Discursos 1979 299
Señoras y señores:
Es para mí un gran placer extender mis saludos a los representantes de las Organizaciones Intergubernamentales y No-Gubernamentales que están presentes aquí y agradecerles su cordial bienvenida.
Su presencia en el centro de las actividades de las Naciones Unidas es una consecuencia del convencimiento creciente de que los problemas del mundo actual sólo pueden solucionarse cuando todas las fuerzas se hallan unidas y dirigidas hacia un objetivo común. Los problemas a que se enfrenta hoy la familia humana pueden parecer abrumadores. Yo personalmente estoy convencido de que existe un potencial inmenso para afrontarlos La historia nos dice que la raza humana es capaz de reaccionar y de cambiar de dirección siempre que percibe claramente la advertencia de que se halla en el camino equivocado. Ustedes, en este. edificio, son testigos privilegiados de cómo los Representantes de las naciones se esfuerzan por trazar un camino común para que la vida en este planeta se viva en paz, orden, justicia y progreso para todos. Pero saben también que cada uno ha de trabajar por el mismo objetivo. Son las acciones individuales unidas las que logran hoy y mañana el impacto total que es o beneficioso o perjudicial para la humanidad.
300 Los diferentes programas y organizaciones que existen dentro de la estructura de las Naciones Unidas, así como las agencias especializadas y otros organismos intergubernamentales, son una parte importante de este esfuerzo total. En el área de su propia especialización, alimentación, agricultura, comercio, medioambiente, desarrollo, ciencia, cultura, educación, salud, ayuda en las catástrofes, o en los problemas de los niños y los refugiados, cada una de estas organizaciones contribuye de un modo singular, no sólo a solucionar las necesidades humanas, sino también a fomentar el respeto a la dignidad humana y la causa de la paz mundial.
Sin embargo, ninguna organización, ni siquiera las Naciones Unidas o alguna de sus agencias especializadas, puede solucionar sola los problemas globales que constantemente requieren su atención, si sus preocupaciones no son compartidas por todos los hombres. La función privilegiada de las Organizaciones No-Gubernamentales es, pues, ayudar a llevar estas preocupaciones a las comunidades y los hogares de los hombres, y traer a las agencias establecidas las aspiraciones y prioridades del pueblo, para que todos los proyectos y las soluciones previstas respondan verdaderamente a las necesidades de la persona humana.
Los delegados que redactaron la Carta de las Naciones Unidas tuvieron una visión de unidad y cooperación gubernamental, pero tras las naciones veían también a los individuos, y querían que cada ser humano fuera libre y disfrutara de sus derechos fundamentales. Hay que mantener esta inspiración fundamental.
Quiero expresar mis mejores deseos a todos los presentes que trabajan juntos para llevar a todas las partes del mundo los beneficios de la acción coordinada. Mi cordial saludo se dirige a los representantes de las diferentes Asociaciones protestantes, judías y musulmanas, y de un modo particular a los representantes de las Organizaciones católicas Internacionales. Que las dificultades no dobleguen nunca vuestra dedicación y vuestro sentido moral, que nunca perdáis de vista el objetivo final de vuestros esfuerzos: crear un mundo donde cada persona humana pueda vivir dignamente y en armonía de amor como un hijo de Dios.
Queridos amigos de los medios de comunicación:
No puedo abandonar las Naciones Unidas sin antes decir "gracias" de todo corazón a quienes habéis informado no sólo de los acontecimientos de este día, sino de todas las actividades de esta estimable Organización. En esta Asamblea Internacional, podéis ser verdaderos instrumentos de paz, siendo mensajeros de la verdad.
Vosotros sois auténticos servidores de la verdad; vosotros sois sus incansables transmisores, difusores, defensores. Sois transmisores entregados, que promovéis la unidad entre todas las naciones al hacer que todos los pueblos compartan la verdad.
Si vuestra información no siempre recibe la atención que desearíais, o si no siempre tiene el éxito que vosotros quisierais, no os desaniméis. Sed fieles a la verdad y a su transmisión, porque la verdad perdura; la verdad no desaparecerá. La verdad ni pasará ni cambiará.
Y yo os digo (tomadlo como mi palabra de despedida) que el servicio a la verdad, que el servicio a la humanidad mediante la verdad, es una de las cosas más valiosas de vuestros mejores años, de vuestros sutiles talentos y de vuestra más esforzada entrega. Como transmisores de la verdad, sois instrumentos de la comprensión entre la gente y de la paz entre las naciones.
301 Que mi Dios bendiga vuestra labor por la verdad con el fruto de la paz. Esta es mi oración por vosotros, por vuestras familias y por todos a quienes servís como mensajeros de la verdad y como instrumentos de paz.
Señoras,
señores,
queridos amigos:
Con gran placer he aprovechado 1a oportunidad de saludar a todos los miembros del staff de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, y de reiterar ante vosotros mi firme creencia en el extraordinario valor e importancia de papel y actividades de esta Institución Internacional, de todas sus agencias y programas.
Cuando aceptasteis servir aquí, bien sea en el estudio o en la investigación, en las tareas administrativas o planificadoras, en las actividades logísticas o de secretariado, lo hicisteis porque creíais que vuestro trabajo constituiría una valiosa contribución a los fines y objetivos de esta Organización. Y así es, ciertamente. Por vez primera en la historia de la humanidad, todos los pueblos, mediante sus Representantes, tienen la posibilidad de reunirse continuamente uno con otros en orden a intercambiar puntos de vista, a deliberar y buscar soluciones pacíficas, soluciones efectivas a los conflictos y problemas que causan el sufrimiento, en todas las partes de mundo, a un gran número de hombres, mujeres y niños. Vosotros formáis parte de este grandioso empeño universal. Vosotros suministráis los servicios necesarios, la información y ayuda indispensable para el éxito de esta interesante aventura, vosotros garantizáis continuidad en la acción y en la ejecución. Cada uno de vosotros es un siervo de la unidad, de la paz y la hermandad entre todos lo hombres.
Vuestra tarea no es menos importante que la de los representantes de las naciones del mundo, dado que estáis motivados por el gran ideal de la paz mundial y el de la fraterna colaboración entre todos los pueblos: lo que cuenta es el espíritu con el que cumplís vuestras tareas. La paz y la armonía entre las naciones, el progreso de toda la humanidad, la posibilidad de que todos los hombres y mujeres vivan con alegría y dignidad depende de vosotros, de cada uno de vosotros, y de las tareas que desarrolláis aquí.
Los constructores de las pirámides de Egipto y México, de los templos de Asia, de las catedrales de Europa, no fueron sólo los arquitectos que proyectaron los planos o quienes proveyeron de medios financieros, sino también, y no poco, los que grababan las piedras, muchos de los cuales nunca tuvieron la satisfacción de contemplar la belleza de la obra maestra, ya rematada, que sus manos ayudaron a crear. Y, sin embargo, produjeron una obra de arte que más tarde sería objeto de admiración durante generaciones.
Vosotros, bajo muchos puntos de vista, sois los talladores de la piedra. Aunque dediquéis gran parte de vuestra vida a este servicio, no siempre podréis ver rematado el monumento de la paz universal, de la colaboración fraterna y de la verdadera armonía entre los pueblos. Algo de esto podréis percibir de vez a cuando, en un éxito concreto, en un problema resuelto, en la sonrisa de un niño feliz y sano, cuando se evita un conflicto, cuando se percibe algún tipo de reconciliación de mentes y corazones. Lo normal es que sólo experimentéis la monotonía de vuestro trabajo diario, o las frustraciones de los montajes burocráticos. Pero sabed que vuestro trabajo es algo grande y que la historia juzgará favorablemente vuestras realizaciones.
302 No disminuirán los retos a los que la comunidad mundial tendrá que enfrentarse en los próximos años y décadas. Los acontecimientos capaces de trastocar en un momento la paz del mundo, los tremendos adelantos de la ciencia y la tecnología, aumentarán tanto el potencial de cara al desarrollo, como la complejidad de los problemas. Estad preparados, sed competentes, pero sobre todo tened confianza en el ideal al que servís.
No consideréis vuestra contribución sólo en términos de aumento de producción industrial, de aumento de eficiencia, de sufrimiento eliminado. Consideradla, sobre todo, en términos de aumento de la dignidad de todos y cada uno de los seres humanos, de aumento de posibilidades de que toda persona avance progresivamente hacia la plena medida de su perfección espiritual, cultural y humana. Vuestra profesión de servidores internacionales recibe su valor de los objetivos perseguidos por las Organizaciones Internacionales. Estos objetivos trascienden la esfera meramente material o intelectual; penetran en el terreno moral y espiritual. Mediante vuestra labor, podéis hacer extensivo vuestro amor a toda la familia humana, a todas las personas que han recibido el maravilloso don de la vida, para que todos puedan vivir unidos en paz y armonía, en un mundo justo y en paz, donde todas sus necesidades básicas (físicas, morales `y espirituales) puedan verse realizadas.
En el visitante que tenéis ante vosotros podéis ver a alguien que admira lo que hacéis y que cree en el valor de vuestra tarea.
Gracias por vuestra acogida. Hago extensivos mis cordiales saludos a todas vuestras familias. Especialmente espero que podáis experimentar una profunda y permanente alegría en el trabajo que realizáis en beneficio de todos los hombres, mujeres y niños de la tierra.
Señor Secretario General:
Estoy a punto de terminar mi breve visita al Centro mundial de las Naciones Unidas y quiero expresar mí sentido agradecimiento a todos los que han colaborado para hacerla posible.
Gracias, en primer lugar, a usted, Señor Secretario General, por su amable invitación, que consideré no sólo como un gran honor, sino también una obligación, puesto que a través de mi presencia aquí me permitía testimoniar pública y solemnemente el compromiso de la Santa Sede de colaborar en conformidad con su propia misión, con esta importante Organización.
Mi gratitud se dirige también al distinguido Presidente de la XXXIV Asamblea General, que me honró al invitarme a dirigir la palabra a este foro único de los Delegados de casi todas las naciones del mundo. Proclamando la incomparable dignidad de cada ser humano y manifestando mi firme confianza en la unidad y la solidaridad de todas las naciones, he podido afirmar una vez más un principio básico de mi Encíclica: "En definitiva, la paz se reduce al respeto de los derechos inviolables del hombre" (Redemptor hominis RH 17).
Doy las gracias también a todos los distinguidos delegados de las naciones representadas aquí, así como a todos los empleados de las Naciones Unidas, por la amistosa recepción que han dispensado a los Representantes de la Santa Sede, particularmente a nuestro Observador permanente, el arzobispo Giovanni Cheli.
El mensaje que yo quisiera dejarles es un mensaje de certeza y de esperanza: la certeza de que la paz es posible, si está basada en el reconocimiento de la paternidad de Dios y de la hermandad entre todos los hombres; y la esperanza de que el sentido de responsabilidad moral, que cada persona ha de asumir, hará posible la creación de un mundo mejor en libertad, en justicia y en amor.
Como quien posee un ministerio que estaría vacío de significado si no fuese el fiel Vicario de Cristo en la tierra, me despido de ustedes con las palabras de Aquel a quien yo represento, el mismo Jesucristo: "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,27). Mi constante súplica para todos ustedes es ésta: que puede existir la paz en justicia y en amor. Que la voz orante de todos los que creen en Dios —cristianos y no cristianos juntos— haga que las reservas morales presentes en los corazones de hombres y mujeres de buena voluntad se unan en favor del bien común, y atraigan del cielo esa paz que los esfuerzos humanos solos no pueden conseguir.
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Querido cardenal Cooke,
queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Considero una gracia especial volver a Nueva York y estar en San Patricio durante el centenario de la catedral.
Hace seis meses escribí una carta al cardenal Cooke diciendo que esperaba seriamente "que la comunidad eclesial local, simbolizada en este glorioso edificio de piedra (cf. 1P 2,5), se renueve en la fe de Pedro y Pablo, la fe de nuestro Señor Jesucristo, y de que cada uno de vosotros encuentre nuevo vigor de vida auténticamente cristiana". Y ésta es mi esperanza hoy para todos vosotros. Por eso estoy aquí: para confirmaros en vuestra fe santa, católica y apostólica; para invocar sobre vosotros la alegría y la fuerza que os sostengan en la vida cristiana.
En esta ocasión envío mis saludos a todos los habitantes de Nueva York. De un modo especial mi corazón está con los pobres, con los que sufren con aquellos que se encuentran solos y abandonados en medio de esta populosa metrópoli.
Ruego por el éxito del apostolado en esta archidiócesis. Que las agujas de la catedral de San Patricio reflejen siempre la verdad con que la Iglesia desempeña su función fundamental en todo tiempo: "Dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tener familiaridad con la profundidad de la redención, que se realiza en Cristo Jesús" (Redemptor hominis RH 10).
También esto está incluido en el simbolismo de San Patricio. Esta es la misión de la Iglesia en Nueva York, la expresión de su vital y distintivo servicio a la humanidad: dirigir los corazones hacia Dios y mantener viva la esperanza en el mundo. Y así repetimos con San Pablo: "Por esto penamos y combatirnos, porque esperarnos en Dios vivo" (1Tm 4,10).
: Queridos amigos,
304 queridos hermanos y hermanas en Cristo:
"Este es el día que hizo Yavé; alegrémonos y jubilémonos en El" (Ps 118,24).
Os saludo en el gozo y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Acojo con alegría esta oportunidad de estar con vosotros y hablaros y, a través de vosotros, enviar mi saludo a todos los negros americanos.
Siguiendo la sugerencia del cardenal Cooke, con gusto incluí en mis planes la visita a la parroquia de San Carlos Borromeo de Harlem, y a su comunidad negra, que durante medio siglo ha alimentado aquí las raíces culturales, sociales y religiosas de la gente negra. He deseado mucho estar aquí esta tarde.
Vengo a vosotros como siervo de Jesucristo y quiero hablaros de El. Cristo vino a traer alegría; alegría a los niños, a los padres, a las familias y a los amigos, a los obreros y a los estudiantes; gozo a los enfermos y a los ancianos, gozo a toda la humanidad. La alegría auténtica es la nota-clave del mensaje cristiano y la nota constante de los Evangelios. Recordad las primeras palabras del ángel a María: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28). Y los ángeles anunciaron a los pastores en el nacimiento de Jesús: "Os anuncio una gran alegría que es para todo el pueblo" (Lc 2,10). Años más tarde, cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un pollino, «comenzó la muchedumbre de los discípulos a alabar alegres a Dios a grandes voces... "Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor"» (Lc 19,37-38). Se nos dice que algunos fariseos de entre la multitud se quejaron diciendo: "Maestro, reprende a tus discípulos". Pero Jesús contestó: "Os digo que si ellos callasen, gritarían las piedras" (Lc 19,39-40).
¿Acaso no son verdad todavía hoy estas palabras de Jesús? Si silenciamos la alegría que nace de conocer a Jesús, gritarán incluso las piedras de nuestras ciudades. Porque somos un pueblo pascual y el aleluya es nuestro canto. Con San Pablo os digo: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo, alegraos" (Ph 4,4).
Alegraos porque Jesús ha venido al mundo.
Alegraos porque Jesús ha muerto en la cruz.
Alegraos porque resucitó de entre los muertos.
Alegraos porque nos borra los pecados en el bautismo.
Alegraos porque Jesús ha venido a liberarnos.
305 Alegraos porque El es el dueño de nuestra vida.
Pero, ¿cómo es que mucha gente jamás ha conocido esta alegría? Se alimentan de la vaciedad y caminan por senderos de desesperación. "Caminan en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1,79). Y no necesitamos mirar a los extremos lejanos de la tierra para verlos. Viven en nuestra vecindad, caminan por nuestras calles, puede ocurrir incluso que sean de nuestra familia. Viven sin gozo verdadero porque viven sin esperanza. Viven sin esperanza porque nunca han oído la Buena Nueva de Jesucristo, nunca la han oído de verdad porque nunca han encontrado a un hermano o hermana que haya llegado a su vida con el amor de Jesús y les haya sacarlo de su miseria.
Por tanto, debemos ir a ellos corno mensajeros de esperanza. Debernos darles el testimonio de la alegría verdadera. Debernos tomar la resolución de comprometernos a construir una sociedad justa y una ciudad donde se sientan respetados y amados.
Y por ello os exhorto: Sed hombres y mujeres de fe profunda y constante. Sed heraldos de esperanza. Sed mensajeros de alegría. Sed auténticos promotores de justicia. Qué la Buena Nueva de Cristo irradie de vuestros corazones, y la paz que sólo El puede dar esté siempre en vuestras almas.
Queridos hermanos y hermanas de la comunidad negra: "Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo, alegraos".
Queridos hermanos y amigos:
Una de las visitas a la que atribuyo gran importancia y a la que desearía poder dedicar más tiempo, es precisamente la que estoy haciendo a South Bronx, en esta inmensa ciudad de Nueva York, donde residen tantos inmigrantes de colores, razas y pueblos diversos, entre ellos la numerosa comunidad de lengua española, vosotros a quienes ahora me dirijo.
Vengo aquí porque conozco las condiciones difíciles de vuestra existencia, porque sé que el dolor se hace presente en vuestras vidas. Por ello merecéis una particular atención por parte del Papa.
Mi estancia en este lugar quiere significar un agradecimiento y un aliento a cuanto la Iglesia ha hecho y sigue haciendo, a través de sus parroquias, escuelas, centros sanitarios, puestos de asistencia a la juventud y a la tercera edad, en favor de tantos que experimentan la angustia moral y la estrechez material.
306 Desearía que esta llama de esperanza —a veces una de las pocas esperanzas— no sólo no se apague, sino que aumente su potencia, para que todos los habitantes de la zona y de la ciudad lleguen a poder vivir con dignidad y serenidad, cono seres humanos individuales, como familias, como hijos de Dios.
No os abandonéis, hermanos y amigos, a la desesperanza, sino colaborad vosotros mismos, dad los pasos que os sean posibles en la empresa de vuestra mayor dignificación, unid vuestras fuerzas hacia metas de una elevación humana y moral. Y no olvidéis tampoco que Dios preside vuestra vida, os acompaña, os llama hacia lo mejor, hacia la superación.
Pero como es además necesaria una ayuda de fuera, hago una insistente llamada a los "leaders", a cuantos pueden hacerlo, para que presten su generosa colaboración en tan encomiable y urgente tarea.
Quiera Dios que pronto sea una hermosa realidad el proyecto de construcción de casas —y otros proyectos necesarios— para que cada persona y cada familia halle un alojamiento conveniente donde vivir en paz bajo la mirada de Dios.
Amigos: os saludo a todos y a vuestros seres queridos, os bendigo y os animo a no desfallecer en el buen camino.
Queridos hermanos y hermanas:
San Pablo pregunta: "¿Quién nos separará del amor de Cristo?"
Mientras sigamos siendo lo que somos esta mañana (una comunidad de oración unida en Cristo, una comunidad eclesial de alabanza y culto al Padre) podremos ser capaces de comprender y experimentar la respuesta: que nadie ni nada nos separará del amor de Cristo. Hoy, para nosotros, la oración de la mañana de la Iglesia constituye una gozosa celebración comunitaria del amor de Dios en Cristo.
El valor de la Liturgia de las Horas es enorme. A través de ella, todos los fieles, pero especialmente clero y religiosos, realizan un papel de primerísima importancia: la oración de Cristo se prolonga en el mundo. El Espíritu Santo mismo intercede por el Pueblo de Dios (cf. Rom Rm 8,27). La comunidad cristiana, con la alabanza y la acción de gracias, glorifica la sabiduría, el poder, la providencia y la salvación de nuestro Dios.
307 En esta oración de alabanza elevamos nuestros corazones al Padre de nuestro Señor Jesucristo, llevando con nosotros la angustia y las esperanzas, las alegrías y tristezas de todos nuestros hermanos y hermanas del mundo.
Y nuestra plegaria se convierte en una escuela de sensibilidad, pues nos hace conscientes de lo vinculados que están nuestros destinos a toda la familia humana. Nuestra oración se convierte en una escuela de amor, un especial modo de amor consagrado cristiano, por el que amamos al mundo, pero con el corazón de Cristo.
Mediante esta plegaria de Cristo, a la que nosotros prestamos la voz, se santifica nuestro día, se transforman nuestras actividades, se santifican nuestras acciones. Rezamos los mismos salmos que rezó Jesús, y entramos en contacto personal con El, que es la persona a la que apuntan las Escrituras, la meta a la que va dirigida la historia.
En nuestra celebración de la Palabra de Dios, el misterio de Cristo se abre ante nosotros y nos envuelve. Y, a través de la unión con nuestra Cabeza, Jesucristo, nos vamos haciendo uno progresivamente con todos los miembros de su Cuerpo. Como nunca, tenemos ahora la posibilidad de alcanzar y abrazar el mundo, pero de abrazarlo con Cristo: con auténtica generosidad, con amor puro y efectivo, en el servicio, la purificación y la reconciliación.
La eficacia de nuestra oración rinde un honor especial al Padre, porque se hace siempre mediante Cristo y por la gloria de su nombre: "Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un Dios, por los siglos de los siglos".
Como comunidad de oración y alabanza, con la Liturgia de las Horas entre las más altas prioridades de nuestro día (de cada día), podemos estar seguros che que nada nos separará del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Queridos jóvenes:
Soy feliz de poder estar con vosotros en Madison Square Garden. Este es hoy un jardín de vida, donde puede verse a jóvenes con vida: vivos de esperanza y amor, vivos con la vida de Cristo. Precisamente en nombre de Cristo os saludo hoy a todos.
Me han dicho que la mayoría de vosotros provenís de escuelas superiores católicas. Por este motivo, me gustaría hablar algo sobre la educación católica, deciros por qué la Iglesia la considera tan importante y gasta tantas energías en proveeros a vosotros y a millones de jóvenes como vosotros de una educación católica. La respuesta puede resumirse en una palabra, en una persona, Jesucristo. La Iglesia desea comunicaros a Cristo.
308 En esto se resume la educación, éste es el sentido de la vida: conocer a Cristo. Conocer a Cristo como amigo: como alguien que se preocupa de vosotros y de las personas que os rodean, de todas las personas que viven aquí o en otros sitios, sin distinción de lengua, ropa o color.
Por eso, el propósito de la educación católica es comunicaros a Cristo, para que vuestra actitud hacia los demás sea la de Cristo. Os estáis aproximando a ese estadio de la vida en el que debéis adoptar una responsabilidad personal respecto a vuestro destino. Pronto estaréis tomando importantes decisiones que afectarán al curso de vuestra vida. Si estas decisiones reflejan la actitud de Cristo, entonces vuestra educación habrá sido un éxito.
A la luz de la cruz y resurrección de Cristo, tenemos que estar dispuestos a aprender a enfrentarnos a retos e incluso crisis. Parte de nuestra educación católica consiste en aprender a ver las necesidades de los demás, a tener el coraje de practicar lo que creemos. Con ayuda de la educación católica tratamos de hacer frente a todas las circunstancias de la vida con la actitud de Cristo. Sí, la Iglesia desea comunicaros a Cristo para que lleguéis a la madurez plena en Aquel que es el ser humano perfecto y, al mismo tiempo, el Hijo de Dios.
Queridos jóvenes: vosotros, yo, todos nosotros juntos formamos la Iglesia, y estamos convencidos de que sólo en Cristo encontramos un amor auténtico y la plenitud de la vida.
Por eso, hoy os invito a mirar a Cristo.
Cuando os preguntéis por el misterio de vosotros mismos, mirad a Cristo, que es quien os da el sentido de la vida.
Cuando os preguntéis qué es lo que significa ser una persona madura, mirad a Cristo, plenitud de humanidad.
Y cuando os preguntéis por vuestro papel en el futuro del mundo y de les Estados Unidos, mirad a Cristo. Sólo sen Cristo podréis realizar vuestra potencialidad de ciudadano americano y de ciudadano de la comunidad mundial.
Con ayuda de vuestra educación católica habéis recibido el más grande de los dones: el conocimiento de Cristo. San Pablo escribe respecto a este don: "Todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo" (FIp 3, 8).
Estad siempre agradecidos a Dios por el don del conocimiento de Cristo. Estad también agradecidos a vuestros padres y a la comunidad eclesial por haber hecho posible, con muchos sacrificios, vuestra educación católica. La gente ha puesto mucha esperanza en vosotros y espera vuestra colaboración en el testimonio de Cristo y en la transmisión del Evangelio a los demás. La Iglesia os necesita. El mundo os necesita, porque necesita a Cristo, y vosotros pertenecéis a Cristo. Por eso, yo os pido que aceptéis un puesto de responsabilidad en la Iglesia, la responsabilidad de vuestra educación católica: ayudar (con palabras, pero sobre todo con el ejemplo de vuestras vidas) a difundir el Evangelio. Lleváis esto a cabo con la oración, pero también siendo justos, fieles y puros.
Queridos jóvenes: Estáis llamados a dar testimonio de vuestra fe a través de una auténtica vida cristiana y de la práctica de vuestra religión. Y, porque una acción vale más que mil palabras, estáis llamados a proclamar, mediante la conducta de vuestra vida diaria, que creéis realmente que Jesucristo es Señor.
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Queridos amigos de Nueva York:
1. Mi visita a vuestra ciudad no habría sido completa sin venir a Battery Park, sin ver, aunque sea a lo lejos, Ellis Island y la Estatua de la Libertad. Toda nación tiene sus símbolos históricos. Pueden ser santuarios, estatuas o documentos; pero su significado está en las verdades que representan para los ciudadanos de una nación y en la imagen que transmiten a otras naciones. En los Estados Unidos, ese símbolo es la Estatua de la Libertad. Se trata de un impresionante símbolo de lo que los Estados Unidos ha representado desde los mismos comienzos de su historia; es un símbolo de libertad. Refleja la historia inmigrante de los Estados Unidos, porque era libertad lo que millones de seres humanos buscaban en estas costas. Y fue libertad lo que la joven República ofreció. Deseo rendir homenaje, en este lugar, a este noble rasgo de América y su gente: su deseo de ser libres, su determinación a conservar la libertad y su buena voluntad de compartir esta libertad con los demás. ¡Que el ideal de libertad siga siendo una fuerza motriz de vuestra nación y de todas las naciones del mundo actual!
2. Honra enormemente a vuestra tierra y a sus ciudadanos el que, sobre esta base de libertad, hayáis construido una nación donde debe ser respetada la dignidad de toda persona humana, donde se cultiva un sentido religioso y una rígida estructura familiar, donde se tiene en gran estima el deber y el trabajo honrado, donde generosidad y hospitalidad no son palabras vanas, donde el derecho a la libertad religiosa está profundamente arraigado en la historia.
Ayer, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, elevé una súplica por la paz y la justicia basadas en el total respeto a los derechos fundamentales de la persona humana. También hablé de libertad religiosa porque hace referencia a la relación de la persona con Dios y porque está relacionada, de un modo especial, con otros derechos humanos. Se halla vinculada, muy de cerca, con la libertad de conciencia. Si la conciencia no está asegurada en la sociedad, entonces la seguridad de todos los demás derechos se halla amenazada.
La libertad, en todos sus aspectos, debe estar basada en la verdad. Deseo repetir aquí las palabras de Jesús: "Y la verdad os librará" (Jn 8,32). Es, pues, mi deseo que vuestro sentido de la libertad pueda siempre ir de la mano con un profundo sentido de verdad y honestidad acerca de vosotros mismos y de las realidades de vuestra sociedad. Las realidades del pasado no pueden ser nunca un aceptable sucedáneo de las actuales responsabilidades para con el bien común de la sociedad en la que vivís y para con vuestros compatriotas. Al igual que la libertad, también la exigencia de justicia es una aspiración universal en el mundo actual. Ninguna institución ni organización puede hoy en día ser símbolo de libertad si. a la vez, no defiende también la exigencia de justicia, porque ambas son requerimientos esenciales del espíritu humano.
3. Siempre constituirá una de las gloriosas realidades de esta nación el que los pueblos, al mirar hacia América, recibían, junto con la libertad, una ocasión para su propio progreso. También hoy debe ser honrada esta tradición. La libertad conquistada debe ser diariamente ratificada por el firme rechazo de cualesquiera heridas, debilitamientos o afrentas a la vida humana. Por eso apelo a todos cuantos amáis la libertad y la justicia, para que deis una oportunidad a los necesitados, los pobres y los impotentes. Forzad los círculos sin esperanza de pobreza e ignorancia que todavía hoy les toca en suerte a tantos y tantos hermanos y hermanas nuestros; los círculos sin esperanza de prejuicios que perduran todavía a pesar de los enormes progresos hacia la efectiva igualdad en la educación y el empleo; los círculos de desesperación en el que viven prisioneros todos aquellos que carecen de una alimentación conveniente, de cobijo o de empleo; los círculos de infradesarrollo, consecuencia de los mecanismos internacionales que subordinan la existencia humana al dominio de un progreso económico parcialmente concebido; y, finalmente, los círculos inhumanos de la guerra, que brotan de la violación de los más elementales derechos humanos y que producen una todavía más grave violación de los mismos.
Como antes sucedió, libertad en justicia traerá consigo un nuevo amanecer de esperanza a la generación actual: a quien no tiene hogar, a quien carece de empleo, al anciano, al enfermo, al impedido, a los emigrantes y trabajadores sin documentación, a cuantos tienen hambre de dignidad humana en este país y en el mundo.
Con sentimientos de admiración y con confianza en vuestro potencial de auténtica grandeza humana, deseo saludar en vosotros a la rica variedad de vuestra nación, en la que pueden vivir personas de diferentes orígenes étnicos y diferentes credos, y trabajar y prosperar juntos en libertad y respeto mutuo. Envío mi saludo y mi agradecimiento por vuestro cordial recibimiento a todos cuanto os habéis reunido hoy aquí, hombres de negocios y trabajadores, profesores y empresarios, asistentes sociales y funcionarios de la administración civil, adultos y jóvenes; os saludo con todo mi respeto, mi estima y mi amor. Mis cordiales saludos a todos y a cada uno de los grupos, a mis hermanos católicos, a los miembros de las distintas Iglesias cristianas con los que me une la fe en Jesucristo.
Envío un saludo especial a los líderes de la comunidad judía, cuya presencia me honra sobremanera. Hace unos pocos meses tuve un encuentro en Roma con un grupo internacional de representantes judíos. En aquella ocasión, recordando las iniciativas emprendidas siguiendo el Concilio Vaticano II, en tiempos de mi predecesor Pablo VI, afirmé que "nuestras dos comunidades están vinculadas y relacionadas de cerca en el nivel mismo de sus respectivas identidades religiosas", y que, sobre esta base, "reconocemos con inequívoca claridad, que el camino por el cual debemos avanzar es el del diálogo fraterno y la colaboración fecunda" (12 de marzo de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 15 de abril de 1979, pág. 7). Me siento feliz al constatar que este mismo camino ha sido seguido aquí, en los Estados Unidos, por amplios sectores de ambas comunidades y por sus respectivas autoridades y cuerpos representativos. Varios programas comunes de estudio, el conocimiento mutuo, la decisión común a rechazar todo tipo de antisemitismo y discriminación, y varias formas de colaboración dirigidas al progreso humano, inspiradas en nuestra común herencia bíblica, han creado unos profundos y permanentes vínculos entre judíos y católicos. Yo, que en mi tierra he compartido los sufrimientos de vuestros hermanos, os saludo con la palabra hebrea: ¡Shalom! Paz con vosotros.
Y a todos los que estáis aquí os ofrezco la expresión de mi respeto, mi estima y mi amor fraterno. ¡Que Dios os bendiga a todos! ¡Que Dios bendiga a Nueva York!
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