Discursos 1979 241


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SR. JOHN VIVIAN SCOTT

EMBAJADOR DE NUEVA ZELANDA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 14 de julio de 1979



Señor Embajador:

242 Os recibo con gran placer en esta ocasión de la presentación de vuestras Cartas Credenciales. Os agradezco los sentimientos de bondad que acabáis de manifestar en nombre del Gobierno y el pueblo de Nueva Zelanda. En cuanto a mí, la ceremonia de hoy me evoca recuerdos de mis impresiones personales de vuestro país: la belleza que contemplé. la hospitalidad de que disfruté, las esperanzas que me invadieron entre vosotros.

Vuestra Excelencia acaba de enunciar acertadamente un principio de gran importancia: los esfuerzos hechos por mejorar la calidad de la vida refluyen en la paz. A este respecto habéis hablado de la ayuda y asistencia prestadas por Nueva Zelanda a los países en vías de desarrollo. En cuanto a la Santa Sede, ésta no puede menos de alentar todas las empresas generosas y justas que favorecen la dignidad humana y el amor fraterno. La obra humanitaria de las naciones del mundo que trabajan en cooperación internacional es, sin duda alguna, un medio eficiente de procurar una paz estable. Y con la ayuda de Dios, la Santa Sede continuará favoreciendo esta causa y sosteniendo a cuantos la hacen suya.

En el centro del esfuerzo por la paz y el progreso en cada país y en el mundo entero, está la persona humana, cada ser humano. Muchas situaciones de diferentes lugares apremian con urgencia a redoblar los esfuerzos de todas las personas de buena voluntad en el campo concreto de los derechos humanos. En este último cuarto de siglo del milenio, a toda la humanidad asedia la obligación apremiante de proclamar y salvaguardar todos los derechos humanos y respetarlos en su aplicación concreta a cada hombre y cada mujer.

Al proclamar estas prioridades, advierto complacido vuestra alusión al empeño de Nueva Zelanda en dicho campo. Con espíritu de colaboración fraterno en las áreas vitales de la vida humana. deseo que vuestra misión resulte afortunada y llena de éxito. Invoco las bendiciones confortadoras de Dios sobre usted, señor Embajador, y sobre las autoridades y todo el pueblo de vuestro país.




SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA POBLACIÓN DE CASTELGANDOLFO

Domingo 15 de julio de 1979



Carísimos hermanos y hermanas:

Os agradezco sinceramente a todos esta acogida tan espontánea y festiva, que inmediatamente me hace sentir como "de casa" en vuestra ciudad, elegida por mis recientes predecesores para su residencia durante el período de descanso veraniego.

Saludo al obispo de Albano, mons. Gaetano Bonicelli, que, con gesto de fraterna comunión, ha querido ofrecerme el testimonio de su afectuosa adhesión y la de todos los fieles de la diócesis. Saludo al párroco y a toda la comunidad parroquial, de la que, durante algún tiempo, tendré el honor y el gusto de sentirme partícipe.

Después, mi saludo se dirige a la familia civil: al señor alcalde y a cuantos comparten con él los cuidados de la administración ciudadana, así como también a los turistas y veraneantes que se unen a la población local para tributarme esta calurosa y simpática bienvenida.

Renuevo a todos la expresión de mi reconocimiento y les invito a que den conmigo gracias al Señor por la profusión de verdor, de flores, de frutos que, en este período, El difunde en torno a nosotros con amplia generosidad.

El tiempo de vacaciones ofrece a muchas personas la oportunidad de un contacto más directo con la naturaleza. Es importante que cada uno de nosotros se haga observador atento de las maravillas de la creación, de su belleza siempre nueva, de su fecundidad inagotable, de su profundidad sugestiva y misteriosa.

243 El descubrimiento de estos valores, de cuyo encanto nos mantiene alejados la vida con demasiada frecuencia, hace surgir en el corazón un sentimiento de gozosa gratitud, que fácilmente se transforma en plegaria: «¡Bendice, alma mía a Yavé! ¡Yavé, Dios mío!, tú eres grande; estás revestido de majestad y esplendor, envuelto de luz como de un manto. Despliegas los cielos como una tienda; edificas sobre las aguas tus moradas superiores. Haces de las nubes tu carro. avanzando sobre las alas del viento...», con todo lo que sigue del bellísimo Salmo 103.

Expreso a todos el deseo de que el período de vacaciones sirva de ocasión no sólo para el restablecimiento del cuerpo, sino también de renovación para el espíritu. Y al invocar sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos los dones de la providente bondad divina, os bendigo de corazón.

Agosto de 1979


A UN GRUPO ECUMÉNICO DE PEREGRINOS DE CAMERÚN


Castelgandolfo

Miércoles 15 de agosto de 1979



Es para mí una alegría recibirte hoy, querido hermano en el Episcopado, así como a todos cuantos representan aquí a vuestro querido país del Camerún.

Os deseo ante todo una feliz peregrinación a la tumbas de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que vinieron de muy lejos para predicar el Evangelio. Ellos nos recuerdan siempre que la Iglesia puede instalarse y ensancharse por todo el mundo, porque tiene sus raíces en el sacrificio del Señor y en el de cuantos quieren seguirle, dando así testimonio de la unidad deseada por el Señor, que rogó por ella.

Por eso, yo me alegro que vuestra peregrinación sea ecuménica. Que vuestra voluntad de conocer cada vez mejor al Señor, para mejor servirle, pueda guiaros siempre sobre el camino que conduce a la unidad que El quiere para su Iglesia.

Yo me uno, en fin, a vuestra oración. ¡Son tan numerosas nuestras intenciones!

La fiesta que celebramos solemnemente hoy nos invita a confiarnos filialmente a la Virgen María, elevada al cielo, imagen de la Iglesia del futuro. En Ella nuestra esperanza ya se ha realizado; ¿quién podría mejor conducirnos a Cristo que la que nos lo dio? Por medio de Ella, yo recomiendo a su divino Hijo el porvenir espiritual de cada uno de vosotros y de vuestros familiares, de vuestras parroquias, comunidades y diócesis, de vuestra patria y de todo el inmenso territorio africano; sin olvidar, siguiendo a San Pablo, la preocupación por todas las Iglesias, así como por la paz y la justicia en el mundo.

De todo corazón, os doy la bendición apostólica.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL INSTITUTO SECULAR

DE LOS MISIONEROS DE LA REALEZA DE CRISTO


244

Sala de los Suizos, Castelgandolfo

Domingo 19 de agosto de 1979



Queridísimos hermanos:

Vuestro llorado Presidente, el profesor Giancarlo Brasca, había solicitado de Pablo VI una audiencia privada, con ocasión del cincuentenario de la fundación del Instituto Secular de los Misioneros de la Realeza de Cristo, querido por el inolvidable p. Agostino Gemelli, o.f.m. La Providencia ha querido que os encontréis ahora con el Papa; y yo, con mucho gusto, os recibo en esta audiencia, para presentamos mi saludo más cordial y sentido y para manifestaros mi estima y benevolencia.

Vosotros os llamáis "Misioneros de la Realeza de Cristo". ¡Nada más sublime y necesario! Llevar a Cristo al mundo; vivir el Evangelio de Cristo, anunciarlo a la humanidad, siempre sedienta de verdad, y dar testimonio de su fuerza y de su novedad en el mundo de la cultura y de los estudios superiores: he aquí vuestro ideal y vuestro programa de vida. ¡Sentíos felices de ser misioneros del Rey del amor y de la paz, de la justicia y de la santidad!

Vosotros conocéis bien el cuadro clínico de la sociedad de este final del siglo XX; vosotros sabéis hacer el diagnóstico de nuestros tiempos.

En medio de las formidables conquistas de la ciencia y de la técnica, de las que todos disfrutamos, existe, sin embargo, una situación de malestar y de inseguridad que alarma y espanta. Envuelve a las mentes una gran confusión ideológica, que niega la trascendencia, o se confina a un vago escepticismo de naturaleza emotiva. En consecuencia, se habla lógicamente de una crisis radical de todos los valores y desgraciadamente se instaura una situación dramática de inquietud social, de inseguridad pedagógica, de incertidumbre, de intolerancia, de miedo, de violencia, de neurosis.

En medio de esta situación, también a vosotros como a los Apóstoles, os dice Jesús: "No los temáis" (Mc 10,26 Lc 12,4) ; "Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20),

En un mundo afligido, atormentado por tantas dudas y tontas angustias, ¡sed vosotros los misioneros de la certeza!

— certeza acerca de los valores trascendentes, alcanzados mediante la buena y sana filosofía, que fue llamada justamente "perenne", siguiendo las huellas del Doctor Angélico Santo Tomás, bien que integrándola con las aportaciones del pensamiento moderno;

— certeza acerca de la persona de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, manifestación histórica y definitiva de Dios a la humanidad, para su iluminación interior y para su redención;

245 — certeza acerca de la realidad histórica y de la misión divina de la Iglesia, querida expresamente por Cristo para la transmisión de la doctrina revelada y de los medios de santificación y salvación.

¡Esta exaltante tarea os espera en vuestro trabajo, en vuestra profesión, en el contacto cotidiano con los hombres, nuestros hermanos! ¡Reine Cristo en vuestros corazones, en vuestros pensamientos, en vuestras investigaciones, en vuestras preocupaciones, en vuestros sentimientos, para que cualquiera, al encontraros, pueda comprender lo bello, grande, noble, gozoso que es ser cristianos! ¡Y María Santísima, Reina de la Sabiduría, os asista e inspire, para que también vosotros podáis engrandecer siempre al Señor, que os ha elegido para ser misioneros de la Verdad y del Amor!

Os lo deseo de todo corazón, mientras os imparto mi bendición.


VISITA PASTORAL A VÉNETO


AL PRESIDENTE DEL GOBIERNO ITALIANO


Canale d'Agordo

Domingo 26 de agosto de 1979



Señor Presidente:

Su presencia aquí, al comenzar mi peregrinación a la tierra natal del Papa Juan Pablo I, me honra; y sus palabras, tan cordiales y sinceras, me consuelan, porque veo en usted, de algún modo a Italia, oigo la voz de Italia, de esta querida nación que, tras la imprevista muerte del Papa Albino Luciani, se ha convertido también en mi patria, como Obispo de Roma y Primado de la Iglesia Italiana.

Por eso, le doy gracias de todo corazón y las doy también a todas las autoridades civiles, militares, escolásticas y religiosas, con los sentimientos vivos y profundos que me dicta el amor que siento hacia el pueblo italiano y la veneración hacia mi predecesor, que tan poco tiempo permaneció en la Cátedra de Pedro.

Mi peregrinación a esta tierra bendita quiere ser un encuentro espiritual con Juan Pablo I, para seguir sintiendo el influjo de su serenidad y paz interior:

— un homenaje a la fe, a la cultura a las tradiciones humanas y cristianas, a los ideales de este pueblo religioso y trabajador;

— una invitación a seguir las enseñanzas y los ejemplos, que este gran Pontífice ha dado no sólo a la Iglesia sino a la humanidad entera, y una invitación, sobre todo, a seguir su mensaje de amor.

246 Que nos acompañe hoy, en esta visita a sus tierras acogedoras y sugestivas y que nos acompañe especialmente durante toda la vida, aquel a quien hoy recordamos de modo tan particular y que tan profunda huella dejó en la Iglesia y en el mundo.

Señor Presidente:

Mientras renuevo una vez más mi sentido agradecimiento, deseo extender mi saludo paterno y cordial a toda Italia, e imparto la propiciadora bendición apostólica.





VISITA PASTORAL A VÉNETO

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LA POBLACIÓN DE TREVISO


Aeropuerto de Treviso

Domingo 26 de agosto de 1979





Agradezco de corazón al señor obispo de Treviso las cordiales y nobles palabras que me han traído el saludo de toda la diócesis, en este esperado encuentro que corona una jornada tan intensa de contactos, de coloquios, de íntimas emociones, de panoramas evocativos y entusiasmantes.

En el momento en que estoy para dejar este espacio de tierra véneta, bendita y querida, constelada de campanarios y cimas alpinas, elocuente por sus sugestivas invitaciones a la contemplación y a la oración, no puedo ocultar la profunda conmoción que invade mi espíritu. Ha sido, efectivamente, una inmersión estática y gozosa en una naturaleza encantadora por su belleza y en una atmósfera plena de religiosidad que he encontrado confortadora, sobre todo en el contacto directo con estas generosas poblaciones, espiritualmente ancladas en sólidas tradiciones de fe y de prácticas cristianas. Así puedo comprender todavía más a fondo la amplitud y el vigor de las virtudes sacerdotales que caracterizaron y definieron toda la personalidad de mi inmediato Predecesor, cuyo pueblo natal me satisface haber podido visitar.

Al partir ahora de la amada ciudad de Treviso, permítaseme recordar que en esta diócesis nació el gran Pontífice San Pío X, alma excelsa de maestro y de apóstol, que aquí, desde los primeros años de su sacerdocio, puso de manifiesto su viva e infatigable ansia pastoral, que haría de él, más tarde, un Papa eminente, defensor de la fe, de la verdad, de la justicia; un hombre de Dios, animado siempre por una interpretación sobrenatural de las vicisitudes del mundo y de la historia. Precisamente en estos días hemos celebrado el 65 aniversario de su muerte, acaecida el 21 de agosto de 1914 y en este año se conmemora también el 25 aniversario de su canonización.

Dejo Canale d'Agordo, Belluno y Treviso habiendo comprobado una vez más lo imprescindible que es para el cristiano la asimilación vital de la verdad evangélica, tan capaz de desencadenar y potenciar todas las reservas de tenacidad, de paciencia y, sobre todo, de confianza en el Señor y en su victoria. En este marco, se comprenden bien las grandes figuras recientes de San Pío X y de Juan Pablo I, hijos de esta tierra que, en contingencias históricas muy diversas, dieron tan convincente testimonio del Evangelio y de Cristo.

Al despedirme de los queridos hijos e hijas de la diócesis de Treviso, dignamente representados aquí por su Pastor y por un nutrido grupo de clero y fieles, mientras expreso mi pesar por no poder detenerme más tiempo, deseo dejar como recuerdo algunas palabras de exhortación y estímulo que el Papa Juan Pablo l pronunció en su primer mensaje , al Colegio Cardenalicio, a la Iglesia y al mundo en el alba de su pontificado: «Llamamos ante todo a los hijos de la Iglesia a tornar conciencia cada vez mayor de su responsabilidad: "Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,13 ss.)... Los fieles deben estar dispuestos a dar testimonio de la propia fe ante el mundo: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1P 3,15). La Iglesia, en este esfuerzo común de responsabilización y de respuesta a los problemas acuciantes del momento, está llamada a dar al mundo ese "suplemento de alma" que tantos reclaman y que es el único capaz de traer la salvación» (Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1978, pág. 37).

Y ahora, quiero elevar un himno de gratitud al Altísimo que me ha permitido vivir horas intensas e inolvidables, acompañadas de manifestaciones de entusiasmo, de cordialidad y de profunda devoción hacia el humilde Vicario de Cristo.

247 Mi pensamiento se dirige una vez más, con particular afecto, al Presidente del Consejo de Ministros, a todas las autoridades civiles y militares, a los alcaldes y a cuantos han tomado parte en esta jornada tan significativa.

Dirijo un saludo particularmente caluroso y fraterno al cardenal Patriarca de Venecia y a los prelados de la región Trivéneta, especialmente al obispo de Belluno y Feltre que, junto con su clero, ha sabido hacer vivos y entusiastas los encuentros con los fieles de esa diócesis.

Quiero, por último, formular un paternal deseo que, saliendo de lo más profundo de mi corazón, se transforma en plegaria al Señor: que el gozo de este día, gozo de fe y de comunión, no decaiga jamás, sino que nos acompañe como eco sereno que endulce nuestros ánimos y sea inspirador de estimulantes certezas en los momentos de prueba, con el convencimiento de que el Señor está siempre cerca, como lo hemos podido advertir hoy con especial consoladora intensidad.

En prenda de la emoción que me embarga en este momento, abrazo con paterna benevolencia a todas las personas con quienes me he encontrado y a cuantos me han seguido con el pensamiento y la oración, mientras, propiciadora de todas las gracias celestiales que deseamos, imparto una vez más sobre la querida Italia y sobre la familia humana la bendición apostólica.






A LOS PARTICIPANTES EN EL XXXIII CAMPEONATO


DE ESQUÍ ACUÁTICO DE EUROPA, ÁFRICA Y MEDITERRÁNEO


Castelgandolfo

Viernes 31 de agosto de 1979



Queridos señores, amados hermanos:

Mientras agradezco sentidamente las corteses y nobles palabras que me acaba de dirigir el señor presidente del Comité Olímpico Nacional Italiano, os expreso mi sincera complacencia al recibiros hoy en esta casa, tan cercana al lugar donde se desarrollan vuestras competiciones deportivas. Os quedo agradecido por haber deseado este encuentro, que también es muy apreciado por mi parte. Por esto saludo cordial e indistintamente a todos, de cualquier nación que provengáis.

El XXXIII campeonato de esquí náutico de Europa, África y Mediterráneo es una ocasión oportuna y nueva de acercamiento y hermandad entre diversos pueblos. El deporte que practicáis es ciertamente singular y atrayente; pero más allá de sus aspectos atléticos e incluso estéticos, puede ser, como cualquier otra actividad auténticamente deportiva. un factor de ennoblecimiento humano: ya sea en sentido individual, en cuanto educa para una saludable autodisciplina. ya en sentido interpersonal, en cuanto favorece el encuentro, la armonía, y en definitiva la comunión recíproca. Cuando se cultiva, pues, a nivel internacional, entonces se convierte en elemento propicio para superar múltiples barreras, haciendo así descubrir de nuevo v consolidar la unidad de la familia humana, más allá de toda escisión racial, cultural, política o religiosa.

En estos tiempos en que por desgracia diversas formas de violencia, y por lo tanto de odio, tienden a desgarrar nefastamente el tejido de la solidaridad social, vosotros contribuís, por vuestra parte, a dar un testimonio luminoso de cohesión, de paz, de unión, en una palabra de "saber estar juntos", donde la competición necesaria, lejos de constituir motivo de división, resulta, en cambio, un factor positivo de emulación dinámica, posible únicamente en un cuadro de relaciones mutuas aceptadas, moderadas y promovidas.

Precisamente porque vuestras competiciones no se desarrollan por simple diversión superficial, sino para demostrar la propia habilidad y cómo puede ser fecunda una larga y rigurosa preparación, el compromiso deportivo es escuela genuina de auténtica virtud humana, de la que dice el antiguo libro bíblico de la Sabiduría: "Presente, imitadla; ausente, deseadla: en el siglo venidero triunfará coronada, después de haber reportado la victoria en combates inmaculados" (4. 2). Efectivamente, en el deporte vence la virtud, y entonces vencen todos, porque todos sacan provecho de sus fecundas exigencias individuales y comunitarias.

248 Al llegar aquí, mi palabra se convierte en deseo profundamente cordial, también con miras a las próximas citas olímpicas, para un éxito óptimo de las competiciones, de modo que de vuestras confrontaciones atléticas salga victorioso sencillamente el hombre, en sus más altos valores de lealtad, de respeto mutuo. de generosidad, de belleza.

E invoco de Dios omnipotente y bendito abundancia de gracias sobre vosotros y vuestras familias y asociaciones.





Septiembre de 1979


A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS DE LA ESCUELA DE NETTUNO


PARA SUBOFICIALES DE LA GUARDIA DE SEGURIDAD PÚBLICA


Sábado 1 septiembre de 1979



Ante todo deseo expresar mi agradecimiento a usted, señor Ministro del Interior, por el noble y gentil saludo con que ha querido acogerme, también en nombre del Gobierno italiano, e interpretar los sentimientos del comandante, del Cuerpo docente, de los superiores y alumnos, a quienes igualmente doy las gracias por la amable invitación que me han dirigido. El haber bajado directamente del cielo sobre el campo de esta Escuela, quiero considerarlo como signo de bendición, que no he dejado de implorar abundante y rica del Señor, durante el breve trayecto aéreo desde Castelgandolfo a Nettuno.

Me siento verdaderamente contento, queridos alumnos, de estar entre vosotros en un encuentro familiar, que me permite manifestaros personalmente mi estima y mi afecto, y ofreceros al mismo tiempo una palabra de ánimo para que profundicéis en los ideales que deben iluminar siempre vuestro camino.

Al veros reunidos aquí conmigo, fijando la mirada en vuestros rostros, mi primer pensamiento se dirige con benevolencia a vuestras familias y les envío mi saludo paterno. Pero sobre todo os expreso mi admiración por la opción que habéis hecho de un servicio que, como ha puesto muy bien de relieve el señor Ministro, no resulta fácil, exige en cada momento sentido maduro y vigilante de responsabilidad y va acompañado incluso de un constante riesgo para vuestras mismas personas.

Os preparáis para desempeñar un oficio altamente digno de alabanza y estima, como defensores y fiadores del orden público, llamados a velar sobre el desenvolvimiento ordenado de la vida civil. Vuestra tarea resulta insustituible, tratándose de garantizar la observancia de la ley, de prevenir o reprimir —cuando sea necesario— sus violaciones y de educar sobre todo a los ciudadanos en el respeto a la norma común y por lo tanto en el amor a la "Civitas", es decir, a una convivencia ordenada y pacífica. Tarea elevadísima, orientada totalmente a promover ese convencido miramiento por el derecho ajeno, que hace de un pueblo una nación civil. Este servicio constituye una profesión clara y un testimonio de esos valores morales y espirituales, cuya ausencia o aprecio inadecuado vuelve falaz e infructuoso cualquier esfuerzo de librar a la sociedad de las reiteradas tentaciones del desorden. atropellos y violencia.

Para proteger la convivencia civil de todas las tendencias subversivas y destructoras, es necesario volver, sin demora, a una claridad de ideales, a una certeza de valores emblemáticos, a una interpretación del hombre y de su destino, que es la que ofrece el Evangelio y la Ley de Dios. Sin una obra común de formación del hombre es inútil pensar en poder salvaguardar los coeficientes de la verdadera prosperidad y del auténtico progreso.

Animados continuamente por propósitos de respeto a la dignidad de la vida humana, de magnánima dedicación al deber, de tutela imparcial de la legalidad, de valiente defensa de los derechos del ciudadano, especialmente de los más débiles e indefensos, os granjearéis la estima de todas las personas de buena voluntad —y son la casi totalidad—, que aspiran y se comprometen por una patria libre, democrática, que tienden concordemente a la conquista de metas cada vez más avanzadas de convivencia honesta v fraterna, de solidaridad, de paz.

Finalmente, en la cercanía del monumento a los caídos del Cuerpo de Seguridad Pública, elevo conmovido mi pensamiento y mi ferviente oración por cuantos han ofrecido la vida por la defensa de los ciudadanos en el cumplimiento de su deber. Este lugar glorioso y triste invita elocuentemente a conmemorar y exaltar ese genuino amor a la patria, por la que tantas veces ha brotado ya en vuestras filas la púrpura flor del heroísmo, que acompañado por la voluntad de cumplir un grave y arduo deber en beneficio de la comunidad, se convierte así en ejercicio y testimonio de caridad.

249 Queridísimos alumnos, que el Señor conforte vuestro compromiso con su gracia, mientras, deseándoos la asistencia divina, os imparto de corazón la bendición apostólica que extiendo gustosamente a vuestras familias y a todas las personas que os son queridas.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA PEREGRINACIÓN DE MONAGUILLOS

DE LA DIÓCESIS DE VICENZA, ITALIA


Castelgandolfo

Miércoles 5 de septiembre de 1979



Queridísimos monaguillos:

Debo deciros abiertamente que estoy contento de recibiros hoy a todos juntos en esta casa, tan numerosos y alborozados. Y el motivo de mi alegría es doble.

Ante todo veo en vosotros muchachos llenos de vida y entusiasmo. Vosotros esperáis todo del futuro. Está en la naturaleza misma de vuestra joven edad el lanzarse hacia adelante con todas las fuerzas; de modo que sois la esperanza, la reserva, diría la certeza de una sociedad humana más justa y mejor. Os recomiendo esto: aun cuando veáis a vuestro alrededor en el mundo muchas cosas que no van, debéis encontrar en todas estas realidades otros tantos motivos para comprometeros aún más a construir vosotros, con vuestras manos y con vuestro corazón, un mundo nuevo, en el que verdaderamente sea posible vivir en serenidad, seguridad y total confianza recíproca.

Pero también hay otro motivo por el que me alegra vuestra presencia. Y es que vivís de cerca, más bien desde dentro, la vida misma de la Santa Iglesia de Dios. Al prestar vuestro servicio en la Mesa Eucarística y en las diversas celebraciones litúrgicas, vosotros sacáis directamente "de las fuentes de la salvación" (Is 12,3), el vigor necesario para vivir bien ya hoy, y también para afrontar luego con mayor impulso vuestro porvenir. Ciertamente muchos de vosotros, si no todos, os habéis preguntado ya sobre vuestro propio mañana, sobre las cosas grandes que haréis. Pues bien, yo estoy convencido de que a no pocos de vosotros se les ha presentado también la perspectiva de servir a Dios y a la Iglesia como sacerdotes, es decir, como anunciadores del Evangelio a quien no lo conoce y como pastores amablemente dispuestos a ayudar a los otros cristianos a vivir en profundidad su fe y su unión con el Señor. Por esto digo a todos los que han sentido ya esta llamada en su corazón: cultivad esta semilla, abríos con alguno que pueda dirigiros, y sobre todo sed generosos. La Iglesia os necesita; el Señor mismo os necesita, como cuando se sirvió de los pocos panes de un muchacho para saciar a una multitud de gente (cf. Jn Jn 6,9-11).

Por lo demás, os digo con las palabras de San Pablo: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: Alegraos" (Ph 4,4) ; efectivamente, como dice la Biblia, "rostro alegre es señal de corazón satisfecho" (Sir 13, 26).

Dios os ama y se espera mucho de vosotros. Y os aseguro que también el Papa os quiere mucho y os bendice de todo corazón juntamente con vuestros responsables y todos vuestros seres queridos.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS DE TRIESTE, ITALIA

Miércoles 5 de septiembre de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas,
250 peregrinos de la diócesis de Trieste:

Os saludo con ánimo verdaderamente cordial y paterno, junto con vuestro celoso obispo, mons. Lorenzo Bellomi. Me complace que hayáis querido concluir vuestra asamblea diocesana sobre el tema: "Trieste: Cristianos en confrontación", con esta peregrinación tan numerosa y ferviente. Y con vosotros saludo también al grupo de Ronchi dei Legionari, donde se festeja el IV centenario de la institución de la parroquia. Os agradezco a todos sinceramente esta visita, que es una nueva ocasión para renovar la propia fe cristiana y la recíproca comunión eclesial.

Habéis venido a Roma ante todo para robustecer y como reavivar vuestra fe sobre la tumba de los grandes Apóstoles Pedro y Pablo. Efectivamente, ellos dieron y casi prodigaron su testimonio supremo del Señor en Roma, cayendo, sí, bajo los golpes del verdugo, pero consumidos también por el amor a Cristo y a la Iglesia que siempre los animó y los apremió en toda fatiga. Ante sus "trofeos", como llamó a sus tumbas el antiguo sacerdote romano Gayo (cf. Eusebio, Hist. eccl. 2, 25, 5-7), nuestra fe queda fortificada, y pasa de la admiración asombrada al ferviente deseo de imitar sus gestas. Precisamente este fuego interior de compromiso cristiano es el que debéis llevar a vuestra casa, como alimento vigoroso, que os permita afrontar las diversas pruebas de la vida con renovada fuerza espiritual, con la persuasión segura, propia ya del Apóstol, de que nada "podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor" (
Rm 8,18).

Pero una peregrinación a Roma debe robustecer también el amor común y vigorizar vuestro "ser Iglesia". Visitando a Pedro (cf. Gál Ga 1,18), en la persona de su humilde sucesor, vosotros confirmáis y recalcáis el principio de la unidad eclesial, a la que él presta el propio servicio específico. Podéis, pues, descubrir de nuevo que nuestra comunión recíproca es tan fuerte que puede ir más allá de cualquier división natural, incluso étnica, tanto que San Pablo puede escribir: "No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3,28). Por tanto, os exhorto cariñosamente a formar siempre todos juntos un solo corazón y un alma sola" (Ac 4,32), no sólo en vuestros sentimientos interiores, sino también en el plano activo y pastoral, de manera que deis al mundo un testimonio luminoso de solidaridad, más aún, de hermandad.

Y os acompañe siempre mi más amplia bendición apostólica, que de corazón extiendo a vuestros familiares y amigos, especialmente a los enfermos y a cuantos se encuentran en alguna necesidad.

Estoy muy contento de dirigirme a continuación en su lengua a los peregrinos eslovenos, provenientes también de la diócesis de Trieste. Os dirijo un saludo especial, con el deseo cordial de que vuestra original identidad cultural inserta en el ámbito de la vida cívica y eclesial, sea para vosotros y para todos una auténtica aportación de riqueza espiritual y un elemento cada vez más fecundo de cohesión de pensamientos y de obras en Cristo Jesús.


PEREGRINACIÓN A LORETO Y ANCONA

LLEGADA A LORETO


A LAS AUTORIDADES Y AL PUEBLO


Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María

Sábado 8 de septiembre de 1979



Señor Ministro,
señor Comisario:

Debo manifestar mi sincero aprecio por las amables expresiones de saludo que acaban de dirigirme, y, al agradecerlas cordialmente, deseo ofrecer yo también mi deferente saludo a ustedes, a las demás autoridades y a todos los queridísimos hermanos y hermanas presentes aquí a mi llegada.

251 1. He venido a Loreto como humilde peregrino, para honrar y rezar a la Virgen Santísima en uno de los más célebres santuarios marianos de Italia.

Mi oración —eco de las plegarias de tantos creyentes, especialmente de los pobres, de los que sufren, de los pequeños— se dirigirá, emotiva y confiada, a la Madre de Dios, ante todo por la humanidad, legítimamente orgullosa de las conquistas y las metas alcanzadas en tantos campos de la técnica y de la ciencia, pero también preocupada por tantas situaciones de tensión y por tantos peligros que turban la convivencia serena de los pueblos y de las naciones. Por esto pediré a la Virgen que mire benigna mi próximo viaje a Irlanda, a la Organización de las Naciones Unidas y a los Estados Unidos de América.

Además mi oración será por la Iglesia de Dios, difundida por todo el mundo, para que sea siempre fiel a la misión de anunciar a Cristo, muerto y resucitado por la salvación total del hombre, y para que, en esta fe, sea mensajera de amor y de esperanza.

Mi oración también será por Italia, tan rica en valores culturales, artísticos, humanos, vivificados por la inspiración cristiana, para que esté orgullosa de estos valores y los sepa conservar celosamente, aumentar y transmitir a las generaciones futuras.

2. He venido, además, a Loreto para conocer y para abrazar a los hijos de esta región, mis hermanos y hermanas de Las Marcas. para manifestarles mi satisfacción por sus propias virtudes de laboriosidad, bondad, serenidad, pero, todavía más, por su fe cristiana, de la que han dado y continúan dando testimonio. A todos mi saludo y mi afecto.

Que la Virgen de Loreto, con su materna sonrisa, nos asista a todos en esta jornada y durante toda nuestra vida.


Discursos 1979 241