
Audiencias 1979 27
1. “¡Proclamad el ayuno!” (Jl 1,14). Son las palabras que escuchamos en la primera lectura del miércoles de ceniza. Las escribió el Profeta Joel, y la Iglesia, en conformidad con ellas, establece la práctica de la Cuaresma, disponiendo el ayuno. Hoy la práctica de la Cuaresma, determinada por Pablo VI en la Constitución Poenitemini, está notablemente mitigada respecto a la de tiempos pasados. En esta materia el Papa dejó mucho a la decisión de las Conferencias Episcopales de cada país, a las que corresponde, por tanto, el deber de adaptar las exigencias del ayuno según las circunstancias en que se encuentran las sociedades respectivas. Pero él recordó que la esencia de la penitencia cuaresmal está constituida no sólo por el ayuno, sino también por la oración y la limosna (obras de misericordia). Es preciso, pues, decidir, según las circunstancias, en qué puede ser “sustituido” el mismo ayuno por obras de misericordia y por la oración. El fin de este período particular en la vida de la Iglesia es siempre y en todas partes la penitencia, es decir, la conversión a Dios. En efecto, la penitencia, entendida como conversión, esto es, metánoia, forma un conjunto que la tradición del Pueblo de Dios ya en la Antigua Alianza y después el mismo Cristo han vinculado, en cierto modo, a la oración, a la limosna y al ayuno.
¿Por qué al ayuno?
En este momento quizá nos vienen a la mente las palabras con que Jesús respondió a los discípulos de Juan Bautista, cuando le preguntaban: “¿Cómo es que tus discípulos no ayunan?”. Jesús les contestó: “¿Por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está el novio con ellos? Pero vendrán días en que les será arrebatado el esposo, y entonces ayunarán” (Mt 9,15). De hecho, el tiempo de Cuaresma nos recuerda que el esposo nos ha sido arrebatado. Arrebatado, arrestado, encarcelado, abofeteado, flagelado, coronado de espinas, crucificado... El ayuno en el tiempo de Cuaresma es la expresión de nuestra solidaridad con Cristo. Tal ha sido el significado de la Cuaresma a través de los siglos y así permanece hoy.
“Mi amor está crucificado y no existe en mí más el fuego que desea las cosas materiales”, como escribía el obispo de Antioquía, Ignacio, en la Carta a los romanos (Ign. Antioq. Ad Romanos, VII, 2).
2. ¿Por qué el ayuno?
Es necesario dar una respuesta más amplia y profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la “metánoia”, esto es, esa transformación espiritual que acerca el hombre a Dios. Trataremos, pues, de concentrarnos no sólo en la práctica de la abstinencia de comida o bebida —efectivamente, esto significa “el ayuno” en el sentido corriente—, sino en el significado más profundo de esta práctica que, por lo demás, puede y debe a veces ser “sustituida” por otras. La comida y la bebida son indispensables al hombre para vivir, se sirve y debe servirse de ellas; sin embargo, no le es lícito abusar de ellas de ninguna forma. El abstenerse, según la tradición, de la comida o bebida, tiene como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir “actitud consumística”. Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización, y en particular de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El hombre orientado hacia los bienes materiales, múltiples bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. Cuando el hombre se orienta exclusivamente hacia la posesión y el uso de los bienes materiales, es decir, de las cosas, también entonces toda la civilización se mide según la cantidad y calidad de las cosas que están en condición de proveer al hombre, y no se mide con el metro adecuado al hombre. Esta civilización, en efecto, suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más... para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicidad de sensaciones cada vez mayor.
A veces se oye decir que el aumento excesivo de los medios audiovisuales en los países ricos no favorece siempre el desarrollo de la inteligencia, particularmente en los niños; al contrario, tal vez contribuye a frenar su desarrollo. El niño vive sólo de sensaciones, busca sensaciones siempre nuevas... Y así llega a ser, sin darse cuenta de ello, esclavo de esta pasión de hoy. Saciándose de sensaciones, queda con frecuencia intelectualmente pasivo; el entendimiento no se abre a la búsqueda de la verdad; la voluntad queda atada por la costumbre a la que no sabe oponerse.
De esto resulta que el hombre contemporáneo debe ayunar, es decir, abstenerse no sólo de la comida o bebida, sino de otros muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse, renunciar a algo.
3. ¿Por qué renunciar a algo? ¿Por qué privarse de ello? Ya hemos respondido en parte a esta cuestión. Sin embargo, la respuesta no será completa si no nos damos cuenta de que el hombre es él mismo también porque logra privarse de algo, porque es capaz de decirse a sí mismo: “no”. El hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma. Algunos escritores contemporáneos presentan esta estructura compuesta del hombre bajo la forma de estratos; hablan, por ejemplo, de estratos exteriores en la superficie de nuestra personalidad, contraponiéndolos a los estratos en profundidad. Nuestra vida parece estar dividida en tales estratos y se desarrolla a través de ellos. Mientras los estratos superficiales están ligados a nuestra sensualidad, los estratos profundos, en cambio, son expresión de la espiritualidad del hombre, es decir, de la voluntad consciente, de la reflexión, de la conciencia, de la capacidad de vivir los valores superiores.
28 Esta imagen de la estructura de la personalidad humana puede servir para comprender el significado para el hombre del ayuno. No se trata aquí solamente del significado religioso, sino de un significado que se expresa a través de la así llamada “organización” del hombre como sujeto-persona. El hombre se desarrolla normalmente cuando los estratos más profundos de su personalidad encuentran una expresión suficiente, cuando el ámbito de sus intereses y de sus aspiraciones no se limita sólo a los estratos exteriores y superficiales, unidos a la sensualidad humana. Para favorecer tal desarrollo, debemos a veces desprendernos conscientemente de lo que sirve para satisfacer la sensualidad, es decir de los estratos exteriores superficiales. Debemos, pues, renunciar a todo lo que los “alimenta”.
He aquí brevemente la interpretación del ayuno hoy día.
La renuncia a las sensaciones, a los estímulos, a los placeres y también a la comida y bebida, no es un fin en sí misma. Debe ser, por así decirlo, allanar el camino para contenidos más profundos de los que “se alimenta” el hombre interior. Tal renuncia, tal mortificación debe servir para crear en el hombre las condiciones en orden a vivir los valores superiores, de los que está “hambriento” a su modo.
He aquí el significado “pleno” del ayuno en el lenguaje de hoy. Sin embargo, cuando leemos a los autores cristianos de la antigüedad o a los Padres de la Iglesia, encontramos en ellos la misma verdad, expresada frecuentemente con lenguaje tan “actual” que nos sorprende. Por ejemplo, dice San Pedro Crisólogo: “El ayuno es paz para el cuerpo, fuerza de las mentes, vigor de las almas” (Sermo VII: de ieiunio, 3), y más aún: “El ayuno es el timón de la vida humana y rige toda la nave de nuestro cuerpo” (Sermo VII: de ieiunio, 1). Y San Ambrosio responde así a las objeciones eventuales contra el ayuno: “La carne, por su condición mortal, tiene algunas concupiscencias propias: en sus relaciones con ella te está permitido el derecho de freno. Tu carne te está sometida (...): no seguir las solicitaciones de la carne hasta las cosas ilícitas, sino frenarlas un poco también por lo que respecta a las lícitas. En efecto, el que no se abstiene de ninguna cosa lícita, está muy cercano a las ilícitas” (Sermo de utilitate ieiunii III. V. VI). Incluso escritores que no pertenecen al cristianismo declaran la misma verdad. Esta verdad es de valor universal. Forma parte de la sabiduría universal de la vida.
4. Ahora ciertamente es más fácil para nosotros comprender por qué Cristo Señor y la Iglesia unen la llamada al ayuno con la penitencia, es decir, con la conversión. Para convertirnos a Dios es necesario descubrir en nosotros mismos lo que nos vuelve sensibles a cuanto pertenece a Dios, por lo tanto: los contenidos espirituales, los valores superiores que hablan a nuestro entendimiento, a nuestra conciencia, a nuestro “corazón” (según el lenguaje bíblico). Para abrirse a estos contenidos espirituales, a estos valores, es necesario desprenderse de cuanto sirve sólo al consumo, a la satisfacción de los sentidos. En la apertura de nuestra personalidad humana a Dios, el ayuno —entendido tanto en el modo “tradicional” como en el “actual”—, debe ir junto con la oración, porque ella nos dirige directamente hacia Él.
Por otra parte, el ayuno, esto es, la mortificación de los sentidos, el dominio del cuerpo, confieren a la oración una eficacia mayor, que el hombre descubre en sí mismo. Efectivamente, descubre que es “diverso”, que es más “dueño de sí mismo”, que ha llegado a ser interiormente libre. Y se da cuenta de ello en cuanto la conversión y el encuentro con Dios, a través de la oración, fructifican en él.
Resulta claro de estas reflexiones nuestras de hoy que el ayuno no es sólo el “residuo” de una práctica religiosa de los siglos pasados, sino que es también indispensable al hombre de hoy, a los cristianos de nuestro tiempo. Es necesario reflexionar profundamente sobre este tema, precisamente durante el tiempo de Cuaresma.
Saludos
Hermanos queridísimos:
Me siento realmente feliz al encontrarme con esta grandísima multitud de adolescentes y muchachos que proceden de distintos centros educativos de Italia. Sabéis lo mucho que el Papa cuenta con vosotros, que constituís la espera y la esperanza de la sociedad y de la Iglesia.
A todos mi saludo afectuoso y cordial; lo hago extensivo a vuestros profesores y padres, que tantos sacrificios hacen por vuestra formación cultural, humana y cristiana.
29 Deseo recomendaros vivamente que os preparéis ya desde ahora con el estudio serio a las tareas que deberéis asumir dentro de no muchos años, para prestar vuestra aportación personal a la construcción de una sociedad fundada en la justicia, la libertad y la solidaridad. Sois cristianos, o sea, seguidores de Jesús, le amáis. queráis ser siempre fieles amigos suyos, aceptáis con alegría su doctrina, que a veces exige renuncias. Pues bien, comprometeos a trabajar con entusiasmo entre vuestros condiscípulos y amigos del colegio, para que el mensaje de Cristo penetre profundamente en vuestras conciencias.
Que vivamos todos en actitud de penitencia y sacrificio el período cuaresmal en el que la liturgia de la Iglesia presenta los grandes misterios de la salvación para que reflexionemos sobre ellos: y así nos preparemos dignamente al encuentro pascual con Cristo. Que os impulse siempre el altísimo ideal proclamado por Jesús: "Este es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15,12 ss.).
Con estos desalas os bendigo de corazón.
* * *
(A los recién casados)
Una palabra y una felicitación a los recién casados. Queridísimos: Defended con gran ahínco vuestro amor y acordaos de que Cristo está junto a vosotros para hacer indisoluble el vínculo que os une y para ayudaros a dar en el mundo de hoy testimonio del concepto cristiano de la familia. Al bendeciros de corazón, pido al Señor que os acompañe con su ayuda y su gracia a lo largo del camino de la vida que habéis decidido recorrer juntos.
(A los enfermos)
Al grupo de enfermos de la UNITALSI de Florencia, a todos los enfermos aquí presentes y a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu, con particular intensidad de sentimiento deseo dirigir mi saludo cordial y mi promesa de recordarlos en la oración. Queridísimos enfermos: El sufrimiento es un gran misterio, pero con la gracia de Jesucristo se transforma en camino seguro hacia la felicidad eterna. Pues el dolor es medio muy apto para llegar a ser amigos cada vez más íntimos de Jesús, que quiere ser luz y consuelo de nuestra existencia. Os acompañe mi bendición.
1. “Arrepentíos y dad limosna” (cf. Mc 1,15 y Lc 12,33).
30 La palabra “limosna” no la oímos hoy con gusto. Notamos en ella algo humillante. Esta palabra parece suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiado con reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en el horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre todo en el ámbito de las relaciones entre los hombres. Encontramos la misma convicción en los textos de los Profetas del Antiguo Testamento, a quienes recurre frecuentemente la liturgia en el tiempo de Cuaresma. Los Profetas consideran este problema a nivel religioso: no hay verdadera conversión a Dios, no puede existir “religión” auténtica sin reparar las injurias e injusticias en las relaciones entre los hombres, en la vida social. Sin embargo, en tal contexto los Profetas exhortan a la limosna.
Y tampoco emplean la palabra “limosna”, que, por lo demás, en hebreo es “sadaqah”, es decir, precisamente “justicia”. Piden ayuda para quienes sufren injusticia y para los necesitados: no tanto en virtud de la misericordia, cuanto sobre todo en virtud del deber de la caridad operante.
“¿Sabéis qué ayuno quiero yo?: romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces opresores, dejar libres a los oprimidos, y quebrantar todo yugo; partir el pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante el hermano” (Is 58,6-7).
La palabra griega “eleemosyne” se encuentra en los libros tardíos de la Biblia, y la práctica de la limosna es una comprobación de auténtica religiosidad. Jesús hace de la limosna una condición del acercamiento a su reino (cf. Lc 12,32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc 10,21 y paral.). Por otra parte, cuando Judas —frente a la mujer que ungía los pies de Jesús— pronunció la frase: “¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?” (Jn 12,5), Cristo defiende a la mujer respondiendo: “Pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre” (Jn 12,8). Una y otra frase ofrecen motivo de gran reflexión.
2. ¿Qué significa la palabra “limosna”?
La palabra griega “eleemosyne” proviene de “éleos”, que quiere decir compasión y misericordia, inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas: en francés: “aumône”; en español: “limosna”; en portugués: “esmola”; en alemán: “Almosen”; en inglés: “Alms”.
Incluso la expresión polaca “ jalmuzna” es la transformación de la palabra griega.
Debemos distinguir aquí el significado objetivo de este término, del significado que le damos en nuestra conciencia social. Como resulta de lo que ya hemos dicho antes, atribuimos frecuentemente al término “limosna”, en nuestra conciencia social, un significado negativo. Son diversas las circunstancias que han contribuido a ello y que contribuyen incluso hoy. En cambio, la “limosna” en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ella, como “el hacer participar a los otros de los propios bienes”, no suscita en absoluto semejante asociación negativa. Podemos no estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Podemos no aprobar la sociedad, el sistema social, en el que haya necesidad de limosna. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar respeto.
Vemos cuán necesario es liberarse del influjo de las varias circunstancias accidentales para entender las expresiones verbales: circunstancias con frecuencia impropias, que pesan sobre su significado corriente. Estas circunstancias, por lo demás, a veces son positivas en sí mismas (por ejemplo, en nuestro caso: la aspiración a una sociedad justa en la que no haya necesidad de limosna, porque reine en ella la justa distribución de bienes).
Cuando el Señor Jesús habla de limosna, cuando pide practicarla, lo hace siempre en el sentido de ayudar a quien tiene necesidad de ello, de compartir los propios bienes con los necesitados, es decir, en el sentido simple y esencial que no nos permite dudar del valor del acto denominado con el término “limosna”, al contrario, nos apremia a aprobarlo: como acto bueno, como expresión de amor al prójimo y como acto salvífico.
Además, en un momento de particular importancia, Cristo pronuncia estas palabras significativas: “Pobres siempre los tenéis con vosotros” (Jn 12,8). Con tales palabras no quiere decir que los cambios de las estructuras sociales y económicas no valgan y que no se deban intentar diversos caminos para eliminar la injusticia, la humillación, la miseria, el hambre. Quiere decir sólo que en el hombre habrá siempre necesidades que no podrán ser satisfechas de otro modo sino con la ayuda al necesitado y con hacer participar a los otros de los propios bienes... ¿De qué ayuda se trata? ¿De qué participación? ¿Acaso sólo de “limosna”, entendida bajo la forma de dinero, de socorro material?
31 3. Ciertamente Cristo no quita la limosna de nuestro campo visual. Piensa también en la limosna pecuniaria, material, pero a su modo. A este propósito, es más elocuente que cualquier otro, el ejemplo de la viuda pobre, que depositaba en el tesoro del templo algunas pequeñas monedas: desde el punto de vista material, una oferta difícilmente comparable con las que daban otros. Sin embargo, Cristo dijo: “Esta viuda... echó todo lo que tenía para el sustento” (Lc 21,3-4). Por lo tanto, cuenta sobre todo el valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.
Recordemos aquí a San Pablo: “Si repartiere toda mi hacienda... no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1Co 13,3). También San Agustín escribe muy bien a este propósito: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada, en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna” (Enarrat. in Ps. CXXV, 5).
Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, “limosna” significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura “hacia el otro”. Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la “metánoia”, esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: “¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y ésta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración” (Enarrat. in Ps. XLII, 8): la oración, como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí, incluso en el privarse de algo, en el decir “no” a sí mismos; y, finalmente, la limosna, como apertura “a los otros”. El Evangelio traza claramente este cuadro cuando nos habla de la penitencia, de la metánoia. Sólo con una actitud total —en relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo— el hombre alcanza la conversión y permanece en estado de conversión.
La “limosna” así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado:
“Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,35-40).
Y los Padres de la Iglesia dirán después con San Pedro Crisólogo: “La mano del pobre es el gazofilacio de Cristo, porque todo lo que el pobre recibe es Cristo quien lo recibe” (Sermo VIII, 4), y con San Gregorio Nacianceno: “El Señor de todas las cosas quiere la misericordia, no el sacrificio; y nosotros la damos a través de los pobres” (De pauperum amore, XI).
Por tanto, esta apertura a los otros, que se expresa con la “ayuda”, con el “compartir” la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al otro llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es la conversión.
En el Evangelio, y aún en toda la Sagrada Escritura, podemos encontrar muchos textos que lo confirman. La “limosna” entendida según el Evangelio, según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge aún plenamente hacia Dios.
4. En el ciclo de nuestras reflexiones cuaresmales será preciso volver sobre este tema. Hoy, antes de concluir, detengámonos todavía un momento sobre el verdadero significado de la “limosna”. En efecto, es muy fácil falsificar su idea, como ya hemos advertido al comienzo. Jesús hacía reprensiones también respecto a la actitud superficial “exterior” de la limosna (cf. Mt 6,2-4 Lc 11,41). Este problema está siempre vivo. Si nos damos cuenta del significado esencial que tiene la “limosna” para nuestra conversión a Dios y para toda la vida cristiana, debemos evitar a toda costa todo lo que falsifica el sentido de la limosna, de la misericordia, de las obras de caridad: todo lo que puede deformar su imagen en nosotros mismos. En este campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior hacia las necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle, cómo actuar para no herirle, y cómo comportarnos para que lo que damos, lo que aportamos a su vida, sea un don auténtico, un don no cargado por el sentido ordinario negativo de la palabra “limosna”.
Vemos, pues, qué campo de trabajo —amplio y a la vez profundo— se abre ante nosotros, si queremos poner en práctica la llamada: “Arrepentíos y dad limosna” (cf. Mc 1,15 y Lc 12,33). Es un campo de trabajo no sólo para la Cuaresma, sino para cada día. Para toda la vida.
Saludos
32 (Antes de comenzar la catequesis)
El Papa hace progresos continuos, porque cada miércoles viene un poco más tarde; y lo hace sin excusarse pues no es culpa suya...; al contrario, hay que felicitarle.
* * *
(A los alumnos de enseñanza primaria y secundaria de Roma)
Queridísimos alumnos y alumnas de enseñanza primaria y secundaria de Roma, que habéis venido con vuestros compañeros de otras ciudades italianas y con otros muchachos y muchachas miembros de asociaciones católicas:
El Papa os acoge con afecto paterno y os agradece de todo corazón la visita que habéis querido hacerle.
Como sabéis, este encuentro tiene lugar en el tiempo litúrgico de Cuaresma, que se propone como meta la preparación fervorosa a la Pascua.
Estoy seguro de que vuestros profesores y consiliarios os han instruido acerca de la importancia de este tiempo, y os han exhortado a meditar sobre el misterio de nuestra redención: Jesús, Hermano nuestro, ha tomado nuestro lugar para expiar el pecado y. por ello, ha tenido que padecer la pasión y muerte de cruz. Os deseo que al reflexionar sobre el amor infinito de Dios, sintáis cada vez con más fuerza el deber de la oración y la mortificación, mediante las cuales, purificados en el espíritu y el cuerpo, nos unimos más íntimamente al Padre celestial.
Y ahora es necesario pasar a las obras: volver a vivir de modo más digno el acontecimiento único e irrepetible de la historia del género humano, es decir, la resurrección del Salvador Divino, utilizando los medios que El mismo ha puesto a nuestra disposición, los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía que proporcionan el gozo inefable de poder participar del triunfo de Cristo. Así acogeréis con fidelidad la invitación de San Pablo: «Si fuisteis, pues, resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col 3,1-2).
Y con este augurio os doy la bendición apostólica que deseo se extienda a todos vuestros seres queridos.
(A varios grupos de religiosos y religiosas)
33 Deseo extender ahora mi saludo y bendición a los religiosos y religiosas que hoy son muy numerosos en esta sala.
— Una mención especial ante todo a los sacerdotes y religiosas que toman parte en el XIX Congreso de Ecónomos Católicos de Italia. Os estoy muy agradecido, queridos hijos e hijas, por vuestro servicio tan poco considerado a veces, pero por ello mismo más precioso y meritorio ante Dios. El Señor os sostenga en vuestro trabajo.
— A las religiosas de Santa Dorotea Frassinetti, que estos días están celebrando en Roma su capítulo general, deseo con las mismas palabras del Concilio Vaticano II que puedan de verdad «cumplir con seguridad y guardar fielmente su profesión, y avanzar con espíritu alegre por la senda de la caridad» (Lumen gentium LG 43).
— Un saludo lleno de buenos deseos dirijo también a las participantes en el congreso nacional sobre Comunicaciones Sociales y a las religiosas que siguen el curso de "Maestras de formación". Llevad por doquier el signo sonriente de vuestra bondad solícita, que refleja el mismo espíritu de Cristo y de su Evangelio. Haced sentir en todo lugar vuestra presencia cristiana.
(A otros grupos)
También a los que toman parle en el congreso de las secciones de «Asistencia espiritual a las Fuerzas Armadas de Italia», auguro que su dedicación a la animación cristiana y promoción de los valores supremos de la paz y del respeto recíproco entre las individuos, se vea coronada por el éxito, que sólo en la fuerza del Señor encuentra su cumplimiento pleno.
Finalmente, reservo un saludo particularmente afectuoso a la peregrinación de la Asociación de antiguos prisioneros de cárceles o campos de concentración, aquí presentes con un grupo de familiares y allegados de soldados desaparecidos en la campaña de Rusia. Queridísimos: Vosotros, que lleváis en vuestras almas y vuestros cuerpos las señales de heridas antiguas y aún dolientes, tenéis un puesto muy especial en el corazón del Papa, que no deja de recordaros en la oración. A todos imparto una bendición especial.
(A los enfermos)
Deseo asegurar a todos los enfermos y a cuanto sufren, que estoy muy cerca de ellos con el corazón y la plegaria.
Queridísimos: En este tiempo de Cuaresma sobre todo, os invito a unir vuestros sufrimientos a los de Cristo pendiente de la cruz, y a ofrecerlos por la salvación de todos los hombres.
Os acompaño con mi aliento y mi bendición, que con sumo gusto extiendo a vuestras familias y a cuantos cuidan de vosotros.
34 (A los nuevos esposos)
Va ahora a vosotros, grupo de nuevos esposos, un saludo particular y mi bendición paterna: que vuestra vida matrimonial, iniciada con el rito sagrado del que todavía tenéis llenos los ojos y más aún el alma, progrese y mejore cada día, reforzada por el amor recíproco y por un sentido de responsabilidad mutuo y efectivo. Conservad mucho tiempo, conservad siempre la carga de vitalidad que hoy os sostiene y os hace mirar hacia adelante con esperanza gozosa.
Dios os bendiga, como os bendigo yo de corazón en su nombre.
(A un grupo de zaireños)
Unas palabras de bienvenida a las setenta personas que acompañan al Presidente del Zaire en su visita. Mañana tendré el gusto de recibir al General Mobutu Sese Seko, y expresarle mi solicitud por el pueblo zaireño. A vosotros os dedico un saludo cordialísimo y os prometo oraciones por vosotros, vuestras familias y todos vuestros compatriotas.
Hermanas y hermanos queridísimos:
1. Deseo volver una vez más a los temas de nuestras tres meditaciones cuaresmales: oración, ayuno y limosna, y sobre todo a esta última. Si la oración, el ayuno y la limosna forman nuestra conversión a Dios, conversión que se expresa de modo más exacto con el término griego metánoia, si constituyen el tema principal de la liturgia cuaresmal, un estudio penetrante de esta liturgia nos persuade que la “limosna” ocupa en ella un puesto particular. Tratamos de explicarlo brevemente el miércoles pasado, recurriendo a la enseñanza de Cristo y de los Profetas del Antiguo Testamento, que tiene resonancias frecuentes en la liturgia cuaresmal.
Pero es necesario actualizar este tema, traducirlo, por así decir, no sólo a un lenguaje de términos modernos, sino también al lenguaje de la actual realidad humana: interior y social a la vez. ¿Cómo se refieren a la realidad actual las palabras pronunciadas hace miles de años, en un contexto histórico-social completamente diverso, palabras dirigidas a hombres de una mentalidad tan distinta de la de hoy? ¿Cómo es posible, pues, aplicarlas a nosotros mismos? ¿A qué puntos neurálgicos de nuestra injusticia actual, de las iniquidades humanas, de las muchas desigualdades que no han desaparecido ciertamente de la vida de la humanidad —aunque tantas veces la palabra de orden “igualdad” se haya escoto en varias banderas— deben afectar estas palabras?
35 Resuenan con fuerza insólita las palabras discretas de Cristo dirigidas un día al apóstol traidor: “Pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre” (Jn 12,8).
“Siempre tendréis pobres entre vosotros”. Después del abismo de esta palabra, ningún hombre ha podido decir jamás qué es la pobreza. (...). Cuando se pregunta a Dios, responde que precisamente Él es el Pobre: Ego sum pauper (Léon Bloy, La femme pauvre, II, 1, Mercure de France, 1948).
2. La llamada a la penitencia, a la conversión significa llamada a la apertura interior “hacia los otros”. Nada puede sustituir a esta llamada ni en la historia de la Iglesia, ni en la del hombre. Esta llamada tiene destinos infinitos. Se dirige a cada uno de los hombres y se dirige a cada uno por motivos propios. Cada uno, pues, debe mirarse en los dos aspectos del destino de esta llamada. Cristo exige de mí una apertura hacia el otro. Pero, ¿hacia qué otro? ¡Hacia el que está aquí, en este momento! No se puede “aplazar” esta llamada de Cristo a un momento indefinido, en el que aparecerá el mendigo “calificado” y tenderá la mano.
Debo estar abierto a cada uno de los hombres, pronto a “ofrecerme”. A ofrecerme, ¿con qué? Es sabido que a veces con una sola palabra podemos “hacer un don” a otro, pero también podemos con una sola palabra atacarlo dolorosamente, injuriarlo, herirlo, podemos incluso “matarlo” moralmente. Es necesario, pues, acoger esta llamada de Cristo cada día en las situaciones ordinarias de convivencia y de contacto, donde cada uno de nosotros es siempre el que puede “dar” a los otros y, al mismo tiempo, el que sabe aceptar lo que los otros pueden ofrecerle.
Realizar la llamada de Cristo para abrirse interiormente a los otros, significa vivir siempre con la prontitud de encontrarse en la otra parte del destino de esta llamada. Yo soy el que da a los otros, también cuando sé aceptar, cuando soy agradecido por todo bien que me viene de los otros. No puedo ser cerrado y desagradecido. No puedo aislarme. Aceptar la llamada de Cristo a la apertura hacia los otros exige, como se ve, una reelaboración de todo el estilo de nuestra vida cotidiana. Es necesario aceptar esta llamada en las dimensiones reales de la vida. No aplazarla para condiciones y circunstancias distintas, para cuando se presente su necesidad. Es necesario perseverar continuamente en tal actitud interior. De otro modo, cuando se presente la ocasión “extraordinaria” podrá ocurrirnos que no tengamos una disposición adecuada.
3. Entendiendo así, de modo práctico, el significado de la llamada de Cristo a “ofrecerse” a los otros en la vida de cada día, no queramos restringir el sentido de esta donación sólo a los hechos cotidianos, de pequeñas dimensiones, por así decirlo. Nuestro “prestarse” debe mirar también a los hechos lejanos, a las necesidades del prójimo con quien no estamos en contacto cada día, pero de cuya existencia somos conscientes. Sí, hoy conocemos mucho mejor las necesidades, los sufrimientos, las injusticias de los hombres que viven en otros países, en otros continentes. Estamos lejos de ellos geográficamente, estamos separados por barreras lingüísticas, por fronteras puestas por cada Estado... No podemos meternos directamente en su hambre, en su indigencia, en los malos tratos, en las humillaciones, en las torturas, en la prisión, en las discriminaciones sociales, en su condena a un “exilio exterior” o a la “proscripción”, sin embargo, sabemos que sufren y sabemos que son hombres como nosotros, hermanos nuestros. La “fraternidad” no se ha escrito sólo sobre las banderas y estandartes de las revoluciones modernas. Hace ya mucho tiempo la ha proclamado Cristo: “...todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). Y aún más: Él ha dado un punto de referencia indispensable a esta fraternidad: nos ha enseñado a decir: “Padre nuestro”. La fraternidad humana presupone la paternidad divina.
La llamada de Cristo a abrirse “al otro”, al “hermano”, precisamente al hermano, tiene un radio de extensión siempre concreto y siempre universal. Mira a cada uno por que se refiere a todos. La medida de este abrirse no es sólo —y no es tanto— la cercanía del otro, cuanto precisamente sus necesidades: tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, en la cárcel, enfermo... Respondamos a esta llamada buscando al hombre que sufre, siguiéndolo hasta más allá de las fronteras de los Estados y continentes. De este modo se crea —a través del corazón de cada uno de nosotros— esa dimensión universal de la solidaridad humana. La misión de la Iglesia es custodiar esta dimensión: no limitarse a algunas fronteras, a algunas orientaciones políticas, a algunos sistemas. Custodiar la solidaridad humana universal sobre todo con quienes sufren; conservarla mirando a Cristo que precisamente ha formado de una vez para siempre tales dimensiones de solidaridad con el hombre: “La caridad de Cristo nos constriñe, persuadidos como estamos de que, si uno murió por todos, luego todos son muertos; y murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí, sino para Aquel que por ellos murió y resucitó” (2Co 5,14 s.). Y nos la ha dado como tarea de una vez para siempre. La ha dado a todos. A cada uno. “¿Quién desfallece que no desfallezca yo? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrase?”. Son las palabras de San Pablo (2Co 11,29).
Por lo tanto, en nuestra conciencia —en la conciencia individual del cristiano—, en la conciencia social de los diversos ambientes, en las naciones, deben formarse, diría, zonas particulares de solidaridad precisamente con quienes sufren más. Debemos trabajar sistemáticamente para que las zonas de las particulares necesidades humanas, de los grandes sufrimientos, de los agravios, de las injusticias, sean zonas de solidaridad cristiana de toda la Iglesia y, a través de la Iglesia, de cada una de las sociedades y de toda la humanidad.
4. Si vivimos en condiciones de prosperidad o de bienestar, debemos ser tanto más conscientes de toda la “geografía del hambre” sobre el globo terrestre; debemos dirigir tanto más nuestra atención a la miseria humana, como fenómeno de masa: debemos despertar nuestra responsabilidad y estimular la prontitud para una ayuda activa y eficaz. Si vivimos en condiciones de libertad, de respeto a los derechos humanos, debemos sufrir tanto más por las opresiones de las sociedades que están privadas de libertad, de los hombres que están privados de los fundamentales derechos humanos. Y esto se refiere también a la libertad religiosa. De modo particular allí donde existe el respeto a la libertad religiosa, debemos participar en los sufrimientos de los hombres, a veces de comunidades religiosas enteras y de Iglesias enteras, a quienes se niega el derecho a la vida religiosa según la propia confesión o el propio rito.
¿Debo llamar a tales situaciones por su nombre? Ciertamente. Este es mi deber. Pero no podemos quedarnos sólo en esto. Es necesario que todos nosotros y en todo lugar nos esforcemos por asumir una actitud de solidaridad cristiana con nuestros hermanos en la fe, que sufren discriminaciones y persecuciones. Es necesario además buscar formas en las que esta solidaridad pueda expresarse. Esta ha sido siempre, desde los tiempos más antiguos, la tradición de la Iglesia. De hecho, es bien conocido que la Iglesia de Jesucristo no entró en la historia de la humanidad “en posición de fuerza”, sino a través de siglos de sufrir persecuciones. Y precisamente estos siglos han creado la más profunda tradición de la solidaridad cristiana.
También hoy esta solidaridad es la fuerza de una auténtica renovación. Es el camino indispensable para la autorrealización de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Es la prueba de nuestra fidelidad a Cristo que ha dicho: “Pobres los tenéis siempre con vosotros” (Jn 12,8), y aún más: “Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Nuestra conversión a Dios se realiza sólo por el camino de esta solidaridad.
36 Os bendigo con mucho afecto.
Saludos
Preocupación por la paz en Uganda
Antes de dirigir mi palabra a los peregrinos de las distintas naciones, en sus respectivas lenguas, querría dirigir mi pensamiento a una situación particular, que llevo muy en el corazón.
Son para mí motivo de profundo dolor las graves y preocupantes noticias, que llegan en estos días de Uganda, país que, como sabéis, acogió cordialmente a mi predecesor Pablo VI, en su histórica visita a África. Ahora es teatro de encuentros sangrientos que causan víctimas y destrucciones. Os invito a uniros a mi oración, para que Dios alivie los sufrimientos de esas probadas poblaciones y asegure a ellas y a todo el continente africano el deseado don de una paz justa y estable.
* * *
(A los jóvenes)
Deseo dirigir ahora unas palabras especiales a los muchísimos jóvenes procedentes de distintos lugares, que toman parte en este encuentro. Sería interminable la lectura de los grupos, pero sabed que a todos doy la bienvenida, a los niños, los muchachos y muchachas de centros de enseñanza de todos los grados hasta de la universidad (aunque para los universitarios me preparo para mañana, que vendrán a la basílica de San Pedro).
¡Bienvenidos seáis, queridísimos jóvenes!
A esta imponente audiencia que quiere ser a la vez fiesta de los corazones, vosotros aportáis una nota singular de alegría, bondad y esperanza. Os saludo cordialmente y os expreso mi gratitud.
Como he tenido ocasión de decir ya muchas veces, la Iglesia tiene confianza en vosotros y en vuestro entusiasmo por toda causa que sea noble y grande; debe tener confianza en vosotros porque sois los hombres del mañana. Mirando vuestros rostros, vemos ¡el porvenir! En la luz de vuestros ojos resplandece el año dos mil. Es un espectáculo impresionante y entusiasmante, que entraña también al mismo tiempo exigencia de auténtica formación humana y cristiana.
37 Al contemplaros pienso en lo que llegaréis a ser, y vuestro afán generoso es para mí motivo de aliento.
Una sola recomendación quiero haceros hoy: recordad que el mundo tiene necesidad de inocencia. Todos los valores son importantes y necesarios para el desarrollo de la persona y de la sociedad, y para la buena marcha de la vida cívica. Pero el cristiano sabe que el valor principal y absoluto es la "gracia" de Dios, que es participación en la vida misma de la Santísima Trinidad y presencia de Dios en la propia alma; en una palabra, el valor primario para todos es la inocencia de vida mantenida con la observancia de los diez mandamientos, o sea de la ley moral y mediante la oración y los sacramentos.
En efecto, el mismo Jesús nos ha advertido: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará. Y ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?» (Mt 16,24-26).
Y más aún, Jesús nos apremia a que no nos separemos de El, que es la "Vid verdadera"; es decir, a no perder la gracia para no convertirnos en sarmientos secos e inútiles: «Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en mí. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,4-6).
Por esto os exhorto yo también como Jesús: ¡Conservad la inocencia! ¡Vivid en gracia de Dios! No os dejéis atraer, ni envolver, ni arrastrar, ni sofocar por el mal que —como sabéis— existe siempre en el mundo y también en nosotros mismos, dada nuestra naturaleza redimida, sí, pero a la vez lesionada por el pecado original.
Os confío a María Santísima, a la que os ruego recéis cada día; y os bendigo de corazón.
* * *
(A los enfermos)
Un saludo especial y afectuoso a todos los enfermos en el cuerpo o en el espíritu que habéis venido de varias naciones a visitar al Papa.
Qué significativo, cordial e interesante es este encuentro entre la humanidad que sufre y el Vicario de Aquel que quiso ser "Varón de dolores", para dar así valor, consuelo y esperanza al sufrimiento de toda existencia humana.
El tiempo litúrgico de ahora nos lleva a considerar a Cristo que agonizante en el Huerto de Getsemaní, aceptó verse sometido al tedio, la angustia y la tristeza profunda (cf. Mc 14,33). El oró, se entregó totalmente a la voluntad del Padre celestial y tuvo consuelo y fuerza suficiente para beber hasta las heces el cáliz del dolor (ib., 14, 36).
38 Queridísimos enfermos: Tened la mirada fija en Cristo vuestro amigo, vuestro modelo vuestro consolador. Siguiendo su ejemplo conseguiréis que el tedio se os cambie en serenidad, la angustia se os mude en esperanza, la tristeza se os transforme en alegría, y vuestro sufrimiento se convierta en purificación y mérito de vuestras almas, además de en preciosa aportación al bien espiritual de la Iglesia (cf. Col Col 1,24).
Os bendigo de corazón a vosotros, a vuestros seres queridos y a cuantos as atienden con amor.
(A los recién casados)
Permitidme que me dirija ahora finalmente a vosotros, parejas de recién casados, que como de costumbre sois muchos y venís animados del vivo deseo de rendir homenaje filial al Papa, escuchar su palabra y recibir su bendición.
Con gran placer veo en el grupo a los esposos pertenecientes al Movimiento de los "Focolarinos" que vienen de varios países europeos.
Hijos queridísimos, procurad que las nuevas familias surgidas del afecto del corazón y del consenso libre de vuestra voluntad, sellado por la gracia divina del sacramento del matrimonio, estén siempre profundamente penetradas de amor fuerte y fecundo, se mantengan firmes sobre la roca de la unidad y la fidelidad, y sean vivificadas por aquellas virtudes cristianas que fundamentan y garantizan la paz y la prosperidad del hogar doméstico que vosotros acabáis de encender.
Sobre vuestras nacientes familias invoco la ayuda continua del Señor y complacido imparto a todos mi bendición apostólica.
(A varias peregrinaciones italianas)
Saludo con afecto paterno a los párrocos y fieles de numerosas peregrinaciones italianas procedentes de sus parroquias cercanas o lejanas, con sus propósitos generosos para la santa Pascua. Una bienvenida particular quiero dar a la peregrinación de la diócesis de Forlí, formada por más de mil fieles presididos por su obispo, mons. Giovanni Proni. Me congratulo con ellos por su ferviente devoción a la Santísima Virgen, venerada bajo el título de "Virgen del fuego"; y a Ella pido con todos vosotros que mantenga siempre las nobles tradiciones cristianas heredadas de vuestros antepasados, que os enardezca con continuo amor a Dios y al prójimo, y anime la cohesión fraterna no sólo de la diócesis consagrada a Ella, sino de toda la región de Romaña.
Audiencias 1979 27