Discursos 1979 265
265 No han faltado en Argentina ejemplares sacerdotes y religiosos, que dieron y dan testimonio de fidelidad y entrega en la propia consagración a Cristo y a la Iglesia. Por ello renuevo mi confiada exhortación a vuestros sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, a proseguir con generosidad en su vocación.
El segundo punto al que quiero hacer referencia es el de las asociaciones laicales y en especial a la Acción Católica. Es necesaria la actividad apostólica organizada a nivel de los fieles; con estructuras adecuadas a las condiciones de nuestro tiempo, y que a la vez reflejen y coordinen la actividad de las parroquias y comunidades eclesiales, insertándolas en la pastoral del Obispo de la Jerarquía de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II ha presentado la grandeza de la vocación de los laicos, que por su presencia y actividad en el orden de las cosas temporales deben ser un testimonio vivo de fe. Ha mostrado también que ese testimonio puede ser un apostolado individual y personal, pero ha señalado claramente las condiciones del apostolado organizado, que corresponden a la índole social del hombre, y ha especificado su íntima relación con el apostolado propio de la Jerarquía.
Por lo que refiere más concretamente a la Acción Católica, más allá de las actividades de índole exclusivamente temporal o de sola asistencia social, ella lleva a sus asociados a una conciencia profunda de su vocación apostólica en la propia condición laical. Como justamente enseña el Concilio Vaticano II, “ la Iglesia no está perfectamente formada, no vive plenamente, no es señal perfecta de Cristo entre los hombres, en tanto no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho ”.
Por ello, al hacer mío lo que Pablo VI indicaba a los Obispos argentinos: “ Deseamos que nuestros Hermanos en el Episcopado y también los sacerdotes vean en la Acción Católica una colaboradora indispensable del ministerio, como signo y prenda de la presencia viva del laicado en la comunicación de la gracia redentora del Señor ”, quiero reiterar cuanto dije a los jóvenes de la Acción Católica italiana el pasado 26 de mayo, sobre la necesidad y compromiso de “ recibir el mensaje de Jesús y pasarlo a los demás ”, para que conceda a los miembros de la Acción Católica y asociaciones apostólicas, serenidad de espíritu, nobleza de alma y coherencia a toda prueba en el testimonio evangélico dentro del ambiente en el que están llamados a vivir y actuar. Será necesario saber escuchar, profundizar, descubrir, vivir lo que se ha “ recibido ”. Y lo que se ha recibido no debe quedar inerte en cada uno, sino que debe ser entregado, comunicado a los otros, como hicieron los Apóstoles, que se esparcieron por el mundo para comunicar y anunciar a todas las gentes el mensaje de salvación recibido de su Maestro. A cuantos trabajan en ese campo, quiero expresar mi estima, alabanza y aliento.
Queridos Hermanos en el Episcopado: he deseado comunicar con vosotros estas reflexiones. Os agradezco vuestra generosa entrega eclesial y os animo a no desfallecer en vuestros trabajos apostólicos. Al volver a vuestras Diócesis, pensad que el Sucesor de Pedro, a quien visitasteis en Roma, os acompaña con su oración y su afecto en la solicitud pastoral de cada día.
Comenzáis ahora el Año Mariano Nacional. Que la Virgen, “ mediadora ante el Mediador ”, os obtenga la gracia de crecer con vuestros fieles y todo el pueblo argentino en el conocimiento de la verdad, para que tengáis la Vida, el amor y la paz. Con estos deseos, llevaos mi Bendición, que extiendo a todos vuestros diocesanos y al pueblo argentino en general.
Señoras, señores:
Os doy las gracias por vuestra visita al terminar esta importante Conferencia que clausura las sesiones celebradas en Madrid. Ella me brinda la feliz oportunidad de encontrarme con vosotros, expresaros mi estima profunda y animaros por la labor de paz a que dedicáis vuestra excepcional preparación, poniendo en común las experiencias. El Centro "Paz en el mundo a través del derecho" y las Asociaciones filiales del mismo, se enorgullecen con razón de constituir "la primera Asociación que coordina a escala mundial los esfuerzos de miles de jueces, abogados, profesores y estudiantes de derecho de todas las naciones del mundo, en la línea positiva de interesarse por los problemas comunes de la humanidad en los juicios, procesos, principios e instituciones aceptados universalmente por las reglas del derecho". A esta tarea la Santa Sede desea prestar su propia contribución imparcial dentro de los límites y del espíritu de la misión confiada a la Iglesia por Cristo Nuestro Señor.
El rápido desarrollo de las relaciones entre los hombres y las naciones, tanto en extensión como en profundidad, reclama un esfuerzo sin precedentes para que aquél quede bajo el señorío del hombre, pues de lo contrario se verá arrastrado en la ola tumultuosa de los egoísmos e instintos; a este fin se deben hallar estructuras adecuadas que expresen y fomenten la unidad de la familia humana dentro del respeto a la dignidad soberana de cada individuo y de cada grupo humano. Este propósito encuentra en la regla del derecho, en el "imperium legis", una ayuda indispensable que garantiza la continuidad, rectitud y fuerza creadora. La ordenación del derecho no supone en modo alguno inmovilidad rígida. Estando fundada en la riqueza de la tradición y en los valores humanos permanentes de los que ella misma saca fuerza y por los que ha sido perfeccionada, resulta más capaz que nunca de afrontar con determinación las situaciones que cambian constantemente, y de imprimir en ellas la huella del hombre. La aplicación tradicional y esencial de dicha ordenación jurídica a todas las circunstancias encuentra precisamente en la actual unificación de la humanidad, amplio terreno para vislumbrar caminos nuevos y rejuvenecer al mismo tiempo las expresiones varias ya aceptadas que se han ido forjando en consonancia con las tradiciones de las distintas naciones.
266 Las reglas del derecho no ignoran las tensiones que brotan de la vida, ni los aspectos de verdad contenidos en las protestas y contestación de las personas, en las que un determinado sistema legal rehúsa reconocer aspiraciones legítimas (cf. Pacem in terris PT 39 y s.s.). Pero tiene suficiente confianza en sí misma. en la ley del corazón y de la razón de la que emana. para buscar soluciones no en un mayor recrudecimiento de tales tensiones, sino más bien en la apelación a las facultades superiores del hombre. capaz de descubrir y crear sistemas organizados más adecuados al desarrollo actual de la humanidad. Es ésta la convicción que os ha llevado a examinar en Madrid toda la gama de desafíos de nuestros tiempos: Derechos humanos y Tratado de Helsinki, derechos del mar, codificación de las reglas que rigen las corporaciones multinacionales, derechos de la familia, datos referentes a la tecnología y derecho a la intimidad, control internacional de las distintas fuentes de energía, gradual reducción de la venta de armas comunes, control internacional. etc.
La Santa Sede participa activamente en las Conferencias internacionales relacionadas con estos diversos problemas; y su aportación peculiar de naturaleza ética, encuentra el campo mucho más preparado cuando los modelos del sistema legal han sido mejor elaborados, gracias sobre todo a vuestros esfuerzos. Esto es así desde el punto de vista del cambio y la evolución que deben ser característicos de la ley, porque son también característicos del desarrollo de la humanidad y de las naciones. Como ya he dicho, la Declaración de los Derechos Humanos y la fundación de la Organización de las Naciones Unidas tuvieron por objeto no sólo abolir las horribles experiencias de la última guerra mundial, sino también crear la base de una revisión continua de programas, sistemas y regímenes, precisamente desde este único y fundamental punto de vista que es el bien del hombre, o —digamos— del individuo en la comunidad, el cual como factor fundamental del bien común debe constituir el criterio esencial de todos los programas, sistemas y regímenes (cf. Redemptor hominis RH 17).
Sí, el hombre constituye la base de todo. Debe ser respetado en su dignidad personal y soberana. Se debe respetar su dimensión social, pues la personalidad humana y cristiana sólo puede comprenderse en la medida en que se rechace este egocentrismo exclusivista, ya que su llamamiento es a la vez personal y social. El derecho canónico admite y favorece este perfeccionamiento característico pues lleva a vencer el egoísmo avasallador, es decir, la renuncia de sí en cuanto individualidad exclusivista; conduce a la afirmación de sí mismo en una auténtica perspectiva social, mediante el reconocimiento y respeto del otro en cuanto "persona" dotada de derechos universales, inviolables e inalienables, y revestida de dignidad trascendente (cf. Discurso a la Sacra Rota Romana; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española. 1 de abril de 1979, pág. 9).
Los valores humanos, los valores morales son el fundamento de todo. La ley no puede prescindir de ellos ni en los fines ni en los medios. Su autonomía recta y ordenada es intrínseca a la ley moral, en la que además encuentra terreno fértil para su desarrollo dinámico y sistemático, en vez de freno real o restricción. Sabéis —y yo también lo sé—que es difícil definir al hombre en lo que constituye su ser permanente y su universalidad en el tiempo y en el espacio, por encima de los usos y culturas diferentes. Es asimismo difícil trazar los elementos institucionales que favorecen el crecimiento de la solidaridad humana, teniendo en cuenta a la vez la variedad de convicciones del hombre y contando también con su creatividad, a fin de garantizar así la libertad necesaria en la que se debe formar y reformar la conciencia, y en la que ella puede actuar. Pero la historia del derecho muestra cómo la ley va perdiendo su estabilidad y su autoridad moral, y se ve tentada entonces a apelar cada vez más a la constricción y la fuerza física o, por el contrario, a eludir; sus responsabilidades —sea en favor de los no-nacidos o de la estabilidad del matrimonio; o. a nivel internacional, en la ayuda a poblaciones enteras abandonadas a la opresión—, siempre que deja de buscar la verdad sobre el hombre y permite ser sobornado con alguna forma perjudicial de relativismo.
Búsqueda difícil. y que se hace a tientas; pero búsqueda necesaria de la que el jurista puede prescindir menos que nadie.
Para la Iglesia el fundamento sólido de esta búsqueda es Jesucristo. Pero todo lo que el creyente descubre a la luz de la fe, lo cree y afirma acerca de todos los hombres, creyentes y no creyentes, pues en cierto modo Cristo está unido a todos los hombres, a cada hombre. Es más, estamos ciertos de que la vida de Cristo habla también a muchos que no son capaces de repetir con Pedro "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". El, el Hijo de Dios vivo, habla a las personas también como Hombre: es su misma vida la que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, su amor que a todos abarca (cf. Redemptor hominis RH 7).
Señoras y señores: Con profundo respeto a vuestras convicciones permitidme que os invite a escuchar la voz de Cristo, el mensaje del Evangelio sobre el hombre. No puedo menos de reafirmaros en vuestro deseo de construir la paz del mundo a través del derecho.
Reiterando mi honda estima por el trabajo que habéis realizado ya y animándoos a continuarlo sin tregua, invoco sobre vosotros, vuestras familias, y sobre vuestro trabajo la bendición de Dios Todopoderoso.
Queridos hermanos y hermanas:
A la vez que agradezco vivamente las palabras que me acaba de dirigir la responsable general de las "Pequeñas apóstoles de la caridad" y presidente de la asociación "La nostra famiglia", quiero saludaros a todos con la más calurosa cordialidad y daros la más sincera bienvenida a esta casa que, de muy buen grado se abre a cuantos, en Cristo. saben unir armónicamente, el sufrimiento con la caridad. Saludo, por tanto, afectuosamente a mis hermanos en el Episcopado aquí presentes y, sobre todo, a los numerosos y queridos niños que han venido a ver al Papa, junto con sus padres, así como también a las "Pequeñas apóstoles", a los operadores y amigos de la Obra fundada por don Luigi Monza y a los sacerdotes que prestan en ella su propio ministerio. Sabed que vuestra visita me es realmente muy grata.
267 Las palabras de la presidente han trazado un cuadro ya de por sí muy elocuente y que sirve para conocer la amplitud, la intensidad de entrega y la eficacia de los resultados que "La nostra famiglia", nacida del corazón apostólico de un sacerdote milanés, manifiesta con su luminoso testimonio cristiano. Me alegra ciertamente conocer esta singular asociación, qua vive el mandato evangélico del amor en formas muy concretas y se esfuerza por serle cotidianamente fiel, valiéndose, por otra parte, de los más modernos métodos sanitarios y desplegando una cuidadosa seriedad profesional.
Por mi parte, quisiera dirigirme primeramente a los enfermos y luego a quienes les cuidan. A los primeros les digo, por de pronto, que den gracias al Señor porque se encuentran en buenas manos. Pero, sobre todo, les invito a considerar siempre su sufrimiento a la luz de Cristo, porque si es cierto que el dolor humano sigue siendo un gran misterio, no lo es menos que adquiere un sentido, mejor dicho, una fecundidad, gracias a la Cruz de Cristo. Queridos niños, y también vosotros, queridos padres que compartís sus penas: sabed que a los ojos del Señor es especialmente valioso precisamente el sufrimiento del justo y del inocente, más que el del pecador, porque éste, realmente, sufre sólo por sí mismo, por una autoexpiación, mientras que el inocente capitaliza con su dolor la redención de los demás. Así hizo Cristo que, según la Carta a los Hebreos, "se ofreció una vez para soportar los pecados de todos" (He 9,28 cf. He 10,10). También por esto somos nosotros cristianos. porque nos asemejamos a él en la gloria y en el dolor. Por eso, repetimos con San Pablo, sintiendo su íntima verdad: "Como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación" (2Co 1,5). También vosotros, por tanto, podéis repetir con el Apóstol: "Somos cual desconocidos, siendo bien conocidos; cual moribundos, bien que vivamos... como contristados, aunque siempre alegres; como mendigos, pero enriqueciendo a muchos; como quienes nada tienen, poseyéndolo todo" (ib., 6, 9-10). Son paradojas éstas que se comprenden solamente con la fe en Aquel que, antes que nadie, las vivió hasta el fondo. Y yo os exhorto a que renovéis vuestra fe cada día, porque en ella reside vuestra fuerza y, en definitiva, vuestro gozo.
Ahora me dirijo a vosotras "Pequeñas apóstoles", colaboradores y amigos todos de le Obra de don Luigi Monza. Y mis palabras tienen que ser de sincero aplauso y viva admiración por cuanto hacéis. Sí la actitud fundamental de los enfermos es la de la fe, la vuestra debe ser la de la caridad, es decir la del amor, el cual no es sino manifestación de la fe (cf. Gál Ga 5,6), Y una cosa es cierta: cuanto más puro y generoso es vuestro amor, más brilla la belleza del cristianismo y lo que llamaríamos la seducción del Evangelio. Esto es lo que necesita el mundo de hoy: ver el milagro de los milagros como es el dedicarse a cuidar a los necesitados de la forma más desinteresada para vencer el individualismo egoísta; del modo más total para superar la mezquina parcialidad del cálculo y del oportunismo; de la manera más concreta, para no limitarse a la esterilidad de las buenas intenciones y de las bellas palabras; y también del modo más oculto —casi púdico, diría— para no enturbiar la sinceridad de la propia entrega con la ostentación, de que pueden ser maestros otros, pero no ciertamente los discípulos de Jesús. En efecto: el amor cristiano, según la célebre página paulina, "no es jactancioso, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad" (1Co 13,4-6).
Perseverad, por tanto, en vuestra entrega, con alegre ánimo. Y aunque veáis que en vuestra tarea surgen dificultades, no debéis atemorizaros, sino aumentar vuestro celo que, por otra parte, está totalmente dirigido a un servicio altamente social y, por tanto, también humanamente apreciable. Los obstáculos no pueden enfriar la caridad, sino que deben ser como chispas con las que se enciende todavía más la llama, porque omnnia vincit amor (Virgilio, Egl. 10, 69).
Que "el Dios del amor y de la paz" (2Co 13,11), bendiga ampliamente vuestras actividades, las fecunde con su gracia y multiplique sus frutos para beneficio de los asistidos, para consuelo de sus familiares, para vuestra salvación y para que "los hombres vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 6,16).
Y que sobre todos vosotros, aquí presentes, y sobre cuantos representáis u os son queridos, descienda también mi más cordial bendición apostólica, en prenda del consuelo celestial y de mi más sincera benevolencia.
Amadísimos hermanos en el Episcopado:
Me alegro de estar hoy con vosotros en este encuentro colegial que culmina con vuestra visita “ad limina”, después de haber escuchado y haber hablado personalmente con cada uno en sucesivas audiencias. Y tal como lo siento, quiero deciros, con palabras del apóstol San Pablo, algo que me sale del corazón: “Doy continuamente gracias a Dios por la gracia que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, porque en él habéis sido enriquecidos en todo...”.
Digo esto no para halagar en vano vuestros sentimientos de pastores de la Iglesia, celosos y diligentes cual sois en la guía cuidadosa de vuestra grey respectiva. Lo hago sencillamente para explayar mi sincera confianza en vuestro quehacer apostólico, ante todo el de Usted, Señor Cardenal, y también el de todos los Hermanos aquí presentes, y afianzaros en vuestros ánimos, conforme al mandato de Cristo: “ Confirma a tus hermanos ”; todo ello, a impulsos de aquella caridad indeclinable que, confesada con voz sumisa por Pedro, confiere un perfil característico a quien, por voluntad del Señor resucitado, ha de “ apacentar sus ovejas ”.
En esta misma caridad, que es vínculo de unidad en la Iglesia, deseo también abrazar y rendir homenaje a vuestras comunidades diocesanas. Durante estos días ellas han estado particularmente presentes en mi pastoral “ solicitud por todas las Iglesias ”; una solicitud compartida con vosotros, a quienes quiero hacer partícipes de mi honda satisfacción, ya que estoy contento de “ ver vuestro buen concierto y la firmeza de vuestra fe en Cristo...; andad pues en él, arraigados y construidos en él, corroborados por la fe, según la doctrina que habéis recibido... ”.
268 Unión en la caridad, fe firme y esperanzada en Cristo: he ahí una expresión cumplida de vidalidad eclesial para quienes de veras han echado raíces en Cristo y se sienten edificados sobre El. A todo esto va dirigida asimismo vuestra misión primordial de maestros, evangelizadores del Pueblo de Dios, según la doctrina recibida en depósito.
1. No faltarán quienes, con una actitud de crítica fácil, piensen que esta comunidad de fe en Cristo viviría totalmente desfasada, en medio de una sociedad movida por incentivos meramente terrenos y volcada hacia el aprovechamiento y disfrute, incluso justos y honestos, de los bienes materiales; ellos pretenden reducir el Evangelio a una doctrina entre tantas de índole humanitaria que puede servir muy bien de coartada para evadirse de acuciantes problemas humanos y sociales de nuestro tiempo; los mismos pastores – al igual que las personas consagradas y los seglares inmersos en el apostolado – son tenidos por gente necia al predicar una esperanza, que no se aviene fácilmente con las ganancias de este mundo.
Consiguientemente, se vería con agrado que las comunidades cristianas emprendiesen otras vías de salvación y se alineasen prioritariamente en favor del compromiso político-social, en aras de una pretendida interpretación auténtica de la doctrina evangélica que, además de “ silenciar la divinidad de Cristo, pretende mostrar al mismo como comprometido en política, como un luchador contra la dominación romana y los poderes e incluso implicado en la lucha de clases ”.
2. Amadísimos Hermanos: Quiero repetir aquí algo que ya tuve ocasión de decir en Puebla ante la Asamblea del Episcopado Latinoamericano: como Pastores de la Iglesia, tengamos conciencia de ser maestros de la verdad: esto es lo que los fieles van buscando en nosotros, cuando les anunciamos la Buena Nueva. La fe en Cristo que sustenta la vida eclesial, lo sabéis muy bien, no es fruto de invención humana ni tampoco el resultado de entusiasmos o de experiencias de grupo. Nosotros predicamos al Hijo de Dios hecho hombre en su cruz, “ escándalo para los judíos y locura para los gentiles, mas poder y sabiduría para los llamados...”. Hacia esa sabiduría divina, que en la persona de Cristo asume la debilidad y el dolor humanos converge el misterio cristiano de la creación y de la historia, y en ella se revela el misterio último del hombre y de su destino. Se hace pues necesaria una apertura a la verdad revelada para entender el sentido de lo creado, que no es fruto de fuerzas naturales o de programaciones humanas, sino obra de un plan de Dios, en el que destacan sus designios de amor hacia el hombre. Puede suceder desafortunadamente que el mundo no reconozca este sentido, que los hombres no acepten esta luz esperanzadora; pero es cierto que Cristo es esa luz y que cuantos lo reciben llegarán a ser hijos de Dios.
Ya veis cuán apremiante se hace una más intensa labor de evangelización, que dé paso a la luz verdadera para mostrar al mundo la misión específica de la Iglesia: enraizar en Cristo a todos los hombres. En cuanto comunidad de fieles, la Iglesia ha de ser siempre solidaria ante Dios con todo lo humano; en cuanto “ sacramentum salutis ” ha de hacerse cargo de la Buena Nueva de salvación para comunicarla y actuarla en todos los hombres. Para poder cumplir adecuadamente esa tarea es necesario que sacerdotes, religiosos y fieles vivan en comunión con el Magisterio y con las orientaciones emanadas de la Jerarquía eclesiástica.
3. Con esto, amadísimos Hermanos, me he propuesto poner de relieve lo que es la médula de nuestro ministerio: hacer Iglesia “ anunciando sin temor la palabra de Dios ”, proclamando a Cristo, libre de encadenamientos humanos de sabor sociológico, político o sicológico, conscientes de ser –y aquí mi pensamiento se dirige también confiado a los sacerdotes y almas consagradas– “ compañeros y ayudadores ”, que sirven a Dios en la obra de la santificación del género humano, mediante la solícita administración de los sacramentos y rectores del Pueblo de Dios. Tenemos pues que llenarnos más y más de Cristo para poder presentarlo límpido al mundo, para dar credibilidad a nuestro anuncio ante quienes lo buscan con sincero corazón; para que nuestras acciones por la justicia en favor de los pobres y oprimidos tengan el respaldo de una ofrenda personal, a ejemplo de quien nos amó hasta la muerte y nos dio nueva vida.
Termino con unas palabras de San Pablo que me gustaría fuesen de verdad el móvil que resumiera nuestra vida y nuestras tareas ministeriales: “Unicamente portaos de manera digna del Evangelio de Cristo para que, sea que yo vaya y os vea, sea que me quede ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, luchando a una por la fe del Evangelio...”.
Al daros mi “hasta siempre”, os encargo que, en el profundo amor de Cristo, saludéis a vuestros sacerdotes, seminaristas, religiosos y laicos, en nombre del Papa, quien a todos ama, por todos ruega, a todos bendice.
Venerables Hermanos en el Episcopado,
BENDITO SEA EL SEÑOR, que me permite este encuentro fraterno con vosotros, los Pastores de la Iglesia en Paraguay, venidos a Roma para “ ver a Pedro ”, hacerle partícipe de vuestras alegrías y de vuestra solicitud en la evangelización del Pueblo de Dios a vosotros encomendado, y fortalecer los vínculos de caridad entre vuestras respectivas sedes y la del Sucesor de Pedro.
269 Estos momentos de comunión revitalizada que pasamos juntos, después del encuentro individual tenido con cada uno de vosotros, me ofrece la oportunidad de dar gracias a Dios por la concordia que reina entre vosotros y que se irradia benéficamente en el contacto con vuestros sacerdotes, con los otros agentes de la pastoral, sobre todo religiosos, y con los fieles. Os expreso por ello mi complacencia y pido al Señor que, como fruto de este encuentro con quien ha sido puesto como centro y garantía de comunión con Cristo, vuestra unidad de sentimientos y voluntades se vea perfeccionada y robustecida para bien de la Iglesia en vuestro País.
Si mantenéis esa comunión fraterna, vosotros y vuestras comunidades cristianas, podréis afrontar con mayor facilidad y provecho los retos que se os imponen en el momento actual y que se traslucen de las relaciones que habéis presentado para esta visita “ ad Limina ”.
Sé que uno de los puntos que más os preocupa en vuestra tarea pastoral es el de la moralización de la vida pública, familiar e individual. A ello estáis dedicando vuestros esfuerzos personales y también como Conferencia Episcopal. Sabed que estoy con vosotros y aliento este vuestro trabajo, encaminado a preservar, restablecer y consolidar el sentido moral en las conciencias, para que la ley de Dios y la honestidad rijan las relaciones sociales y familiares, así como el comportamiento privado de las personas.
Es un capítulo de suma importancia, ya que sin el cultivo práctico de los valores de una auténtica integridad moral se desmoronan las bases sólidas de la convivencia y se degrada el tenor de vida de los ciudadanos.
Particular atención deberéis seguir prestando a una adecuada pastoral familiar, garantía de eficacia para conseguir una recta conducta en vuestros fieles. Es bien sabido, en efecto, que donde la familia es sana, toda la sociedad recibe su benéfico influjo. Precisamente de una reconocida carencia de valores, genuinamente humanos y cristianos, derivan tantos de los males que aquejan a la juventud de hoy. Es otro de los capítulos, el de la juventud, al que sé queréis dedicar ulteriores cuidados especiales, porque de ello depende el futuro de la Iglesia como el de la sociedad.
Finalmente, unas palabras acerca de otro punto que ocupa puesto destacado en vuestras preocupaciones: el problema de las vocaciones a la vida consagrada. Conozco la situación de penuria de sacerdotes, sobre todo nativos, que sufren vuestras Iglesias. Pero junto a ello me alegra notar el prometedor aumento de vocaciones que se va percibiendo ahora. Si en todas las facetas de la evangelización debéis comprometeros generosamente vosotros y vuestras comunidades cristianas, es en la búsqueda, en la esmerada preparación y en el esfuerzo por la perseverancia de las vocaciones, en lo que os pido agotéis vuestras mejores energías. Vale la pena consagrar a ello toda solicitud y desvelo. Hacedlo vosotros y pedid a las almas consagradas – sobre todo a las de vida contemplativa – así como a los seglares de mayor sensibilidad espiritual, que pidan al dueño de la mies que mande obreros a ella.
Amados Hermanos! Estas reflexiones sobre temas tan importantes para vuestras comunidades brotan del amor que nos vincula a cada miembro de las mismas. Al volver a vuestras sedes, decid sobre todo a los sacerdotes y a las almas consagradas que el Papa los alienta en su fidelidad a Cristo y a su Iglesia, y los tiene presentes en la plegaria cotidiana. Que la Virgen de Caacupé os asista en vuestros esfuerzos, os consuele y os conduzca a su Hijo, el Salvador.
Con gran afecto, os doy mi Bendición, que os ruego transmitáis a todos vuestros diocesanos.
Señor cardenal,
señores Embajadores y demás ilustres miembros de las delegaciones argentina y chilena para las negociaciones relativas a la mediación en el diferendo sobre la zona austral:
270 1. Las breves palabras pronunciadas por usted, señor cardenal, para ilustrar los trabajos efectuados desde primeros de mayo hasta ahora, me han actualizado las informaciones detalladas que, personalmente y por escrito, me ha ido haciendo llegar puntualmente durante los últimos meses. De todas ellas he tomado conocimiento con la atención requerida por la importancia del asunto, cuya gravedad, señores delegados, me indujo a enviar a vuestros países al mismo cardenal Samoré en la pasada Navidad y a aceptar después la mediación que vuestros Gobiernos me solicitaron.
Con estas iniciativas quise, como escribí a las más altas autoridades de vuestras naciones, testimoniar la atención que prestaba a las relaciones mutuas de vuestros países. Llevar a cabo estos gestos parecía insoslayable para quien considera que la paz es uno de los más grandes valores humanos y su búsqueda y realización un deseo, más aún, un mandato, del Hijo de Dios hecho Hombre, del Príncipe de la Paz, de quien la Providencia me ha constituido Vicario entre los hombres.
Estoy, como sabéis, en vísperas de iniciar un viaje en el que no me faltarán ocasiones para proclamar el interés de la Sede Apostólica por la paz y su firme voluntad de contribuir a su consolidación efectiva y permanente según los medios que le son propios, sabedora de los inmensos beneficios que la consecución de una concordia mundial verdadera comportaría para la humanidad entera.
En este contexto, me ha parecido oportuno encontrarme con vosotros que estáis aquí para actuar en nombre de vuestros Gobiernos y de vuestros pueblos; por eso, mis palabras quieren alcanzar, por vuestro medio, a todos ellos.
2. Respondí afirmativamente a la solicitud de mediación, no obstante las dificultades inherentes a tan grave responsabilidad, impulsado por mi deseo de tutelar el bien supremo de la armonía entre las Naciones. A dar esa respuesta positiva me animó la voluntad de paz manifestada por vuestros Gobiernos, los cuales –interpretando así fielmente los anhelos profundos de vuestros países– asumieron en Montevideo el compromiso solemne de no recurrir a la fuerza en las relaciones mutuas de los dos Estados, de realizar un retorno gradual a la situación militar existente al principio de mil novecientos setenta y siete, y de abstenerse de adoptar medidas que pudieran alterar la armonía en cualquier sector.
El asumir esta triple obligación honró a vuestros Gobiernos y a vuestros países y me movió a aceptar la mediación; el fiel y constante cumplimiento de ese Acuerdo constituye un motivo de honor para vuestras autoridades y vuestras naciones y crea las condiciones de serenidad necesarias para que no se vean perjudicadas las posibilidades de éxito de la mediación.
3. Me congratulo de la confianza que vuestros Gobiernos y vosotros tenéis en el mediador y en quienes, por parte de la Santa Sede, participan en las negociaciones relacionadas con la mediación. Esa actitud es una premisa necesaria para que el mediador se siente más seguro en sus esfuerzos por acercar las posiciones divergentes, esfuerzos que constituyen la esencia misma de la mediación, la cual no se concluye con decisiones, sino que se desarrolla mediante consejos. Apoyándose en esa confianza, el mediador, después de haber pedido luces a Dios, presenta sugerencias a las Partes con objeto de realizar su obra de acercamiento, encaminada a salvaguardar los intereses fundamentales de ambas, el bien supremo de la paz.
4. Apoyándome en esa confianza –fruto también de los lazos que unen a vuestros pueblos con la Sede Apostólica– me parece conveniente transmitiros algunas ideas que me ha sugerido el examen de los aspectos controvertidos del diferendo. Os las comunico con la esperanza de contribuir a la búsqueda del camino, del método de trabajo que pueda conduciros mejor al arreglo pacífico, justo, honorable y definitivo que deseamos todos. Y os las propongo porque conozco la disposición favorable con que –como se asegura en el primer Acuerdo de Montevideo– las consideraréis:
— Parece que convendría planear las negociaciones buscando, en primer lugar, los puntos de convergencia entre las posiciones de ambas Partes; aunque la controversia aparezca bastante complicada, no debe ser imposible encontrar tales puntos, teniendo en cuenta además que a comienzos del año pasado vuestras respectivas Autoridades se habían propuesto tener conversaciones directas con vistas a lograr la concordia. Insistir en este aspecto, es decir, en la búsqueda de los puntos de convergencia, no será inútil, en cambio será provechoso;
— Considero también oportuno que reflexionéis sobre las posibilidades que vuestras Naciones tienen de colaborar en toda una serie de actividades, dentro e incluso fuera de la zona austral. Del desarrollo de esas actividades pueden derivarse ventajas indudables para el bienestar de ambos Pueblos y también –¿por qué no?– para otras naciones. Creo que el descubrimiento y la preparación consiguiente de amplios sectores de cooperación crearían condiciones favorables para la búsqueda y el hallazgo de la solución completa para las cuestiones más complicadas del diferendo: solución completa y definitiva a la que es menester llegar;
— Es necesario restablecer, afianzar y corroborar un clima de confianza mutua, desterrando, por consiguiente, incluso la sospecha o el temor de miras de una Parte que podrían ser perjudiciales para la otra; este clima de confianza mutua debe ser la savia que vivifique a todos los interesados, es decir a todos los que de alguna manera se ocupan de la mediación o simplemente viven en vuestras naciones.
271 Pienso que lo que ahora os he dicho debería constituir la base positiva sobre la que se desarrollarían a continuación las negociaciones sobre los diversos puntos controvertidos. Se trata ahora de una cuestión de método, que parece imponerse, si se tiene presente los escasos resultados del período precedente, cuando –como es sabido– las discusiones fueron en definitiva infructuosas y culminaron en momentos de gravísima tensión, habiendo sido acompañadas con preparativos militares. El nuevo procedimiento creo que debería caracterizar vuestras actividades en los próximos meses. Os exhorto calurosamente a que empeñéis vuestras inteligencias y vuestra buena voluntad en la búsqueda de ese nuevo método.
Es innegable el gran influjo que hoy día ejercen los medios de comunicación social. Es deseable que estos apoyen los esfuerzos de las autoridades competentes que han escogido el camino de la mediación y que interpreten y sostengan los sentimientos auténticos de los hijos de las dos naciones hermanas, que desean mantener esa paz que nunca faltó entre ellas. Es hermoso y consolador el constatar que nunca ha habido un conflicto bélico entre los dos países, y merece la pena, por tanto, evitar todo aquello que pudiera promover sentimientos contrarios a la solución del diferendo a través de la mediación.
5. Estas son las ideas que me ha parecido conveniente exponeros en el momento actual.
Tened la seguridad de que no os falta, ni os ha de faltar, mi recuerdo constante en la oración: pido a Dios que os conceda llevar a cabo un trabajo provechoso y que yo os pueda asistir con los consejos y las sugerencias que sean más útiles en cada circunstancia. Presento estas intenciones por medio de María, la Virgen Santísima, Nuestra Señora, Madre del Buen Consejo y Reina de la Paz.
Formulo votos para que vuestras negociaciones sean fecundas, positivas, llenas de sabiduría y cordura, impulsadas por la buena voluntad de todos, sabiendo – como de hecho sabéis – que os acompaña la simpatía de vuestros connacionales y que muchos pueblos os siguen con interés. Pensando en todo ello, os imparto mi paternal Bendición, extensiva a vuestras Naciones, como testimonio de mi afecto y de mi deseo de que consigan superar las dificultades de varia índole, en beneficio de la prosperidad y de la felicidad cristianas de todos vuestros compatriotas.
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