Catecismo Iglesia Catól. 547

Los signos del Reino de Dios


547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Ac 2,22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7,18-23).


548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5,36 Jn 10,25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10,38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5,25-34 Mc 10,52 etc. ). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10,31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11,6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11,47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3,22).


549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6,5-15), de la injusticia (cf. Lc 19,8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. Lc 12,13 Lc 12,14 Jn 18,36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8,34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.


550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12,26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12,28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8,26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12,31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla Regis").

"Las llaves del Reino"


551 Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número de doce para estar con él y participar en su misión (cf. Mc 3,13-19); les hizo partícipes de su autoridad "y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9,2). Ellos permanecen para siempre permanecen asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos dirige su Iglesia:

Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (Lc 22,29-30).


552 En el colegio de los doce Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Mc 3,16 Mc 9,2 Lc 24,34 1Co 15,5). Jesús le confía una misión única. Gracias a una revelación del Padre , Pedro había confesado: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Entonces Nuestro Señor le declaró: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18). Cristo, "Piedra viva" (1P 2,4), asegura a su Iglesia, edificada sobre Pedro la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos (cf. Lc 22,32).


553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10,11) confirmó este encargo después de su resurrección:"Apacienta mis ovejas" (Jn 21,15-17). El poder de "atar y desatar" significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles (cf. Mt 18,18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien él confió explícitamente las llaves del Reino.

Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.


554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir ... y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16,21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16,22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17,23 Lc 9,45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17,1-8 par.: 2P 1,16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9,31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9,35).


555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para "entrar en su gloria" (Lc 24,26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24,27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42,1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: "Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara" ("Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa" (Santo Tomás, s.th. III 45,4, ad 2):

Tú te has transfigurado en la montaña, y, en la medida en que ellos eran capaces, tus discípulos han contemplado Tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que cuando te vieran crucificado comprendiesen que Tu Pasión era voluntaria y anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre (Liturgia bizantina, Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración,)


556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás, s.th. III 45,4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Ph 3,21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Ac 14,22):

Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9,33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S. Agustín, serm. 78, 6).

La subida de Jesús a Jerusalén


557 "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9,51 cf. Jn 13,1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8,31-33 Mc 9,31-32 Mc 10,32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13,33).


558 Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23,37). Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23,37). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón:" ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19,41-42).

La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén


559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6,15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su Padre" (Lc 1,32 cf. Mt 21,1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Ps 24,7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9,9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18,37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21,15-16 Ps 8,3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19,38 Lc 2,14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Ps 118,26), ha sido recogida por la Iglesia en el "Sanctus" de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.


560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la Semana Santa.




RESUMEN


561 "La vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación total del sacrificio en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección, son la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación" (Ct 9).


562 Los discípulos de Cristo deben asemejarse a él hasta que él crezca y se forme en ellos (cf. Ga 4,19). "Por eso somos integrados en los misterios de su vida: con él estamos identificados, muertos y resucitados hasta que reinemos con él (LG 7).


563 Pastor o mago, nadie puede alcanzar a Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de Belén y adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño.


564 Por su sumisión a María y a José, así como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret, Jesús nos da el ejemplo de la santidad en la vida cotidiana de la familia y del trabajo.


565 Desde el comienzo de su vida pública, en su bautismo, Jesús es el "Siervo" enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el "bautismo" de su pasión.


566 La tentación en el desierto muestra a Jesús, humilde Mesías que triunfa de Satanás mediante su total adhesión al designio de salvación querido por el Padre.


567 El Reino de los cielos ha sido inaugurado en la tierra por Cristo. "Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo" (LG 5). La Iglesia es el germen y el comienzo de este Reino. Sus llaves son confiadas a Pedro.


568 La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un "monte alto" prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: "la esperanza de la gloria" (Col 1,27) (cf. S. León Magno, serm. 51, 3).


569 Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores (cf. He 12,3).


570 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón, va a llevar a cabo por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección.

Artículo 4

“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO, FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”


571 El Misterio pascual de la Cruz y de la Resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstole s, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas" (He 9,26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo.


572 La Iglesia permanece fiel a "la interpretación de todas las Escrituras" dada por Jesús mismo, tanto antes como después de su Pascua: "¿No era necesario que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Lc 24, 26-27, 44-45). Los padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido "reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas" (Mc 8,31), que lo "entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle" (Mt 20,19).


573 Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús, que han sido transmitidas fielmente por los Evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por otras fuentes históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la Redención.

Párrafo 1

JESÚS E ISRAEL


574 Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle (cf. Mc 3,6). Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, cf. Mt 12,24 perdón de los pecados, cf. Mc 2,7 curaciones en sábado, cf. EN 3,1-6 interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, cf. Mc 7,14-23 familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, (cf. Mc 2,14-17), Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf. Mc 3,22 Jn 8,48 Jn 10,20). Se le acusa de blasfemo (cf. Mc 2,7 Jn 5,18 Jn 10,33) y de falso profetismo (cf. Jn 7,12 Jn 7,52), crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas (cf. Jn 8,59 Jn 10,31).


575 Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un "signo de contradicción" (Lc 2,34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio de S. Juan denomina con frecuencia "los Judíos" (cf. Jn 1,19 Jn 2,18 Jn 5,10 Jn 7,13 Jn 9,22 Jn 18,12 Jn 19,38 Jn 20,19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7,48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13,31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (cf. Lc 7,36 Lc 14,1). Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos (cf. Mt 22,23-34 Lc 20,39), las formas de piedad (limosna, ayuno y oración, cf. Mt 6,18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12,28-34).


576 A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido:

– Contra el sometimiento a la Ley en la integridad de sus preceptos escritos, y, para los fariseos, su interpretación por la tradición oral.

– Contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada.

– Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir.


I Jesús y la Ley


577 Al comienzo del Sermón de la montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:

"No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el Reino de los cielos" (
Mt 5,17-19).


578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente (cf. Jn 8,46). Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido cumplir jamás la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7,19 Ac 13,38-41 Ac 15,10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, "quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (Jc 2,10 cf. Ga 3,10 Ga 5,3).


579 Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo (cf. Rm 10,2), el cual, si no quería convertirse en una casuística "hipócrita" (cf. Mt 15,3-7 Lc 11,39-54) no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53,11 He 9,15).


580 El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4,4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino "en el fondo del corazón" (Jr 31,33) del Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42,3), se ha convertido en "la Alianza del pueblo" (Is 42,6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3,13) en la que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos de la Ley" (Ga 3,10) porque, ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza" (He 9,15).


581 Jesús fue considerado por los Judíos y sus jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11,28 Jn 3,2 Mt 22, 23-24, Mt 34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12,5 Mt 9,12 Mc 2,23-27 Lc 6,6-9 Jn 7,22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas" (Mt 7,28-29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: "Habéis oído también que se dijo a los antepasados ... pero yo os digo" (Mt 5,33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas "tradiciones humanas" (Mc 7,8) de los fariseos que "anulan la Palabra de Dios" (Mc 7,13).


582 Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido "pedagógico" (cf. Ga 3,24) por medio de una interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro ... -así declaraba puros todos los alimentos - ... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7,18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no recibían su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5,36 Jn 10,25 Jn 10,37-38 Jn 12,37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt 2,25-27 Jn 7,22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios (cf. Mt 12,5 Nb 28,9) o al prójimo (cf. Lc 13,15-16 Lc 14,3-4) que realizan sus curaciones.

II Jesús y el Templo


583 Como los profetas anteriores a él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc 2,22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2,46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2,41); su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías (cf. Jn 2,13-14 Jn 5,1 Jn 5,14 Jn 7,1 Jn 7,10 Jn 7,14 Jn 8,2 Jn 10,22-23).


584 Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21,13). Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará' (Ps 69,10)" (Jn 2,16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Ac 2,46 Ac 3,1 Ac 5,20 Ac 5,21 etc. ).


585 Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24,1-2). Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua (cf. Mt 24,3 Lc 13,35). Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote (cf. Mc 14,57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la cruz (cf. Mt 27,39-40).


586 Lejos de haber sido hostil al Templo (cf. Mt 8,4 Mt 23,21 Lc 17,14 Jn 4,22) donde expuso lo esencial de su enseñanza (cf. Jn 18,20), Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro (cf. Mt 17,24-27), a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia (cf. Mt 16,18). Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres (cf. Jn 2,21 Mt 12,6). Por eso su muerte corporal (cf. Jn 2,18-22) anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación:"Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre"(Jn 4,21 cf. Jn 4,23-24 Mt 27,51 He 9,11 Ap 21,22).

III Jesús y la fe de Israel en el Dios único y Salvador


587 Si la Ley y el Templo pudieron ser ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2,34) entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención de los pecados -obra divina por excelencia - acepta ser verdadera piedra de escándalo para aquellas autoridades (cf. Lc 20,17-18 Ps 118,22).


588 Jesús escandalizó a los fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5,30) tan familiarmente como con ellos mismos (cf. Lc 7,36 Lc 11,37 Lc 14,1). Contra algunos de los "que se tenían por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18,9 cf. Jn 7,49 Jn 9,34), Jesús afirmó: "No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5,32). Fue más lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal (cf. Jn 8,33-36), los que pretenden no tener necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9,40-41).


589 Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9,13 Os 6,6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf. Lc 15,1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15,22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2,7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5,18 Jn 10,33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17,6-26).


590 Sólo la identidad divina de la persona de Jesús puede justificar una exigencia tan absoluta como ésta: "El que no está conmigo está contra mí" (Mt 12,30); lo mismo cuando dice que él es "más que Jonás ... más que Salomón" (Mt 12,41-42), "más que el Templo" (Mt 12,6); cuando recuerda, refiriéndose a que David llama al Mesías su Señor (cf. Mt 12,36-37), cuando afirma: "Antes que naciese Abraham, Yo soy" (Jn 8,58); e incluso: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10,30).


591 Jesús pidió a las autoridades religiosas de Jerusalén creer en él en virtud de las obras de su Padre que el realizaba (Jn 10,36-38). Pero tal acto de fe debía pasar por una misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo "nacimiento de lo alto" (Jn 3,7) atraído por la gracia divina (cf. Jn 6,44). Tal exigencia de conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente de las promesas (cf. Is 53,1) permite comprender el trágico desprecio del sanhedrín al estimar que Jesús merecía la muerte como blasfemo (cf. Mc 3,6 Mt 26,64-66). Sus miembros obraban así tanto por "ignorancia" (cf. Lc 23,34 ;Hch 3, 17-18) como por el "endurecimiento" (Mc 3, 5;Rm 11, 25) de la "incredulidad" (Rm 11,20).

RESUMEN


592 Jesús no abolió la Ley del Sinaí, sino que la perfeccionó (cf. Mt 5,17-19) de tal modo (cf. Jn 8,46) que reveló su hondo sentido (cf. Mt 5,33) y satisfizo por las transgresiones contra ella (cf. He 9,15).


593 Jesús veneró el Templo subiendo a él en peregrinación en las fiestas judías y amó con gran celo esa morada de Dios entre los hombres. El Templo prefigura su Misterio. Anunciando la destrucción del templo anuncia su propia muerte y la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación, donde su cuerpo será el Templo definitivo.


594 Jesús realizó obras como el perdón de los pecados que lo revelaron como Dios Salvador (cf. Jn 5,16-18). Algunos judíos que no le reconocían como Dios hecho hombre (cf. Jn 1,14) veían en él a "un hombre que se hace Dios" (Jn 10,33), y lo juzgaron como un blasfemo.


Párrafo 2

JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO


I El proceso de Jesús

Divisiones de las autoridades judías respecto a Jesús


595 Entre las autoridades religiosas de Jerusalén, no solamente el fariseo Nicodemo (cf. Jn 7,50) o el notable José de Arimatea eran en secreto discípulos de Jesús (cf. Jn 19,38-39), sino que durante mucho tiempo hubo disensiones a propósito de El (cf. Jn 9,16-17 Jn 10,19-21) hasta el punto de que en la misma víspera de su pasión, S. Juan pudo decir de ellos que "un buen número creyó en él", aunque de una manera muy imperfecta (Jn 12,42). Eso no tiene nada de extraño si se considera que al día siguiente de Pentecostés "multitud de sacerdotes iban aceptando la fe" (Ac 6,7) y que "algunos de la secta de los Fariseos ... habían abrazado la fe" (Ac 15,5) hasta el punto de que Santiago puede decir a S. Pablo que "miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley" (Ac 21,20).


596 Las autoridades religiosas de Jerusalén no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf. Jn 9,16 Jn 10,19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que le siguieran (cf. Jn 9,22). A los que temían que "todos creerían en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11,48), el sumo sacerdote Caifás les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación" (Jn 11,49-50). El Sanedrín declaró a Jesús "reo de muerte" (Mt 26,66) como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18,31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lc 23,2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de "sedición" (Lc 23,19). Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19,12 Jn 19,15 Jn 19,21).

Los Judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús


597 Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato) lo cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15,11) y de las acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés (cf. Ac 2,23 Ac 2,36 Ac 3,13-14 Ac 4,10 Ac 5,30 Ac 7,52 Ac 10,39 Ac 13,27-28 1Th 2,14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23,34) y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Ac 3,17) de los Judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Y aún menos, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27,25), que significa una fórmula de ratificación (cf. Ac 5,28 Ac 18,6), se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el espacio y en el tiempo:

Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: "Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy...no se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la Sagrada Escritura" (NAE 4).

Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo


598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catech. R. I, 5, 11; cf. He 12,3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25,45 Ac 9,4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:

Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia (He 6,6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los Judíos. Porque según el testimonio del Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1Co 2,8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales (Catech. R. 1, 5, 11).

Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados (S. Francisco de Asís, admon. 5, 3).

II La muerte redentora de Cristo en el designio divino de salvación

"Jesús entregado según el preciso designio de Dios"


599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Ac 2,23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Ac 3,13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.


600 Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Ps 2,1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Ac 4,27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26,54 Jn 18,36 Jn 19,11) para realizar su designio de salvación (cf. Ac 3,17-18).


Catecismo Iglesia Catól. 547