Jornada Paz 1979-2003 2219

Jesús, don de paz

2219
19. "Paz en la tierra a los hombres que Dios ama". En todo el mundo, en el contexto del Gran Jubileo, los cristianos están comprometidos a hacer solemne memoria de la Encarnación. Retomando el anuncio de los ángeles en Belén (cf.
Lc 2,14), ellos proclaman este acontecimiento con la conciencia de que Jesús "es nuestra paz" (Ep 2,14), es don de paz para todos los hombres. Sus primeras palabras a los discípulos después de la Resurrección fueron: "Paz a vosotros" (Jn 20,19.21.26). Él vino para unir lo que estaba dividido, para destruir el pecado y el odio, despertando en la humanidad la vocación a la unidad y a la fraternidad. Él es, por tanto, "el principio y el ejemplo de esta humanidad renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu de paz, a la que todos aspiran". (7)


(7) Vaticano II, .


2220
20. En este año jubilar, la Iglesia, en el recuerdo vivo de su Señor, quiere confirmar su propia vocación y misión a ser en Cristo "sacramento", es decir, signo e instrumento de paz en el mundo y para el mundo. Para ella, cumplir su misión evangelizadora es trabajar por la paz. "Así, la Iglesia, único rebaño de Dios, como signo levantado entre las naciones, comunicando el Evangelio de la paz a todo el género humano, peregrina en esperanza hacia la meta de la patria celeste". (8)

Por tanto, para los fieles católicos el compromiso de construir la paz y la justicia no es secundario, sino esencial, y ha de ser llevado a cabo con espíritu abierto hacia los hermanos de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, hacia los creyentes de otras religiones y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, con los que comparten el mismo anhelo de paz y de fraternidad.


(8) Vaticano II,
UR 2.


Comprometerse generosamente por la paz

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21. Es motivo de esperanza constatar cómo, a pesar de que hay múltiples y graves obstáculos, se siguen desarrollando día a día iniciativas y proyectos de paz, con la generosa colaboración de tantas personas. La paz es un edificio en continua construcción. A su edificación concurren:

- los padres que viven y dan testimonio de paz en sus familias educando a los hijos para la paz;

- los educadores que saben transmitir los auténticos valores presentes en todas las áreas del saber y en el patrimonio histórico y cultural de la humanidad;

- los hombres y mujeres del mundo del trabajo comprometidos en la lucha por la dignidad del trabajo ante las nuevas situaciones que a nivel internacional reclaman justicia y solidaridad;

- los gobernantes que tienen como objetivo de su acción política y la de sus países una firme y convencida determinación por la paz y la justicia;

- todos aquellos que trabajan en primera línea en Organismos Internacionales, a menudo con escasos medios, donde "trabajar por la paz" es una empresa arriesgada incluso para la propia integridad personal;

- los miembros de las Organizaciones No Gubernamentales que, con el estudio y la acción, se dedican a la prevención y resolución de conflictos en las más variadas situaciones y en diversas partes del mundo;

- los creyentes que, convencidos de que la auténtica fe nunca es fuente de guerra ni de violencia, promueven argumentos para la paz y el amor a través del diálogo ecuménico e interreligioso.


2222
22. Mi pensamiento se dirige particularmente a vosotros, queridos jóvenes, que experimentáis de un modo especial la bendición de la vida y tenéis el deber de no malgastarla. En las escuelas y universidades, en los ambientes de trabajo, en el tiempo libre y en el deporte, en todo lo que hacéis, dejaos guiar constantemente por este objetivo: la paz dentro y fuera de vosotros, la paz siempre, la paz con todos, la paz para todos.

A los jóvenes que desgraciadamente han conocido la trágica experiencia de la guerra y experimentan sentimientos de odio y resentimiento, os quiero hacer una súplica: haced lo posible por encontrar el camino de la reconciliación y el perdón. Es difícil, pero es el único modo que os permite mirar al futuro con esperanza para vosotros y vuestros hijos, para vuestros países y para la humanidad entera.

Tendré la oportunidad de reanudar este diálogo con vosotros, queridos jóvenes, cuando nos encontremos en Roma el próximo mes de agosto con motivo de la Jornada Jubilar dedicada a vosotros.

El Papa Juan XXIII en uno de sus últimos discursos se dirigió una vez más "a los hombres de buena voluntad" para invitarlos a comprometerse en un programa de paz fundado en el "evangelio de la obediencia a Dios, de la misericordia y del perdón" y añadía: "entonces, sin ninguna duda, la paloma luminosa de la paz recorrerá su camino, encendiendo el gozo y derramando la luz y la gracia en el corazón de los hombres sobre toda la superficie de la tierra, haciéndoles descubrir, más allá de toda frontera, rostros de hermanos, rostros de amigos". (9) ¡Que vosotros, jóvenes del 2000, podáis descubrir y hacer descubrir rostros de hermanos y rostros de amigos!

En este Año Jubilar, en el que la Iglesia se dedicará a la oración por la paz con especiales súplicas, nos dirigimos con filial devoción a la Madre de Jesús, invocándola como Reina de la paz, para que Ella nos conceda pródigamente los dones de su materna bondad y ayude al género humano a ser una sola familia, en la solidaridad y en la paz.


(9) Con ocasión de la entrega del Premio Balzán, el 10 de mayo de 1963: AAS 55 (1963), 445


Vaticano, 8 de diciembre de 1999





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2001 DIALOGO ENTRE LAS CULTURAS PARA UNA CIVILIZACIÓN DEL AMOR Y LA PAZ

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1. Al inicio de un nuevo milenio, se hace más viva la esperanza de que las relaciones entre los hombres se inspiren cada vez más en el ideal de una fraternidad verdaderamente universal. Sin compartir este ideal no podrá asegurarse de modo estable la paz. Muchos indicios llevan a pensar que esta convicción está emergiendo con mayor fuerza en la conciencia de la humanidad. El valor de la fraternidad está proclamado por las grandes " cartas " de los derechos humanos; ha sido puesto de manifiesto concretamente por grandes instituciones internacionales y, en particular, por la Organización de las Naciones Unidas; y es requerido, ahora más que nunca, por el proceso de globalización que une de modo creciente los destinos de la economía, de la cultura y de la sociedad. La misma reflexión de los creyentes, en la diversas religiones, tiende a subrayar cómo la relación con el único Dios, Padre común de todos los hombres, favorece el sentirse y vivir como hermanos. En la revelación de Dios en Cristo, este principio está expresado con extrema radicalidad: " Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor " (
1Jn 4,8).


2302
2. Al mismo tiempo, sin embargo, no se puede ocultar que las señales apenas evocadas han sido oscurecidas por vastas y densas sombras. La humanidad empieza esta nueva etapa de su historia con heridas todavía abiertas; está marcada en muchas regiones por duros y sangrientos conflictos; conoce la dificultad de una solidaridad más difícil en las relaciones entre los hombres de diferentes culturas y civilizaciones, cada vez más cercanas e interactivas sobre los mismos territorios. Todos conocen cuán difícil es conciliar las razones de los contendientes cuando los ánimos están encendidos y exasperados a causa de antiguos odios y de graves problemas que dificultan el encontrar solución. Pero no menos peligrosa para el futuro de la paz sería la incapacidad de afrontar con sabiduría los problemas suscitados por la nueva organización que la humanidad, en muchos Países, va asumiendo debido a la aceleración de los procesos migratorios y de la convivencia nueva que surge entre personas de diversas culturas y civilizaciones.


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3. Por eso, me ha parecido urgente invitar a los creyentes en Cristo, y con ellos a todos los hombres de buena voluntad, a reflexionar sobre el diálogo entre las diferentes culturas y tradiciones de los pueblos, indicando así el camino necesario para la construcción de un mundo reconciliado, capaz de mirar con serenidad al propio futuro. Se trata de un tema decisivo para las perspectivas de la paz. Me complace que también la Organización de las Naciones Unidas haya acogido y propuesto esta urgencia, declarando el año 2001 " Año internacional del diálogo entre las civilizaciones".

Naturalmente no pienso que, sobre un problema como éste, se puedan ofrecer soluciones fáciles, de inmediata aplicación. Es complicado el mero análisis de la situación, que evoluciona continuamente, ya que escapa a esquemas prefijados. A esto hay que añadir la dificultad de conjugar principios y valores que, siendo incluso idealmente compatibles, pueden manifestar concretamente elementos de tensión que no facilitan la síntesis. Está además, en la base, la dificultad que deriva del compromiso ético de cada ser humano llevado a enfrentarse con el propio egoísmo y los propios límites.

Pero precisamente por esto considero útil una reflexión común sobre esta problemática. Para este objetivo me limito aquí a ofrecer algunos principios orientadores en la escucha de lo que el Espíritu de Dios dice a las Iglesias (cf.
Ap 2,7) y a toda la humanidad en este decisivo período de su historia.


El hombre y sus diferentes culturas

2304
4. Considerando todas las vicisitudes de la humanidad, uno se queda asombrado frente a las manifestaciones complejas y varias de las culturas humanas Cada una de ellas se diferencia de las otras por su específico itinerario histórico y por los consiguientes rasgos característicos que la hacen única, original y orgánica en su propia estructura. La cultura es expresión cualificada del hombre y de sus vicisitudes históricas, tanto a nivel individual como colectivo. En efecto, la inteligencia y la voluntad le mueven incesantemente a " cultivar los bienes y los valores de la naturaleza", (1) plasmando en unas síntesis culturales cada vez más altas y sistemáticas los conocimientos fundamentales que se refieren a todos los aspectos de la vida y, en particular, los que atañen a su convivencia social y política, a la seguridad y al desarrollo económico, a la elaboración de los valores y significados existenciales, sobre todo de naturaleza religiosa, que permiten a su situación individual y comunitaria desarrollarse según modalidades auténticamente humanas. (2)


(1) Cf. Vaticano II,
GS 53.

(2) Cf. Juan Pablo II, Discurso a las Naciones Unidas, 15 de octubre de 1995.


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5. Las culturas se caracterizan siempre por algunos elementos estables y duraderos y por otros dinámicos y contingentes. En un primer momento, la consideración de una cultura ofrece sobre todo los aspectos característicos que la diferencian de la cultura del observador, asegurándole un carácter típico en el cual convergen elementos de la más diversa naturaleza. En la mayor parte de los casos las culturas se desarrollan sobre territorios concretos, cuyos elementos geográficos, históricos y étnicos se entrelazan de modo original e irrepetible. Este "carácter típico" de cada cultura se refleja, de modo más o menos relevante, en las personas que la tienen, en un dinamismo continuo de influjos en cada uno de los sujetos humanos y de las aportaciones que éstos, según su capacidad y su genio, dan a la propia cultura. En cualquier caso, ser hombre significa necesariamente existir en una determinada cultura. Cada persona está marcada por la cultura que respira a través de la familia y los grupos humanos con los que entra en contacto, por medio de los procesos educativos y las influencias ambientales más diversas y de la misma relación fundamental que tiene con el territorio en el que vive. En todo esto no hay ningún determinismo, sino una constante dialéctica entre la fuerza de los condicionamientos y el dinamismo de la libertad.


Formación humana y pertenencia cultural

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6. La acogida de la propia cultura como elemento configurador de la personalidad, especialmente en la primera fase del crecimiento, es un dato de experiencia universal, cuya importancia no se debe infravalorar. Sin este enraizamiento en un humus definido, la persona misma correría el riesgo de verse expuesta, en edad aún temprana, a un exceso de estímulos contrastantes que no ayudarían el desarrollo sereno y equilibrado. Sobre la base de esta relación fundamental con los propios "orígenes" -a nivel familiar, pero también territorial, social y cultural- es donde se desarrolla en las personas el sentido de la "patria", y la cultura tiende a asumir, unas veces más y otras menos, una configuración " nacional". El mismo Hijo de Dios, haciéndose hombre, recibió, con una familia humana, también una "patria". Él es para siempre Jesús de Nazaret, el Nazareno (cf.
Mc 10,47 Lc 18,37 Jn 1,45 Jn 19,19). Se trata de un proceso natural en el cual las instancias sociológicas y psicológicas actúan entre sí, con efectos normalmente positivos y constructivos. El amor patriótico es, por eso, un valor a cultivar, pero sin restricciones de espíritu, amando juntos a toda la familia humana (3) y evitando las manifestaciones patológicas que se dan cuando el sentido de pertenencia asume tonos de autoexaltación y de exclusión de la diversidad, desarrollándose en formas nacionalistas, racistas y xenófobas.


(3) Cf. Vaticano II, GS 75.


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7. Si por esto es importante, por un lado, saber apreciar los valores de la propia cultura, por otro es preciso tomar conciencia de que cada cultura, siendo un producto típicamente humano e históricamente condicionado, también implica necesariamente unos límites. Para que el sentido de pertenencia cultural no se transforme en cerrazón, un antídoto eficaz es el conocimiento sereno, no condicionado por prejuicios negativos, de las otras culturas. Por lo demás, en un análisis atento y riguroso, frecuentemente las culturas muestran, por encima de sus manifestaciones más externas, elementos comunes significativos. Esto se puede ver también en la sucesión histórica de culturas y civilizaciones. La Iglesia, mirando a Cristo, que revela el hombre al hombre, (4) y apoyada en la experiencia alcanzada en dos mil años de historia, está convencida de que "por encima de todos los cambios, hay muchas cosas que no cambian". (5) Esta continuidad está basada en características esenciales y universales del proyecto de Dios sobre el hombre.

Las diferencias culturales han de ser comprendidas desde la perspectiva fundamental de la unidad del género humano, dato histórico y ontológico primario, a la luz del cual es posible entender el significado profundo de las mismas diferencias. En realidad, sólo la visión de conjunto tanto de los elementos de unidad como de las diferencias hace posible la comprensión y la interpretación de la verdad plena de toda cultura humana. (6)


(4) Cf.
GS 22.

(5) GS 10.

(6) Cf. Juan Pablo II, Discurso a la UNESCO, 2 de junio de 1980, 6.


Diversidad de culturas y respeto recíproco

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8. En el pasado las diferencias entre las culturas han sido a menudo fuente de incomprensiones entre los pueblos y motivo de conflictos y guerras. Pero todavía hoy, por desgracia, en diversas partes del mundo constatamos, con creciente aprensión, la polémica consolidación de algunas identidades culturales contra otras culturas. Este fenómeno puede, a largo plazo, desembocar en tensiones y choques funestos, y por lo menos hace difícil la condición de algunas minorías étnicas y culturales, que viven en un contexto de mayorías culturalmente diversas, propensas a actitudes y comportamientos hostiles y racistas.

Ante esta situación, todo hombre de buena voluntad debe interrogarse sobre las orientaciones éticas fundamentales que caracterizan la experiencia cultural de una determinada comunidad. En efecto, las culturas, igual que el hombre que es su autor, están marcadas por el " misterio de iniquidad " que actúa en la historia humana (cf.
2Th 2,7) y tienen también necesidad de purificación y salvación. La autenticidad de cada cultura humana, el valor del ethos que lleva consigo, o sea, la solidez de su orientación moral, se pueden medir de alguna manera por su razón de ser en favor del hombre y en la promoción de su dignidad a cualquier nivel y en cualquier contexto.


2309
9. Si tan preocupante es la radicalización de las identidades culturales que se vuelven impermeables a cualquier influjo externo beneficioso, no es menos arriesgada la servil aceptación de las culturas, o de algunos de sus importantes aspectos, como modelos culturales del mundo occidental que, ya desconectados de su ambiente cristiano, se inspiran en una concepción secularizada y prácticamente atea de la vida y en formas de individualismo radical. Se trata de un fenómeno de vastas proporciones, sostenido por poderosas campañas de los medios de comunicación social, que tienden a proponer estilos de vida, proyectos sociales y económicos y, en definitiva, una visión general de la realidad, que erosiona internamente organizaciones culturales distintas y civilizaciones nobilísimas. Por su destacado carácter científico y técnico, los modelos culturales de Occidente son fascinantes y atrayentes, pero muestran, por desgracia y siempre con mayor evidencia, un progresivo empobrecimiento humanístico, espiritual y moral. La cultura que los produce está marcada por la dramática pretensión de querer realizar el bien del hombre prescindiendo de Dios, supremo Bien. Pero " sin el Creador -ha advertido el Concilio Vaticano II- la criatura se diluye". (7) Una cultura que rechaza referirse a Dios pierde la propia alma y se desorienta transformándose en una cultura de muerte, como atestiguan los trágicos acontecimientos del siglo XX y como demuestran los efectos nihilistas actualmente presentes en importantes ámbitos del mundo occidental.


(7)
GS 36.


Diálogo entre las culturas

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10. De manera análoga a lo que sucede en la persona, que se realiza a través de la apertura acogedora al otro y la generosa donación de sí misma, las culturas, elaboradas por los hombres y al servicio de los hombres, se modelan también con los dinamismos típicos del diálogo y de la comunión, sobre la base de la originaria y fundamental unidad de la familia humana, salida de las manos de Dios, que "creó, de un solo principio todo el linaje humano" (
Ac 17,26).

Desde este punto de vista, el diálogo entre las culturas, tema del presente Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, surge como una exigencia intrínseca de la naturaleza misma del hombre y de la cultura. Como expresiones históricas diversas y geniales de la unidad originaria de la familia humana, las culturas encuentran en el diálogo la salvaguardia de su carácter peculiar y de la recíproca comprensión y comunión. El concepto de comunión, que en la revelación cristiana tiene su origen y modelo sublime en Dios uno y trino (cf. Jn 17,11.21), no supone un anularse en la uniformidad o una forzada homologación o asimilación; es más bien expresión de la convergencia de una multiforme variedad, y por ello se convierte en signo de riqueza y promesa de desarrollo.

El diálogo lleva a reconocer la riqueza de la diversidad y dispone los ánimos a la recíproca aceptación, en la perspectiva de una auténtica colaboración, que responde a la originaria vocación a la unidad de toda la familia humana. Como tal, el diálogo es un instrumento eminente para realizar la civilización del amor y de la paz, que mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, indicó como el ideal en el que había que inspirar la vida cultural, social, política y económica de nuestro tiempo. Al inicio del tercer milenio es urgente proponer de nuevo la vía del diálogo a un mundo marcado por tantos conflictos y violencias, desalentado a veces e incapaz de escrutar los horizontes de la esperanza y de la paz.


Potencialidades y riesgos de la comunicación global

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11. El diálogo entre las culturas se ve hoy particularmente necesario si se considera el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación en la vida de las personas y de los pueblos. Vivimos en la era de la comunicación global, que está plasmando la sociedad según nuevos modelos culturales, más o menos extraños a los modelos del pasado. La información precisa y actualizada es, al menos en línea de principio, prácticamente accesible a todos, en cualquier parte del mundo.

El libre aluvión de imágenes y palabras a escala mundial está transformando no sólo las relaciones entre los pueblos a nivel político y económico, sino también la misma comprensión del mundo. Este fenómeno ofrece múltiples potencialidades en otro tiempo impensables, pero presenta también algunos aspectos negativos y peligrosos. El hecho de que un número reducido de Países detente el monopolio de las "industrias" culturales, distribuyendo sus productos en cualquier lugar de la tierra a un público cada vez mayor, puede ser un potente factor de erosión de las características culturales. Son productos que contienen y transmiten sistemas implícitos de valor y por tanto pueden provocar en los receptores unos efectos de expropiación y pérdida de identidad.


Desafío de las migraciones

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12. El estilo y la cultura del diálogo son particularmente significativos respecto a la compleja problemática de las migraciones, importante fenómeno social de nuestro tiempo. El éxodo de grandes masas de una región a otra del planeta, que es a menudo una dramática odisea humana para quienes se ven implicados, tiene como consecuencia la mezcla de tradiciones y costumbres diferentes, con notables repercusiones en los Países de origen y en los de llegada. La acogida reservada a los migrantes por parte de los Países que los reciben y su capacidad de integrarse en el nuevo ambiente humano representan otras tantas medidas para valorar la calidad del diálogo entre las diferentes culturas.

En realidad, sobre el tema de la integración cultural, tan debatido actualmente, no es fácil encontrar organizaciones y ordenamientos que garanticen, de manera equilibrada y ecuánime, los derechos y deberes, tanto de quien acoge como de quien es acogido. Históricamente, los procesos migratorios han tenido lugar de maneras muy distintas y con resultados diversos. Son muchas las civilizaciones que se han desarrollado y enriquecido precisamente por las aportaciones de la inmigración. En otros casos, las diferencias culturales de autóctonos e inmigrados no se han integrado, sino que han mostrado la capacidad de convivir, a través del respeto recíproco de las personas y de la aceptación o tolerancia de las diferentes costumbres. Lamentablemente perduran también situaciones en las que las dificultades de encuentro entre las diversas culturas no se han solucionado nunca y las tensiones han sido causa de conflictos periódicos.


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13. En una materia tan compleja, no hay fórmulas "mágicas"; no obstante, es preciso indicar algunos principios éticos de fondo a los que hacer referencia. Como primero entre todos se ha recordar el principio según el cual los emigrantes han de ser tratados siempre con el respeto debido a la dignidad de toda persona humana. A este principio ha de supeditarse incluso la debida consideración al bien común cuando se trata de regular los flujos inmigratorios. Se trata, pues, de conjugar la acogida que se debe a todos los seres humanos, en especial si son indigentes, con la consideración sobre las condiciones indispensables para una vida decorosa y pacífica, tanto para los habitantes originarios como para los nuevos llegados. Por lo que se refiere a las características culturales que los emigrantes llevan consigo, han de ser respetadas y acogidas, en la medida en que no se contraponen a los valores éticos universales, ínsitos en la ley natural, y a los derechos humanos fundamentales.


Respeto de las culturas y "fisonomía cultural" del territorio

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14. Más difícil es determinar hasta dónde llega el derecho de los emigrantes al reconocimiento jurídico público de sus manifestaciones culturales específicas, cuando éstas no se acomodan fácilmente a las costumbres de la mayoría de los ciudadanos. La solución de este problema, en el marco de una sustancial apertura, está vinculada a la valoración concreta del bien común en un determinado momento histórico y en una situación territorial y social concreta. Mucho depende de que arraigue en todos una cultura de la acogida que, sin caer en la indiferencia sobre los valores, sepa conjugar las razones en favor de la identidad y del diálogo.

Por otro lado, como he indicado antes, se ha de valorar la importancia que tiene la cultura característica de un territorio para el crecimiento equilibrado de los que pertenecen a él por nacimiento, especialmente en sus fases evolutivas más delicadas. Desde este punto de vista, puede considerarse plausible una orientación que tienda a garantizar en un determinado territorio un cierto "equilibrio cultural", en correspondencia con la cultura predominante que lo ha caracterizado; un equilibrio que, aunque siempre abierto a las minorías y al respeto de sus derechos fundamentales, permita la permanencia y el desarrollo de una determinada "fisonomía cultural", o sea, del patrimonio fundamental de lengua, tradiciones y valores que generalmente se asocian a la experiencia de la nación y al sentido de la "patria".


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15. Es evidente que esta exigencia de "equilibrio", respecto a la "fisonomía cultural" de un territorio, no se puede lograr satisfactoriamente sólo con instrumentos legislativos, puesto que éstos carecerían de eficacia si no estuvieran fundados en el ethos de la población y, sobre todo, estarían destinados a cambiar naturalmente, cuando una cultura perdiera de hecho su capacidad de animar un pueblo y un territorio, convirtiéndose en una simple herencia guardada en museos o monumentos artísticos y literarios.

En realidad, una cultura, en la medida en que es realmente vital, no tiene motivos para temer ser dominada, de igual manera que ninguna ley podrá mantenerla viva si ha muerto en el alma de un pueblo. Por lo demás, en el plano del diálogo entre las culturas, no se puede impedir a uno que proponga a otro los valores en que cree, con tal de que se haga de manera respetuosa de la libertad y de la conciencia de las personas. "La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas". (8)


(8) Vaticano II,
DH 1.


Conciencia de los valores comunes

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16. El diálogo entre las culturas, instrumento privilegiado para construir la civilización del amor, se apoya en la certeza de que hay valores comunes a todas las culturas, porque están arraigados en la naturaleza de la persona. En tales valores la humanidad expresa sus rasgos más auténticos e importantes. Hace falta cultivar en las almas la conciencia de estos valores, dejando de lado prejuicios ideológicos y egoísmos partidarios, para alimentar ese humus cultural, universal por naturaleza, que hace posible el desarrollo fecundo de un diálogo constructivo. También las diferentes religiones pueden y deben dar una contribución decisiva en este sentido. La experiencia que he tenido tantas veces en el encuentro con representantes de otras religiones -recuerdo en particular el encuentro de Asís de 1986 y el de la plaza San Pedro de 1999- me confirma en la confianza de que la recíproca apertura de los seguidores de las diversas religiones puede aportar muchos beneficios para la causa de la paz y del bien común de la humanidad.


El valor de la solidaridad

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17. Ante las crecientes desigualdades existentes en el mundo, el primer valor que se debe promover y difundir cada vez más en las conciencias es ciertamente el de la solidaridad. Toda sociedad se apoya sobre la base del vínculo originario de las personas entre sí, conformado por ámbitos relacionales cada vez más amplios -desde la familia y los demás grupos sociales intermedios- hasta los de la sociedad civil entera y de la comunidad estatal. A su vez, los Estados no pueden prescindir de entrar en relación unos con otros. La actual situación de interdependencia planetaria ayuda a percibir mejor el destino común de toda la familia humana, favoreciendo en toda persona reflexiva el aprecio por la virtud de la solidaridad.

A este respecto, sin embargo, se debe notar que la progresiva interdependencia ha contribuido a poner al descubierto múltiples desigualdades, como el desequilibrio entre Países ricos y Países pobres; la distancia social, dentro de cada País, entre quien vive en la opulencia y quien ve ofendida su dignidad, porque le falta incluso lo necesario; el deterioro ambiental y humano, provocado y acelerado por el empleo irresponsable de los recursos naturales. Tales desigualdades y diferencias sociales han ido aumentando en algunos casos, hasta llevar a los Países más pobres hacia una deriva imparable.

Una auténtica cultura de la solidaridad ha de tener, pues, como principal objetivo la promoción de la justicia. No se trata sólo de dar lo superfluo a quien está necesitado, sino de " ayudar a pueblos enteros -que están excluidos o marginados- a que entren en el círculo del desarrollo económico y humano. Esto será posible no sólo utilizando lo superfluo que nuestro mundo produce en abundancia, sino cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad". (9)


(9) Juan Pablo II,
CA 58.


El valor de la paz

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18. La cultura de la solidaridad está estrechamente unida al valor de la paz, objetivo primordial de toda sociedad y de la convivencia nacional e internacional. Sin embargo, en el camino hacia un mejor acuerdo entre los pueblos son aún numerosos los desafíos que debe afrontar el mundo y que ponen a todos ante opciones inderogables. El preocupante aumento de los armamentos, mientras no acaba de consolidarse el compromiso por la no proliferación de las armas nucleares, tiene el riesgo de alimentar y difundir una cultura de la competencia y la conflictualidad, que no implica solamente a los Estados, sino también a entidades no institucionales, como grupos paramilitares y organizaciones terroristas.

El mundo sigue sufriendo aún las consecuencias de guerras pasadas y presentes, las tragedias provocadas por el uso de minas antipersonales y por el recurso a las horribles armas químicas y biológicas. J Y cómo olvidar el riesgo permanente de conflictos entre las naciones, de guerras civiles dentro de algunos Estados y de una violencia extendida, que las organizaciones internacionales y los gobiernos nacionales se ven casi impotentes para afrontar? Ante tales amenazas, todos tienen que sentir el deber moral de adoptar medidas concretas y apropiadas para promover la causa de la paz y la comprensión entre los hombres.


El valor de la vida

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19. Un auténtico diálogo entre las culturas, además del sentimiento del mutuo respeto, no puede más que alimentar una viva sensibilidad por el valor de la vida. La vida humana no puede ser considerada como un objeto del cual disponer arbitrariamente, sino como la realidad más sagrada e intangible que está presente en el escenario del mundo. No puede haber paz cuando falta la defensa de este bien fundamental. No se puede invocar la paz y despreciar la vida. Nuestro tiempo es testigo de excelentes ejemplos de generosidad y entrega al servicio de la vida, pero también del triste escenario de millones de hombres entregados a la crueldad o a la indiferencia de un destino doloroso y brutal. Se trata de una trágica espiral de muerte que abarca homicidios, suicidios, abortos, eutanasia, como también mutilaciones, torturas físicas y psicológicas, formas de coacción injusta, encarcelamiento arbitrario, recurso absolutamente innecesario a la pena de muerte, deportaciones, esclavitud, prostitución, compra-venta de mujeres y niños. A esta relación se han de añadir prácticas irresponsables de ingeniería genética, como la clonación y la utilización de embriones humanos para la investigación, las cuales se quiere justificar con una ilegítima referencia a la libertad, al progreso de la cultura y a la promoción del desarrollo humano. Cuando los sujetos más frágiles e indefensos de la sociedad sufren tales atrocidades, la misma noción de familia humana, basada en los valores de la persona, de la confianza y del mutuo respeto y ayuda, es gravemente cercenada. Una civilización basada en el amor y la paz debe oponerse a estos experimentos indignos del hombre.



Jornada Paz 1979-2003 2219