Discursos 1979 395
395 El aumento del fenómeno de la movilidad humana y más concretamente el turismo, son un hecho. En lugar de hundiros ante las impresiones de malestar e impotencia, ya que vosotros palpáis mejor que nadie cómo la humanidad viajera de hoy tiene tendencia a huir del entramado e influencia de las instituciones tradicionales civiles y religiosas, permaneced en pie alertas, activos y creativos. ¡Sois la Iglesia! La Iglesia que debe profundizar incesantemente en la realidad creciente y continuamente cambiante del turismo. Hay que avanzar con entusiasmo y clarividencia en el conocimiento de los aspectos económicos, políticos, sociológicos y sico-sociológicos del turismo actual, si queréis participar de modo racional y competente en la promoción de los auténticos valores del turismo y acreditar poco a poco ante la opinión pública una ética del turismo. Pues el turismo está hecho para el hombre y no el hombre para el turismo. Vuestra tarea exige tanto tacto como valentía y perseverancia. Pero qué dicha contribuir a liberar a este mundo nuevo del turismo, de sus numerosas ambigüedades para darle un rostro humano y cristiano.
A lo largo del Congreso habéis captado también que la pastoral del turismo exige cada vez más —al lado de la buena voluntad que sigue siendo un coeficiente muy valioso— personas debidamente preparadas y formadas para este servicio tan particular de la evangelización. Pienso naturalmente en los sacerdotes, religiosos y religiosas; pero sueño todavía más en los laicos cristianos que hasta ahora no han ocupado suficientemente o no se han atrevido a ocupar su puesto en un mundo que les concierne a ellos en primer término. Sobre este punto concreto deseo que algunas Universidades Católicas se preocupen de dar esta formación apropiada, antes de que sea demasiado tarde, a los que quieran ocuparse de la pastoral turística permanente o temporalmente. Estos hombres y mujeres son precisamente los que podrían garantizar la presencia evangélica y eclesial a nivel de las instancias más altas del turismo y a nivel de agencias de viaje o del personal que acompaña a los turistas. Ellos son asimismo quienes podrían actuar en los centros y regiones turísticos ante los responsables locales, el mundo hotelero y los habitantes del lugar. Esta formación indispensable y esta acción concertada de todos los responsables de la pastoral turística son el camino necesario para despertar y desarrollar en el mundo del turismo una mentalidad individual y colectiva hecha de respeto, acogida, hospitalidad, confianza, honradez, servicio, intercambios profundos e incluso realizaciones conjuntas. De este modo los que organizan el turismo, los que viven de él y los mismos turistas llegarán a ser lo que deben, primero en el plano humano, y después en el plano de la fe para quienes son cristianos. Concretando más mi pensamiento en este terreno de la formación y la acción, me gustaría que las Conferencias Episcopales y las Iglesias locales, tan preocupadas ya con problemas fundamentales como la catequesis, el relevo sacerdotal, la pastoral familiar, los mass-media, etc., colaborasen más entre ellas para llegar a todos esos emigrantes del turismo e invirtieran más en personal y medios prácticos, en este sector que incide tan profundamente en el hombre moderno, y en particular en los jóvenes. ¿Acaso no es también la movilidad humana un lugar de catequesis?
Dicho esto, dejad que atraiga la atención sobre un punto sumamente delicado. Lo sabéis, la industria turística es fenómeno principalmente de países ricos. Si hay un turismo razonable, existen asimismo formas de turismo de lujo e incluso de despilfarro simplemente, que son un insulto y una provocación a los dos tercios de la humanidad que se debaten en situaciones económicas de miseria. Sin contar que en nuestros países ricos existen también los excluidos del turismo o gente explotada por esta industria, que va en aumento. Os pido que jamás olvidéis a los pobres. La promoción del turismo por un lado y la pastoral turística por otro, quedarían incompletas y se desacreditarían si no incluyeran al mismo tiempo la educación a la apertura y al compromiso en favor de la solidaridad mundial efectiva y de envergadura.
Queridos hermanos y amigos: Me viene a la mente un pasaje del Evangelista San Mateo (9, 36) : "Viendo a la muchedumbre (Jesús), se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados y decaídos como ovejas sin pastor". Que sea éste el leitmotiv de vuestro Congreso. ¡Unos y otros sois miembros del Cuerpo de Cristo! Sois Cristo pasando hoy entre las muchedumbres y despertando en ellos su dignidad humana, su vocación de hermanos en humanidad, y de hijos de Dios. Que vuestra vida de intimidad con el Señor Jesús esté a la altura de vuestra misión de Iglesia. Para sostener vuestros esfuerzos personales y comunitarios os bendigo de todo corazón en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Y ahora quiero dirigir una palabra cordial a los peregrinos del Oeste de Francia que no pudieron participar en la audiencia general del último miércoles. El turismo moderno tiene sus azares..., que lamentan sin duda los responsables de la pastoral turística aquí presentes.
Queridos peregrinos: Me alegra encontrarme con vosotros y manifestaros dos deseos. Sacad siempre del recuerdo de esta peregrinación romana el gozo de pertenecer cada vez más a Cristo y a su Iglesia. Y según vuestras posibilidades, aportad lo mejor de vosotros mismos a la vida de vuestras comunidades parroquiales y diocesanas. Os bendigo afectuosamente a vosotros y a todos vuestros seres queridos.
Señoras y señores,
queridos amigos:
Es para mí una verdadera alegría encontrarme con vosotros, funcionarios y empleados de diverso orden y grado, provenientes de distintas naciones del mundo, que en relaciones de colaboración sincera y en atmósfera de familia, prestáis, bajo la guía del eximio Director general, una obra digna de estima y respeto, al servicio de esta Organización para la Alimentación y la Agricultura.
Conozco bien la importancia del trabajo que desarrolláis con competencia y abnegación, como lo testifican la amplitud de los programas y la importancia de los problemas que afronta la FAO, los cuales encuentran en vosotros los técnicos diligentes, los expertos sagaces, los ejecutores dinámicos, animados por generosa solicitud v vivo espíritu de sacrificio.
La Organización que, podríamos decir, confiada a vuestras expertas manos, a vuestra intuición y a vuestra experimentada pericia, es una de las iniciativas más beneméritas —todos convienen en ello— surgidas en el período que siguió inmediatamente al segundo conflicto mundial, casi por conciencia de querer reparar tantas heridas abiertas por ese tremendo y angustioso acontecimiento, y con la intención también de ahorrar un desgarramiento igual o mayor a las generaciones futuras. La subalimentación y el hambre que padecen todavía demasiados seres humanos constituyen, en efecto, una de las amenazas más graves para la paz; y la FAO ha contribuido de manera determinante a que el mundo entero sea moralmente consciente de este problema.
396 Por otra parte, la solución del problema del hambre está condicionada por la del problema más amplio y difícil del desarrollo de los pueblos que se hallan en necesidad. El compromiso que os proponéis resulta educativo: se trata de hacer conscientes a todos de que es necesario crear en los países actualmente menos favorecidos esas condiciones técnicas y económicas que les garanticen la posibilidad de proveer por sí mismos a las propias necesidades. Sólo esta meta asegurará una solución definitiva al problema riel hambre y de la miseria en el mundo.
Como podéis observar, más allá de estas instancias materiales que angustian a la humanidad, se configura el compromiso moral de persuadir a todos los hombres de las responsabilidades en relación con el propio hermano y de la salvaguardia de su dignidad, que constituye un valor inalienable, espiritual, evangélico, que no puede ser desatendido sin grave ofensa al Creador y a ellos mismos.
No puedo extenderme en el análisis de los valores morales que estáis llamados a sostener y defender, mediante una acción que sólo en apariencia se presenta como de carácter exclusivamente técnico, financiero y económico. Vuestra actividad incide mucho más a fondo y tiene una resonancia mucho más amplia. Estoy seguro de que, cuando os habéis propuesto desarrollar vuestro trabajo en esta Organización, tanto en el campo del estudio y de la investigación, como en el administrativo y ejecutivo, lo habéis hecho sobre todo con el convencimiento de contribuir, a través de vuestra fatiga, a veces oculta y desconocida, a la salvaguardia de esos valores y objetivos que constituyen el sentido más profundo de la Organización para la Alimentación y la Agricultura. Valores y objetivos de la defensa y promoción de la dignidad humana, que la Iglesia, de acuerdo con su misión, no cesa de someter a la consideración común, encontrando en el mensaje, de que ella es depositaria, la inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia y de la satisfacción de las necesidades fundamentales de la vida.
Íntimamente sensible a estas perspectivas, alabo y admiro vuestro trabajo, que trata de asegurar a todos los hombres una vida digna y feliz. Acaso no sea posible tener en cada momento de vuestra jornada la lúcida y neta percepción de estar desarrollando un papel tan importante, sin embargo, en vuestra reflexión personal deberéis sacar frecuentemente consuelo de la certeza —que en este momento quiero confirmar y valorizar— de que realizáis un cometido de altísimo valor humano y social.
Quisiera deciros todavía una palabra de aliento paterno. Las pruebas y los riesgos que la humanidad deberá afrontar en el campo de la alimentación durante el próximo futuro, tendrán un peso y una incidencia que es difícil determinar en este momento con un cálculo exacto; sin embargo. a primera vista, su inmenso alcance puede llevar a algún desaliento. Por esto no dejéis entrar en el corazón la tentación de la desconfianza, de la indiferencia, de la falta de amor. Cuanto mayor sea vuestra generosidad, vuestra fe, tanto más cercana estará la solución oportuna y el consiguiente resultado positivo. Esta fe exige que se rechace un determinismo fatalista en la evolución económica del mundo y que se crea firmemente en el éxito de una acción coordinada y sobre todo sugerida por la comprensión fraterna y por la voluntad de ayuda mutua.
Vosotros —estoy seguro de ello— tenéis esta fe. Tenéis confianza en el hombre, en la sociedad y en la posibilidad de utilizar y distribuir racionalmente los inmensos recursos que el Creador ha puesto a disposición del hombre. Os exhorto a proseguir e intensificar vuestros esfuerzos, con todo el peso de vuestra preparación científica y especialmente con todo el ímpetu de vuestro corazón. con toda la amplitud de vuestro amor, para asegurar a la familia humana el necesario bienestar fundamental, y a vosotros la alegría de participar de modo responsable en el desarrollo de una altísima misión.
Os doy las gracias de corazón por vuestra acogida y, mientras os repito mi satisfacción por este encuentro, con el deseo de todo verdadero bien, invoco para vosotros, vuestras familias y vuestro trabajo por el éxito de la Organización para la Alimentación y la Agricultura, las más abundantes bendiciones del cielo.
Señor Presidente,
señor Director general,
señoras y señores:
1. Mi visita a ustedes prolonga, en cierto modo, la que he efectuado a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, como ya ocurrió con mi predecesor Pablo VI.
397 Es para mí motivo de alegría que esta Organización para la Alimentación y la Agricultura, nacida en Quebec el 16 de octubre de 1945, por tanto un poco antes que la ONU, se inspire en los mismos criterios de fondo que aquélla, así como en los de la Declaración universal de los Derechos del Hombre, conservando en su actuación la autonomía propia de toda Organización intergubernamental.
Vuestra Organización tiene una vocación universal, ya que está abierta a la adhesión de todos los pueblos de la tierra en su acto constitutivo. De este modo, ha visto pasar el número de los Estados miembros de cuarenta y dos, que tenía al principio, a ciento cuarenta y seis representados en la presente Conferencia general. Esta Organización puede dedicarse, pues, a una acción común que es el fruto de una convergencia real entre los países del mundo, cualesquiera que sean sus sistemas económicos y sus estructuras políticas.
2. La FAO puede vanagloriarse de ejercer una actividad especializada irremplazable en el cuadro de la familia de las Naciones Unidas. Se enfrenta, en efecto, con el sector que puede considerarse como el más importante de la economía mundial, la agricultura, que proporciona los alimentos indispensables al mundo y que ocupa al cincuenta por ciento de la población mundial. Es también un sector mantenido durante demasiado tiempo al margen del aumento de los niveles de vida, un sector al que el rápido y profundo cambio socio-cultural de nuestro tiempo afecta de un modo particularmente doloroso, poniendo al descubierto las injusticias heredadas del pasado, desestabilizando a hombres, familias y sociedades, acumulando las frustraciones y obligando a migraciones a menudo masivas y caóticas.
Según el preámbulo de vuestra Acta constitutiva, el objetivo, liberar a la familia humana del hambre, comporta el compromiso de los Estados miembros de elevar el nivel de nutrición y de mejorar la situación de las poblaciones rurales aumentando el rendimiento de la producción y garantizando la eficacia de la redistribución.
3. Sin embargo, quisiera también poner de relieve que, según el mismo preámbulo, la FAO se propone, de este modo, “contribuir, a través de su acción específica y colectiva, a la expansión de la economía mundial y al bienestar general”.
Está, pues, en plena armonía con las Naciones Unidas en el plan de conjunto y en las líneas fundamentales de la política de desarrollo y de cooperación internacional, según las cuales se realiza el servicio al hombre, sobre la base de los grandes principios que recordé detenidamente el 2 de octubre pasado ante la Organización de las Naciones Unidas.
Aquí también nos encontramos “en nombre del hombre tomado en su integridad, en toda la plenitud y multiforme riqueza de su existencia espiritual y material” (Discurso a las Naciones Unidas , núm. Nb 5 L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 14 14 de octubre de EN 1979, pág. EN 2).
I. Declaraciones de principio y realizaciones concretas
4. Vengo con una satisfacción particular a entablar este contacto directo con la FAO. He aceptado la invitación para hablar ante la XX Conferencia general, en este año, que señala el XXX aniversario de la decisión tomada el 28 de noviembre de 1949 de transferir la FAO de su sede provisional de Washington a esta sede definitiva de Roma, decisión que surtió efecto en 1951.
De este modo se llevaba a cabo lo que ha sido considerado como un “retorno a los orígenes romanos” de vuestra Organización. En efecto, ésta fue precedida en cierto modo por el Instituto Internacional de la Agricultura, fundado en 1905 bajo la inspiración de David Lubin, y absorbido después por la FAO. Desde esta época, Roma se convirtió en uno de los centros de la agricultura mundial y tiene hoy una renovada importancia en este terreno, particularmente después de las decisiones de la Conferencia mundial de las Naciones Unidas sobre la Alimentación del mes de noviembre de 1974.
5. Existe además una tradición de relaciones particulares entre la Santa Sede y la FAO. Es ésta la primera Organización intergubernamental con la que la Santa Sede estableció relaciones diplomáticas regulares, inauguradas gracias a la acción previsora del que era a la sazón mons. Montini, Sustituto de la Secretaría de Estado. Efectivamente, el voto unánime de la IV sesión de la Conferencia de la FAO concedió a la Santa Sede, el día 23 de noviembre de 1943, este “estatuto de Observador permanente, único en su género, que garantiza a ésta, no sólo el derecho de participar en las Conferencias de la Organización, sino también en los demás campos de su actividad, y de tomar la palabra a petición propia, sin derecho a voto”. Una situación así corresponde perfectamente a la naturaleza de la misión religiosa y moral de la Iglesia.
398 De este modo comenzó la colaboración de la Santa Sede con vuestra Organización, cuyos elevados principios morales y humanitarios se complacía entonces en poner de manifiesto con satisfacción mons. Montini (cf. carta del 16 de septiembre de 1968 al Sr. Norris E. Dood, Director general de la FAO).
Todos los trabajos y todos los programas de la FAO muestran, efectivamente, con evidencia, que toda actividad técnica y económica, al igual que toda opción política, implica, en último análisis, un problema de moral y de justicia.
La visita realizada a vuestra sede por el Papa Pablo VI el 16 de noviembre de 1970, con ocasión del XXV aniversario de la creación de la FAO, fue un testimonio magnífico rendido al creciente progreso de estas relaciones de confianza.
6. A estas consideraciones se añade otro motivo: Veo con satisfacción en la FAO un esfuerzo por llegar a realizar de modo concreto, en el terreno de la alimentación y la agricultura, un aspecto del programa de desarrollo mundial económico y social. Un programa de estas características contribuye ciertamente a la promoción de la paz ayudando a superar las tensiones profundas y dando satisfacción efectiva a las reivindicaciones primarias de los pueblos, reivindicaciones ligadas a los derechos inalienables del hombre.
Desde este punto de vista, vuestra Organización especializada está en relación más directa con los derechos económicos y sociales reconocidos en la Declaración universal de los Derechos del Hombre, los cuales fueron formulados después de un modo más preciso y vinculante en el Pacto internacional sobre los derechos económicos, sociales y culturales.
Sin embargo, el perfeccionamiento de la persona supone, como decía ya Pío XII en su radiomensaje de Navidad del año 1942, la realización concreta de las condiciones sociales que constituyen el bien común de toda comunidad política nacional y del conjunto de la comunidad internacional. Tal desarrollo colectivo, orgánico y continuo, es el presupuesto indispensable para asegurar el ejercicio concreto de los derechos del hombre, tanto de aquellos que tienen un contenido económico, como de aquellos que conciernen directamente a los valores espirituales. Sin embargo, este desarrollo, para ser expresión de una verdadera unidad humana, ha de obtenerse a través de la invitación a la libre participación y a la responsabilidad de todos, tanto en el campo público como en el privado, tanto a nivel interno como internacional.
Desde este punto de vista, la FAO aparece como una expresión concreta de la voluntad de pasar del plano de las declaraciones de principio, al de la acción y las realizaciones efectivas, haciendo un llamamiento a la participación libre y activa de todos los Estados miembros. Es de desear que la voluntad política de cada uno de los Estados asegure a la FAO, en beneficio de la acción común, una aportación que no consista solamente en sostener los proyectos y las operaciones de desarrollo interior emprendidas a petición de cada Gobierno, y que no se contente con armonizar intereses nacionalistas cerrados sobre sí mismos. La acción común que se desarrolla en el seno de la FAO exige una disponibilidad cada vez mayor para asumir los compromisos verdaderamente estables, gracias a los cuales todos participan en la acción fruto de una decisión común.
II. Una nueva estrategia internacional para el desarrollo
7. En el curso de la historia, la FAO ha adquirido una estructura cada vez más amplia y más adaptada, como lo muestran sus diversos programas actuales y los documentos que han sido presentados a esta Conferencia. En efecto, estáis a punto, no sólo de hacer el balance de las acciones llevadas a cabo estos dos últimos años, sino también de fijar los objetivos que deberán ser atendidos en los próximos años, haciendo las opciones políticas que para ello son necesarias. El año 2000 está, en efecto, en el horizonte de vuestras perspectivas con los problemas específicos que se le plantean a la agricultura para poder hacer frente a las necesidades previstas: aumento acelerado de la producción, necesidad de la reglamentación de los intercambios y de la asistencia exterior a los países que necesitan de ella para su lanzamiento económico. Se trata, pues, de adoptar las medidas que aseguren a todos este futuro mejor en el que los derechos fundamentales de cada uno se respeten. En este sentido, vuestra Conferencia general actual puede aportar una importante contribución, en aquello que se refiere al terreno de vuestra Organización, a la definición de los objetivos urgentes y de los criterios renovados que debieran permitir poner en práctica la nueva estrategia internacional para el desarrollo en el curso del tercer decenio de las Naciones Unidas que se abre con los años ochenta.
III. Exigencias de la hora presente y esperanzas para el futuro
8. Pero el mundo no se contentaría con especulaciones teóricas. La lucha contra el hambre presenta cada día más un rostro bien preciso y exige realizaciones concretas de parte de los Estados miembros y de Organización en su conjunto. En adelante, esta lucha no puede satisfacerse con llamamientos a los sentimientos, con manifestaciones esporádicas e ineficaces de indignación: al honor y a la admirable voluntad de vuestra Organización le corresponde tratar con perseverancia de definir los mejores medios y los métodos adecuados a las condiciones concretas de cada país, y fijar prudentemente de antemano las aplicaciones.
399 En efecto, el tiempo de las ilusiones, en que se creía resolver automáticamente los problemas del subdesarrollo y de las diferencias de crecimiento entre los diversos países con la exportación de los modelos industriales e ideológicos de los países desarrollados, ha terminado.
Ha pasado la época en que se trataba de garantizar el derecho de todos a la alimentación con programas de ayuda realizados gracias a la entrega de lo que sobraba, o a los programas de socorro de urgencia en los casos excepcionales.
Vuestra Organización se orienta en dirección hacia una política en la que el esfuerzo de cada país por su propio desarrollo ocupa el primer lugar. Esto comporta ciertamente una exigencia: cada uno de aquellos que tienen necesidad recibe, sin atentado alguno contra su dignidad, la ayuda internacional y las concesiones convenientes, llevando siempre control de los elementos necesarios para dar a la agricultura su dinamismo propio en el desarrollo del país; por esto es necesario pasar, de ahora en adelante, de las relaciones puramente bilaterales, a un sistema multilateral.
9. Otro reajuste de los criterios y de los modelos de desarrollo —que las circunstancias de la crisis económica actual hacen aún más necesario para los países más pobres, y en un sentido diferente para los países más desarrollados— es aquel que trata de satisfacer las necesidades humanas reales, aquellas que son verdaderamente fundamentales. Estas son las necesidades que deben dinamizar y orientar la economía, y no las necesidades artificiales, provocadas en parte y siempre aumentadas por la publicidad, por el juego de mercado y por las posturas de presión procedentes del terreno económico, financiero o político. Es importante prever y combatir las peligrosas consecuencias que ciertas soluciones técnicas y económicas tienen sobre el hombre, favorecer activamente su participación libre y responsable en la elección y en las realizaciones asumidas en orden al crecimiento orgánico y programado de las condiciones generales de su propia comunidad.
La experiencia contemporánea nos lleva a reconocer que el crecimiento ordenado y continuo de cada país, así como la garantía efectiva del ejercicio de los derechos humanos fundamentales de los individuos y de los pueblos, invitan necesariamente al desarrollo mundial global y orgánico. Veo con gran satisfacción. en este terreno, los diversos programas de cooperación técnica o de asistencia lanzados por vuestra Organización, la promoción de un acuerdo internacional para asegurar las reservas de cereales indispensables, contribuyen poco a poco a una transformación de la economía mundial.
10. Sin embargo, entre todos los problemas que atraen vuestra atención y la del mundo, el más grave y el más urgente es el del hambre. Millones de personas se hallan amenazadas en su misma existencia; muchos mueren cada día porque no tienen el alimento mínimo necesario. Y hay que reconocer, por desgracia, como ano lo muestra cruelmente la experiencia actual, que el hambre en el mundo no proviene siempre únicamente de las circunstancias geográficas, climáticas o agrícolas desfavorables, aquellas que vosotros os esforzáis por mitigar poco a poco; proviene además del hombre mismo, de las deficiencias de la organización social, que impide la iniciativa personal, e incluso del terror y de la opresión de sistemas ideológicos y prácticos inhumanos.
La búsqueda del desarrollo mundial orgánico que todos desean exige, así, que el conocimiento objetivo de las situaciones humanas de miseria ocupe su lugar en la formación de los individuos y de los grupos en el sentido de la libertad auténtica y de la responsabilidad personal y colectiva.
11. Las perspectivas de la formación humana integral sobrepasan, ciertamente, lo que es propio de vuestra Organización. Sé, sin embargo, que vosotros no sois indiferentes ante ellas. Vosotros las favorecéis, por vuestra parte, esforzándoos por diversificar los modelos técnicos de asistencia y de desarrollo, y por regularlos en función de las condiciones particulares, no sólo físicas, sino también socio-culturales de cada país, teniendo en cuenta también los valores propiamente humanos, y por tanto espirituales, de los pueblos.
Entre estos se encuentran las concepciones religiosas. Ellas dan una visión del hombre, de sus verdaderas necesidades, del sentido último de sus actividades: “No sólo de pan vive el hombre” (Mt 4,4), nos enseña el Evangelio. Desde aquí nos damos cuenta de que el desarrollo técnico, por muy necesario que sea, no es el todo del hombre, y que éste debe encontrar su lugar en una síntesis más amplia, plenamente humana. Por esta razón las realidades propiamente espirituales requieren vuestra atención. Es también en este terreno en el que la Iglesia, que ha animado siempre vuestros esfuerzos y que participa eficazmente por su parte en el desarrollo armónico del hombre, quiere conectar con vuestros esfuerzos y colaborar con vosotros pare el bien de la humanidad.
12. El trabajo a realizar es inmenso, y nadie debe desanimarse por el hecho de que el fin a alcanzar parezca a veces alejarse en la misma medida de los esfuerzos emprendidos para lograrlo. En este momento de la historia mundial es para mí motivo de alegría el ver a la FAO orientar toda su actividad, en su terreno que es esencial, a promover la cooperación internacional para el desarrollo. Y todos nosotros tenemos la esperanza de que este desarrollo se extenderá desde el nivel técnico y económico al del progreso personal y social del hombre.
Esto no podría llevarse a cabo si el hombre, su dignidad y sus derechos no fueran, desde el principio, el criterio activo que inspira y orienta todos los esfuerzos. Para vencer las inercias y los desánimos, para crear las condiciones capaces de renovar el pensamiento y de sostener la acción, no perdáis nunca de vista que se trata del hombre, del hombre concreto, del hombre que sufre, del hombre que encierra en sí inmensas posibilidades que hay que liberar.
400 13. Añadiría que la suma de los esfuerzos que vosotros proyectáis, emprendéis o animáis para que la tierra sea “cultivada” del mejor modo, para que sus riquezas productivas, terrestres y marinas sean conservadas, y nunca despilfarradas, más aún, para que fructifiquen multiplicando sus potencialidades sin destruir imprudentemente el equilibrio natural que ha servido de cuna a la vida del hombre, en una palabra, para que la naturaleza, respetada y ennoblecida al mismo tiempo, alcance su mejor rendimiento al servicio del hombre; añadiría, digo, que todo esto se une, en cierto sentido, al designio de Dios sobre la creación, que el texto inspirado del Génesis nos describe de modo arcaico pero sugestivo: “Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y lo creó macho y hembra... henchid la tierra; sometedla... Tomó, pues, Yavé Dios al hombre, y le puso en el jardín de Edén para que lo cultivase y guardase” (Gn 1,27-28 Gn 2,16). Sí, la tierra pertenece a los hombres, a todos los hombres sin olvidar a las generaciones que nos sucederán mañana, las cuales deben recogerla de nuestras manos habitable y fructífera. Y esto porque pertenece en último término a Dios, el Creador, el Soberano Hacedor, la fuente de la vida, que se la ha regalado a los hombres y se la ha confiado como a buenos administradores. Vosotros estáis llamados a trabajar en armonía con el designio de Dios.
Este es el voto que hago ante vosotros como Pastor de la Iglesia universal. En este sentido le pido al Señor Todopoderoso que bendiga los esfuerzos que hacéis para servir a la familia humana, que os bendiga a vosotros y a todos vuestros seres queridos.
Este es un día extraordinario. Lo es para la Academia, pero también para mí. En cierto modo es un día diferente del sábado pasado que fue extraordinario en el aspecto público oficial. Hoy es una ocasión extraordinaria por varios motivos. El primero es el de encontraros en vuestro ambiente de trabajo; he pasado muchas veces ante esta casa pero no he querido entrar, pues sin vosotros representa meramente un objeto, y con vosotros un objeto de gran precio. Pienso que es éste justamente el momento apropiado para entrar en él por vez primera. Con vosotros es una realidad humana de nivel del todo especial, un nivel constituido por vuestras personas y por la autoridad científica que cada uno representa. Esta es la causa por la que considero este día verdaderamente extraordinario.
Quisiera repetiros cuanto dije el sábado pasado en mi discurso oficial; expresaros mi aprecio por la ciencia en cuanto tal por la ciencia como investigación de cuantos se interesan por la verdad; mi aprecio por la ciencia como función como actividad superior del hombre del espíritu humano; una ciencia que de este modo perfecciona al hombre en cuanto tal. Es larga la tradición humanística, la tradición filosófica que hemos heredado de Aristóteles, y que luego se ha hecho también tradición cristiana: contemplar al hombre, valorarlo, estimarlo. Y nosotros apreciamos al hombre como tal: como individuo que se perfecciona a sí mismo a través de la verdad; una verdad buscada con lealtad, método y responsabilidad; una verdad poseída humildemente pero en actitud firme y perseverante; una verdad transmitida asimismo a los otros, a los cercanos, a los estudiantes y a todo la humanidad. Estos son los motivo de mi visita de hoy con la que quiere volver a dar constancia de lo que ye afirmé el sábado por la tarde en el discurso oficial. Me proporciona satisfacción especial la existencia de una Academia Pontificia de las Ciencias, herencia rica y consoladora de Pío XI. Debo agradecer a mi predecesor y a la Divina Providencia el que haya sido instituida esta Academia durante su pontificado y el que continúe existiendo. Son sentimientos verdaderos y profundos los que voy a manifestaros en confirmación de cuanto decía antes. No es la mía una actitud meramente intelectual y fría, es disposición del corazón, sentimiento y afecto. En tal sentido me gozo y me gozaré cada vez que vengáis aquí a reuniros, a trabajar juntos y comunicaros los frutos de vuestro trabajo.
Me propongo asimismo llevar a la práctica vuestro proyecto, que el señor Presidente tendrá la bondad de presentarme después de este primer encuentro y de vuestras sesiones de trabajo; un proyecto que con seguridad se enfocará al desarrollo de esta Academia y al problema primario de la relación entre ciencia y religión, entre la Academia Pontificia de las Ciencias y la Santa Sede, entre ciencia y misión de la Iglesia. Estas son las breves palabras y algunas ideas que deseaba comunicaros en esta circunstancia tan valiosa para mí y que seguirá siendo valiosa en gran manera.
Amadísimos hermanos en el Episcopado:
Es para mí un placer recibiros hoy en esta audiencia que viene a ser como el punto culminante de la Visita “ad Limina” de todos los obispos venezolanos. En este momento os quiero reiterar mi afecto fraterno de comunión apostólica.
A lo largo de las audiencias particulares tenidas hasta ahora, he podido comprobar por parte vuestra una idéntica correspondencia en esa misma comunión de gracia y de misión, en Cristo, que ha de animar nuestro servicio pastoral. Hago pues mías vuestras inquietudes; comparto también vuestras aflicciones y sacrificios por amor a la Iglesia; me asocio igualmente a vuestras alegrías y esperanzas en la difusión del evangelio. Por todo ello doy gracias al Señor y celebro con gozo que El, “por la confianza que tuvo en vosotros, os haya designado para su servicio” (cf. 1Tm 1,12).
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