Discursos 1979 310
310
Queridos amigos de Nueva York:
Me proporciona una gran alegría tener la oportunidad de venir a saludaros en mi viaje al aeropuerto de La Guardia, al final de mi visita a la archidiócesis y a la metrópoli de Nueva York.
Gracias por vuestro caluroso recibimiento. En vosotros quiero saludar una vez más a toda la gente de Nueva York, Long Island, New Jersey y Connecticut, Brooklyn; a todas las parroquias, hospitales, escuelas y organizaciones, a vuestros enfermos y ancianos. Y, con especial afecto, a los jóvenes y a los niños.
Os traigo de Roma un mensaje de fe y de amor: "Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones" (Col 3,15). Que la paz sea el deseo de vuestro corazón, pues si amáis la paz amaréis a toda la humanidad, sin distinción de raza, color o credo.
Mi saludo constituye también una invitación dirigida a todos vosotros a que os sintáis personalmente responsables del bienestar y del espíritu comunitario de vuestra ciudad. Un visitante de Nueva York se siente siempre impresionado por el carácter especial de esta metrópoli: rascacielos, calles interminables, amplias áreas residenciales, bloques de viviendas, y sobre todo los millones de personas que viven aquí o que dirigen su mirada aquí en espera de ese trabajo que los mantendría a ellos y a sus familias.
Las enormes concentraciones de gente crean problemas y necesidades especiales. Se necesita el esfuerzo personal y la colaboración leal de todos para hallar soluciones justas, de modo que todos los hombres, mujeres y niños puedan vivir dignamente y desarrollar al máximo sus potencialidades, sin tener que padecer carencia de educación, de vivienda, de empleo y de oportunidades culturales. Sobre todo, una ciudad, si quiere llegar a ser un verdadero hogar para todos los seres humanos que la habitan, necesita un alma. Vosotros, la gente, debéis proporcionarle esa alma. ¿Cómo podéis hacer esto? Amándoos unos a otros. El amor mutuo debe ser el distintivo de vuestras vidas. Jesucristo nos dice en el Evangelio: `"Amarás al prójimo como a ti mismo" (Mt 22,39). Este mandato del Señor debe ser lo que os inspire en la formación de unas verdaderas relaciones humanas entre vosotros, de modo que nunca se sienta nadie solo o no aceptado, y mucho menos rechazado, despreciado u odiado. El mismo Jesús os dará la fuerza del amor fraterno. Si vosotros lo deseáis (y Jesús os ayudará a realizarlo), cada barrio, cada bloque y cada calle se convertirá en una verdadera comunidad.
Conservad a Cristo en vuestros corazones, y descubriréis su rostro en cada ser humano. Desearéis ayudarle a salir de todas sus necesidades: las necesidades de vuestros hermanos y hermanas. Este es el modo de prepararnos a nuestro encuentro con Cristo, cuando venga de nuevo, el último día, como Juez de vivos y muertos, y nos diga: "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme... En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí lo hicisteis"(Mt 25,34-35 Mt 25,39).
Quiero dirigir ahora mi saludo más cordial a todos y a cada uno de los miembros de la colonia de lengua española que, procedentes de diversos países, están presentes en este estadio.
En vosotros veo representada y deseo saludar con entrañable afecto a la numerosa comunidad hispana que habita en Nueva York y en otros tantos lugares de los Estados Unidos.
Quiero aseguraros que soy bien consciente del puesto que ocupáis en la sociedad americana, y que sigo con vivo interés vuestras realizaciones, aspiraciones y dificultades dentro del entramado social de esta nación, que es vuestra patria adoptiva o la tierra que os acoge. Por ello, desde el primer momento en que acepté la invitación para realizar una visita a este país pensé en vosotros, parte integrante y específica de esta sociedad, parte muy considerable de la Iglesia en esta vasta nación.
311 Como católicos quiero exhortaros a mantener siempre bien clara vuestra identidad cristiana, con una constante referencia a los valores de vuestra fe, que deben iluminar la legítima búsqueda de una posición material digna para vosotros y vuestras familias.
Inmersos generalmente en el ambiente de ciudades populosas y en un clima social en el que a veces prima lo técnico y material, esforzaos por dar un suplemento de espíritu a vuestra vida y convivencia. Tened presente a Dios en vuestra existencia; a ese Dios que os llama a ser cada vez más dignos de vuestra condición de hombres y de seres que tienen una vocación de eternidad; a ese Dios que os invita a la solidaridad y a colaborar en la construcción de un mundo cada vez más habitable, justo y fraterno.
Ruego por vosotros, por vuestros familiares y amigos, sobre todo por los niños, enfermos y por los que sufren, y a todos doy mi bendición. ¡Dios os acompañe siempre!
¡Adiós. que Dios os bendiga!
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Doy gracias al Señor por haberme permitido volver a esta ciudad de Filadelfia, a este Estado de Pensilvania. Tengo muy gratos recuerdos de mi anterior estancia aquí como huésped vuestro, y recuerdo de un modo especial la celebración del bicentenario en 1976, a la cual asistí como arzobispo de Cracovia. Hoy, por la gracia de Dios, vengo aquí como Sucesor de Pedro a traeros un mensaje de amor y a fortaleceros en la fe. En vuestra amable acogida siento que queréis honrar en mí a Cristo, a quien represento, el cual vive en todos nosotros, todos nosotros, que por el Espíritu Santo formamos una comunidad, una comunión de fe y de amor. Siento además que estoy verdaderamente entre amigos, y me siento entre vosotros como en mi casa.
De un modo particular quiero darle las gracias a usted, cardenal Krol, arzobispo de Filadelfia, por la invitación que me hizo de venir aquí y celebrar la Eucaristía junto con usted y su pueblo. Un saludo cordial también para los sacerdotes, los religiosos y los laicos de esta Iglesia local. He venido como vuestro hermano en Cristo, trayendo conmigo el mismo mensaje que el mismo Señor Jesucristo llevó a los pueblos y ciudades en Tierra Santa: ¡Oremos al Señor nuestro Dios y Padre, y amémonos los unos a los otros!
Es una gran satisfacción para mí encontrarme con vosotros aquí, en la catedral de Filadelfia, porque ella tiene para mí un profundo significado. Sobre todo os significa a vosotros: la Iglesia viva de Cristo aquí y ahora, viva en la fe y unida en el amor de Jesucristo.
Esta catedral trae a la memoria el recuerdo de San Juan Neumann, que fue obispo de esta sede, y es ahora y para siempre un Santo de la Iglesia universal. En este edificio su mensaje y su ejemplo de santidad debe ser transmitido sin interrupción a cada nueva generación de jóvenes. Y si escuchamos atentamente, podemos oír hoy a San Juan Neumann hablándonos a todos nosotros a través de las palabras de la Carta a los Hebreos: "Acordaos de vuestros jefes, que os predicaron la Palabra de Dios, y, considerando el fin de la vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (He 13,7-8).
Finalmente esta Iglesia os liga con los grandes Apóstoles de Roma, Pedro y Pablo. Ellos, en cambio, continúan dándoos su testimonio de Cristo, proclamándoos la divinidad de Cristo, y testimoniándole ante el mundo. Hoy aquí, en Filadelfia, la confesión de Pedro se convierte para todos nosotros en un acto personal de fe, y este acto de fe lo hacemos juntos cuando decimos a Jesús: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Y con San Pablo cada uno de nosotros estamos llamados a confesar en lo profundo de nuestro corazón y ante el mundo: "Aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí" (Ga 2,20).
312 Esta catedral está ligada también en lo religioso a la herencia de esta histórica ciudad. Todo servicio a la moralidad y a la espiritualidad es un servicio a la civilización del hombre: es una contribución a la felicidad humana y al verdadero bienestar.
Así, pues, desde esta catedral brindo mis saludos a toda la ciudad de Filadelfia, a las autoridades civiles y todo el pueblo. Vosotros, como la ciudad del amor fraterno y como la primera capital de los Estados Unidos, sois un símbolo de libertad y relaciones fraternas. Mi saludo es a la vez plegaria. Que la dedicación común y los esfuerzos aunados de todos los ciudadanos —católicos protestantes y judíos juntos— consigan hacer de vuestra ciudad y sus suburbios, lugares donde los hombres no sean extraños los unos para los otros; donde cada hombre, mujer o niño se sienta respetado; donde nadie se sienta abandonado, rechazado o solo.
Os pido vuestra ayuda en la oración para mi visita de amistad y mis objetivos pastorales, y os doy mi bendición a todos, a los que os halláis presentes hoy aquí, a vuestros seres queridos que quedaron en casa, a los ancianos y los enfermos, y de un modo muy especial e los jóvenes y a los niños.
¡Dios bendiga a Filadelfia!
Amadísimos hermanos e hijos en Cristo:
Una de las cosas que más deseaba durante mi visita a los Estados Unidos ha llegado por fin. Quería visitar un seminario y encontrarme con los seminaristas. Y a través de vosotros querría comunicar a todos los seminaristas lo que significáis para mí, lo que significáis para el futuro de la Iglesia, para el futuro de la misión que Cristo nos encomendó.
Vosotros ocupáis un lugar especial en mis pensamientos y en mis plegarias. En vuestras vidas está la gran promesa para el futuro de la evangelización. Y vosotros nos dais la gran esperanza de que la auténtica renovación de la Iglesia, comenzada por el Concilio Vaticano II, dará sus frutos. Pero para que esto suceda, debéis recibir en el seminario una sólida y acabada preparación. Esta convicción personal de la importancia de los seminarios, me indujo a escribir en mi Carta a los obispos de la Iglesia el Jueves Santo, estas palabras:
"La plena revitalización de la vida de los seminarios en toda la Iglesia será la mejor prueba de la efectiva renovación hacia la cual el Concilio ha orientado a la Iglesia".
1. Para que los seminarios cumplan su misión en la Iglesia, son de crucial importancia dos actividades en todo programa del seminario: la enseñanza de la Palabra de Dios, y la disciplina.
313 La formación intelectual del sacerdote, que es tan vital en los tiempos en que vivimos, abarca algunas ciencias humanas, así como las diferentes ciencias sagradas. Todas ellas ocupan un lugar importante en vuestra preparación para el sacerdocio. Pero la faceta prioritaria en los seminarios de hoy ha de ser la enseñanza de la Palabra de Dios en toda su pureza y su integridad, con todo lo que ella exige y en todo su poder. Todo esto fue afirmado claramente por mi amadísimo predecesor Pablo VI, cuando escribió que la Sagrada Escritura es "una fuente perpetua de vida espiritual, el instrumento principal para establecer la doctrina cristiana, y el centro de todo el estudio teológico" (Constitución Apostólica Missale Romanum, 3 de abril de 1969). Por tanto, si vosotros, los seminaristas de esta generación, tenéis que estar preparados adecuadamente para recoger la herencia y el desafío del Concilio Vaticano II, habéis de estar bien preparados en la Palabra de Dios.
En segundo lugar, el seminario debe proporcionar una sana disciplina para prepararse a una vida de servicio consagrado, según la imagen de Cristo. Su finalidad fue definida muy bien por el Concilio Vaticano II: "Hay que apreciar la disciplina de la vida del seminario no sólo como eficaz defensa de la vida común y de la caridad, sino como parte necesaria de toda la formación, para adquirir el dominio de sí mismo, fomentar la sólida madurez de la persona y lograr las demás disposiciones de ánimo que sirven sobremanera para la ordenada y fructuosa actividad de la Iglesia" (Optatam totius OT 11).
Cuando la disciplina es ejercitada adecuadamente, puede crear una atmósfera de recogimiento, que capacita al seminarista para desarrollar interiormente aquellas actitudes que son tan deseables en un sacerdote, tales como la obediencia alegre, la generosidad y el sacrificio de sí mismos. En las diferentes formas de vida comunitaria que son apropiadas para el seminario, aprenderéis el arte del diálogo: la capacidad de escuchar a los demás y de descubrir la riqueza de su personalidad, la capacidad de daros a vosotros mismos. La disciplina del seminario, antes que disminuir vuestra libertad, la reforzará, porque ayudará a desarrollar en vosotros aquellos rasgos y actitudes mentales y afectivas que Dios os ha dado, y que enriquecen vuestra humanidad y os ayudan a servir de un modo más efectivo a su pueblo. La disciplina os ayudará también a ratificar día a día la obediencia que debéis a Cristo y a su Iglesia.
2. Quiero recordaros la importancia de la fidelidad. Antes de que seáis ordenados, sois llamados por Cristo a hacer una opción libre e irrevocable en favor de la fidelidad a El y a su Iglesia. La dignidad humana requiere que mantengáis esta opción, que guardéis vuestra promesa a Cristo, no importa con qué dificultades podáis encontraros, ni a qué tentaciones os podáis ver expuestos. La seriedad de esta opción irrevocable confiere una especial obligación al rector y a los encargados del seminario —de un modo particular al director espiritual— en orden a ayudaros a evaluar vuestra idoneidad para la ordenación. Después es responsabilidad del obispo el juzgar si debéis ser llamados al presbiterado.
Es importante que el propio compromiso sea hecho con pleno conocimiento y libertad personal. Por eso, a lo largo de estos años de seminario, tomaos tiempo para reflexionar sobre las serias obligaciones y las dificultades que forman parte de la vida del sacerdote. Considerad si Cristo os llama a la vida de celibato. Sólo después de haber alcanzado la firme convicción de que Cristo os ofrece realmente este don, que se orienta al bien de la Iglesia y al servicio a los demás (cf. Carta a los sacerdotes, 9), podéis hacer una opción responsable en favor del celibato.
Para entender lo que significa ser fieles, debemos mirar a Cristo, el "Testigo veraz" (Ap 1,5), el Hijo que "aprendió por sus padecimientos la obediencia" (He 5,8); a Jesús que dijo: "No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 5,30). Miramos a Jesús, no sólo para ver y contemplar su fidelidad al Padre a pesar de todas las dificultades (cf. Heb He 12,3), sino también para aprender de El los medios que empleó para ser fiel: especialmente la oración y el abandono a la voluntad de Dios (cf. Lc Lc 22,39 ss.).
Recordad que en el análisis final la perseverancia en la fidelidad es una prueba no de valor y fortaleza humanos, sino de eficacia de la gracia de Cristo. Por tanto, si hemos de perseverar, hemos de ser hombres de oración que, a través de la Eucaristía, la Liturgia de las Horas y los encuentros personales con Cristo, encuentren el coraje y la gracia para ser fieles. Confiemos, por tanto, recordando las palabras de San Pablo: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (FIp 4, 13).
3. Hermanos míos e hijos en Cristo: Tened siempre presentes las prioridades del presbiterado al cual aspiráis: en concreto la oración y el ministerio de la Palabra (cf. Act Ac 6,4).
"Es la oración la que señala el estilo esencial del sacerdocio; sin ella, el estilo se desfigura. La oración nos ayuda a encontrar siempre la luz que nos ha conducido desde el comienzo de nuestra vocación sacerdotal, y que sin cesar nos dirige... La oración nos permite convertirnos continuamente, permanecer en el estado de constante tensión hacia Dios, cosa que es indispensable si queremos conducir a los demás a El. La oración nos ayuda a creer, a esperar y amar..." (Carta a los sacerdotes, 10).
Tengo la esperanza de que, a lo largo de vuestros años de seminario, estaréis cada vez más hambrientos de la Palabra de Dios (cf. Am Am 8,11). Meditad esta Palabra diariamente y estudiadla continuamente, de modo que vuestra vida entera se convierta en una proclamación de Cristo, la Palabra hecha carne (cf. Jn Jn 1,14). En esta Palabra de Dios se halla el comienzo y el final del ministerio, la orientación de toda actividad pastoral, la fuente rejuvenecedora de la perseverancia fiel, y aquello que puede dar significado y unidad a las distintas actividades de un sacerdote.
4. "Que la Palabra de Dios habite en vosotros abundantemente" (Col 3,16). En el conocimiento de Cristo encontraréis la clave del Evangelio. En el conocimiento de Cristo podréis comprender las necesidades del mundo. Desde el momento que El se ha hecho como nosotros en todo, menos en el pecado, vuestra unión con Jesús de Nazaret no podrá ser nunca, y no lo será, un obstáculo para comprender y responder a las necesidades del mundo. Y, finalmente, en el conocimiento de Cristo, no sólo descubriréis y entenderéis las limitaciones de la sabiduría y las soluciones humanas a las necesidades de la humanidad, sino que experimentaréis también el poder de Jesús y el valor de la razón y el esfuerzo humanos cuando se comprenden desde la fuerza de Jesús, cuando se hallan redimidas en Cristo.
314 Que nuestra Madre bendita os proteja hoy y siempre.
5. Aprovecho esta ocasión también para saludar a los laicos que se encuentran hoy presentes en el seminario de San Carlos. Vuestra presencia aquí es una prueba de vuestra estima del sacerdocio ministerial, así como un recuerdo de esa estrecha colaboración entre laicos y sacerdotes, tan necesaria para el cumplimiento de la misión de Cristo en nuestro tiempo. Me alegro de que estéis presentes y os agradezco todo lo que hacéis por la Iglesia de Filadelfia. De un modo particular os pido que oréis por estos jóvenes y por todos los seminaristas, para que se mantengan era su llamada. Os pido que roguéis por todos los sacerdotes y por el éxito de su ministerio en medio del Pueblo de Dios. Y os pido que roguéis al Señor de la mies que envíe más trabajadores a su viña, la Iglesia.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
He venido a la iglesia de San Pedro a rezar en la tumba de San Juan Neumamn, un misionero celoso, un Pastor entregado, un fiel hijo de San Alfonso en la Congregación del Santísimo Redentor y cuarto obispo de Filadelfia.
Mientras estaba en la iglesia, he pensado en el único motivo de toda la vida de San Juan Neumann: su amor a Cristo. Sus propias oraciones nos muestran este amor; pues, desde que era un niño, solía decir: "Jesús, quiero vivir para ti; quiero morir por ti; deseo ser todo tuyo en vida; deseo ser todo tuyo en muerte" (Nicola Ferrante, S. Giovanni Neumann, c.ss.r., Pioniere del Vangelo. pág. 25). Y, cuando celebró su primera Misa, rezó con estas palabras: "Señor, concédeme santidad".
Hermanos y hermanas en Cristo: Esta es la lección que aprendemos de la vida de San Juan Neumann, y el mensaje que os dejo hoy: lo que realmente importa en la vida es que somos amados por Cristo y que nosotros, en respuesta, le amamos. En comparación con el amor de Jesús, todo lo demás es secundario. Y sin el amor de Jesús, todo es vano.
Que María, nuestra Madre del Perpetuo Socorro, interceda por nosotros; que San Juan Neumann ruegue por nosotros; y que, con la ayuda de sus plegarias, podamos perseverar en la fe, vivir alegres en la esperanza y ser fortalecidos en nuestro amor a Jesucristo, nuestro Redentor y Señor.
315 Amadísimos hermanos y hermanas de lengua española:
Os saludo con alegría y agradezco vuestra presencia entusiasta aquí, en la iglesia de San Pedro, donde reposan los restos de San Juan Neumann, el primer santo americano.
Os habéis congregado en este lugar numerosos miembros de la comunidad de habla española, que habéis llegado a este país como emigrantes, o que habéis nacido aquí de antepasados emigrantes, pero que conserváis la fe cristiana como principal tesoro de vuestra tradición,
También San Juan Neumann fue emigrante y conoció muchas de las dificultades que habéis encontrado vosotros: la de la lengua, de la cultura diversa, de la adaptación social.
Es conocido vuestro esfuerzo y perseverancia en conservar vuestra propia herencia religiosa, pero al mismo tiempo puesta al servicio de la entera comunidad nacional, para que sea testimonio de unidad dentro de un pluralismo de religión, de cultura y de vida social.
Siendo fieles al mensaje salvador de Jesucristo, vuestras comunidades eclesiales encontrarán el camino adecuado para sentirse miembros de la Iglesia universal y ciudadanos de este mundo.
Que la devoción a María, nuestra Madre, y vuestra comunión con el Vicario de Cristo, sigan siendo siempre, como hasta ahora, la fuerza que alimente y acreciente vuestra fe cristiana.
A todos vosotros aquí presentes, a cuantos no han podido venir, en particular a los enfermos y ancianos, que están unidos espiritualmente a este encuentro, doy de todo corazón una especial bendición apostólica.
¡Alabado sea Jesucristo!
316 Con este saludo cristiano me dirijo a vosotros en vuestra lengua natal, el ucranio, antes de comenzar a hablar en inglés.
En primer lugar saludo a todas las jerarquías aquí presentes, tanto de la metrópoli de Filadelfia, como de la de Pittsburgh.
De modo especial saludo al metropolita de Filadelfia recién nombrado.
Saludo a todos mis queridos sacerdotes, religiosos y religiosas.
Saludo cordialmente a todos vosotros, queridos fieles de la metrópoli ucrania de Filadelfia, que os habéis reunido aquí, en este templo de la Santísima Madre de Dios, para honrar en mi persona al Sucesor de San Pedro en la Cátedra de Roma, Vicario de Cristo en la tierra.
Sobre todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, invoco abundantes gracias de Dios Omnipotente por intercesión de la Inmaculada Virgen María, a quien está dedicada esta catedral.
A todos bendigo muy de corazón, ¡Alabado sea Jesucristo!
Queridos hermanos y hermanas:
"Ahora por Cristo Jesús... sois conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamentó de los Apóstoles y de los Profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús" (Ep 2,13 Ep 19,20). Con estas palabras recordó el Apóstol Pablo a los efesios la bendición inmensa que habían recibido al hacerse miembros de la Iglesia. Y estas palabras son verdad todavía hoy. Formáis parte de la familia de Dios. Vosotros, miembros de la tradición ucrania, sois parte de un edificio que tiene por fundamento a los Apóstoles y Profetas, y al mismo Cristo Jesús como piedra angular. Todo esto ha sucedido de acuerdo con el plan providencial de Dios.
Hace algunos años, mi amado predecesor Pablo VI donó una piedra del sepulcro de San Pedro para que se incluyera en la construcción de esta hermosa catedral dedicada a María Inmaculada. El Papa Pablo quiso que este don fuera símbolo visible del amor y estima de la Sede Apostólica de Roma a la Iglesia ucrania. Al mismo tiempo se entendía que esta piedra iba a ser signo también ,de la fidelidad de la Iglesia ucrania a la Sede de Pedro. Con este profundo gesto simbólico Pablo VI estaba reafirmando las enseñanzas del Apóstol Pablo en la Carta a los efesios.
Hoy vengo a visitaros en esta magnífica catedral nueva como sucesor de Pablo VI en la Cátedra de San Pedro. Estoy contento ante esta oportunidad. Aprovecho la ocasión para afirmar, como Pastor universal de la Iglesia, que cuantos han heredado la tradición ucrania tienen una misión importante y distinguirla que cumplir en la Iglesia católica.
317 Corno lo atestigua la historia, la Iglesia desarrolla una serie de ritos y tradiciones al irse extendiendo por las naciones en el transcurso del tiempo desde Jerusalén, y encarnándose en la lengua, cultura y tradiciones humanas de cada uno de los pueblos que aceptaron el Evangelio de todo corazón. Estos varios ritos y tradiciones, lejos de ser signo de desviación, infidelidad o desunión, fueron en realidad prueba Infalible de la presencia del Espíritu Santo que continuamente renueva y enriquece a la Iglesia, Reino de Cristo presente ya ahora en misterio (cf. Lumen gentium LG 3).
Las distintas tradiciones dentro de la Iglesia dan expresión a la abundancia de modos con que el Evangelio puede echar raíces y florecer en la vida del pueblo de Dios. Son evidencia viviente de la riqueza de la Iglesia. Cada una, a la vez que está unirla a todas las demás en "la misma fe, en los mismos sacramentos y el mismo gobierno" (Orientalium Ecclesiarum OE 2), se manifiesta sin embargo en su liturgia, disciplina eclesiástica y patrimonio espiritual propios. Cada tradición integra expresiones artísticas particulares y una concepción espiritual única con una experiencia vivida —que no tiene igual— de ser fieles a Cristo. Teniendo en cuenta estas consideraciones, el Concilio Vaticano II declaró: "La historia, las tradiciones y muchísimas instituciones eclesiásticas, atestiguan de insigne manera cuán beneméritas son de la Iglesia universal las Iglesias orientales. El Santo Sínodo alaba como se merece y estima como es justo, este patrimonio eclesiástico y espiritual; pero además lo considera firmemente como patrimonio de la Iglesia universal de Cristo" (Orientalium Ecclesiarum OE 5).
Desde hace muchos años tengo en alta estima al pueblo ucranio. He conocido los sufrimientos e injusticias sinnúmero que habéis padecido. Estos han sido y siguen siendo causa de grandes preocupaciones para mí. También tengo conocimiento de las luchas de la Iglesia católica ucrania a lo largo de la historia para seguir siendo fiel al Evangelio y mantenerse unida al Sucesor de San Pedro. No puedo olvidar los innumerables mártires ucranios de tiempos antiguos y modernos, cuyos nombres no son conocidos en su mayoría, que dieron la vida antes que abandonar la fe. Hago alusión a ellos para mostrar mi gran estima de la Iglesia ucrania y su fidelidad probada en el sufrimiento.
Deseo también mencionar cosas que habéis conservado cual especial patrimonio espiritual vuestro: la lengua litúrgica eslava, la música eclesiástica y las muchas formas de piedad que se han ido desarrollando a través de los siglos y siguen alimentando vuestra vida. Vuestro aprecio de estos tesoros de la tradición ucrania queda patente en el hecho de que habéis mantenido la adhesión a la Iglesia ucrania y habéis continuado viviendo la fe de acuerdo con su tradición propia.
Hermanos y hermanas mías en Cristo: Quiero recordar en vuestra presencia las palabras con que Jesús oró la víspera de su muerte en la cruz: "Padre... que sean uno" (Jn 17,11). Jamás debemos olvidar esta oración; y en la práctica debemos tratar de hallar medios mejores de salvaguardar y fortalecer los lazos de unión que nos vinculan a todos en la Iglesia católica una.
Recordad las palabras de San Pablo: "Edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús" (Ep 2,20). La unidad del edificio espiritual que es la Iglesia, se mantiene con la fidelidad a la piedra angular que es Cristo, y a las enseñanzas de los Apóstoles conservadas y explicadas en la Tradición de la Iglesia. La auténtica unidad en la doctrina nos vincula a todos en la unidad.
La unidad católica supone el reconocimiento del Sucesor de San Pedro y de su ministerio de fortalecer y preservar intacta la comunión de la Iglesia universal, y de salvaguardar a la vez la existencia de tradiciones individuales legítimas dentro de aquélla. Al igual que las demás Iglesias orientales, la Iglesia ucrania tiene derecho y deber, según las enseñanzas del Concilio (cf. Orientalium Ecclesiarum OE 5), de mantener su propio patrimonio eclesiástico y espiritual. Precisamente porque se entiende que estas tradiciones individuales enriquecen a la Iglesia universal, la Sede Apostólica de Roma tiene gran cuidado en protégelas y vigorizarlas. A su vez, las comunidades eclesiales que siguen estas tradiciones están llamadas a adherirse con amor y respeto a ciertas formas particulares de disciplina que mis predecesores y yo hemos juzgado necesarias para bien de todo el Cuerpo de Cristo, cumpliendo nuestra responsabilidad pastoral sobre toda la Iglesia.
Nuestra unidad católica depende en gran medida de la caridad mutua. Recordemos que la unidad de la Iglesia tuvo su origen en la cruz de Cristo, que rompió las barreras del pecado y la desunión y nos reconcilió con Dios y entre nosotros. Jesús predijo este acto de unificación cuando dijo: "...y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí" (Jn 12,32). Si seguimos imitando el amor de Jesús nuestro Salvador en la cruz, y si perseveramos en el amor mutuo, entonces mantendremos los lazos de unión en la Iglesia y daremos testimonio del cumplimiento de la oración de Jesús: "Padre, ...que sean uno" (Jn 17,11).
Y para el porvenir os confío a la protección de María Inmaculada, Madre de Dios, Madre de la Iglesia. Sé que la honráis con gran devoción. Esta grandiosa catedral dedicada a la Inmaculada Concepción da prueba elocuente de vuestro amor filial. Nuestra bendita Madre ha sido durante siglos la fuerza de vuestro pueblo en los sufrimientos, y su amorosa. intercesión ha sido causa de vuestra alegría.
Seguid confiándoos a su protección. Seguid siendo fieles a su Hijo nuestro
Señor Jesucristo, Redentor del mundo. Y que la gracia de nuestro Señor
318 Jesucristo esté siempre con vosotros.
Queridos hermanos y hermanas:
Es para mí motivo de gran alegría estar aquí hoy con vosotros en el centro de América, en la grandiosa iglesia de San Patricio, en esta comunidad irlandesa. Mi viaje pastoral por los Estados Unidos me hubiera parecido incompleto sin una visita, aunque breve, a una comunidad rural como ésta. Quisiera recordar con vosotros algunas reflexiones que esta comunidad particular despierta en la mente y que han sido sugeridas por el encuentro con las familias que constituyen esta parroquia rural.
Proclamar a Jesucristo y su Evangelio es la tarea fundamental que la Iglesia ha recibido de su Fundador y que Ella ha asumido desde el alba del primer Pentecostés. Los primeros cristianos fueron fieles `a la misión que el Señor Jesús les dio por medio cíe los Apóstoles: "Perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración" (Ac 2,42). Esto es lo que debe hacer hoy toda comunidad de creyentes: proclamar a Cristo y su Evangelio en comunión y en la fe apostólica, en la oración y en la celebración de la Eucaristía.
Cuántas parroquias católicas han empezado como la vuestra en los comienzos de las primeras comunidades de esta región: una pequeña iglesia, sin pretensiones, en el centro de un grupo de casas de colonos, lugar y símbolo de la oración y del encuentro, corazón de una auténtica comunidad cristiana, donde la gente se puede conocer, compartir los propios problemas y dar testimonio juntos del amor a Jesucristo.
En vuestras alquerías estáis cercanos a la naturaleza creada por Dios; en vuestro trabajo de la tierra seguís el ritmo de las estaciones y en vuestros corazones os sentís cercanos los unos a los otros como hijos de un Padre común y como hermanos y hermanas en Cristo. Qué privilegio poder, como vosotros en esta zona, adorar juntos a Dios, celebrar vuestra unidad espiritual y ayudaros recíprocamente a afrontar las dificultades de la vida. El Sínodo de los Obispos celebrado en Roma en 1974, y Pablo VI en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, han dedicado mucha atención a las pequeñas comunidades. donde es posible lograr una dimensión humana mayor que en una gran ciudad o en una metrópoli convulsa. Haced que vuestra pequeña comunidad sea un auténtico lugar de vida y de evangelización cristiana, sin aislaros de la diócesis o de la Iglesia universal, sabiendo que una comunidad con un rostro humano debe reflejar también el rostro de Cristo.
Estad agradecidos a Dios por las bendiciones que os concede, también por la bendición de pertenecer a esta comunidad parroquial rural. Que el Padre celeste os bendiga, que bendiga a cada uno de vosotros. La sencillez de vuestro estilo de vida y la concordia de vuestra comunidad sea terreno fértil para un compromiso creciente hacia Cristo. Hijo de Dios y Salvador del mundo.
Por mi parte, doy gracias al Señor por la oportunidad que me ha dado de venir a visitaros, y de representarlo en medio de vosotros como Vicario de Cristo. Gracias también a vosotros por la cordial bienvenida y por haberme ofrecido vuestra hospitalidad mientras me preparo para el encuentro con una gran muchedumbre de gente en el Living Farms.
Mi gratitud de modo particular al obispo de Des Moines por su amabilísima invitación. El ha subrayado muchas razones que hacen significativa la visita a Des Moines: ciudad que es uno de los mayores centros rurales de esta región; sede de la dinámica y benemérita "Conferencia católica para la vida rural", cuya historia está tan estrechamente vinculada al nombre de un Pastor y amigo de la gente rural, mons. Luigi Ligutti; región que se distingue por el compromiso comunitario y por la actividad con la familia; diócesis que participa, junto con todos los obispos de esta región, en un gran esfuerzo por la construcción de la comunidad.
Discursos 1979 310