Evangelii nuntiandi ES 72

Los jóvenes

72 Las circunstancias nos invitan a prestar una atención especialisima a los jóvenes. Su importancia numérica y su presencia creciente en la sociedad, los problemas que se les plantean deben despertar en nosotros el deseo de ofrecerles con celo e inteligencia el ideal que deben conocer y vivir. Pero, además, es necesario que los jóvenes bien formados en la fe y arraigados en la oracion, se conviertan cada vez mas en los apostoles de la juventud. La Iglesia espera mucho de ellos. Por nuestra parte, hemos manifestado con frecuencia la confianza que depositamos en la juventud.


Ministerios diversificados

73 Es asi como adquiere toda su importancia la presencia activa de los seglares en medio de las realidades temporales. No hay que pasar pues por alto u olvidar otra dimension: los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comúnidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles.

No sin experimentar intimamente un gran gozo, vemos como una legión de Pastores, religiosos y seglares, enamorados de su misión evangelizadora, buscan formas cada vez mas adaptadas de anunciar eficazmente el Evangelio, y alentamos la apertura que, en esta linea y con este afan, la Iglesia esta llevando a cabo hoy dia. Apertura a la reflexión en primer lugar, luego a los ministerios eclesiales capaces de rejuvenecer y de reforzar su propio dinamismo evangelizador.

Es cierto que al lado de los ministerios con orden sagrado, en virtud de los cuales algunos són elevados al rango de Pastores y se consagran de modo particular al servicio de la comúnidad, la Iglesia reconoce un puesto a ministerios sin orden sagrado, pero que són aptos a asegurar un servicio especial a la Iglesia.

Una mirada sobre los origenes de la Iglesia es muy esclarecedora y aporta el beneficio de una experiencia en materia de ministerios, experiencia tanto mas valiosa en cuanto que ha permitido a la Iglesia consolidarse, crecer y extenderse. No obstante, esta atención a las fuentes debe ser completada con otra: la atención a las necesidades actuales de la humanidad y de la Iglesia. Beber en estas fuentes siempre inspiradoras, no sacrificar nada de estos valores y saber adaptarse a las exigencias y a las necesidades actuales, tales són los ejes que permitiran buscar con sabiduria y poner en claro los ministerios que necesita la Iglesia y que muchos de sus miembros querran abrazar para la mayor vitalidad de la comúnidad eclesial. Estos ministerios adquiriran un verdadero valor pastoral y seran constructivos en la medida en que se realicen con respecto absoluto de la unidad, beneficiandose de la orientación de los Pastores, que són precisamente los responsables y artifices de la unidad de la Iglesia.

Tales ministerios, nuevos en apariencia pero muy vinculados a experiencias vividas por la Iglesia a lo largo de su existencia -catequistas, animadores de la oración y del canto, cristianos consagrados al servicio de la palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos necesitados, jefes de pequenas comúnidades, responsables de Movimientos apostolicos u otros responsables-, són preciosos para la implantacion, la vida y el crecimiento de la Iglesia y para su capacidad de irradiarse en torno a ella y hacia los que estan lejos. Nos debemos asimismo nuestra estima particular a todos los seglares que aceptan consagrar una parte de su tiempo, de sus energias y, a veces, de su vida entera, al servicio de las misiones.

Para los agentes de la evangelización se hace necesaria una seria preparacion. Tanto mas para quienes se consagran al ministerio de la Palabra. Animados por la conviccion, cada vez mayor, de la grandeza y riqueza de la palabra de Dios, quienes tienen la misión de transmitirla deben prestar gran atención a la dignidad, a la precisión y a la adaptación del lenguaje. Todo el mundo sabe que el arte de hablar reviste hoy dia una grandisima importancia. ¿Como podrian descuidarla los predicadores y los catequistas?

Deseamos vivamente, que en cada Iglesia particular, los obispos vigilen por la adecuada formación de todos los ministros de la Palabra. Esta preparación llevada a cabo con seriedad aumentara en ellos la seguridad indispensable y también el entusiasmo para anunciar hoy dia a Cristo.




VII. EL ESPIRITU DE LA EVANGELIZACION


Exhortación apremiante

74 No quisiéramos poner fin a este coloquio con nuestros hermanos e hijos amadísimos, sin hacer una llamada referente a las actitudes interiores que deben animar a los obreros de la evangelizacion.

En nombre de nuestro Señor Jesucristo, de los Apostoles Pedro y Pablo, exhortamos a todos aquellos que, gracias a los carismas del Espiritu y al mandato de la Iglesia, són verdaderos evangelizadores, a ser dignos de esta vocacion, a ejercerla sin resistencias debidas a la duda o al temor, a no descuidar las condiciones que haran esta evangelización no solo posible, sino también activa y fructuosa. He aqui, entre otras las condiciones fundamentales que queremos subrayar.


Bajo el aliento del Espiritu

75
No habra nunca evangelización posible sin la acción del Espiritu Santo. Sobre Jesús de Nazaret el Espiritu descendio en el momento del bautismo, cuando la voz del Padre -"Tu eres mi hijo muy amado, en ti pongo mi complacencia"- (107) manifiesta de manera sensible su elección y mision.

Es "conducido por el Espiritu" para vivir en el desierto el combate decisivo y la prueba suprema antes de dar comienzo a esta misión (108). "Con la fuerza del Espiritu" (109) vuelve a Galilea e inaugura en Nazaret su predicacion, aplicandose a si mismo el pasaje de Isaias: "El Espiritu del Señor esta sobre mi". "Hoy -proclama El- se cumple esta Escritura" (110). A los Discipulos, a quienes esta para enviar, les dice alentando sobre ellos: "Recibid el Espiritu Santo" (111).

En efecto, solamente después de la venida del Espiritu Santo, el dia de Pentecostés, los Apostoles salen hacia todas las partes del mundo para comenzar la gran obra de evangelización de la Iglesia, y Pedro explica el acontecimiento como la realización de la profecia de Joel: "Yo derramaré mi Espiritu" (112). Pedro, lleno del Espiritu Santo habla al pueblo acerca de Jesús Hijo de Dios (113). Pablo mismo esta lleno del Espiritu Santo (114) ante de entregarse a su ministerio apostolico, como lo esta también Esteban cuando es elegido diacono y mas adelante, cuando da testimonio con su sangre (115). El Espiritu que hace hablar a Pedro, a Pablo y a los Doce, inspirando las palabras que ellos deben pronunciar, desciende también "sobre los que escuchan la Palabra" (116).

"Gracias al apoyo del Espiritu Santo, la Iglesia crece" (117). El es el alma de esta Iglesia. El es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. El es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actua en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por El, y pone en los labios las palabras que por si solo no podria hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado.

Las técnicas de evangelización són buenas, pero ni las mas perfeccionadas podrian reemplazar la acción discreta del Espiritu. La preparación mas refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin El. Sin El, la dialéctica mas convincente es impotente sobre el espiritu de los hombres. Sin El, los esquemas mas elaborados sobre bases sociologicas o sicologicas se revelan pronto desprovistos de todo valor.

Nosotros vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espiritu. Por todas partes se trata de conocerlo mejor, tal como lo revela la Escritura. Uno se siente feliz de estar bajo su mocion. Se hace asamblea en torno a El. Quiere dejarse conducir por El.

Ahora bien, si el Espiritu de Dios ocupa un puesto eminente en la vida de la Iglesia, actua todavia mucho mas en su misión evangelizadora. No es una casualidad que el gran comienzo de la evangelización tuviera lugar la manana de Pentecostés, bajo el soplo del Espiritu.

Puede decirse que el Espiritu Santo es el agente principal de la evangelizacion: El es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación (118). Pero se puede decir igualmente que El es el término de la evangelizacion: solamente El suscita la nueva creacion, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la misma evangelización querria provocar en la comúnidad cristiana. A través de El, la evangelización penetra en los corazones, ya que El es quien hace discernir los signos de los tiempos -signos de Dios- que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia.

El Sinodo de los Obispos de 1974, insistiendo mucho sobre el puesto que ocupa el Espiritu Santo en la evangelizacion, expreso asimismo el deseo de que Pastores y teologos -y anadiriamos también los fieles marcados con el sello del Espiritu en el bautismo- estudien profundamente la naturaleza y la forma de la acción del Espiritu Santo en la evangelización de hoy dia. Este es también nuestro deseo, al mismo tiempo que exhortamos a todos y cada uno de los evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor al Espiritu Santo y a dejarse guiar prudentemente por El como inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora.

107.
Mt 3,17,
108. Mt 4,1,
109. Lc 4,14,
110. Lc 4,18 Lc 4,21 Is 61,1,
111. Jn 20,22,
112. Ac 2,17,
113. Ac 4,8,
114. Ac 9,17,
115. Ac 6,5 Ac 6,10 Ac 7,55,
116. Ac 10,44,
117. Ac 9,31,
118. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. AGD 4: AAS 58 (1966), pp. 950-951.


Testigos auténticos

76 Consideramos ahora la persona misma de los evangelizadores. Se ha repetido frecuentemente en nuestros dias que este siglo siente sed de autenticidad. Sobre todo con relación a los jóvenes, se afirma que éstos sufren horrores ante lo ficticio, ante la falsedad, y que además són decididamente partidarios de la verdad y la transparencia.

A estos "signos de los tiempos" deberia corresponder en nosotros una actitud vigilante. Tacitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciais? ¿Vivis lo que creéis? ¿Predicais verdaderamente lo que vivis? Hoy mas que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicacion. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos.

Al comienzo de esta reflexion, nos hemos preguntado: ¿Qué es de la Iglesia, diez anos después del Concilio? ¿Esta anclada en el corazón del mundo y es suficientemente libre e independiente para interpelar al mundo? ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios Absoluto? ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoracion, y pone mas celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora? ¿Es suficiente su empeno en el esfuerzo de buscar el restablecimiento de la plena unidad entre los cristianos, lo cual hace mas eficaz el testimonio común, con el fin de que el mundo crea? (119). Todos nosotros somos responsables de las respuestas que pueden darse a estos interrogantes.

Exhortamos, pues, a nuestros hermanos en el Episcopado, puestos por el Espiritu Santo para gobernar la Iglesia de Dios (120). Exhortamos a los sacerdotes y a los diaconos, colaboradores de los obispos para congregar el pueblo de Dios y animar espiritualmente las comúnidades locales. Exhortamos también a los religiosos y religiosas, testigos de una Iglesia llamada a la santidad y, por tanto, invitados de manera especial a una vida que dé testimonio de las bienaventuranzas evangélicas. Exhortamos asimismo a los seglares: familias cristianas, jóvenes y adultos, a todos los que tienen un cargo, a los dirigentes, sin olvidar a los pobres tantas veces ricos de fe y de esperanza, a todos los seglares conscientes de su papel evangelizador al servicio de la Iglesia o en el corazón de la sociedad y del mundo. Nos les decimos a todos: es necesario que nuestro celo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que, como nos lo sugiere el Concilio Vaticano II, la predicación alimentada con la oración y sobre todo con el amor a la Eucaristia, redunde en mayor santidad del predicador (121).

Paradojicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible (122). El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espiritu de oracion, caridad para con todos, especialmente para los pequenos y los pobres, obediencia y humildad, desapego de si mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra dificilmente abrira brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda.

119.
Jn 17,21,
120. Ac 20,28,
121. Cf. Decr. PO 13: AAS 58 (1966), p. 1011.


Busqueda de la unidad

77 La fuerza de la evangelización quedara muy debilitada si los que anuncian el Evangelio estan divididos entre si por tantas clases de rupturas. ¿No estara quizas ahi uno de los grandes males de la evangelizacion? En efecto, si el Evangelio que proclamamos aparece desgarrado por querellas doctrinales, por polarizaciones ideologicas o por condenas reciprocas entre cristianos, al antojo de sus diferentes teorias sobre Cristo y sobre la Iglesia, e incluso a causa de sus distintas concepciones de la sociedad y de las instituciones humanas, ¿como pretender que aquellos a los que se dirige nuestra predicación no se muestren perturbados, desorientados, si no escandalizados?

El testamento espiritual del Señor nos dice que la unidad entre sus seguidores no es solamente la prueba de que somos suyos, sino también la prueba de que El es el enviado del Padre, prueba de credibilidad de los cristianos y del mismo Cristo. Evangelizadores: nosotros debemos ofrecer a los fieles de Cristo, no la imagen de hombres divididos y separados por las luchas que no sirven para construir nada, sino la de hombres adultos en la fe, capaces de encontrarse mas alla de las tensiones reales gracias a la busqueda común, sincera y desinteresada de la verdad. Si, la suerte de la evangelización esta ciertamente vinculada al testimonio de unidad dado por la Iglesia. He aqui una fuente de responsabilidad, pero también de consuelo.

Dicho esto, queremos subrayar el signo de la unidad entre todos los cristianos, como camino e instrumento de evangelizacion. La división de los cristianos constituye una situación de hecho grave, que viene a cercenar la obra misma de Cristo. El Concilio Vaticano II dice clara y firmemente que esta división "perjudica la causa santisima de la predicación del Evangelio a toda criatura y cierra a muchos las puertas de la fe" (123).

Por eso, al anunciar el Ano Santo creimos necesario recordar a todos los fieles del mundo católico que "la reconciliación de todos los hombres con Dios, nuestro Padre, depende del restablecimiento de la comúnión de aquellos que ya han reconocido y aceptado en la fe a Jesucristo como Señor de la misericordia, que libera a los hombres y los une en el espiritu de amor y de verdad" (124).

Con una gran sensación de esperanza vemos los esfuerzos que se realizan en el mundo cristiano en orden al restablecimiento de la plena unidad, deseada por Cristo. San Pablo nos lo asegura: "la esperanza no quedara confundida" (125). Mientras seguimos trabajando para obtener del Señor la plena unidad, queremos que se intensifique la oracion; además, hacemos nuestros los deseos de los padres del III Sinodo de los Obispos, que se colabore con mayor empeno con los hermanos cristianos a quienes todavia no estamos unidos por una comúnión perfecta, basandonos en el fundamento del bautismo y de la fe que nos es común, para ofrecer desde ahora mediante la misma obra de evangelización un testimonio común mas amplio de Cristo ante el mundo. Nos impulsa a ello el mandato de Cristo. Lo exige el deber de predicar y dar testimonio del Evangelio.

122.
He 11,27,
123. Decr. AGD 6: AAS 58 (1966), pp. 954-955; cf. Decr. UR 1: AAS 57 (1965), pp. 90-91.
124. Bula Apostolorum limina, VII: AAS 66 (1974), p. 305.
125. Rm 5,5,


Servidores de la verdad

78 El Evangelio que nos ha sido encomendado es también palabra de verdad. Una verdad que hace libres (126) y que es la unica que procura la paz del corazon; esto es lo que la gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo. Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y de la cual nosotros no somos, lo repetimos una vez mas, ni los duenos, ni los arbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores.

De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comúnica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, mas que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio sera aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demas. No vende ni disimula jamas la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla.

Pastores del pueblo de Dios: nuestro servicio pastoral nos pide que guardemos, defendamos y comúniquemos la verdad sin reparar en sacrificio. Muchos eminentes y santos Pastores nos han legado el ejemplo de este amor, en muchos casos heroicos, a la verdad. El Dios de verdad espera de nosotros que seamos los defensores vigilantes y los predicadores devotos de la misma.

Doctores, ya seais teologos o exégetas, o historiadores: la obra de la evangelización tiene necesidad de vuestra infatigable labor de investigación y también de vuestra atención y delicadeza en la transmisión de la verdad, a la que vuestros estudios os acercan, pero que siempre desborda el corazón del hombre porque es la verdad misma de Dios.

Padres y maestros: vuestra tarea, que los multiples conflictos actuales hacen difícil, es la de ayudar a vuestros hijos y alumnos a descubrir la verdad, comprendida la verdad religiosa y espiritual.

126.
Jn 8,32,


Animados por el amor

79 La obra de la evangelización supone, en el evangelizador, un amor fraternal siempre creciente hacia aquellos a los que evangeliza. Un modelo de evangelizador como el Apóstol San Pablo escribia a los tesalonicenses estas palabras que són todo un programa para nosotros: "Asi, llevados de nuestro amor por vosotros, queremos no solo daros el Evangelio de Dios, sino aun nuestras propias vidas: tan amados vinisteis a sernos" (127).

¿De qué amor se trata? Mucho mas que el de un pedagogo; es el amor de un padre; mas aun, el de una madre (128). Tal es el amor que el Señor espera de cada predicador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia.

Un signo de amor sera el deseo de ofrecer la verdad y conducir a la unidad. Un signo de amor sera igualmente dedicarse sin reservas y sin mirar atras al anuncio de Jesucristo. Anadamos ahora otros signos de este amor.

El primero es el respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona que se evangeliza. Respeto a su ritmo que no se puede forzar demasiado. Respecto a su conciencia y a sus convicciones, que no hay que atropellar.

Otra señal de este amor es el cuidado de no herir a los demas, sobre todo si són débiles en su fe (129), con afirmaciones que pueden ser claras para los iniciados, pero que pueden ser causa de perturbación o escandalo en los fieles, provocando una herida en sus almas.

Sera también una señal de amor el esfuerzo desplegado para transmitir a los cristianos certezas solidas basadas en la palabra de Dios, y no dudas o incertidumbres nacidas de una erudición mal asimilada. Los fieles tienen necesidad de esas certezas en su vida cristiana; tienen derecho a ellas en cuanto hijos de Dios que, poniéndose en sus brazos, se abandonan totalmente a las exigencias del amor.

127.
1Th 2,8: cf. Ph 1,8.
128. Cf. 1Th 2,7 1Th 2,11 1Co 4,15 Ga 4,19,
129. 1Co 8,9-13 Rm 14,15,


Con el fervor de los Santos

80 Nuestra llamada se inspira ahora en el fervor de los mas grandes predicadores y evangelizadores, cuya vida fue consagrada al apostolado. De entre ellos nos complacemos en recordar aquellos que Nos mismo hemos propuesto a la veneración de los fieles durante el Ano Santo. Ellos han sabido superar todos los obstaculos que se oponian a la evangelizacion.

De tales obstaculos, que perduran en nuestro tiempo, nos limitaremos a citar la falta de fervor, tanto mas grave cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusion, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo en la falta de alegria y de esperanza. Por ello, a todos aquellos que por cualquier titulo o en cualquier grado tienen la obligación de evangelizar, Nos los exhortamos a alimentar siempre el fervor del espiritu (130).

Este fervor exige, ante todo, que evitemos recurrir a pretextos que parecen oponerse a la evangelizacion. Los mas insidiosos són ciertamente aquellos para cuya justificación se quieren emplear ciertas enseñanzas del Concilio.

Con demasiada frecuencia y bajo formas diversas se oye decir que imponer una verdad, por ejemplo la del Evangelio; que imponer una via, aunque sea la de la salvacion, no es sino una violencia cometida contra la libertad religiosa. Ademas, se añade, ¿para qué anunciar el Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del corazon? Por otra parte, es bien sabido que el mundo y la historia estan llenos de "semillas del Verbo". ¿No es, pues, una ilusión pretender llevar el Evangelio donde ya esta presente a través de esas semillas que el mismo Señor ha esparcido?

Cualquiera que haga un esfuerzo por examinar a fondo, a la luz de los documentos conciliares, las cuestiones de tales y tan superficiales razonamientos plantean, encontrara una bien distinta visión de la realidad.

Seria ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer -sin coacciones, solicitaciones menos rectas o estimulos indebidos- (131), lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa, es un homenaje a esta libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y exaltante. O, ¿puede ser un crimen contra la libertad ajena proclamar con alegria la Buena Nueva conocida gracias a la misericordia del Señor? (132). O, ¿por qué unicamente la mentira y el error, la degradación y la pornografia han de tener derecho a ser propuestas y, por desgracia, incluso impuestas con frecuencia por una propaganda destructiva difundida mediante los medios de comúnicación social, por la tolerancia legal, por el miedo de los buenos y la audacia de los malos? Este modo respetuoso de proponer la verdad de Cristo y de su reino, mas que un derecho es un deber del evangelizador. Y es a la vez un derecho de sus hermanos recibir a través de él, el anuncio de la Buena Nueva de la salvacion. Esta salvación viene realizada por Dios en quien El lo desea, y por caminos extraordinarios que solo El conoce (133). En realidad, si su Hijo ha venido al mundo ha sido precisamente para revelarnos, mediante su palabra y su vida, los caminos ordinarios de la salvacion. Y El nos ha ordenado transmitir a los demas, con su misma autoridad, esta revelacion. No seria inutil que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de la oracion, este pensamiento: los hombres podran salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza -lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio- (134), o por ideas falsas omitimos anunciarlo? Porque eso significaria ser infieles a la llamada de Dios que, a través de los ministros del Evangelio, quiere hacer germinar la semilla; y de nosotros depende el que esa semilla se convierta en arbol y produzca fruto.

Conservemos, pues, el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegria de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lagrimas. Hagamoslo -como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apostoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia- con un impetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegria de nuestras vidas entregadas. Y ojala que el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda asi recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en si mismos, la alegria de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo.

130.
Rm 12,11,
131. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. DH 4: AAS 58 (1966), p. 933.
132. ib DH 9-14, AAS, pp. 935-940.
133. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. AGD 7: AAS 58 (1966), p. 955.
134. Rm 1,16,


CONCLUSION


La consigna del Ano Santo

81 Este es, hermanos e hijos, el grito que brota de nuestra alma, como un eco de la voz de nuestros hermanos reunidos en la III Asamblea General del Sinodo de los Obispos. Esta es la consigna que Nos queremos dar al final del Ano Santo, que nos ha permitido percibir mejor que nunca las necesidades y expectativas de una multitud de hermanos, cristianos o no, que esperan de la Iglesia la Palabra de salvacion.

Que la luz del Ano Santo, que ha brillado en las Iglesias particulares y en Roma para millones de conciencias reconciliadas con Dios, pueda difundirse igualmente después del Jubileo mediante un programa de acción pastoral, del que la evangelización es el aspecto fundamental, y se prolongue a lo largo de estos anos que preanuncian la vigilia de un nuevo siglo, y la vigilia del tercer milenio del cristianismo.



María, estrella de evangelizacion

82 Estos són los deseos que nos complacemos en depositar en las manos y en el corazón de la Santisima Virgen, la Inmaculada, en este dia especialmente dedicado a Ella y en el X aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. En la manana de Pentecostés, Ella presidio con su oración el comienzo de la evangelización bajo el influjo del Espiritu Santo. Sea Ella la estrella de la evangelización siempre renovada que la Iglesia, docil al mandato del Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos dificiles y llenos de esperanza.

En el nombre de Cristo os bendecimos a vosotros, a vuestras comúnidades, vuestras familias y vuestros seres queridos, haciendo nuestras las palabras de San Pablo a los Filipenses: "Siempre que me acuerdo de vosotros doy gracias a mi Dios; siempre, en todas mis oraciones, pidiendo con gozo por vosotros, a causa de vuestra comúnión en el Evangelio desde el primer dia hasta ahora. (...) os llevo en el corazon; y (...) en mi defensa y en la confirmación del Evangelio, sois todos vosotros participantes de mi gracia. Testigo me es Dios de cuanto os amo a todos en las entranas de Cristo Jesús" (135).

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santisima Virgen María, el dia 8 de diciembre del ano 1975, XIII de nuestro pontificado.


135.
Ph 1,3-4 Ph 1,7-8.



Evangelii nuntiandi ES 72