Discursos 2004 198

198 Señor presidente:

Le doy mi cordial bienvenida y le agradezco sinceramente su visita, con ocasión de la cual se inaugura, en los Museos vaticanos, la exposición que lleva el título emblemático: "Esteban el Grande, puente entre Oriente y Occidente".

El encuentro de hoy me ofrece la oportunidad de recordar con emoción y gratitud la memorable visita que tuve la alegría de realizar a Rumanía en 1999. Como peregrino de fe y de esperanza, fui acogido con afecto y entusiasmo por usted y por las autoridades estatales, por Su Beatitud el Patriarca Teoctist y por todo el pueblo de la venerable Iglesia ortodoxa de Rumanía. Me dieron un abrazo particularmente fraterno los obispos y las amadas comunidades católicas, tanto de rito bizantino como latino.

Señor presidente, le expreso a usted, a sus colaboradores y a toda la nación rumana un afectuoso deseo de prosperidad y de paz. Acompaño este deseo con mi oración, invocando sobre todos la bendición del Señor.







DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE COLOMBIA

EN VISITA "AD LIMINA"


Jueves 30 de septiembre de 2004



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Me complace recibiros en este encuentro que, al final de vuestra visita ad limina, me permite saludaros a todos juntos y alentaros en la esperanza, tan necesaria para el ministerio que generosamente ejercéis en las respectivas archidiócesis y diócesis de las provincias eclesiásticas de Bogotá, Bucaramanga, Ibagué, Nueva Pamplona, Tunja y la recientemente erigida de Villavicencio.

Con la peregrinación a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo habéis tenido oportunidad de robustecer los lazos que unen vuestro quehacer de hoy con la misión encomendada por Cristo a los Doce e inspiraros en su ejemplo de abnegada y constante entrega a la evangelización de todos los pueblos. En este encuentro, y en los demás tenidos con los diversos Organismos de la Curia Romana, se hace patente y efectiva la comunión con la Sede de Pedro y la solicitud que han de tener todos los Obispos por la Iglesia universal (cf. Lumen gentium LG 23).

Agradezco al Señor Cardenal Pedro Rubiano Sáenz las palabras que me ha dirigido en nombre de todos, expresando vuestra adhesión y sincero afecto. De este modo reflejáis también el profundo espíritu religioso del pueblo colombiano y el gran aprecio de vuestras comunidades por el Papa. Llevadles mi saludo y recordadles que los tengo muy presentes en la oración, especialmente en estos momentos difíciles para la Nación.

2. En vuestro ministerio contáis con factores decisivos para llevar a cabo la obra de la evangelización, como son el creciente número de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la amplia presencia de Institutos religiosos que enriquecen las Iglesias particulares, así como la existencia de tantos centros de estudio y formación. Todo ello manifiesta la hondura que ha alcanzado la fe cristiana en el País y el dinamismo del compromiso apostólico, tanto de los fieles individualmente como de las instituciones eclesiásticas. Al mismo tiempo, esto representa un patrimonio inestimable para ayudar a todos los bautizados a realizar su verdadera y última vocación: llegar a la santidad (cf. Lumen gentium LG 39).

En efecto, ésta es la meta y el programa básico de toda acción pastoral. “Sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial” (Novo millennio ineunte NM 31). Precisamente por estas fechas, la visita de las reliquias de Santa Teresa del Niño Jesús a las tierras colombianas es una oportunidad para tomar conciencia de que todos estamos llamados a la santidad, objetivo fundamental de la misión de la Iglesia.

199 3. Al analizar la situación de la Iglesia y de la sociedad colombiana habéis constatado el incremento de un fenómeno realmente preocupante, como es el deterioro moral. Se presenta de muy diversas formas y afecta a los más variados ámbitos de la vida personal, familiar y social, socavando la importancia intrínseca de una conducta moralmente recta y poniendo en serio peligro la autenticidad misma de la fe, que “suscita y exige un compromiso coherente de vida; comporta y perfecciona la acogida y la observancia de los mandamientos divinos” (Veritatis splendor VS 89).

Es un fenómeno debido, en parte, a ideologías que niegan al ser humano la capacidad de conocer con nitidez el bien y de ponerlo en práctica. Aunque, con más frecuencia, se trata de una conciencia ofuscada o que intenta justificar engañosamente la propia conducta, con el apoyo de un ambiente que, de forma deslumbrante, presenta falsos valores tendentes a ocultar o denigrar el bien supremo al que aspira la persona en lo más profundo de su corazón.

Es, pues, un reto de gran importancia que implica distintas líneas de acción pastoral teniendo como modelo a Jesús, el Buen Pastor, que vino precisamente a llamar a pecadores (cf. Mt 9,13), acercándose a muchos de ellos e instándoles a cambiar su modo de vivir (cf. Lc Lc 19,8).

4. La misericordia de Jesús y su compasión ante la fragilidad humana no le impedían indicar con claridad cuál era la conducta a seguir o las actitudes más acordes con la voluntad divina, desarticulando a menudo las argumentaciones insidiosas de sus adversarios; eso le granjeó la admiración de las gentes, “porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas” (Mt 7,29). Tampoco se inhibía el Señor cuando debía denunciar hipocresías o desmanes. Siguiendo sus enseñanzas, los Apóstoles en su predicación no dejaron de insistir en las exigencias éticas de quienes estaban llamados a vivir “en la justicia y la santidad de la verdad” (Ep 4,24).

Como sucesores suyos, corresponde a los Obispos enseñar “que las cosas mismas de este mundo y las instituciones humanas, según el designio de Dios Creador, se ordenan a la salvación de los hombres” (Christus Dominus CD 12). Proclamar la justicia, la verdad, la fidelidad o el amor al prójimo, en todas sus implicaciones concretas, es inherente al anuncio evangélico en su integridad. Este anuncio contribuye a la formación de una conciencia recta e ilumina a todos los hombres de buena voluntad: así “puede que oigan y se torne cada cual de su mal camino” (Jr 26,3).

Esta enseñanza, íntegra y en plena sintonía con la doctrina moral de la Iglesia, será mucho más fructuosa si va unida al ejemplo personal, el acompañamiento constante y el aliento incansable. En efecto, “el Obispo es el primer predicador del Evangelio con la palabra y con el testimonio de vida” (Pastores gregis ). Esto es importante especialmente en el presente momento histórico en el que, por una parte, la fuerza de voluntad se ve cercada por la tentación de una vida fácil y, por otra, la insistencia en los derechos oculta la necesidad de asumir los propios deberes y responsabilidades. Mucho pueden hacer los pastores, las personas consagradas, los catequistas y los demás agentes evangelizadores mediante su gozoso testimonio personal de vida intachable poniendo de relieve los verdaderos valores humanos.

De esta forma manifiestan, por un lado, que la plenitud de vida según los criterios del Evangelio está en el ser y no en el tener; por otro, asumir las propias obligaciones, aunque a veces sea costoso, es un requisito indispensable para afirmar la verdadera dignidad de la persona, lo que genera además una paz interior fruto del deber cumplido y del esfuerzo realizado por una causa justa. Una paz que se extiende también al entorno social y, en especial, a las instituciones, cuando éstas, basadas en un auténtico espíritu de servicio al bien común, están regidas por criterios de igualdad, justicia, honradez y verdad.

5. Recientemente habéis reflexionado sobre la iniciación cristiana como uno de los puntos claves de la evangelización. Un argumento crucial y apasionante a la vez, pues responde directamente al mandato de Cristo: “haced discípulos a todas las gentes [...] enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19-20). Se trata de cultivar la fe naciente, como brotes que acrecientan y dan nueva vida a la Iglesia de Dios. Iniciar en la fe es también, para los pastores y las comunidades, una magnífica oportunidad de revivir el misterio salvador de Dios desde sus comienzos: el don inmerecido de la gracia santificante que nos une más profundamente a Cristo; la efusión del Espíritu Santo que transforma y vivifica, haciendo de la vida humana un continuo crecimiento como nueva criatura; la incorporación a la Iglesia para ser con ella germen e inicio del Reino de Dios en la tierra (cf. Lumen gentium LG 5). Todo ello pone ante los ojos lo sublime de nuestro origen como cristianos y la excelsa vocación a la que estamos llamados.

En las diversas fases de la iniciación cristiana, quien enseña los misterios de la salvación se ve, además, en la necesidad de profundizar cada día en ellos, sin dar nada por consabido o descontado, descubriendo continuamente su grandeza y manteniendo vivo el estupor ante lo sublime. Eso le será de gran ayuda no sólo para acrecentar su propia fe y consolidar el compromiso bautismal, sino también para tomar conciencia de la gran responsabilidad que asume ante los catecúmenos y neófitos. El futuro de éstos como discípulos de Jesús estará condicionado, en buena medida, por el ejemplo de las personas que les han formado, así como por la capacidad de inculcar en sus corazones una fe viva, sólida y completa.

La necesidad de una iniciación cristiana organizada, adaptada a la condiciones culturales de nuestro tiempo y de cada lugar, dirigida por pastores y catequistas ejemplares bien capacitados, se convierte en una prioridad, sobre todo allí donde el ambiente social es desfavorable al crecimiento en la fe o fallan los cauces para su transmisión y desarrollo, como son la familia, la escuela o la misma comunidad cristiana. Tal vez pueda ser útil inspirarse en la disciplina de los primeros siglos, cuando, además de comprobar la buena intención de los candidatos, se les instruía con esmero en el mensaje de Cristo y en la conducta propia del cristiano, examinando después “si han vivido correctamente su catecumenado, si han honrado a las viudas, si han visitado a los enfermos, si han hecho obras buenas” (Traditio Apostolica, 20).

6. Al concluir este encuentro, deseo alentar vuestra esperanza, tan necesaria sobre todo en la difícil situación por la que atraviesa Colombia, de donde llegan continuas noticias de atentados a la vida, a la libertad y a la dignidad de las personas, como si el ser humano fuera una mercancía de insignificante valor.

200 Es notoria también la magnitud adquirida por el fenómeno del secuestro de personas, plaga que asola a miles de familias y que muestra, una vez más, la perversión a la que puede llegar la bajeza humana cuando, en aras de siniestros intereses, se pierde toda perspectiva moral y no se reconocen ni respetan los derechos más fundamentales del hombre. En Colombia, muchos de estos males encuentran su origen en el narcotráfico, con ramificaciones en muchos sectores, y que aflige desde hace años a la Nación con incalculables consecuencias negativas en todos los ámbitos de la vida social.

Ante tales hechos, comparto vuestro dolor y aprecio tantos esfuerzos realizados por alejar la violencia, eliminar sus causas y atenuar sus efectos, prestando adecuada atención a las víctimas y alentando incansablemente a quienes desean abandonar el lenguaje de las armas para emprender el camino del diálogo pacífico.

Os ruego, queridos Hermanos Obispos, que llevéis mi aliento y cordial saludo a vuestras Iglesias particulares, en especial a los sacerdotes, comunidades religiosas, catequistas y demás personas dedicadas a la apasionante tarea de ser portadores de la luz de Cristo y mantenerla viva en el Pueblo de Dios.

Mientras invoco la protección de Nuestra Señora de Chiquinquirá sobre vuestras tareas apostólicas, así como sobre todos los queridos colombianos, os imparto con afecto la Bendición Apostólica.







ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


AL SEÑOR PERVEZ MUSHARRAF,


PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ISLÁMICA DE PAKISTÁN


Jueves 30 de septiembre



Señor presidente:

Me complace saludarlo a usted y a sus acompañantes en su visita al Vaticano, y le agradezco los cordiales sentimientos que ha expresado en nombre de los habitantes de su nación.

En estos tiempos de confusión y violencia, lo aliento a usted y a sus compatriotas a seguir fomentando un espíritu de diálogo y tolerancia en vuestra región. Sólo reconociendo la necesidad de un mutuo entendimiento entre los pueblos, a través de un franco y abierto intercambio de ideas, el mundo puede obtener una justicia y una paz auténticas.

Sobre usted y sobre todo el pueblo de Pakistán invoco de corazón las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.







                                                                                  Octubre de 2004

                                                          




A UN GRUPO DE LA ARCHIDIÓCESIS DE SPLIT-MAKARSKA (CROACIA)


201

Viernes 1 de octubre de 2004



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido en peregrinación a Roma con ocasión del XVII centenario del martirio de san Domnio, patrono de vuestra comunidad diocesana y de la ciudad de Split.

Saludo con afecto a vuestro arzobispo, monseñor Marin Barisic, al que agradezco las palabras que me ha dirigido también en nombre de todos vosotros. Saludo asimismo a vuestro arzobispo emérito, monseñor Ante Juric. Saludo también a monseñor Frane Franic, presente espiritualmente.

Un saludo especial también para los sacerdotes. Dirijo, además, mi deferente saludo al alcalde de Split, al presidente del condado de Split-Dalmacia y a las demás autoridades que han venido aquí.
Vuestra presencia me ofrece la oportunidad de recordar con placer la cordial acogida que me brindasteis durante la visita pastoral a vuestra archidiócesis, el 4 de octubre de 1998.

2. De los lugares en los que san Domnio y los demás mártires de vuestras regiones han dado testimonio de Cristo desde los primeros siglos hasta nuestros días, habéis venido a visitar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo y de los demás mártires de Roma. Así habéis querido manifestar vuestra adhesión a la fe que ellos mismos confesaron.

Esta adhesión requiere un compromiso de constante fidelidad a Cristo y a la Iglesia, con vistas a un testimonio valiente y coherente en la familia, en los lugares de estudio y de trabajo, y en los demás ambientes de la sociedad. Por tanto, esforzaos por promover un humanismo cristiano coherente en todas las circunstancias de vuestra vida, tanto en la esfera privada como en la pública. Que os guíe y sostenga el ejemplo heroico de san Domnio y de los demás mártires, que, impulsados por una firme fe en Cristo, se han entregado por el bien de los hermanos.

3. Que os asista con su maternal protección la santísima Virgen María, Reina de los mártires, y os acompañe siempre la intercesión de vuestro patrono celestial.

Que sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestra archidiócesis, así como sobre vuestra amada patria descienda la abundancia de las gracias divinas, de las que quiere ser prenda la bendición apostólica que os imparto de todo corazón.

¡Alabados sean Jesús y María!







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


DURANTE LA ENTREGA DEL "PREMIO AL VALOR POLÍTICO"


202

Sábado 2 de octubre de 2004



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado;
señoras y señores:

Me alegra acogeros y saludo cordialmente al señor cardenal Lustiger, así como al señor Patrick Wajsman, director de la revista Politique Internationale, y a los miembros de KTO, televisión católica francesa, agradeciéndoos la concesión del "Premio al valor político". Esto demuestra la atención prestada a la misión de paz de la Iglesia en un mundo en el que los conflictos son, por desgracia, demasiado numerosos. Quisiera hacer un nuevo llamamiento a la paz, para construir una sociedad de fraternidad entre los pueblos.

Mi pensamiento va a los periodistas, que, con su testimonio y sus publicaciones, son constructores de la paz y de la libertad, y pagan un pesado tributo a los conflictos. Pienso también en los rehenes y en sus familias, víctimas inocentes de la violencia y del odio, e invito a todos los hombres de buena voluntad al respeto de la vida de las personas. Ninguna reivindicación puede desembocar en un mercadeo sobre vidas humanas. El camino de la violencia es un callejón sin salida.

Encomendándoos a la Virgen María e implorando para el mundo el don de la paz, que viene de Dios, os imparto a vosotros, así como a vuestros seres queridos, la bendición apostólica








A LOS PEREGRINOS QUE PARTICIPARON EN LA BEATIFICACIÓN



Lunes 4 de octubre de 2004




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme de nuevo con vosotros al día siguiente de la solemne liturgia de beatificación. Queremos reflexionar juntos una vez más sobre la actualidad del mensaje y de la espiritualidad de estos cinco nuevos beatos.

2. La vida de los beatos Pierre Vigne y Joseph-Marie Cassant nos exhorta a dirigirnos amorosamente al Señor Jesús, Cabeza de la Iglesia, presente en el sacramento de la Eucaristía. Ambos contemplaron durante mucho tiempo este misterio en el silencio de la oración y encontraron en este alimento espiritual el deseo de seguir a Cristo así como la gracia de la conversión. Ojalá que su ejemplo y su intercesión ayuden a las comunidades cristianas de hoy a poner la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, en el centro de su existencia. Que ella suscite el impulso misionero que el mundo necesita para escuchar la buena nueva.

3. La existencia de la madre Ludovica De Angelis estuvo consagrada a la gloria de Dios y al servicio de los hermanos. Los largos años pasados en el Hospital de niños de La Plata -centro que hoy lleva su nombre- tuvieron como programa: "Hacer el bien a todos, no importa a quién". En esta tarea se desvivió por atender a los niños enfermos, trabajando con competencia con el personal sanitario y siendo como superiora de la comunidad ejemplar para sus hermanas. Su vida fue un continuo camino hacia la santidad, presentándose a nuestra consideración como intercesora y testimonio de caridad.

203 4. La "mística de Münster", en profunda compenetración con el Redentor sufriente, cumplió la misión del Apóstol de completar lo que aún falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia (cf. Col Col 1,24). Que, por intercesión de la beata Anna Katharina, el Señor abra vuestro corazón a las necesidades interiores y exteriores del prójimo. Que el ejemplo de la beata refuerce en todos la virtud de la paciencia y el espíritu de sacrificio.

Carlos de Austria quiso cumplir siempre la voluntad de Dios. La fe fue para él el criterio en su responsabilidad como soberano y padre de familia. Siguiendo su ejemplo, que la fe en Dios marque también la orientación de vuestra vida. Que los nuevos beatos os acompañen en vuestra peregrinación hacia la patria celestial.

5. Me alegra saludar a los obispos y a los representantes de las autoridades civiles, así como a los hermanos trapenses, a las Hermanas del Santísimo Sacramento, y a todos los peregrinos de lengua francesa presentes esta mañana. Que los nuevos beatos os ayuden a dar siempre gracias a Dios.
Saludo a los obispos, sacerdotes y fieles, y con especial afecto a las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, que participan en esta audiencia. Encomiendo a todos a la intercesión de los nuevos beatos.

Dirijo un saludo cordial a los obispos, a los sacerdotes y a los religiosos, así como a los numerosos fieles de los países de lengua alemana. Dios os conserve en su gracia.

Amadísimos hermanos y hermanas, invocando la celestial intercesión de la Virgen María y de los nuevos beatos, os bendigo de corazón juntamente con vuestras comunidades de procedencia y con vuestros seres queridos.








A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL


Jueves 7 de octubre de 2004

. Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
reverendos e ilustres profesores:


1. Con la sesión plenaria que se está celebrando durante estos días iniciáis los trabajos de un nuevo "quinquenio" de la Comisión teológica internacional, el séptimo desde su fundación. Me es muy grato recibiros en esta ocasión, en el momento en que comenzáis un período de reflexión teológica, que deseo sea fecundo para el bien de toda la Iglesia. Saludo especialmente al presidente de la Comisión, el señor cardenal Joseph Ratzinger, al que agradezco profundamente los sentimientos expresados en su discurso de saludo.

204 2. Los temas elegidos para el estudio de la Comisión durante los próximos años son del máximo interés. Ante todo, la cuestión del destino de los niños que mueren sin el bautismo. No se trata simplemente de un problema teológico aislado. Muchos otros temas fundamentales se entrelazan íntimamente con este: la voluntad salvífica universal de Dios, la mediación única y universal de Jesucristo, el papel de la Iglesia, sacramento universal de salvación, la teología de los sacramentos, el sentido de la doctrina sobre el pecado original... Os corresponde a vosotros escrutar el nexus entre todos estos misterios, con vistas a ofrecer una síntesis teológica que pueda servir de ayuda para una praxis pastoral más coherente e iluminada.

3. No es de menor importancia el segundo tema, el de la ley moral natural. Como sabéis, ya hablé sobre este argumento en las cartas encíclicas Veritatis splendor y Fides et ratio. Ha sido siempre una convicción de la Iglesia que Dios ha dado al hombre la capacidad de llegar con la luz de su razón al conocimiento de verdades fundamentales sobre su vida y su destino y, en concreto, sobre las normas de su recto obrar. Subrayar ante nuestros contemporáneos esta posibilidad es de gran importancia para el diálogo con todos los hombres de buena voluntad y para la convivencia en los niveles más diversos sobre una base ética común. La revelación cristiana no hace inútil esta búsqueda, antes bien, nos impulsa a ella iluminando su camino con la luz de Cristo, en quien todo tiene consistencia (cf. Col
Col 1,17).

Vuestra experiencia en varios países de la tierra y vuestro conocimiento de los problemas teológicos os ayudarán a hacer vuestra reflexión concreta y orgánica.

4. Encomiendo a la intercesión de María santísima vuestros trabajos, pidiendo al Señor que vuestra sesión plenaria esté animada por un intenso espíritu de oración y de comunión fraterna, bajo la luz de la Sabiduría que viene de lo alto.

Al expresaros mi confianza, os exhorto a perseverar en la reflexión sobre los temas indicados y os acompaño con mi bendición.








AL UNDÉCIMO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 8 de octubre de 2004






Queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra mucho daros hoy la bienvenida a vosotros, pastores de la Iglesia en Nueva York, en el marco de la serie continua de visitas ad limina Apostolorum de los obispos norteamericanos. Os saludo en nombre de nuestro Salvador Jesucristo, por quien damos gracias siempre a nuestro Padre celestial, "que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros" (Ep 3,20).

Durante los encuentros anteriores con los otros grupos de obispos de Estados Unidos, centramos la atención en el deber sagrado de santificar y enseñar al pueblo de Dios. Con el grupo que os ha precedido, empecé a reflexionar en la gran responsabilidad de gobernar a los fieles. Sigamos examinando hoy este mismo munus regendi, que debe ejercerse siempre con el espíritu de la exhortación que se encuentra en el rito de ordenación del obispo: "El episcopado es un servicio, no un honor (...). Por eso, el obispo debe esforzarse por servir a los demás más que por dominar, de acuerdo con el mandato del Señor" (Pontifical Romano, Rito de la ordenación episcopal, Alocución; cf. Pastores gregis ).

2. En vuestras Iglesias particulares, estáis llamados a actuar en nomine Christi. Por tanto, como vicarios y embajadores de Cristo gobernáis la porción de la grey que se os ha confiado (cf. Lumen gentium LG 27). Como pastores, tenéis "el deber de reunir la familia de los fieles y fomentar en ella la caridad y la comunión fraterna" (Pastores gregis ). Pero vuestra función inmediata de pastores no puede aislarse de vuestra responsabilidad más amplia con respecto a la Iglesia universal; como miembros del Colegio episcopal, cum et sub Petro, compartís de hecho la solicitud por todo el pueblo de Dios, recibida con la ordenación episcopal y la comunión jerárquica (cf. Lumen gentium LG 23). Además, mientras garantizáis la comunión de vuestras diócesis con la Iglesia en el mundo entero, también permitís que la Iglesia universal se beneficie de la vida y de los carismas de la Iglesia local en un "intercambio espiritual de dones". La auténtica unidad "católica" presupone este enriquecimiento mutuo en el único Espíritu. Considerada dentro de un contexto propiamente teológico, la "potestad de gobierno" es algo más que una mera "administración" o el ejercicio de técnicas organizativas: es un instrumento para la construcción del reino de Dios. Por eso, os estimulo a seguir guiando con el ejemplo, para evangelizar vuestra grey con vistas a su santificación, preparándola así para compartir la buena nueva con los demás.
Fomentad la comunión en ella, para prepararla a la misión de la Iglesia. Acogiendo amorosamente los tres munera que os han sido confiados, recordad que no podéis delegar en nadie vuestra responsabilidad sagrada de enseñar, santificar y gobernar: es vuestra vocación personal.

205 3. Agradezco el profundo afecto que los católicos norteamericanos sienten tradicionalmente hacia el Sucesor de Pedro, así como su sensibilidad y generosidad ante las necesidades de la Santa Sede y de la Iglesia universal. Los obispos de Estados Unidos han demostrado siempre un gran amor a aquel en quien el Señor instituyó "el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión" (Lumen gentium LG 18). Vuestra fidelidad constante al Romano Pontífice os ha impulsado a buscar la manera de fortalecer el vínculo que une a la Iglesia que está en Estados Unidos con la Sede apostólica. Estos devotos sentimientos son fruto de la comunión jerárquica que une a todos los miembros del Colegio episcopal con el Papa. Al mismo tiempo, constituyen una gran fuente espiritual para la renovación de la Iglesia en Estados Unidos. Al alentar a vuestro pueblo a incrementar su fidelidad al Magisterio y su unión de mente y de corazón con el Sucesor de Pedro, le ofrecéis la orientación necesaria para guiarlo en el tercer milenio.

4. Uno de los frutos del concilio Vaticano II ha sido una mayor comprensión de la colegialidad episcopal. Una de las formas de realizar esta visión eclesial en el ámbito de la Iglesia local es la actividad de las Conferencias episcopales. Hoy los obispos pueden desempeñar fructuosamente su oficio sólo colaborando armoniosa y estrechamente con sus hermanos en el episcopado (cf. Christus Dominus CD 37 Apostolos suos CD 15). Por esta razón, es necesaria una reflexión constante sobre la relación entre la Conferencia episcopal y cada uno de los obispos.

Queridos hermanos en el episcopado, ruego a Dios a fin de que trabajéis diligentemente unos con otros, con el espíritu de cooperación y unanimidad de corazón que debería caracterizar siempre a la comunidad de discípulos (cf. Hch Ac 4,32 Jn 13,35 Flp Ph 2,2). Las palabras del Apóstol se aplican de modo especial a los que tienen la misión de salvar las almas: "Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio" (1Co 1,10).

Como responsables de la Iglesia, comprenderéis que no puede haber unidad de praxis sin un "consensus" implícito, y este, ciertamente, sólo puede alcanzarse con un diálogo franco y debates motivados, basados en sólidos principios teológicos y pastorales. Las soluciones para las cuestiones difíciles emergen cuando estas son analizadas detallada y honradamente, bajo la guía del Espíritu Santo. No escatiméis esfuerzos para asegurar que la Conferencia episcopal de Estados Unidos constituya un instrumento cada vez más eficaz para fortalecer vuestra comunión eclesial y os asista en el gobierno pastoral de vuestros hermanos y hermanas en Cristo.

5. Por tanto, sin perjuicio de la autoridad que Dios ha dado al obispo diocesano sobre su Iglesia particular, la Conferencia episcopal debería ayudarle a cumplir su misión en armonía con sus hermanos en el episcopado. Las estructuras y los procedimientos de una Conferencia jamás deberían ser excesivamente rígidos; al contrario, a través de una constante valoración, deberían adaptarse a las necesidades cambiantes de los obispos. Si se desea que una Conferencia cumpla su función, es preciso procurar que las oficinas o comisiones dentro de la Conferencia trabajen para "ayudar a los obispos y no para sustituirlos. Y, menos aún, para constituir una estructura intermedia entre la Sede apostólica y cada uno de los obispos" (Pastores gregis ).

6. Hermanos, pido al Señor para que en toda oportunidad colaboréis, unidos, a fin de que el Evangelio sea anunciado más eficazmente en vuestro país. Deseo manifestar mi aprecio por todo lo que ya habéis logrado juntos, especialmente con vuestras declaraciones sobre las cuestiones vinculadas a la vida, la educación y la paz. Os invito ahora a dirigir vuestra atención a las numerosas y urgentes cuestiones que afectan directamente a la misión de la Iglesia y a su integridad espiritual, por ejemplo, la disminución de la asistencia a la misa y de la participación en el sacramento de la reconciliación, las amenazas contra el matrimonio y las necesidades religiosas de los inmigrantes. Que vuestra voz se oiga claramente, anunciando el mensaje de salvación a tiempo y a destiempo (cf. 2Tm 4,1). Anunciad confiadamente la buena nueva, para que todos puedan salvarse y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1Tm 2,4).

7. Al concluir mis reflexiones de hoy, hago mías las palabras de san Pablo: "Animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros" (2Co 13,11). Encomendándoos a vosotros y a vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles laicos a la intercesión de María, Madre de América (cf. Ecclesia in America ), os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y fuerza en su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.








A LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA


QUE PARTICIPARON EN LA MISIÓN "JESÚS EN EL CENTRO"


Sábado 9 de octubre de 2004



Amadísimos jóvenes:

1. Es para mí una alegría acogeros mientras está a punto de concluir la Misión a los adolescentes y jóvenes, bajo el título muy hermoso y comprometedor "Jesús en el centro", y el encuentro de los representantes de los grupos juveniles europeos de Adoración eucarística.

Os saludo a todos con afecto. En particular, agradezco al cardenal Camillo Ruini las amables palabras con las cuales ha ilustrado el valor y los objetivos de estas iniciativas, promovidas por el Servicio diocesano para la pastoral juvenil de Roma. Extiendo mi cordial saludo a los obispos y sacerdotes presentes, así como a todos los que, de diversas maneras, han animado las celebraciones, los encuentros y las actividades de estos días.


Discursos 2004 198