Discursos 1979 64

64 En el momento en que concluye mi primer viaje misionero elevo a Dios la más sentida acción de gracias por la gran experiencia que me ha concedido vivir en la plenitud de un trabajo apostólico que ha ocupado con intensidad particular cada hora de los días pasados.

Creí deber mío emprender este viaje (vinculado al desarrollo de la III Asamblea General del Episcopado Latinoamericano en Puebla, anunciada hace tiempo), siguiendo en esto el ejemplo de mi predecesor Pablo VI, de venerada memoria, que quiso inaugurar esta forma de cumplir el ministerio papal en la Iglesia.

Es difícil hablar cumplidamente de esta inolvidable experiencia cuando aún resuenan en mi ánimo las mil voces escuchadas y todavía están recientes los recuerdos de cuanto he podido ver, de las personas con quienes he podido encontrarme, de los temas que he tenido ocasión de afrontar.

Será preciso volver sobre todo esto durante mucho tiempo con la oración, la reflexión y el corazón; pero ya desde ahora puedo afirmar que este viaje, tras la breve pero significativa etapa en Santo Domingo, ha sido un encuentro excepcional con México en su realidad humana y cristiana; un encuentro con el Pueblo de Dios de este país que ha respondido con un gran acto de fe a la presencia del Papa y que, comenzado en el corazón de la Iglesia mexicana que es Guadalupe, se prolongó hasta alcanzar las etapas de Puebla, Oaxaca, Guadalajara y Monterrey.

Este encuentro ofrece en cierto sentido con la riqueza de sus contenidos y la multiplicidad de sus manifestaciones, un contexto vivo a las tareas que juntamente con los obispos de América Latina hemos afrontado en el ámbito de la III Asamblea General de aquel Episcopado que, como sabéis, comenzaron el 27 del pasado enero, con la solemne concelebración en el santuario de la Virgen de Guadalupe, y continúan en Puebla con el tema "La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina", para concluir el próximo día 13 de febrero.

Para introducir sus trabajos dirigí el 28 de enero, con gran esperanza y confianza, un mensaje a la Iglesia sudamericana, que ha hecho universal concretamente la presencia de los medios de comunicación social y los profesionales de la información (que ha querido seguir con amplitud de tiempo cada etapa de mi breve pero intenso viaje).

Ciertamente será preciso hablar más de una vez del significado de los trabajos de Puebla y de cada uno de los problemas afrontados allí, volviendo sobre sus diversos temas.

Ahora, al regresar a la Sede Apostólica, después de siete días, siento la necesidad de agradecer de todo corazón a cuantos han contribuido, a todo nivel, a preparar y organizar este viaje, que ha resultado tan bien, a pesar de haberse desarrollado en tan escaso tiempo.

También querría dar las gracias a cuantos han soportado conmigo el peso de este viaje: a los monseñores Caprio, Casaroli, Martin, Marcinkus, Noé y a las demás personas del séquito, de la prensa, radio y televisión, a todos los laicos que me han acompañado a lo largo de todo el viaje.

Permitidme, en fin, que os dirija un gracias particular, por la acogida que me habéis dispensado, a todo el Colegio de Cardenales, a quienes he sentido muy cercanos con la oración y el corazón en el curso de estas inolvidables jornadas, y de modo muy especial al cardenal Decano, que ha sabido interpretar tan bien los sentimientos de todos vosotros, y al cardenal Secretario de Estado por el valioso trabajo desarrollado con disponibilidad generosa en los días de mi ausencia.

La Virgen de Guadalupe, a la que he rezado tanto en estos días, dé fuerza con su intercesión a nuestro empeño para que no se defrauden las esperanzas suscitadas por el viaje que hoy ha terminado.








A LOS JÓVENES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


65

Miércoles 7 de febrero de 2008



Queridísimos muchachos y muchachas,
queridísimos jóvenes:

Henos aquí de nuevo en la basílica de San Pedro para la audiencia semanal acostumbrada. Hoy también habéis venido en gran número a encontrares con el Papa, y valorando yo grandemente este testimonio de fe y homenaje filial, os lo agradezco de corazón y os saludo con afecto.

Vuestra juventud, vivacidad y alegría son un gran tónico y estímulo a un denuedo creciente en el servicio a vuestras almas.

1. La primera idea que dedeo comunicaros hoy se refiere, como es natural, a mi viaje reciente a América Latina, continente que representa casi la mitad de la población católica de la tierra. Me imagino que lo habéis podido seguir en la televisión y los periódicos, en parte al menos.

Mi ánimo rebosa de recuerdos imborrables; este viaje maravilloso, aunque haya resultado cansado, ha sido una verdadera gracia del Señor, concedida por intercesión de mis venerados predecesores cuyo gran nombre llevo: Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo 1. Ellos me han acompañado en la peregrinación, larga y llena de consuelos, de Santo Domingo a Ciudad de México, de Guadalajara a Puebla, de Oaxaca a Monterrey, siguiendo un programa jubiloso y apretado de cometidos y ceremonias.

Ha sido un encuentro con millones y millones de personas que se han apiñado en torno al Vicario de Cristo movidos por la fe y la esperanza. Ha sido sobre todo un continuo encuentro de oración y meditación. He podido conversar con obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, obreros, universitarios, estudiantes, campesinos, indios, enfermos. marginados. niños, y también con responsables de Naciones y Gobiernos. He hablado en estadios, plazas, caminos, grandes santuarios, catedrales; en las montañas de los indios, en barrios pobres, en hospitales. En todas partes las muchedumbres se han apiñado alrededor del Papa, como un día se apiñaban alrededor de Jesús.

Y en este momento quisiera dirigir un recuerdo paterno a los jóvenes y niños tan ardorosos y alegres que he encontrado. Me complazco en recordar especialmente a los niños enfermos de Ciudad de México y a los pequeños indiecitos de Cuilapán.

2. La segunda idea se refiere a la Asamblea del Episcopado Latinoamericano reunido en la ciudad de Puebla.

He tenido la suerte de inaugurar personalmente esta III Asamblea el sábado 27 de enero, cuando presidí la concelebración en el santuario de la Virgen de Guadalupe, y después el domingo 28 de enero, cuando pronuncié el discurso de apertura de las sesiones en la capilla del seminario mayor de Puebla.

66 Como es sabido, se trata de la III Reunión del Episcopado de América Latina; la primera tuvo lugar en Río de Janeiro en 1955, y la segunda en Medellín en 1968.

Están presentes en Puebla 21 cardenales, 66 arzobispos, 103 obispos, 45 entre religiosos y religiosas, 33 laicos y laicas; 4 diáconos, 4 campesinos, 4 indígenas y 5 observadores no católicos.

Dicha Asamblea tiene por tema un problema muy importante: "La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina". Por ello la encomiendo con interés a vuestras oraciones.

3. Quisiera terminar las noticias que he dado con alguna idea sobre la "Colegialidad episcopal" de la que habla largamente el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen gentium.

Sabéis cómo Jesús eligió a los doce Apóstoles y sólo a ellos confirió poderes para el cumplimiento de su misión de anunciar la verdad, salvar y santificar las almas, y guiar a la Iglesia.

A la cabeza de los Doce estableció a Pedro, como fundamento de la Iglesia y Pastor universal de todas las almas, con el encargo de 'confirmar a los hermanos", contando con la ayuda especial del Señor para no errar en la doctrina sobre fe y moral. La misión y poderes de los Apóstoles han pasado a los obispos; la misión y los poderes de Pedro han pasado al Papa, o sea, al Obispo de Roma, Sucesor suyo.

Ved cómo en la voluntad y el proyecto de Jesús, la Iglesia es un solo Cuerpo bien unido y ensamblado; los obispos forman una unidad, una "colegialidad" con Pedro, es decir, con el Papa como Cabeza.

Por consiguiente, a través de los obispos se remonta a los Apóstoles; y de los Apóstoles se alcanza a Jesús; y por medio de Jesús se llega a la Santísima Trinidad.

Para estar seguros de amar de verdad a Jesús, hay que estar unidos al propio obispo. Con razón afirma la Constitución Lumen gentium que en la persona de los obispos coadyuvados por los sacerdotes, está presente el Señor Jesucristo en medio de los creyentes (cf. ib ., núm.
Nb 28).

Por ello, queridos jóvenes y muchachos, amad a vuestro obispo, que es el padre, amigo y maestro; orad por él y con él; escuchad su palabra y poned en práctica sus iniciativas; hacedle hermoso y lleno de consuelos su ministerio pastoral. Sea siempre un gozo y una fiesta el encuentro con el obispo, porque es ¡un encuentro con Jesús!

Con este deseo os confío al amor maternal de la Virgen de Guadalupe y bendigo a todos de corazón.








AL COLEGIO DE DEFENSA DE LA NATO



Jueves 8 de febrero de 1979




Queridos amigos:

67 Mi predecesor Pablo VI se complació en recibir visitas, repetidas a través de los años, de los profesores, personal y miembros del Colegio de Defensa de la NATO. Hoy deseo daros una bienvenida personal llena de cordialidad en el Vaticano. Es un gozo para mí recibiros a vosotros y a vuestras familias por primera vez, experimentar la alegría de la presencia de los niños, y pensar con vosotros brevemente en la tarea que tenéis posibilidad de desempeñar al servicio de la paz en el mundo entero.

En mi Mensaje para la Jornada mundial de la Paz de este año, me propuse llamar la atención sobre la estrecha relación existente entre la educación y la paz. Precisamente porque sois una institución educativa, estoy convencido de que tenéis oportunidades especiales para reflexionar sobre la paz y estudiar los requisitos previos y las condiciones de la paz, los elementos constitutivos de la paz, las exigencias de la paz.

Viviendo y estudiando en clima de solidaridad internacional, tenéis facilidad le meditar en los principios de la paz, a fin de consolidar las ideas y reforzar las actitudes que la promueven. Sí, el estado del edificio de la paz depende de la firmeza con que se aceptan los principios que están en la base de la misma. Por ello, quiero augurarme que no dejéis de reflexionar constantemente en los grandes principios relacionados con la paz, y que renovéis vuestro empeño en aplicarlos.

A este respecto, cuán necesario es que todos los individuos y pueblos cultiven la confianza mutua, deber derivado de los lazos que nos unen como hijos de Dios. La sensibilidad a las necesidades inmensas de la humanidad, trae consigo espontáneamente el rechazo de la carrera de armamentos, tan incompatible con la lucha integral contra el hambre, la enfermedad, el subdesarrollo y la ignorancia. Hay necesidad de reflexionar sobre la sacralidad de la vida humana, sobre las exigencias de la justicia y de la no aceptación de la violencia en sus múltiples formas; a fin de consolidar los fundamentos de la paz. En una palabra, la causa de la paz mundial viene impulsada cuando se salvaguarda la dignidad de la persona. La dignidad inviolable de cada individuo y de todos los pueblos en la plena realidad de su origen, existencia y destino, es el punto central para hacer triunfar la paz mundial.

Pido en la oración que abriguéis pensamientos de paz, inculquéis nuevas actitudes de paz en las generaciones jóvenes, y promováis eficaz y perseverantemente las condiciones que llevan a la paz. Y que Dios os conceda paz en el corazón y en vuestros hogares, hoy y siempre.








AL EQUIPO DE REDACCIÓN DE LA REVISTA AUSTRÍACA HÖRZU


Jueves 8 de febrero de 1979



Eminencia,
muy dignas damas y caballeros:

Con la visita que ustedes hoy me hacen, en compañía del eminentísimo señor cardenal König, quieren conmemorar un acontecimiento que en el pasado año, por la emisión en televisión, tuvo en mundovisión un positivo eco a nivel mundial. Me refiero a la celebración de la Eucaristía en la apertura de mi pontificado, cuya retransmisión ustedes han señalado como el acontecimiento más importante, en el mundo de la imagen, del año 1978; así ha sido considerado por la redacción de la televisión y Radio-Magazin Hörzu (Escucha).

Al igual que la retransmisión de la liturgia de la entronización, los demás acontecimientos importantes del año pasado, que hacían referencia al Papado, han hecho que aumente fuertemente el interés por la persona y obra del Papa con la ayuda de los modernos medios de comunicación en la publicidad. Emisiones y comentarios sobre la función más alta de la Iglesia católica encuentran en el presente una elevada concurrencia. Esto nos permite a todos llenarnos de alegría.

En este sentido quisiera entender el regalo que ustedes me hacen y que tanto me honra, es decir, La Cámara de Oro de su revista, la cual agradezco y acepto. Con ustedes vaya también mi gratitud para todos aquellos que han tomado parte en las retransmisiones, aunque esto haya sido de forma mínima; ellos han contribuido también a difundir los acontecimientos más importantes de la Iglesia.

68 Y caso que me sea permitido añadir un ruego personal, quisiera que fuera éste: Ayuden ustedes también con su revista-programa, de amplia tirada, para manifestar a los oyentes y telespectadores un profundo conocimiento religioso, valiéndose para ello de idóneas y periciales introducciones y comentarios de tales emisiones eclesiales, y procuren perfeccionarlos, teniendo presente un minucioso y crítico uso de los medios de comunicación, a fin de que estas maravillosas conquistas de le técnica sirvan para un verdadero progreso espiritual y moral. Con ello vayan juntos mis mejores deseos de bendición.






AL FINAL DE UN CONCIERTO EN LA SALA PABLO VI


Jueves 8 de febrero de 1979



1. Deseo dar las gracias, en nombre de todos los presentes, en primer lugar a los organizadores y artistas que nos han ofrecido este momento de goce espiritual: a ellos y a cuantos han colaborado para el feliz resultado de este acto, vaya la expresión de mi sincero y cordial reconocimiento.

2. Mi pensamiento se dirige a continuación al maestro Krzysztof Penderecki. No es la primera vez que asisto a la interpretación de una obra suya. Recuerdo la Passio et mors Domini Nostri Iesu Christi según San Lucas, en el patio académico del Castillo de Wawel; recuerdo la interpretación de Utrenia, en la iglesia de Santa Catalina de Cracovia. Nunca habría podido imaginar que me sería concedido poder acoger al señor Penderecki en la Sala Pablo VI del Vaticano, durante los primeros meses de mi pontificado.

Estoy profundamente emocionado.

3. Deseo congratularme con usted, señor director, por esta obra maestra que ratifica en su contenido la línea de los precedentes hallazgos artísticos. Me resulta difícil decir algo más respecto a la parte esencial, al aspecto estrictamente musical, sobre el que me debo limitar a manifestar una sencilla impresión.

Debo confesar que esta impresión es profunda. Por lo que concierne al contenido me viene a la mente una frase pronunciada, tal vez antes de la guerra, por un hombre de arte muy conocido mío: «Toda gran obra de arte —en su inspiración y en su raíz— es religiosa».

Creo que las grandes obras del maestro Penderecki confirman este principio.

Esta vez ha recurrido a Milton. Creo que el Paradise Lost ha venido a ser ocasión para expresar en el lenguaje tan original de su composición algunas preguntas que el hombre se hace; las preguntas referentes a los problemas fundamentales de su existencia y su destino.

La respuesta a estas preguntas, que encontramos en las primeras páginas de la Sagrada Escritura, en los primeros capítulos del libro del Génesis, no puede menos de impresionar por su profundidad y su lógica.

No se trata de un simple relato de algunos sucesos; allí están registradas las experiencias fundamentales a las que debe volver siempre el hombre en su existencia, a pesar de las puntualizaciones que la hermenéutica bíblica ha aportado en esta materia. Diría que los primeros capítulos del Génesis protegen del peligro de alienaciones a cuanto hay de sustancialmente humano en cada uno de nosotros.

69 Quiero, pues, congratularme con usted, director, por la idea de recurrir a esta fuente a través del poema del gran escritor inglés.

Personalmente me alegro mucho de que tal obra musical haya surgido de la pluma de un compositor polaco. Esto es también un testimonio de la matriz cristiana que penetra toda nuestra cultura. Y puesto que el lenguaje de la música es más universal que el de la literatura, hago votos para que este fruto de la creatividad artística de un compatriota mío pueda ser motivo de emociones artísticas para todos los hombres contemporáneos, independientemente de su nacionalidad.

Y por esto doy gracias cordialmente al Señor.

Termino con un aplauso sincero a cada uno de los artistas, a los excelentes solistas, a los componentes de la orquesta del Teatro alla Scala y al coro de la Opera de Chicago, que han sabido interpretar tan magistralmente la inspirada composición.

A todos mi bendición apostólica.








AL SR. NICHOLAS JOSEPH MERINYO MARO,


EMBAJADOR DE TANZANIA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 10 de febrero de 1979



Señor Embajador:

Me complazco en recibirle hoy y aceptar las Cartas con las que el Presidente Nyerere le nombra Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Unida de Tanzania. Aprecio grandemente los saludos atentos y buenos deseos de Su Excelencia, y le ruego transmita mi saludo cordial al Presidente, al Gobierno y a todo el pueblo de vuestro país.

He escuchado con gran interés vuestras declaraciones sobre la aportación de la Iglesia al bien del hombre. Le agradezco también las amables palabras sobre el afán de la Santa Sede por la causa de la paz y por construir un mundo mejor para todos. Es especialmente consolador oírle hablar de la "nueva esperanza" que esta actuación ha levantado en vuestro pueblo y en todo vuestro continente.

Porque sin duda alguna es el signo de la esperanza el que mueve a la Santa Sede y a la Iglesia a dedicarse a actividades que están al servicio de la humanidad. Es una esperanza que resiste al desánimo, lucha contra los obstáculos, vence las contrariedades y persigue resueltamente la meta que se ha de alcanzar. Con la fuerza y el entusiasmo que la esperanza produce, la Iglesia se entrega constantemente al progreso de la humanidad, a la causa de los derechos humanos y a la promoción efectiva de la dignidad de hombres y mujeres en todas partes, bajo la paternidad de Dios.

A la vez que respeta toda conciencia recta y entra en diálogo con toda persona de buena voluntad, la Iglesia no deja de proclamar el hecho de que la fuerza profunda que la mueve es «Jesucristo, esperanza nuestra» (1Tm 1,1), de cuyas enseñanzas saca la medida plena de su estima y amor al hombre en sí. Y es el bien del hombre, es cada ser humano, lo que mueve a la Iglesia a enrolarse en iniciativas y programas que, si bien se extienden a más de una generación y sólo con el tiempo se llevan a término, se actúan con diligencia aquí y ahora para bien de cada persona de esta generación. A la vez que proclama el destino trascendental del hombre, la Iglesia insiste en la urgencia de las necesidades temporales.

70 Y así, por este camino se propone continuar la Iglesia con perseverancia persiguiendo la justicia y la paz. Trabajando en la esfera que le es propia, se apresura a prestar apoyo a los esfuerzos que están haciendo las naciones en pro del desarrollo integral de su pueblo. A este respecto, está especialmente interesada en que se preserven e impulsen los grandes valores espirituales de la comunidad africana.

Su Excelencia puede contar con la comprensión y colaboración de la Santa Sede. Pido en mis oraciones tranquilidad para vuestra tierra y bienestar espiritual y material para todos los queridos ciudadanos de Tanzania.








A LOS JÓVENES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 14 de febrero de 2008



Muchachas y muchachos queridísimos:

Hoy os veo muy numerosos y entusiastas como siempre. Os saludo a todos juntos con mucho afecto. Sé que venís de varios colegios y pertenecéis a diversos grupos, pero para mí sois todos igualmente queridos. Estad ciertos siempre de que el Papa está muy cercano a vosotros y espera mucho de vosotros, del gozoso tesón de vuestro testimonio cristiano y de la seriedad con que os preparáis a tomar parte con sentido de responsabilidad en la construcción de un porvenir mejor para el mundo entero.

Estáis enterados sin duda del viaje que realicé hace poco a México para encontrar en Puebla a los representantes de todos los obispos de América Latina. Pues bien, quiero invitaros también a vosotros a dirigir vuestro pensamiento de jóvenes cristianos al trabajo que han realizado allí estos días dichos obispos sobre el tema de la evangelización en el presente y en el futuro de aquel continente.

Evangelizar quiere decir anunciar el Evangelio, y el Evangelio se resume en la persona de Jesucristo; en lo que El ha dicho y hecho o, mejor, en lo que significa El personalmente para nosotros como liberación radical de toda forma de mal.

Queridos muchachos: A vosotros, como a los pueblos de América Latina, éste es el único mensaje que tengo que anunciaros: poned como aguijón de vuestra vida a Jesucristo precisamente, a ese Jesucristo que, según la carta a los hebreos, es «el mismo ayer y hoy y por los siglos» (He 13,8).

Y este Jesús es el que anunciaron en América los primeros misioneros cuando arribaron por vez primera hace más de cuatrocientos años. Este Jesús es el que todavía hoy constituye la razón de ser de millones de hombres de aquellos países, hombres que no han abandonado sino ennoblecido en El las antiguas tradiciones de sus antepasados. Este Jesús es el que les da fuerza para llevar a efecto el compromiso de edificar una sociedad más justa y humana. Y será siempre este Jesús, Hijo de Dios y Señor nuestro, quien jamás abandonará en el futuro a su Iglesia diseminada por el mundo, sino que le infundirá siempre mediante su Espíritu, capacidad para que los hombres descubran cada vez más la belleza de ser cristianos.

Por ello es necesario que reforcemos más los vínculos de nuestra comunión eclesial. Todos debemos sentirnos más aún «Iglesia» y «Pueblo de Dios». Mis queridos hermanos en el Episcopado del continente latinoamericano están dando este testimonio de unidad, «el amor de Cristo les impulsa» (cf. 2Cor 2Co 5,14) a obligarse por el Evangelio en favor de su pueblo, y en ello coadyuvan con eficiencia los miembros más hechos de aquellas Iglesias. es decir, gran número de sacerdotes, religiosos y laicos que gastan la vida en formar un Pueblo de Dios asentado en la justicia, la verdad y el amor. Pero debemos orar para que el Señor suscite más vocaciones y más cualificadas para promover evangélicamente aquellas amadas comunidades.

Queridos muchachos: Tarde o temprano tendréis que pensar también vosotros en cómo haceros útiles para mejorar la sociedad humana y el mundo en que vivimos. Entonces pensaréis también en lo que podrá ser más eficaz y mejor a este fin. Pues bien, recordad que sólo con el Evangelio de Jesucristo seréis capaces de liberar de verdad al hombre de toda esclavitud y darle la felicidad más honda. Pues, en efecto, el Evangelio coloca en el centro el amor y no el odio, la igualdad de todos y no la opresión ejercida por unos pocos, el diálogo de la paz y no el choque de la lucha, la persona humana y no una ideología abstracta, el impulso a la vida en todas sus manifestaciones y jamás la vejación de la vida.

71 Esto es lo que están haciendo con la ayuda de Dios y la protección de la Virgen de Guadalupe, los verdaderos cristianos de América Latina en unión y sintonía con sus obispos.

Y esto es lo que os deseo también a vosotros de todo corazón, a la vez que os bendigo paternamente a vosotros y a vuestros seres queridos.







MENSAJE DE JUAN PABLO II


PARA LA INAUGURACIÓN DE LA NUEVA ESTACIÓN


DE COMUNICACIONES DE TIWANACU




Amadísimos hijos bolivianos:

¡La paz del Señor sea siempre con vosotros!

Siento en estos momentos una gran satisfacción por estar entre vosotros, al inaugurar esta nueva estación de comunicaciones de Tiwanacu, vía satélite. Ello me permite expresar mi más sincera congratulación porque supone un avance técnico, destinado a fomentar más y más el intercambio fraterno y pacífico con los demás pueblos, haciéndoos recíprocamente partícipes de la propia riqueza humana y espiritual.

Pero sobre todo me permite testimoniaros de cerca mi afecto de Padre y Pastor universal; un afecto hondo, que se corresponde también en mi corazón con una gozosa confianza, seguro de que, en conformidad con vuestra secular adhesión al mensaje evangélico, seguiréis ofreciendo al mundo, y particularmente a la Iglesia, la imagen escueta de una comunidad llena de vitalidad, estrechamente unida por los vínculos de la fe, de la caridad y de la paz cristianas. Sea esta comunión, fruto de la presencia del Espíritu en vuestras almas, la que dé siempre un perfil inconfundible a vuestro pueblo e impulse diariamente la búsqueda de ulteriores mesas de progreso y de bienestar común.

Sé que estáis preparando o desarrollando ya una cruzada de oración en familia, lo cual es realmente esperanzador. La oración ennoblece, dignifica al cristiano, poniéndolo en sintonía de sumisión y de gratitud a Dios, que se ha dado todo a los hombres, haciéndonos partícipes, mediante su Hijo, de su misma vida divina.¿Puede haber comunicación más grande y más íntima? Por la oración personal, por la oración hecha en el hogar y más aún por la oración litúrgica el hombre renace cada día, a medica que va asimilando y dando vida en su conducta a los dones divinos, hasta convertirle de veras en familiar próximo, en hijo de Dios. Orar es hacer familia, edificar comunidad, entroncarse saludablemente en la nueva y definitiva Alianza, sellada por Cristo en el sacramento del amor: la Eucaristía.

Os exhorto por tanto, amadísimos hijos, a intensificar la oración en familia y la oración litúrgica en torno a la Eucaristía: que sean la savia que alimente toda vuestra vida individual y comunitaria. A través de ellas iréis descubriendo y gustando la dicha de la solidaridad cumplida, que se despliega de manera instintiva y genuina allí donde hay pobres, enfermos, personas que sufren injusticias o que no hallan una mano amiga que les ayude a superar sus limitaciones. Y asociad siempre a vuestra oración perseverante y unánime a María, Madre de Dios y Madre nuestra, que, bajo la advocación de Virgen de Copacabana, es abogada segura de vuestros anhelos ante el Señor.

Os bendigo de corazón en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Vaticano, 16 de febrero de 1979.








AL SR. VARACHIT NITIBHON,


EMBAJADOR DE TAILANDIA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 17 de febrero de 1979



Señor Embajador:

72 Es la segunda vez que le recibo y presento mis respetos en pocos meses. En octubre vinisteis, en representación de Su Majestad el Rey Bhumibol y del Gobierno y pueblo de Tailandia, a la inauguración de mi ministerio papal. Hoy os convertís en su Representante permanente en calidad de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario ante la Santa Sede. Renuevo mis deseos cordiales de bienestar a Su Majestad el Rey de Tailandia y pido toda clase de bendiciones para el pueblo tal y sus dirigentes.

Conozco bien el elevado valor que vuestra nación atribuye a la libertad y el hondo interés que ha mostrado por el hombre que busca liberación y luz. Esta actitud indica profundo respeto al hombre, a sus derechos y posibilidades. Me alegro al comprobar que existe tal respeto al hombre, a quien la religión cristiana ve hecho a imagen y semejanza de Dios, que le ha dado poder sobre las obras de la creación. Esta concepción evitará convertirlo en esclavo de un sistema. No consentirá que se tomen decisiones basadas en concepciones ideológicas sobre el hombre en abstracto, sin tener en cuenta al mismo tiempo el bien de los seres humanos tal como existen en la realidad. Será salvaguardia de la dignidad de cada individuo y cada pueblo. Y de este modo, constituirá una base firme para la paz dentro de los Estados y en la comunidad internacional.

Como afirmé en octubre último cuando hablé al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, la Iglesia católica anhela llevar a la práctica la solicitud de Cristo, y para ello, a la vez que trabaja por la salvación eterna del hombre, lo cual es su primer deber, no puede dejar de poner interés activo también en el bien y progreso de los pueblos ya en este mundo. La contribución principal de la Iglesia en este campo se lleva a cabo a través de la formación de las conciencias, tratando de hacer espiritualmente más maduras a las personas, más abiertas a los demás y dispuestas a ayudar a los que lo necesitan. Considera deber suyo rendir este servicio y espera poder contar con la comprensión de las autoridades civiles en el cumplimiento de su misión.

Me complazco al saber que desde hace tiempo han existido relaciones cordiales entre Tailandia y la Santa Sede, y confío en que continuarán produciendo frutos valiosos para bien de todos. Cuento con la ayuda de Vuestra Excelencia al asegurarle que en el futuro dichas relaciones serán todavía más fructíferas; y le prometo mi pronta colaboración y la de todas las personas de la Santa Sede, para conseguir tal fin. Dios bendiga a Vuestra Excelencia y bendiga vuestra alta misión.







DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


AL TRIBUNAL DE LA SACRA ROTA ROMANA


Sábado 17 de febrero de 1979



Os agradezco esta visita, y en particular doy las gracias a vuestro venerado mons. Decano que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos.

Os saludo a todos de corazón y me alegro de esta ocasión que me permite encontrar, por primera vez, a quienes encarnan por excelencia la función judicial de la Iglesia al servicio de la verdad y de la caridad para la edificación del Cuerpo de Cristo, y reconocer en ellos, como también en todos los administradores de la justicia y en los estudiosos del Derecho Canónico, a los profesionales de una tarea vital en la Iglesia, testigos infatigables de una justicia superior en un mundo marcado por la injusticia y la violencia y, por lo tanto, valiosos colaboradores de la actividad pastoral de la misma Iglesia.

1. Como bien sabéis, en la vocación de la Iglesia entran también el empeño y el esfuerzo de ser intérprete de la sed de justicia y de dignidad que los hombres y mujeres sienten vivamente en la época actual. Y en esta función de anunciar y sostener los derechos fundamentales del hombre en todos los estadios de su existencia, la Iglesia es confortada por la comunidad internacional que ha celebrado recientemente, con iniciativas especiales, el treinta aniversario de la Declaración universal de los Derechos del Hombre y que ha proclamado el 1979 "Año Internacional del Niño".

Quizá el siglo XX calificará a la Iglesia como el principal baluarte y sostén de la persona humana en todo el arco de su vida terrena, desde su concepción. En la evolución de la auto-conciencia eclesial, la persona humano-cristiana encuentra no sólo un reconocimiento, sino también y sobre todo una tutela abierta, activa, armónica de sus derechos fundamentales en sintonía con los de la comunidad eclesial. También éste es un deber irrenunciable de la Iglesia, que en el terreno de las relaciones persona-comunidad ofrece un modelo de integración entre el desarrollo ordenado de la sociedad y la realización de la personalidad del cristiano en una comunidad de fe, esperanza y caridad (cf. Lumen gentium LG 8).

El Derecho Canónico cumple una función sumamente educativa, individual y social, en el intento de crear una convivencia ordenada y fecunda en la que germine y madure el desarrollo integral de la persona humano-cristiana. Esta, en efecto, sólo puede realizarse en la medida en que se niega como individualidad exclusiva, siendo su vocación juntamente personal y comunitaria. El Derecho Canónico consiente y favorece este perfeccionamiento característico en cuanto conduce a la superación del individualismo: de la negación de sí como individualidad exclusiva, lleva a la afirmación de sí como socialidad genuina, mediante el reconocimiento y el respeto del otro como "persona" dotada de derechos universales, inviolables e inalienables, y revestida de una dignidad trascendente.

Pero el deber de la Iglesia y su mérito histórico de proclamar y defender en todo lugar y en todo tiempo los derechos fundamentales del hombre, no la eximen, antes la obligan a ser ante el mundo "speculum iustitiae, espejo de iusticia". La Iglesia tiene al respecto una responsabilidad propia y específica.


Discursos 1979 64