de los tullidos, de los paralíticos de nacimiento? Más valdría decir que Dios es grande, y confesar el poder que tiene de imprimir a las aguas de la piscina, la virtud sobrenatural de que se trata». (L. Paris, Telas pintadas y Tapicerías de la ciudad de Reims, en 4.º,1863, tomo 1, pág. 148,149.) Añadamos que la expresión a)/ggeloj sin artículo y aun sin la adición determinativa de Kuri/ou, que no se halla en el texto original, según hemos observado, no deja en el estilo de la Escritura, de tener la significación precisa de un Ángel. No se hallará en toda la Biblia un ejemplo contrario, pues jamás se toma en olla el término a)/ggeloj en el sentido vago de un enviado o mensajero ordinario.

630 [«adoptarlas» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

631 Omnia corporalia reguntur per Angelos. Et hoc non solum a sanctis doctoribus ponitur, sed etiam ab omnibus philosophis qui incorporeas possuerunt. (Summ. Teol par. 1, qui. CX, C.)

632 También deduce el doctor Allioli lo siguiente: «El agua que entonces podía tener una virtud medicinal, dice, como podía tenerla aun en nuestros días, la recibía de un Ángel, que en cierto tiempo, pero al parecer, en momentos indeterminados y desconocidos, la ponía en movimiento y le comunicaba la singular virtud de librar de sus enfermedades, cualesquiera que fuesen, a los enfermos que bajaban a ella, inmediatamente después que era agitada. Podía distinguirse el movimiento del agua, porque arrojaba un surtidor más fuerte y más abundante que de costumbre, durante el cual acrecentaba el Ángel la virtud saludable. Esta propiedad existía durante el movimiento, e inmediatamente después; pero cesaba en seguida. Por lo demás, todos los Santos Padres consideran el hecho de que se trata como milagroso». (Allioli, Nuevo comentario de todos los Libros de las divinas Escrituras, tom. 8, pág. 498.

633 Jn 5,16

634 Nb 15,32-41

635 Dt 13,1-5

636 A medida que nos presente la narración Evangélica a Nuestro Señor Jesucristo en frente de los errores y de las preocupaciones de los sectarios fariseos, saduceos, herodianos, etc podrá admirar el lector la buena fe con que se ha tenido el atrevimiento de decir que «Jesús no conoció las diversas escuelas judías». Vida de Jesús, p. 34,335.

637 Los Arrianos modernos no han hecho adelantar un solo paso a su exégesis, y las palabras del grande obispo de Hipona no han perdido su actualidad. Jesús, dicen ellos, no enuncia ni por un momento la idea sacrílega de que sea Dios». No puede dudarse que jamás pensó Jesús en hacerse pasar por una encarnación de Dios mismo». (Vida de Jesús, pág. 75-242.)

638 Mt 6,9

639 Is 63,16 Is 64,8

640 S. August. In Jn Comment.; Patrol. lat tom. XXXV, col. 1535.

641 Basta indicar aquí, para justificar esto, las afirmaciones de los nuevos exégetas: «Jesús, dicen, es el creador del culto puro a fundado la religión absoluta, no excluyendo nada, no determinando nada, sino es el sentimiento, una religión sin teología ni símbolo. En vano se buscaría en el Evangelio una proposición teológica recomendada por Jesús». Vida de Jesús, pág. 440.

642 Expecto resurrectionem mortuorum, et vitam venturi saeculi. (Symbol. Nicaen.)

643 Et iterum venturus est cum gloria judicare vivos et mortuos. (Symbol. Nicaen.)

644 Jn 6,1

645 Mt 12,1-10 Lc 6,1

646 Deuteronomio,23,21,25. Nos es imposible entrar aquí en todos los pormenores que necesitaría un estudio profundo del derecho de propiedad entre los He eos. Digamos solamente, para prevenir las objeciones de los espíritus habituados a juzgar de lo pasado por lo presente, que la sociedad judía estaba dedicada por su constitución, casi exclusivamente a la agricultura y a la vida pastoril. Las grandes aglomeraciones en las ciudades populosas eran en ella raras, por no decir desconocidas. Los inconvenientes de una ley tan vasta como la del Deuteronomio, en las cercanías de París, por ejemplo, saltan desde luego a los ojos. Pero Jerusalén no era París, y la constitución social de los He eos no tenía nada de común con la nuestra.

647 Puede ponerse en cotejo de esta pobreza evangélica, las increíbles trivialidades del racionalismo moderno. «Jesús no huía del regocijo. Recorría la Galilea en medio de una fiesta perpetua. Deteníase en las aldeas y en las grandes granjas, donde recibía una esmerada hospitalidad». (Vida de Jesús, pág. 188-190.)

648 Sabba/t% deuteroprot%= (Lc 6,1.) Esta última expresión no se halla en el Mss. Sinaítico, cuyo texto dice así: )Ege/neto de/ e)n sabba/t% diaporeu/esqai k. t. l. (Nov. Testamento Sinaitic. membrana 33.) Sin embargo, se halla en la versión árabe del Nuevo Testamento. Menciónanla San Epifanio, Teofilactes y todos los Padres: finalmente, un pasaje de San Gerónimo prueba la dificultad que ofrecía, para interpretarse bien, esta palabra ya en el siglo 4, cuando se iban borrando de la memoria las tradiciones judaicas. «Un día, dice San Gerónimo, rogué a Gregorio Nacianceno, mi maestro, que me explicase el sentido del sábado Segundo-Primero de San Lc y me respondió con graciosa malicia: Te dará esta explicación, en mi próxima homilía, en plena Iglesia: y tendrás que saber lo que ignoras, en medio de todo el pueblo que me aclamará. Y si no aplaudes con todo el mundo, no hay que dudar que toda la multitud se desencadenará contra tu obstinación». (Hieronym, Epist. ad Nepotian.; Patrol. lat tom. XXII.) [ Sabbatw deuteroprotw= y Egeneto de en sabbatw diaporeuesqai en el original (N. del E.)]

649 Mt 12,9-19 Mc 3,1-42 Lc 6,6-12

650 Mc 3,13-19 Lc 6,12-16

651 Lc 6,17

652 Klh=roj, elección. [klhroj en el original (N. del E.)]

653 Lc 6,13

654 Vida de Jesús, pág. 89,224,225.

655 Al Pueblo judío, a la nación escogida fue a quien se hicieron, en la persona de Abraham (Gn 17,1-4) las promesas de salvación. No debían los Gentiles, según la palabra de los profetas (Rom 3,4, V), llegar a la fe sino por medio de los Judíos, herederos directos de las esperanzas del Antiguo Testamento. He aquí por qué quiso Nuestro Señor Jesucristo circunscribir su misión y la que confió a los apóstoles en esta circunstancia, a solo los hijos de Abraham. «Sólo he sido enviado, decía, a las ovejas descarriadas de la casa de Israel». (Jn 10,3; Mt 10,6; 15,24.)

656 He aquí otra prueba de que las posesiones de los demonios eran enteramente distintas de las enfermedades ordinarias, y de que el racionalismo no explica nada, cuando trata de confundir unas y otras.

657 San Clemente, en su Epístola II a los Corintios, menciona aquí un hecho tradicional, que conviene recordar. «Cuando pronunció el Señor estas palabras, dice, le preguntó Pedro: ¿Y si los lobos devoran las ovejas? -Y Jesús respondió: Cuando ha muerto el cordero, no teme al lobo. Asimismo, no temáis a los que pueden matar al lobo, y cuyo poder no alcanza a más». (San Clemente; Epístola II a los Corintios, Cap. 5, Patrol. graec tom. 1, col. 335.)

658 Mt 10,18. Tal es el origen de la palabra cristiana de mártir.

659 Mt 9,10-11 Mc 6 Lc 8,9

660 Mt 10,1 Mc 7,7-13 Lc 10,1

661 Lc 6,17-31. Este discurso ofrece mucha analogía con el sermón de la Montaña, reproducido más explícitamente por San Mateo. Hemos tomado, pues, de San Lacas algunas sentencias particulares que no se hallan en el otro Evangelista.

662 Lc 8

663 Mc 3,20

664 Éste es el sentido propio del texto griego e)ce/sth. Animi deliquium passus est. Después de las fatigas del día anterior y la de la noche pasada en oraciones, no permitió la multitud tomar al Salvador alimento alguno. Sintió, pues, Jesús desmayo; porque el Hijo del hombre tomó toda la flaqueza de la naturaleza humana. Los Escribas que había entre la multitud se aprovecharon de esta circunstancia para decir que Jesús acababa de caer bajo la posesión del demonio. Entonces brilla la divinidad, y el Hijo de Dios confunde a estos hipócritas doctores. (Hasta aquí la nota de M. Darras. Los Padres Amat y Petit traducen «ha perdido el juicio», poniendo por nota el último: La expresión latina de la Vulgata dice: in furorem versus est, lo que unos traducen: está furioso; otros: está fuera de sí; otros: ha perdido el juicio. Todo viene a significar una misma cosa. El Padre Scio traduce: «Se ha puesto enajenado»; y en una nota dice lo siguiente: El in furorem versus de la Vulgata, en el texto griego, es e)ce/sth, extra se est, como si dijera: está estático, enajenado y olvidado de sí, hasta de tomar alimento, por el fervor y aplicación a las cosas del Evangelio. A esta exposición convienen todas las circunstancias.).-(N. del T.) [ ecesth en el original (N. del E.)]

665 Esto es, será sumamente difícil su arrepentimiento. (Padre Amat.) El Padre Scio en su nota al vers. 32 del cap. XII del Evangelio de San Mateo, que dice lo mismo que este texto de San Mc expone lo siguiente. «Los Fariseos veían los milagros de Cristo hechos en beneficio de los hombres, conocían la fuerza de estas gracias del Espíritu Santo, y sin embargo, contra su propia conciencia, los atribuían al poder del demonio. La misma luz del sol, los cegaba, y su mismo ardor los endurecía. Ciegos pues, obstinados y blasfemos contra el Espíritu Santo, no parece les quedaban ya medios para su arrepentimiento y perdón. Por esto añade el Señor, que este pecado no se perdonará ni en este siglo, ni en el otro; no quiere decir que sea absolutamente irremisible, sino que casi jamás se perdona, porque esta misma ceguedad y dureza es por sí misma el castigo del orgullo y de la envidia diabólica que es su verdadero principio; y así se ve, que empezó a castigarlos acá abajo, entregándolos a un réprobo sentido. Hubieran podido conseguir el perdón, si hubieran hecho penitencia; pero el fruto ordinario de su pecado era un espíritu de impenitencia. Lo que inclinó a San Agustín, de Verb. Dom. Serm. 11, nov. edit. 71, Cap. 12, núm. 20, a entender por esta blasfemia contra el Espíritu Santo, la impenitencia final, que va acompañada de la desesperación de la misericordia de Dios. Tal es la explicación de este texto difícil, conforme a la doctrina de los Padres en especial San Atanasio, San Agustín y Santo Tomás. -El P. Petite dice sobre el mismo versículo. La blasfemia contra el Espíritu Santo es cuando se atribuyen al diablo las obras que manifiestamente son del Espíritu Santo, como lo explican San Atanasio, San Hilario y San Juan Crisóstomo. Y aunque absolutamente, no hay pecado alguno irremisible, con todo eso, dice Jesucristo, que éste no perdonará, para dar a entender que se perdonará con más dificultad que los otros, porque se opone derechamente a la fuente de las gracias. (S. Juan Crisóst. Hom. 42 in Matheo). -(N. del T.)

666 Mc 3,20

667 2R 1,2. Cf. Cornelius a Lapide, Comment tom 4, p. 3.

668 Is 63,10

669

670 He 10,29

671 Lc 7,1-10 Mt 8,5-13

672 Mt 11,1

673 Lc 7,11-17

674 Tou= de/ Swth=roj h(mw=n ta/ e)/rga a)ei/ parh=n a)lhqh= ga/r h)=n·oi( qerapeuqe/ntej, oi( a)nasta/ntej e)k nekrw=n, ou)k w)/fqhsan mo/non qerapeuo/menoi kai/ a)nista/menoi a)llaº kai/ a)ei/ paro/ntej· ou)de/ e)pidhmou=ntoj mo/non tou= Swth=roj, a)lla/ kai/ a)pallage/nton, h)=san ?e)pi/ xro/non i)kano/n, w(/ste kai/ei)j tou/j h(mete/rouj xro/nouj tine/j au)tw=n a)fi/konto. (Quadrat Apolog. ad Adrian Euseb Hist. eccles lib. 4, cap. 3, Patrol. graec tom. 20, col. 308.)

675 Esto es, Juan es Elías, en el oficio de precursor de la primera venida de Jesucristo, así como Elías lo será de la segunda. (V. San Gregorio, Hom. 7, in Evan.) «Algunos son de sentir, con San Gerónimo, dice el padre Scio, en su nota a este versículo, que el Señor dio el nombre de Elías al Bautista, porque así como éste en la venida de Jesucristo, vendrá a anunciar que este Señor ha de venir como Juez del mismo modo, en la primera, San Juan fue el precursor que anunció que debía de él calidad de Redentor. (V. la profecía de Malaquías,4,5 y 6.)» No debe, pues entenderse que el texto citado quiere decir que Juan era Elías en la persona, pues éste es un error de los herejes que creen que el alma de Elías pasó al Bautista, error que impugnó va San Gerónimo en su Epístola a los Algas. Quaest. I.-(N. del T.)

676 Mt 11,1-15 Lc 18-28

677 Mt 11,16-24 Lc 7,29-35

678 Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 150,151.

679 Lc 10,1-24 Mt 11,25

680 Lc 7,36

681 Lc 8,1-3

682 Jn 11,1

683 Mc 16,9. Véase el desarrollo completo de la cuestión, y la del hecho llevada hasta la evidencia en la obra de M. Faillon intitulada: Monumentos inéditos sobre el apostolado de Santa María Magdalena, tom. 1, pág. 1-336.

684 Conviene, no obstante, que no se ignore que el 1.º de diciembre de 1521, protestó la facultad de París, por unanimidad de sus miembros, contra las tendencias de los novadores respecto de María Magdalena. Puede leerse esta protesta con el título de Determinatio sacrae Facultalis Theologiae Parisiensis de unica Magdalena, Faillon, Monum. inedit tom. 1, pág. 226-230.

685 Qui Mariam absolvisti, Et latronem exaudisti, Mihi quoque spem dedisti. Pros. rom. del Oficio de los Muertos.

Las liturgias galicanas del siglo 18, suprimieron el nombre de María en el primer versículo, y lo reemplazaron así:Peccatricem absolvisti.

686 Mt 12,23-31 Mc 3,23-28 Lc 11,14-26

687 Mt 12,38

688 Ibid. 40.

689 Lc 11,29-36

690 [«brilló» en el original. (N. del E.)]

691 El sentido de esta parábola se halla suficientemente explicado por la doctrina relativa al libre alvedrío humano, que hemos tenido tantas veces ocasión de consignar. El jansenismo hallaba, según Lutero, en esta expresión, la justificación de la teoría del siervo alvedrío, de la condenación fatal, y de la predestinación absoluta de ciertas almas al infierno.

692 Is 6,9-10

693 Mt 13,1-16 Mc 6,1-13 Lc 8,4-8

694 Mt 13,18-23 Mc 13-15 Lc 8,9-15

695 Mt 13,24-30

696 Mc 4,26-29

697 Mt 13,31 Mc 4,30-32

698 Mt 13,33

699 Mc 4,33-34

700 Mt 13,36-43

701 Mt 8,18-21 Lc 9,57-62

702 Mt 8,23-28 Mc 4,35

703 Mc 5,1

704 Mt 14,6-12 Mc 6,21-29

705 Hieronym. In Ruffin Apolog. lib. 2, cap. XLII; Patrol. latin tom. 23, sol. 488.

706 Antig. jud lib. 18, cap. IX; De Bell. jud. lib. 2, cap. 26.

707 Joseph. Antig. jud lib. 18, cap. VII.

708 Niceph. Callist. Histor. lib. 1, cap. XX.

709 . Gadará se hallaba situada al Norte, en los límites de la Perea, y en la orilla del río llamado Larmuck, a ocho millas romanas de Tiberiades, y al Este del lago de Genesareth. El camino de Seythopolis a Damasco pasaba por Gadará, Josefo (De Bello jud lib. 1, cap. V) nos dice que la población de esta ciudad era muy rica. Un poco más alto, al Sud, se hallaba Gerasa. Estas dos ciudades formaban parte de la Decápolis, y estaban, según Josefo, casi enteramente habitadas por familias paganas. Gadará, fundada primitivamente por los Cananeos y los Fenicios; después arruinada por los Asmoneos, había sido reedificada por el general romano Pompeyo, a ruegos de Demetrio de Gadará, su liberto. Era patria de muchos filósofos conocidos en la historia, tales como Aenomaus el cínico, Apsines, Philodemo el epicúreo, Meleagro, Menipo y Teodoro el retórico, que había sido preceptor de Augusto. Gerasa era según su etimología, la Lutecia o la ciudad de lodo de la Palestina. Su nombre le provenía de su tierra cenagosa y de las pingües praderas en medio de las cuales se hallaba situada (Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 81,82.)

710 Mt 8,28-33 Mc 5,1-20 Lc 8,26-39

711 La historia ha registrado la fecha de los principales terremotos que han agitado sucesivamente el suelo de Palestina, y que han modificado tan profundamente su naturaleza y su aspecto. Antes de la Era cristiana sólo se cuentan dos: el que ocurrió en tiempo de Elías,90 años antes de J. C. (III Reg. 19,11), y el del reinado de Ozías,750 años antes de J. C. Este último fue tan terrible, que se cita como formando época, por los profetas (Amós,1,1; Zacar 14,5.) Después de la Era cristiana, del terremoto acontecido a la muerte de Nuestro Señor (33), se multiplicaron estos azotes con estragos hasta entonces inauditos. El primero ocurrió el año 419, bajo el consulado de Monaxio y de Plinta. He aquí los testimonios históricos que atestiguan su intensidad y sus terribles resultados: Terrae motus magni de orientalibus nuntiantur; nonnullae magnae repentinis collapsae sunt ruinis civitates. Territi apud Jerosolymam qui inerant Judaei, pagani, catechumeni omnes sunt baptizati. Dicuntur fortasse baptizati septem millia hominum. Signum Christi in vestibus Judaeoum baptizatorum apparuit. Relatu fratrum fidelium constantissimo ista nuntiatur. Sitifensis etiam civitas gravissimo terrae motu concussa est, ut omnes forte quinque diebus in agris manerent, et ibi baptizata dicuntur fere duo millia hominus. (S. August serm. 19, núm 6; Patrol. lat tom. XXXVIII, col. 136,137.) Monaxio et Plinta Coss. (anno Christi CDXIX.) Multae Palestinae civitates villaeque terrae motu collapse. Multae tunc utriusque sexus vicinarum gentium nationes, tam visu quam auditu perterritae, atque credulae, sacro Christi fonte ablutae sunt. (Marcellinus Comes, Chronic Patrol. lat tom LI, col. 924.) Así, el terremoto del año 419 duró por espacio de días, destruyó ciudades notables en Judea, y se sintió hasta en la costa de África, donde arruinó a Setif. El de 1169 cubrió de ruinas toda la Siria. (Guillelm. Tyr. Histor. libro 20, cap. XIX; Patrol. latin tom. CCI, col. 796). El 20 de mayo de 1202, destruyó otro sacudimiento no menos terrible casi todas las ciudades situadas en la costa del mar, en los valles del Líbano y en Galilea. Finalmente, el terremoto del mes de agosto de 1822 se ensañó particularmente en la frontera de Syria, y destruyó la ciudad de Alepo. (M. Mislin, Los Santos Lugares, tom. 3, pág. 416.)

712 Euseb. Pamphil lib. De situ et nomin. hebraic trad. Hieron Patrol. lati tomo 22, col. 903.)

713 Mt 8,33 Mc 5,14 Lc 8,34

714 Mt 12,43

715 2P 2,4 Jud 6

716 1Co 6,3

717 [«afectos» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

718 Ph 2,10

719 Jc 2,19

720 Lc 8,37

721 Ibid 40.

722 Mt 14,12

723 Mc 6,30

724 Mt 14,13-21 Mc 6,31-44 Lc 9,10-17 Jn 6,1-15

725 Judaeis quorum cophinus, faenumque supellex. (Juvenal. Sátir. 3, vers. 14.)

726 Filóstrato, Vida de Apolonio de Tyanea, lib. 6, cap. XXXIII.

727 Mt 14,22-23; Mc 6,45-52; Jn 6,16-21.

728 Serm. XIV; Cornelius a Lapide edit. Vivés, tom. 15, pág. 346; Patrol. lat tomo XXXIX, col. 1886.

729 San Agustín, serm. LXXVI; Patrol. lat tom. XXXVIII, col. 479.

730 Mc 6,54

731 Mt 14,32

732 Jn 7,1

733 Is 29,13

734 Mt 15,1-20 Mc 7,2-23

735 Véase el Lv 11,31 y siguientes; Cf Cornelius a Lapide, Comment. in hunc locum.

736 Talmud, tratado Schilchan-Aruc.

737 Talmud, tratado Bava Metzia; Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 3, pág. 40-41.

738 Lv 1,2

739 Mt 27,6

740 Lc 11,37-54 Mt 23,25-37

741 Joseph Antiq. jud lib. 18, capítulo III.

742 Mt 16,1-4 Mc 8,11

743 Mt 15,32

744 [«oídos sin ver» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

745

746 Mt 14,1

747 Mc 6,15

748 Lc 9,9

749 Lc 13,31-33

750 Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 120-121.

751 Lc 13,1-9

752 Joseph Antiq. jud libr. 18, cap. IV; De Bell. jud lib. 2, cap. VII.

753 Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 155.

754 La provincia romana de Siria comprendía la Judea, la Fenicia, la Galilea, la Siria propiamente dicha, etc. Habíase modificado la lengua para expresar el nuevo estado de cosas. De aquí las palabras compuestas siro fenicios, siro-judíos, etc. De esta suerte lleva cada palabra del Evangelio un sello particular de autenticidad. El nombre de Cananea, que se da también a esta mujer era esencialmente hebraico. La Fenicia era un distrito del país de Canaán, cuya conquista no habían podido acabar los Israelitas.

755 Mt 15,21-28 Mc 7,24-30

756 Mc 7,31

757 Mt 15,29-31

758 Mc 8,22-26

759 No se habrá olvidado la declaración del racionalismo, atestiguando que «Jesús no sabía el hebreo». Pues bien, la palabra ephphetha, ; es el imperativo pasivo niphal del Verbo , que significa abrir. La Iglesia Católica ha consagrado esta palabra, empleándola en la administración del bautismo. No es necesario ser ni aun hebraizante para conocer el origen de esta palabra que saben todos los niños de las escuelas.

760 Omnipotens, sempiterne Deus, Pater Domini nostri Jesu Christi, respicere dignare super hunc famulum tuum N. quem ad rudimenta fidei vocare dignatus est; omnem caecitatem cordis ab eo expelle. (Ritual. roman de Sacram. Baptism edit Mechlin, en 8.º,1850, página 16.)

761 Postea sacerdos digito accipiat de saliva oris sui, et tangat aures et nares infantis; tangendo vero aurem dexteram et sinistram, dicat: EPHPHETHA, quod est, Adaperire; deinde tangit nares, dicens: In odorem suavitatis. Tu autem effugare, diabole: appropinquabit enim judicium Dei. (Ritual. rom ibid pág. 20.)

762 La antigua Paneade, situada en las fuentes del Jordán. El tetrarca Filipo la había hecho reconstruir, y la había dado el nombre de Cesarea, en honor del César Tiberio.

763 Mt 16,13-20 Mc 8,27-30 Lc 9,8-21

764 Sería superfluo insistir sobre el carácter esencialmente local de la palabra Puerta. En Oriente, servía en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo para designar el poder, el imperium. Por esta razón se da en nuestros días al gobierno de Constantinopla el nombre de Puerta Otomana. Es, pues, indudable la autenticidad de esta palabra. Jamás hubiera usado un legendario griego o romano, semejante locución. En cuanto a la explicación del racionalismo, se limita a decir que «Jesús sobresalía en extremo en el arte del equívoco». Un equívoco que funda un imperio inmortal admirará a todos los espíritus razonables en despecho de todos los racionalistas.

765 Mt 16,21-28 Mc 8,31-39 Lc 9,22-27

766 Lc 9,28-36 Mt 17,1-9 Mc 9,1-8

767 Antonio de Ulloa, Relación del viaje a la América Meridional,1770. Lib. 6, capítulo 9, núm. 1012.

768 Véase la respuesta a las dificultades propuestas contra esta identificación de la montaña designada por el Evangelio con el monte de Tabor.(M. Mislin, Los Santos Lugares, tom. 3, pág. 406-410.)

769 Cántic. de los Cántic 4,8.

770 2P 1,16-18

771 M. Mislin, Los Santos Lugares, tom. 3, pág. 404-406.

772 La tradición designa como el teatro de este episodio evangélico, la pequeña aldea de Dabereh o Dabarith, llamada así en memoria de Débora, al pie de la montaña del Thabor, en el sitio mismo donde obtuvieron la célebre victoria los Israelitas contra Sisara. (M. Mislin, Los Santos Lugares, tom. 3, pág. 402.)

773 Mt 17,14-20 Lc 9,37-45 Mc 9,13-26

774 Mc 9,29-31 Lc 9,44-45

775 Doble dracma o medio siclo, que vale unos seis reales de nuestra moneda.

776 Esta palabra en boca de Jesús, es una prueba de la futilidad del supuesto de Mr. Renan, sobre que Jesús ignorase la lengua griega, y el argumento con que supone que fuera un privilegio de las altas clases de la sociedad, el uso del griego, y que no se hablase en otras partes que en las ciudades habitadas por los paganos; pero que esta lengua, así como la cultura griega, no había penetrado en las pequeñas poblaciones, como Nazareth. (Vida de Jesús, pág. 32 y 33). Prueban lo contrario, la inscripción trilingüe, puesta en la cruz, y asimismo la audiencia que pidieron a Cristo por medio de los Apóstoles, varios gentiles. (Jn 12,20-23) y el uso de los nombres de monedas provenientes de Grecia, como el stater (V. Johan. 22,15) y el usar del epíteto de eu)erge/tai, bienhechores, que solía darse a los potentados. (V. Schlensner, Lexicon N. T. ad voc.), usándolo irónicamente (Lc 22,25). Además, Jesucristo no podía carecer de los dones con que fueron agraciados los Apóstoles (AA. 2,1-12), algunos de los cuales, no sólo hablaron, sino que escribieron el griego; ni podía ser extraño ningún género de saber a quién leía en los corazones y penetraba los más recónditos secretos. (Mt 9,4; 12,25,16,8; 22,18, Mc 12,15; Lc 6,8; 7,39,40; 9,47; 11,17; Jn 2,24,25; 6,62-65; 13,11-18; 18,4), leyendo con sus miradas el más remoto porvenir (Mt XIV). Pero ¿a qué cansarnos, cuando el mismo M. Renan dice, que Jesucristo simpatizaba especialmente con los Helenistas, esto es, con los Judíos que hablaban el griego? (Ob. cit pág. 230-276). V. G. Ghringhello, ob. cit pág. 46, nota 1.ª, Y GAVEDONI, Confutazione degli errori di Ernesto Renan, nella sua vita di Gesu, Módena 1863, pág. 30-31. -(N. del T.) El estater era una moneda de plata que valía catorce reales de nuestra moned

777 Mt 17,23-25

778 Ex 30,13-14

779 Josefo De Bell. jud lib. 7, cap. XXVI; Antiq. jud lib. 18, cap. XII.

780 Mt 5,17

781 Vida de Jesús, pág. 117.

782 La tradición nos ha conservado el nombre del dichoso niño, a quien puso Jesús en sus rodillas, a quien abrazó y presentó como un modelo a sus Apóstoles. Este niño fue más adelante el ilustre mártir y obispo de Antioquía, San Ignacio, sobrellamado Theophoro (Llevado por Dios), en memoria de este episodio evangélico.

783

784 Talm. Babylon Yoma, fol. LXXXVI,2.

785 Complevitque Deus die septimo opus suum quod fecerat. (Génes 2,2.)

786 Dt 19,5

787 Mt 18,18-20

788 Cerca de doscientos millones de reales, de nuestra moneda actual. Elige Nuestro Señor esta enorme suma para representar mejor la inmensidad de la deuda del pecador hacia Dios.

789 Cerca de doscientos reales.

790 Mt 18,23

791 Lc 17,7-10

792 Jn 7,1-10

793 Vida de Jesús, p. 24.

794 El siguiente cuadro resume, dice Cornelio a Lapide, toda la enseñanza de los Padres y de los doctores de la Iglesia, y hace comprender la verdadera relación de los parientes o hermanos de Jesús con el Salvador.

795 Este discípulo, Cefas, es distinto del Apóstol San Pedro.

796 Heggesipp citat. Ab Euseb. Historia Eclesiast. Patrol. Graec. tom. 20, col. 245,427,281,283,377,380.

797 Mt 13,55,56. V. el cap. III de esta historia, núms. 32,34 y 35.

798 Puede agregarse al testimonio de Hegesipo, los de Clemente de Alejandría, Orígenes, Eusebio de Cesarea, San Gerónimo, Theodorato, Isidoro de Sevilla, San Agustín. (Cf. Bisping. Erklarung des Evang. nach. Matthaus,13,53.)

799 Tomando el denario por 16 ases, y el as romano por un valor de 5 céntimos de nuestra moneda, resulta la suma de 28,80 reales, como representando la fortuna de estos dos hermanos.

800 La fanega romana valía 1257 m. 53 c.

801 Hegesip, cit. ab Eusebio. Historia Eclesiast lib. 3, cap. 20, Patrol. Graec tomo 20, col. 252,253.

802 Aún en el día siguen las caravanas esta ruta de Galilea a Jerusalén, la cual atraviesa Ginea y Naplusa, la antigua Siquem, y requiere tres o cuatro días de camino.

803 Lc 17,11-19.

804 «El 30 de abril de 1862, no bien llegamos a Naplusa, la Siquem bíblica, fijamos nuestro campamento hacia una de las puertas de la ciudad, en medio de un bosquecillo de sicomoros y adelfas. Algunos instantes después, vino una banda, lo menos de treinta leprosos a sitiar nuestras tiendas, pidiendo el bachisch a nuestros intérpretes, amenazándoles con castigar una negativa por medio de peligrosos contactos. Tuvimos, pues, que darles limosna, látigo en mano, único medio de evitar accidentes irreparables». (Nota extractada de un Diario de Viaje a Oriente, comunicado por el señor príncipe E. de Bauffremont-Courtenay.)

805 Sabido es que esta fiesta duraba ocho días, durante los cuales habitaba en tiendas el pueblo judío, en memoria de los cuarenta años que pasó conducido por Moisés en el desierto, (Exod 13,16.)

806 Traducimos así el texto de San Juan: Jam autem die festo mediante, para darle su verdadero sentido que los traductores franceses no dan a entender bien Con estas palabras: Hacia la mitad de la fiesta. La solemnidad de los Tabernáculos duraba ocho días; así, pues, fue el cuarto cuando pareció Nuestro Señor en Jerusalén. En la expresión que emplea el Evangelista tenernos un carácter de autenticidad intrínseca que debemos hacer resaltar, por medio de una interpretación más libre, en que se sacrifica la letra al sentido. De otra suerte, nuestros usos modernos enteramente distintos de las costumbres hebraicas, se prestarían a un equívoco que no está en el texto ni en la mente del historiador sagrado. (Nuestros intérpretes españoles traducen, el P. Scio: «al medio de la fiesta»; el P. Amat: «hacia la mitad de la fiesta»; y el P. Petite: «estando ya la fiesta a la mitad de los días.)» -(N. del T.

807 Jn 7,11-30

808 Vida de Jesús, pág. 345.

809 En la imposibilidad de comentar cada una de las palabras del Salvador con la extensión que exigiría, nos vemos obligados a omitir una multitud de pormenores interesantes. Sin embargo, no podemos pasar en silencio esta reflexión de Cornelio a Lapide: «Cuando, dice, pronuncia el Señor esta palabra: 'Quien habla de sí mismo, busca su propia gloria; mas el que únicamente busca la gloria del que le envió, ese es digno de fe,' hace un verdadero silogismo, cuyas tres proposiciones son éstas: El que habla de sí mismo, busca su propia gloria; es así que yo, Jesús, no busco mi propia gloria, sino la de mi Padre, como lo proclaman todos mis actos y todos mis discursos; no soy yo quien habla, sino mi Padre, cuya gloria trato de propagar. Al expresarse así, hace tres siglos el ilustre comentador, ¿previó tal vez que había de escribir un sofista que es muy débil la argumentación de Jesús juzgada según las regias de la lógica aristotélica?

810 El texto de la ley Mosaica, relativo a la circuncisión, era éste: «El Niño será circuncidado en el día octavo después de su nacimiento». (Génes. 17,12; Lv 12,3.) Cuando, pues, nacía en sábado un hijo de Israel, se le confería la circuncisión en el sábado siguiente, sin que prevaleciese la ley del descanso sabático, en este caso. Era, pues, evidente, que si no se infringía el precepto sabático por una operación tan grave y tan complicada, no podía constituir, aun a los ojos del Judío más meticuloso, la simple palabra pronunciada por el Divino Maestro, al curar al paralítico de Bethesda, una infracción de la ley del descanso sabático.

811 Is 53,8

812

813 Salm. CLX,4,5.

814 Jn 7,30

815 Jn 7,37

816 Is 12,13

817 Jn 7,40

818

819 Lc 11,13

820 Jn 8,1

821 Sed hoc videlicet infidelium sensus abhorret, (nempe reconciliari mulieri per poenitentiam enmendatae) ita ut nonulli modicae fidei vel potius inimici verae fidei, credo metuentes peccandi impunitatem dari mulieribus suis, illud quod de adulterae indulgentia Dominus fecit, auferrent de codicibus suis: quai permissionem peccandi tribuerit qui dixit: Jam deinceps noli peccare, aut ideo non debuerit mulier a medico Deo illius peccati remissione sanari, ne offensentur insani. (S. Agustín. De conjug. adulter lib. 2, Patrol. Latin tom. 4, pág. 474.)

822 Lv 20,10 Dt 22,24

823 Jn 8,12-20. El Gazaphylacium o Tesoro del Templo, según Josefo (Bell. Jud. 5,5,3), se hallaba colocado en el Atrio de las Mujeres. El Talmud dice que se habían puesto allí cepillos destinados a recibir las ofrendas voluntarias y la contribución anual del didracma, para conservar el edificio sagrado y para la subsistencia de los pobres.

824 Vida de Jesús, Introd pág. 23, XXIV.s

825 Cf. Cornel. a Lapide, tom 16, pág. 435.

826 Jn 8,21

827

828 Vida de Jesús,257,258,265-267.

829 Joseph De Bello Judaic lib. 2, cap. VIII.

830 Ex 20,5

831 Jn 10,1-2

832 Fu dessa ai primi fideli tanto cara e famigliare che ad ogni passo la si vede espressa ne' cubicoli cimiteriali. (Mozzoni. Tavola della storia della Chiesa universale, Secol. 1.º, pág. 11)

833 [«Catolismo» en el original. (N. del E.)]

834 Dt 6,5

835 Nos tomamos la libertad de sustituir esta expresión al término común de hostelería «o mesón» que se halla generalmente en las traducciones. La palabra latina del Evangelio es stabulum, y en griego pandoxei=on, (estación de las caravanas). Si el lector tiene a bien recordar todos los pormenores en que nos ha sido preciso entrar, a propósito del establo de Belén, comprenderá la razón de esta variante. Al pasar el texto del Evangelio a todas nuestras lenguas modernas, ha sufrido interpretaciones adaptadas al genio de cada idioma. La parábola del buen Samaritano es conocida en el último de nuestros lugarejos.

La expresión «hostal o mesón» no excita en nosotros ninguna otra idea que la de un establecimiento de hospitalidad, sostenido por particulares que albergan a los viajeros, mediante cierta retribución. El stabulum o caravanera evangélica es enteramente extraño a esta institución completamente moderna. Había, como hemos dicho, a la puerta de cada pueblo, un abrigo para los hombres y para los animales. La hospitalidad que en él se recibía por una noche, era gratuita, pero no comprendía exactamente más que el techado, debiendo los viajeros proveer por sí mismos a su subsistencia y a la de las bestias de carga. He aquí por qué el buen Samaritano, al llegar a la caravanera, toma por sí mismo cuidado del herido. En el más modesto de nuestros mesones actuales, hubiera encontrado por lo menos el auxilio de una criada. Mas en la época evangélica, no había en el camino de Jerusalén a Jericó nada parecido a esto. Sin embargo, habitaba la caravanera un encargado, sostenido a costa de la ciudad, para dar a los viajeros las instrucciones necesarias, y ponerles en relación con los habitantes, para procurarse a su costa y riesgo las provisiones de que podían necesitar.

Este sistema primitivo de hospitalidad oriental vuelve a encontrarse aún en nuestros días, en algunas comarcas de España. Por eso, a la mañana siguiente de su llegada, el buen Samaritano dispuesto a continuar su camino, deja el abrigo hospitalario, sin pagar nada por su hospedaje personal, pero entrega al encargado de la caravanera dos denarios para empeñarle a cuidar del herido, y le promete tener en cuenta a su regreso el exceso de los gastos que podrían originarse ulteriormente.

836 Lc 10,25-37.

837 plhsioj en el original (N. del E.)

838 Lc 12,13-53 Mt 24,42-46

839 [«en nuestro» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

840 [«en tiempo» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

841 La expresión latina Mensura, derivada de Mensis, «mes», se refiere etimológicamente a las distribuciones mensuales de víveres, que se hacían a los esclavos. El Demensum, medida legal, equivalente a cerca de cinco fanegas, representaba la cantidad de trigo que se suministraba mensualmente a cada esclavo.

842 Jn 10,22-39

843 Mach 4,36 ad ultimum, Ya hemos reproducido, al tratar del origen de la festa de las Encenias y de la descripción del pórtico de Salomón, los pormenores que dimos anteriormente en la Historia general de la Iglesia, tomo 3, página 664-666, y tomo 4,147-148.

844 (Egkainia en el original(N. del E.).

845 Los Judíos dividían el año, dice el doctor Sepp, en seis estaciones; «la siega» (abril y mayo); «el estío» época de los grandes calores (junio, julio y agosto); las siembras,, (setiembre y octubre); «el invierno» o meses de las lluvias, desde el 15 de Casleu (noviembre), hasta el 15 de Sebeth, (enero); finalmente, «la estación de los fríos secos» (febrero y marzo). Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 191. Por lo demás, he aquí el cuadro de los meses hebraicos del año santo. 1 Nisan o Abid30 días. -Marzo. 7 Tisri 30 días. -Setiembre. 2 Ijar29 íd. -Abril. 8 Markesvan 26 íd. -Octubre. 3 Sivan 30 íd. -Mayo. 9 Casleu 30 íd. -Noviembre. 4 Tammus 29 íd. -Junio. 10 Tebeth 29 íd. -Diciembre. 5 Ab 30 íd. -Julio. 11 Sebeth 39 íd. -Enero. 6 Elul29 íd. -Agosto. 12 Adar 29 íd. -Febrero.

Cada tres años tenía el año trece meses. El mes suplemental era de trece días, y se llamaba Ve-Adar, o segundo Adar

846 El Evangelio llama Pinaculum Templi, la cúpula del Pórtico de Salomón, sobre el cual llevó Satanás al divino Maestro, proponiéndole que se precipitara sin temor, porque estaba escrito: «Jehovah ha dado orden a sus ángeles para que te sostengan sobre sus alas».

847 El estadio olímpico, de que habla aquí Josefo, representaba en nuestro sistema métrico actual,184 m. 95 c. La medida codo-hebraico valía 20 pulgadas o 0,540 milímetros de nuestras medidas actuales.

848 Josefo, Antiq. Judai lib. 15, cap. XIV.

849

850 Dt 6,4

851 Lc 10,38-42. No sabemos por qué dicen unánimes las traducciones francesas del Evangelio: «María eligió la mejor parte», puesto que no se halla el comparativo ni en el texto griego: Maria/m ga/r th/n a)gaqh/n meri¿da e)cele/cato ; ni en el latín de la Vulgata: Maria optimam partem elegit. [Maria de thn agaqhn merida ecelecato en el original (N. del E.)]

852 La milla romana equivalía a 1481 m. 75 cént.

853 Lc 8,1-3. Cf. capít. 6, de esta Historia, núm. 34.

854 Lc 13,10-17

855 Abríase para los riegos rurales, pozos cuyo brocal se hallaba a flor de tierra. El accidente a que alude el divino Maestro en muchos pasajes del Evangelio, era, pues, mucho más frecuente de lo que sería en nuestro clima y según nuestros hábitos sociales.

856 Nos tomamos la libertad de parafrasear así el Discumbas de la Vulgata.

Las traducciones francesas callan demasiado el uso del triclinio, admitido generalmente en Judea, en la época evangélica. Con semejante sistema, llegan a ser ininteligibles para el vulgo un gran número de hechos; por ejemplo, la escena del acto de derramar el bálsamo perfumado en los pies del Salvador por detrás, sin que apercibiese Jesús a la Magdalena, mientras que el Fariseo que está en frente, sigue todos los movimientos de la ilustre penitente, parece inexplicable al lector habituado a creer que los Judíos se sentaban en sus festines del mismo modo que en los nuestros. Se ha prescindido sobrado tiempo, entre nosotros, de esta clase de pormenores. Y verdaderamente no ha contribuido poco esta negligencia al fácil y favorable éxito del Evangelio del racionalismo. Conviene más que nunca, hacer en los catecismos y en las homilías estas sencillas y familiares explicaciones del texto Sagrado, bajo el punto de vista de la verdad local. Nuestros padres sabían todo esto; debe, pues, hacerse que lo aprendan nuestros hijos. Por otra parte, el texto original se halla tan explícito como la Vulgata: Novum Testamentum Luc 14.8.1 to 14.8.2 mh/ katakliqv=j ei¹j th/n prwtoklisi¿an. [ mh katakliqh/j eij thn prwtoklisian en el original (N. del E.)]

857 Alude aquí Nuestro Señor a esta máxima del libro de los Proverbios: Ne gloriosus appareas coram rege, et in loco magnorum ne steteris. Melius est enim ut dicatur tibi: Ascende huc, quam ut humilieris coram principe. (Pr 25,6.)

858 Lc 14,1-24

859 Mt 27,42

860 Pr 4,8-9

861 1Th 1,5

862 Lc 13,22-30

863La expresión griega misei=, traducida literalmente por el verbo oderit de la Vulgata, significa odiar. Así, todas las traducciones francesas se expresan de esta suerte: «Si alguno viene a mí, y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y sus hijos, sus hermanos y hermanas y hasta su misma alma, no puede ser mi discípulo». La fidelidad literal de esta versión es de suma inexactitud en cuanto al sentido. Así es que todos los intérpretes cuidan de indicarlo en la nota que acostumbran agregar a este pasaje. Y es que en efecto, en el estilo hebraico, la expresión que corresponde a nuestra palabra de odio, no tiene el sentido absoluto que en nuestro idioma. Como dice perfectamente el abate Glair, odiar significa con suma frecuencia en el idioma bíblico, amar menos. En este sentido se lee en la Escritura: Jacob dilexi, Esau autem odio habui (Malaquia,1,2,3. Rm 9,13). Los salmos nos ofrecen numerosos ejemplos de esta locución, familiar al genio de la lengua judía. Si pudiera caber alguna duda sobre este punto en algunos entendimientos siempre dispuestos a creer que los comentadores inventan sistemas de interpretación según lo requiere su causa, bastaría volver a leer en el Evangelio de San Maleo la misma palabra de Nuestro Señor, traducida de esta suerte: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí». (Mt 10,37. Cf. en esta Historia: cap. 6, núm. 18). Es, pues, imposible la equivocación para quien tiene la menor noción del estilo hebraico y del texto concordado de los Evangelios. Esto no impide a un literato racionalista escribir. «Las exigencias de Jesús no tenían límites; despreciando los sanos límites de la naturaleza del hombre, quería que sólo se existiera para él, que sólo a él se le amase. Si alguno viene a mí, decía, y no aborrece a su padre, a su madre, su mujer, sus hijos, sus hermanos, sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Diríase que en estos momentos de guerra contra las necesidades más legítimas del corazón, había olvidado el placer de vivir, de amar, de ver y de sentir». Vida de Jesús, pág. 312,313. [ misei en el original (N. del E.)]

864 Lc 14,25 ad ultimum. Los Judíos levantaban torres en sus viñas para defenderlas contra el enemigo. El suelo, naturalmente pedregoso, de las colinas de Palestina, suministraba materiales abundantes, por lo que sobre todo la mano de obra hacía costosas esta clase de construcciones. Para formarse una idea exacta de la explotación vitícola, tal como se practicaba entre los Judíos, conviene referirse a la parábola de la viña por el profeta Isaías: «Cantaré a mi bien amado, dice, el cántico de mi pariente, sobre su viña predilecta. Mi muy amado plantó su viña en la vertiente de un collado muy fértil, a la sombra protectora de un plantío de olivos. Cercola de setos y desembarazó el suelo de las piedras que la secaban y la plantó de cepas escogidas; y edificó en medio de ella una torre para defenderla, y construyó en ella un lagar para exprimir su dulce licor. Y esperó a que diese racimos opimos, y sólo dio uvas silvestres. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén, y vosotros ¡oh varones de Judá, sed jueces entre mí y mi viña! ¿Qué es lo que debí hacer y que no haya hecho por mi viña? ¿Podía acaso esperar, que en lugar de fragantes racimos, diera uvas agraces? Pues ahora os diré claramente lo que voy a hacer con mi viña: arrancar la cerca que la protege y vendrán los pasajeros a talarla; derribará la torre que la defiende, y será hollada. Y la dejaré que se convierta en un erial, y no podará sus cepas en la primavera mano alguna, ni cavará su árida tierra, y crecerán en ella zarzales y abrojos, y mandaré a las nubes que pasen por encima de ella sin derramar su lluvia bienhechora». (Isaí 5,1-6. Cf. Hist. Gener. de la Igles tom. 3, pág. 10.) Tal es la clase de construcciones de uso universal entre los Judíos, a que alude Nuestro Señor, en este pasaje del Evangelio

865 Vida de Jesús, pág. 312.

866 Mt 10,37

867 Lc 15,1-10. En el cap. 7, núm. 36, se ha dado la valuación en moneda actual, de la dracma.

868 La palabra griega kerati/a reproduce con suma exactitud la expresión siríaca Carruba, que es verdaderamente la del Evangelio. Así, pues, la restablecemos en nuestra traducción. El sentido vago e indefinido del Siliqua de la Vulgata se presta en nuestra lengua, a interpretaciones que quitan al texto uno de sus caracteres de verdad local. «Los que creen, dice el padre Pezron que los silicos eran fundas de legumbres, como guisantes y habas, se equivocan, pues eran las cáscaras o vainas de un árbol llamado algarrobo o garrofo, con que se alimentaba a los puercos en Jonia y en Siria. La versión siriaca del Evangelio trae en efecto la palabra Carruba, traducida fielmente en griego por kerati/a». El garrobo (ceratonia siliqua) dicen los botánicos modernos, es un árbol de hoja persistente, de la familia de las Leguminosas, tribu de las Cesalpinias. Crece en Oriente y en el Mediodía de Europa, sobre todo en las cercanías del Mediterráneo. Su elevación es de ocho a diez metros. Y su aspecto ofrece alguna analogía con el de nuestros manzanos. Sus hojas coriáceas o correosas y lucientes son de un verde azulado; las flores, dispuestas en forma de racimos, son de un color purpúreo oscuro; el fruto es una funda o vaina larga de más de veinte centímetros, que encierra una pulpa rojiza y azucarada, de que se extrae en la actualidad bastante buen aguardiente, y un jarabe astringente. En España y en Italia sirve esta pulpa, todavía verde, para mantener a las bestias de carga y demás ganados, a quienes nutre rápidamente. (A esta nota de M. Darras debemos añadir, que en la versión Siriaca, según dice el padre Amat, se lee kerubae, esto es, garrobas. La partícula al se añadiría por los árabes.) -(N. del T.)

869

870 Cf. Cap. VII de esta Historia, § 1.

871 Conservamos escrupulosamente en nuestra traducción el término mismo del original griego: (Ekato/n ba/touj e)lai¿ou. El Bath, medida hebraica de líquidos, de un valor que varía de veinte y siete a treinta y ocho litros, según se dé por base la metreta antigua o la medida siriaca, era de un uso universal entre los Judíos. En nuestro concepto, debe respetarse estos nombres extranjeros aun en las traducciones a la lengua vulgar; pues de otra suerte, un legista que lea el Evangelio en una versión de Lemaistre, de Sacy, se creerá con derecho para afirmar, que no sabía hebreo Jesucristo. Cien baths de aceite representaban, ya sea 2,70, ya 3,80 litros.

872 El Chomer (Lv 27,16), llamado igualmente Cor (Ezech. XLV,11-14), y en el texto original de San Lucas: )Ekato/n ko/rouj si¿tou, era la medida hebraica de los sólidos. Valía diez baths, o sea aproximadamente 27 decalitros, tomando la capacidad del bath sobre el pie de 27 litros, o 38 decalitros, dando al bath el valor de 38 litros. Cien cori de trigo representaban de esta suerte, en la primera hipótesis,270 hectolitros, y en la segunda,380. La enormidad de esta deuda, con relación a la del primer deudor, da a comprender al punto, por qué el administrador infiel rebaja esta obligación en menor proporción. Por una parte, el deudor ganaba ya desmesuradamente en ello, y por otra, el dueño, que debía verdaderamente contar con una fuerte suma por parte de este arrendatario, no advertiría tan pronto el déficit, reducido tan sólo de ciento a ochenta.

873 El término de Mammon, conservado en el Mammona de la Vulgata, es también una expresión enteramente hebraica. Matmon, o por una elisión familiar a los idiomas caldeos, Mammon, significa «oculto». Recordarase lo que hemos temido anteriormente ocasión de decir, con motivo del cuidado con que enterraban los Judíos los tesoros, para ponerlos al abrigo de las eventualidades de una invasión o de las exigencias del fisco.

874 Lc 16,1-10. Cum defeceritis, sobreentendido e vita; en griego: o(/tan e)klipv, sobreentendido to/n bi/on, «a la hora de la muerte». Hemos conservado la traducción francesa, porque la expresión «llegar a faltar» conserva aún entre nosotros el sentido de «morir». [ o(/tan ekliphte y ton bion en el orginal (N. del Ed.)]

875 Vida de Jesús, pág. 174.

876 Jn 14,2

877 Lc 16,13-14

878 Lc 16,14-17

879 Dt 24,1

880 Los Fariseos tienen gran cuidado de eludir la dificultad real, por lo que, suprimen de propósito en su respuesta, la cláusula: Ob aliquam foeditatem, inserta en el texto de la ley, y sobre que recaía toda la discusión entre los discípulos de Sechammai Y los de Hillel. 24,1.

881 Genés. 1,27,2,24.

882 Reproducimos aquí la palabra de Nuestro Señor, tal cual la escribió San Lucas: Omnis qui dimittit uxorem suam et alteram ducit, moechatur (Lc 16,18), la cual expresa claramente el pensamiento del divino Maestro. Un hebraísmo que se encuentra en la misma palabra formulada por San Mateo, ha dado lugar a la errónea interpretación del protestantismo y del cisma griego. He aquí el texto de San Mateo: «Cualquiera que despidiere a su mujer, por otra causa que la de adulterio, y se casara con otra, comete adulterio, y el que se casa con una mujer repudiada, comete adulterio». (Mt 19,9.) Los protestantes y los cismáticos griegos, han deducido de esta palabra, entendida en el sentido de las traducciones, y aislada de su contexto, que Jesucristo permitió contraer un nuevo enlace, después de romperse otro anterior por el adulterio de la mujer. Mas lo único que permite el Salvador en este caso, es despedir a la mujer culpable, pero no casarse con otra, puesto que añade inmediatamente y en términos absolutos. «El que se casa con una mujer repudiada, comete adulterio». Es, pues, indudable, que la respuesta del Salvador, tal cual la da San Mateo, responde a estos dos pensamientos muy distintos comprendidos en la pregunta de los Fariseos: Jesús declara: 1.º que no es permitida la separación sino en el solo caso de adulterio; 2.º que la separación, aun en este caso, no lleva consigo la facultad de contraer otro enlace. Si hubiera tenido otro sentido la respuesta del Salvador, no hubiera chocado en manera alguna a los discípulos; no hubiera provocado de parte suya esta queja que expresan un poco más adelante». Si es así, dicen sencillamente, si es tal la condición del hombre que se casa con una mujer, ¡no es conveniente casarse! Jamás hubieran manifestado los discípulos semejante extrañeza, si les hubiera dicho su maestro: «Es permitido casarse con otra mujer después de la separación por cansa de adulterio. Esta contestación hubiera sido exactamente conforme a la doctrina de Schammai, que no extrañaba a nadie, y que se gloriaban de observar todos los hebreos más fieles. Finalmente, esta respuesta no hubiera alterado en riada la ley mosaica, ni el libellus repudii, concedido temporalmente ad duritiam cordis. A no querer, pues, disfrazar a capricho el Evangelio, no se puede desconocer la ley de indisolubilidad del lazo conyugal, aun después de la separación, impuesta expresamente por Jesucristo. La enseñanza de San Pablo no es más que un eco fiel de ella. Praecipio, non ego, sed Dominus, quod si discesserit, manere innuptam. (I Cor. 6,11). El concilio de Trento ha resumido, pues, sobre este punto, toda la doctrina del divino Maestro, recogida por la tradición católica: «Si alguno dijere que la Iglesia yerra cuando ha enseñado y enseña aún, según la doctrina del Evangelio y de los apóstoles, que el matrimonio no puede disolverse por causa de adulterio, sea anatematizado». (Concil. Trid. Sess. 24, Can. VII.) La Iglesia conserva, pues, la causa de separación tal como la estableció el Salvador, pero proclama, aun en este caso, la indisolubilidad del lazo conyugal. Las legislaciones humanas que quisieran ir más allá de este límite, serían siempre defectuosas. La indisolubilidad del matrimonio es la piedra angular de las familias y de las sociedades.

883 Mt 19,3-12 Mc 10,2-13 Lc 16,18

884 Mt 19,13-15 Mc 10,13-16 Lc 17,15-17

885 Vida de Jesús, pág. 179-182.

886 Mt 20,20-26 Mc 10,35-36. «En el gran consejo de Jerusalén, los dos principales miembros, después del Nasi, o príncipe del Sanhedrín, se llamaban, el uno el Padre o el Anciano, y el otro el Sabio; y se sentaban a derecha e izquierda del príncipe. Éstos eran los dos sitios que había querido obtener Salomé para sus hijos, al lado de Cristo, en el reino que iba a fundar en breve o en el Sanhedrín celestial. (Dr. Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 210.)

887 Lc 17,20

888 Lc 17,20-37 Mc 24,37-42

889 La identidad del Asuero de nuestros Libros Sagrados con el Xerxes de la historia profana, ha sido en nuestros días consignada perentoriamente por nuestro ilustre asiriólogo M. J. Oppert. (Cf. Historia general de la Iglesia; tom. 3, pág. 491.)

890 Lamennais. Los Evangelios,3 edit pág. 255-256.

891 Lc 18,1-14

892 La primera hora del día entre los Judíos correspondía, en nuestra actual división del tiempo, a las seis de la mañana. La tercera hora representaba lo que llamamos las nueve de la mañana: la hora sexta, el medio día; la nona, las tres después del medio día; la undécima, las cinco de la tarde.

893 El ojo malo es una locución hebraica que significa el ojo envidioso, los celos. Hállasela algunas veces usada en este sentido en los autores griegos y latinos. El ojo bueno denota, por el contrario, la generosidad, y como diríamos en nuestros días, la liberalidad.

894 Mt 20,1-16

895 Dt 24,14-15 Lv 19,13

896 Traducimos estas palabras, según el término griego: kaiì e)n t%½ Àdv e)pa/raj tou/j o)fqalmou/j.

897 El «seno de Abraham» es una expresión figurada, cuyo verdadero sentido conviene hacer conocer. La beatitud eterna es comparada muchas veces por el divino Maestro a un festín celestial. En los festines judíos, dice un moderno exégeta, en que se hallaban los convidados tendidos en divanes y apoyados sobre el codo izquierdo, estaba el segundo sitio a la derecha del que presidía; el convidado que ocupaba este lugar venía a estar como reclinado sobre su seno». Tal es, pues, el significado de la palabra evangélica. Más adelante tendremos ocasión de notar el mismo hecho en la última cena, en que el discípulo amadísimo reposó sobre el corazón de Jesús.

898 Lc 16,19-31

899 Mt 19,1

900 En la ribera oriental del Jordán había un lugar con nombre idéntico, de que había hablado ya San Jn a propósito del bautismo de Nuestro Señor: Hoc in Bethania facta sunt trans Jordanem, ubi Joannes erat baptisans. (Jn 1,28.) Para evitar, pues, toda confusión entre la Bethania de Perea y la aldea del mismo nombre, situada a quince estadios de Jerusalén, añade el Evangelista la designación terminante de «aldea de María y de Marta». La mayor parte de los comentadores hacen esta observación, que es de una exactitud innegable, y que no obstante, parece haber escapado a M. Sauley, cuya ciencia bíblica, talento y erudición, son por otra parte superiores a todo elogio. Jamás se ha conocido, dice, Bethania alguna más allá del Jordán. Hace mucho tiempo que hizo Suidas una corrección en el texto de San Jn maleado de esta suerte por algunos copistas. El sitio de que habla San Gerónimo, y en que bautizaba el precursor de Cristo, es Bethabara, que se ha tomado por Bethania. Sería importante hacer esta corrección, al menos por medio de una nota en las ediciones latinas del Evangelista San Juan. Las ediciones griegas, y especialmente la de Elzevir de 1658 de Amsterdam, traen Bhqabara/. Es verdad que el error se cometió en los ejemplares griegos que la Vulgata no hizo más que traducir. El error notado por Suidas, a fines del siglo X de la era cristiana, no se halla probado; y este incidente va a proporcionarnos una nueva prueba de la sabiduría de la Iglesia Católica, que conserva el texto del Evangelio en su integridad, sin permitir aún al celo más benévolo de los eruditos de cada época, introducir en él el menor cambio. Después que M. de Sauley escribió estas líneas, vino a confirmar el descubrimiento del manuscrito sinaítico del Evangelio, la exactitud de la versión de San Gerónimo. Léese en él, en efecto, las dos menciones de una Bethania más allá del Jordán, y de otra Bethania, mansión de María y de Marta. Había, pues, verdaderamente en la época evangélica, dos poblaciones de este nombre. Si se tratase de un error de copista, que hubiera escrito Bethabara por Bethania, (Jn 1,28), como no había más que una sola Bethabara en Palestina, hubiera sido inútil designar especialmente este nombre con la cláusula «más allá del Jordán». Y asimismo, como en la hipótesis que examinamos, no hubiera habido más que una sola Bethania (Jn ,11,1), el Evangelista no hubiera tenido necesidad, al hablar de esta población (Jn 11,1), de especificarla más particularmente. Si nos tomamos la molestia de examinar las otras menciones geográficas que hacen los Evangelistas, quedaremos convencidos de la verdad de esta observación. (Cf. Tischendorf. Novum Testamentum Sinaiticum, en 4.º Lipsiae,1863. Fol. 48, col. 3. Líneas 39 y 40. Fol. 55. Colum. 1. Lín. 19-21.) La antigua Bethabara o Bethania del libro de los Jueces (VII,24), llevaba, pues, en la época evangélica, el nombre de Bethania. He aquí todo lo que es permitido deducir de este incidente, sin que necesite el texto de San Juan corrección alguna, ni en el original griego, ni en la Vulgata.

901 Jn 11,1-16

902 Woolston hanc resuscitationem nihil aliud fuisse comminiscitur, quam fraudulentam comoediam a Lazaro ac hujus sororibus Mariâ et Marthâ ex condicto adornatam, ut sic Christo specialem favorem exhiberent, aut eidem eximiam, aestimationem el auctoritatem conciliarent tanquam viro thaumaturgo, qui hominem jam quatuor diebus mortuum ad vitam revocasset. (Veith. Scriptura Sacra contra incredulos propugnata,1760, Pars 7, Sectio 3, Qaestio 21, núm. 85.)

903 Vida de Jesús, pág. 360,361.

904 Acerca del silencio de los demás Evangelistas sobre el milagro de la resurrección de Lázaro, se han dado varias explicaciones. Según Lucke, los autores de los Evangelios sinópticos habrían ignorado este milagro, cuyo recuerdo se hubiera perdido en medio de tantos otros hechos semejantes.

Según Meyer, los sinópticos no querían contar más que los hechos que habían pasado en Galilea. Grocio, Herder, Oshaussen suponen que estos tres escritores quisieron guardar consideraciones a la familia de Lázaro, que vivía a las puertas de Jerusalén, y a quien hubiera expuesto la relación pública de este milagro a la venganza del Sanhedrín, todavía omnipotente. Comp. 12,10. Los principales sacrificadores deliberaban hacer morir también a Lázaro.

Hengstemberg admite que la resurrección de Lázaro formaba parte de un círculo de relatos más profundos, que no habían constituido parte de la tradición y que se habían reservado a Juan instintivamente. Mas otros intérpretes respetables explican este silencio, exponiendo las siguientes consideraciones. Ante todo, debe partirse del hecho de que ningún rasgo particular del ministerio de Jesús, aun el más palpable de todos, tenía en la mente de los apóstoles la importancia capital que puede atribuírsele tal vez en el día. El punto de vista en que se colocaban los apóstoles en su predicación, era completamente distinto de aquel en que nos hallamos nosotros cuando hacemos de su enseñanza el objeto de un estudio crítico. Los Apóstoles trabajaban en fundar la Iglesia y en salvar el mundo; nosotros queremos reconstruir la historia. No es de extrañar, pues, que encierren para nosotros indisolubles enigmas narraciones escritas bajo el primero de estos conceptos. Acontecimientos decisivos e incomparablemente más importantes bajo el punto de vista religioso, que la resurrección de Lázaro, la muerte y la resurrección del mismo Jesucristo, habían seguido a este milagro y debieron eclipsarle por algún tiempo, así como todos los demás milagros particulares del ministerio de Jesús. La predicación apostólica se limitó en su primera fase, a proclamar y demostrar este hecho supremo; ha resucitado Jesús. Éste fue el cimiento sobre el que edificaron los Apóstoles la Iglesia. No era entonces tiempo de referir anécdotas. Sin duda se recordará la milagrosa actividad del Señor en general, según vemos por los discursos de los Apóstoles en el libro de los Actos (II,22; 10,38); pero por entonces eran relegados al olvido los relatos particulares. Si los pormenores del ministerio de Jesús representaban un papel durante esta primer fase de la enseñanza cristiana, era en las conversaciones particulares. La gran proclamación oficial no encontraba nada que poner al lado de la muerte y de la resurrección de Jesús, estos dos grandes hechos en los cuales se había consumado la salvación del mundo. Así es que se habían concentrado sobre este punto de su historia las enseñanzas de Jesús después de su resurrección. (Lc 24,26-45-47.) Solamente más adelante, cuando comenzó a debilitarse el primer aliento, se pusieron a exhumar los antiguos recuerdos. Bajo la influencia de la predicación apostólica, que fundaba las Iglesias, nació y se desarrolló el ministerio de los catequistas que tenían el encargo de edíficarlas, trazando los diversos hechos de la vida del Señor. Púsose en circulación por los mismos apóstoles una parte de estos relatos, los cuales fueron los que constituyeron el fondo permanente y universal de la evangelización oral, y los que pasaron de un modo bastante uniforme a la tradición escrita, a nuestros sinópticos. Otros los hacían circular los miembros de la Iglesia que habían sido objeto de ellos o testigos de los hechos; fijándose en la tradición oral en cuanto era posible, bajo la forma que les había dado el primer narrador, y dejando más o menos accidentalmente a conocimiento de los escritores evangélicos, formaron el tesoro propio de cada uno de nuestros sinópticos. Otros terceros, finalmente, fueron sustraídos de propósito, y desde luego, de la narración pública, o no fueron confiados a ella sino con ciertas reticencias relativamente a los hombres o a las cosas: reserva que era requerida por consideraciones de diversa naturaleza, debidas a los que habían representado un papel en estos hechos.

¿Podemos suponer que existía algún motivo de reserva particular en cuanto a los relatos, acerca de la familia de Betania? Ya hemos indicado ciertas circunstancias propias para hacerlo presumir. Así San Lucas (X,38 y siguientes), aunque habla de las dos hermanas y las designa con sus nombres, omite el nombre de la población en que habitaban: Jesucristo en cierta aldea, sea porque ignorase él mismo el nombre del lugar, por no haberlo sabido por la tradición, sea porque lo suprimiese de propósito. Por el contrario, San Mateo (XXVI,6 y siguientes) y San Marcos (XIV,3 y siguientes), nombran a Bethania, pero callan los nombres de las dos hermanas: «vino una mujer», dicen, al referir la unción de María. ¿Que motivo imponía a la tradición primitiva estas reticencias? Indudablemente el principal motivo era la seguridad de Lázaro y de sus hermanas, el temor del brazo vengador del Sanhedrín que podía extenderse tan fácilmente de Jerusalén a Bethania. Así sólo al fin del último siglo apostólico, cuando ya estaba fundada la Iglesia, y cuando ya habían desaparecido casi todos los interesados, creyó Juan poder volver a abrir las puertas de este santuario, que habían estado cerradas hasta su tiempo.

En todo caso, la mención o la omisión de un milagro particular de Jesús, cualquiera que sea, es un hecho sobrado secundario, bajo el punto de vista de la predicación apostólica en general, y al mismo tiempo demasiado accidental e incalculable, bajo el punto de vista de las circunstancias que nosotros desconocemos que pudieron ocasionarlo, para que se deje jamás arrastrar una crítica juiciosa y realmente dueña de sí misma, a hacer que prevalezca el silencio de uno, dos o aun tres de nuestros documentos, sobre el testimonio claro, circunstanciado y positivo del cuarto. Lea y medite el lector sin preocupación alguna extraña al asunto, y se formará espontánea e irresistiblemente en él una convicción indestructible, y aceptara sencillamente el hecho por el testimonio de este relato, cada una de cuyas palabras lleva el sello interno de la autenticidad. -(N. del T.)

905 Instat Woolston, ac quaestionem movet cur Matthaeus, Marcus et Lucas de miraculo resuscitati a morte Lazari altum sileant. Numquid hic fraus latet, dum tacentibus prioribus Evangelistis de resurrectione Lazari, solus Joannes, et in extremâ senectute suâ et post mortem eorum qui hujus resurrectionis testes esse potuerunt, eamdem publicavit? (Veith. Ibid núm. 86.) La sabia obra de Weith que contiene la respuesta de todas las objeciones presentadas como nuevas por nuestros sofistas, se hallará en el Curso completo de la Sagrada Escritura, tom. IV.

906 Vida de Jesús, pág. 360.

907 Vida de Jesús, pág. 359.

908 Ibid pág. 190.

909 Erat autem Bethania (Jn 11,18.) «El Evangelista usa el verbo en el tiempo pasado. Y es que en efecto la aldea de Bethania fue destruida por una conmoción, casi veinte años antes de la época en que escribía San Juan su Evangelio, y antes de la ruina total de la Judea». (Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 212).

910 Jn 11,17-37

911 Véase, tom. I de esta Historia, pág. 451.

912 Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 214.

913 Llámasela Piedra del Coloquio o de Santa Marta. Muy cerca de allí, hay una cisterna llamada también cisterna de Santa Marta. Créese que estaba vecina a ella la casa de las dos hermanas. (M. Mislin. Los Santos Lugares, tom.II, pág. 485-486.)

914 Jn 11,38-45.

915 Vida de Jesús, pág. 361-362.

916 Esta observación se ha escapado sin duda al moderno racionalismo, puesto que nos dice: La Vida da Jesús era una fiesta perpetua». (Vida de Jesús, pág. 189.)

917 M. Mislin. Los Santos Lugares, tom. 2, pág. 483,484.

918 Sin saberlo.

919 Jn 11,45

920 Lc 9,51-56

921 [«La muchedumbre» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

922 Mt 20,17-19 Mc 10,32-37 Lc 18,31-34

923 Lc 19,1-10

924 I Esdr 2,9. II Esdr 7,14.

925 Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 228.

926 [«Zacarías» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

927 La mina hebraica, según Josefo, valía sesenta siclos, unos 7,20 reales de nuestra moneda.

928 Lc 19,11-27

929 Vida de Jesús, pág. 38.

930 Véase el tomo I de esta Historia,274-279.

931 Joseph. Antiq. jud lib. 17, capítulo XI.

932 Joseph. Antiq. jud lib. 17, cap. 12, Cf tom. I de esta Historia, pág. 275 Sepp, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 231.

933 Mt 20,29-34. Mc 10,46-52. Lc 18,35-43.

934 Vida de Jesús, pág. 358.

935 Es decir, el viernes,7.º día del mes de nisan, u 8 de abril.

936 El Evangelio de San Gerónimo, llama este perfume: Unguentum nardi pistici, na/rdou pistikh=j «aceite de nardo verdadero o puro» y San Marcos le llama: Unguentum nardi spicati «aceite de nardo de espiga». El primer nombre se refiere a la esencia y a la base del perfume, y el otro concierne a su cualidad.

La planta de que se componía era el nardus indica, el nardo de las Indias. Esta planta, además de sus hojas, tenía espigas, que se llaman nardi spicae, espigas de nardo, y de las que se sacaba el aceite más exquisito. Cuando era puro y verdadero el nardo de espiga, se le llamaba Nardum pisticum, es decir, sincerum, puro y verdadero, como le llama Plinio, para distinguirlo del nardo simulado, y se mezclaba con nardo céltico, o con alguna otra especie menos estimada. (Pezron. Histor. Evangel tom. 2, pág. 174.) [na/rdou tistikh=j en el original (N. del E.)]

937 Mt 26,6-13 Mc 14,3-9 Jn 12,1-8

938 Novecientos sesenta reales de nuestra moneda actual.

939 Lapidem alabastriten vocant, quem cavant ad vasa unguentaria, quoniam optime servare incorrupta dicitur. (Plin. Histor. Natur lib. XXXVI, cap. VIII.)

940 Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 1, pág. 459.

941 Jn 12,9-11

942 Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 237.

943 Es decir, al día siguiente al sábado, que correspondía exactamente a nuestro Domingo de Ramos.

944 Is 72,11 Za 9,9

945 Ésta es la única vez que el Hijo del Hombre «que no tenía donde recostar la cabeza», quiso servirse de una cabalgadura. Esto no impide a nuestros racionalistas decir: «Jesús recorría la Galilea en medio de una fiesta perpetua. Servíase de una mula, cabalgadura tan buena y tan segura en Oriente, y cuyos grandes ojos negros, sombreados por largas cejas, tienen suma dulzura». (Vida de Jesús, pág. 189,190.)

946 La palabra Hosanna se compone de Hosia (Salud) y de Na, abreviación de Anna, (Yo os ruego.) Los Judíos hicieron de ella, con sus aclamaciones ordinarias, una especie de interjección nacional, que significa: ¡Salve, paz y gloria! El sétimo día de la fiesta de los Tabernáculos, se llama en su calendario Hosanna rabba, es decir, el gran Hosanna. (Pezron. Historia Evangélica, tom. 2, pág. 191.) Los ramos de follaje o Lulabim, que llevaban en las manos los Judíos en esta triunfal ovación, eran palmas: Ramos palmarum. En cuanto a las ramas que cortaron de los árboles y tendieron por el camino, debieron ser de diversas especies. El monte, llamado de los olivos, debió ofrecer naturalmente ramos de olivos al entusiasmo de la multitud. El torrente Cedron, que fue preciso atravesar, se halla cercado de sauces; finalmente, hallábanse escalonados mirtos y limoneros en la montaña de Sión. Es, pues, probable que cada uno de estos arbustos suministrase su contingente al triunfo del hijo de David. La costumbre de tender vestidos por el camino por donde debía pasar mi personaje notable, se ha conservado hasta nuestros días en Oriente. «En 1834, pasando por Belén el cónsul inglés de Damasco, M. Farran, vio venir a su encuentro centenares de hombres y de mujeres, que, de repente, y como por una súbita inspiración, tendieron sus vestidos por tierra, delante de su caballo, suplicándole que intercediese por ellos con el virrey de Egipto, en cuya cólera habían incurrido, revelándose contra él». (Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pag. 240 y 241.)

947 Mt 23,37

948 Mt 21,1-9 Mc 11,1-9 Lc 19,29-44 Jn 12,12-19

949 Ps 8,3

950 Mt 21,10-15 Mc 11,11 Lc 19,45-47

951 Jn 12,17-19

952 Véase el capítulo V de esta Historia, § 7, núms. 48,49.

953 Cap. 6, § 5, núms. 25-27.

954 Erat autem diebus docens in templo, noctibus vero exiens morabatur in monte qui vocatur Oliveti (Lc 21,37.)

955 La expresión griega: h( yuxh/ mou teta/raktai, es la misma que la de la frase precedente: o( filw½n th/n yuxh/n au)tou= a)pollu/ei au)th/n. «Quien ama su alma (su vida) la perderá». Creemos, pues, que el sentido es éste: «En este momento, está amenazada mi vida». Sin embargo, conservamos la traducción admitida. [ h fuxh/mou tetaraktai y o filw½u thn yuxh/n su/tou= apollesei au/mnn en el original (N. del E.)]

956 Is 40,8

957 Is 53,1

958 Is 6,10

959 Jn 12,20

960 Mt 21,17 Mc 11,19

961 Mt 4,24

962 Mc 3,8. Et ab Idumaea et traus Jordanem, et qui circa Tyrum et Sydonem, multitudo, magna audientes quae faciebat venerunt ad eum.

963 Cf. Histor. gener. de la Iglesia; tom. 2, pág. 466, y tom. 4, pág. 149.

964 Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 250.

965 Is 6,9-10

966 Eusebio Caesariens. Histor. Eccl libro 1, capítulo XII. Patrol. Graec tom.XX, col. 120-123.

967 Moses Chorenensis. Historiae Armeniacae libri III. Armeniace ediderunt, Latine verterunt, notis illustrarunt Guillelmus et Gorgius Gul. Whistoni Filii. Londini. Whistoni,1736, en 4.º Tal es el título exacto de la edición princeps, que ha llegado a ser muy rara en el día. Hacemos votos para que esta importante obra pueda hallar lugar en la Patrología publicada por el ilustre editor católico, el abate Migne.

968 Puede agregarse este testimonio del historiador de Armenia a los que hemos citado anteriormente, para consignar la realidad del Empadronamiento del Imperio, en la época del nacimiento de Jesucristo (Cap. 2.º de esta Historia).

He aquí la traducción latina literal del texto siriaco: Imperaverat enim Caesar Augustus, ut in Lucae Evangelio narratur, per universum orben censum institui; eaque de re romani procuratores in Armeniam missi sunt qui Caesaris Augusti effigiem attulerunt et in omnibus sanis collocarum. (Moses Chorenens. -Hist. Arm lib. 2, cap. XXV.)

969 Tácito (Hist lib,6, cap. X) nos dice, en efecto, que en esta época, habiendo sido nombrado procónsul de Siria Elío Lamia, no pudo ir a esta provincia, enviándose en su lugar a Julio Marino.

970 Provincia de Armenia.

971 It.

972 Jn 12,20-22

973 Moses Chorenenis. Historia Armeniae, lib. 2, cap. XXIX, pág. 132.

974 Id Ibid pág. 139-140.

975 Además del pasaje de San Jn citado por Moisés de Corene, como al hecho del mensaje de Agbar, nos dicen San Mateo y San Marcos que se había divulgado la fama de Jesús por toda la Siria. Et abiit opinio ejus in totam Syriam, et obtulerunt in omnes male habentes. (Mt 4,24). Et ab eo Idumaea et trans Jordanem, et qui circa Tyrum et Sidonem multitudo magna, audientes quae faciebat, venerunt ad um. (Mc 3,8).

976 Mt 21,18-19 Mc 11,12-14

977 Vida de Jesús, pág. 318-319. El autor justifica su aserción con la nota siguiente: «Mar 11,12-14». La cita indicada nos lleva precisamente al episodio de la higuera maldita.

978 Ac 2,15

979 Mt 21,23-32 Mc 11,27-33 Lc 20,1-8

980 Ps 117,22-23

981 Mt 21,33-46 Mc 12,1-12 Lc 20,9-19

982 A. Gartry. Los sofistas in 8, pág. 342. Jn,12,31.

983 Mt 22,1-14

984 Allioli. Nuevo comentario sobre las Divinas Escrituras. Edit. Vives, tomo 8, pág. 150.

985 Cap. 4, de esta Historia, § V. Allioli. Loc. cit.

986 «¿Quién no se sorprenderá, dice M. Dupin, de encontrar aquí el odioso empleo de los espías o agentes provocadores? Reprobados en los tiempos modernos, es mancillarlos más referir su origen al proceso de Cristo. Se puede juzgar por el mismo texto del Evangelio, si he empleado la palabra propia, calificando de agentes provocadores a los emisarios que despacharon los Príncipes de los Sacerdotes alrededor de Jesús». (Dupin. Jesús ante Caifás y Pilatos, § I.

987 Mt 22,15-22. Mc 11,12-17. Lc 20,20-26.

988 Vida de Jesús, pág. 122.

989 Dt 25,5

990 Ex 3,6

991 Mt 22,23-33 Mc 12,18-27 Lc 20,27-39

992 Cf. Historia general de la Iglesia, tom. 3, pág. 604-605.

993 Resurrectio mortuorum praecipua fides Christianorum. San Agust. Serm. 150, número 2.

994 Ps 109,1

995 Mt 22,34

996 Moisés (Exod 13,9; Dt 12,8,11,18) había dicho: «Fijarás estas palabras (el resumen de la ley) como un memorial en tu mano, y las llevarás entre tus dos ojos». Para ejecutar este precepto, en todo el rigor de las palabras, llevaban los Judíos en sus sinagogas, en la mano izquierda y en la frente, tiras de pergamino, sobre las cuales se hallaban reproducidos íntegramente los tres pasajes de la ley, tan formalmente recomendados a su atención por el mismo legislador. El primero, relativo a la solemnidad nacional de la Pascua y a la consagración de todos los primogénitos al Señor, contenía diez y siete versículos del capítulo XIII del Éxodo, desde el 3 hasta el 19. El segando contenía los seis versículos del cap. VI del Deuteronomio, desde el 4 hasta el 16.

Éste era precisamente el texto tan querido a los Judíos; «Escucha, Israel, Jehovah, tu Dios, es uno. Amarás al Señor, tu Dios, etc.» Finalmente, el tercero comprendía todas las bendiciones consignadas para la fiel observancia de la Ley y contenía los diez versículos del capítulo XI del Deuteronomio, desde el 13 hasta el 22. Las tiras de pergamino escritas de esta suerte, estaban pegadas a una correa de cuero negro, en cuyas puntas había dos cordones de seda, con los que se ataba el filacterio. (, Conservatorium legis) a la frente y a la mano izquierda. Aun en el día, llevan los Judíos estos filacterios o Tephillin, mirándolos como preservativos contra la acción de los espíritus impuros. Y ¡no obstante ha pretendido, negar el racionalismo la autenticidad de los libros de Moisés ante un pueblo tan tradicional que lleva, durante cuatro mil años, las palabras de Moisés escritas al rededor de su muñeca!

997 Los Fariseos y los Escribas no se contentaban con las tres citas oficiales de que hemos hablado en la nota precedente, sino que alargaban los filacterios y escribían en ellos otros textos de la Ley para hacer ostentación de una fidelidad exagerada.

998 He aquí el texto de la ley Mosaica, relativo a las franjas que debían llevar los Israelitas en su manto: «Habla con los hijos de Israel, y les dirás que se hagan unas franjas en los remates de sus mantos, poniendo en ellos cintas o listones de color de jacinto». (Núm. 15,38). El manto de Nuestro Señor tenía un bordado de este género. Con sólo que toque la orla de su manto, decía la hemorroisa de la Escritura, seré curada». Los Fariseos habían introducido la costumbre de fijar en esta orla los Zizith o Cedilim, pequeñas tiras de pergamino en las que había trazados algunos versículos de la Ley. De esta suerte creían conformarse al sentido del Legislador, que había explicado en estos términos el simbolismo de las orlas y de las cintas de color de jacinto. «Este adorno recordará a los hijos de Israel que están sujetos a la ley de Jehovah, y que no deben dej

999 Los cepillos puestos en los atrios del Templo para recibir las ofrendas, eran en número de trece, teniendo cada uno su destino particular. El Gazophylacium, de que aquí se trata, estaba destinado verosímilmente a recibir las ofrendas voluntarias para los sacrificios públicos de la Pascua.

1000 Mt 23,1-2 Mc 12,38-44 Lc 20,45

1001 Vida de Jesús, pág. 214.

1002 Ibid pág. 224.

1003 Da 11,27

1004 Mt 24,1-22

1005 Vida de Jesús. Introduct pág. XVI y XXXIX.

1006 Euseb. Hist. Eccles lib. 3, cap. 5, Patrol Graec tom. 20, col. 222.

1007 [«describir» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

1008 Tal es la traducción literal del calcabitur de la Vulgata.

1009 Es decir, «hasta el fin del mando». Así, según la divina profecía de Jesucristo, no entrarán nunca los Judíos en posesión de su ciudad y de su Templo». Afirmamos con toda seguridad, dice Orígenes, que jamás serán restablecidos. Confidenter dicimus eos nunquam esse restituendos. (Orig. contra Celsum).

1010 La raza judía que no debe convertirse, y por consiguiente dejar de ser una raza aparte, sino hasta el fin de los tiempos y en vísperas del juicio final, según la palabra de San Pablo en la epístola a los Romanos. «No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, y es, que una parte de Israel ha caído en la obcecación hasta tanto que la plenitud de las naciones (Gentiles) haya entrado en la Iglesia, y que se salve así todo Israel» (.)

1011 Mt 24,23-35. Mc 13,21-31. Lc 21,25-33.

1012 El Hijo del Hombre, en cuanto hombre, no sabe, para revelarla a los mortales, esta hora terrible. Como Hijo de Dios, la conoce, en el secreto inviolable en que quiere conservarla la Divinidad. Éste es el pensamiento de San Gregorio el Grande: In natura quidem humanitatis novit diem et horam; non ex natura humanitatis novit; ideo scientiam, quam ex natura humana non habuit in qua cum angelis creatura fuit, hanc se cum angelis habere denegavit. (Gregor lib. 8, Epist. col. 42). Esto no desanima los espíritus inquietos y temerarios que de siglo en siglo se atribuían la misión de predicar la época del fin del mundo y del juicio final.

1013 Véase para la inteligencia de esta parábola, los pormenores relativos a las ceremonias del matrimonio entre los Judíos. Cap. 4, §. V. de esta Historia.

1014 Mt 24,36-38,25

1015 Mt 25,31-46

1016 Mt 21,20-23 Mc 11,19-26

1017 Judas era natural de Cariot o de Kerioth, pequeña villa no lejos de la antigua Gomorra, en la ribera oriental del Mar Muerto, en la tribu de Judá, de la cual habla el libro de Josué (XV,25), y Josefo en sus Antigüedades Judaicas.

Por esto se llamó Iscariote, es decir, el hombre de Kerioth. Pero este nombre encerraba en este tiempo un presagio funesto para el que lo llevaba; porque puede significar a un tiempo mismo el hombre de usura, de mentira, el traidor, el hombre del cinto de cuero, es decir, el que lleva el bolsillo. Según San Gerónimo significa: Aquí está su recompensa. Puede significar también el ahorcado.

Todas estas significaciones, contenidas en una sola palabra, son ciertamente características. Hay en este nombre algo místico y profético, que por lo demás, se reproduce en todas las circunstancias de la vida de Jesucristo. La versión siriaca de Filoxenes, codex 69 y 124, en el capítulo VI de San Jn versículo 72, indica al margen el significado principal y propio de esta palabra, a saber: El hombre de Carioth. Tal vez tenía algo ultrajante esta clase de calificaciones, puesto que el nombre de Magdalena se formó también del lugar de su nacimiento (Sepp Vida de Nuestro Señor Jesucristo, parte 2.ª, secc. 3, cap. III). -(N. del T.)

1018 Mt 26,1-5,14

1019 [«en relación proporcionada» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

1020 Mc 14,11

1021 Mt 26,11

1022 Mt 26,17-19 Mc 14,12-16 Lc 22,7-13

El padre Scio traduce este versículo 2 de San Juan: «Acabada la cena»; exponiendo en nota: «Antes de la institución de la Eucaristía». Por lo que aquí se refiere y se lee también en los otros Evangelistas, se ve, que el Señor, acabada la cena legal, lavó los pies a sus discípulos, como una señal de la pureza y preparación con que habían de recibir la Eucaristía, que instituyó después y les dio». Igual traducción hacen de este versículo los padres Petite y Amat. Otros expositores entienden las palabras griegas de este versículo dei¿pnou ginome/nou, como diciendo: «Habiéndose verificado una cena, y refiriéndose en su consecuencia esta expresión a la cena legal, que celebraron antes de la institución del Sacramento del cuerpo y sangre de Jesucristo, o de la cena Eucarística que se celebró después; y critican la interpretación arriba expuesta: «acabada la cena» entendiendo que para tal interpretación sería necesario, o que precediese el artículo a la palabra dei¿pnou, o que indicase claramente el contexto que se trata aquí de la cena por excelencia, la cena Pascual, siendo así que las primeras palabras del v. 1: «Antes de la fiesta de Pascua», son a propósito para hacer concebir la idea primeramente enunciada. Según la lección alejandrina (ginome/nou), el sentido verdadero sería éste. «En el momento en que comenzaba una cena o la cena». Aunque aprobada por Tischendorf y Meyer esta lección podría considerarse como una corrección que tuviera por objeto colocar, como parece natural, el lavatorio de los pies al principio de la cena. Muchos comentadores modernos, entre ellos Lange y Hengstemberg, admiten que la ablución de los pies no se verificó según debiera, al principio de la cena, porque no había allí esclavo alguno para hacer este oficio, y ninguno de los discípulos se había ofrecido voluntariamente a ello.

Hengstemberg supone que Pedro o algún otro había lavado los pies a Jesús, y que después se colocó entre sus demás colegas, esperando que le prestara a él igual servicio uno de los discípulos de rango inferior. Esto es lo que habría provocado la contienda de que habla San Lucas (XXII,24), y que coloca al fin de la cena, sobre cuál de ellos parecía ser el mayor; a la que puso fin Jesús, levantándose él mismo y desempeñando el oficio del esclavo de que se desdeñaban los discípulos. Todo esto habría acontecido naturalmente antes de principiar la cena. Las expresiones dei¿pnou ginome/nou «habiéndose verificado una cena» (v. 2) y «se levantó de la mesa» (propiamente, «de la cena»), sin contradecir positivamente esta explicación, no son, sin embargo, favorables a ella, pues inducen más bien a pensar que había principiado ya la cena, y aun que estaba próxima a su fin. Por otra parte, si tal hubiera sido la ocasión o motivo de la contienda citada por San Lc el objeto de la discusión hubiera sido, no: ¿quién era el mayor? sino: ¿quién era el más pequeño? ¿Quién era el que debía encargarse de ejercer con los demás aquel humilde oficio? No parece, pues, dudoso que la contienda de que habla San Lucas fue la que dio ocasión al lavatorio de los pies; así aparece casi necesariamente de las palabras de Jesús en San Lucas: «Los reyes de las naciones dominan sobre ellas; no sea así entre vosotros... porque ¿quién es el mayor, el que está a la mesa o el que sirve?... Yo estoy en medio de vosotros como un sirviente». Pero en este caso, este acto debe colocarse, así como la misma contienda, según San Lc al fin de la cena; y éste es también el sentido natural del texto de San Juan. Por otra parte, observa Schweizer con razón, que si se hubiera lavado ya una vez los pies a los convidados al principio de la cena, el acto de Jesús, no respondiendo a ninguna necesidad, tendría un carácter artificial, y como dice Weisse, teatral. Así, pues, nos inclinamos a creer, que se omitió enteramente el lavatorio de los pies al principio de la cena, porque no era una astricción u obligación legal (Lc 7,44), y porque no se había ofrecido voluntariamente ningún discípulo a ejecutar este oficio para con su Maestro y sus hermanos.

Jesús dejó pasar en un principio, sin decir una palabra, esta falta de consideración (como en el caso que refiere San Lc VII); pero cuando en el curso de la cena, revela a las claras una contienda sensible para su corazón los pensamientos mundanos de que se hallan aun dominados sus discípulos, se aprovecha entonces de la circunstancia de haberse omitido la ablución, para darles la lección que necesitan, supliendo este vacío. De todos modos, cualquiera que sea la interpretación que se adopte, de las que llevamos expuestas, deberá entenderse, que el lavatorio de los pies se verificó antes de la cena Eucarística o de la institución del Sacramento de la Eucaristía, ya precediera solamente a la cena Eucarística, como se ve en la mayor parte de los historiadores de la vida de Nuestro Señor Jesucristo (V. la Historia escrita por el señor Roca y Cornet, cap. LXXX), ya precediese a ésta y a la cena legal o de Pascua, según el rito judaico, como se nota en la presente obra de M. Darras; pues así se cumple el objeto que indica en su nota citada el padre Scio, de que sirviera este laboratorio de señal de la pureza y preparación con que debe recibirse la Eucaristía. (N. del T.) [ deipnou giuomenou en el original (N. del E.)]

1023 Jn 13,1-17

1024 Lc 22,14-18

1025 Pedro y Juan estaban, pues, igualmente cerca del Salvador. El primero, no obstante, ocupaba el sitio de honor, como siempre. Porque en este caso, el primer lugar, entre los He eos, estaba a la izquierda, es decir, a la cabeza del huésped que ocupaba el centro de la mesa. No obstante, Juan estaba mejor situado para hablar a divino Maestro. Los pintores han abusado de la expresión del apóstol San Jn cuando dice: «Que reposaba sobre el pecho de Jesús»; locución oriental para designar que estaba recostado cerca del pecho del Salvador. Así, pues y los pintores colocan al discípulo del amor sobre el seno de Nuestro Señor, de suerte que Jesús no hubiera podido ni respirar ni moverse, mientras que es lo cierto que Cristo y los Apóstoles estaban todos recostados del mismo modo, quedándoles libre la mano derecha». (Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 349)

1026 Recordamos aquí para memoria, y a fin de consignar mejor la falta de inteligencia o la mala fe del racionalismo, las odiosas palabras que ya se han leído. «Las comidas habían llegado a ser para la comunidad naciente, para la festiva y vagabunda compañía, uno de los monumentos más dulces. Cuando murió Jesús, la forma bajo la cual se aparecía al piadoso recuerdo de sus discípulos era la de un místico banquete. Es probable que fuese este uno de los hábitos de su vida, y que en este momento estuviese particularmente amable y enternecido. (Vida de Jesús, pág. 167,302,303.)

1027 Este pan, símbolo de la libertad, fue sobre el que pronunció Jesús las palabras Eucarísticas: «Esto es mi cuerpo».

1028 Credidi propter quod locutus sum (Salm CXV). Beati Immaculati in via (salmo CXVIII. Véase respecto de todos los pormenores de la cena Pascual: Pezron. Historia Evangélica, tom. 2, pág. 229-240. Sepp Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, página 448-360).

1029 Mt 26,26-28 Mc 14,22-24 Lc 22,19-20

1030 Ps 40,10

1031 Esta palabra se pronunció en el momento en que llevaba cada convidado la mano al plato para tomar el trozo de pan mojado en el Charoseth.

1032 Todas las manos se habían retirado del plato sacramental cuando anunció Jesús la traición de uno de los doce. He aquí por qué tuvo que hacer la distribución el divino Maestro por sí mismo.

1033 Sabido es quo los Judíos no compraban ni vendían nunca los sábados ni los días de fiesta. Cada cual tenía, pues, cuidado de hacer provisiones anticipadamente de todas las cosas necesarias para la vida. «La víspera de Pascua, dice el Doctor Sepp, permanecían abiertas toda la noche las tiendas de los mercaderes. En cuanto a los pobres, pedían a los peregrinos y a los extranjeros compasivos alguna limosna, para subvenir a sus necesidades y a los gastos del sacrificio pascual.

1034 Mt 26,21-25 Mc 14,18-21 Lc 22,21-23 Jn 13,21-30 Jn 13,31-32

1035 Jn 13,31-32

1036 Lc 22,24-32 Jn 13,13-35

1037 San Pedro debía morir, como su divino Maestro, en suplicio de cruz.

1038 Za 13,7

1039 Is 53,12

1040 Mt 26,31-35 Mc 14,27-31 Lc 22,38

1041 Alium Paraclitum. He aquí la tercera persona de la Santísima Trinidad, que debe, con el Padre y el Hijo, acabar la obra de la Redención del mundo.

1042 Como Dios, Jesús es igual al Padre; así lo indica claramente y en repetidas ocasiones: «El Padre y yo somos uno». -«Todo lo que es del Padre, es mío; todo cuanto yo tengo es del Padre, etc.» Pero como Hijo del hombre, bajo este título especial, Jesús es menor que el Padre. Tal es el sentido de la palabra Evangélica.

1043 Jn 14,1

1044 El himno de acción de gracias después de la Pascua, se componía, como hemos visto más arriba, de los salmos CXV y CXVIII.

1045 Mt 26,26 Mc 14,30

1046 ¡Qué majestad en esta historia profética de la iglesia! El racionalismo moderno escribe, a propósito de estos pasajes, frases tales como éstas: «Arrastrado por el espantoso progreso de su entusiasmo, impulsado por las exigencias de una pretensión más y más exaltada, no era Jesús libre, sino esclavo de su papel. (Vida de Jesús, pág. 318.) «Juan pone en boca de Jesús discursos llenos de sequedad y desaliño, cuyo tono, con frecuencia afectado y desigual, no podría soportar un hombre de gusto». (Ibid. Introd página XXIII y XXIV.)

1047 ¿Qué ha llegado a ser, en el protestantismo la incesante acción del Espíritu Santo, que debe completar la enseñanza de Jesús?

1048 Jn XV y 16, integr.

1049 Jn 17, integr.

1050 Jn 18,1

1051 Getsemaní. «Lagar de olivas». Era muy natural que hubiese al pie del monte llamado de los Olivos, un sitio destinado a este objeto y con este nombre.

Sabido es que los lagares de los antiguos, abiertos en tierra y barnizados con una capa de cimento, se hallaban situados ya en la viña, ya en el campo de los olivos, cuyos racimos y frutos, estrujados con el pie, o chafados con un lienzo con la mano, despedían el líquido en el reservatorio dispuesto artificialmente.

Estos hábitos locales nos hacen comprender las expresiones bíblicas. ¿Quis est iste qui venit de Edom, tinctis vestibus de Bosra? Torcular calcavi solus. (Is . LXIII,1-3). Fodit in ea torcular (Mt 21,33). Pero ¿por qué divino símbolo Jesucristo, fruto del Antiguo Testamento, eligió para su agonía y su sudor de sangre el Getsemaní del monte de los Olivos? ¡El mismo se puso en el lagar, y cada gota de sangre representa la Redención del mundo!

1052 Mt 26,36-46 Mc 14,32-42 Lc 22,39-46 Jn 18,1

1053 Bossuet, III sermón para el Viernes Santo. Sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

1054 Jn 17,12

1055 Mt 26,47-49 Mc 14,43

1056 Vida de Jesús, pág. 381 y 438.

1057 Vida de Jesús, pág. 380.

1058 Ibid pág. 381-382.

1059 Ibid pág. 393.

1060 Vida de Jesús, pág. 310-312.

1061 Ibid pág. 422.

1062 Ut Jesum dolo tenerent et occiderent (Mt 26,5). «En la lengua latina, dice M. Dupin, lengua perfectamente formada en todo lo relativo a los, términos de derecho, jamás se han usado la palabra occidere ni inteficere para expresar la acción de condenar a muerte, sino sólo para denotar la muerte o el asesinato. Este dolo, con el auxilio del cual, debían apoderarse de Jesús, no fue otra cosa que el pacto de los sacerdotes judíos con Judas». (Dupin. Jesús ante Caifás y Pilatos o Proceso de Jesucristo, cap. 3, § 11. Corrupción y traición de Judas.)

1063 Mh/ e)n tv= e(ortv=. La fiesta pascual duraba ocho días. Por esto los sacerdotes judíos se sirven de la expresión general de «solemnidad». Nuestros literatos deberían saber bastante griego para no confundir toda una semana con un día en particular. [ Mh(/ en th(/ eorth(/ en el original (N. del E.)]

1064 Cornel. a Lapide. Comment. in Scrip. Sacr. Edit. Vives tom. 15, pág. 544.

1065 Mt 26,56 Mc 14,50-52 Jn 18,12

1066 Sepp. La Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 388.

1067 Jn 18,13

1068 Mt 26,59-68 Mc 14,53-65

1069 «Una tradición local refiere, que atravesando Nuestro Salvador el Cedron, cayó sobre una piedra que conservó la señal de sus rodillas». (M. Mislin, Los Santos Lugares, tom. 2, pág. 199.) La impresión de estos vestigios se distingue poco en el día; pero se ha conservado el lugar mismo de la caída en la memoria de los habitantes, los cuales lo enseñan aún a los peregrinos. Esta circunstancia tradicional recuerda a la memoria la profecía de David: De torrente in via bibet, propterea exaltabit caput. -Una Iglesia perteneciente a los Armenios ocupa hoy el solar de la casa de Anás.

1070 Jn 2,21

1071 Esta observación juiciosísima, es de M. Dupin: Proceso de Jesucristo, edit. en 32, pág. 54-55.

1072 Mt 26,69 ad ultim. Mc 14,66 ad ultim. Lc 22,54-62. Jn 18,25-27.

1073 La asamblea precedente, que se había celebrado a media noche en casa de Caifás, no se componía más que del colegio de los Sacerdotes, es decir, del Consejo de los veinte y tres. Ahora, el Sanhedrín o Gran Consejo de los setenta y dos, compuesto de los tres Estados en Israel, va a confirmar la primer sentencia, para dar más peso al tribunal de Pilatos. (Sepp, La Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tomo 2, pág. 40.)

1074 Lc 23,50-51

1075 Mc 15,42 Lc 23,51

1076 M. Dupin ha resumido perfectamente las reglas fundamentales y la práctica de la jurisprudencia criminal entre los Judíos: «En el día del juicio, hacían comparecer los alguaciles al acusado. A los pies de los ancianos estaban sentados ciertos hombres, que con el nombre de auditores o de candidatos, seguían bajo ciertas reglas las sesiones del Consejo. Después de verificada la lectura del proceso, se hacía entrar uno después de otro, a los testigos. El presidente dirigía a cada uno esta exhortación: «No te exigimos que nos digas lo que sepas por conjeturas, ni por rumor público; piensa que va a pesar sobre ti una responsabilidad muy grave; que el negocio de que se trata no versa sobre intereses en que es posible reparar el daño; que si por tu testimonio llegara a condenarse injustamente al acusado, su sangre, y aun la de toda su posteridad, de que privaste al mundo, recaería sobre ti; que Dios te pedirá cuenta, como se la pidió a Caín por la sangre de Abel. ¡Habla!» Y La declaración sola de un individuo contra sí mismo, la de un profeta, por famoso que fuese, jamás determinaban una condenación. «Ninguno debe obrar en perjuicio de sí mismo, decían los doctores. Si alguno se acusa ante la justicia, no debe creársele, a menos que el hecho esté comprobado por otros dos testigos; siendo digno de notar a este propósito, que la muerte inferida a Hacán en tiempo de Josué, fue una excepción ocasionada por la naturaleza de las circunstancias; porque nuestra ley jamás condena por la simple confesión del acusado, ni por el dicho de un solo profeta...» Después del examen de las pruebas, los jueces que estaban por la inocencia del acusado, exponían sus motivos, y los que le creían culpable, hablaban en seguida con la mayor moderación. Uno de los auditores o candidatos, encargado, sea directamente, sea de oficio, de la defensa, tomaba lugar en un estrado y arengaba a los jueces y al pueblo. Cuando quería hablar el mismo acusado, se le prestaba la mayor atención. Acabados los debates, se hacía alejar a los asistentes, y trascribían los votos dos escribas, el uno los favorables, y el otro los condenatorios... Si absolvía la mayoría de los votos, se ponía al punto en libertad al acusado; si era preciso castigarle, diferían los jueces hasta el tercer día siguiente el pronunciamiento de la sentencia. En la mañana del día tercero, volvían los jueces a ocupar las sillas del tribunal, y volvía a votarse. Los que habían absuelto en la primera votación, no podían ya votar condenando; pero al contrario, el que había condenado la primera vez, podía absolver en esta nueva sesión. Si condenaba la mayoría, acompañaban dos magistrados al momento al condenado al suplicio. Los Ancianos no bajaban de sus asientos; colocaban a la entrada del tribunal un preboste, que tenía en su mano una banderola, y otro preboste seguía a caballo al sentenciado, volviendo incesantemente la vista hacia el punto de partida. Si en el entretanto, venía alguno a anunciar a los Ancianos nuevas pruebas favorables, el primer preboste agitaba su banderola, y el otro, no bien lo observaba, conducía al condenado. Durante el tránsito de la comitiva, decía un heraldo en voz alta, el nombre de éste, el de los testigos, y el motivo de la condenación, añadiendo: ¡Si alguno tiene noticias que dar en favor suyo, apresúrese a hacerlo!» Fundado en este principio, fue como el joven Daniel hizo retroceder la comitiva que conducía a Susana al suplicio. Si no ocurría incidente alguno de este género, se apremiaba al condenado por última vez a confesar su crimen, se le hacía beber un narcótico, para que le fuera menos terrible la consideración de la proximidad del suplicio, y se ejecutaba la sentencia.» (Dupin. Proceso de Jesús, pág. 15-22.) Si tenemos el derecho de admirar semejante legislación, no se nos podrá rehusar el de consignar que fue indignamente violada, con respecto al divino condenado, Jesucristo.

1077 Pilatos habitaba el palacio situado en el ángulo Nordeste del gran cercado exterior del Templo, junto a la torre Antonia. El sitio donde administraba justicia, el pretorio, se hallaba hacia la parte oriental del palacio. Ésta es la primera estación del camino de la cruz. El palacio de Pilatos se había convertido en iglesia por la piedad de los fieles; hoy pertenece todo entero a los musulmanes, y en él se encuentra un cuartel, cuadras y ruinas.

1078 Ac 1,18.

1079 Corban, significa en hebreo: don. En otra parte hemos tenido ocasión de notar que esta palabra había llegado a ser sacramental para expresar un don que se hacía al Señor. El escrúpulo de los Príncipes de los Sacerdotes es un nuevo rasgo de hipocresía, digno de su farisaísmo.

Toda esta eminencia se halla cubierta de antiguos sepulcros. (M. Mislin Los Santos Lugares, tom. 3, pág. 206,504.)

1080 Haceldama, «el campo de sangre» se halla situado al Sur de Jerusalén, en la confluencia de los tres valles, en la cima. En él se encuentra una arcilla blanquecina, propia para hacer pucheros, de que se usa aún en el día.

1081 Za 11,12

1082 Vida de Jesús, pág. 438.

1083 Vida de Jesús, pág. 438. Con simio pesar consignamos esta palabra deplorable. El racionalismo futuro podrá mostrarse más instruido, más formal, y sobre todo más lógico; pero le será siempre imposible emplear más mala fe.

1084 [«comprendiste» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

1085 Jn 18,29-32 Lc 23,2

1086 Nunc autem regnum meum non est hinc. Los enemigos del reino de la Iglesia tienen cuidado, al citar este texto, de suprimir el Nunc, «al presente» que sirve de obstáculo a sus teorías. (V. el P. Scio cuya traducción igual a la de Mr. Darras, hemos adoptado aquí). -(N. del T.)

1087 Jn 18,33-38 Mt 15,2

1088 «La primer vez para su interrogatorio; la segunda, al volver ante Herodes, y la tercera después de la flagelación. Esta escalera, regada con la sangre de Jesucristo, se ha conservado en una capilla, cerca de la basílica de San Juan de Letrán. Se halla tan gastada de arrodillarse los fieles, que ha sido preciso revestirla con recias tablas de madera de nogal, que se han renovado varias veces.» (M. Mislin, Los Santos Lugares, tom. 3, pág. 207.)

1089 L. Veuillot. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, pág. 432.

1090 El palacio de Herodes se hallaba solo a una pequeña distancia del pretorio, en la colina de Acra. El sitio donde compareció Nuestro Señor ante el tetrarca, se había convertido en una Iglesia; pero hoy está arruinada, así como el resto del palacio.

1091 Lc 23,8-12

1092 Lc 23,13-17

1093 Mt 27,15-23 Mc 15,6-14 Lc 23,17-23 Jn 18,39-40

1094 El emperador Augusto había confirmado la antigua ley Oppia, que prohibía a los gobernadores llevar consigo a sus mujeres a las provincias, cuyo mando tenían. Esta medida fue derogada en tiempo de Tiberio. Concediose formalmente esta autorización a los gobernadores, pero haciéndoles personalmente responsables de los desórdenes y turbulencias, que pudiera ocasionar la presencia de sus mujeres. (Cf. Sopp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 3, pág. 417-419.)

1095 «Era costumbre azotar a los malhechores fuera del recinto de palacio.

El sitio de la flagelación está al lado opuesto al en que se situaba la multitud delante de la escalera del pretorio, cuyo sitio marca una pequeña iglesia restaurada en 1838 por la munificencia del duque Maximiliano de Baviera.

Todavía subsisten dos columnas llamadas 'de la flagelación'; la una en Jerusalén, en la Iglesia del Santo Sepulcro, y la otra en Roma, en la basílica de Santa Práxedes. Créese comúnmente que la primera es la del pretorio, y la segunda la de la casa de Caifás.» M. Mislin. Los Santos Lugares, tom. 2, pág. 211-214.

1096 Sabido es que la corona de espinas, que llevó la emperatriz Elena a Constantinopla, y que compró en 1239 a Boduin II San Luis, habiendo sido depositada hasta la Revolución francesa en la Santa Capilla, se conserva hoy en Nuestra Señora de París, donde se expone todos los años el Viernes Santo, a la veneración de los fieles.

1097 La caña que se puso en manos del Salvador, no era uno de esos frágiles gramíneos que crecen en nuestros estanques, y desconocidos en Palestina; sino un arundo donax, de la familia de los bambús, cuyo junco, más recio que el dedo pulgar, tiene por lo común de largo cerca de dos metros. (Cf. Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 3, pág. 4.)

1098 Mt 27,26-30. Mc 15,16-19. Jn 19,1-3. En la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, se conserva, en la capilla llamada del Improperio (Improperiorum), un trozo de la columna de mármol jaspeado, que había en el pretorio, y al pie de la cual estaba sentado Nuestro Señor, cuando le llenaron de ultrajes los soldados de Pilatos.

1099 Jn 19,4-6. A unos cien pasos del pretorio, siguiendo la vía dolorosa, dice M. Mislin, se nota una galería cubierta con dos balcones y que pasa por encima de la calle. Desde esta arcada fue desde donde mostró Pilatos Jesús al pueblo, diciendo: «He aquí al hombre.» La galería se halla hoy habitada por no sé qué dervis musulmán. Está prohibido entrar en ella a los cristianos, pero fácil es de comprender la emoción con que se postran debajo de ella, y cuán vivamente se representan esta desgarradora escena de la Pasión.» (Los Santos Lugares, tom. 2, pág. 213.)

1100 Jn 19,7-8

1101 Jn 19,9-12

1102 Los Romanos habían importado en las ciudades sometidas a su cetro, algunas de sus costumbres militares. Sabido es que César, en medio de su campo hacía embaldosar de mosaico el sitio donde colocaba su tribunal. Los gobernadores imitaron este lujo en las ciudades en que gobernaban. Los Lithostrotos (Sitio embaldosado de piedras), en hebreo Gabbatha (Sitio elevado), era el Xystum, desde donde pronunciaba Pilatos, de lo alto de su tribunal, las sentencias de muerte. Este lugar se hallaba situado al Nordeste de la ciudadela del Templo, delante del palacio Antonia, residencia del gobernador.

1103 Cerca del Mediodía.

1104 Jn 19,13-16. Mt 27,24-26. Mc 15,15. Lc 23,24-25.

1105 Dupin. Proceso de Jesucristo, pág. 108. He aquí, según una antigua tradición, cual debió ser la fórmula de la sentencia de muerte pronunciada por Pilatos: Jesum Nazarenum, seductorem gentis, contemptorem Caesaris, et falsum Messiam, ut mayorum suae gentis testimonio probatum est, ducite ad communis suplicii locum, et cum ludibriis regiae majestatis in medio duorum latronum cruci affigite. 1, lictor, expedi cruces. Tácito ha consignado el nombre de Pilatos, casi en los mismos términos con que figura en el Credo. El historiador romano ha escrito: Tiberio imperitante, per procuratorem Poncium Pilatum Christus supplicio affectus erat. (Tácit. Annal lib. 15, cap. XXXXIV.) Sabido es que después de la muerte del Salvador, fue destituido Pilatos por Vitelio, entonces gobernador de Siria, y fue enviado a Roma para justificarse ante el emperador de muchos actos de crueldad que había cometido. Desterrado por Calígula a Viena, en las Galias, se suicidó de desesperación. Según una leyenda helvética, se ahogó cerca del monte Pilatos, en el cantón de Lucerna.

1106 Golgotha, expresión caldaica, formada del hebreo Golgolh, significa Cráneo. La palabra Calvario, es, pues, su traducción exacta.

1107 Alejandro y Rufo se hicieron cristianos. Rufo estaba en Roma, cuando escribió allí Marcos su Evangelio (Rom 16,13.)

1108 Mt 27,31, Mc 15,20-21. Lc 23,26. Según la ley romana, los condenados al suplicio de cruz, debían llevar ésta por sí mismos, cuando no se había establecido este cadalso en un punto fijo, al lugar de la ejecución: por esto se les llamaba cruciferi «porta cruz» o furciferi «porta cadalso».

1109 Ac 13,1

1110 Lc 23,27

1111 La faz de Nuestro Señor, impresa en un lienzo, se conserva en San Pedro de Roma, con el nombre de Volto Santo. De ella existen muchas copias. Véase sobre la verdadera efigie: Acta Sanctorum, Maii tom. 7, pág. 356, y las Notas de Chastelain, sobre el Martirol. Rom pág. 201. (M. Mislin. Los Santos Lugares, tom. 2, pág. 218.

1112 Lc 23,28-31

1113 Actualmente se halla contenido este espacio en la ciudad y cubierto de casas; por esto no pueden seguir los peregrinos el resto de la Vía Dolorosa. La Parte más elevada del Calvario y todos los sitios adyacentes están comprendidos en la Iglesia del Santo Sepulcro.

1114 Consérvase en Roma, en el monasterio de Santa Cruz de Jerusalén, con el leño de la cruz, uno de los clavos que sirvieron para clavar en él al divino Maestro. La raíz del clavo está formada de un trozo de hierro cuadrado con agudas esquinas. Su longitud primitiva debió ser de 15 centímetros, pero la punta, que es de cerca de 3 centímetros, está quebrada, debiendo haberse efectuado la fractura con un violento martillazo, porque está lisa y tersa. Lo recio del clavo en su parte superior, es de 1 centímetro por cada lado. La cabeza es redonda, con un remate plano de 11 centímetros de circunferencia. Consérvanse otros dos clavos en la catedral de Nuestra Señora de París.

1115 Is 53,12

1116 En las ejecuciones capitales, se inscribía siempre en una placa el nombre del criminal, y el crimen por qué era condenado. Este uso del derecho romano se perpetuó entre nosotros en el pilori. La tablilla de la inscripción se llamaba Título, o bien Tabla dealbata, porque se inscribían en una tabla blanca las sentencias condenatorias, así como las leyes. Estaba mandado a los Judíos, sepultar con el ejecutado los instrumentos de su muerte. Lapis quo quis lapidatur, lignum in quo suspenditur, gladius quo desollatur, et sudarium quo strangulatur, simul cum eo vel prope eum sepelitur. (Sanhedr fol. 45-2.) Esta prescripción del Talmud nos da a comprender cómo volvió a encontrar la emperatriz Elena el leño de la verdadera cruz, los clavos y el título o inscripción, sepultados en el Calvario. Los Judíos, que no habían podido enterrar el cuerpo de la augusta víctima, enterraron, según costumbre, los instrumentos del suplicio, La inscripción de la cruz se conserva hoy en Roma en la basílica de Santa Cruz de Jerusalén. Hállase enteramente borrada la inscripción hebraica, si bien el Padre Drach ha podido restablecer del modo siguiente sus caracteres: Ieschuah Nostri Melek Yehudaya. Jesus Nazarenus, Rex Judaerum. La tosca forma de la inscripción en griego y en latín hace sospechar con razón, que se trazaría todo el título en los tres idiomas por la misma mano, probablemente por un Judío, adicto al proconsulado. Considerando el hebreo como el texto principal, y el griego y el latín como traducciones, escribió estos dos últimos idiomas de derecha a izquierda, a fin de que se hallase bajo cada palabra hebrea, sus dos traducciones. Como quiera que sea, el Dios que iba a morir, debía hacer inmortales los tres idiomas que anunciaban su muerte al universo. (Siendo el hebreo la lengua nacional, el griego la lengua más generalmente comprendida, y el latín la del soberano fue proclamado rey Jesús, cuando se hallaba en el grado mayor del abatimiento, en la lengua de los tres pueblos más grandes del mundo.) -(N. del T.)

1117 La ley romana de bonis damnatorum adjudicaba a los ejecutores los vestidos de los condenados a muerte. El destacamento se componía ordinariamente de cuatro hombres (Philon, in Flaccum, pág. 981; Ac . 12,4). Los soldados hicieron dos operaciones. Repartieron entre sí las diversas piezas del vestido o traje, tales como el ceñidor, las prendas exteriores, las sandalias, etc.

Después, como el vestido propiamente dicho, la túnica, era una pieza muy importante para figurar en una de estas cuatro partes, echaron suertes sobre esta prenda. Esta túnica estaba tejida en toda su extensión o a lo largo, como el vestido de los sacerdotes, según Josefo. Por esta razón hubiera sido imposible repartírsela (V. 24), y fue preciso echar suertes sobre ella. Así se realizó, hasta el último punto de la letra, lo que había escrito el salmista al trazar el cuadro del rey de Israel en el colmo de su padecimiento. Es cierto que la crítica pretende que los dos miembros del versículo citado (Salm. 22,19), son completamente sinónimos, y que Juan ha sido juguete de su imaginación al querer hacer distinción, ya entre los verbos repartir y echar suerte, ya entre los sustantivos i(ma/tia y i(matismo/j. Pero un estudio más profundo del paralelismo, en la poesía hebraica, hace ver que el segundo miembro completa siempre, con una diferencia o una idea nueva, el sentido de la primera proposición. ¿No sería una tautología intolerable la repetición pura y simple de la misma idea? Así, en este versículo, la oposición entre el plural y el singular es manifiesta. El primer término designa las diversas piezas que componen el vestido exterior, y el segundo, el vestido propiamente dicho, quitado el cual, se está enteramente desnudo, la túnica. El pasaje de Job,24,7,10, confirma plenamente esta distinción. La gradación de los dos verbos no es menos real. David había contemplado en espíritu estas dos gradaciones, y Juan hace observar, que en el suplicio de Jesús se han reproducido literalmente una y otra, y esto por el ministerio de los agentes más toscos y más ciegos. Ciertamente que no hicieron esto los soldados romanos, sino que aquí se ve la mano de Dios. San Juan al concluir el relato de esta escena, hace resaltar la idea de haberse echado suertes sobre la túnica, con estas palabras: He aquí, pues, lo que hicieron los soldados. El gobernador romano había proclamado a Jesús, rey de los Judíos; los soldados romanos, le designaron, sin quererlo, como el segundo David. (N. del T.)

1118 Salmo 21,19. Tunica de N. S. J quae eidem in Passione sublata est, et a militibus qui eum custodiebant est sortita, inventa est, prodente Simone, filio Jacobi, qui per duas hebdomadas multis cruciatibus offectus, tandem profitetur ipsam tunicam in civitate Zafad (Joppe), procul a Hierosolyma, in arca marmorea positam esse. (Le Quien. Oriens Christianus, tom. 3, pág. 243.) El traje de los He eos se componía de muchas prendas. Llevaban una capa, simla: una túnica exterior, chetoneth, y una túnica interior, sadin. Todavía se venera en el día, en Tréveris y en Argenteuil, una túnica y un vestido que probablemente son el sadin y la chetoneth. (M. Mislin. Los Santos Lugares, tom. 2, página 257. -Cf. Marx. Historia del traje de Jesucristo, conservado en la catedral de Tréveris; y Guerin: La Santa Túnica, Investigaciones sobre esta reliquia y sobre el peregrinaje de Argenteuil.

1119 Mt 27,33-43. Mc 15,22-32. Lc 23,32-38. Jn 19,17-25.

1120 Semana Santa. Oficio del Viernes Santo.

1121 Lc 23,39-43

1122 Jn 19,25-27

1123 «La palabra Eli no pertenece propiamente a la lengua siriaca, aunque la expresión siguiente sabacthani pertenezca al dialecto que se hablaba entonces en Palestina. En lugar de estas palabras: Eli, Eli, decían los siriacos: Mari, Mari.

Por esto se comprendió mal la exclamación del Salvador, y creyeron los asistentes que, llamaba al profeta Elías.» (Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 3, pág. 38.)

1124 Mt 27,41-47

1125 Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 39.

1126 Deus, Deus meus, quare me dereliquisti? Ego autem sum vermis et non homo, opprobrium hominum et abjectio plebis. Omnes videntes me deriserunt me; loculi sunt labiis et moverunt caput. Speravit in Domino, eripiat eum, salvum faciat cum quoniam vult eum. Sicut aqua effusus sum. Aruit lamquam testa virtus mea, et lingua adhaesit faucibus meis. Foderunt manus meas et pedes meos; Dinumeraverunt omnia ossa mea. Diviserunt sibi vestimenta mea; et super vestem meam miserunt sortem. (Ps21, passim.)

1127 Vida de Jesús, pág. 424.

1128 Ps 68,22

1129 Mt 27,48-50 Mc 15,35-37 Lc 23,46

1130 Mt 27,51-57 Mc 15,38-41 Lc 23,47-49

1131 P. Epist. 1, cap. 3,18-19.

1132 Vida de Jesús, pág. 425. No dice el autor una palabra de los fenómenos que siguieron a la muerte del Salvador, y que se hallan atestiguados por los cuatro Evangelistas. El silencio podrá ser aquí una prueba de habilidad, pero no de buena fe.

1133 Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Capítulo titulado: Del número de testigos de la muerte del Salvador, tom. 2, pág. 39.

1134 Hieron. In chronicon Eusebii. Patrol. Latin tom. 27, col. 572.

1135 Plin. Histor. Natur lib. 2, cap. LXXXIV. Puede agregarse al testimonio de Plinio, el de Tácito: Sedisse immensos montes, visa in arduo quae plana fuerint, effulsisse inter ruinam ignes memorant (Annal. 2, cap XLVII.) Suetonio se expresa lo mismo: Asiae disjectis terrae motu civitatibus. (Sueton. Tiberius, cap. XLVIII.) Jorge de Syncelle ha conservado testimonios idénticos de Thallus y de Philopono. (Afric. apud Syncel. página 322.)

1136 Dionys. Ep. 7, ad Polycarpum, Patrol. Graec tom. 3, col. 1081. -(Hasta los Anales de la China asimismo, que el sétimo año del reinado de Konang-on-ti, que cae en el año 33 de la era cristiana, y el día 30 de la tercera luna, que corresponde a fines de marzo, que fue el tiempo de la muerte de Jesús, hubo un eclipse total de sol, y profundas tinieblas, que duraron tres horas enteras. -(N. del T.)

1137 De Sauley, Dicc. de las Antig. Bibl col. 772.

1138 Addison. De la Religión cristiana, tom. II. M. Mislin. Los Santos Lugares, tomo 2, pág. 264.

1139 Tertul. Apologetic cap. 21, Patrol. Latin tom. 1, col. 401.

1140 S. Cyrill. Hierosol Cateches XVIII; Patrol. Graec tom. XXXIII, col. 820.

1141 Mt 27,57-58

1142 Ex 12,46 Nb 9,12

1143 Za 12,10

1144 Jn 19,31-36. Una de las capillas del Santo Sepulcro en Jerusalén, lleva el nombre de capilla de San Longinos. El soldado romano que hirió con su lanza a Jesús en el corazón se llamaba Longinus. En el Martirologio romano se lee bajo la rúbrica de 15 de marzo: Caesarae in Cappadocia, passio sancti Longini militis, qui latus Domini lancea perforasse perhibetur. (Martirol. Roman. 25 de marzo. Bolland. Eodem dic. Valmer, tom. 10, Tract. 48.) La lanza o asta romana con que se hirió a Jesús en el corazón se conserva hoy en Roma, en la basílica de Santa Cruz de Jerusalén.

1145 «En el primer templo edificado por Salomón, sólo había un velo en la pared que separaba el Santuario del Santo de los Santos. Pero cuando, después de la cautividad de Babilonia, se reedificó el templo bajo Esdras, como no se sabía ya si estaba colgado el velo en otro tiempo por la parte de adentro o por la de afuera de la pared, y si esta misma pared estaba en el piso del santuario o en Santo de los Santos, se pusieron dos velos, el uno interior y el otro exterior, dejando vacío el espacio intermedio. A la acción eléctrica del terremoto, debió ver el sacerdote que entraba en el hechal (santuario) para el sacrificio de la tarde, en el momento preciso (las tres) en que expiraba Nuestro Señor on la cruz, rasgarse los dos velos de arriba abajo, y abrirse el Santo de los Santos; lo cual, no hubiera podido acontecer en el primer Templo, sin que se cayera la pared. El Evangelista San Marcos designa el velo que se desgarró con el nombre griego de katape/tasma que es precisamente el nombre del velo interior del Santo de los Santos, mientras que el velo exterior del Santuario se llamaba ka/lumma.» (Sepp. Vida de Nuestro Señor Jesucristo, tom. 2, pág. 48.) [katapetasma y kalumma en el original (N. del E.)]

1146 Lc 23,48-49

1147 Thren 1-12.

1148 Mt 27,62

1149 Mt 27,62

1150 Mt 28,1 Mc 16,1

1151 Mt 27,11-15

1152 Mt 28 Mc 16,1 Lc 24,12 Jn 20,1-10

1153 Jn 20,11-18

1154 Vida de Jesús, pág. 434.

1155 Mt 28,11

1156 Lc 24,34

1157 Mc 16,13

1158 Diez y siete kilómetros. Josefo (De bello Judaico,7,36), fija igualmente a distancia de 60 estadios, indicada por el Evangelista entre las dos poblaciones.

1159 Mc 16,12-13 Lc 24,13-33

1160 Lc 24,33-34 Jn 20,19-23

1161 Vida de Jesús, pág. 434.

1162 [«ccer» en el original. (N. del E.)]

1163 Siendo una de las bases capitales de nuestra Religión el hecho milagroso de la Resurrección de Jesús, la incredulidad ha excogitado para quitar a este hecho tal carácter, tres medios que juzgamos conveniente exponer para rebatirlos.

El medio más antiguo y más sencillo, es suponer un fraude por parte de los apóstoles, juzgando que hubieran hecho desaparecer de algún modo el cuerpo de Jesucristo (Mt 28,12,15). A él recurrieron Celso, los Fragmentos de Wolfenbuttel y otros, después de los Judíos que lo inventaron. Mas este medio es desechado positivamente por Strauss; pues en efecto, es incompatible un engaño premeditado con el desaliento en que se hallaban sumergidos los discípulos después de la muerte de Jesús, y con la fe triunfante que adquirieron, durante todo su ministerio, en la convicción de la resurrección de su Maestro.

El segundo medio consiste en admitir que Jesús no había muerto completamente cuando fue puesto en el sepulcro, dispertándose en él la fuerza vital por la influencia de los aromas y de la frescura del sepulcro. Paulus y Schleirmacher son los principales defensores de esta hipótesis. Bajo este punto de vista, son las apariciones de Jesús hechos reales, pero naturales. Strauss ha condenado también esta hipótesis. ¿Cómo pudo, en efecto, aparecer Jesús en un cuarto cuyas puertas estaban cerradas? ¿Cómo después de un suplicio como el de la cruz, pudo andar un largo camino a pie con los discípulos de Emmaús, para desaparecer en seguida de la mesa súbitamente?¿Cómo algunos días después, emprendió el viaje de Galilea? Pero sobre todo ¿cómo un ser medio muerto que se hubiera arrastrado miserablemente fuera del sepulcro, que no debiese la vida sino a toda clase de cuidados y contemplaciones, y que hubiera concluido, al cabo de algún tiempo por sucumbir a sus padecimientos, hubiera podido causar en sus discípulos la impresión de un vencedor de la muerte y del sepulcro, de un Príncipe de la vida?

¿Cómo había de haber trasformado el solo hecho de verle de esta suerte su tristeza en entusiasmo, y su confianza en adoración? He aquí lo que nunca podrá explicar un historiador formal y grave.

Queda el tercer medio, el más moderno y el más osado. Tal es el de reconocer que los discípulos creyeron en la Resurrección, que sin esta fe, hubiera sido imposible la fundación de la Iglesia cristiana (Strauss, Das Leben Jesu, pág. 601); pero explicando esta fe por un fenómeno mental, por una ilusión de las santas mujeres y de los discípulos. Nadie, dice Strauss, fue testigo del hecho, según resulta por los mismos relatos. Más aun, ningún testimonio proviene de uno de los testigos de la vida de Jesús, porque Pablo no era apóstol; los tres evangelios sinópticos no son obras apostólicas, y el cuarto evangelio no es auténtico. Por otra parte, los relatos se contradicen en muchos puntos. Finalmente, la idea misma del cuerpo resucitado de Jesús, tal como la presentan las narraciones, contiene datos inconciliables; un cuerpo de carne y hueso que digiere miel y pescado, no puede penetrar por entre las paredes de un aposento (Strauss, ibid pág. 295). Es preciso, pues, admitir, dice, que se desarrolló, respecto de María Magdalena, a causa de su adhesión a Jesús y de una disposición enfermiza, y respecto de los apóstoles, a causa de la necesidad de armonizar o concordar la muerte de su Maestro con la idea del reino eterno del Mesías y con el estudio de las profecías mal comprendidas, un estado de exaltación tal, al volver a Galilea, a los sitios en que habían vivido en otro tiempo con Jesús, que dispertó su recuerdo con una viveza extraordinaria, y se trasformó en ellos en una visión. Creyeron verle, oírle, tocarle, y esta ilusión obró en ellos este completo cambio que ha creído deber atribuir siempre la Iglesia cristiana a la influencia del hecho real. Lo mismo sucede respecto de Pablo, a consecuencia de sus luchas interiores. En cuanto al viaje de Emmaús, piensa Strauss que se puede suponer la presencia de un creyente desconocido que habló del Mesías con entusiasmo a los dos discípulos, los cuales imaginaron después, haber sido el mismo Jesús. Y respecto de la escena de la pesca milagrosa en las orillas del lago de Tiberiades (Jn XXI), supone igualmente que se la aconsejó un amigo anónimo, y que ellos siguieron su consejo, el cual, habiéndoles dado tan magnífico resultado, tomaron los discípulos al que se lo dio por el Señor (ibid pág. 308). La fecha del tercero día, que todos los relatos fijan para el hecho de la Resurrección, no sería histórica, sino una mala aplicación de una locución proverbial y de ciertas expresiones escriturarias (ibid pág. 316). En cuanto al cuerpo de Jesús, supone Strauss, que debió ser echado simplemente a la fosa con los de los otros malhechores, y cuando más adelante, en la Pascua de Pentecostés, proclamó Pedro por vez primera en público la Resurrección, no fue posible presentarlo para disipar la ilusión de los discípulos y destruir el efecto de su testimonio (ibid pág. 312). Tal es la explicación de Strauss, adoptada en sus rasgos principales, por Baur y por M. Renan.

Es verdad que no tuvo testigos el hecho de la Resurrección; pero esto no puede probar nada contra su realidad, si se hallan suficientemente probadas las apariciones del Resucitado. Es falso que no se halle consignada la Resurrección en ningún escrito apostólico. El Apocalipsis que reconoce Strauss ser de San Jn atestigua, por más que se diga, la Resurrección: «Yo estoy vivo, aunque fui muerto, y Mora he aquí que vivo... y tengo las llaves de la muerte y del sepulcro (I,18).» Esto dice aquel que fue muerto y está vivo (o ha revivido o resucitado (II,8)). El autor no usa de otras expresiones cuando habla de la resurrección de los fieles (XX,4), y de la resurrección universal (XX,5); hechos que considera seguramente como corporales. La idea de una vida puramente espiritual que intenta sustituir Strauss con estas palabras a la de una resurrección propiamente dicha, no correspondería a la de muerte, a que es opuesta. Finalmente, toda la visión del cap. 5, en que representa San Juan a Jesús glorificado, semejante a un cordero inmolado y sentado en el trono, se apoya en la intuición de la resurrección corporal de Jesucristo. Pero aun cuando no existiese ningún escrito apostólico que atestiguara la Resurrección ¿qué importaría esto, puesto que el mismo Strauss admite que la predicación apostólica que ha fundado a la Iglesia, implicaba la fe en la Resurrección? -Las principales divergencias entre las narraciones desaparecen desde que se reconoce la naturaleza sumaria del relato de San Mateo, conforme al carácter de todo su evangelio, y de que acabamos de ver un ejemplo en la manera cómo generaliza la aparición a María Magdalena, aplicándola indistintamente a todas las mujeres. La aparición que coloca en Galilea, la única que refiere después de aquella, resume todas las que tuvieron lugar en esta comarca, porque el Evangelista quiere únicamente consignar que Jesús, antes de dejar el mundo, se proclamó el Mesías, no solamente de los Judíos, sino de todos los pueblos, y dejó a sus apóstoles el cargo de someterle el mundo, prometiéndoles auxiliarles en esta conquista. Como se nota generalmente en todos los discursos expuestos en este evangelio, la cuestión histórica se halla subordinada enteramente al fondo. La narración de San Lucas tiene también un carácter sumario, como lo muestran los: «Y díjoles», repetidos muchas veces, sin indicar situación histórica alguna, quedando reservados los pormenores para la segunda parte de la obra, el Libro de los Actos. En todo caso, cuanto más se diferencian los relatos evangélicos en los detalles, más resalta su unanimidad, en cuanto al hecho capital. Las contradicciones que hace resaltar Strauss en el relato bíblico, en cuanto a la naturaleza del cuerpo resucitado de Jesús, desaparecen con la noción del cuerpo espiritual, que por una parte, se halla también en relación con el cuerpo natural, y por otra, pertenece a un nuevo orden de cosas. El estado de Jesús resucitado es mixto; pues participa a un tiempo mismo de la tierra y del cielo; es un estado de transición: «Yo subo» (XX,17). -La aparición a María Magdalena, tal como se describe por Jn no puede ser una simple alucinación; porque María no piensa más que en Jesús muerto; sólo busca su cadáver, y no podría explicarse una alucinación sino por la sobreexcitación de una esperanza. En cuanto al supuesto de que todo este relato no es más que una ficción del pseudo Jn no se hará nunca probable a los ojos de quien posea el menor tacto que discierna lo real de lo artificial. La misma reflexión se aplica a las dos apariciones de Jesús a los Apóstoles, referidas en el cap. XX. -Estas apariciones, así como las que describen los sinópticos y las que enumera San Pablo (I, Cor XV) ¿son debidas a la alucinación? Pero ¿cómo admitir un alucinamiento simultáneo e idéntico en once y aun en quinientas personas (I, Cor 15,6)? Ésta es una hipótesis que traspasa todos los límites, no solamente de lo verosímil, sino aun de lo posible. -El viajero anónimo y el amigo desconocido a quien recurre Strauss para explicar las dos escenas de Emmaús y del lago de Tiberiades, entran en este género bien conocido de los expedientes a lo Paulus, que ha censurado tantas veces el mismo Strauss. -Lo que embaraza evidentemente más a Strauss, es la cuestión sobre el paradero del cadáver. Si como resulta de las narraciones evangélicas, permaneció en manos de los amigos de Jesús, ¿cómo no se desvanecieron todas las visiones y todos sus alucinamientos en vista de este cuerpo? Así Straus, a imitación de Wolkmar, remite al dominio del mito la cesión del cuerpo de Jesús por Pilatos a Josef de Arimatea. Según él, debió quedar el cuerpo en manos de los enemigos del Señor. Pero entonces ¿cómo no se sirvieron de él para desengañar a estas pobres gentes alucinadas por su imaginación? ¿Qué cosa más fácil que ponerles en frente de este objeto o instrumento justificativo y de convicción? Strauss pretende que la noticia de la Resurrección no se divulgó hasta la Pascua de Pentecostés, por medio de la predicación de San Pedro; y no ve en el día tercero, mencionado en todas nuestras relaciones, más que una expresión legendaria. No hay duda de que sólo a la Pascua de Pentecostés fue proclamada pública y oficialmente la Resurrección por los Apóstoles; pero si no se hubiera divulgado su rumor y su fama anteriormente, ¿qué crédito se hubiera dado a esta noticia que caía de las nubes tanto tiempo después del suceso? El poderoso efecto que produjo instantáneamente el discurso de San Pedro en la Pascua de Pentecostés, supone el conocimiento del hecho de la Resurrección divulgado ya entre los habitantes de Jerusalén, y en general en el pueblo judío.

Solamente se trataba de explicárselo por un fraude de los discípulos, y el discurso de Pedro disipó esta sospecha en aquellos que eran accesibles a santas impresiones. En una palabra; o permaneció el cuerpo en manos de los Judíos, y entonces hubiera bastado mostrarlo para desengañar a los Apóstoles, o quedó en las de los Apóstoles, y entonces era imposible toda ilusión por parte suya. -Para que la vuelta de los Apóstoles a Galilea, a los sitios donde habían vivido con Jesús hubiera podido desarrollar en ellos un estado de exaltación capaz de ocasionar visiones y supuestos alucinamientos, ¿no era preciso en todo caso que hubiera sido Cristo, durante su vida, otro Cristo que el que admite Strauss? ¿El Predicador del Sermón de la Montaña, el Sócrates judío, no habría vuelto a ser visto jamás por sus discípulos más fervientes después de su muerte? -Semejante efecto se halla fuera de toda proporción con la causa supuesta. -La exaltación enfermiza y febril de que debe admitirse, bajo este punto de vista, haber sido afectados los discípulos, es incompatible con el carácter sosegado, humilde, práctico, perseverante, sano y santo de la vida cristiana, tal como la produjo la fe en la Resurrección en los Apóstoles, en San Pablo y en los verdaderos cristianos de todos los tiempos.

Strauss tiene el buen sentido de conceder, que sin la fe de los Apóstoles en la Resurrección, la Iglesia no hubiera nacido nunca; el buen sentido de la humanidad añade y añadirá siempre, que sin el hecho de la Resurrección, la fe de la Resurrección en los Apóstoles y en los primeros cristianos es inexplicable.-(N. del T.)

1164 Mt 16,19

1165 Mt 18,18

1166 Gemelo.

1167 Jn 20,24-29

1168 Jn 21,1-14

1169 Ixqnj en el original. (N. del E.)

1170 Jesús se había llamado el buen Pastor. Confiando a San Pedro la dirección de los corderos y de las ovejas, le constituye su vicario en la tierra. He aquí por qué, fieles a la enseñanza del Evangelio, dan los católicos al sucesor de San Pedro el nombre de Vicario de Jesucristo.

1171 Jn 21,15-24

1172 Una tradición muy antigua pretende que la montaña de Galilea, que no designa el Evangelista, era el Tabor. Todavía se enseña en la actualidad el sitio en que se manifestó el Salvador a la multitud de los discípulos.

1173 1Cor 15,6. Añade San Pablo que se manifestó Jesús, otra vez aun, en particular, a Santiago el Menor.

1174 Mt 28,16-17

1175 Mt 28,18

1176 Ac 1,4-8

1177 Lc 24,44-49 Ac 1,6-8

1178 Vida de Jesús, pág. 297.

1179 Mc 16,19 Lc 24,50-53 Ac 1,9-12




DARRAS-Historia de Nuestro Señor Jesucristo - § II. La Octava de la Resurrección