Discursos 1979 411


A LOS VENCEDORES DEL «CONCURSO VERITAS»


Domingo 25 de noviembre de 1979



Queridísimos jóvenes, vencedores del "Concurso Veritas":

Os recibo con una alegría totalmente especial, en este encuentro particular, expresamente reservado para vosotros, y os doy mi bienvenida paterna y afectuosa.

Efectivamente, sois los vencedores de esa interesante y significativa iniciativa, lanzada por la Acción Católica al comienzo de cada año en todas las diócesis de Italia entre los alumnos de las escuelas superiores, y que ahora ya ha alcanzado su 30 edición, para hacer más dinámico, apasionado y fecundo el estudio de la fe cristiana. Por tanto, os expreso mi satisfacción por la diligencia que habéis puesto en el estudio y en la profundización del tema asignado; y al mismo tiempo hago extensivo mi saludo agradecido a todos los sacerdotes y profesores que os han iluminado y guiado con método y con amor.

¡Demos gracias al Señor por vuestra juventud límpida y ardiente, que ha sabido y sabe todavía entusiasmarse con las realidades sublimes y salvíficas! Sabed que el Papa está contento de vosotros; pero sobre todo está contento Jesús, el amigo divino, a quien. la liturgia de hoy nos hace contemplar como "Rey del universo".

412 Recordáis el conmovedor episodio del Evangelio de San Juan. Jesús responde al Gobernador Poncio Pilato, que le pregunta por sur identidad como rey: "Yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz". Y Pilato, pensativo, añade: "¿Y qué es la verdad?" (Jn 18,37-38).

Queridos jóvenes: ¡Sed en el mundo los portadores del "mensaje de la Verdad", sed los testigos de Cristo camino, verdad y vida, luz del mundo y salvación de la humanidad! Sabed demostrar con vuestro ejemplo ante todos que: la verdad debe ser amada. La verdad debe ser conocida, y por esto, buscada con amor, con dedicación, con método, y sobre todo que la verdad debe ser vivida. El cristianismo no es sólo una doctrina: es ante todo una Persona: Jesucristo, que debe ser amado y, en consecuencia, imitado y realizado en. la vida de cada día, mediante la fe total en su palabra, la vida de gracia, la oración, la caridad hacia los hermanos.

Queridísimos jóvenes: ¡Continuad viviendo en la Verdad y para la Verdad! Os asista, os ilumine y os conforte María Santísima Trono de la Sabiduría, Madre del Verbo que ilumina a todo hombre.

Con estos deseos os imparto mi bendición apostólica, que con particular benevolencia hago extensiva a vuestros sacerdotes y a todas vuestras personas queridas.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL XXII «CERTAMEN VATICANUM»


Lunes 26 de noviembre de 1979



Venerable hermano nuestro y queridos hermanos y hermanas:

Me ha complacido lo que acaba de decir el cardenal Pericle Felici, empleando términos tan cultos, y he recordado el tiempo en que, siendo él Secretario del Concilio Ecuménico Vaticano II, le oí hablar en latín con frecuencia y abundantemente en la basílica de San Pedro.

Pasado un año, tengo la satisfacción de saludaros otra vez, profesores y socios de la Fundación Latinitas, y a vosotros vencedores en el Certamen Vaticano, a quienes felicito de corazón; os saludo a vosotros que en estos tiempos guardáis solícitamente el fuego de la latinidad, lo cultiváis hábilmente y lo defendéis con intrepidez.



Sabed que os sigo con agrado y benevolencia a vosotros y a vuestro trabajo. Yo mismo, como sabéis, he publicado este año, en latín, como es costumbre, la Constitución Apostólica que comienza con las palabras "Sapientia christiana" por la que se reorganizan las universidades y facultades eclesiásticas. A esta Constitución se añaden las normas de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, entre las que se halla ésta: "En las facultades de ciencias sagradas se requiere un conocimiento suficiente de la lengua latina, para que los alumnos puedan comprender y utilizar las fuentes de tales ciencias y los documentos de la Iglesia" (IV, art. 24, par. 3; AAS 71, 1979, pág. 507: cf. L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 3 de junio de 1979, pág. 13). Por lo tanto, los alumnos que acceden a los centros de estudios eclesiásticos superiores, si no han completado antes los cursos de lengua latina, conviene que lo aprendan, como ya suele hacerse, por citar un ejemplo, en las Pontificias Universidades y Ateneos romanos.

Efectivamente, sé que la Fundación llamada Latinitas, se propone promover el estudio y el uso ele la lengua latina. Si pensamos en su empleo, se plantea la cuestión de si la lengua latina —a la que muchos consideran ya ajena a las costumbres de los hombres, como lengua ciertamente antigua y, como dicen, muerta— todavía puede estar vigente en realidad. La Iglesia, llamada latina, aunque por utilidad pastoral haya introducido en la liturgia también las lenguas vernáculas, sin embargo, no se aparta del principio de que su propia lengua es la latina. En realidad, los documentos más importantes de la Sede Apostólica continúan escribiéndose en esta lengua. Sin embargo, ¿pueden reproducirse en palabras latinas todas las nociones, todos los inventos, que utiliza esta época, sometida a tantos cambios? Esta cuestión no parece fácil.

En realidad, durante toda la Edad Media, y aún después, era común el uso de la lengua latina en las escuelas, para escribir libros y para celebrar actos públicos; por lo cual esta lengua se acomodaba para significar cosas nuevas o se enriquecía con nuevas palabras. Por lo tanto, si en nuestros tiempos queremos que vuelva a florecer la lengua latina no sólo como ejercicio privado de los eruditos, sino también y sobre todo, aunque con límites reducidos, en el uso de hombres cultos por su saber y así resulte cierto vínculo de unidad, conviene que se la convierta en instrumento apto para explicar todo aquello que nuestros contemporáneos conciben en su pensamiento, sienten en su interior, realizan con sus obras. Ya mi venerado predecesor Pablo VI fue sensible a esto, cuando preguntaba si se podía esperar y llevar a cabo que la lengua latina pudiese conservar y ampliar sus antiguas propiedades. Responde él mismo: "No se puede negar que es asunto grave, laborioso. lleno de grandes dificultades. Pero al menos en parte se llevaría a efecto con utilidad común, si se intentase que se expusieran en latín las novedades de mayor importancia, como se hizo antes" (Alocución del 16 de abril de 1966; AAS 58, 1966, pág. 361). He aquí un campo ampliamente abierto a vuestra actividad. Ciertamente he sabido que ya habéis acometido esta empresa, trabajando en común entre vosotros. Deseamos, pues, que no se quede en mero proyecto.

413 ¡Sed animosos e ingeniosos! ¡Cultivad diligentemente y promoved por todas partes, con iniciativas bien pensadas, la lengua latina, insigne por su majestad y concisión romanas, como idónea para esculpir lo verdadero y lo recto, y que impulsa a pensar con agudeza y lógica! Esforzaos, siguiendo las normas de los antiguos, por hablar y escribir en latín siempre clara y perfectamente y, cuando la ocasión lo requiera, con elegancia y en verso.

Finalmente, pidiendo para vosotros los auxilios divinos, os imparto con todo afecto la bendición apostólica.






AL CONSEJO DE LA UNIÓN DE SUPERIORES GENERALES


Lunes 26 de noviembre de 1979



Hermanos e hijos queridísimos:

1. Permitidme que os manifieste abiertamente mi alegría al recibiros hoy, en esta casa, como miembros calificados del Consejo de la Unión de Superiores Generales y por esto representantes de amplias falanges de religiosos esparcidos por el mundo. Os doy las gracias por haber deseado este encuentro, que me da ocasión de dirigiros mi palabra cordial.

El organismo del que sois expresión y que representáis, favorece no sólo una comunión mayor entre las diversas familias religiosas, sino también una acción más compacta en el ámbito y para la edificación de la Santa Iglesia. Y deseo que así suceda siempre en realidad.

Mi intención, aquí y ahora, es sola-mente la de recordar junto con vosotros algunos grandes aspectos de la vida religiosa, que por su naturaleza son también inspiradores del comportamiento práctico. El Decreto conciliar Perfectae caritatis, sobre la renovación de la vida religiosa, ya en la introducción deja escrito lo siguiente: "Todos los que son llamados por Dios a la práctica de los consejos evangélicos y los profesan fielmente..., viven más y más para Cristo y su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col Col 1,24). Ahora bien, cuanto más fervientemente se unen con Cristo por esa donación de sí mismos, que abarca la vida entera, tanto más se enriquece la vitalidad de la Iglesia y más vigorosamente se fecunda su apostolado" (Nb 1),

2. Queridísimos, vosotros representáis en la Iglesia un estado de vida que se remonta a los primeros siglos de su historia y que ha dado siempre, una y otra vez, abundantes y sabrosos frutos de santidad. de incisivo testimonio cristiano, de apostolado eficaz, e incluso de aportación notable a la formación de un rico patrimonio de cultura y civilización en el ámbito de las diversas familias religiosas. Pues bien, todo esto ha sido y es siempre posible en virtud de esa total y fiel unión con Cristo, de la que habla el Concilio y que no sólo se os pide, sino que incluso es fácilmente realizable por la condición especial de religiosos consagrados al Señor.

El carisma propio de cada uno de los institutos que representáis es signo elocuente de participación en la multiforme riqueza de Cristo, cuya "anchura, longura, altura y profundidad" (Ep 3,18) supera siempre con mucho cuanto nosotros podemos realizar tomándolo de su plenitud. Y la Iglesia, que es el rostro visible de Cristo en el tiempo, acoge y nutre en su propio seno órdenes e institutos de estilo tan diverso, para que todos juntos contribuyan a revelar la rica naturaleza y el dinamismo polivalente del Verbo de Dios encarnado y de la misma comunidad de los creyentes en El.

3. Pero hay otro motivo sobre todo que justifica y exige el estado de los religiosos. En un tiempo y en un mundo en que está al alcance de la mano el riesgo de construir al hombre en una sola dimensión, que inevitablemente acaba por ser la historicista e inmanentista, los religiosos están llamados a tener vivo el valor y el sentido de la oración adorante, no desconectada, sino unida al compromiso vivo de un generoso servicio prestado a los hombres, que precisamente de ella trae posibilidades e impulso.

Se trata de un programa de vida que a los religiosos, todavía más que al clero secular, corresponde particularmente desarrollar y encarnar, mediante la observancia fiel y gozosa de los consejos evangélicos y con una acentuación especial de la comunión inmediata con el "que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver" (1Tm 6,16). Los hombres deben aprender de vosotros a rendirle "el honor y el imperio eterno" (ib.), sin que esto cree estériles contraposiciones con sus compromisos temporales, al contrario, de modo que encuentren un enfoque saludable y una orientación fecunda de elevación hacia Cristo, en el cual ciertamente "están reunidas todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra" (Ep 1,10).

414 La sociedad de hoy quiere ver en vuestras familias cuánta armonía existe entre lo humano y lo divino, entre "las cosas visibles y las invisibles" (2Co 4,18) y cuánto superan las segundas a las primeras, sin menospreciarlas jamás ni humillarlas, sino vivificándolas y elevándolas a medida del designio eterno de salvación. Oración y trabajo, acción y contemplación: son binomios que en Cristo no se deterioran jamás en contraposiciones antitéticas, sino que maduran en mutua integración complementaria y fecunda. Pues bien, la obligación del testimonio de los religiosos es ésta precisa-mente: mostrar al mundo de hoy cuánta bondad innata hay en el misterio de Cristo (cf. Tit Tt 3,4) y al mismo tiempo cuánta trascendencia y sobrenaturalidad requiere el compromiso entre los hombres (cf. Sal Ps 127,1).

4, En definitiva, esta síntesis armoniosa constituye también el verdadero motivo de vuestra incidencia y de vuestra atracción sobre los hombres y especialmente sobres los jóvenes de hoy. Y es también a base de un sano equilibrio entre valores humanos y cristianos como la vida religiosa puede renovarse y purificarse y resplandecer cada vez más, como todos desean. Ciertamente no faltarán dificultades, riesgos y tensiones, que conocéis bien. Pero no nos debe alucinar el resolver las pruebas inevitables mediante una óptica puramente mundana o, por el contrario, desencarnada. La medida más adecuada de conducta no puede ser otra que el ejemplo ele Jesús y nuestra fe purísima en El. Efectivamente, del Evangelio nos viene el sentido de una adhesión inquebrantable a la voluntad del Padre y a la vez una audacia no temeraria en nuestras decisiones, el sentido de una valiente proyección hacia el futuro junto con una conservación cuidadosa del rico patrimonio espiritual adquirido en el pasado.

No es posible ningún paso adelante, ni en ninguna dirección, sino partiendo de los ya realizados; pero, viceversa, el detenerse en éstos es señal de estancamiento estéril. Por otra parte, el progreso en sentido evangélico se realiza ciertamente a nivel de santidad individual, pero también a nivel de testimonio público de Cristo; ahora, El es Señor de toda la historia humana, no sólo de la pasada, sino también de la presente y de la que todavía tenemos por delante, y por esto exige una adhesión siempre total, pero siempre adecuada. El Apóstol Pablo, recordando a los Gálatas que "en Cristo Jesús ni vale la circuncisión ni vale el prepucio, sino la fe actuada por la caridad" (Ga 5,6), ha dado a todos los cristianos un principio hermenéutico fundamental para su existencia en el mundo y que debe tener fuerza de evidencia aún más para los religiosos: cuando se está tenazmente "unidos a la cabeza" que es Cristo (Col 2,19), entonces no se teme ningún cambiante condicionamiento histórico, ninguna inculturación, y ningún obstáculo, porque, al contrario, todo se convierte en materia válida de progreso interior, de testimonio abierto y de eficacia apostólica; con tal que en todas las cosas se "acreciente la acción de gracias para gloria de Dios" (2Co 4 2Co 15).

De aquí debemos sacar todos valentía y confianza. Y de vosotros, en especial, la Iglesia espera mucho a través de un ejemplo atrayente de comunión radical con Cristo, que haga fructificar naturalmente un generoso compromiso entre los hombres.

5. Propongo instantemente estos pensamientos, a vosotros y a cuantos dignamente representáis, para meditarlos y tenerlos siempre presentes, no sólo en los momentos propios de oración, sino también y sobre todo en el cumplimiento incluso minucioso de las diversas actividades educativas. asistenciales, culturales, misioneras y de promoción en general, que tanto os distinguen. Precisamente en los consagrados, más que en cualquier otro bautizado, debe resplandecer la perfecta simbiosis, como en Jesús, entre los momentos de transfiguración (cf. Lc Lc 9,28-36) y los de inserción profunda entre la multitud exigente, que espera al pie del monte (cf. ib., 9, 37-43).

Si esta tarea no es fácil, si requiere mucho esfuerzo ascético y todavía más la abundante e indispensable gracia ele Dios, estad seguros de que no os falta mi cercanía paterna y el consuelo de mi pobre y constante oración, para que "el Señor haga resplandecer su faz sobre vosotros" (Nb 6,25) y en vosotros, los hombres "vean el esplendor del Evangelio glorioso de Cristo" (2Co 4,4).

A estos deseos y augurios quiero añadir mi especial. propiciadora bendición apostólica. que extiendo con igual benevolencia a vuestros queridos y benemérito.





VIAJE A TURQUÍA

PALABRAS DE DESPEDIDA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN EL AEROPUERTO ROMANO DE FIUMICINO


Miércoles 28 de noviembre de 1979



Doy las gracias de todo corazón a los venerables cardenales, a los obispos, al Decano del Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede, al Ministro Adolfo Sarti y a las demás autoridades italianas, como también a todos los que han querido presentarme su saludo de buenos deseos al comienzo de mi breve viaje a Oriente.

Como ya manifesté en el primer anuncio de esta nueva peregrinación, siguiendo las huellas de mi predecesor Pablo VI que a fines del mes de julio de 1967 fue a Turquía, viajo a esa nación para continuar con renovado interés el esfuerzo hacia la unidad de todos los cristianos, según una de las finalidades preeminentes del Concilio Vaticano II; para mostrar, además, la importancia que la Iglesia católica da a las relaciones con las venerables Iglesias ortodoxas en vísperas del comienzo de un diálogo teológico; y, finalmente, para expresar mi sincero afecto y mi profunda caridad hacia todas esas Iglesias y sus Patriarcas, especialmente hacia el Patriarcado Ecuménico.

Por lo tanto, después de haber presentado mi obligado saludo a las autoridades de la República de Turquía en Ankara, iré a Estambul para un encuentro con Su Santidad el Patriarca Ecuménico Dimitrios I y para participar en las solemnes celebraciones en honor de San Andrés. Luego, iré a Efeso, la ciudad donde en el año 451 tuvo lugar el tercer Concilio Ecuménico, que proclamó a la Virgen María: "Theotokos", es decir, "Madre de Dios"; y también haré una visita a Esmirna.

415 Quiera el Señor Dios, por la materna intercesión de María Santísima, acompañar con su gracia mis pasos por este camino de gran esperanza, que representa otra etapa importante hacia la unidad plena y perfecta de todos los cristianos.

Por estas altas finalidades religiosas y ecuménicas pido, en este momento, la oración intensa de todos los hijos de la Iglesia y su serena disponibilidad a la voz del Espíritu.

Con mi bendición apostólica.





VIAJE A TURQUÍA

LIBRO DE ORO DEL MAUSOLEO DE ATATURK

DEDICATORIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Ankara, miércoles 28 de noviembre de 1979



El gobierno de los pueblos está en las manos del Señor. El suscita en el momento oportuno los jefes que les conviene, porque el amor a la libertad y el respeto del derecho hacen grande a una nación, pero es Dios quien garantiza el porvenir.

IOANNES PAULUS PP. II





VIAJE A TURQUÍA


A LA COMUNIDAD CATÓLICA DE ANKARA


Capilla de San Pablo, Embajada de Italiana en Ankara

Jueves 29 de noviembre de 1979



Queridos hermanos e hijos, queridos amigos:

1. Es una gran alegría para mí, Sucesor de San Pedro en el Colegio Apostólico y en la Sede de Roma, dirigirme hoy a vosotros con las mismas palabras que dirigía San Pedro, hace 19 siglos, a los cristianos que entonces se encontraban, como hoy, en esta tierra, en pequeña minoría, "extranjeros de la dispersión del Ponto, Galacia, Capadocia...: la gracia y la paz os sean multiplicadas" (1P 1,1-2).

Como Pedro, quisiera dar gracias ante todo por la esperanza viva que hay en vosotros y que viene de Cristo resucitado; quisiera exhortar a cada uno de vosotros a ser agradecidos a Dios y firmes en la fe, como "hijos de obediencia", manteniendo puras vuestras almas en la obediencia a la verdad, en una fraternidad sincera, con una conducta ejemplar entre los gentiles, para que viendo vuestras obras buenas glorifiquen a Dios (cf. ib., 1, 3. 14. 22; 2, 12).

El Apóstol se preocupaba también de recordar la lealtad hacia las autoridades civiles: "Comportaos como libres y no como quien tiene la libertad cual cobertura de la maldad, sino como siervos de Dios" (ib., 2, 16).

416 Sí, quisiera invitaros a considerar, como particularmente vuestra, esta Carta escrita a quienes os han precedido en esta tierra, a leerla atentamente, a meditar cada una de sus afirmaciones. En este momento, llamo vuestra atención sobre una de sus exhortaciones: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia" (ib., 3, 15-16).

2. Estas palabras son la regla de oro para las relaciones y contactos, que el cristiano debe tener con sus conciudadanos de distinta fe. Hoy vosotros, cristianos residentes en Turquía, tenéis la suerte de vivir en el marco de un Estado moderno, que prevé para todos la libre expresión de la fe, sin identificarse con ninguna, y con personas que en su gran mayoría, aun no compartiendo la fe cristiana, se declaran "obedientes a Dios", "sometidos a Dios", más aún, "siervos de Dios", según sus mismas palabras, que coinciden con las de San Pedro ya citadas (2, 16) ; ellos, pues, comparten con vosotros la fe de Abraham en el Dios único, omnipotente, y misericordioso. Sabéis que el Concilio Vaticano II se ha pronunciado abiertamente sobre este tema, y yo mismo en mi Encíclica primera Redemptor hominis he recordado "la estima que el Concilio ha expresado hacia los creyentes del Islam, cuya fe se refiere también a Abraham" (
Nb 11).

Permitidme recordar aquí con vosotros las palabras de la Declaración conciliar Nostra aetate: "La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran ('junto con nosotros', se lee en otro texto del Concilio, la Constitución Lumen gentium, núm. 16) al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno" (Nb 3).

Con el pensamiento dirigido, pues, a vuestros conciudadanos, pero también al amplio mundo islámico, expreso de nuevo, hoy, la estima de la Iglesia católica por estos valores religiosos.

3. Hermanos míos, cuando pienso en este patrimonio espiritual y en el valor que tiene para el hombre y para la sociedad, en su capacidad de ofrecer sobre todo a los jóvenes una orientación de vida, de colmar el vacío que deja el materialismo, de dar un fundamento seguro al mismo ordenamiento social y jurídico, me pregunto si no será ya urgente, precisamente hoy en que los cristianos y musulmanes han entrado en un nuevo período de la historia, reconocer y desarrollar los vínculos espirituales que nos unen, a fin de que "defiendan y promuevan juntos, como nos invita el Concilio, para todos los hombres, la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad" (Nostra aetate, ib.).

La fe en Dios profesada en común por los descendientes de Abraham, cristianos, musulmanes y judíos, cuando se vive sinceramente y se lleva en la vida, es fundamento seguro de la dignidad, de la fraternidad y de la libertad de los hombres, y principio de recta conducta moral y de convivencia social. Y es más aún: como consecuencia de esta fe en Dios creador y trascendente, el hombre está en la cumbre de la creación. Ha sido creado, se lee en la Biblia, "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,27); aunque haya sido hecho de barro, se lee en el Corán, libro sagrado de los musulmanes, "Dios le ha insuflado su espíritu y le ha dotado de oído, de vista y de corazón", esto es, de inteligencia (Sura 32, 8).

El universo, para el musulmán, está destinado a ser sometido por el hombre en calidad de representante de Dios; la Biblia afirma que Dios ha mandado al hombre someter la tierra, pero también "cultivarla y guardarla" (Gn 2,15). En cuanto criatura de Dios, el hombre tiene derechos que no pueden ser violados, pero también está obligado a la ley del bien y del mal que se funda en el orden establecido por Dios. Gracias a esta ley, el hombre no se someterá jamás a ningún ídolo. El cristiano está sometido al mandamiento solemne: "No tendrás otro Dios que a mí" (Ex 20 Ex 3). El musulmán, por su parte, dirá siempre: "Dios es más grande".

Quisiera aprovechar este encuentro y la ocasión que me ofrecen las palabras escritas por San Pedro a vuestros antepasados para invitaros a considerar cada día las raíces profundas de la fe en Dios, en el que creen también vuestros conciudadanos musulmanes, convertirla en principio de colaboración para el progreso del hombre, para emulación del bien, para la extensión de la paz y de la fraternidad, en la libre profesión de la propia fe de cada uno.

4. Esta actitud, queridos hermanos y hermanas, va unida con la fidelidad, ya tan meritoria, de vuestras comunidades cristianas aquí representadas. Es una fidelidad heredada de un pasado grande. Ya hemos hablado de la Carta de San Pedro; se podría hacer referencia también al afecto de San Pablo y de San Juan por las Iglesias del Asia Menor. Un autor profano del siglo II, Plinio el Joven, describía la vida de los discípulos de Cristo con asombro, en un testimonio que sigue siendo precioso ante la historia. ¿Pero cómo olvidar la floración del siglo siguiente, de modo especial de los Padres de la Iglesia?

Y puesto que San Pedro habla de Capadocia, mi pensamiento va espontáneamente a San Basilio el Grande (329-379), una de las glorias más notables de la Iglesia de esta región, tanto más que este año se celebra el XVI centenario de su muerte: tengo la satisfacción de anunciaros que un documento pontificio vendrá a coronar este memorable aniversario, para ilustrar la figura de este grandísimo Doctor.

5. Hoy vuestras comunidades, aun cuando modestas, son, no obstante, ricas por la presencia de varias tradiciones y están constituidas por personas provenientes de numerosas partes del mundo. Esto os ofrece la ocasión de expresar recíprocamente vuestra fe y vuestra esperanza, y de dar aquí un testimonio importante de unidad y fraternidad.

417 Tened siempre la valentía y el orgullo de vuestra fe. Profundizad en ella. Acercaos incesantemente a Cristo, piedra angular, como piedras vivas, seguros de alcanzar el fin de vuestra fe, la salvación de vuestras almas. Desde ahora el Señor Jesús hace de vosotros los miembros de su cuerpo; Hijo de Dios, El os hace participar de su naturaleza divina, donándoos su Espíritu. Bebed con gozo de la fuente desbordante de la Eucaristía. Que El os colme de su caridad. Tened también el sentido de la comunión con la Iglesia universal a la que el Papa representa ante vosotros en su humilde persona. Vuestro testimonio es tanto más precioso, porque a pesar de ser reducido en número, sobresale en calidad.

Por mi parte, tenía mucho interés en manifestaros mi profundo afecto y mi confianza. Quedamos sólidamente unidos con el vínculo de la oración. Encomiendo a Cristo Jesús y a su Santísima Madre todas las necesidades humanas y espirituales de vuestras comunidades, de cada una de vuestras familias. Tengo un recuerdo especial para vuestros niños, vuestros enfermos, para los que están en dificultad. Que sean confortados por el amor de Dios y por la ayuda de los hermanos. De todo corazón os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.





VIAJE A TURQUÍA

ENCUENTRO CON DIMITRIOS I

EN EL PATRIARCADO DE CONSTANTINOPLA



Jueves 29 de noviembre de 1979



Santidad:

Bendito sea el nombre del Señor.

¡Bendito sea el Señor que nos ha concedido la gracia y el gozo de este encuentro aquí, en vuestra sede patriarcal!

Os saludo con afecto profundo y estima fraterna, Santidad, saludo también al Santo Sínodo que os rodea; y a través de vuestra persona saludo a todas las Iglesias que representáis.

No puedo ocultar mi gozo por encontrarme en esta tierra de tradiciones cristianas muy antiguas, y en esta ciudad rica de una historia, civilización y arte que la hacen figurar entre las más bellas del mundo. Hoy, como ayer. A los cristianos de todo el mundo, acostumbrados a leer y meditar los escritos del Nuevo Testamento, estos lugares les son familiares, como también los nombres de las primeras comunidades cristianas de numerosas ciudades enclavadas hoy en el territorio de la Turquía moderna.

Cristo "es nuestra paz", escribe San Pablo a los primeros cristianos de Efeso (Ep 2,14), y añade: "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo —de gracia habéis sido salvados— y nos resucitó en Cristo Jesús..." (Ep 2,4-6).

Esta proclamación de fe en la economía divina para salvación de los hombres resuena en esta tierra, se repite y se renueva de generación en generación. Y está destinada a difundirse hasta los confines de la tierra.

Lo dogmas fundamentales de la fe cristiana, de la Trinidad y del Verbo de Dios encarnado y nacido de la Virgen María, fueron definidos por los Concilios Ecuménicos celebrados en este lugar o en ciudades cercanas (cf. Unitatis redintegratio UR 14). La misma formulación de nuestra profesión de fe, el Credo, tuvo lugar en estos primeros Concilios celebrados al mismo tiempo por Oriente y Occidente. Nicea, Constantinopla, Efeso, Calcedonia son nombres conocidos de todos los cristianos. Resultan particularmente familiares a quienes oran, estudian y trabajan de formas diferentes en pro de la unión plena de nuestras dos Iglesias-hermanas.

418 No sólo hemos tenido en común estos Concilios decisivos, que son como calderones en la vida de la Iglesia, sino que durante un milenio estas dos Iglesias-hermanas han sabido crecer juntas y enlazar sus grandes tradiciones vitales.

La visita que hago hoy quisiera tener el significado de un reencuentro en la fe apostólica común, para caminar juntos hacia esa unidad plena que tristes circunstancias históricas han vulnerado, sobre todo a lo largo del segundo milenio. ¿Cómo no expresar nuestra firme esperanza en Dios de que alboree pronto una nueva era?

Por todo ello me siento feliz, Santidad, al encontrarme aquí para manifestar mi alta consideración y la solidaridad fraterna de la Iglesia católica hacia las Iglesias ortodoxas de Oriente.

Ya desde ahora os doy las gracias por el calor de vuestra acogida.





VIAJE A TURQUÍA


AL PATRIARCA ARMENIO DE ESTAMBUL


SU BEATITUD SHNORK S. KALUSTIAN


Jueves 29 de noviembre de 1979



Querido hermano en Cristo:

Acabo de cruzar, invadido de una santa emoción, los umbrales de este edificio, que representa para mí a vuestra antigua Iglesia Apostólica armenia.

Vuelvo a decir lo de "santa emoción", pues vuestra Iglesia, con su historia, presente y pasada, me ha parecido siempre que constituye una gran y misteriosa unión de las riquezas espirituales y culturales del Este y del Oeste, en el sentido más amplio de estos términos.

Y ahora me encuentro aquí. He venido a saludarte, hermano en nuestro Señor Jesucristo. He venido también a saludar en tu persona a la jerarquía, y en modo especial a Su Santidad Vasken I, Supremo Patriarca y Católicos de todos los armenios. He venido a saludar a todos mis hermanos y hermanas de vuestra Iglesia.

Esta visita que te hago hoy será un testimonio de la unidad que ya existe entre nosotros, y un testimonio de mi firme decisión de continuar, con la gracia de Dios, en el esfuerzo por alcanzar la plena comunión entre nuestras Iglesias. En esta ocasión, son dos las razones que me animan a afirmar esto.

La primera es una razón básica, que puede ser a menudo pasada por alto en una tentativa superficial por descubrir las razones por las que el Obispo de Roma vincula de modo tan natural su preocupación pastoral por la Iglesia católica con su responsabilidad por la unidad de todos los cristianos. Se trata de la palabra de nuestro Señor y Salvador, que oró por sus discípulos "para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y Yo en ti" (Jn 17,21). El gran deseo de Jesucristo es la plena unidad y la comunión entre todos los cristianos. Mientras estemos divididos entre nosotros, no estamos realizando este punto esencial de nuestra vocación. Por eso no tenemos que dirigir nuestra mirada a ninguna otra parte en busca de las razones que exigen la perfecta comunión entre nuestras Iglesias.


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