Discursos 1979 278
279
Amigos míos de las comunicaciones sociales:
Durante mi visita a Irlanda, deseo dejar a todos vosotros un pensamiento particular, una palabra especial para cada uno, a fin de que en el futuro podáis recordar esto: el Papa durante su visita pastoral a Irlanda ha dicho muchas cosas a muchas personas, pero este mensaje me lo ha dirigido a mí.
El mensaje de que hablo es el segundo de los dos grandes mandamientos de Jesús: "Ama al prójimo como a ti mismo". Este mensaje y este mandato debería tener un significado especial para vosotros, porque vuestro trabajo os hace huéspedes de honor en millones de casas de todo el mundo.
Dondequiera se escuchen las voces que transmitís, dondequiera se vean las imágenes que captáis, dondequiera se lean las palabras que referís, allá está vuestro prójimo. Allá hay una persona que debéis amar, por cuyo bienestar total debéis trabajar, y a veces también sacrificar vuestro sueño y vuestra comida. Vosotros sois los instrumentos a través de los cuales aquella persona. y millones de personas, alcanza una experiencia más vasta y se le ayuda a ser un miembro más activo de la comunidad mundial, verdadero prójimo para los otros.
Vuestra profesión, por su naturaleza, os hace servidores, servidores voluntarios de la comunidad. Muchos miembros de esa comunidad podrán diferir de vosotros en opiniones de orden político o económico, en convicciones de orden religioso o moral. Como buenos comunicadores, vosotros les debéis servir lo mismo, con amor y de acuerdo con la verdad; más todavía, con amor por la verdad. Como buenos comunicadores, debéis construir puentes que unan y no muros que dividan. Como buenos comunicadores, debéis trabajar con la convicción de que el amor y el servicio al prójimo son el deber más importante de vuestra vida.
Todas vuestras solicitudes, por tanto, serán para el bien de la comunidad. Vosotros la alimentaréis con la verdad. Le iluminaréis la conciencia y le serviréis de constructores de paz. Mostraréis a la comunidad ideales que le hagan tender hacia un modelo de vida y un comportamiento digno de su potencialidad y de su dignidad humana.
Vosotros inspiraréis a la comunidad, encenderéis sus ideales, estimularéis su imaginación —si fuese necesario la provocaréis— para que pueda dar lo mejor de sí misma, lo mejor como hombres, lo mejor como cristianos. No cederéis a ninguna seducción, ni os plegaréis ante amenazas que tiendan a desviaros de la total integridad en el cumplimiento de vuestro servicio profesional hacia aquellos que son no sólo vuestro prójimo, sino vuestros hermanos y hermanas en la familia de Dios, Padre de todos nosotros.
Os consideráis realistas obstinados, y yo comprendo bien las realidades contra las que debéis combatir. Pero ésta es la palabra del Papa para vosotros. No es cosa de poco lo que os pide, no es un desafío indiferente el que os deja. El os desafía a construir, aquí, en la comunidad irlandesa y en la comunidad mundial, el reino de Dios, reino de amor y de paz.
Os agradezco sinceramente el trabajo que estáis haciendo durante mi visita. Os pido llevéis mi agradecimiento y mi afecto a vuestras familias, mientras para vosotros y para ellas formulo esta hermosa plegaria irlandesa: “Que Dios te tenga en la palma de su mano. Que Dios te mantenga a ti y a tus seres queridos en su paz”.
280
Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
El hecho de que muchos de vosotros hayáis venido de diferentes países a compartir conmigo los distintos momentos de mi visita, es un tributo a Irlanda y a vosotros mismos, porque ello da fe de que os sentís unidos al Obispo de Roma en su "solicitud por todas las Iglesias" (2Co 11,28), yal mismo tiempo muestra que queréis honrar la fe de la Iglesia de Irlanda.
Porque, ¿no es, acaso, verdad que las comunidades cristianas que vosotros representáis tienen una deuda de gratitud que pagar a la Iglesia de Irlanda? Vosotros, que procedéis de otras naciones europeas, os sentís relacionados de manera muy especial con el pueblo que engendró tantos y tan grandes misioneros, los cuales en los siglos pasados viajaron infatigablemente por montañas y ríos, y a través de los llanos de Europa, para sostener la fe cuando ésta flaqueaba, para revitalizar las comunidades cristianas y predicar la Palabra del Señor. La vitalidad de la Iglesia de Irlanda hizo posible el establecimiento de muchas de vuestras comunidades. Peregrinari pro Christo: ser un viajero, un peregrino por Cristo, fue la razón que les movió a dejar su querida tierra natal; y la Iglesia cobró nueva vida con su caminar.
Fuera del continente, los emigrantes irlandeses, sacerdotes y misioneros, fueron luego fundadores de nuevas diócesis y parroquias, constructores de iglesias y escuelas, y su fe consiguió, a veces contra abrumadoras dificultades, llevar a Cristo a nuevas regiones e imbuir a las nuevas comunidades del mismo amor indiviso a Jesús y a su Madre, y de una lealtad y afecto a la Sede Apostólica de Roma, como la que ellos habían conocido en su patria.
Cuando reflexionamos sobre estas realidades históricas y cuando todos juntos somos testigos durante esta visita de la piedad, la fe y la vitalidad de la Iglesia irlandesa, no podemos por menos de sentirnos dichosos por estos momentos. Vuestra presencia aquí será, a su vez, un estímulo para el Episcopado irlandés y para los cristianos irlandeses, puesto que viéndoos reunidos en torno al Obispo de Roma, se darán cuenta de que todo el Collegium Episcopale apoya a los Pastores locales y asume su parte de responsabilidad en favor de la Iglesia de Irlanda. Expresad vuestro amor por Irlanda y vuestra estima por el lugar de Irlanda en la Iglesia, rogando por un pronto retorno de la paz a esta bella isla. Guiad a vuestro pueblo fiel en esta diligente e incansable plegaria al Príncipe de la Paz, a través de la intercesión de María, Reina de la Paz.
Cuando la gente de este amadísimo país os vea, reunidos junto con los obispos irlandeses alrededor del Obispo de Roma, serán testigos de esta especial unión que constituye el alma de la colegialidad episcopal, una unión de mentes y corazones, una unión de misión y dedicación en la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Es esta profunda unión, esta sincera "comunión" la que confiere profundidad y sentido al concepto de colegialidad y le lleva más allá de una mera colaboración práctica o un consenso de opiniones. Se convierte entonces en un vínculo que une verdaderamente a los obispos del mundo entero con el Sucesor de Pedro y entre ellos mismos, para llevar a cabo cum Petro et sub Petro el ministerio apostólico que el Señor confió a los Doce. El hecho de conocer que tales son los sentimientos que animan vuestra presencia aquí conmigo, no sólo me es causa de satisfacción, sino también mes anima en mi ministerio pastoral único y universal.
De esta unión entre todos los obispos dimanarán en adelante para cada comunidad eclesial y para la Iglesia toda, frutos abundantes de unidad y comunión entre todos los fieles y con sus obispos, así como con la Cabeza visible de la Iglesia universal.
Gracias por compartir conmigo el privilegio y la gracia sobrenatural de esta visita. Que el Señor Jesús os bendiga a vosotros y a vuestras diócesis con frutos cada vez más abundantes de unión de alma y corazón, y que cada cristiano dondequiera que esté, y la Iglesia de Dios toda, se conviertan cada vez más en signo y presencia de esperanza para toda la humanidad.
*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.40 p.9.
281 Amados compatriotas:
Me gustaría saludar a todos vosotros, que habéis llegado en su mayor parte de todos los rincones de Irlanda a participar en este encuentro, incluido en el programa de mi visita a Irlanda. El primer año de mi pontificado me obliga por tercera vez a abandonar Roma (en esta ocasión para ir a Irlanda y a los Estados Unidos de América). El especial motivo de mi viaje lo constituye la invitación del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, invitación que no podía dejar sin respuesta.
Mi visita a Irlanda, al comienzo de este viaje tan importante, tiene un significado especial. Deseo dar las gracias a todos los aquí presentes por vuestra fraternal solidaridad con el Papa, cuya patria es también la vuestra. Soy consciente de que dais prueba de esta solidaridad con vuestras continuas oraciones y con otros actos espirituales, que me sostienen en todos mis servicios. Necesito mucho esta ayuda en mi alta misión.
Al mismo tiempo quisiera desearos todas las bendiciones de Dios para la vida que lleváis en Irlanda, a la vez que seguís permaneciendo hondamente enraizados en la tierra, la cultura y las tradiciones de Polonia. De Polonia habéis traído vuestra fe, un vínculo de unidad espiritual con el Obispo de Roma y con toda la Iglesia católica. Que esta unidad os ayude no sólo para llevar a cabo vuestra propia salvación y la de quienes os rodean, sino también para mantener este perfil espiritual que define nuestra identidad nacional, nuestra presencia en la historia de Europa y nuestra contribución a la lucha por la paz, la justicia y la libertad.
Vuelvo a repetir aquí el deseo que expresé el 16 de mayo al dirigirme a más de seis mil polacos en el curso de una audiencia especial en Roma:
"En este encuentro excepcional de hoy debemos desearnos —con la ayuda de la gracia de Dios y por intercesión de María, Madre de la Iglesia que es Nuestra Señora de Jasna Góra, Reina de Polonia, con la intercesión de San Estanislao, de San Adalberto y de todos los Santos y Beatos polacos, hasta el Beato Maximiliano Kolbe y la Beata María Teresa Ledochowska— que todos nosotros, dondequiera que estemos, logremos dar testimonio de la madurez de Polonia. logremos hacer más fuerte nuestro derecho de ciudadanos entre todas las naciones de Europa y del mundo, y logremos servir a esta noble finalidad. testimoniar el universalismo cristiano".
Este es mi cordial deseo para con vosotros, y con este espíritu os bendigo, así como a vuestras familias, vuestros Pastores, sacerdotes y a Polonia entera
Queridos hermanos y hermanas:
Esta visita a Clonmacnois me brinda la oportunidad de rendir homenaje a las tradiciones de fe y de vida cristiana de Irlanda.
282 En particular, quisiera recordar y honrar la gran contribución monástica a Irlanda llevada a cabo aquí, en este venerable lugar, durante mil años, y cuya influencia se extendió por toda Europa gracias a la labor misionera de los monjes y estudiantes de esta escuela monástica de Clonmacnois.
Al contemplar las obras de la fe debemos dar gracias a Dios. Gracias a Dios por los orígenes de esta fe apostólica en Irlanda. Gracias a Dios por los Santos y apóstoles, y por todos aquellos que sirvieron de instrumentos para implantar y mantener viva esta fe, y que "han realizado la voluntad de Dios a través de todas las edades". Gracias a Dios por esa generosidad de fe que produjo fallos de justicia y de santidad de vida. Gracias a Dios por la conservación de la fe en la integridad y pureza de la enseñanza. Gracias a Dios por la continuidad del mensaje de los Apóstoles conservado intacto hasta el presente.
No olvidéis nunca la admirable vanagloria expresada en las palabras que San Columbano dirigió a Bonifacio IV en Roma: "Nosotros, irlandeses... somos discípulos de los Santos Pedro y Pablo...; nosotros mantuvimos intacta aquella fe católica que recibimos de vosotros".
Y hoy, en Irlanda, esta fe católica se conserva intacta, viva y activa. Que, por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo y por el poder de su gracia, pueda y deba conservarse siempre esta orientación en Irlanda.
Clonmacnois fue durante mucho tiempo el centro de una famosa escuela de arte sacro. El relicario de San Manchan, que hoy día puede verse sobre el altar, es un destacado ejemplo de su labor. Por consiguiente, constituye para mí un lugar muy adecuado para expresar mi gratitud por las obras del arte sagrado irlandés, del cual me han sido presentadas varias piezas con ocasión de mi visita.
El arte irlandés encierra multitud de ejemplos de la profunda fe y devoción del pueblo irlandés, manifestada en la personal sensibilidad de sus artistas. Cada pieza de arte, sea religiosa o secular, se trate de un cuadro, una escultura, un poema o cualquier otra forma de artesanía manual, es un signo y un símbolo del inescrutable secreto de la existencia humana, del origen y el destino del hombre, del significado de su vida y su trabajo. Nos habla del sentido del nacer y del morir, de la grandeza del hombre.
¡Alabado sea Jesucristo!
Doy las gracias al obispo de Galway y Kilmacduagh y al estimado alcalde de la ciudad de Galway por su caluroso recibimiento. Constituye para mí un placer especial el poder llegar hoy a esta región del oeste, a la hermosa bahía de Galway, después de haber viajado a través de Irlanda.
A ti, querido hermano, Pastor de esta sede occidental, que en tiempo de San Patricio se hallaba "más allá de los confines de la tierra habitada", pero que ahora está situada en el lugar de encuentro de Europa y América, a ti y a tus sacerdotes, religiosos y laicos hago extensivo un saludo especial. Tu invitación a encontrarme con los representantes de toda la juventud de Irlanda honra a tu diócesis y a tu ciudad. Entre vosotros me encuentro con el futuro de Irlanda, con aquellos que portarán la antorcha de la fe cristiana y la introducirán en el siglo veintiuno.
En esta primera visita del Vicario de Cristo en la tierra al pueblo del oeste de Irlanda, deseo pediros una piadosa ayuda para mi misión universal como Obispo de Roma. De un modo especial, cuento con vuestras oraciones diarias en el seno de vuestras familias, cuando padres e hijos reunidos invocan la ayuda del Señor Jesús y de su madre María.
283 Que Dios bendiga esta ciudad y a todos sus habitantes, y conceda su fuerza a débiles y enfermos, su valor a los que luchan y su paz y alegría a todos.
Queridos hermanos y hermanas:
En los Evangelios son frecuentes las referencias al particular amor e interés de nuestro Señor por los enfermos y por todos los que sufren. Jesús amó a los que sufren, y esta actitud suya ha pasado a su Iglesia. Amar a los enfermos es lo que la Iglesia ha aprendido de Cristo.
Me siento feliz de encontrarme hoy junto con los enfermos y con los minusválidos. He venido para dar testimonio del amor de Cristo por vosotros y para deciros que también la Iglesia y el Papa os aman. Sienten por vosotros respeto y estima. Están convencidos de que hay algo verdaderamente especial en vuestra misión en la Iglesia.
Con sus sufrimientos y su muerte Jesús tomó sobre sí todo el sufrimiento humano. confiriéndole un valor nuevo. De hecho, El llama a todo enfermo, a toda persona que sufre para colaborar con El en la salvación del mundo. Por esto, el dolor y el sufrimiento no se soportan a solas ni en vano. Aunque resulte difícil comprender el sufrimiento, Jesús ha aclarado que este valor está vinculado a su mismo sufrimiento, a su mismo sacrificio. En otras palabras, con vuestros sufrimientos vosotros ayudáis a Jesús en su obra de salvación. Es difícil expresar con precisión esta gran verdad, pero San Pablo la explica así: "suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
Vuestra llamada al sufrimiento requiere una fe fuerte y paciencia. Sí, esto quiere decir que estáis llamados al amor con una intensidad particular. Pero recordad que la Santísima Madre de Dios está junto a vosotros, como estaba junto a Jesús al pie de la cruz, y nunca os dejará solos.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
284 Como Pastor que soy, siento en mi corazón un gozo especial al dirigir también algunas palabras a las sirvientas y sirvientes de la Sociedad del santuario de Knock y a los directores de peregrinaciones de Cnoc Mhuire, la Montaña de María.
La celebración eucarística de esta tarde evoca felices recuerdos de las muchas peregrinaciones en las que he tomado parte en mi tierra, en el santuario de Jasna Góra, Claro Monte, en Czestochowa, y en otros muchos sitios por toda Polonia; también me recuerda mi visita al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.
Conozco, por experiencia de primera mano, el valor de los servicios que prestáis para conseguir que cada peregrino se sienta en este santuario como en su propia casa, y para hacer que cada visita constituya un agradable y piadoso encuentro con María, Madre de la Divina Gracia. Sois los siervos de la Madre de Jesús de un modo muy especial. Vosotros ayudáis a la gente a acercarse a ella, a recibir su mensaje de amor y dedicación; y a confiarle toda su vida para que puedan ser testigos veraces del amor de su Hijo.
Sois también siervos de vuestros hermanos y hermanas. Al ayudar y conducir a numerosos peregrinos, especialmente a los enfermos e impedidos, lleváis a cabo no sólo una obra de caridad, sino también una tarea evangelizadora. Que esta visión de vuestra labor constituya vuestra inspiración y vuestra fortaleza para realizar las tareas que tan generosamente habéis aceptado, y para que éstas se convierten en testimonio vivo de la Palabra de Dios y de los vínculos de la salvación.
Pido por vosotros, os lo agradezco e invoco sobre vosotros abundantes gracias de bondad y santidad de vida. Recibid la bendición que cordialmente hago extensiva a vosotros y a todos vuestros seres queridos.
Queridos hermanos:
1. Una vez más deseo haceros saber lo profundamente agradecido que os estoy por vuestra invitación a venir a Irlanda Esta visita constituye para mí el cumplimiento de un profundo deseo de mi corazón: venir como siervo del Evangelio y como peregrino al santuario de Nuestra Señora de Knock, con ocasión de su centenario.
Vengo también como vuestro hermane Obispo de Roma. He esperado con gran placer este día: para que podamos celebrar juntos la unidad del Episcopado en nuestro Señor Jesucristo, para que demos expresión pública a la dimensión de nuestra colegialidad episcopal y para que reflexionemos juntos sobre el papel de la dirección pastoral en la Iglesia, particularmente en lo concerniente a nuestra responsabilidad común del bienestar del Pueblo de Dios en Irlanda.
Somos profundamente conscientes de la especial carga que hemos recibido como obispos. Porque, "en virtud de la consagración sacramental y mediante la comunión jerárquica" (Lumen gentium LG 22), hemos sido constituidos miembros del Colegio encargado de la misión pastoral de nuestro Señor Jesucristo.
285 2. La colegialidad episcopal que compartimos se manifiesta de diferentes modos. Hoy se expresa de una manera muy importante: el Sucesor de Pedro se halla presente entre vosotros para confirmaros personalmente en vuestra fe y en vuestro ministerio apostólico, y para ejercer, junto con vosotros, el cuidado pastoral de los fieles de Irlanda. De este modo, mi peregrinación como Pastor de la Iglesia universal se manifiesta en su profunda dimensión de comunión eclesial y jerárquica. Y, a través de la acción del Espíritu Santo, la doctrina de la colegialidad encuentra su expresión y realización aquí y ahora.
En mi primer discurso al Colegio Cardenalicio y al mundo después de mi elección para ocupar la Sede de Pedro, urgí a "una reflexión más profunda sobre las implicaciones del vínculo colegial" (17 de octubre de 1978). Estoy también convencido de que mi encuentro de hoy con la Conferencia Episcopal va a conducir a una mejor comprensión de la naturaleza de la Iglesia contemplada como Pueblo de Dios, "que toma a sus ciudadanos de entre todas las razas y los convierte en ciudadanos de un reino de naturaleza celestial, no terrena" (Lumen gentium LG 13).
3. En esta reunión de hoy nos hallamos viviendo la experiencia del Pueblo de Dios en Irlanda, primero en una dimensión "vertical", ascendiendo, por así decirlo, a través de todas las generaciones, hasta los mismísimos inicios de la cristiandad en esta tierra. Al mismo tiempo estamos atentos a la dimensión "horizontal", dándonos cuenta de cómo el Pueblo de Dios en Irlanda se halla unido, en la unidad y universalidad de la Iglesia, a todos los pueblos de la tierra, de cómo forman parte del misterio de la Iglesia universal y de su gran misión salvífica. Los obispos de Irlanda tienen su propia porción en esta dimensión de la vida de toda la Iglesia porque comparten las tareas del Colegio Episcopal: cum Petro et sub Petro. De ahí que este encuentro del Papa con los obispos de Irlanda sea enormemente importante y maravillosamente elocuente, tanto para Irlanda como para la Iglesia universal.
4. El fundamento de nuestra identidad personal, de nuestro vínculo común y de nuestro ministerio se encuentra en Jesucristo, Hijo de Dios y Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento. Por esta razón, hermanos, mi primera exhortación al presentarme hoy entre vosotros es ésta: "Mantengamos nuestros ojos puestos en el autor y consumidor de la fe, Jesús" (He 12,2). Como somos Pastores de este rebaño, debemos tener fija nuestra mirada en Aquel que es el Pastor principal —Princeps Pastorum (1P 5,4)—, para que nos ilumine, nos sostenga y nos colme de alegría en nuestro servicio al rebaño, conduciéndolo "por rectas sendas por amor de su nombre" (Ps 23,3).
Pero la eficacia de nuestro servicio a Irlanda y a toda la Iglesia está vinculada a nuestra relación personal con Aquel a quien San Pedro llamó también "Pastor y guardián de vuestras almas" (1P 2,25). El seguro fundamento de nuestra guía pastoral lo constituye, pues, una relación profunda y personal de fe y amor con Jesucristo nuestro Señor. Al igual que los Doce, también nosotros hemos sido designados para estar con El, para ser sus compañeros (cf. Mc Mc 3,14). Podemos presentarnos como líderes religiosos de nuestro pueblo, en las situaciones que afectan profundamente a sus vidas diarias, sólo después de haber estado en piadosa comunión con el Maestro, sólo después de haber descubierto en la fe que Dios ha constituido a Cristo como "nuestra sabiduría, justicia, santificación y redención" (1Co 1,30). Somos llamados, en nuestras propias vidas, a escuchar. conservar y realizar la Palabra de Dios. En las Sagradas Escrituras, y especialmente en los Evangelios, encontramos constantemente a Cristo; y, mediante el poder del Espíritu Santo, sus palabras se hacen luz y fuerza para nosotros y para nuestro pueblo. Sus mismas palabras contienen un poder de conversión, y aprendemos mediante su ejemplo.
A través de un piadoso contacto con el Jesús de los Evangelios, nosotros, sus siervos y apóstoles, absorbemos en modo creciente su serenidad y asumimos sus actitudes. Sobre todo adoptamos aquella fundamental actitud de amor hacia su Padre, tanto irás cuanto que cada uno de nosotros experimentamos un gozo profundo y pleno en la verdad de nuestra relación filial: Diligo Patrem (Jn 14,31) - Pater diligit Filium (Jn 3,35). Nuestra relación con Cristo y en Cristo halla su suprema y única expresión en el Sacrificio eucarístico, en el que actuamos por completo: in persona Christi.
La relación personal con Jesús constituye, pues, una garantía de confianza para nosotros y nuestro ministerio. En nuestra fe encontramos la victoria que vence al mundo. Por el hecho de estar unidos con Jesús y mantenidos por El, no hay reto con el que no nos podamos enfrentar, dificultad que no podamos mantener, obstáculo que no podamos vencer por el Evangelio. En realidad Cristo mismo garantiza que "el que cree en mí, ése hará también las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas..." (Jn 14,12). Sí, hermanos, la respuesta a tantos problemas se halla sólo en la fe, una fe manifestada y sostenida en la oración.
5. Nuestra relación con Jesús será la base fructífera de nuestra relación con nuestros sacerdotes, cuando nos esforzamos por ser su hermano, padre, amigo y guía. Estamos llamados, en la caridad de Cristo, a escucharles y entenderles, a cambiar impresiones relativas a la evangelización y a la misión pastoral que comparten con nosotros como cooperadores con el Orden de los obispos. Para toda la Iglesia (pero especialmente para los sacerdotes) debemos ser un signo humano del amor de Cristo y de la fidelidad a la Iglesia. De este modo sustentamos a nuestros sacerdotes con el mensaje del Evangelio, los sostenemos con la certeza del Magisterio y los fortificamos frente a las tensiones que deben resistir. Con nuestra palabra y nuestro ejemplo debemos invitar a orar constantemente a nuestros sacerdotes.
Estamos llamados a mostrar con generosidad a nuestros sacerdotes esa solicitud humana, interés personal y sincera estima en los que podrán percibir fácilmente nuestro amor. A pesar de la multiplicidad de nuestros compromisos, nuestros sacerdotes deben reconocer en nosotros el fiel reflejo del Pastor y obispo de sus almas (cf. 1P 2,25).
Nuestros sacerdotes han hecho muchos sacrificios, incluso la renuncia al matrimonio por el Reino de los cielos; y se les debe animar con firmeza a perseverar. La fidelidad a Cristo y las exigencias de la libertad y la dignidad humanas les piden que se mantengan con constancia en su compromiso.
La misma solicitud pastoral que tenemos por los sacerdotes, debemos mostrarla también con nuestros seminaristas. Ejerzamos personalmente la responsabilidad que tenemos de su formación en la Palabra de Dios y de toda la formación que reciben dentro y fuera de Irlanda, incluida Roma. En mi Carta a los obispos el día de Jueves Santo, escribí: "La plena revitalización de la vida de los seminarios en toda la Iglesia será la mejor prueba de la efectiva renovación hacia la que el Concilio ha orientado a la Iglesia".
286 6. Al igual que Cristo, el obispo aparece entre el laicado como quien sirve. Los laicos constituyen la inmensa mayoría del rebaño de Jesucristo. Mediante el bautismo y la confirmación, Cristo mismo les hace partícipes de su propia misión salvífica. junto con el clero y los religiosos, el laicado integra la única comunión de la Iglesia: "un linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa, pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1P 2,9).
La mayor expresión del servicio del obispo a los laicos es su personal proclamación de la Palabra de Dios, que alcanza su cumbre en la Eucaristía (cf. Presbyterorum ordinis PO 5). Como fiel servidor del mensaje del Evangelio, todo obispo está llamado a exponer a su pueblo "todo el misterio de Cristo" (Christus Dominus CD 12).
Así como el obispo proclama la dignidad de laicado, forma parte también de su papel hacer todo lo posible por promover su contribución a la evangelización, urgiéndoles a asumir todas aquellas responsabilidades que les son propias en el terreno de las realidades temporales. En palabras de Pablo VI: "El campo propio de actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social y la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas" (Evangelii nuntiandi EN 70). Y existen otras esferas de actividades en las que pueden trabajar con eficacia por la transformación de la sociedad.
De acuerdo con la voluntad de Dios, la familia cristiana es un agente evangelizador de inmensa importancia. En todos los asuntos morales de auténtica vida cristiana, los laicos dirigen la mirada a los obispos como a sus líderes, sus pastores y sus padres. Los obispos deben responder constantemente al grito que lanza la humanidad, generalmente no articulado en palabras, pero muy real: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). Y en esto los obispos desempeñan un papel de gran importancia: mostrar a Jesús al mundo; presentarlo de forma auténtica y convincente: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre; Jesucristo. camino, verdad y vida; Jesucristo, el hombre de oración.
7. Los obispos están llamados a ser verdaderos padres de todo su pueblo, sobrepujando en espíritu de amor y solicitud por todos (cf. Christus Dominus CD 16). Tendrán un especial cuidado de quienes viven marginados de la sociedad. Entre aquellos que más necesitan el cuidado pastoral de los obispos se hallan los prisioneros. Queridos hermanos, no descuidéis el proveerles en sus necesidades espirituales y el preocupares personalmente de sus condiciones materiales y de sus familias.
Tratad de procurar a los prisioneros tal solicitud y guía espiritual que puedan ayudarles a abandonar los caminos de la violencia y el crimen, y hacer que su detención sea una ocasión de auténtica conversión a Cristo y de una experiencia personal de amor. Preocuparos especialmente por los delincuentes juveniles. Muy a menudo sus rebeldes vidas son fruto de la negligencia de la sociedad más que de su propia maldad. La detención debería ser especialmente para ellos una escuela de rehabilitación.
8. A la luz de nuestro compromiso con Jesús y su Evangelio, a la luz también de nuestra responsabilidad colegial, nuestro encuentro de hoy asume una especial importancia debido a las dificultades actuales por las que atraviesa Irlanda, a causa de la situación relativa a Irlanda del Norte. Estas circunstancias empujaron a algunos a disuadirme de hacer una peregrinación a Irlanda. Sin embargo, fueron estas mismas dificultades las que hicieron más importante mi presencia aquí, para compartir de cerca con todos vosotros estas pruebas tan poco comunes y para solicitar, en unión con vosotros, la ayuda de Dios y un buen dictamen humano. Estas razones para venir acá ganan en elocuencia si las colocamos en el marco de mi visita a las Naciones Unidas, donde constituirá mi privilegio y mi deber buscar vías de convivencia pacífica y de reconciliación en todo el mundo.
Estoy seguro de que los Pastores de la Iglesia de Irlanda tienen una mejor comprensión y un sentido más profundo de los penosos problemas del momento actual. Su deber, como ya he apuntado, es guiar y sostener al rebaño. al Pueblo de Dios, pero no podrá llevar a cabo su deber más que sufriendo con los que sufren y llorando con los que lloran (cf. Rom Rm 12,15).
Sobre este punto, extraigo mi convicción tanto del Evangelio como de la experiencia personal e histórica que tuve en la Iglesia y nación de la que provengo. Durante los dos últimos siglos, la Iglesia de Polonia ha echado raíces de un modo peculiar en el alma de la nación. Parte del motivo está en que sus Pastores (sus obispos y sacerdotes) no dudaron en compartir las calamidades y sufrimientos de sus compatriotas. Formaron parte de los deportados a Siberia en tiempo de los Zares. Se les podía encontrar en los campos de concentración cuando se desencadenó el terrorismo nazi durante la última guerra. Este generoso sacrificio y dedicación confirmaron más plenamente la verdad del sacerdote, de que "es escogido de entre los hombres... para actuar en favor de los hombres" (cf. Heb He 5,1).
9. Debido a esta fidelidad a sus hermanos y hermanas, a sus compatriotas, los hijos e hijas de la misma tierra, pastores, y especialmente obispos, deben pensar de antemano en cómo evitar el derramamiento de sangre, el odio y el terror, en cómo fortalecer la paz y en cómo ahorrar al pueblo esos terribles sufrimientos. Este fue el mensaje que Pablo VI repitió más de treinta veces, pidiendo la paz y la justicia para el Norte de Irlanda. Nunca dejó de condenar la violencia y apelar a la justicia. "Rogamos insistentemente (escribió al cardenal Conway con ocasión de la solemnidad de Pentecostés EN 1974) que cese toda violencia, venga de la parte que venga. pues es contraria a la ley de Dios y a un modo de vida cristiano y civilizado; que, en respuesta a la común conciencia cristiana y a la voz de la razón, se restablezca un clima de confianza mutua y de diálogo en la justició y en la caridad; que se identifiquen y eliminen las causas reales y profundas del desorden social, que no deben ser reducidas a diferencias de tipo religioso".
Estos esfuerzos, venerables y queridos hermanos, deben continuar. La fe y la ética social nos exigen respeto a las autoridades estatales establecidas. Pero este respeto se expresa también en los actos individuales de mediación, en la persuasión, en la influencia moral y desde luego en las demandas formuladas con firmeza. Porque si verdad es, como dice San Pablo, que quien detenta la autoridad lleva la espada (cf. Rm 13,4), a la que nosotros renunciamos de acuerdo con la clara recomendación de Cristo a Pedro en el jardín de Getsemaní (cf. Mt Mt 26,52), sin embargo, precisamente porque nos hallamos indefensos, tenemos un derecho y un deber especiales en influir en aquellos que manejan la espada de la autoridad. Porque sabido es que, en el campo de la acción política, al igual que en otras partes, no todo puede obtenerse mediante la espada. Existen razones más profundas y leyes más poderosas a las que deben someterse hombres, naciones y pueblos. A nosotros corresponde discernir estas razones y, a su luz, convertirnos, antes que los que detentan la autoridad, en portavoces del orden moral. Este orden es superior a la fuerza y a la violencia. En esta superioridad del orden moral queda reflejada la total dignidad de hombres y naciones.
287 10. Recuerdo con profunda satisfacción un rasgo significativo en las series de acontecimientos relacionados con mi viaje a Irlanda. Es altamente significativo que la invitación que recibí del Episcopado, a través de sus cuatro arzobispos, fuera seguida de invitaciones de otras Iglesias, especialmente de los anglicanos irlandeses. Aprovecho la oportunidad para recalcar esto una vez más y para expresar mis renovadas gracias y mi estima hacia ellos. Aprecio en esta circunstancia un signo de esperanza muy prometedor. En vista de las razones que a todos os son familiares, me ha sido imposible aceptar esta invitación verdaderamente ecuménica a visitar Armagh en Irlanda del Norte, y no he podido ir más allá de Drogheda. No obstante, la elocuencia de esta disposición ecuménica se corresponde plenamente con lo expresado en mi primera Encíclica: "Es cierto además que, en la presente situación histórica de la cristiandad y del mundo, no se ve otra posibilidad de cumplir la misión universal de la Iglesia, en lo concerniente a los problemas ecuménicos, que la de buscar lealmente, con perseverancia, humildad y con valentía, las vías de acercamiento y de unión, tal como nos ha dado ejemplo personal el Papa Pablo VI. Debemos por tanto buscar la unión sin desanimarnos frente a las dificultades que pueden presentarse o acumularse a lo largo de este camino; de otra manera no seremos fieles a la Palabra de Cristo, no cumpliremos su testamento. ¿Es lícito correr este riesgo?" (Redemptor hominis RH 6).
El testimonio de fe en Cristo que compartimos con nuestros hermanos debe continuar hasta hallar expresión no sólo en la oración por la total unidad, sino también en la oración y en el continuo esfuerzo por la reconciliación y la paz en esta amada tierra. Esta unión en el empeño debe conducirnos a tomar en consideración todo el mecanismo de la disputa, de la crueldad y del odio creciente, en orden a "vencer el mal con el bien" (Rm 12,21).
¿Qué debemos hacer? Espero encarecidamente que, mediante un continuo esfuerzo, vosotros y nuestros hermanos en la fe lleguéis a convertiros en portavoces de las justas razones de la paz y de la reconciliación ante aquellos que blanden la espada y de quienes a espada mueren. Qué triste es pensar en todas las vidas que se han perdido, especialmente las de lose jóvenes. ¡Qué terrible pérdida para su tierra. para la Iglesia y para toda la humanidad!
11. Venerables Pastores de la Iglesia de Irlanda: este servicio a la justicia y al amor social que os toca llevar a cabo en el momento actual es realmente difícil. Es difícil, ¡pero es vuestro deber! ¡No temáis: Cristo está con vosotros! El os enviará su Espíritu Santo: el Espíritu de consejo y de fortaleza. Y, aunque frecuentemente se oponga resistencia a este Espíritu de Dios en el corazón del hombre y en la historia de la humanidad, obra del "espíritu de este mundo" y del "espíritu de las tinieblas", la victoria final, sin embargo, sólo puede ser la del amor y la verdad. Continuad firmes en el difícil servicio que os corresponde, haciendo todo "en el nombre del Señor Jesús" (Col 3,17). Estad convencidos de que, en vuestro ministerio, podéis contar con mi ayuda y la de la Iglesia universal. Y que todos los hombres y mujeres de buena voluntad se sitúen a vuestro lado en la consecución de la paz. de la justicia y de la dignidad humana.
Queridos hermanos: en el nombre de Jesucristo y su Iglesia os doy las gracias, y, a través de vosotros, a toda Irlanda. Os doy las gracias por vuestra fidelidad al Evangelio, por vuestra continua contribución a la difusión de la fe católica, por vuestro auténtico e irreemplazable servicio al mundo.
Por lo que respecta al futuro, hermanos, ¡valor y confianza!
Caminad a la luz del misterio pascual, de esa luz que nunca debe extinguirse en vuestra tierra. ¡Adelante en el poder del Espíritu Santo y en los méritos de Jesucristo!
Y alegraos con gran gozo en la segura intercesión y protección de María, Madre de Dios, Reina de los Apóstoles, Reina de Irlanda, Reina de la Paz.
Hermanos, sigamos adelante unidos, por el bien de Irlanda y para gloria de la Santísima Trinidad. Por consiguiente, "Mantengamos nuestros ojos fijos en Jesús, que inspira y lleva a perfección nuestra fe".
Octubre de 1979
Discursos 1979 278