Discursos 1979 146


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE OBISPOS DE INDIA

EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 5 de mayo de 1979



Queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Es un gozo para mí recibir otra visita de un grupo de obispos de India en tan breve espacio de tiempo. Os doy la bienvenida en el amor de Cristo, como la di a vuestros hermanos obispos la semana pasada.

Reuniros en Roma para vuestra visita ad Limina es como haceros eco de los sentimientos expresados por los obispos de la Iglesia congregados para celebrar el Concilio Vaticano II: «Reunidos en la unidad... llevamos en nuestros corazones las ansias de todos los pueblos confiados a nosotros, las angustias del cuerpo y del alma, los sufrimientos, los deseos, las esperanzas» (Mensaje a la humanidad, 20 de octubre de 1962). Por mi parte, en vosotros abrazo a todo el querido pueblo que estáis llamados a servir.

Espero vivamente que esta visita os dé nuevo vigor y energías para vuestras tareas pastorales; que sintáis alegría al saber —al comprobarlo palpablemente— que vuestro celo apostólico está sustentado por la Iglesia universal. Lo comparte el Papa como quien representa en el misterio de la Iglesia "al Pastor Soberano" (1P 5,4), y procura cumplir en su nombre un ministerio de servicio universal. En especial deseo animaros, hermanos míos en el Episcopado, confirmaros en la fe (cf. Lc Lc 22,32), no tan sólo con la palabra y la acción, sino en virtud del carisma implantado en la Iglesia por su Fundador, Jesucristo, y actuado por su Espíritu. Este es, por tanto, el sentido de nuestra asamblea al congregarnos en la unidad, cuando nos reunimos para celebrar nuestra comunión eclesial y jerárquica.

Por el estudio y, ahora, por nuestros encuentros personales, estoy enterado de una serie de temas que ocupan vuestra solicitud diaria en favor del Evangelio. Estoy espiritualmente unido a vosotros cuando afrontáis —con coraje, confianza y perseverancia— los varios obstáculos que dificultan vuestro ministerio y entorpecen vuestro trabajo de evangelización y servicio a la humanidad. En vuestras tareas pastorales os sigo con la oración, bendiciendo toda iniciativa que mire a aumentar el número de colaboradores en el Evangelio, todo esfuerzo por procurar que a los estudiantes para sacerdotes se les forme según la doctrina auténtica y en santidad de vida. Quiero deciros el gran interés que tienen para mí vuestros programas catequéticos, la educación que dais a la juventud y vuestros apostolados con ésta, vuestros esfuerzos por defender la santidad del matrimonio y consolidar la unidad del Pueblo de Dios en fe y amor, y por inculcar espíritu misionero en todos. Deseo estar cerca de vosotros con comprensión fraterna y compartiendo vuestras preocupaciones, cuando vosotros también os esforzáis por estar cerca de vuestro pueblo en todas sus aspiraciones de progreso humano y de plenitud de vida en Cristo. Estad seguros de que os aliento en todo cuanto se hace en vuestras Iglesias locales —por parte del clero, religiosos y laicos— para ayudar al necesitado, al pobre y al enfermo; para mostrar solidaridad, infundir esperanza y derramar el amor del corazón de Cristo. Hermanos, soy uno con vosotros en el santo nombre de Jesús.

147 Con el pasar de los años y ante los grandes acontecimientos del mundo moderno, así como ante los designios inescrutables de la providencia de Dios con la Iglesia, no podemos dejar de estar cada vez más convencidos con el Salmista de un hecho fundamental, el hecho de que "nuestro auxilio es el nombre del Señor" (Ps 124,8). Como discípulos de Cristo, ministros del Evangelio y líderes del Pueblo de Dios, es absolutamente esencial para nosotros que este principio se convierta en actitud total de la mente y en norma de conducta.

Nuestra ayuda está sin duda alguna en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Esta verdad luminosa, queridos hermanos, es de inmensa trascendencia y tiene incidencia directa sobre toda nuestra actividad pastoral, puesto que toda ella se lleva a cabo bajo el signo del nombre de Jesús, por el poder de su gracia, y únicamente para gloria suya.

El mensaje que proclamamos se proclama en su nombre, en el nombre de Jesús Salvador del mundo. Nuestra proclamación lo es de salvación en El. salvación en su nombre. Esta verdad es el objeto explícito de la enseñanza apostólica que fue proclamada por el Apóstol Pedro bajo la inspiración del Espíritu Santo. Y hoy desea proclamarlo de nuevo el Sucesor de Pedro, a vosotros y con vosotros y para vosotros y vuestro pueblo: "En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo entre los hombres, por el cual podamos ser salvos" (Ac 4,12).

En el nombre de Jesús se lleva a cabo nuestro ministerio. El arrepentimiento y perdón de los pecados se predican en su nombre a todas las naciones (cf. Lc Lc 24,47). Nosotros mismos hemos sido lavados y santificados y justificados en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo (cf. 1Co 6,11). A través de la fe tenemos "vida en su nombre" (Jn 20,31). Además, el mismo Espíritu Santo se nos ha dado por el Padre en el nombre de Jesús (cf. Jn Jn 14,26). En la proclamación incesante de la mediación universal de Cristo y en la confesión solemne y explícita de su divinidad, es presentada al Padre la oración de todas las generaciones de cristianos per Dominum nostrum Iesum Christum Filium tuum.En su nombre hay auxilio para los vivientes, consuelo para los moribundos, y gozo y esperanza para el mundo entero.

Estamos llamados a invocar este nombre, a alabar este nombre, a proclamar este nombre a nuestro hermanos. Toda nuestra vida y ministerio debe enderezarse a la gloria de este nombre. Esta actitud responde a la voluntad de Dios; está en total conformidad con el plan del Padre de constituir a Cristo Cabeza de la Iglesia "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29), y realización de toda la creación. Es honda la convicción y profundo el amor con que la Iglesia se dirige a su Redentor con estas palabras: Tu solus sanctus, tu solus Dominus, tu solos Altissimus, Iesu Christe. La eficacia de nuestra misión sobrenatural requiere que actuemos siempre en el nombre de Jesús, justamente para que "tenga la primacía sobre todas las cosas" (Col 1,18).

Queridos hermanos: Afrontemos así los obstáculos, y de este modo arrostremos los desafíos y aceptemos los triunfos; hagámoslo todo "en el nombre del Señor Jesús" (Col 3,17). Y exclamemos con las palabras y la acción: Non nobis, Domine, non nobis, sed nonaini tuo da gloriam" (Ps 115, Ps 115,1).


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE UN ENCUENTRO CON LA JUVENTUD SALESIANA

Sábado 5 de mayo de 1979



Queridísimos jóvenes:

Mi bienvenida paterna y alegre a vosotros, queridos muchachos y muchachas, que frecuentáis las obras de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora, reunidos aquí para encontraros con el Papa y escucharle, en representación también de todos los niños. muchachos y muchachas que forman parte de las asociaciones religiosas, de las escuelas, de los centros profesionales, de los grupos recreativos y sociales, animados y dirigidos por los Hijos de Don Bosco.

A todos vosotros, aquí presentes, a todos vuestros amigos y compañeros, a toda la juventud salesiana, que desde hace más de un siglo prosigue su marcha ardiente y animosa a lo largo de los senderos del mundo, va mi saludo afectuoso, cargado de emoción y de esperanzas: vosotros sois la esperanza, la expectación de un mañana más justo, más noble, más pacífico. El Papa os mira con intensidad de sentimientos, presagios y auspicios que, a través de vosotros, se extienden a toda la humanidad. Os agradezco esta grandiosa manifestación de afecto, y correspondo a tan incontenible entusiasmo con un solo saludo: ¡Viva la juventud salesiana!

Fieles al espíritu de Don Bosco, gran santo y educador insigne, queréis rendir homenaje al Sucesor de Pedro, confirmándole la fidelidad de vuestro amor y de vuestro servicio, con ocasión del 25 aniversario de la canonización de Domingo Savio, muchacho del Oratorio de Valdocco, alumno predilecto y fruto precioso de la obra formativa del hijo de mamá Margherita.

148 Estáis comprometidos, durante todo este año, en una larga serie de iniciativas, tanto en los diversos centros locales, como a escala nacional, a dar nuevo y vigoroso impulso a las asociaciones juveniles de inspiración cristiana y a profundizar en el sistema educativo de Don Bosco, aplicando sus criterios de fondo y principios-clave a las exigencias de los tiempos modernos.

Esperáis del Papa una palabra de orientación y ánimo para esta renovada acción juvenil en Italia, y yo estoy aquí con vosotros, ante todo, para invocar las luces del Espíritu del Señor sobre esta importante iniciativa por la que tienen tanto interés la Iglesia y sus Pastores.

2. La primera indicación que quiero ofreceros es una invitación al optimismo, a la esperanza y a la confianza. Es cierto que la humanidad atraviesa un momento difícil y que se tiene a menudo la penosa y dolorosa impresión de que las fuerzas del mal prevalezcan en tantas manifestaciones de la vida asociada. Muy frecuentemente la honestidad, la justicia, el respeto a la dignidad del hombre se detienen o sucumben. Sin embargo, estamos llamados a vencer al mundo con nuestra fe (cf.
1Jn 5,4), porque pertenecemos a Aquel que con su muerte y resurrección ha obtenido para cada uno de nosotros la victoria sobre el pecado y la muerte, y nos ha hecho capaces de una afirmación humilde, serena, pero segura del bien sobre el mal.

Queridos jóvenes, somos suyos, somos de Cristo, y El es quien vence en nosotros. Debemos creerlo profundamente, debemos vivir esta certeza; de otro modo, las dificultades que surgen continuamente, tendrán, por desgracia, el poder de hacer penetrar en nuestros ánimos la carcoma insidiosa que se llama desaliento, hábito, adaptación servil a la prepotencia del mal.

La tentación más sutil que hoy acosa a los cristianos, y especialmente a los jóvenes, es precisamente la renuncia a la esperanza en la afirmación victoriosa de Cristo. El sugeridor de toda insidia, el Maligno, está fuertemente empeñado desde siempre en apagar la luz de esta esperanza en el corazón de cada hombre. No es camino fácil el de la milicia cristiana, pero debemos recorrerlo con la conciencia de poseer una fuerza interior de transformación, que se nos comunica con la vida divina que se nos ha dado en Cristo Señor. En virtud de vuestro testimonio, haréis comprender que los más altos valores humanos son propios de un cristianismo vivido con coherencia, y que la fe evangélica no propone sólo una visión nueva del hombre y del universo, sino que da sobre todo la capacidad de realizar esta renovación.

A este propósito, os recuerdo las palabras dirigidas a los jóvenes por los padres conciliares, al finalizar el Concilio Ecuménico: "La Iglesia os mira con confianza y amor... Ella posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse con generosidad, de renovarse y partir de nuevo para nuevas conquistas".

Sin la esperanza cierta de la victoria de Cristo en vosotros, y en el mundo que os circunda, no puede haber optimismo, y sin optimismo no puede subsistir la alegría serena que es propia de los jóvenes. Todavía hoy son demasiados los jóvenes que han renunciado ya a la juventud.

3. La segunda sugerencia del Papa para vosotros y para cuantos cuidan de vuestra educación humana y cristiana, se refiere a la necesidad urgente, advertida un poco en todas las latitudes, del resurgimiento de modelos válidos de asociaciones juveniles católicas.

No se trata de dar vida a expresiones militantes carentes de nobles ideales, y basadas en la fuerza del número, sino de animar las verdaderas comunidades, penetradas de espíritu de bondad, de respeto recíproco y de servicio, y sobre todo bien unidas por una misma fe y una sola esperanza. La presente generación juvenil, aun cuando se sirva de las ventajas que le ofrece la civilización del consumo, advierte que tanta prodigalidad esconde una seducción ilusoria, y que no se puede detener en la experiencia sensual de la opulencia materialista.

Así, pues, vosotros buscáis continuamente el verdadero valor de vuestra vida, de vuestra responsabilidad personal, y vivirlo es ya corresponder a la vocación cristiana. Ahora, en esta búsqueda no se puede proceder aislados, precisamente por razón de la fragilidad de cada uno, expuesta a los más diversos ataques. En la adhesión a un grupo, en la espontaneidad y en la homogeneidad de un círculo de amigos, en la confrontación constructiva de ideas e iniciativas, en la ayuda recíproca, puede establecerse y conservarse la vitalidad de la renovación social a la que todos aspiráis.

Vosotros, jóvenes, tendéis a la meta preciosa del complemento comunitario, de la conversación, de la amistad, del darse y del recibir, del amor. Las asociaciones juveniles están refloreciendo: el Papa os exhorta a ser fieles, perspicaces, ricos de ingenio en este esfuerzo de dar respiro cada vez más amplio a estas asociaciones. Es una invitación apremiante que dirijo a todos los responsables de la educación cristiana de la juventud, esto es, de los hombres del mañana.

149 4. ¿Dónde encontraréis la fuerza, queridos jóvenes y amigos, para sostener vuestro optimismo, para dar alma a vuestras asociaciones? Domingo Savio, con motivo de la proclamación del Dogma de la Inmaculada, el 8 de diciembre de 1854, ante el altar de María —como nos atestigua Don Bosco—, renovó las promesas de la primera comunión, diciendo, entre otras cosas: "María, os doy mi corazón, haced que siempre sea vuestro; Jesús y María, sed siempre mis amigos". He aquí, queridísimos hijos, de dónde sacar la fuerza para vuestros programas de renovación: Jesús y María. Ellos no sólo son modelos, son amigos, más aún, son parte de vuestra vida. Vosotros les pertenecéis; Ellos os pertenecen. Se trata de saberlo y creerlo.

Jesús es el Mesías de toda época, también de estas prometedoras vísperas del año 2000; es el Hombre de la esperanza, el Hombre centro de la humanidad. Es quien descubre y cumple en nosotros las profecías divinas de liberación personal y social. Es el Liberador, el Hombre-Dios de nuestra salvación. Vuestro compromiso juvenil de vida, en todas sus expresiones, en el estudio y en el trabajo, en familia y en sociedad, debe llevaros a reconocer interiormente y a proclamar que Jesús es el fundamento del valor, la alegría y la esperanza de cada hombre. Tened la inteligencia y la valentía —os lo piden la Iglesia y el Papa— de hacer de vuestra vida una aclamación y un testimonio de Cristo, nuestra salvación.

Una palabra sobre María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, a cuyo patrocinio amoroso Dios mismo ha querido confiar, a través de su "Sí" obediente, los destinos de toda la humanidad. A Ella confía el Hijo la tarea maternal de implorar para vosotros tina salvación individual y colectiva.

Queridos jóvenes, el resurgimiento de auténticos valores cristianos en la época presente, como la fraternidad, la justicia y la paz, está confiado una vez más a la intervención y a la pedagogía materna de María. También hoy María es Madre de la divina gracia y Reina de las victorias.

5. Y termino estas palabras con una invitación a la fortaleza cristiana, virtud muy propia de los jóvenes. Sed testigos intrépidos de Cristo resucitado y no retrocedáis jamás ante los obstáculos que se interponen en el sendero de vuestra vida de cristianos.

Optimismo, unión, fortaleza: he aquí el deseo que os expreso, agradeciendo una vez más vuestra visita, que me ha proporcionado tanta alegría.

Al extender mi saludo a cuantos os han acompañado aquí, y especialmente a los miembros del consejo superior de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora, y a vuestros padres y familiares, invoco sobre todos vosotros la efusión de los favores y alegrías celestes, mientras de corazón os imparto mi bendición apostólica.


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA ITALIANA

SOBRE LA PASTORAL FAMILIAR


Sábado 5 de mayo de 1979



Y ahora estoy verdaderamente contento por poder dirigir un saludo especial a los participantes en la asamblea sobre la pastoral familiar, que se desarrolla en estos días, aquí, en Roma, y especialmente a los queridos hermanos en el Episcopado que participan en ella.

Queridísimos, os agradezco esta visita que, si a vosotros os ofrece la posibilidad de renovar vuestros vínculos de fidelidad y comunión con el Sucesor de Pedro, a mí me da la oportunidad de hablar brevemente sobre un tema de vital importancia para la sociedad y para la Iglesia de nuestro tiempo.

La asamblea de estos días sobre la pastoral familiar se refiere ciertamente a un aspecto central de la vida y de la responsabilidad de los bautizados. Su actualidad se confirma doblemente, desde un punto de vista positivo y negativo. Por una parte, en efecto, vosotros anticipáis, al menos parcialmente, el terna de un calificado acontecimiento, como es el futuro V Sínodo de los Obispos que tratará precisamente de la "Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo". Por otra parte, reclama una seria reflexión sobre el tema la simple constatación, según la cual, el clima psicológico, social e ideológico de hoy tiene frecuentemente efectos perturbadores en el matrimonio y en la vida familiar.

150 Mi deber, por lo tanto, es alabar y estimular toda iniciativa dedicada a salvaguardar, a educar y a promover, primero la toma de conciencia, y después la realización práctica de los compromisos referentes a las relaciones mutuas entre las familias cristianas y la comunidad eclesial. Me complace repetiros, porque es válido universalmente, lo que ya dije en Puebla a los obispos de América Latina: "Haced todos los esfuerzos para que haya una pastoral familiar. Atended a campo tan prioritario con la certeza de que la evangelización en el futuro depende en gran parte de la 'iglesia doméstica' ". Así también se expresa muy bien el reciente documento de la Conferencia Episcopal Italiana sobre "Evangelización y sacramento del matrimonio'', cuando afirma que "la familia no debe ser sólo el término de la acción responsable de las diversas estructuras de la sociedad civil, sino que debe convertirse en colaboradora responsable" (Nb 117). Para que esto suceda, es necesaria una educación eficaz de la madurez integral, humana y cristiana, de los cónyuges, de los hijos, y de los unos junto con los otros.

En un mundo en el que parece venir a menos la función importante de muchas instituciones, y se deteriora de modo impresionante la calidad de la vida, sobre todo urbana, la familia puede y debe convertirse en un lugar de auténtica serenidad y de crecimiento armonioso; y esto, no para aislarse en formas de autosuficiencia orgullosa, sino para ofrecer al mundo un testimonio luminoso de cómo es posible la recuperación y promoción integral del hombre, si ésta tiene como punto de partida y de referencia la sana vitalidad de la célula primaria del entramado civil y eclesial.

Es necesario, pues, que la familia cristiana se transforme cada vez más en una comunidad de amor tal, que permita superar, en la fidelidad y en la concordia, las inevitables pruebas que se derivan de las preocupaciones cotidianas; en una comunidad de vida, para dar origen y cultivar gozosamente nuevas y preciosas existencias humanas a imagen de Dios; en una comunidad de gracia, que haga constantemente del Señor Jesucristo el centro propio de gravitación y el punto propio de fuerza para fecundar así los compromisos de cada uno y sacar siempre nueva fuerza en el camino de cada día.

Y a vosotros, que de manera tan calificada os dedicáis a problemas tan fundamentales, van mi aplauso y mi estímulo más cordiales, con el deseo de que vuestras fatigas sean verdaderamente provechosas, con miras a una incidencia real de familias renovadas en Cristo, para un dinamismo nuevo de la Iglesia y para un bienestar general de la sociedad humana.

De estos deseos es prenda sincera la paterna bendición apostólica que de corazón imparto a todos vosotros y a cuantos colaboran en vuestro precioso trabajo.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA

Lunes 7 de mayo de 1979



Queridos Guardias Suizos,
queridos hermanos y hermanos:

La fiesta del juramento de los nuevos guardias es para mí, como lo fue para mis venerables predecesores, grata ocasión para un primer encuentro familiar con vosotros, con vuestros familiares y con los representantes de la Asociación de Antiguos-Guardias.

A todos vosotros, especialmente a los reclutas, a vuestros padres y hermanos, os doy mi cordial bienvenida y felicito al señor comandante y a toda la Guardia Suiza por los nuevos miembros.

Los años durante los cuales, queridos jóvenes amigos, servís en la Guardia del Papa, son años que regaláis a la Iglesia. La aceptación de este servicio es para cada uno de vosotros, al mismo tiempo, una personal confesión de la Iglesia y de Cristo en la persona y en la misión de su Vicario visible, el Papa, para cuya custodia y defensa en la historia y ahora han entregado su vida los guardias. El día de vuestro juramento, el 6 de mayo, está también dedicado a su recuerdo glorioso y grato.

151 Cristo nos enseña, como yo brevemente he señalado en mi Encíclica Redemptor hominis, que el mejor uso de nuestra libertad es el amor. que se realiza en la entrega y en el servicio (cf. núm. Nb 21). El amor y la entrega deben también definir vuestro futuro servicio como guardias. La fidelidad, a la que hoy os habéis comprometido por juramento, se realiza en el desarrollo pleno y consciente de los quehaceres y obligaciones que vosotros habéis aceptado cordialmente, y da valor a vuestro compromiso de fidelidad el mismo Cristo, que nos exige perseverancia al pedirnos que hagamos exactamente aquello que corresponde a nuestra actual vocación. Que vuestro amor a Cristo y a la Iglesia pueda desarrollarse plenamente y cada día más profundamente en vuestro servicio en la Guardia Suiza. La fidelidad en las muchas y pequeñas obligaciones de cada día os hará capaces de realizar plenamente vuestra gran misión personal en la vida, como cristianos conscientes de su responsabilidad y fuertes en su fe, con entrega y lealtad según la voluntad de Dios. Así nos lo asegura Cristo, cuando dice: "El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho" (Lc 16,10). Os ayude Dios con su gracia iluminadora y fortificante y también mi bendición apostólica, que yo os imparto de corazón, amados guardias, a vosotros, a vuestros queridos familiares y a todos los presentes.

En este primer encuentro con los jóvenes reclutas de la Guardia Suiza, vinculada ya a la persona del Papa por el juramento que prestasteis ayer, quiero añadir unas palabras en francés. Deseo deciros, queridos hijos —y asta expresión de "hijos" traduce todo mi afecto—, que me siento feliz de poder contar de verdad con vosotros de ahora en adelante. Estáis encargados de velar por el Santo Padre; pues bien, ¡el Santo Padre se confía a vosotros con paz total! Os da las gracias porque le consagráis algunos años de vuestra vida y promete a vuestros padres aquí presentes, que se ocupará de vosotros.

Sé que estáis dispuestos a procurar crear en torno a mí y a mis colaboradores. un clima que permita acoger a los visitantes con sencillez, amabilidad y dignidad, a la vez que se respeta el orden debido.

Sois los herederos de una gran tradición de fidelidad a la Iglesia y a la Santa Sede. Vuestros antepasados hicieron de ello un honor. Os deseo que hagáis lo mismo vosotros y os sintáis felices y orgullosos de hacerlo. A cada uno de vosotros y a vuestras familias, mi bendición apostólica y mis votos muy cordiales.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE LA INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN

"TESTIMONIOS DEL ESPÍRITU"


Martes 8 de mayo de 1979



Queridísimos:

Con emoción comprensible, unida sin embargo a una viva satisfacción, he venido aquí para inaugurar la exposición de los autógrafos ofrecidos al Papa Pablo VI, con motivo de sus 80 años de edad, cumplidos el 26 de septiembre de 1977. Debería haber estado él presente en el acto de hoy, pero el Señor lo llamó a la gloria eterna en la fiesta de la Transfiguración del ano pasado.

1. Mi primer pensamiento, por lo tanto, se dirige a la figura de mi predecesor: un gran Papa, en continua y atenta escucha de las múltiples y diferentes voces de los hombres contemporáneos: voces de fe, esperanza, amor, entrega, solidaridad; pero voces también de dolor, angustia, incertidumbre, duda, negación, odio. Arraigado en la meditación continua de la Verdad, supo hacer oír, durante muchos años, su voz apasionada, iluminadora, orientadora y que, al mismo tiempo, exhortaba, indicando a la Iglesia y al mundo el camino, a veces duro y difícil, en medio de los cambios culturales, políticos y sociales de hoy. Su pontificado ha sido un auténtico don de Dios, y nosotros hoy, reverentes, nos inclinamos ante su recuerdo, vigilantes y solícitos para no perder nada de su magisterio iluminado y de su alto ejemplo.

2. A este triste recuerdo se une la satisfacción por esta exposición, que representa un homenaje particularmente significativo a Pablo VI. Como para su 80 aniversario se le ofrecieron varias obras de arte, que ilustraban la rica personalidad del Apóstol Pablo, así también le fueron donados numerosos y preciosos autógrafos, que se exponen hoy en esta sala para ser conservados después definitivamente en la Biblioteca Apostólica Vaticana. En la presentación del elegante y nutrido catálogo de la exposición se habla, en frase feliz, de "Testimonios del Espíritu": en realidad encontramos en la presente colección autógrafos de Santas y de Santos, de artistas, poetas, literatos, músicos, filósofos, estudiosos, científicos, de hombres de la política y de la economía. Figuran seguidores de tendencias diversas, de ideologías opuestas. Pero, por encima de todo, en estos folios autógrafos, escritos, ya con rapidez nerviosa, ya con serenidad pacifica, está presente el hombre: el hombre que, en el momento en que traza un signo, quiere dialogar o consigo mismo, para analizarse y conocerse mejor; o con otros, para comunicarles y manifestarles las propias concepciones, los sentimientos propios; o con Dios, para rezarle con angustia estremecida o con sencilla humildad. En estos manuscritos está presente el hombre en la completa y compleja variedad de su vida, de sus aspiraciones a la verdad, al bien, a la belleza, a la justicia, al amor. A este hombre, mejor, a estos hombres, cuyos testimonios sean celosamente conservados para transmitirlos íntegramente a la posteridad, va el respeto de la Iglesia, que es consciente de que su tarea fundamental es "dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tener familiaridad con la profundidad de la redención, que se realiza en Cristo Jesús" (cf. Redemptor hominis RH 10).

A los donantes, a los organizadores y a todos los presentes mi afectuosa bendición apostólica.


DISCURSO EL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR BETHUEL A. KIPLAGAT

NUEVO EMBAJADOR DE KENIA ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 11 de mayo de 1979



Señor Embajador:

152 Al recibir sus Cartas Credenciales esta mañana, deseo poner de manifiesto mi respeto y estima profundos hacia todo el país de Kenia, hacia su pueblo, sus valiosas tradiciones, y la tarea que está llamado a desempeñar en África y en el mundo. Deseo también expresar mi gratitud por el saludo y buenos deseos que me trae del Excmo. Sr. Presidente, y del Gobierno y pueblo de vuestro país. Esté seguro de que le correspondo con los sentimientos más cordiales.

Aprecio mucho las palabras que acabáis de pronunciar. Habéis recalcado el hecho de que Kenia considera que el temor de Dios es fuente de las bendiciones de estabilidad y prosperidad, y base de la unidad que vos profesáis y defendéis. Ello está de acuerdo sin duda alguna con el pensamiento del Salmista referido en la Biblia: "El principio de la sabiduría es temor a Yavé" (
Ps 111,10).

Habéis hablado con gran benevolencia de la contribución de la Iglesia al desarrollo de Kenia. Habéis mencionado la satisfacción con que vuestro país advierte la actividad internacional de la Santa Sede en el campo de la paz, y la dignidad e igualdad humanas. Estas son, sin duda alguna, cuestiones claves para la Santa Sede al realizar su misión de servicio al hombre en la causa del "Evangelio de la paz" (Ep 6,15).

La Iglesia atribuye gran valor, en especial, a la promoción de la unidad entre los hombres, y encuentra el principio de esta unidad en la paternidad de Dios y en su amor creador. Y a la vez. la Iglesia no cesará de proyectarse hacia las exigencias de esta unidad que supone amor mutuo, ayuda fraterna, colaboración continua, así como el rechazo de toda teoría o práctica que esté en desacuerdo con esta verdad básica.

El interés de la Iglesia por el hombre y el servicio a éste, están basados, según palabras de Pablo VI, en la convicción de que "refleja la concepción cristiana del hombre, creado a imagen de Dios y redimido por Jesucristo" (discurso al Comité especial de la ONU para el Apartheid, 22 de mayo de 1974: L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 9 de junio de 1974. pág. 9). Se inspiran en el concepto de la hermandad auténtica que "tiene en cuenta el origen, naturaleza y destino comunes a todos los miembros de la Familia humana v la igualdad de sus derechos fundamentales" (ib.).

Estos son los criterios que guían a la Iglesia en Kenia y en todos los sitios, al promover comunidades cristianas; éstos son los principios que se propone llevar a la práctica, ofreciendo de este modo ejemplo de liderazgo cristiano. La Iglesia está empeñada irrevocablemente en este modelo de servicio, y se siente feliz de desarrollar su actividad en colaboración con individuos y naciones. Hoy da la bienvenida en vuestra persona, a la colaboración continua de Kenia y, ante la historia como testigo, vuelve a asegurar que se dedicará a afianzar la unidad de los hombres en justicia y verdad, en libertad y amor.

Con estos sentimientos doy la bienvenida en el Vaticano a Vuestra Excelencia, pidiendo bendiciones abundantes sobre usted, las autoridades todas y el querido pueblo de Kenia.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA FEDERACIÓN ITALIANA DE CABALLEROS DEL TRABAJO

Viernes 11 de mayo de 1979



Ilustres señores:

Me siento honrado y contento por vuestra presencia, y os agradezco de corazón el rasgo de amable deferencia que os ha llevado a desear este encuentro, con motivo de la solemne entrega del V premio Marconi International Fellowship. Al presentar mis sinceras felicitaciones al agraciado este año, prof. John R. Pierce, del California Institute of Technology, Pasadena, California, me es grato extender mi congratulación también a los ilustres estudiosos que han sido honrados con el premio en años pasados y que han querido tomar parte en esta audiencia.

Saludo también a la señora Giorgia Marconi Braga, presidente y animadora del premio que lleva el nombre de su padre, y que quiere mantener vivos en el mundo los nobles ideales de generosa filantropía. Un particular agradecimiento debo todavía al ingeniero Bruno Valenti, presidente de la Federación Nacional de los Caballeros del Trabajo, por las atentas y oportunas palabras con que ha sabido interpretar los sentimientos de los reunidos.

153 A todos quiero manifestar mi aprecio y estima. Me parece digna de atención la circunstancia de que en este encuentro se hallen presentes personas comprometidas en la investigación científica avanzada, v otros que se distinguen por la aportación que dan, con su trabajo, a la economía nacional. Es una especie de alianza ideal entre ingenio y laboriosidad, en la que cualquiera que reflexione, puede reconocer fácilmente la matriz de todo auténtico progreso humano. En efecto, mediante el trabajo de amplios conjuntos humanos, las intuiciones geniales de cada uno, o de un pequeño "equipo" de investigadores se traducen en servicios útiles al bienestar común. Me parece, por tanto, que el lema Ingenium pro bono humanitatis, en el que se inspira el premio ahora mismo mencionado, puede muy bien ser tomado como máxima inspiradora del esfuerzo de cada uno y como criterio de valoración de su "calidad". Quiero decir que será un esfuerzo merecedor y digno, si se revela útil al verdadero bien del hombre.

Este es un aspecto sobre el que quiero poner el acento. En efecto, la Iglesia, como he recordado en mi Encíclica Redemptor hominis, «no puede abandonar al hombre, cuya "suerte", es decir, la elección, la llamada, el nacimiento y la muerte, la salvación o la perdición, están tan estrecha e indisolublemente unidas a Cristo» (
Nb 14). Ahora bien, el hombre, hoy, está en peligro: está amenazado por el resultado mismo «del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento» (ib Nb 15). Aquí está el «drama de la existencia humana contemporánea». El hombre «vive cada vez más en el miedo», porque «teme que sus productos... y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo» (ib ., núm. Nb 15).

Ahora, es evidente que todo lo que hace violencia al hombre y lo mortifica no puede juzgarse útil para su verdadero bien, ni puede calificarse como progreso auténtico, aun cuando constituya un resultado "técnicamente" excelente. Por esto, es importante que los hombres responsables tengan la valentía de denunciar una ciencia que se manifiesta «deshonrada por la crueldad de sus aplicaciones» (p. Valéry). Es importante que se comprometan con toda su energía a orientar el propio camino y el de sus semejantes hacia metas de verdadero crecimiento humano. Efectivamente, sólo es progreso auténtico el que contribuye a hacer al hombre más maduro espiritualmente, más consciente de su dignidad, más abierto a los demás, más libre en sus opciones: esto es, el que mira a formar un hombre que conoce el "porqué" de las cosas y no sólo el "cómo" de ellas. Jamás el. hombre ha sido tan rico en cosas, medios, técnicas, y jamás ha sido tan pobre en orientaciones sobre el destino de los mismos. Devolver al hombre la conciencia de los fines para los que vive y trabaja, ésta es la tarea a la que estamos llamados todos en este resto de siglo que cierra el segundo milenio de la era cristiana.

Sólo podrá llenar esta tarea el que cree «en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia» (Redemptor hominis RH 16).

Por tanto, el auspicio que deseo manifestar en esta circunstancia, en la que tengo el placer de dirigirme a una reunión de personas tan representativas del mundo de la ciencia y del trabajo. es éste: que el ideal de gastar las propias energías pro bono humanitatis brille como estrella polar en el ánimo de cada uno e inspire todas las iniciativas, sosteniendo su esfuerzo generoso aun en los momentos difíciles: trabajar por el hombre con amor sincero es honrar y servir a Dios.

Confirmo estos deseos míos con la bendición apostólica, que concedo de corazón a vosotros y a vuestros queridos familiares, invocando la ayuda continua del Señor sobre vuestras fatigas cotidianas.

Felicito de nuevo al prof. John R. Pierce por el honor que se le ha conferido y por la confianza puesta en él de que va a trabajar pro bono humanitatis de manera eficaz y válida. Mi felicitación sincera se dirige también a los distinguidos científicos aquí presentes que recibieron premios anteriormente. Pido a Dios que les sostenga y guíe en su servicio a la humanidad y les colme de bendiciones.


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