Discursos 1979 46

46 La III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano es un momento fuerte de gracia que exige conversión personal y comunitaria, para renovar vuestra comunión eclesial, vuestra confianza en los Pastores, vuestro vigor y relanzamiento apostólico.

Por otra parte, desde esa perspectiva eclesial, quiero invitaros a reavivar vuestra sensibilidad humana y cristiana en la otra vertiente de vuestro compromiso: la participación en las necesidades, aspiraciones, desafíos cruciales con que la realidad de vuestros prójimos interpela vuestra acción evangelizadora de laicos cristianos.

De entre la vastedad de los campos que exigen la presencia del laicado en el mundo, y que señala la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi —esa Carta Magna de la Evangelización— quiero señalar algunos espacios fundamentales y urgentes en el acelerado y desigual proceso de industrialización, urbanización y transformación cultura! en la vida de vuestros pueblos.

La salvaguardia, promoción, santificación y proyección apostólica de la vida familiar deben contar a los laicos católicos entre sus agentes más decididos y coherentes. Célula básica del tejido social, considerada por el Concilio Vaticano II como “Iglesia doméstica”, exige un esfuerzo evangelizador, para potenciar sus factores de crecimiento humano y cristiano y superar los obstáculos que atentan contra su integridad y finalidades.

Los “mundos” emergentes y complejos de los intelectuales y universitarios, del proletariado, técnicos y dirigentes de empresa, de los vastos sectores campesinos y poblaciones suburbanas sometidas al impacto acelerado de cambios económico-sociales y culturales, reclaman una particular atención apostólica, a veces casi misionera, por parte del laicado católico en la proyección pastora! del conjunto de la Iglesia.

¡Cómo no señalar también la presencia en medio de esa muchedumbre interpelante de la juventud, en sus inquietas esperanzas, rebeldías y frustraciones, en sus ilimitados anhelos a veces utópicos, en sus sensibilidades y búsquedas religiosas, así como en sus tentaciones por ídolos consumísticos o ideológicos! Los jóvenes esperan testimonios claros, coherentes y gozosos de la fe eclesial que los ayude a re-estructurar y encauzar sus abiertas y generosas energías en sólidas opciones de vida personal y colectiva.

La caridad, savia primordial de vida eclesial, se despliegue por medio de los laicos cristianos también en la solidaridad fraterna ante situaciones de indigencia, opresión, desamparo o soledad de los más pobres, predilectos del Señor liberador y redentor.

¿Y cómo olvidar el mundo todo de la enseñanza, donde se forjan los hombres del mañana; el mismo terreno de la política, para que siempre responda a criterios de bien común; el campo de los organismos internacionales, para que sean palestras de justicia, de esperanza y entendimiento entre los pueblos; el mundo de la medicina y del servicio sanitario donde son posibles tantas intervenciones que tocan muy de cerca el orden moral; el campo de la cultura y del arte, terrenos fértiles para contribuir a dignificar al hombre en lo humano y en lo espiritual?

En esa doble vertiente de renovado compromiso cristiano, vuestra fidelidad eclesial —recogiendo y vigorizando la tradición del laicado mexicano— os relanzará con nuevas energías para operar como fermento hacia más amplias perspectivas de convivencia social.

La tarea es inmensa. Vosotros sois llamados a participar en ella, asumiendo y prosiguiendo lo mejor de la experiencia de participación eclesial y secular de los últimos años; dejando progresivamente a un lado las crisis de identidad, contestaciones estériles e ideologizaciones extrañas al Evangelio.

Uno de los fenómenos de los últimos años en el que se ha manifestado con creciente vigor el dinamismo de los laicos en América Latina y en otras partes, es el de las llamadas comunidades de base que han ido surgiendo en coincidencia con la crisis del asociacionismo católico.

47 Las comunidades de base pueden ser un instrumento válido de formación y vivencia de la vida religiosa dentro de un nuevo ambiente de impulso cristiano y pueden servir entre otras cosas para una penetración capilar del Evangelio en la sociedad.

Pero para que eso sea posible es necesario que se mantengan bien presentes los criterios tan claros que se enuncian en la Evangelii nuntiandi (
Nb 58), a fin de que se alimenten de la Palabra de Dios en la oración y permanezcan unidas, no separadas, y menos contrapuestas, a la Iglesia, a los Pastores y a los otros grupos o asociaciones eclesiales.

Que vuestras asociaciones sean como hasta hoy —y mejor aún— formativas de cristianos con vocación de santidad, sólidos en su fe, seguros en la doctrina propuesta por el Magisterio auténtico, firmes y activos en la Iglesia, cimentados en una densa vida espiritual, alimentada con el acercamiento frecuente a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, perseverantes en el testimonio y acción evangélica, coherentes y valientes en sus compromisos temporales, constantes promotores de paz y justicia contra toda violencia u opresión, agudos en el discernimiento crítico de las situaciones e ideologías a la luz de las enseñanzas sociales de la Iglesia, confiados en la esperanza en el Señor.

Vaya mi Bendición Apostólica a vosotros, a todos los laicos de vuestras asociaciones, a vuestros asistentes eclesiásticos y al conjunto del laicado mexicano. Y también a los millones de laicos latinoamericanos que elevan su oración y ponen su esperanza en Puebla. A todos os encomiando a la protección maternal de la Virgen María, en su advocación de Guadalupe.





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MÉXICO Y BAHAMAS


A LOS ESTUDIANTES DEL "INSTITUTO MIGUEL ÁNGEL"


DE CIUDAD DE MÉXICO


Martes 30 de enero de 1979



Queridos jóvenes:

Estoy contento de poder encontrarme hoy con vosotros en esta escuela católica “Instituto Miguel Ángel”. Formáis un grupo numeroso de todas las edades, tanto lo que estudiáis en este centro cuanto los venidos de otras escuelas católicas. En vuestra juventud veo y siento presentes a todos los estudiantes del país. A todos os saludo con un afecto particular, porque veo en vosotros la esperanza prometedora de la Iglesia y de la nación mexicana del mañana.

También quiero saludar afectuosamente a vuestros profesores, a los representantes de las instituciones formadoras y de los padres de familia. Todos merecéis mi respeto porque entre todos estáis formando a las nuevas generaciones.

1.Las dificultades que las escuelas católicas en México han sabido superar en el cumplimiento de su misión, es un motivo más de mi reconocimiento al Señor y al mismo tiempo un estímulo para vuestra responsabilidad, a fin de que la escuela católica lleve a cabo la formación integral de los futuros ciudadanos sobre una base auténticamente humana y cristiana.

“La Iglesia, en cuanto a su misión específica, debe promover e impartir la educación cristiana a la que todos los bautizados tienen derecho, para que alcancen la madurez en su fe. Como servidora de todos los hombres, la Iglesia busca colaborar mediante sus miembros, especialmente laicos, en las tareas de promoción cultural humana, en todas las formas que interesan a la sociedad” (Medellín, Educación, 9).

Muy antigua es la tradición cristiana en esta ciudad de México; y ha sido también pionera en introducir la doctrina social de la Iglesia en los planes de estudio escolares. Esto ha sido germen de un mayor respeto a los derechos de todos los hombres, especialmente de los que sufren en la miseria o en la marginación social.

48 2. La Iglesia contempla con optimismo y profunda esperanza a la juventud. Vosotros, los jóvenes, representáis a la mayor parte de la población mexicana, de la cual el 50% no llega a los 20 años. En los momentos más difíciles del cristianismo en la historia mexicana, los jóvenes han dado un testimonio heroico y generoso.

La Iglesia ve en la juventud una enorme fuerza renovadora, que nuestro predecesor el Papa Juan XXIII consideraba como un símbolo de la misma Iglesia, llamada a una constante renovación de sí misma, o sea, a un incesante rejuvenecimiento.

Preparaos a la vida con seriedad y diligencia. En este momento de la juventud, tan importante para la maduración plena de vuestra personalidad, sabed dar siempre el puesto adecuado al elemento religioso de vuestra formación, el que lleva al hombre a alcanzar su dignidad plena, que es la de ser hijo de Dios. Recordad siempre que sólo si os apoyáis, como dice San Pablo, sobre el único fundamento que es Jesucristo (cf. 1Co
1Co 3,11), podréis construir algo verdaderamente grande y duradero.

3.Como recuerdo de este encuentro tan cordial y gozoso quiero dejaros una consideración concreta.

Con la vivacidad que es propia de vuestros años, con el entusiasmo generoso de vuestro corazón, caminad al encuentro de Cristo: sólo El es la solución de todos vuestros problemas; sólo El es el camino, la verdad y la vida; sólo El es la verdadera salvación del mundo; sólo El es la esperanza de la humanidad.

Buscad a Jesús esforzándoos en conseguir una fe personal profunda que informe y oriente toda vuestra vida; pero sobre todo que sea vuestro compromiso y vuestro programa amar a Jesús, con un amor sincero, auténtico y personal. El debe ser vuestro amigo y vuestro apoyo en el camino de la vida. Sólo El tiene palabras de vida eterna (cf. Jn Jn 6,68).

Vuestra sed de lo absoluto no puede ser saciada por los sucedáneos de ideologías que conducen al odio, a la violencia y a la desesperación. Sólo Cristo, buscado y amado con amor sincero es fuente de alegría, de serenidad y de paz.

Pero después de haber encontrado a Cristo, después de haber descubierto quién es El, no se puede no sentir la necesidad de enunciarlo. Sabed ser testigos auténticos de Cristo; sabed vivir y proclamar, con hechos y palabras, vuestra fe.

Vosotros, queridísimos jóvenes, debéis tener el ansia y el deseo de ser portadores de Cristo a esta sociedad actual, más que nunca necesitada de El, más que nunca a la búsqueda de El, a pesar de que las apariencias puedan tal vez hacer creer lo contrario.

“Es necesario –ha escrito mi predecesor Pablo VI en la Exhortación Evangelii nuntiandi– que los jóvenes, bien formados en la fe y arraigados en la oración, se conviertan cada vez más en los apóstoles de la juventud” (Nb 72). A cada uno de vosotros espera la tarea entusiasmante de ser un anunciador de Cristo entre vuestros compañeros de escuela y de diversión. Cada uno de vosotros debe tener en el corazón el deseo de ser un apóstol entre los que están a vuestro alrededor.

4. Quiero ahora confiaros un problema que llevo muy dentro de mí. La Iglesia es consciente del subdesarrollo cultural existente en muchas zonas del continente latinoamericano y de vuestro país. Mi predecesor Pablo VI, en su Encíclica Populorum progressio afirmaba: “...la educación básica es el primer objetivo de un plan de desarrollo” (Nb 36).

49 En la dinámica acelerada de cambio, característica de la sociedad actual, es necesario y, a la vez, urgente que sepamos crear un ambiente de solidaridad humana y cristiana en torno al acuciante problema de la escolarización. Ya lo recordaba el Concilio en su Documento sobre la Educación: “Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, por poseer la dignidad de persona, tienen derecho inalienable a una educación...” (Gravissimum educationis GE 1).

No es posible permanecer indiferente ante el grave problema del analfabetismo o semi-analfabetismo.

En uno del los momentos decisivos para el futuro de América Latina, hago un fuerte llamado en nombre de Cristo a todos los hombres y, de modo particular, a vosotros los jóvenes, para que prestéis hoy y mañana vuestra ayuda, servicio y colaboración en esta tarea de escolarización. Mi voz, mi súplica de Padre si dirige también a los educadores cristianos para que, con su aportación favorezcan la alfabetización y “culturización”, con una visión integral del hombre. No olvidemos que “un analfabeto es un espíritu subalimentado” (Populorum progressio, 35).

Confío en la colaboración de todos para ayudar a resolver este problema, que toca un derecho tan esencial del ser humano.

¡Jóvenes, comprometeos humana y cristianamente en cosas que merecen esfuerzo, desprendimiento y generosidad! ¡La Iglesia lo espera de vosotros y confía en vosotros!

5. Pongamos esta intención a los pies de María, a la que los mexicanos invocáis como Nuestra Señora de Guadalupe. Ella estuvo asociada íntimamente al misterio de Cristo y es un ejemplo de amor generoso y de entrega al servicio de los demás. Su vida de fe profunda es el camino para robustecer nuestra fe y nos enseña a encontrarnos con Dios en la intimidad de nuestro ser.

Al volver a vuestras casas, asociaciones juveniles y grupos de amigos, decid a todos que el Papa cuenta con los jóvenes. Decid que los jóvenes son el consuelo y la fuerza del Papa, que desea estar con ellos para hacerles llegar su voz de aliento en medio de todas las dificultades que comporta el situarse en la sociedad.

Os ayude y estimule a cumplir vuestros propósitos la bendición apostólica que os imparto de corazón a vosotros, a vuestros seres queridos y a cuantos se dedican a vuestra formación.





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A SU LLEGADA A GUADALAJARA


Martes 30 de enero de 1979



Señor cardenal,
hermanos, hijos amadísimos:

50 Agradezco de todo corazón al señor arzobispo de Guadalajara el saludo que ha tenido a bien dirigirme en el instante de mi llegada a esta querida arquidiócesis. El Papa se siente emocionado de la acogida tan humana, tan cristiana y tan familiar. Me parece estar entre los míos, en mi casa.

En la historia de este gran país, los habitantes de este Estado y de esta ciudad os habéis siempre distinguido por vuestra religiosidad y vuestra laboriosidad. Habéis sabido aunar lo espiritual y lo material en una síntesis que supone la auténtica vivencia del mensaje del Hijo de Dios.

Amadísimos todos: Mi saludo se dirige a los aquí presentes y de modo particular a los sacerdotes, religiosos y todos aquellos que trabajan en la construcción del Reino de Dios en esta arquidiócesis, rica en testimonio de fe cristiana que se manifiesta en tantas maneras y especialmente en vocaciones a la vida religiosa.

Gracias por la oportunidad que brindáis a vuestro Padre de estar con vosotros, hijos míos, en esta visita.

¡Que el Señor os bendiga!





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A LOS HABITANTES DEL BARRIO POBRE


DE SANTA CECILIA


Guadalajara, México

Martes 30 de enero de 1979



He deseado vivamente este encuentro, habitantes del barrio de Santa Cecilia, porque me siento solidario con vosotros y porque, siendo pobres, tenéis derecho a mis particulares desvelos.

Yo os digo en seguida el motivo: el Papa os ama porque sois los predilectos de Dios. El mismo, al fundar su familia, la Iglesia, tenía presente a la humanidad pobre y necesitada. Para redimirla envió precisamente a su Hijo que nació pobre y vivió entre los pobres para hacernos ricos con su pobreza (cf. 2Co 2Co 8,9).

Como consecuencia de esa redención, llevada a cabo en quien se hizo uno de nosotros, ahora ya no somos pobres siervos, somos hijos, que podemos llamar a Dios: Padre (cf. Ga Ga 4,4-6). Ya no estamos desamparados, ya que, si somos hijos de Dios, somos también herederos de los bienes, que El ofrece con largueza a aquellos que lo aman (cf. Mt 11,28). ¿Podremos desconfiar de que un padre dé cosas buenas a sus hijos? (cf. ib., 7, 7ss.). El mismo Jesús, Salvador nuestro, nos espera para aliviarnos en la fatiga (cf. ib., 11, 28.). Al mismo tiempo cuenta con nuestra colaboración personal para dignificarnos cada vez más, siendo artífices de nuestra propia elevación humana y moral.

A la vez, ante vuestra agobiante situación, invito con todas mis fuerzas a todo el que tiene medios y se siente cristiano, a renovarse en la mente y en el corazón para que, promoviendo una mayor justicia y aun dando de lo propio, a nadie falte el conveniente alimento, vestido, habitación, cultura, trabajo; todo lo que da dignidad a la persona humana. La imagen de Cristo en la cruz, precio del rescate de la humanidad, es una llamada acuciante a gastar la vida poniéndonos al servicio de los necesitados, a ritmo con la caridad, que es desprendida y que no simpatiza con la injusticia, sino con la verdad (cf. 1Co 1Co 13, 2ss.).

51 Os bendigo a todos, pidiendo al Señor ilumine siempre vuestros corazones y vuestras acciones.





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A LOS OBREROS DE GUADALAJARA


Martes 30 de enero de 1979



Queridos hermanos y hermanas,
queridos obreros y obreras:

Llego hasta aquí a este cuadro maravilloso de Guadalajara, donde nos encontramos en el nombre de Aquel que quiso ser conocido como el Hijo del artesano.

Vengo hasta vosotros trayendo en mis ojos y en mi alma la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, vuestra Patrona, hacia la que profesáis un amor filial que he podido constatar no sólo en su santuario sino incluso pasando por las calles y ciudades de México. Donde hay un mexicano, ahí está la Madre de Guadalupe. Me decía un señor que el 96 por ciento de los mexicanos son católicos, mas ciento por ciento son guadalupanos.

He querido venir a visitaros, familias obreras de Guadalajara y de otros lugares de esta arquidiócesis que se distingue por su adhesión a la fe, por su unidad familiar y por sus esfuerzos para responder a las grandes exigencias humanas y cristianas de la justicia, de la paz, del progreso, según Dios.

Me presento ante vosotros como un hermano con alegría y con amor, después de haber tenido la oportunidad de recorrer los caminos de México y de ser testigo del amor que aquí se profesa a Cristo, a la Virgen Santísima y al Papa, peregrino y mensajero de la fe, la esperanza y la unión entre los hombres.

Deseo manifestaros desde el primer momento cuánto agrada al Papa que este encuentro sea de obreros, de familias obreras, de familias cristianas que desde sus puestos de trabajo saben ser agentes de bien social, de respeto, de amor a Dios en el taller, en la fábrica, en cualquier casa o lugar.

Pienso en vosotros, niños y niñas, jóvenes de familias obreras; me viene a la mente la figura de Aquel que nació en el seno de una familia artesana, que creció en edad, sabiduría y gracia, que de su Madre aprendió los caminos humanos, que en aquel varón justo que Dios le dio por padre tuvo el maestro en la vida y en el trabajo cotidiano. La Iglesia venera a esta Madre y a ese Hombre, a ese santo obrero, también modelo de hombre y de obrero.

Nuestro Señor Jesucristo recibió las caricias de sus recias manos de obrero, manos endurecidas por el trabajo, manos abiertas a la bondad y al hermano necesitado. Permitidme entrar en vuestras casas, si queréis tener al Papa como huésped y amigo vuestro, y darle el consuelo de ver en vuestros hogares la unión, el amor familiar que descansa tras la jornada de fatiga en este mutuo y afectuoso intercambio que reinaba en la Sagrada Familia. Me hace ver, queridos niños y jóvenes que os estáis preparando de manera seria para el mañana; os lo repito, sois la esperanza del Papa.

52 No me neguéis el gozo de veros caminar por senderos que os conducen a ser auténticos seguidores del bien y amigos de Cristo. No me neguéis la alegría de ver vuestro sentido de responsabilidad en los estudios, en las actividades, en las diversiones. Estáis llamados a ser portadores de generosidad y honestidad, a ser luchadores contra la inmoralidad, a preparar ese México más justo y sano, más feliz, para los hijos de Dios e hijos de Nuestra Madre María.

Vosotros sabéis muy bien que el trabajo de vuestros padres está presente en el esfuerzo común de crecimiento en esta Nación y en todo lo que contribuya a que los beneficios de la civilización contemporánea lleguen a todos los mexicanos. Estad orgullosos de vuestros padres y colaborad con ellos en vuestra formación de jóvenes honrados y cristianos, os acompañan mi afecto y mi aliento.

El afecto del Papa se dirige también a las trabajadoras madres y esposas presentes y a todas aquellas que escuchan mi palabra a través de los medios de comunicación social. Recordad a aquella Virgen Madre que supo ser causa de alegría para el esposo y guía solícita para el hijo en los momentos de dificultad y de prueba. Cuando hay preocupaciones y limitaciones, recordad que Dios escogió a una Madre pobre y que Ella supo permanecer firme en el bien, aún en las horas más duras.

Muchas de vosotras trabajáis también en alguna de las múltiples actividades que hoy se abren a la capacidad femenina; muchas de vosotras sois también sustento para no pocos hogares y ayuda continua para que la vida familiar sea cada vez más digna. Estad presentes con vuestra creatividad en la transformación de esta sociedad, la manera de vida contemporánea ofrece oportunidades y empleos cada vez más importantes para la mujer, llevad vuestra aportación iluminada por vuestro sentido religioso, a todos los vuestros y aún a las más altas magistraturas.

Amigos, hermanos trabajadores, existe un concepto cristiano del trabajo, de la vida familiar y social que encierra grandes valores y que reclama criterios y normas morales que orienten a quien cree en Dios y en Jesucristo, para que el trabajo se realice como una verdadera vocación de transformación del mundo, en un espíritu de servicio y de amor a los hermanos, para que la persona humana se realice aquí mismo y contribuya a la humanización creciente del mundo y de sus estructuras.

El trabajo no es una maldición, es una bendición de Dios que llama al hombre a dominar la tierra y a transformarla, para que con la inteligencia y el esfuerzo humano continúe la obra creadora y divina. Quiero deciros con toda mi alma y fuerza, que me duelen las insuficiencias de trabajo, me duelen las ideologías de odio y violencia que no son evangélicas y que tantas heridas causan en la humanidad contemporánea.

Para el cristiano no basta la denuncia de las injusticias, a él se le pide ser testigo y agente de justicia; el que trabaja tiene derechos que ha de defender legalmente, pero tiene también deberes que ha de cumplir generosamente. Como cristianos estáis llamados a ser artífices de justicia y de verdadera libertad a la vez que forjadores de caridad social. La técnica contemporánea crea toda una problemática nueva y a veces produce desempleo, pero también abre grandes posibilidades que reclaman en el trabajador una preparación cada vez mayor y una aportación de su capacidad humana e imaginación creadora. Por ello el trabajo no ha de ser una mera necesidad, ha de ser visto como una verdadera vocación, un llamamiento de Dios a construir un mundo nuevo en el que habiten la justicia y fraternidad, anticipo del Reino de Dios, en el que no habrá ya ni carencias, ni limitaciones.

El trabajo ha de ser el medio para que toda la creación esté sometida a la dignidad del ser humano e hijo de Dios.

Ese trabajo ofrece la oportunidad de comprometerse con toda la comunidad sin resentimientos, sin amarguras, sin odios, sino con el amor universal de Cristo que a nadie excluye y que a todas abraza.

Cristo nos ha anunciado el Evangelio, por el que sabemos que Dios es amor, que es Padre de todos y que nosotros somos hermanos.

El misterio central de nuestra vida cristiana que es el de la Pascua, nos hace mirar al cielo nuevo y a la tierra nueva. En el trabajo debe existir esa mística pascual, con la que los sacrificios y fatigas se aceptan con impulso cristiano para hacer que resplandezca más claramente el nuevo orden querido por el Señor y para hacer un mundo que responda a la bondad de Dios en la armonía, el amor y la paz.

53 Amadísimos hijos e hijas, pido al Señor por vosotros todos y por vuestras familias, pido al Señor por la unidad y estabilidad de los matrimonios y porque la vida del hogar sea siempre plena y gozosa. La fe cristiana ha de ser más fuerte con todos los factores de crisis contemporánea. La Iglesia, como el Concilio nos ha enseñado cariñosamente, ha de ser la gran familia en la que se vive la dinámica de unidad, de vida, de gozo y de amor, que es la Trinidad Santísima.

El mismo Concilio ha llamado a la familia “pequeña Iglesia”; en la familia cristiana tiene su principio la acción evangelizadora de la Iglesia. Las familias son las primeras escuelas de la educación en la fe; solamente si esa unidad cristiana se conserva será posible que la Iglesia cumpla su gran misión en la sociedad y en la misma Iglesia.

Amigos y hermanos, gracias por haberme ofrecido la posibilidad de participar en este gran encuentro con el mundo obrero, con el que me siento siempre tan a gusto. Sois para el Papa amigos y compañeros. Gracias.

Esta ciudad de Guadalajara se ha distinguido en todo México por el impulso dado a las actividades deportivas que proporcionan a la familia el crecimiento físico y espiritual y la alegría de una mente sana en un cuerpo sano. La corona de futbolistas que nos acompaña pone un nuevo color a nuestra gran reunión. El Papa os da su bendición a todos y cada uno. Que ella os aliente vuestro compromiso apostólico con generosa entrega fraternal y con la seguridad de que Dios trabaja con vosotros para que construyáis un mundo más hermoso, más amable, más justo, más humano, más cristiano. Así sea.





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A LAS RELIGIOSAS DE CLAUSURA


EN LA CATEDRAL DE GUADALAJARA


Martes 30 de enero de 1979



Queridas religiosas de clausura:

En esta catedral de Guadalajara quiero saludaros con esas bellas y expresivas palabras que repetimos con frecuencia en la asamblea litúrgica: “El Señor esté con vosotras” (Misal Romano). Sí, que el Señor, al que habéis consagrado toda vuestra vida, esté siempre con vosotras.

¿Cómo podría faltar durante la visita a México, un encuentro del Papa con las religiosas contemplativas? Si a tantas personal yo quería ver, vosotras ocupáis un puesto especial por vuestra particular consagración al Señor y a la Iglesia. Por ese motivo, el Papa también quiere estar cerca de vosotras.

Este encuentro quiere ser la continuación del que tuve con las demás religiosas mexicanas; muchas cosas las decía también para vosotras, pero ahora deseo referirme a lo que es más específicamente vuestro.

¡Cuántas veces el Magisterio de la Iglesia ha demostrado su gran estima y aprecio por vuestra vida dedicada a la oración, al silencio, y a un modo singular de entrega a Dios! En estos momentos de tantas transformaciones en todo, ¿sigue teniendo significado este tipo de vida o es algo ya superado?

El Papa os dice: Sí, vuestra vida tiene más importancia que nunca, vuestra consagración total es de plena actualidad. En un mundo que va perdiendo el sentido de lo divino, ante la supervaloración de lo material, vosotras, queridas religiosas, comprometidas desde vuestros claustros en ser testigos de unos valores por los que vivís, sed testigos del Señor para el mundo de hoy; infundid con vuestra oración un nuevo soplo de vida en la Iglesia y en el hombre actual.

54 Especialmente en la vida contemplativa se trata de realizar una unidad difícil: manifestar ante el mundo el misterio de la Iglesia en el mundo presente y gustar ya aquí, enseñándoselo a los hombres, como dice San Pablo, “las cosas de allá arriba” (Col 1,3).

El ser contemplativa no supone cortar radicalmente con el mundo, con el apostolado. La contemplativa tiene que encontrar su modo específico de extender el Reino de Dios, de colaborar en la edificación de la ciudad terrena, no sólo con sus plegarias y sus sacrificios, sino con su testimonio silencioso, es verdad, pero que pueda ser entendido por los hombres de buena voluntad con los que esté en contacto.

Para ello tenéis que encontrar vuestro estilo propio que, dentro de una visión contemplativa, os haga compartir con vuestros hermanos el don gratuito de Dios.

Vuestra vida consagrada arranca de la consagración bautismal y la expresa con mayor plenitud. Con una respuesta libre a la llamada del Espíritu Santo, habéis decidido seguir a Cristo consagrándoos totalmente a El. “Esta consagración será tanto más perfecta, dice el Concilio, cuanto, por vínculos más firmes y más estables, represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia” (Lumen gentium LG 44).

Las religiosas contemplativas sentís una atracción que os arrastra hacia el Señor. Apoyadas en Dios, os abandonáis a su acción paternal que os levanta hacia El y os transforma en El, mientras os prepara para la contemplación eterna, que constituye nuestra meta última para todos. ¿Cómo podríais avanzar a lo largo de este camino y ser fieles a la gracia que os anima, si no respondierais con todo vuestro ser, por medio de un dinamismo cuyo impulso es el amor, a esta llamada que os orienta de manera permanente hacia Dios? Considerad pues cualquier otra actividad como un testimonio, ofrecido al Señor, de vuestra íntima comunión con El, para que os conceda aquella pureza de intención, tan necesaria para encontrarlo en la misma oración. De este modo contribuiréis a la extensión del Reino de Dios, con el testimonio de vuestra vida y con “una misteriosa fecundidad apostólica” (Perfectae caritatis PC 7).

Reunidas en nombre de Cristo, vuestras comunidades tienen como centro la Eucaristía, “sacramento de amor, signo de unidad, vínculo de caridad” (Sacrosanctum Concilium SC 47).

Por la Eucaristía también el mundo está presente en el centro de vuestra vida de oración y de ofrenda como el Concilio ha explicado: “y nadie piense que los religiosos, por su consagración, se hacen extraños a los hombres o inútiles para la sociedad terrena. Porque, si bien en algunos casos no sirven directamente a sus contemporáneos, los tienen, sin embargo, presentes de manera más íntima en las entrañas de Cristo y cooperan espiritualmente con ellos, para que la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en el Señor y se ordene a El, no sea que trabajen en vano quienes la edifican” (Lumen gentium LG 46).

Contemplándoos con la ternura del Señor cuando llamaba a sus discípulos “pequeña grey” (cf. Lc Lc 12,32), y les anunciaba que su Padre se había complacido en darles el Reino, yo os suplico: conservad la sencillez de los “más pequeños” del Evangelio. Sabed encontrarla en el trato intimo y profundo con Cristo y en contacto con vuestros hermanos. Conoceréis entonces “el rebosar de gozo por la acción del Espíritu Santo” que es de aquellos que son introducidos en los secretos del Reino (cf. Exhortación Apostólica Evangelica Testificatio, 54).

Que la Madre amadísima del Señor, que en México invocáis con el dulce nombre de Nuestra Señora de Guadalupe, y bajo cuyo ejemplo habéis consagrado a Dios vuestra vida, os alcance, en vuestro caminar diario, aquella alegría inalterable que sólo Jesús puede dar.

Como un gran saludo de paz que no se agota en vosotras aquí presentes, sino que se extiende invisiblemente a todas vuestras hermanas contemplativas de México, recibid de corazón mi Bendición Apostólica.





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A LOS SEMINARISTAS MAYORES, DIOCESANOS Y RELIGIOSOS


EN EL SEMINARIO DE GUADALAJARA


Martes 30 de enero de 1979



55 Queridos seminaristas, diocesanos y religiosos, de México:

¡La paz del Señor sea siempre con vosotros!

El entusiasmo desbordante y afectuoso con que me recibís esta tarde me hace sentir profundamente conmovido. Es un gozo inmenso el que pruebo al compartir con vosotros estos momentos, que por vuestra parte corroboran sin lugar a duda el aprecio que sentís por el Papa delante de Dios, y esto me infunde consuelo y nuevo aliento (cf. 2Co
2Co 7,13).

A través de vosotros, mi alegría interior se extiende a los queridos hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, religiosos y a todos los fieles. Vaya a todos mi más entrañable agradecimiento por tantas atenciones y tanta cordialidad filiales, y más aún por su recuerdo en las plegarias al Señor. Puedo aseguraros que vuestra correspondencia unánime a esta mi “visita pastoral” a México, ha ido dando consistencia en mí, durante estos días, a un grato presentimiento. Os lo diré con palabras del Apóstol: “Me alegra poder contar con vosotros en todo” (2Co 7,16).

1. Es para mí un motivo de satisfacción saber que los seminarios mexicanos tienen una larga y gloriosa tradición, que se remonta a los tiempos del Concilio de Trento, con la creación del Colegio “San Pedro” en esta ciudad de Guadalajara, el año 1570. A él se han ido sumando en el tiempo otros muchos centros de formación sacerdotal, diseminados por todo el territorio nacional, como demostración persistente de una fresca, pujante vitalidad eclesial. No quiero pasar por alto el ya centenario Colegio Mexicano en Roma, que tiene una misión tan importante: mantener viva la vinculación entre México y la Cátedra del Papa. Considero un deber ineludible de todos ayudarlo y sostenerlo para que cumpla tan primordial cometido con plena fidelidad a las normas del Magisterio y a las orientaciones dadas por la Sede de Pedro.

Esta solicitud histórica por crear nuevos seminarios, suscita en mí sentimientos de complacencia y aplauso; pero lo que de modo especial me llena de esperanza, es el continuo florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas. Me siento feliz de veros aquí a vosotros, jóvenes rebosantes de alegría por haber dicho sí a la invitación del Señor, a servirlo con cuerpo y alma en su Iglesia, por el sacerdocio ministerial. Al igual que San Pablo, quiero abriros de par en par mi ánimo para deciros: “siento el corazón ensanchado...; pagadme con la misma moneda” (2Co 6,11-13).

2. Hace poco más de dos meses, cuando apenas había comenzado mi Pontificado, tuve una “audiencia eucarística” con los seminaristas romanos. Como a ellos, también hoy a vosotros os invito a escuchar atentamente al Señor que os habla al corazón, principalmente en la oración y en la liturgia, para iros descubriendo y enraizando, en lo hondo de vuestro ser, el sentido y el valor de la vocación.

Dios que es verdad y es amor se nos ha manifestado en la historia de la creación y en la historia de la salvación: una historia incompleta aún, la de la humanidad, que “aguarda impaciente a que se revele lo que es ser hijos de Dios” (cf Rm 8,18). El mismo Dios nos ha escogido, nos ha llamado para infundir nueva fuerza en esa historia, ahora ya sabiendo que la salvación “es don de Dios, no viene de las obras, y que somos hechura suya, creados en Cristo Jesús” (Ep 1,8-10). Una historia que es en los designios de Dios, también la nuestra, porque nos quiere obreros en su viña (cf. Mt Mt 20,1-16), nos quiere embajadores suyos para salir al encuentro de todos e invitarlos a entrar en su banquete (cf. ib., 22, 1-14), nos quiere samaritanos, que usan misericordia con el prójimo desvalido (cf. Lc Lc 10, 30ss.).

3. Ya esto bastaría para vislumbrar de cerca cuán grande es la vocación. Experimentarla es un acontecimiento único, indecible que únicamente se percibe, como un soplo suave a través del toque desvelante de la gracia: un soplo del Espíritu que, al mismo tiempo que da perfil auténtico a nuestra frágil realidad humana –vaso de arcilla en manos del alfarero (cf. Rm Rm 9,20-21)–, enciende en nuestros corazones una luz nueva, infunde una fuerza extraordinaria que, cimentándonos en el amor, incorpora nuestra existencia al quehacer divino, a su plan de re-creación de hombre en Cristo, es decir, la formación de su nueva familia redimida. Estáis pues llamados a construir la Iglesia –comunión con Dios–, algo muy por encima de lo que uno puede pedir o imaginar (cf. Ef Ep 3,14-21).

4. Queridos seminaristas, que un día seréis ministros de Dios para plantar y regar el campo del Señor: aprovechad estos años en el seminario para llenaros de los sentimientos del mismo Cristo en el estudio, en la oración, en la obediencia, en la formación del propio carácter. Veréis cómo a medica que va madurando vuestra vocación en esta escuela, vuestra vida irá asumiendo gozosamente una marca específica, una indicación bien precisa: la orientación a los demás, como Cristo que “pasó haciendo el bien y sanando a todos” (Ac 10,38). De este modo, lo que humanamente podría parecer un fracaso, se convierte en un radiante proyecto de vida ya examinado y aprobado por Jesús: no existir para ser servido sino para servir (cf Mt 20,28).

Como bien comprenderéis nada más lejano de la vocación que el aliciente de ventajas terrenas o la búsqueda de beneficios u honores: muy lejos también de ser la evasión de un ambiente de ilusiones frustradas o que se ofrece hostil o alienante. La Buena Nueva, para el llamado al servicio del Pueblo de Dios, además de ser un llamamiento a cambiar y mejorar la propia existencia, es llamamiento a una vida ya transformada en Cristo que hay que anunciar y propagar.

56 Os baste con esto, queridos seminaristas. El resto lo sabréis poner vosotros con vuestro corazón abierto y generoso. Una cosa quiero añadir: amad a vuestros directores, educadores y superiores. A ellos incumbe la grata pero también difícil tarea de llevaros de la mano por el camino que conduce al sacerdocio. Ellos os ayudarán a adquirir el gusto de la vida interior, el hábito exigente de la renuncia por Cristo, del desprendimiento y sobre todo, os contagiarán del “suave olor del conocimiento de Cristo” (cf. 2Co 2Co 2,14). No tengáis miedo. El Señor está con vosotros y en todo momento es nuestra mejor garantía: “Sé de quién me he fiado” (2Tm 1,12).

Con esta confianza en el Señor, abrid vuestro corazón a la acción del Espíritu Santo; abridlo en un propósito de entrega que no sabe de reservas; abridlo al mundo que os espera y necesita; abridlo a la llamada que ya os dirigen tantas almas a las que un día podréis dar a Cristo en la Eucaristía, en la Penitencia, en la predicación de la Palabra revelada, en el consejo amigable y desinteresado, en el testimonio alegre de vuestra vida de hombres en el mundo sin ser del mundo.

Vale la pena dedicarle a la causa de Cristo, que quiere corazones valientes y decididos; vale la pena consagrarse al hombre por Cristo, para llevarle a El, para elevarlo, para ayudarle en el camino hacia la eternidad; vale la pena hacer una opción por un ideal que os procurará grandes alegrías, aunque os exija también no pocos sacrificios. El Señor no abandona a los suyos.

Vale la pena vivir por el Reino ese precioso valor del cristianismo: el celibato sacerdotal, patrimonio plurisecular de la Iglesia; vivirlo responsablemente aunque os exija no pocos sacrificios. ¡Cultivad la devoción a María, la Madre Virgen del Hijo de Dios, para que os ayude y aliente a realizarlo plenamente!

Mas quiero reservar también una palabra especial a vosotros, educadores y superiores de casas de formación seminarística. Tenéis entre manos un tesoro eclesial. Cuidadlo con el mayor esmero y diligencia para que pueda producir los frutos esperados. Formad a estos jóvenes en la sana alegría, en el cultivo de una rica personalidad adaptada a nuestro tiempo. Pero formadla bien sólida en la fe, en los criterios del Evangelio, en la conciencia del valor de las almas, en un espíritu de oración capaz de afrontar los embates del futuro.

No recortéis la visión vertical de la vida ni rebajéis las exigencias que la opción por Cristo impone. Si proponemos ideales desvirtuados, son los jóvenes los primeros en no quererlos, porque desean algo que valga la pena, que sea ideal digno de una existencia. Aunque cueste.

¡Responsables de las vocaciones, sacerdotes, religiosos, padres y madres de familia! Dirijo a vosotros esas palabras. Comprometeos con generosidad en la tarea de procurar nuevas vocaciones, tan importantes para el futuro de la Iglesia. El escasez de vocaciones requiere un esfuerzo consciente por remediarlo. Y esto no se logrará si no sabemos orar, si no sabemos dar a la vocación al sacerdocio, diocesano o religioso, el aprecio y estima que merece.

Os doy a todos mi bendición. ¡Jóvenes seminaristas, Cristo os espera! No podéis defraudarle.





Discursos 1979 46