Discursos 1979 355
: Queridos Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María:
Durante la celebración de vuestro reciente Capítulo General, habéis manifestado el deseo de encontraros con el Papa, para expresarle vuestra adhesión y obediencia, vuestra disponibilidad apostólica y vuestra total apertura a las directrices que quisiera él daros. Recibid ante todo mi agradecimiento por esa actitud interior tan digna de religiosos, de misioneros, de hijos de Aquella que es la Madre de Cristo y de la Iglesia.
Con este Capítulo apenas concluido, termina el proceso de renovación y adaptación de vuestras Constituciones, comenzado en el Capítulo especial de 1967 y continuado en el de 1973. Habéis procurado llevar a cabo esta renovación bajo la moción del Espíritu y la guía de la Iglesia, siguiendo en esto a vuestro Fundador, San Antonio María Claret, que fue renovando las Constituciones primeras con especial deferencia a las observaciones de la Santa Sede (Historia C. M. F., Madrid 1967, vol. I, pág. 232).
La tarea de renovación de las Constituciones no ha sido fácil porque queríais salvar, por una parte, la fidelidad a la inspiración auténtica del Fundador, sus objetivos, su espíritu y la genuina tradición del Instituto y, por otra parte, responder a las exigencias actuales de la Iglesia frente a un mundo en proceso de cambio acelerado.
La renovación del texto constitucional os ha obligado a profundizar en vuestro carisma. y habéis adquirido más clara conciencia de vuestra identidad en la Iglesia y de las posibilidades de inserción en la edificación del Reino de Cristo, según vuestra misión específica.
356 Sois una Congregación Misionera, una Congregación de Evangelizadores. Por ello debéis hacer de la evangelización la razón de ser de vuestro Instituto. Una evangelización siempre bajo la guía de la Iglesia; evangelización universal, a “todos los habitantes del mundo” (Const. 1.857); evangelización que tenga bien en cuenta las necesidades de hoy y les dé respuestas evangélicas; evangelización que emplee los medios más adecuados; evangelización hecha testimonio, con un estilo de vida verdaderamente religioso; evangelización precedida y acompañada de la plegaria; impulsada por el amor a Cristo y a los hombres; actuada bajo la protección de Aquella que es la Estrella de los evangelizadores.
Amados hijos: Recordad siempre que Jesús ha de ser manifestado a fieles e infieles por vuestro medio. Para poder hacerlo adecuadamente, seguidle e imitadle cada vez más de cerca, en la forma de vida, en el trabajo y en el sufrimiento, buscando siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de los hombres. Como vuestro santo Fundador, cultivad en la oración una especial amistad apostólica con Jesucristo, para que podáis ofrecer al mundo la Palabra, que se interiorizó en la intimidad silenciosa.
En vuestra misión evangelizadora, seguid las orientaciones contenidas en la Evangelii Nuntiandi, la magna carta de la Evangelización de mi predecesor el Papa Pablo VI. Y como vuestro frente de apostolado es tan vasto y diversificado, tened en cuenta las necesidades locales y las orientaciones de la Jerarquía dentro de las iglesias particulares.
Finalmente, como vuestro Fundador, dejad que la Virgen María encienda en la fragua de su caridad la llama de vuestro celo. Sea el espíritu de vuestra Madre el que hable en vosotros, para que anunciando digna y fructuosamente el Evangelio, os llaméis y seáis de verdad sus hijos.
Con estos deseos y esperanza, os aliento en vuestro camino e imparto a vosotros y a todos los miembros de vuestra congregación mi afectuosa bendición.
Queridísimos hermanos y hermanas:
Quiero manifestaros mi gozo sincero y agradecido al recibiros a vosotros, eslovenos que habéis venido a Roma en peregrinación nacional presididos por vuestros obispos. Saludo a todos con afecto paterno viendo en vosotros a los representantes de un pueblo noble, digno de estima y amor.
Bien sé que sois vosotros uno de los primeros pueblos eslavos que abrazó la fe cristiana hace más de doce siglos; y por el don de esta evangelización que ha resultado tan fecunda, doy gracias con vosotros al Señor constantemente. Quiero también agradecer y alabar a vuestra nación por su constante y fiel unión a esta Sede Apostólica de Roma, mantenida intacta a lo largo de siglos, no obstante las dificultades que ha debido afrontar. Por ello os animo a proseguir con confianza indeficiente por el mismo camino del testimonio evangélico vivo y audaz.
Extiendo también la mirada al futuro de vuestra comunidad eclesial. Y entonces mi palabra se hace invitación ardorosa a reavivar cada vez más el don de vuestro bautismo. Os recomiendo especialmente el cultivo adecuado de las vocaciones presbiterales a fin de asegurar siempre a la Iglesia eslovena ministros suficientes y celosos. A este respecto no descenderé a los particulares de una tarea tan alta. Los responsables sois vosotros en especial, queridos obispos y sacerdotes. Pero creo oportuno subrayar el papel fundamental de la familia, tanto en la educación cristiana de los hijos, como en el fomento generoso de las vocaciones sacerdotales y religiosas.
357 De modo especial quiero exhortar con ardor a todos vosotros, presbíteros, a que sirváis siempre a la Iglesia con entusiasmo y dedicación apostólica, y os entreguéis a las actividades pastorales que os son propias, con plena comunión y respeto a los obispos, que son los primeros responsables de la organización eclesiástica y vida religiosa de la diócesis. En tales condiciones el trabajo de cada uno no dejará de dar frutos espirituales buenos y abundantes.
Sé que celebráis este año el XXV aniversario de fundación del semanario interdiocesano Druzina. Pues bien, me complazco en desearos que en el futuro continúe libremente su valiosa obra de formación e información religiosa. De este modo todos los católicos eslovenos podrán disponer de un instrumento válido para participar cada vez más conscientemente en la vida de toda la Santa Iglesia de Dios esparcida por el mundo. Me alegra que colabore en ello eficazmente, con sus transmisiones, también Radio Vaticano.
Os deseo de corazón que con la ayuda de Dios Omnipotente y de nuestro Señor Jesucristo, y bajo la protección maternal de la Virgen, Reina de los eslovenos, la Iglesia y la nación eslovena gocen de creciente prosperidad humana y cristiana, para bien asimismo de toda la sociedad en que estáis insertos. Y os acompañe cada día mi bendición apostólica especial que os doy de corazón, y la extiendo a vuestros seres queridos.
Señor cardenal,
amadísimos hermanos en el Episcopado:
Con verdadero afecto fraterno os recibo en este encuentro colectivo, Pastores del Pueblo de Dios en Perú, después de haberme entretenido con cada uno de vosotros, durante los días pasados, acerca de la situación en cada una de vuestras respectivas circunscripciones eclesiásticas.
1. A través de las relaciones que habéis presentado, y no obstante las diversas peculiaridades concretas que en ellas se descubren, he podido comprobar que la Iglesia en vuestro País ha cumplido y cumple fielmente su misión de anunciar el mensaje de salvación y hacer nacer una comunidad de vida nueva en Cristo.
Soy bien consciente de que ese anuncio del Evangelio no se realiza sin un esfuerzo considerable, debido a las no fáciles circunstancias ambientales en las que ha de desarrollarse. Por ello quiero manifestaros desde ahora, a vosotros, a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes todos de la pastoral, mi cordial aprecio y agradecimiento en nombre de Cristo, porque a pesar de las dificultades que frecuentemente entraña esa labor, dais testimonio de una abnegada entrega a la Iglesia. Por ello quiero deciros con San Pedro: “Que la gracia y la paz os sean multiplicadas” (1P 1,2).
Esa evangelización del Pueblo de Dios en la que estáis empeñados, es el gran cometido que se ofrece a vuestro celo de Pastores de la Iglesia. Dedicáis vuestros desvelos a una porción eclesial que recibió hace siglos el primer anuncio de la fe, gracias a un laudable esfuerzo misionero. Aquella siembra ha ido echando hondas raíces y produciendo frutos preciosos, que han dejado huellas en la cultura, la historia, la vida toda de vuestro pueblo.
Sin embargo, vuestra solicitud pastoral os indica que hay que continuar en esa misión; que hay que extenderla y robustecerla, para que la fe profundice siempre más en vuestros fieles y, elevándolos por encima de cuanto es imperfecto, los lleve a la madurez de la vida en Cristo.
358 Tarea larga, que reclama buena planificación y ejecución perseverante, en la que hay que emplear todas las fuerzas eclesiales, las ya disponibles y las que un amor ilimitado a las almas logre suscitar. Sólo con esa evangelización en profundidad se lograrán las metas que deseáis para la renovación y vitalidad verdaderas de vuestras Iglesias.
2. En la comunidad de los creyentes, a vosotros está confiada la guía de los fieles. Por ello, permitidme que como consigna de esta visita “ ad limina ” os insista en la necesidad de ser “ Maestros de la Verdad ”. De la verdad sobre Cristo, hijo de Dios y Redentor del género humano; sobre la Iglesia y su verdadera misión en el mundo; sobre el hombre, su dignidad, sus exigencias terrenas y a la vez trascendentes, como expuse en el Discurso pronunciado ante la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Puebla. Sé que tenéis conciencia de este deber, en armonía con la misión evangelizadora de la Iglesia y con los interrogantes que plantea nuestra época. Os aliento, pues, a proseguir en ese camino para que vuestros sacerdotes y fieles recorran con alegría senderos seguros v bien definidos.
Como parte de vuestra misión de maestros, prestad también atención a la conveniente difusión del pensamiento social de la Iglesia, para que en la sociedad se aprenda a respetar esas indeclinables exigencias de justicia y equidad que tutelan a las personas, ante todo a las más necesitadas, en las diversas esferas de su existencia.
3. Pensando en la necesidad urgente que tienen vuestras diócesis, y en la penuria de sacerdotes que las aqueja, os doy como encargo prioritario que trabajéis con todas las fuerzas en favor de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Se trata de un punto esencial para la comunidad cristiana. Es preciosa la ayuda que prestan en la pastoral los diáconos, religiosos no sacerdotes, religiosas, catequistas y otros fieles conscientes de su responsabilidad en la misión evangelizadora de la Iglesia, una ayuda que hay que apreciar en todo su valor y promover como un auténtico bien eclesial. Sin embargo, no podemos olvidar que Cristo se hace presente en cada comunidad sobre todo a través del sacerdote.
En vuestro esfuerzo por lograr verdaderos y suficientes ministros de Cristo, preferentemente nacidos en vuestro ambiente patrio, procurad que el sacerdote tenga clara conciencia de su identidad propia, viva intensamente la dimensión vertical de su existencia, sea el guía y educador en la fe, el padre de todos, en especial de los pobres, el valeroso servidor de la causa del Evangelio, el auténtico pastor interesado en llevar a todos a Cristo, en liberar radicalmente al hombre ante todo de lo que le separa de Dios.
Viviendo vosotros muy cercanos a vuestros sacerdotes y compartiendo, con sincera amistad, sus alegrías y dificultades, ayudadles a permanecer en alegre comunión con su Obispo y a evitar peligros e ideologías que pueden insinuarse en el ambiente, y que no están en consonancia con su misión y con las directrices del Magisterio.
4. Como Pastores de vuestros fieles, dedicad igualmente especial cuidado a la pastoral familiar. La familia, “ iglesia doméstica ”, sea objeto de vuestro particular interés en la tarea pastoral.
Contra los ataques externos a los que se los somete hoy, proponed y defended los valores genuinos de la familia y del matrimonio cristiano. Sólo manteniendo firmes esos valores, espirituales y humanos, la familia se consolida como célula social importantísima y, a la vez, como “ primer ambiente evangelizador ”.
Vosotros que vivís en contacto con la situación familiar de vuestros respectivos ambientes, sabéis bien las necesidades que tienen y las asechanzas que amenazan a tantos hogares concretos. No os desentendáis nunca de su suerte e infundid en vuestros sacerdotes y agentes evangelizadores una gran estima por ese sector del apostolado, que tantos frutos obtiene y con el que tanto bien puede prodigarse.
5. Otro tema de vivo interés y de gran importancia para la Iglesia es el de la juventud.
En el mundo latinoamericano prevalece el elemento joven. La juventud, en consecuencia, debe ocupar en vuestra pastoral un puesto primordial. La Iglesia, todos los que en ella se sienten responsables, no pueden dejar que la juventud se aleje de Cristo; es necesario estar con los jóvenes, darles ideales altos y nobles, manifestarles que Cristo tiene mucho que decirles. Jesús de Nazaret interesa al hombre y al joven de hoy, cuando lo sabemos presentar debidamente.
359 De entre las múltiples iniciativas que en ese campo os sugerirá vuestro celo de Pastores, quiero llamar vuestra atención sobre la importancia de la educación religiosa en la escuela. Ciertamente hay también otros ambientes en los que se puede atender a esa obligación, pero no podemos desaprovechar las oportunidades que se nos brindan y que corresponden además a los deseos expresos de tantos padres de familia. Sería lamentable que por inconsistentes motivos se descuidara ese sector de la pastoral.
Y sería aún más lamentable, si con excusas de apostolado que se creen más rentables, se abandonaran las posibilidades de educar personas completas, jóvenes integrales, que nos ofrecen las instituciones educativas de la Iglesia. Cierto que ellas deberán ser reformadas –cuando sea necesario– para que respondan a finalidades evangélicas y de apertura a todos, pero no dejemos fácilmente instrumentos que tantos bienes, humanos, sociales y cristianos han producido, cuando los sabemos emplear adecuadamente. Es un importante servicio que podemos prestar a la sociedad y a la Iglesia actual.
6. Queridos Hermanos: Me quedaría mucho más tiempo con vosotros, prolongando estos momentos de gozo y comunión. Esta visita “ ad limina Apostolorum ” es una muestra de vuestra cordial cercanía al Sucesor de Pedro. Que este encuentro confirme y consolide a la vez vuestra unión mutua como Obispos y guías de la Iglesia en Perú. Con ello toda vuestra actuación ganará en intensidad y eficacia, lo cual redundará en bien de vuestras comunidades eclesiales.
En ellas hemos pensado también en estos días y por ellas hemos orado, para que crezcan en el conocimiento y en la fidelidad a Cristo. Para todos y cada uno de sus miembros, en especial para los sacerdotes, religiosos, diáconos y religiosas – a quienes acompaño con la plegaria en su difícil y meritoria labor – para los seminaristas y seglares comprometidos en el apostolado, os dejo mi afectuoso recuerdo, mi aliento, mi bendición.
Señores:
Con no pequeña emoción recibo hoy a los participantes en el "Encuentro mundial de ex-Combatientes en pro del desarme". Representáis aquí a casi cuarenta millones de ex-combatientes, hombres de la resistencia, prisioneros y víctimas de guerra, y habéis tenido interés en visitar al Papa todos juntos. Este hecho reviste hondo significado, .pues vuestras cuatro Confederaciones mundiales que han organizado esta manifestación internacional de Roma, son conscientes de que pueden ayudar a la humanidad a salvaguardar las condiciones de la paz y evitar un nuevo drama de la guerra; también la Iglesia, por su parte, con los medios que le son propios, trata de fomentar el espíritu de paz y educar a la paz.
Vuestra dolorosa experiencia de la guerra, el hecho de llevar en vosotros desde hace más de treinta años sus consecuencias y el modo realista y valiente con que reaccionáis, os dan más que a ningún otro derecho de testimoniar en favor de la paz y ser escuchados.
¡Ay de las naciones que lleguen a perder el recuerdo de este período trágico, de las amenazas contra los derechos de individuos y pueblos, de las imprudencias y errores que le abrieron la puerta, de las heridas y vejaciones sin precedentes que acarreó, de los valientes gritos y rasgos de alerta que suscitó para recuperar las libertades o meramente el derecho a la existencia!
Sí, las generaciones jóvenes deben saberlo, y menos mal que estáis todavía aquí vosotros para prevenirles. Pero no os contentéis con estos recuerdos nostálgicos y con avisarles seriamente. Queréis contribuir a preparar otro clima. Y para ello, apoyándoos precisamente en el pasado del que portáis los estigmas, os habéis abierto vosotros mismos, y no sin mérito, al espíritu de comprensión y fraternidad no sólo entre los antiguos aliados, sino hasta entre beligerantes de campos ayer opuestos; os habéis esforzado por ir más allá del rencor y el odio, conscientes de la parte de ideología, prejuicio racial, agresividad y espíritu de dominio mantenidos artificialmente, que cegaban a muchos. Son raíces envenenadas que queréis ver extirpadas. Es decir, que vuestra apertura, sentido de igualdad y fraternidad, deseo de intercambios y colaboración recíproca por encima de las fronteras, son mucho más profundos que un sueño idílico, y tienen de particular que corren parejas con el orgullo legítimo de vuestras patrias respectivas, de vuestro patrimonio cultural nacional, de vuestra historia. La humanidad que auguráis no es una humanidad rasada al mismo nivel; es aquella en que a cada pueblo se le reconoce su dignidad y ,su capacidad de irradiación pacífica.
Vuestra aportación quiere ser realista. Más allá de los sentimientos bondadosos, que son por desgracia mudables y sujetos a virajes espectaculares según las pasiones populares o los intereses de los manipuladores, deseáis que se establezcan a nivel internacional garantías jurídicas de trato humano a prisioneros y víctimas de guerra y, más en general, de respeto che los derechos del hombre en todas las situaciones; que quede garantizada de modo nuevo la distensión entre los pueblos y su seguridad. Las Organizaciones internacionales no sólo han reconocido vuestro mérito, sino también la aportación que vuestro saber y experiencia os habilitan a prestar a los proyectos en curso. Claro está que las condiciones de otra guerra generalizada y las ruinas que acarrearía serían en extremo graves, muy por encima desgraciadamente de lo que vuestra experiencia os ha hecho conocer. Razón de más para conjurar a todo precio la amenaza; y por ello, vuestro afán de luchar en pro del desarme es todavía más oportuno y urgente.
360 Tales objetivos de paz coinciden con los que la Iglesia no cesa de fomentar a dos niveles complementarios.
Por una parte, ante los países y Organizaciones internacionales la Iglesia y, en particular, la Santa Sede, cuando se les ofrece oportunidad para ello, están siempre dispuestas a contribuir al acercamiento che las partes, al establecimiento de garantías efectivas de distensión, de paz en la justicia y desarme progresivo. Pero de modo más general, la Iglesia procura alertar la conciencia de los pueblos, la opinión pública, los responsables y todos los hombres de buena voluntad. En nombre de las generaciones nuevas tan gravemente amenazadas, denuncia y derriba, como lo he hecho recientemente en Nueva York ante los Representantes de las Naciones Unidas, el mito de la espiral vertiginosa de armamentos que se escuda en el pretexto che amenazas ele enemigos potenciales.
Positivamente la Iglesia quiere formar los espíritus para la paz verdadera haciéndoles ver las bases sólidas que son el respeto de los derechos inalienables del hombre, de todos sus derechos, de sus libertades fundamentales, de la libertad de los pueblos, y también de sus deberes ante la desigualdad intolerable de la repartición de los bienes materiales del planeta. Con más hondura todavía la Iglesia procura arrancar del corazón del hombre con la fuerza del Evangelio, los prejuicios peligrosos, las raíces de la agresividad, de la violencia, del resentimiento, del odio, del orgullo, de la envidia, del egoísmo —digamos, del pecado— que hacen tan duro para sus semejantes el corazón del hombre y ocasionan tantas luchas inútiles e injustas. Habría, que añadir: extirpar la mentira. Claro está, aparentemente todo el mundo quiere la paz; nadie quiere deshonrarse con la declaración de una guerra ofensiva. Se trata siempre —se dice— de defenderse o vengar derechos violados. Con frecuencia esto es una parte de la verdad. Pero, ¡cuántas mentiras hábilmente camufladas para desencadenar conflictos de los que ya se ha calculado el interés y rendimiento! Sólo "la verdad es la fuerza de la paz", como reza el lema de la próxima Jornada mundial de la Paz.
En toda esta obra de educación a la paz, la Iglesia se dirige prioritariamente a sus hijos, a los cristianos, invitándoles a que revisen ellos los primeros su vida sobre esos puntos para ser coherentes con la caridad y justicia de Cristo: les exhorta a orar por la paz y a perdonar; les educa a ser de varios modos artífices de paz. Tal es su aportación principal, que lo es de orden moral y espiritual, pero que puede tener gran impacto social e incluso político. Sabe que muchos otros hombres de buena voluntad son sensibles a este mensaje. Y con ellos, con vosotros, quiere seguir sirviendo la paz, con la gracia de Dios.
Gracias de nuevo, y que Dios bendiga vuestras personas. familias, todos vuestros compañeros de sufrimientos, y a cada uno ele vuestros países.
Me complazco en dirigirme a los numerosos jóvenes reunidos en la catedral de Milán, junto con el cardenal, arzobispo Giovanni Colombo, para una vigilia misionera con ocasión de la "Jornada mundial de las Misiones".
Carísimos: Os saludo a todos con la satisfacción de quien sabe que tiene en vosotros la garantía de una Iglesia siempre joven que, en nombre de Cristo. Redentor del hombre, quiere poner sus propias energías, frescas y generosas, al servicio de las graves necesidades espirituales y materiales del mundo contemporáneo. Desde el día del primer Pentecostés, la comunidad cristiana ha sido siempre, por su naturaleza, misionera. es decir, dispuesta a salir de sus propios confines para proponer y dar a todos los hombres el "mensaje de salud" (Ac 13,26), "para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).
También vosotros, queridos jóvenes, y no sólo los que entre vosotros reciben esta noche el crucifijo de manos del arzobispo, estáis invitados por el Señor a proseguir esa admirable historia de amor y donación, con los hechos y no sólo de palabra. Solamente con vuestra propia experiencia podéis descubrir la exaltadora verdad de las palabras de Jesús: "Quien pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará" (Mc 8,35). Por eso, yo pido al Señor que vuestras oraciones y vuestro celo logren su fruto no sólo para las exigencias misioneras de la Iglesia, sino también para vosotros mismos como protagonistas en primera persona de la consigna que nos dejó Jesús antes de subir al Padre (cf. Mt Mt 28,19). Mi bendición apostólica os sirva de estímulo paterno para una vida enteramente misionera, además de signo seguro de mi benevolencia.
Al pisar la bendita tierra de esta prelatura de Pompeya, en la que surge el famoso santuario de la Beatísima Virgen María del Santísimo Rosario, deseo manifestar mi profundo reconocimiento al señor alcalde por las hermosas palabras con que se ha hecho intérprete de la gentil disposición de ánimo de los habitantes de Pompeya y de cuantos han venido aquí en peregrinación de toda la región de Campania y de otras cercanas, reclamados por la presencia del Papa y por la dulce atracción que la Virgen Santísima no deja de ejercer sobre sus fieles devotos.
361 ¡Carísimos hermanos y hermanas!
Me alegra encontrarme entre vosotros y os agradezco vivamente la invitación que me habéis dirigido, por boca de vuestro celoso prelado, mons. Domenico Vacchiano, para que visite esta antigua tierra. Tierra que ha conocido pruebas y calamidades naturales, pero que ha estado también iluminada por muchos siglos de fe cristiana, que ha dado a su historia más reciente nobles y valiosas figuras de testigos del Evangelio, entre ellas la esplendorosa del Venerable Bartolo Longo, inspirado fundador del santuario.
Os agradezco sobre todo el que hayáis querido uniros a mí en esta importante circunstancia que me permitirá, dentro de unos momentos, arrodillarme ante el cuadro venerado de la Virgen del Rosario, para expresarle mi filial agradecimiento y renovarle mi incondicional confianza, tras la feliz realización de mi reciente viaje apostólico a Irlanda y a Estados Unidos, que había puesto bajo su mirada maternal.
Desde aquí, donde la voz y la obra de María resuenan para proclamar las alabanzas de Dios y anunciar la salvación de los hombres, vaya mi más sincero reconocimiento a cuantos —sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos— se esfuerzan porque tan nobles intentos alcancen plenamente su realización. Y vaya también un afectuoso saludo a todos aquellos que se dedican a las obras benéficas que han florecido a la sombra del santuario para asistencia y promoción de las clases menos afortunadas. es decir, de los pobres, de los oprimidos y marginados. Pienso en los asilos, escuelas, oratorios, oficinas y, sobre todo, en el orfanato femenino y en las residencias para hijos e hijas de presos, especialmente necesitados de humana y cristiana comprensión. Que vuestra actividad pueda encontrar en la piadosa y constante referencia a María la más valiosa ayuda y el mejor consuelo.
Por mi parte, no dejo de pedir a la Virgen del Rosario que vele, desde su santuario, por todos los habitantes de este valle de Pompeya, y mire siempre "por nuestras familias, por Italia, por Europa, por el mundo", como suplicaba el Venerable Longo.
Con tales sentimientos os bendigo, mientras nos aprestamos a entrar en el santuario.
¡Hermanas y hermanos carísimos!
He venido a este santuario, con el ánimo de un ferviente y humilde peregrino, para venerar a la Virgen Santísima y cumplir así un secreto voto de piedad, gratitud y amor.
1. He saludado ante todo a Ella, a la Virgen que, desde su venerada y prodigiosa efigie, nos une a todos con esa "dulce cadena" que es el santo Rosario. Ella nos lo ofrece, nos lo propone, nos lo recomienda como medio sencillo, humilde, pero rico y eficaz, de oración cristiana.
362 Me he encontrado también brevemente con mis hermanos en el Episcopado, vuestros queridos Pastores, a los que deseo renovar mis sentimientos de estima y de gratitud por la invitación que me han dirigido.
Mi saludo se dirige ahora a todos vosotros, los aquí presentes, que tenéis la suerte de desarrollar vuestra actividad y vivir vuestra vida cotidiana bajo la mirada amorosa y la sonrisa maternal de la Virgen.
2. Ante todo, a vosotros, queridísimos hermanos sacerdotes, quiero manifestaros mi aplauso y mi estímulo, que es aplauso y estímulo de la Iglesia, por vuestro celo en el ministerio de la predicación de la Palabra de Dios, tan necesaria al hombre de nuestro tiempo, siempre en ansiosa e inquieta búsqueda de la verdad; también, por vuestra dedicación al ministerio del sacramento de la reconciliación, en el que tenéis la altísima misión y el inefable gozo de poder decir, como Jesús, "tus pecados te son perdonados" (Mt 9,2); y en fin, por el ministerio de la oración, que encuentra en vosotros los guías y animadores de las multitudes de peregrinos que vienen a este santuario. Sí. Porque este templo, dedicado a la Virgen de Pompeya, es un lugar donde se reza, es decir, donde el hombre viene a realizar el gesto de adoración y súplica a Dios Creador y Redentor; es un lugar donde se escucha religiosamente la Palabra de Dios, para que sea luz que ilumine nuestro camino; es un lugar donde el hombre encuentra el perdón del Padre celestial.
Sé muy bien lo duro y fatigoso que es a veces vuestro trabajo apostólico, casi siempre escondido y silencioso, conocido solamente por Dios, que sabrá recompensaros superabundantemente. Continuad con generosidad vuestro ministerio, conscientes de ser, en las manos de Dios, instrumentos de salvación, donadores de paz y serenidad para muchas almas.
3. Os saludo también a vosotras, queridísimas hermanas religiosas, que perpetuáis la extraordinaria y espiritual herencia de vuestro fundador, el Venerable Bartolo Longo, su mensaje y sus ejemplos de fe y de caridad. Como es sabido, él, impulsado por su ardiente devoción a la Madre de Dios y confiando en la Divina Providencia, comenzó, en mayo de 1876, la construcción de este templo, hoy célebre en todo el mundo; pero, junto al santuario, quiso crear también una serie de admirables obras educativas y caritativas, especialmente en favor de niños y niñas, hasta el punto de que todo este complejo ha llegado a ser definido como "la ciudadela viviente de la caridad". La base de todas estas realizaciones era la profunda convicción que tenía el Venerable de que quien ama a Dios ama también al prójimo (cf. 1Jn 4,21).
Por tanto, en vuestra consagración religiosa, vivid el amor a Dios, a quien habéis dado toda vuestra vida, todo vuestro corazón, toda vuestra voluntad; pero vivid también, no menos intensa y concretamente, el amor a los hermanos necesitados, especialmente a los pequeños, con generosa disponibilidad y con inmenso gozo, conscientes de que "quien ama al prójimo, ha cumplirlo la ley" (Rm 13,6).
4. A vosotros, niños y niñas, que transcurría serenamente vuestra infancia junto a la Virgen Santísima, os dirijo mi más afectuoso y paternal saludo. Vosotros sabéis cuánto amó Jesús a los pequeños. Ellos, fascinados por su palabra y su personalidad, le manifestaban con exuberancia su afecto: y Jesús, que quería estar con los niños, no permitía que los Apóstoles los alejasen de El: "Dejad que los niños vengan a mí y no se lo prohibáis, que de ellos es el reino de Dios" (Lc 18,16). También el Papa, como Jesús, os quiere mucho, se encomienda a vuestras oraciones y hoy, en este encuentro, os dice: Sed siempre amigos fieles y sinceros de Jesús; estudiad sus ejemplos, su vida, sus enseñanzas contenidas en el Santo Evangelio. Pero ser amigos fieles y sinceros de Jesús significa seguirle, poner en práctica cada día todo lo que El dijo. Entonces seréis verdaderamente felices, porque seréis cristianos ejemplares y buenos ciudadanos.
5. Por último, no puedo dejar de expresar mi saludo y mi aprecio a los empleados de la tipografía del Avvenire. Ante todo, gracias por el valioso trabajo que desarrolláis para hacer llegar oportunamente a toda Italia un diario que trata de informar objetivamente sobre los acontecimientos y de formar, además, a los propios lectores según la perspectiva cristiana. De ese modo, colaboráis en una verdadera acción de apostolado, muy meritoria ante el Señor. Dad siempre un claro y generoso testimonio de fe en la familia y en la sociedad, con una continua coherencia entre las ideas y la vida.
Sobre todos, queridísimos hermanos ,y hermanas, invoco la celestial protección de María Santísima y os imparto de corazón mi bendición apostólica.
Amén.
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